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IDEAS CRUZADAS Charla entre un rengo y un puto

Pablo Daniel Tortoriello·lunes, 10 de julio de 2017


Nos conocimos en el 2016 y compartimos diversos espacios de discusión y formación en sexualidad
y diversidad funcional/discapacidad. En marzo de 2017, a propósito de la traducción de un texto de
Robert McRuer, comenzamos a tener un diálogo más continuado a través de Facebook. En ese
entonces, nos vimos en la necesidad de iniciar un ejercicio de escritura en el que nos podamos
encontrar casi semanalmente para plantearnos interrogantes y reflexiones desde un conocimiento
situado, local. Espejándonos en la discusión entre Judith Butler y Sunaura Taylor en el documental
Examined Life, quisimos interpelarnos desde nuestros lugares de activistas y teóricxs del género, la
sexualidad y la discapacidad, resultando en este juego de incomodidades: la charla entre un rengo y
un puto que, sin dejar de molestarse recíprocamente, imaginan una resistencia conjunta a los
sistemas que nos oprimen.
Beto: hola, Pablo, ¿cómo estás? Te cuento, lo que se me ocurre es que charlemos un poco sobre
varios temas, yo haré algunas preguntas a las que vos podés sumar las que quieras. Por empezar por
algún lado, a mí me gustaría preguntarte por las “etiquetas”. Viste que hay palabras con las que la
gente nos dice y palabras con las que nosotrxs nos decimos, nos referimos a nosotrxs mismxs a
través de distintos términos que no siempre elegimos, pero que en todo caso nos reapropiamos o
rechazamos de un modo o de otro. En mi caso, por ejemplo, yo no vengo del activismo de la
diversidad funcional o discapacidad (ese tipo de términos ciertamente en disputa). Vengo del
feminismo y de la disidencia sexual. Por tanto, yo me presento a lxs otrxs como puto, marica, gay,
ese tipo de términos que lxs otrxs me pusieron antes de que yo lo decidiera, y que en principio me
dolieron mucho porque, de hecho, funcionaban como insultos, pero que hoy asumo como
herramienta política para cuestionar/dinamitar la hegemonía heterosexual. Vos incluso hablás de tu
nombre como una “etiqueta” (Tortoriello, 2012a). En mi caso, yo soy Beto (apodo que recibí de
pequeño y que hoy es casi un nombre propio). Por otro lado, a propósito de la discapacidad, yo
tengo un temblor esencial que implica un movimiento involuntario en mis manos y que puede ser
discapacitante, pero en mi caso no lo es (del todo), de ahí a que si bien estoy mediada por un
diagnóstico médico, no soy un discapacitado legal (en mi niñez y adolescencia, la entrega de
certificados de discapacidad no era tan común tampoco). Es así que la etiqueta que utilizo cuando
hablo de esa diferencia corporal es “tembleque” (esto es muy nuevo, y debo admitir que aún me
cuesta un poco). ¿Y vos?, ¿cómo te llevás con tus etiquetas?, ¿con cuáles te presentás?, ¿cómo
lidiás con ellas?
Pablo: Hola Beto. Veo que estamos de acuerdo. Para mí el problema de las “etiquetas” no es
nuestro, es de los demás. A mí, me da lo mismo que me digan “discapacitado” o “diverso funcional”
o “rengo” (esa palabra me gusta mucho). Digo, en tanto y en cuanto, no me cambien la situación
político-social-cultural en la que estamos los rengos, las etiquetas me dan igual. En lo personal, creo
que, “diverso funcional” es un eufemismo. Yo entiendo la teoría y la discusión política, pero no la
comparto. Más que nada porque a mí y a nadie nos cambia la vida. Está bien como para abrir una
discusión, el tema es que las discusiones las tenemos entre nosotros y mientras tanto el modelo
médico asistencialista sigue en pie, lo más campante.
Yo me presento como “Pablo”, obviamente la parálisis cerebral se me nota mucho, entonces tengo
que aclarar, más que nada cuando estoy en una red social por ejemplo. Pero además soy muchas
otras cosas; bailarín, pintor, socialista, hincha de River, etc. Entre nosotros siempre nos llamamos
“rengos”, al menos los “motores”, o sea, los “discapacitados motores”... ¡y sigo poniendo etiquetas!
¡Y podemos seguir así horas y horas! Te hago una pregunta: ¿cómo debo pronunciar la x cuando
está ocupando el lugar de una vocal?
Beto: En principio, habría que decir que no es una respuesta tan fácil como podría creerse. Yo
utilizo la “x” precisamente para dar cuenta de que hay un problema, que es ético, al hablar de los
géneros de las personas. Muchas veces presuponemos la reivindicación genérica de quienes
tenemos enfrente y hablamos de ellxs en masculino o en femenino (o en masculino si es que hay por
lo menos alguien que presuponemos se habla a sí mismo en masculino en el grupo de personas con
las que estamos hablando) y tal presunción suele ser violenta para aquellxs que transgredemos las
normas heterosexuales. Para que quede más claro, no es raro que una de las formas de violentar a
través del lenguaje a las compañeras travestis tenga que ver con tratarlas en masculino,
desreconociendo su reivindicación genérica femenina. Esto es algo que hemos aprendido del
activismo trans principalmente. De hecho, Mauro Cabral (activista trans e intersex argentino) lo
dice mucho mejor que yo en un cuaderno de lecturas de feminismos trans que lleva por nombre
Construyéndonos. En su caso, a propósito del uso del asterisco (*) (aunque podríamos discutir las
potencias de uno u otro signo, la operación es similar), Cabral dice: “Recurrimos al asterisco como
un modo de dejar abierta, en suspenso, indeterminada, la asignación de género de esa persona o esas
personas a las que nombramos sin conocer. ¿Cómo saber quiénes son?” y continúa planteando el
uso de tal signo de escritura en términos de “una política y una poética del no saber” (Cabral
2011:7).
Hablando de mí mismo, de hecho, a veces me hablo en femenino y a veces en masculino y me gusta
intercalar ambos géneros, aunque eso pueda ser confuso para mucha gente. Después de todo, el
efecto de confusión tiene su potencia en tanto que interpela y pone en cuestión qué es lo claro, lo
certero, lo inteligible, lo que se puede saber de otrx.
