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Coronavirus, sedentarismo y biopolítica.

Las posibilidades de mundo después del


simulacro apocalíptico. II

Capitalismos, pandemias y crisis


El capitalismo como modo de producción histórico y culmine del proceso civilizatorio,
iniciado con las primeras sociedades humanas sedentarias, tiene una dimensión material
y otra subjetiva. La dimensión material está compuesta por todos aquellos elementos
que inciden de forma directa dentro del mundo: las relaciones sociales, el nivel de
productividad o fuerzas productivas, las formas de distribución de la riqueza, etc. La
dimensión subjetiva es la forma de cómo esta lógica construye y moldea nuestra
subjetividad, siendo la razón instrumental la que posibilita el acoplamiento psíquico a
todo este proceso. Las cosas se miran en función de su utilidad, por lo que pierden su
valor en la medida en que ya no responden a las necesidades de la acumulación de
capital. La cosificación del otro, visto como un mero objeto que puede ser desechable e
intercambiable, coloniza todos los aspectos de la vida. El amor, el erotismo, el trabajo,
la gestión de nuestro tiempo, todo se nutre de la lógica del intercambio y la
acumulación. Estos dos aspectos del capitalismo permean todas las estructuras y
relaciones que se configuran en su seno.

Una vez dicho esto, procederemos a analizar los elementos mencionados en la primera
parte de este artículo.

La urbe-ciudad y la atiborrada humanidad

En la sociedad capitalista, el proceso de aglutinación poblacional se lleva a cabo dentro


de la urbe-ciudad. Aquel cúmulo de rascacielos, pasos constantes y frenéticos, paisajes
grises, miradas furtivas y falsas sonrisas. Donde se vive la invertida vida y se nos
condena a la rutina. Donde todo está organizado en horarios, detallado en agendas y
calendarios; regulado por leyes y decretos; y vigilado y resguardado por pacos y
milicos. Es el espacio donde ocurre el encuentro más importante del capitalismo: el
intercambio.
Debido a que la urbe es el territorio donde existen más oportunidades para acumular y
ser parte del reparto, aunque ese reparto mucha de las veces consiste en simples
migajas, se constituye como el lugar más cotizado para habitar. Es el espacio donde se
llevan a cabo las grandes transacciones comerciales y lo acuerdos políticos más
significativos. Sin embargo, la urbe no existe por sí misma. Necesita de recursos
exógenos para poder funcionar. Y cada vez más los territorios son depredados para
hacer eco a esta necesidad. La urbe más atiborrada y la selva más destrozada. Las dos
caras del mismo movimiento. Sin embargo, la urbe-ciudad tiene un plus que le permite
aglutinar una mayor cantidad de personas que sus antecesoras: la biopolítica, sobre este
tema volveremos más adelante.
Se cree que en el año 1000 la población humana era aproximadamente de 255 millones
de habitantes hoy en día somos 7 billones aproximadamente. Es decir, en el transcurrir
de un milenio la población humana se multiplicó por 28. Todo esto cortesía de la
medicina.

Domesticación

La domesticación es un proceso mediante el cual la población de una especie, que puede


ser animal o vegetal, se adapta artificialmente a las necesidades de otra, lo que provoca
la modificación morfológica, genética y conductual de la especie domesticada. Este
proceso se lleva a cabo mediante la selección artificial de los individuos de la especie
domesticada que más se ajustan a las necesidades humanas. Las características
específicas de este proceso dependen de la función y relación que la especie
domesticada tiene con los humanxs. En los animales de convivencia como perros y
gatos, prevalecen características morfológicas ligadas a la ternura. Mientras que en
animales de consumo, como cerdos y aves, predominan características conductuales
ligadas a la docilidad. En todo caso, la domesticación al ser un proceso artificial, ligado
a la satisfacción de las necesidades de una de las especies, aunque a veces ese beneficio
puede ser mutuo (como en el caso de la relación entre humano-perrx), pone en
evidencia el origen de la razón instrumental, a través de la cosificación del otrx. El
animal deja de ser sagrado y se convierte en un bien que puede ser explotado en base a
las leyes del mercado. Pese a que la domesticación es un proceso que se consolida con
el advenimiento de las primeras sociedades sedentarias, en el capitalismo adquiere
dimensiones obscenas.

