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enseñanza
Introducción
https://youtu.be/MR3aEAhbDjQ
En este curso abordaremos experiencias dolorosas de un pasado que, como sugieren
algunos historiadores, “no termina de pasar”. Y en esta primera clase, en particular, nos
detendremos en el recorrido de la construcción de una noción del derecho jurídico
internacional que ha sido y es interpelada por intelectuales, activistas y cientistas sociales
para reflexionar y nombrar estas experiencias: los genocidios y los crímenes de lesa
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humanidad.
Con esta clase comenzamos un recorrido por una de las experiencias características y
sensibles del siglo XX: el genocidio. Nos referimos a los crímenes de lesa humanidad y a las
matanzas masivas de población civil perpetradas por los Estados nacionales. Como verán, no
es un tema sencillo ni, mucho menos, agradable. Sin embargo, es central para poder
comprender el devenir trágico del siglo pasado y estar advertidos sobre las condiciones de
posibilidad que niegan la humanidad del otro/a, corroen el lazo social y amenazan la dignidad
humana.
La enseñanza de estos temas nos enfrenta con situaciones especialmente complejas en
términos de qué, cómo y para qué enseñar experiencias límites cargadas de horror que han
dejado innumerables huellas en nuestras sociedades. ¿Qué lugar tiene la educación y la
pedagogía frente a estos acontecimientos? ¿Cómo enseñar el horror? ¿Cómo formulamos,
desde nuestro lugar de docentes, preguntas que nos permitan comprender pasados signados
por ese horror, pero a la vez, imaginar futuros más justos? ¿Cómo dotamos de valor a esos
pasados? ¿Cómo hacemos preguntas desde nuestras preocupaciones presentes? ¿A través
de qué recursos los abrimos a la singularidad de las nuevas generaciones? ¿Qué es aquello
que no habría que olvidar? ¿Qué cuestiones son las que deberíamos aprender?
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Para comenzar a trabajar, les proponemos mirar un fragmento del documental
Shoá, del director Claude Lanzmann (1985) que nos permite iniciar la reflexión en
torno a algunos de los interrogantes planteados. Se trata de uno de los
documentales más importantes sobre el Holocausto que recoge el testimonio de víctimas,
testigos y victimarios. Su duración, de más de nueve horas, pone en evidencia las
dificultades de la representación al momento de narrar el horror.
https://www.youtube.com/watch?v=WLdV23sPVYM
¿Cómo abordar estos temas en el ámbito educativo? ¿Cuál es la potencia de
enseñarlos a través del testimonio? ¿Alcanza con eso sólamente? ¿Qué es lo que
se escucha en el testimonio y por qué se dice que lo que se omite es tan
importante como lo que se dice? ¿Cómo ser solidarios con el dolor del otro/a sin
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perder la capacidad de analizar en profundidad un fenómeno complejo, sensible,
que está en el límite de lo pensable?
Sugerimos leer el recuadro “Un recurso para la enseñanza: el trabajo con
testimonios” para reflexionar sobre estas preguntas.
Un recurso para la enseñanza. Trabajo con testimonios
El testimonio es una pieza central en la construcción de la memoria colectiva. Es,
a su vez, una herramienta por demás poderosa para acercarse a determinados
temas en el aula, sobre todo a aquellos ligados al pasado más reciente o a
aquellos acontecimientos que por su gravedad y especificidad suelen ser difíciles de
abordar desde otros recursos. En la actualidad, debido a los avances tecnológicos del audio,
el video y la digitalización, las voces testimoniales son una herramienta más accesible en
cuanto a su obtención y su circulación. Sin embargo, este es un recurso que debe trabajarse
con determinadas precauciones y atendiendo a sus complejidades. Las voces de los
testimonios pueden enseñarnos cómo la gente pensó, observó y construyó su mundo y
cómo procesó y expresó el entendimiento de su realidad. Estos relatos en primera persona
nos introducen al conocimiento de la experiencia individual y colectiva. Pero estos son
relatos subjetivos, es decir, que no muestran verdades precisas o reconstrucciones veraces.