Y me parece que esto nos vuelve a la pregunta inicial acerca de las “etiquetas”, pues sí, es cierto, es
un problema de lxs demás, pero también es nuestro en tanto que con los términos que elegimos para
nombrarnos interpelamos a lxs otrxs de un modo u otro. Es verdad, la disputa con el saber médico
asistencialista tiene sus complejidades y no se resuelve meramente a través de estas discusiones,
pero me gustaría volver a esto en una pregunta posterior. También me gustaría seguir ahondando en
términos como “bailarín”, “pintor” y “socialista” en tu presentación (por el término “hincha de
river” no creo que pueda preguntarte mucho jeje). Por lo pronto, quisiera detenerme un momento
más en la diferencia corporal que aparece en la palabra “rengo” (luego iremos a las otras), ¿qué
potencias ves en ese término más que en los otros?, ¿por qué decís que te gusta mucho?, ¿has tenido
alguna resistencia de parte de tus interlocutorxs cuando te presentás como “rengo”?
Pablo: En cuanto a tu respuesta, comparto el tema ideológico, sigo sin saber cómo se pronuncia ja
ja. A ver, si para ustedes es importante, está bien. Yo como no creo tanto en las etiquetas, es como
que me da igual. En cuanto a tus preguntas tanto la palabra “rengo”, “discapacitado” o “diverso
funcional” son claramente discriminatorias las tres. Pero cada cual elige cómo quiere ser
discriminado ja ja ja. La palabra “rengo” es históricamente argentina, es de acá. Nosotros la usamos
entre nosotros, como te conté antes. Por eso yo la uso. En cuanto a las otras etiquetas “bailarín”,
“pintor”, “socialista” (y tengo más) uno no es solamente una cosa, uno es muchas cosas. Uno es lo
que hace, lo que siente, lo que piensa. Yo soy bailarín por elección, pintor también por elección
(aunque recién estoy empezando) y socialista por convicción. Y soy hincha de River por culpa de
mi tío... qué se la va a hacer ja ja ja. Bailarín porque me hace bien bailar, porque me formé para eso
mucho tiempo y me sigo formando. Pintor soy porque un día me dije “¿y por qué no probar con
algo nuevo?” Además creo, las dos cosas sirven para visibilizar. A ver, digo, al rengo, siempre se lo
vio como el “pobrecito” que está en la casa mirando la tele, y no es así y hay que mostrarlo. Creo
que también por eso es que soy socialista o progresista o de izquierda (hablando de etiquetas). Digo,
siempre estuve del lado de los oprimidos por cuestiones obvias. Y mi familia es una familia muy
politizada, no siempre compartimos la misma ideología. Pero todos siempre estuvimos muy
formados con ideas claras, más allá de las diferencias.
Perdón, creo que me adelanté con algunas preguntas, pero bueno, volvamos a la palabra “rengo”.
Como te digo, yo la siento como propia, mucho más que las otras. Y sí, eso es también ideología,
que la palabra que nos constituya sea de acá. Ya sé que las ideologías se pueden transpolar de un
lugar a otro, pero no todas. No quiero volver a adelantarme pero por ejemplo, que nuestro colectivo,
cualquiera sea el nombre que queramos darle, esté pidiendo independencia económica, en un país
donde, por ejemplo, tenemos la Villa 31 o el Impenetrable, por poner ejemplos, me parece una falta
de respeto. Y vos me podes decir que no tiene nada que ver, y probablemente tengas razón, pero
además lo que yo creo es que acá tenemos que empezar pidiendo primero que cumplan la ley. Que
pongan rampas, que las obras sociales, por ejemplo, paguen al día y paguen todo lo que
necesitamos. Después sí podemos hablar de independencia económica. Y otra vez me fui por las
ramas, disculpame. Seguí vos…
Beto: Decis que “por razones obvias” estás del lado de lxs oprimidxs y no creo que sea tan obvio.
De hecho, en nuestro contexto local contamos con varixs representantes de la derecha que usan
sillas de ruedas para movilizarse (Gabriela Michetti y Jorge Triaca por ejemplo). Del colectivo
LGBT ciertamente podríamos decir lo mismo tranquilamente; de ahí que sea necesario muchas
veces pensar en políticas emancipatorias para todos los cuerpos y sus diversidades pero tomando
distancia de ciertos exponentes de nuestros colectivos de lucha, por más que compartan ciertas
experiencias corporales. En ese sentido, incluso, puede que el término “rengo” realice cierto ruido
en el lenguaje “políticamente correcto” y produzca algunas de esas distancias. No sé, así por lo
menos ocurre con términos como “puto”, “trava”, “torta”, etc. los cuales interpelan a veces de un
modo diferente a “gay” o “lesbianas”, por ejemplo. Pero bueno, sigo insistiendo con las etiquetas.
Por otro lado, parece importante lo que decís respecto de lo local de la etiqueta “rengo”; me resulta
interesante este tipo de críticas a las políticas específicamente locales a través de una crítica a la
idea de independencia económica. ¿Podrías ahondar un poco en ello?
Pablo: A ver, es que justamente yo no veo a Michetti o a Triaca como a pares. Ellos no son parte de
ningún colectivo, por más que estén en sillas de ruedas. Y lo mismo pasará con los demás
colectivos. Esto no es ni bueno, ni malo. Ellos, como cualquiera, pueden elegir pertenecer o no a
determinado grupo. Yo lo veo con Jorge Rivas, que es un poco “mi jefe político”, pero él no trabaja
de “rengo”, él hace política. Y además, a veces, se ocupa de algún tema puntual con referencia a los
rengos. Digo, yo tampoco trabajo de “rengo”, no sé si es la idea trabajar de “rengo” o trabajar de
“puto” o de “mapuche”... qué se yo, digo. Sí obviamente, uno es consciente de su “clase”. Con
respecto al tema de independencia económica, que es algo que viene dando vuelta por el mundo
hace 50 años, porque digo, por ejemplo, José Poblete y su gente pelearon por eso (Alonso y
Cuenya, 2015), a ver si pensamos que es un invento catalán. Lo que yo pienso de la independencia
económica es que si a mí, por ejemplo, me dan un trabajo, me dan una ciudad accesible, me ponen
todos los apoyos que necesito, la independencia viene sola. Y eso pasa, por ejemplo, en Barcelona,
y entonces ellos pueden plantear otras cosas. Porque ya no tienen que pelear por una rampa en la
esquina. Ya sé que también hay desigualdades, ¡pero no como acá! Digo, por ejemplo, volviendo a
Michetti: qué le importa la independencia económica, si ya la tiene... como tiene todo lo que le hace
falta.
