La historia, como disciplina, remite al pasado en la intención de que su conocimiento
resulte útil para la comprensión del presente y facilite la proyección al futuro. Se puede analizar la historia de la contabilidad como enlace de sucesos y la historia del pensamiento contable como evolución de una disciplina antiquísima. La evolución histórica de la contabilidad reconoce distintos periodos según el autor desde el que se la aborde. 1. Periodo Empírico (propuesta de Montesinos Julve); abarca desde los orígenes de la disciplina hasta la aparición de la obra de Fray Luca Pacioli. Es la más extensa dado que se reconocen registros contables desde la más remota antigüedad. Descubrimientos arqueológicos permiten ubicar formas primitivas de cuentas desde 20.000 años a.C. Pero es la Mesopotamia Asiática, alrededor de los 4.000 años a.C, donde se empiezan a desarrollar registros contables, primero en arcilla y luego en papiros. Primero las manifestaciones eran muy rudimentaria (figuras y surcos hallados en grutas), luego hay un avance con el surgimiento con la aparición del simbolismo, que se suma a los nuevos elementos utilizados: arcilla y papiro. (Números arábigos facilitaban las registraciones, antes se usaban los números romanos) Estos registros primitivos no se encontraban coordinados entre si, por lo que impedía hablar de un sistema contable. Las anotaciones se limitan a representar objetos y situaciones. Sin embargo, fue suficiente para satisfacer las demandas de la Edad Antigua y parte de la Edad media, coincidentemente con una etapa de poco desarrollo de las actividades comerciales, aunque se reconoce intenso tráfico de mercaderías en la edad antigua por parte de las civilizaciones mediterráneas. El desarrollo de la contabilidad en los pueblos antiguos (sumerios, egipcios, griegos) debió dar satisfacción fundamentalmente al área pública (atendiendo a las riquezas de los templos) y el área agrícola, que era la principal actividad, respondiendo como herramienta de manejo y administración de bienes. La fragmentación del Imperio Romano determina la aparición de los feudos, con una jerarquía de poder asentada sobre un trípode: nobleza, ejército e iglesia, aglutinando poder que se arrastraba al poder económico. El comercio se realizaba a través de ferias que tenían lugar fuera de las murallas de las ciudades, lo que evidenciaba la falta de prestigio que se atribuía a estas transacciones. Toda la actividad económica era sospechada por la Iglesia, que en su búsqueda de “precios justos” desconfiaba de las operaciones de compra-venta que perseguían lucro y de los préstamos de dinero asociados a la usura. Con las Cruzadas (siglos XI, XII y XIII) se reabren las rutas comerciales y se revitaliza la actividad mercantil otrora estancada.