Sino que están atravesados por sensaciones, pensamientos, subjetividades, experiencias
particulares. Es fundamental tenerlo en cuenta al trabajar con voces testimoniales: esa voz
narra un punto de vista y habla desde un determinado lugar. De este modo, el valor que
puede tener el uso de los testimonios en el aula, no reside en la constatación de los datos
que aporta para una reconstrucción que se apegue a los cánones más estrictos de rigidez
histórica, sino en la introducción de una subjetividad que permita observar lo que la gente
hizo, lo que deseaba hacer, lo que creyeron estar haciendo y lo que, posteriormente, creen
que hicieron. Es por esto que los testimonios no son ni se pretenden infalibles, sino que
ellos mismos son un producto histórico. En este sentido podemos decir que no hay
testimonios “falsos” o “verdaderos” sino testimonios potentes o no para la transmisión de
una experiencia histórica. El filósofo Giorgio Agamben, quien ha estudiado largamente la
problemática del testimonio, más específicamente, los referidos a Auschwitz[1], señala que
su interés por trabajar con las voces de los testigos radica en poder encontrar lo que ellas
no dicen, lo que no pueden y a veces, lo que no quieren decir. Entonces, para trabajar con
los testimonios es necesario realizar una separación, tomar distancia de esa voz y poder
analizar quién es el que habla, qué dice, porqué lo dice, desde dónde, cuándo y, además, qué
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no dice y qué calla. Hay que interrogar a las voces testimoniales y compararlas con otras
para ponerlas en perspectiva.
Por otro lado, lo que el testimonio puede decir no es igual en todos los momentos
históricos. Por eso algunos testimonios hablan más del momento en que se producen y de
las formas sociales disponibles para procesar lo ocurrido, que del pasado mismo. Por
ejemplo: lo que los/as sobrevivientes de la última dictadura militar se animaron a decir en
los primeros años de la democracia, cuando el relato dominante era la “teoría de los dos
demonios”, no es igual a lo que dijeron años después, cuando, comenzó a visibilizarse la
militancia política de la década del sesenta y setenta. Al momento de trabajar con el
testimonio hay que tener en cuenta en qué momento y en qué contexto se produjo el
mismo.
Cuando proponemos registrar testimonios orales es necesario ponderar, al menos, los
siguientes pasos:
- concretar una cita, por ejemplo afuera de la escuela o en la propia aula;
-establecer previamente si se grabará, se filmará o se tomará nota de la entrevista;
-anotar los datos básicos del entrevistado (nombre completo, edad, nacionalidad, oficio,
estudios, cómo está compuesta su familia, entre otros);
-solicitar al entrevistado que relate sus recuerdos acerca del acontecimiento que se desea
conocer.
Se recomienda dejar un tiempo para que el/la entrevistado/a hable y recién hacia el final
realizar preguntas sobre algún aspecto que se quiera profundizar. Se sugiere no interrumpir
el relato para que la narración sea lo más fiel posible al recuerdo.
Por último, nos gustaría volver a insistir en que el relato testimonial puede ser muy
provechoso para el trabajo en el aula, pero con los reparos que requiere esta herramienta.
La más importante, implica recordar que estas voces, en primera persona, no pueden ni
deben ser utilizadas como discursos neutros, que reemplacen a las explicaciones acerca de
lo ocurrido, sino como un recurso más que permita otro tipo de acercamiento al pasado.
[1] Agamben, G. (2004), Hommo Saccer, Pre-textos, España.
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Horst Hoheisel. Proyección de la Puerta de Auschwitz sobre la Puerta de Brandemburgo
(1997). Disponible en
https://aulainfod.infd.edu.ar/prg_archivo.cgi?wAccion=ver_archivo&id_archivo=415606&id_curso=925&i
d_unidad=14563
El artista presentó un proyecto para construir un memorial para recordar a las personas
judías asesinadas en Berlín. Consistía en demoler la Puerta de Brandemburgo, un símbolo
de la cultura alemana. Fue rechazado por considerarlo “extremo” pero la fuerza de la idea
fue aceptada y se resolvió realizar esta proyección que ayuda a pensar que todo acto de
civilización encierra en sí mismo uno de barbarie.
¿Cómo surge la categoría de genocidio?