Lo que trato de decir es que no es lo mismo un “rengo” de Puerto Madero, con toda la
independencia económica, que uno de cualquier barrio de clase media del país, o uno de cualquier
villa o del campo. El lugar y la clase también te condicionan. Por eso yo creo que debemos empezar
a pensar la cuestión desde acá, desde el sur del mundo, digo, ¡nosotros tenemos muchos más en
común con un brasilero, un chileno, un boliviano, que con un español o un alemán por más rengos
que sean! A ver, tampoco hay que desechar, pero hay que reformular la cuestión. Y esto pasa con
todo, digo, yo no me veo votando al socialismo europeo por ejemplo.
Beto: Tal vez no me expresé bien, no creo que sean pares; sin embargo, sí creo que hay un sistema
opresivo (ya sea capacitista o heterosexual) que recae sobre cuerpos con los que no coincidimos
políticamente, y eso nos obliga a pensar qué formas encontramos para diferenciarnos de ellos –si es
necesario hacerlo. No porque no lo tengamos claro entre nosotrxs, sino a la hora de pensar
interlocutorxs.
Probablemente esto tenga que ver más claramente con el colectivo LGTB (y hasta con el
feminismo) que con el de discapacidad/diversidad funcional, en tanto que hay muchas políticas que
se hacen en nombre de nuestros colectivos, pero que pensándolas en conjunto con una serie de
políticas neoliberales que perjudican a los sectores más vulnerables del colectivo no son más que
superficiales, un lavado de cara –hay quienes lo llaman “pinkwashing” (Ryan, 2012). Ejemplos hay
muchos, entre ellos se me ocurre traer a colación la designación de Mara Pérez Reynoso, dirigente
trans, en la Coordinación Nacional de Diversidad del Ministerio de Seguridad de la Nación. Esto
podría ser visto desde una mirada ingenua como un acto representativo de una política de inclusión
laboral a personas trans, las cuales, es sabido, son excluidas del mercado laboral o relegadas a una
única opción, la del trabajo sexual por lo general callejero –lo cual supone, en las condiciones
sociales y políticas actuales, una situación de vulnerabilidad mayor. Incluso podría suponerse que,
estando Pérez dentro del Ministerio, se establecerían políticas diferenciales que colaboren en el
ejercicio de los derechos de las personas trans. Nada más alejado de la realidad. La designación de
Pérez pareciera ser tan solo un lavado de cara de un ministerio (y de un gobierno) que insiste en
llevar adelante políticas represivas y persecutorias, particularmente a personas trans (esto es
evidente cuando se atiende a que uno de los principales cómplices y responsables de la violencia
hacia trabajadoras sexuales –entre ellas, a trans y travestis– es el aparato policial comandado por
dicho ministerio). Ahora bien, jamás dejaría de denunciar un acto de violencia transfóbica sobre
Pérez o sobre ninguna persona trans, aun cuando no acuerde con sus políticas, teniendo en cuenta
que es claro que existe un marco normativo que produce esa violencia y que es hegemónico. De allí
a que no me parezca tan simple la diferenciación con otrxs que, en el caso de la llamada “diversidad
sexual”, a menudo sí se consideran parte del mismo colectivo.
Por otro lado, no puedo estar más que de acuerdo con vos cuando planteás que no es lo mismo un
rengo de Puerto Madero que un rengo de una villa de emergencia. El cruce entre vectores de poder
es imprescindible para pensar la complejidad de la realidad y ciertamente se hace urgente un
pensamiento local sobre la cuestión. Me parece que esta charla precisamente se trata de un esfuerzo
de este tipo. A propósito de los sistemas de opresión que estamos pensando en conjunto, se me
ocurre que deberíamos pensar también en que no es lo mismo un rengo puto que un rengo
heterosexual, ¿no?
Pero cambiemos un poco el tema. Cuando hablamos de las etiquetas también hablaste de la danza.
En ese sentido, ¿tenés alguna reflexión sobre el movimiento? Digo, en el imaginario social se
supondría que un rengo no baila, que un rengo está, como dijiste antes, “en la casa mirando tele”.
La danza pareciera, de ese modo, un desafío a los movimientos que se esperan que tengan
determinados cuerpos, una instancia crítica de las normas que establecen qué movimientos son
legítimos y cuáles no. Y esto vuelve a cruzar las categorías de las que venimos hablando, pues de
hecho por momentos el género refiere a movimientos corporales que son leídos como
correspondientes a determinados cuerpos y no a otros: siendo alguien que ha sido socializado como
varón, se supone que no debiera moverme de manera afeminada como lo hago. Incluso en la danza
me sucede esto a mí: mis movimientos son leídos como demasiado femeninos para un “varón”
(categoría de la que reniego ciertamente). De hecho, a esto se refieren Judith Butler y Sunaura
Taylor (2009) en su diálogo, cuando plantean cómo las normas de género y capacidad establecen
qué gestos corporales pueden tener lugar y cuáles serán sancionados, incluso a través de la violencia
más extrema.