Millones de animales son asesinados día a día para saciar el deseo humanx de sangre y
cadáveres. Sangre que ya no se consigue con sacrificio y esfuerzo, sino tras la percha de
un supermercado. Según la FAO en el 2012 existían 1684 millones de cabeza de
ganado, 966 millones de cerdos y 24075 millones de aves de corral 1. Es decir, existen
más animales domésticos destinados al consumo humanos que humanos en el mundo.
La práctica de la crianza y matanza de animales a escala industrial, trae consigo otros
efectos igual de nocivos y despiadados. La deforestación de bosques primarios es uno
de los efectos de esta práctica industrial. Debido a que cada vez se hace más acuciante
producir comida para alimentar a los animales domésticos que comemos en nuestro día
a día, se deforestan grandes cantidades de tierra para sembrar soya y maíz. Esto se hace
a través de la tala, pero también mediante el incendio deliberado de bosque primario.
Por lo que existe una relación directa entre el aumento de la producción ganadera y la
proliferación de los últimos incendios en el Amazonas2, solo para poner como ejemplo
uno de los efectos no tan evidentes de la industria cárnica. Según datos otorgados por
Green Peace “el sector agrícola es responsable del 24 % de las emisiones de mundiales
de gases de efecto invernadero y el 14,5 % del total proceden de la ganadería (…) El 80
% de la deforestación mundial es resultado de la expansión agrícola, y la mayor parte se
destina ya a alimentar animales, en lugar de a personas.” 3 Por lo que la industrias
1
http://www.fao.org/ag/againfo/themes/es/meat/backgr_sources.html
2
https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-49448825
3
https://es.greenpeace.org/es/sala-de-prensa/comunicados/la-ganaderia-industrial-esta-destruyendo-el-
planeta/
ligadas a la domesticación, tanto de plantas como de animales, es una de las más
contaminantes del mundo.

Clases sociales y patriarcado


Pese a que estos dos elementos no tienen una incidencia directa dentro de la
proliferación de pandemias y enfermedades ligadas a virus y bacterias, sí configuran y
condicionan los efectos que las pandemias traen consigo en la sociedad. Aun cuando son
temas importantes que merecen análisis enteros y detallados, en este ensayo los
abordaremos de forma breve.
El coronavirus no afecta de la misma forma a la burguesía que al proletariado. Mientras
que la burguesía puede tener el privilegio de detener su tiempo productivo mientras ve
sus series favoritas en Netflix y comparte con su familia, el proletariado, que muchas de
las veces vive del día a día y es parte de la economía informal, no puede darse aquel
lujo. Un día estancado es posiblemente dos días sin alimentar a su familia. El primero
romantiza la cuarentena, el segundo la sufre día a día y es abatido por la policía. Esto es
palpable en el accionar que últimamente ha tenido la Policía y las Fuerzas Armadas,
donde en su afán de guardar la disciplina, han perpetuado tratos crueles e inhumanos
contra el proletariado y la población más empobrecida.

El patriarcado dentro de la cuarenta forzada se manifiesta en la división de roles dentro


del trabajo doméstico. Mientras el marido comenta fervientemente en las redes sociales
y lee las últimas noticias sobre el avance del coronavirus, la esposa está al cuidado de
sus hijos, haciendo el almuerzo y trapeando el piso. Por otro lado, muchas de mujeres,
debido a que carecen de autonomía económica, se ven forzadas a convivir con sus
agresores aumentando de esta forma los índices de violencia doméstica. Datos que no
constarán en las estadísticas, debido a que a toda la mirada está puesta en la crisis
sanitaria producto del coronavirus.