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El término genocidio fue acuñado por el jurista polaco Raphael Lemkin en 1944. Se trata de
un neologismo compuesto por el prefijo griego genos (raza, tribu) y el sufijo latino cidio
(aniquilamiento). Lemkin definió el crimen de Genocidio como “la aniquilación planificada y
sistemática de un grupo nacional, étnico, racial o religioso, o su destrucción hasta que deja
de existir como grupo”. Explicaba que dicho crimen no significaba necesariamente la
destrucción inmediata y total de un grupo, sino también una serie de acciones planificadas
para destruir los elementos básicos de la existencia grupal, tales como el idioma, la cultura,
la identidad nacional, la economía y la libertad de sus integrantes.
La categoría de genocidio fue reconocida como
parte del derecho penal internacional en 1948, el
mismo año en que se promulgó la Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
No obstante, los debates en torno a la experiencia
que el concepto debería definir son anteriores: el
aniquilamiento de la población armenia llevada a
cabo por el Imperio Otomano, en los albores del
siglo XX, abrió la puerta a la discusión sobre cómo
denominar el exterminio masivo de poblaciones
en la modernidad. Sin embargo, fue la conmoción
e impacto de las matanzas perpetradas por el
nazismo sobre una diversidad de poblaciones
victimizadas —especialmente las personas
judías—, la que brindó una nueva densidad al
debate sobre la necesidad de tipificar la
experiencia del exterminio masivo.
Como señaló el intelectual argentino Héctor
Schumcler, el análisis de la dimensión criminal del
Holocausto vino a iluminar, con insoportable brillo, otros genocidios, como el caso del
genocidio armenio, cuyas precisiones, aunque divulgadas desde el momento mismo en que
ocurría la masacre, fueron negadas por la trama de los poderes dominantes del mundo.
Desde entonces, y pese a la perpetración de otros genocidios a lo largo del siglo XX, el
Holocausto continuó siendo un marco de referencia. ¿Por qué? Quien mejor se aproximó a
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una respuesta posible fue el historiador ítalo-francés Enzo Traverso. Para él, la “novedad”
del Holocausto no radicó en la crueldad de la violencia desplegada, los discursos “racistas”
o condenatorios de la otredad, ni el exterminio masivo de población civil por parte de un
Estado nacional: lo significativo fue la “importación” al corazón de Europa de las prácticas
que las potencias occidentales habían restringido al “proceso civilizador” desarrollado
durante el siglo XIX en Asia, África y América.
¿Cómo era posible que el continente de la Ilustración, la Revolución Industrial, la
Revolución Francesa y la universalización de los derechos civiles y políticos, diera lugar al
exterminio masivo de sus poblaciones?
Este interrogante se convirtió en un vector de la indagación acerca del Holocausto y dio un
marco para el análisis de otros acontecimientos de carácter similar.
El uso jurídico y el uso sociológico de la categoría
Las polémicas en torno a cuáles serían los alcances del concepto de genocidio se
desarrollaron entre una variada y disímil cantidad de actores. Juristas, abogados/as,
historiadores/as, sociólogos/as, filósofos/as, testigos y víctimas han sido parte de quienes
alimentaron el debate a lo largo de más de medio siglo. Jurídicamente, la noción de
genocidio fue aprobada en 1948 por la Convención para la Sanción y Prevención del Delito
de Genocidio por parte de la Organización de Naciones Unidas (ONU), como un acuerdo
para prevenir el genocidio y castigar a aquellos que lo planifican y lo ejecuten. La acepción
jurídica consideró como genocidio las acciones llevadas a cabo contra un grupo religioso,
étnico, nacional o racial, con el objetivo de destruirlo parcial o totalmente.
Si bien la noción jurídica de genocidio fue reconocida en el derecho internacional desde
1948, los borradores de la resolución que sancionó la ONU fueron discutidos durante más
de dos años. La prolongación del debate se sostuvo en los desacuerdos que provocaba la
inclusión de los “grupos políticos” entre aquellos protegidos por la Convención. Finalmente,
fueron excluidos —pese a que están incluidos en todos los borradores previos desde 1946—
con el argumento de que un documento final que no incluyera a los “grupos políticos”
contaría con un mayor número de Estados que podrían ratificar la Convención.