Por otro lado, no puedo dejar de pensar en los movimientos sexuales. ¿Cuáles son los movimientos
sexuales esperables, deseables y cuáles no?, ¿qué cuerpos pueden/deben realizar esos movimientos
sexuales y cuáles no?, ¿cómo se insiste en que realicemos determinados movimientos a la hora de
pensar nuestros actos sexuales y cuáles prácticas quedan por fuera de un marco normativo tan
restrictivo? Son preguntas tiradas al aire, pero me parece que nos pueden ayudar a pensar
danza/sexo/movimiento al mismo tiempo y las normas que se siguen o trasgreden a través de
distintas prácticas. Seguí vos…
Pablo: Bueno, sigo yo. Y voy a empezar por el final. Se supone que alguien como yo no debería
coger, por cómo me muevo, etc. Ahora bien, los movimientos involuntarios de mi mano izquierda,
por ejemplo, han provocado mucho placer. Entonces, ¿quién dice qué movimientos sirven y cuáles
no para el sexo? ¿O para la danza? Yo tengo un texto en el cual hablo de mi “hipertonía”
(Tortoriello, 2015) y lo que digo básicamente es que hay tres cosas o cuatro, si contamos el alcohol,
que me bajan el tono: la fiebre alta, la danza y el sexo. Yo desconozco la explicación científica de
por qué la danza baja el tono, pero lo hace. Comencé a hacer danza casi por casualidad, pero me di
cuenta que me hacía bien, y además tuve la suerte de encontrar gente a la que no le importa tanto la
“calidad” del movimiento, si no el movimiento en sí. ¿Quién dijo que vos te movés muy
afeminado? ¿Qué es “muy afeminado”? ¿En relación a quién? ¿Quién pone los parámetros? Sí, ya
sé, el poder, el modelo. Pero justamente el arte debería ser una herramienta contra el poder. Y el
sexo también, digo, ¿hay algo más liberador que el sexo? Entonces deberíamos pensar cómo usar
estas dos herramientas (sexo y arte) para, partiendo de ellas, lograr un cambio cultural. Yo creo que
este tipo de conversaciones son un buen punto de partida. Me voy a ir un poco por las ramas... te
aviso ja ja ja. Digo, ¿cuántas películas porno viste en las que participa un rengo? Hay un par, pero
no muchas. Entonces ¿dónde están los “devotee”? Digo, a ninguna de mis parejas les gustaban los
rengos en general, les gustaba yo. Todas las Asistentes Sexuales que conozco, por fuera de su
trabajo, no buscan parejas con discapacidad. Hay algunas categorías sexuales que para mí son más
de laboratorio que otra cosa. Ni hablar de los “wannabes” que para mí están rayando la locura. Pero
volviendo a tu ejemplo de Pérez Reynoso, o al anterior de Michetti, claro que aunque ellas u otros
no coinciden ideológicamente con nosotros, hay que defenderlos ante cualquier ataque, porque a
pesar de ellos, forman parte de grupos vulnerables y vulnerados. Digo, hay más ejemplos, uno muy
claro es Margarita Barrientos, que claramente es de derecha y si nosotros la vemos desde nuestra
lógica no debería serlo, pero lo es. Y el problema no es Margarita, o Gabriela o Mara, el problema
es la derecha. El problema es el modelo. En mi caso el modelo médico-asistencialista. En todos los
casos el modelo falocéntrico o heteropatriarcal o como quieras llamarlo, eso es lo que hay que
cambiar.
En cuanto a que no es lo mismo un rengo puto que un rengo heterosexual, estoy completamente de
acuerdo. Tampoco es lo mismo un rengo varón que una mujer. Te doy un ejemplo: los que demandn
asistencia sexual son varones heteros y homosexuales, no mujeres. Ahí también hay algo para
trabajar, no sé si en esta conversación o en otra.
Sigo teniendo un problema con la “x”, no sé cómo pronunciarla ja ja ja…
Beto: Antes que nada, debo aclarar que no me incomoda ser “demasiado afeminado” (debo confesar
que antes lo hacía, antes de poder ser crítico con las normas que establecían los parámetros de
feminidad y masculinidad y la continuidad de un género con sus gestos corporales
correspondientes), me encanta ser considerado afeminado; lo que quería señalar es que, habiendo
normas que establecen qué movimientos corporales son reconocidos como correctos, verdaderos,
reales, su transgresión no es gratuita: suele ser sancionada socialmente, sanciones que van desde la
burla hasta la violencia más extrema. De allí que debiéramos pensar en esto que me invitás vos a
cambiar, y que vos llamás modelo. En la militancia feminista y lgtb solemos usar otros términos
más que “modelo”; más bien sistema, matriz, régimen, tal vez deberíamos pensar en qué se
diferencia un término del otro; será en otra oportunidad. Por otro lado, se me ocurre que tal vez sea
interesante pensar no en “quién” decide los parámetros en que se leen los movimientos en relación a
las normas (como si hubiera un sujeto detrás de esa acción, un poder al que deberíamos oponernos),
sino en que esa decisión parece remitirse a un tiempo que ya no existe. Me explico mejor: pareciera
que nadie decidió cuáles serán los gestos corporales que corresponden a una masculinidad o a una
feminidad, ni tampoco que necesariamente esas masculinidades o feminidades habiten cuerpos de
varones, mujeres u otrxs; pareciera no haber unx autorx de esas reglas, y que simplemente se citan
normas que no sabemos cuándo comenzaron, que han perdido su historicidad y que por tanto se
leen como naturales (Butler, 2007). Asimismo, podríamos pensar en técnicas de movimiento que se
consideran naturales: caminar con las dos piernas, una tras la otra doblando las rodillas, apoyando
los pies; coger a través de la penetración de un orificio corporal (ano o vagina; boca); hablar con la
boca, lengua, cuerdas vocales, dientes, etc. De hecho, la danza parece ayudarnos a desnaturalizar
ciertos movimientos y habitar otras situaciones corporales que no sabíamos qué podíamos habitar,
¿no te parece? (alguna vez hice un poco de danza contemporánea, no lo había dicho, estaba
pensando volver prontamente). De este modo, pareciera interesante pensar el poder no como
alguien a quien oponernos, sino en términos de relación (estoy pensando claramente en un enfoque
foucaultiano), una resistencia a las normas a través también de un ejercicio del poder que las
mismas normas que nos sujetan (que nos hacen sujetos) nos habilitan.
Por otra parte, me interesa seguir pensando en el sexo y el arte como lugares posibles de resistencia.
Tal vez insistiría en que pueden serlo, y no que lo son en sí mismos. Son lugares de disputa. Tanto el
sexo como el arte pueden ser funcionales a los sistemas de opresión, a la derecha, a la
heterosexualidad obligatoria o al modelo médico asistencialista. En el caso del arte, no puedo dejar
de pensar en la cantidad de artistas misóginos, heterosexistas y capacitistas que tenemos en nuestro
contexto local y que se valen de ese arte para reforzar las normas vigentes del cuerpo; ni hablar del
arte presuntamente despolitizado que busca inmovilizar las luchas colectivas. En el caso del sexo,
no debiéramos perder de vista que en el capitalismo global se insiste en el placer sexual como un
instrumento y un fin de consumo –ciertamente un consumo solo para algunos cuerpos, y en
determinados contextos espacio-temporales y afectivos (Ahmed, 2015).