***
El capitalismo funciona en base a una lógica expansiva y depredadora. Debido a que es
un sistema que tiende a la sobreproducción, cada vez más necesita de consumidores-
ciudadanos, aquellos sujetos dóciles y democráticos dispuestos a gastar en todo lo que
ven a su paso, obviamente siempre y cuando tengan las condiciones materiales para
llevar a cabo ese despilfarro. Por otro lado, la expansión del mercado, que necesita de
materias primas y de consumidores para poder subsistir, trae consigo la progresiva
destrucción de la naturaleza y de formas de vida asociadas a ella, lo que provoca que lo
animales salvajes, que antaño gozaban de extensos territorios, se concentren en espacios
cada vez más reducidos. El hacinamiento, por ende, se presenta en tres facetas. En la
ciudad, donde la migración constante en búsqueda de supuestas oportunidades de
mejorar la calidad de vida, trae consigo el aumento de la densidad demográfica. En el
campo, que cada vez más se destina al monocultivo y a la ganadería, depredando
bosques primarios enteros para poder cumplir con este objetivo. Y en la naturaleza,
donde los animales, al contar con cada vez menos espacios y territorios, se ven
obligados a vivir cada vez más juntos y amontonados.
Estas condiciones antes descritas son perfectas para la proliferación de enfermedades
virales. Es por esta razón que las pandemias, al igual que las crisis, aparecen de forma
cíclica. Es un problema que se quiere ocultar y se presenta como novedad, al igual que
la insostenibilidad de la expansión del capital, pero que reaparece de forma periódica y
recurrente. Solo pensemos en los últimos 100 años. 1918 surge el primer brote de
H1N1, bautizado de forma histórica como “gripe española”, ya que España, debido a su
posición neutral durante la Primera Guerra Mundial, fue el único país que dio cobertura
y hablo sobre esta enfermedad. Los gobiernos de la época no aplicaron ninguna política
sanitaria para prevenir la proliferación de este virus. Se estima que murieron
aproximadamente 50 millones de personas en todo el mundo a causa de esta
enfermedad. En 1969 apareció la gripe de Hong Kong, cuyo nombre científico es
influenzavirus del tipo H2N3. Se estima que murieron aproximadamente 2 millones de
personas. En 1976 aparece el primer brote de ébola, en 1982 el VIH, en el 2003 el
SRAS un virus del tipo coronavirus, 2009 otra brote de H1N1, 2012 surge otro
coronavirus provocando la enfermedad que se denominó Síndrome respiratorio por
coronavirus de Oriente Medio. Y en el 2019-2020 aparece el covid-19. Cabe mencionar
que todas estas pandemias se dieron por zoonosis, es decir animales fueron los agentes
vectores que transmitieron el virus a los humanos. En el caso del covid-19, se cree que
la primera especie portadora fue un pangolín, que posteriormente transmitió el virus a
los murciélagos, los que su vez lo transmitieron a las serpientes. Se cavila que en
Wuhan se contagiaron las primeras personas en un mercado de animales silvestres. El
índice de mortalidad del coronavirus varía del 2 al 4 % de la población infectada,
aunque Italia ha llegado a tener una tasa de mortalidad del 7 %. No es un virus tan
mortal si se compara con sus antecesores. La gripe española tuvo una tasa de mortalidad
del 20 %, mientras que la tasa de mortalidad del ébola es del 50 % de la población
infectada. Pese a no ser un virus tan mortal, su nivel de virulencia es alto, es decir que
se contagia con facilidad. Esto ha provocado que todos los sistemas de salud pública en
el mundo se pongan en alerta y muchos de ellos han colapsado por el incremento
abrupto de nuevos casos.
Lo que esto evidencia es que la sociedad capitalista no solo es una fábrica de
mercancías, sino también de enfermedades. Estas, aunque pueden crearse por humanos
deliberadamente, encuentran su más grande laboratorio dentro de los estrechos
territorios en los que hemos sido condenados a habitar. Nuestra condena, sin embargo,
no la pagamos solos, sino que hemos obligado a las otras especies del planeta a ser parte
de esta distopía. Las enfermedades son parte del sistema, por lo que se manifiestan de
formas cíclicas y mucha de las veces previsibles.

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