Finalmente, la Convención aprobada contempla que:
"(...) se entiende por genocidio cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención
de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, tales como: (a)
exterminio de miembros de un grupo; (b) atentado grave contra la integridad física o mental
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de los miembros de un grupo; (c) sometimiento deliberado del grupo a condiciones de
existencia que puedan acarrear su destrucción física, total o parcial; (d) medidas destinadas a
impedir los nacimientos en un grupo; (e) traslado por la fuerza de niños del grupo a otro
grupo".
Sin embargo, la definición en términos jurídicos resultaría problemática. ¿Cómo asegurar
que una matanza masiva era delito de genocidio cuando mayoritariamente la planificación
de estos evitaba el acceso a la “prueba”? La perpetración de un genocidio difícilmente deja
documentos que resulten probatorios de la planificación del acto criminal. Como señala
Schmucler, las pruebas sobre su existencia son indirectas: no existen documentos que
expliciten las características singulares del genocidio, es decir, la demostración específica
de la voluntad de aniquilar (de reducir a la nada) a un grupo humano por la sola razón de
pertenecer a ese grupo.
Si bien la noción de genocidio refiere a una categoría de índole jurídica suscripta por el
derecho internacional, algunos/as historiadores/as y cientistas sociales han impugnado su
validez para enunciar experiencias de matanzas masivas perpetradas contra distintas
poblaciones civiles. En primer lugar, porque el “genocidio” es un proceso y no un mero
acontecimiento. De esta forma, como sugiere el investigador argentino Daniel Feierstein,
sería necesario indagar en las formas en que se desarrolla la matanza masiva de
poblaciones. Es decir, comprender el “marco social e histórico” que hace posible la
perpetración de un exterminio masivo de población.
En segundo término, la acepción jurídica sostiene que el genocidio supone la destrucción
de una población. Pues bien, cómo puede medirse qué ha sido objeto de la destrucción. En
este sentido, la “destrucción” no implicaría solamente en aniquilamiento físico, sino que
puede registrar otros modos de ejercerse: la destrucción de patrones culturales, por
ejemplo.
No obstante, además del uso jurídico, los cientistas sociales han otorgado a la categoría de
genocidio un carácter sociohistórico que la define como aquella tecnología de poder cuyo
objetivo radica en la destrucción de las relaciones sociales de autonomía y cooperación.
De este modo, los genocidios son aquellas matanzas masivas planificadas desde el
Estado que redefinen la identidad de una sociedad, estableciendo nuevas relaciones
sociales y nuevos patrones identitarios, por medio del aniquilamiento de una fracción
relevante de la población y extendiendo el uso del terror hacia la sociedad civil en su
conjunto.
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Según Feierstein las prácticas sociales genocidas son, en principio, constitutivas de los
Estados nacionales en la modernidad, por lo que el genocidio es caracterizado como una
práctica constituyente. Es decir que en general los Estados se construyeron sobre la base
del aniquilamiento de todos/as aquellos/as que no entraban en la configuración imaginaria
de aquello que caracterizaría al Estado nacional emergente.
Esta definición ampliada permitiría encarar una comparación de los crímenes del nazismo
con, por ejemplo, los de las últimas dictaduras militares en América Latina, observando la
capacidad de destruir y reorganizar las relaciones sociales en aquellas sociedades donde
fueron implementadas diversas políticas de persecución y asesinatos. Sin embargo, la
definición originada en el debate al interior de las ciencias sociales no debe confundirse con
las sanciones del campo del derecho.
No obstante, como señala el sociólogo francés Jacques Semelín: el uso extendido del
término genocidio para tipificar toda experiencia de exterminio masivo de población terminó
por banalizar su sentido. Si bien esto es una discusión aún abierta, el investigador sostiene
que el uso abusivo de esta noción hace problemática su utilización en ciencias sociales por
su carácter poco riguroso. En este sentido propone la categoría de masacre como un
término mínimo de referencia, un mínimo denominador común, entendido como “forma de
acción, la más de las veces colectiva, de destrucción de no-combatientes”.
Delitos sexuales y genocidio
La discusión en torno al concepto de genocidio estuvo en los últimos años
atravesada también por las preocupación respecto de cómo considerar los
delitos sexuales. Proponemos un acercamiento a este tema y una sugerencia
bibliográfica.