Por otro lado, creo que ambxs tenemos la esperanza en que pueden no ser funcionales y de hecho se
hacen lugares urgentes de disputa para cualquier tipo de resistencia al poder, de modo que llegamos
a decir que cualquier cambio político no se sostiene si no hay un cambio cultural (que también es
estético) y en las formas en que los cuerpos se vinculan (que también es sexual) (Frente de
Liberación Homosexual, 1974).
Incluso deberíamos decir que lo que se considere sexo o arte también es disputable; tal vez esto sea
más claro en el caso del arte: ¿quiénes hacen arte?, ¿quiénes, artesanía? (Escobar, 2013), ¿qué
espacios específicos (como el museo) son los apropiados para que determinadas expresiones
estéticas sean consideradas arte?, ¿quiénes acceden a esos espacios? Y la pregunta por el acceso nos
lleva al sexo: ¿quiénes pueden coger? (pienso aquí en todas las barreras de acceso simbólicas y
materiales/tecnológicas de las rengas de las que hablabas, por poner un ejemplo que ya salió;
ciertamente hay muchos más), ¿quiénes son lxs incogibles?, ¿qué lxs hace incogibles?, ¿qué formas
de coger, de mover el cuerpo en el sexo son las válidas, deseables? Todas estas preguntas son de
hecho políticas. En ese sentido, creo que coincidimos en que pensar en el sexo y en el arte como
apuesta tiene que ver precisamente con entender esas dos instancias corporales como
eminentemente disputas de poder.
Bueno, se me hizo largo. Un paréntesis: me gusta que todavía no sepas como se pronuncia la x; tal
vez podríamos pensar en esta imposibilidad de saber como un esfuerzo de desnaturalizar las normas
de género que articulan el lenguaje. Seguí vos, ¿me decías que tenías algunas preguntas?
Pablo: Es como que me la complicaste un poquito, pero voy a tratar de salir con dignidad. En
principio, yo hablo desde mi experiencia. Yo tengo cuatro trincheras: mi cama, el escenario, el
pincel y la palabra. Y yo desde esos lugares resisto, o intento resistir. Obvio que el cambio es
cultural, estamos de acuerdo en eso. Y ahí está también la “x”. Que, aunque a mí me cueste
pronunciarla, entiendo la idea. Claro que hay artistas de derecha. El problema es que casi nunca lo
dicen. Yo creo que si vos buscás, sobre todo en la pintura y en la escultura, vas a ver los cambios de
modelos corporales que fueron apareciendo en cada momento. Digo, “La Maja” de Goya hoy sería
una “gordita”, y en ese momento estaba bárbara, a menos para Goya. Por poner otro ejemplo, “La
Venus de Milo” tampoco se corresponde a los parámetros de hoy, ni con los de Goya. Yo creo que sí
podemos saber cuándo cambiaron los estereotipos, cambiaron con el capitalismo claramente. Y
muchas veces el arte colaboró con esos cambios. También por una cuestión económica del artista, si
no vendía no comía. Eso no cambió. Pero hay límites, por ejemplo, y vuelvo a Goya. Él trabajaba
para la nobleza, pero pintaba las matanzas que también provocaba la nobleza. Vamos al sexo, que es
lo más interesante ja ja. Y digo, por ejemplo, San Martín se casó con una piba de 15 años y no por
eso fue considerado pedófilo. Es más, estaba bien visto, era culturalmente aceptado. Pienso en
Platón y sus discípulos, claramente no había un modelo heteropatriarcal. En todo caso caso había un
modelo falocéntrico…. no sé qué es peor. Eso tampoco cambió tanto. Yo creo que estamos en un
momento histórico en el que los cuestionamientos deben partir desde las diferentes minorías. O sea
desde la diferencia y divergencia. Como siempre que hubo cambio, lo llevaron a cabo los que
estaban afuera, los que eran “incómodos”. Y ahora paso a las preguntas, que más que preguntas, son
comentarios sobre el feminismo: yo siempre hago una crítica al trotskismo o a los lacanianos. Se
pelean entre ellos por cosas muy superfluas. Por ejemplo una palabra que alguien dijo y lo toman de
manera diferente y se matan por eso. La pregunta es: ¿no está pasando lo mismo con el feminismo?
Tenemos por un lado a las abolicionistas y por otro lado a las putas feministas. Claramente se odian.
Por otro lado tenemos a un grupo importante para el cual el feminismo está conformado por
mujeres, gays, lesbianas y trans y mi pregunta sería ¿no puede haber varones heterosexuales
feministas?... te la dejo picando... ja ja
Beto: Me gusta esto que decís de lxs incómodxs. De hecho, para algunas teóricas –pienso
particularmente en Sara Ahmed– la incomodidad es un lugar afectivo desde donde se puede poner
en cuestión las normas que habitamos, es decir, el inicio promisorio de una resistencia y de una
transformación del estado de cosas: No nos sentimos cómodas en un mundo así y eso nos vuelve
incómodas para otrxs. En efecto, podríamos considerar la incomodidad y el feminismo juntos, al
punto de decir que el hacernos cargo de la incomodidad que supone un sistema que jerarquiza los
cuerpos por su sexo, género y sexualidad; que produce y distribuye de manera desigual privilegios y
violencias a partir de esta articulación normativa que algunxs llamamos matriz heterosexual, nos
lleva a producir herramientas analíticas específicas y a confeccionar estrategias políticas que
destruyan el sistema opresivo y haga la vida más habitable para todxs. Ahora bien, cuando
hablamos de ese “todxs” (soy mala poniendo tantas equis, lo sé, pero no me importa jaja), debemos
decir que precisamente porque hay jerarquías corporales es que estamos incómodas, de ahí a que si
bien el feminismo es un movimiento teórico y político en el que podemos estar muchxs, no
estaremos del mismo modo. Me parece que ése sería el caso de los varones heterosexuales, los
cuales pueden asumir un posicionamiento político feminista, pero esto les implicará cambios más
radicales en sus formas de habitar el mundo, en tanto ellos son los que más privilegios asumen
dentro de la matriz heterosexual que queremos poner en jaque. Muchas veces me pregunto, de
hecho, si es necesario que reivindiquen su heterosexualidad; entiendo que sea un modo de señalar
sus privilegios para empezar a deconstruirlos, pero a veces también funciona simplemente para
reforzarlos y decir: “yo soy hetero, ¿qué hago?”, algo así como “tengo privilegios de los que no
pienso renunciar, ¿cómo hago para ayudarlas, chicas?”. Perdón si me pongo suspicaz en esto, pero
ya vengo transitando hace tiempo el feminismo y no puedo dejar de desconfiar de algunas posturas.