Definir de forma general el delito de violación sexual como un crimen contra la humanidad
en el contexto del derecho internacional resulta dificultoso en la medida en que no existe
una única fuente de autoridad para realizar esta definición, ni en los instrumentos de
derechos humanos regionales ni los globales. Sin embargo, a partir de los genocidios
ocurridos en la ex Yugoslavia en 1993 y en Ruanda en 1994, algunos tribunales
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internacionales incorporaron en la legislación el reconocimiento de estos delitos como de
lesa humanidad, y por lo tanto, imprescriptibles.
Previamente, el delito de violación, dentro del derecho internacional humanitario, estaba
asociado al “honor” de la mujer y no a un acto de violencia. Así, por ejemplo, era tipificado
en la Convención de Ginebra de 1949, lo que implicaba que el acento se pusiera en la
protección de la mujer y no en la prohibición de la violación.
Sin embargo, en 1998, la Sala de Primera Instancia del Tribunal Penal Internacional para
Ruanda hizo un aporte fundamental para cambiar esa concepción. Sentenció a Jean-Paul
Akayesu -alcalde de una ciudad de Ruanda y responsable de matanzas masivas- como
responsable de genocidio y considerando a la violación como parte de ese delito. La sala
determinó que “La violación es una forma de agresión y los elementos centrales del delito
de violación no pueden ser tomados como una descripción mecánica de objetos y partes
del cuerpo (…), la violación es una invasión física de naturaleza sexual cometida contra una
persona en circunstancias coercitivas”. Esta fue la primera vez que en un tribunal penal
internacional formulaba una definición específica para tal delito en las circunstancias de un
genocidio.
Por otro lado, dos años después, el Estatuto de Roma señaló que entre los diferentes
crímenes de lesa humanidad había que incorporar a la «violación, esclavitud sexual,
prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada» (art. 7, inciso 1); los «ultrajes
contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes» (art. 8,
inciso c); y la «persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en
motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género» (art. 7,
inciso 1).
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el delito de violación es tipificado como genocidio? La
violación sexual considerada como genocidio ha surgido recientemente en el derecho
internacional. El genocidio es definido como una violación de derechos cometida contra
determinados grupos. ¿Es la definición de delito de violación, como atentado contra la
autonomía sexual de una persona, compatible con la definición de delito de violación
subsumido en la categoría de atentado contra un grupo, como el genocidio? Cuando el
delito de violación es subsumido dentro del de genocidio, que está concebido como un
crimen contra determinados grupos, su dinámica cambia. El delito de violación ya no es
simplemente un atentado contra una persona, sino que se convierte en parte de un
concepto desarrollado para proteger al grupo.
Es crucial, en este sentido, evaluar la compleja relación entre el delito de violación que
afecta a la persona y el delito de violación sexual como genocidio que es colocado dentro
de una dinámica grupal. Las recientes decisiones de la jurisprudencia internacional en
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relación a este delito han tenido importantes consecuencias en cómo se concibe y como se
ha tratado dentro del derecho internacional, intentando superar la perspectiva convencional
que consideraba al delito de violación exclusivamente como un atentado contra una
persona. Conceptualizar a este delito como una vulneración sexual de una mujer o un
crimen de guerra, o como un genocidio, tiene efectos importantes tanto en la forma en que
el delito es sufrido por sus víctimas, como en la forma en que sus autores son castigados.
Invitamos a leer el artículo de Daniela de Vito; Aisha Gill; Damien Short, “El delito de
violación tipificado como genocidio” donde se analizan esta y se recuperan las discusiones
que existen al respecto.
La sanción de los genocidios ¿evita la expansión de otros
exterminios masivos?
La sanción del delito de genocidio como una categoría jurídica del derecho internacional no
sirvió como herramienta para frenar los exterminios masivos de población. Por el contrario,
los genocidios se expandieron por los continentes. Y, como cada uno de ellos tenía sus
propias características ‒desde las poblaciones victimizadas hasta las formas de administrar
la muerte, pasando por los diversos grados de responsabilidad y planificación por parte de los
Estados nacionales‒, los debates en torno a la aplicabilidad de la categoría establecida por la
ONU alimentaron las divergencias y el desarrollo de nuevas definiciones.