Por otro lado, habría que agregar una perspectiva a la hora de pensar el varón heterosexual, esto es,
lo “cis” definido como el privilegio de aquellxs que no han hecho ninguna transición del género
asignado al nacer (Bauer, 2014); en definitiva, los varones que no son trans. En otras palabras, no es
lo mismo un varón cis que un varón trans a la hora de pensar el lugar de los varones dentro del
feminismo. Por eso algunas cuando pensamos en estas preguntas críticas, solemos plantear el
cuestionamiento del lugar no solo de los varones heterosexuales así sin más, sino de los varones cis
heterosexuales.
Y este es solo un ejemplo de cómo las palabras y sus usos variados pueden esclarecer las demandas
específicas de determinados colectivos. De ahí a que es importante que estén en permanente
disputa, lo cual además da vida al movimiento. Otra cuestión es que todas las categorías estén en el
mismo nivel de discusión, lo cual habrá que evaluar cada vez. En el caso de abolicionistas y
aquellxs que exigimos el reconocimiento del trabajo sexual no se trata solo de palabras, sino de
políticas públicas que terminan produciendo violencia sobre el cuerpo de aquellas a las que
supuestamente se quiere “rescatar” o hacer la vida más vivible. Creo que ése es uno de los puntos
nodales de la controversia; que eso resulte en odio entre feministas, no considero que siempre sea
así; aunque muchas veces se radicalice la división, en otras nos encontramos en las calles y en los
espacios feministas estableciendo articulaciones que nos hacen reconocernos “compañeras”. En
otras nos desreconocemos y creo que eso también es parte de la dinámica de un movimiento que en
algún sentido nos obliga a preguntarnos qué feminismo queremos construir, pues no hay un solo
feminismo.
A propósito del feminismo que queremos construir y tu pregunta acerca de a quiénes incluye, lo que
me preocupa muchas veces, de hecho, no son tanto los varones cis heterosexuales, sino más bien,
cómo opera el vector capacidad/discapacidad a la hora de pensar en los cuerpos sexo-generizados.
El desafío, de hecho, tendrá que ver, en ese sentido, en pensar e imaginar un feminismo rengo. Ya
hay escritos y posicionamientos sobre esto; no estamos inventando nada. Simplemente se me ocurre
que debemos seguir instando a estos cruces de manera más sostenida al punto de que sea inevitable
pensarlos por separado.
Permitime que me vaya por otro lado, aunque sigue con la idea de los cruces. Vos tenés un texto que
se llama “De vez en cuando la parca…” (Tortoriello, 2012b) que me llamó la atención precisamente
porque te hablás desde el lugar de sobreviviente, que has visto muchxs amigxs morir y que esto
tiene que ver, y te cito con que “lo que pasa cuando hay muchos discapacitados juntos es que hay
muchas más posibilidades de que alguno quede en el camino”. Me pareció muy fuerte y muy
interesante a la vez, particularmente porque para trans y travestis el promedio de vida es 35
(algunxs dicen 40) años y esto supone que quienes conformamos comunidades con ellxs muchas
veces nos enfrentemos a la muerte (lo mismo sucedió en otro momento con la epidemia del sida).
Lo mismo podríamos decir de la avanzada de violencia patriarcal y heterosexista; sobrevivimos.
¿Encontrás alguna potencia en el hecho de que nos reconozcamos sobrevivientes?, ¿quisieras decir
alguna palabra más sobre ese contacto con la muerte? (al final de tu texto, pedís perdón por ponerte
bajón, supongo que ahora me toca pedirte perdón a mí por traértelo a colación).
Pablo: Yo tengo dos o tres características cuando escribo. Una es la velocidad, voy pensando
mientras escribo. La segunda es que escribo para molestar, siempre, si no ¿cuál es la gracia? Y la
otra es el humor o el sarcasmo. Obviamente cuando hablé de abolicionistas y putas feministas
estaba exagerando. Está claro que en ese ejemplo no son sólo palabras las que diferencian. Digo, y
para molestar, los varones cis heterosexuales también pueden colaborar con la causa. Como también
una persona “normal” puede colaborar con la causa de los rengos. Habría que ver cuál es la causa
de los rengos, porque ese es otro punto importante: ¿cuál es nuestra causa? Yo planteo, en uno de
mis textos, que yo no tengo nada que ver con un psicótico, eso puede parecer horrible, pero es así.
Esto también es para molestar, pero… la idea es molestar ja ja ja.
Yo creo que el feminismo se está perdiendo, a lo mejor, colaboradores. En cuanto a los privilegios
del varón cis heterosexual, yo creo que también los varones gay tienen algunos privilegios con
respecto a las travestis y trans. Como ves, hoy estoy muy molesto ja ja. Hablemos de muerte y
supervivencia. Claramente yo soy un sobreviviente. Yo vi morir a pibes de 14 años por ejemplo.
Pero también, como digo en el texto, estaba en un lugar donde había una población “vulnerable”
digamos. Tampoco éramos todos. El promedio de vida de un rengo depende, además, de muchas
cosas. De su “patología”, no es lo mismo tener distrofia muscular con un promedio de vida muy
bajo (al menos hace treinta años... y no cambió tanto) que tener parálisis cerebral, con un promedio
de vida mucho más alto. De todas maneras somos sobrevivientes claramente. Y a eso también hay
que buscar la manera de utilizarlo como herramienta política. Somos los que quedamos para contar
lo que pasa y para explicarlo en nombre de los que quedaron en el camino... y me puse serio. Me
gustó la idea de “feminismo rengo” aunque no hayamos inventado nada.
No me molesta para nada hablar de la muerte. La muerte es algo natural, y más para nosotros y esto
no es para joder.