Durante la segunda mitad del siglo XX tuvieron lugar otras matanzas masivas, denominadas
genocidios, en países como Ruanda, Darfur (Sudán), Camboya, Yugoslavia y Guatemala, entre
otros. Incluso, la tipificación de genocidio para los regímenes totalitarios como las dictaduras
militares en América Latina sigue siendo un tema de discusión.
Incluso, frente a la imposibilidad de tipificar cada uno de los casos suscitados como
genocidio, se constituyeron otras categorías que pudieran enmarcar conceptual y
jurídicamente los casos de violencia masiva cometida contra poblaciones civiles. El caso de la
noción de crímenes de lesa humanidad, por ejemplo, es ilustrativo. Esta categoría fue
estipulada por el Estatuto de Roma (1998) de la Corte Penal Internacional. Establece que son
delitos contra la humanidad ‒y por lo tanto imprescriptibles‒ los crímenes que se cometan
como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con
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conocimiento de dicho ataque como podrían ser: el exterminio o la deportación forzada, la
persecución por motivos políticos, sexuales, religiosos, étnicos y la desaparición forzada,
entre otros.
No obstante, aun así los crímenes masivos no se detuvieron. Por eso, en el año 2005, la
Organización de Naciones Unidas sancionó, durante su Cumbre Mundial, el establecimiento
del Consejo de Derechos Humanos, para promover y proteger las garantías fundamentales,
destacando que “los Estados [miembro] aceptan la responsabilidad colectiva de actuar de
manera puntual y decidida para proteger a los pueblos del genocidio, los crímenes de guerra,
las limpiezas étnicas y otros atropellos, cuando sus gobiernos sean incapaces de hacerlo”.
Asimismo, se los insta a colaborar a que otros Estados ejerzan esa responsabilidad. Incluso,
el documento de la Cumbre sostiene que “cuando sea evidente que un Estado no protege a su
población, (…) la comunidad internacional estará dispuesta a adoptar medidas colectivas de
manera oportuna y decisiva por medio del Consejo de Seguridad y de conformidad con la
carta de las Naciones Unidas”.
En síntesis, en esta clase repasamos la categoría de genocidio, su origen, su
desarrollo y su tránsito de lo jurídico a lo sociológico. Esta categoría, que salió a
la luz con la experiencia del Holocausto, habilitó la visibilización de otros
genocidios. Como veremos en la próxima clase, centrada en el Genocidio
Armenio, las denuncias sobre ese caso tuvieron mayor recepción luego de que el mundo
se sensibilizara por la suerte de las víctimas del nazismo.
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Actividades
Foro de intercambio
¿Qué, cómo y para qué?
Tal como planteamos en el desarrollo de la clase, la enseñanza de estos temas
nos enfrenta con situaciones complejas en términos de qué, cómo y para qué
enseñar en las escuelas este tipo de experiencias límites. Retomando estas
preguntas, los y las invitamos a compartir sus reflexiones en el foro a partir de las
siguientes preguntas:
-Desde el programa Educación y Memoria solemos decir que “no es lo mismo
enseñar el 25 de mayo que el Holocausto o la última dictadura” ¿Por qué no son lo
mismo? ¿Qué creen? ¿Cuáles son sus diferencias?
-¿Cómo enseñar el horror? ¿En qué pueden ayudar las categorías de “genocidio” y
“prácticas sociales genocidas”?
-Si ya han trabajado la enseñanza de estos temas en sus escuelas, los y las
invitamos a compartir aquí esas experiencias a fin de conocer cómo las han
abordado.
Esta actividad es obligatoria para aprobar el curso.
Bibliografía
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● Feierstein, D. (2008) El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia
argentina, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
● Sémelin, J. (2013) Purificar y destruir. Usos políticos de las masacres y genocidios, Buenos
Aires, UNSAM Edita.
● Schmucler, H. (2000) “Noticia del Genocidio”, en Pirilian H., Genocidio y transmisión, Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.
● Traverso, E. (2002) La violencia nazi. Una genealogía europea, Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.
Créditos
Programa Educación y Memoria (2020). Clase 1. La categoría de genocidio: del derecho
internacional al análisis histórico-social. Oferta académica. Holocausto y genocidios del siglo
XX: reflexiones para su enseñanza. Buenos Aires: Ministerio de Educación
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0
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