Beto: Ciertamente los varones cis heterosexuales pueden y deben colaborar en la destrucción del
patriarcado y de la matriz heterosexual; de hecho, habría que insistir: el feminismo no es (o no
debiera ser) una política de identidad, es decir, no puede basarse en una identidad estable desde la
que partir, sino que la identidad del sujeto del feminismo debe estar siempre en cuestionamiento. De
otro modo, afirmaríamos identidades estables y sostendríamos de manera acrítica sus exclusiones
constitutivas (Butler, 2007). Sin embargo, el hecho de que no sea una política de identidad no
implica que todxs lxs que nos encontremos en la lucha feminista lo hagamos en igualdad de
condiciones y, en ese sentido, cada posición identitaria deberá hacerse cargo de sus privilegios y
cuestionarse qué hacer con ellos; los varones cis heterosexuales más que ninguna posición
identitaria, pues son los más privilegiados. Ciertamente hay distintos feminismos con distintas
posturas acerca de este tema; me estoy refiriendo al feminismo que a mí particularmente me
interesa construir con otrxs.
Por otro lado, tenés razón cuando hablás de los privilegios sobre las identidades trans, de ahí
precisamente la necesidad que te invitaba a pensar acerca de lo cis; es a eso mismo que me estaba
refiriendo. Ahora bien, habría que decir que hablás de “varones gays” y muchxs de nosotrxs ya no
nos consideramos “varones”; algunxs asumimos la postura política de renegar de la categoría
“varón”, sabiendo que categorías como “varón” y “mujer” funcionan solo dentro de una lógica que
es heterosexual y de la que queremos fugar –esto lo aprendimos de las lesbofeministas del 80,
particularmente de la propuesta de Monique Wittig (2006).
Ahora bien, me quedo pensando en dos cuestiones de tu intervención. Por un lado, esto que decís de
lxs psicóticxs y por otro, el ejercicio de molestar a través de la escritura. A propósito de lxs
psicóticos, más allá de lo provocador –que ciertamente lo es– me parece importante que niegues la
idea de una experiencia común: no es todo lo mismo. Esto nos obliga a tener una mirada más
compleja sobre los modos en que el saber médico y psi, a través de los diagnósticos, y el Estado, a
través por ejemplo de los certificados de discapacidad (podríamos mencionar aquí también la quita
reciente de pensiones por discapacidad), producen un colectivo que no necesariamente comparte la
misma experiencia. Creo que esta negación no obtura la alianza sino que la pone en un desafío que
es mayor pero que también es más justo con las diferencias que en definitiva estamos reivindicando.
Acá se hará interesante un ejercicio de traducción sabiendo que la experiencia de otrx no nos es, ni
lo será, ni tiene por qué ser, transparente. Será un esfuerzo permanente de articular una alianza que
supera la necesidad de una experiencia común o identidad (y aquí volvemos a la idea de un
feminismo que no tome forma de política de identidad).
Por otro lado, me gustó mucho esta caracterización de tu escritura que hacés. ¿Qué lugar ocupa la
escritura en tu vida, en tu forma de hacer política, en tu modo de vincularte con el mundo? No
puedo dejar de pensar en que el ejercicio de molestar (otro modo de decir incomodar, como ya
veníamos hablando) es una acción política: es interpelar a otrx a través de la palabra y sacarlx de su
lugar de confort, poniendo en cuestión un sentido común. ¿Cómo ves esto? Por otro lado, todxs
usamos distintas tecnologías para escribir. Por mi temblor esencial no puedo seguir la velocidad de
un dictado estándar a través de la escritura manuscrita; sí a través del uso de un teclado, de allí que
me he acostumbrado a escribir en la computadora más que en papel. ¿Tenés alguna reflexión acerca
del ejercicio de escritura y el uso de la tecnología?
Pablo: ¿Por dónde empezar? Para mí está claro que formamos parte de movimientos políticos, que
justamente por tratarse de movimientos, son heterogéneos. A mí me gustan los movimientos pero
hay que hacer un trabajo para poder ponernos de acuerdo entre tanta heterogeneidad. Te hablo de mi
colectivo que no sé bien cuál es aún, creo que sí sé, pero hay muchos que no. Yo pongo ejemplos,
aunque parezca jodido, los Down, o mejor dicho los padres han formado su propia “secta”, y eso es
así. Obviamente hay que trabajar para poder entrarle por algún lado a esa gente (es una metáfora ja
ja ja). Pero claramente formamos parte del mismo movimiento, aún, a pesar nuestro y a pesar de sus
padres. Pero como vos decís, no todo es igual, porque además las peleas son distintas también.
Digo, un Down no necesita una rampa, yo no necesito un semáforo especial, estoy poniendo
ejemplos muy básicos, hay cosas más profundas, pero para que se entienda. Al mismo tiempo, todos
necesitaríamos, por ejemplo, una pensión o algún tipo de ayuda del Estado, todos, incluso Michetti
sería una forma de recordarle quién es… estoy exagerando de nuevo, aunque me parecería
interesante. Pasando a lo de la escritura y a incomodar, creo que incomodar es lo mío y para esto
conté con la colaboración de mi familia y de mis amigos. Yo siempre estuve donde no debía. Para
empezar en la calle paseando, esto hace 40 años en una ciudad como la mía, donde no era nada
común ver una silla de ruedas. En el cine, en el teatro de donde muchas veces me quisieron sacar
porque molestaba. Lee “El acomodador” (Tortoriello, 2012c), un texto mío, en el que hablo de este
tema. En la facultad mientras pude resistir. En cuanto a la escritura, sí, básicamente lo hago para
molestar, mejor dicho, para poner en cuestión. Sobre el uso de la tecnología, para mí es imposible
escribir manuscrita. Yo aprendí a escribir de grande con la computadora. Por eso tengo errores de
ortografía, acá no porque estoy dictando. Puedo escribir cosas cortas en la computadora, por una
cuestión de tiempo cuando tengo que escribir algo más largo lo dicto a mi Acompañante
Terapéutica, pero la tecnología es fundamental para relacionarme con el mundo. Yo además de
hacer política con la computadora encontré pareja por ejemplo. Para mí, para la mayoría, o sea para
los que pueden, la tecnología es necesaria, imprescindible, tampoco está al alcance de todos... ésta
sería otra pelea claramente con otro gobierno.
Beto: Estoy un poco trabado, pero intentaré articular algunas reflexiones. Me parece muy
interesante esto que planteás de estar en el lugar donde no debías. Hacés evidente, de ese modo, que
hay normas que establecen dónde deben estar los cuerpos y cómo. Podríamos leer, en ese sentido, tu
acción de estar allí como un acto político que pone en cuestión tales normas (Butler y Taylor, 2009).
Debiéramos pensar este mismo acto político al lado de tantos otros donde cuerpos que parecieran no
deber participar de determinado espacio, en particular de lo que se delimita como espacio público,
lo hacen resistiendo contra esas normativas. Pienso en movilizaciones de jóvenes perseguidxs por la
policía como es acá en córdoba la “Marcha de la gorra”, acciones públicas de trabajadoras sexuales
en plazas contradiciendo los códigos contravencionales, o incluso las intervenciones de lesbianas
con el torso desnudo en las marchas feministas y de la diversidad sexual. Habría que seguir
reflexionando sobre este acto que, con una intención explícita, política, de incomodar al otrx, se
articula a través de la permanencia corporal, y a un modo específico de ella, en un espacio al que
unx supuestamente no corresponde. Butler habla mucho de esto en su texto sobre los cuerpos en
alianza y las políticas contemporáneas de la calle (Butler, 2017); creo que este texto puede seguir
dándonos ideas para atender a estos modos específicos de agenciamiento.
Por otro lado, leí “El acomodador”. En él fantaseás con ver en el infierno al acomodador del cine
que te increpaba por tu silla de ruedas, la cual de hecho tampoco era para nada molesta. Lo que más
me gustó del texto, además de la clara intención de poner en cuestión esto de lo que venimos
hablando, es el hecho de que no ocultes tu bronca ante la situación. Utilizás una imagen cristiana
como el infierno para vehiculizar un odio que no es cristiano y que, incluso en los ámbitos más
laicos, es muy pregnante. Discursos de amor, de concordia, que sin decir “amor al prójimo” se
acercan bastante a una retórica cristiana. El hecho de que haya odio, deseo de venganza, esa
insistencia en querer joder al acomodador, me parece muy potente políticamente y contradice
mucho de lo que aprendimos a sentir para ser “ciudadanxs decentes” (Queers anónimos, 2009). En
algún sentido me hace pensar en cómo se nos educa sentimentalmente para no ofrecer resistencia y
estos actos subversivos pequeños pueden mover esa educación hacia lugares realmente críticos.
Por último, quería retomar esto que decís acerca de cómo la tecnología, parte fundamental de los
modos en que nos vinculamos con el mundo –de hecho, yo la pienso ontológicamente inextricable
al cuerpo en una lógica cyborg (Haraway, 1991)– , no está al alcance de todxs. De hecho, no puedo
dejar de pensar en la quita de pensiones por invalidez (sé que no es correcto el término, pero es el
que utiliza la ley para este caso). Más allá de los problemas en cómo está conceptualizada la
pensión, parece pertinente recordar que muchas veces las diferencias corporales producen un gasto
extra para quien vive con una discapacidad (esta idea se la debo a Martín Passini), de manera tal
que no solo se trata de que “no es lo mismo un rengo pobre que uno rico”, sino que la renguera
misma tiene un efecto directo sobre las condiciones materiales de existencia. De hecho, pienso que
este es un modo bastante perverso de la sociedad capitalista para generar toda una industria de la
discapacidad (de la que participa claramente el saber médico) y compensar la dificultad de muchos
sujetos con discapacidad para entrar en la lógica de producción capitalista. En efecto, podríamos
pensar en las barreras de acceso al empleo para personas con diversidad funcional, cualquiera que
sea ella, al mismo tiempo que de personas que transgreden las normas de género, como hombres y
mujeres trans y travestis. Esto sugiere que la heterosexualidad y el capacitismo contemporáneos no
pueden entenderse sin atender a sus consecuencias materiales dentro de un sistema capitalista que
las articula de un modo específico.
Pablo: Menos mal que me dijiste que estabas trabado ja ja ja. Bueno, a ver, en principio lo de “El
acomodador” que justamente estaba para eso, para “acomodar”, claramente ni olvido, ni perdón. Ni
para él, ni para los médicos que hicieron negocio con nuestros cuerpos, ni para los gobiernos que
nunca nos tuvieron en cuenta (algunos menos que otros) Yo creo que éste es el peor, peor incluso
que el de los ´90. Claro que no cuento a las dictaduras que nos mataban. Vuelvo a nombrar a José
Poblete, pero hay muchos más en mi colectivo y en el tuyo. Digo, siempre hubo gente “fuera de
lugar”. Debo hacer una autocrítica a mi colectivo: no es para nada fácil movilizarlo y no es una
metáfora ja ja ja. Somos muy pocos, aún los que estamos intentado hacer algo, el resto está, por
miedo o comodidad, en su casa. Y los que estamos haciendo algo, estamos muy dispersos. Creo que
tu colectivo lleva más tiempo en la calle trabajando. Estamos cerrando esta conversación y debo
decir que es ahora, que no podemos seguir metidos en casa. Que debemos aprender de ustedes y de
otros colectivos, como los pueblos originarios que llevan siglos de lucha. Debemos aprender de
ustedes, como ustedes pueden aprender algunas cosas de nosotros. Debemos aprender juntos porque
la lucha es muy despareja. Hay que sumar fuerzas y tomar de cada colectivo su experiencia para
enfrentar a los enemigos. Porque si bien ahora no son tan obvios, estas políticas también pueden
matar. Ustedes lo saben, digo, políticas, modelos o regímenes como más les guste llamarlos. Pero
acá estamos, resistiendo, al menos desde la palabra que no es poco. Los rengos, los putos, las
mujeres, los originarios, los que incomodamos tenemos este papel de ser el forúnculo que molesta y
que en algún momento revienta (perdón por la metáfora, traté de ser descriptivo). Entonces hay un
cambio y hacia ahí vamos. Voy a parafrasear a alguien “la revolución será incómoda o no será”.
Sobre lxs autorxs
Alberto (beto) Canseco es feminista prosexo, licenciad* en filosofía, doctor* en Estudios de
Género. Participa de diversos espacios políticos feministas y de la disidencia sexual en la provincia
de Córdoba (Argentina). Es puto, tembleque, disfruta de la escritura y el porno.
Pablo Tortoriello es bailarín en el Grupo Carnabailando en la ciudad de Junín, Buenos Aires
(Argentina) y autor del blog Historias de la llanura donde publica columnas de reflexión de manera
periódica. Es paralítico cerebral, discapacitado, socialista e hincha de River, entre otras cosas.
Referencias bibliográficas
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Estudios de Género.
Alonso, Alejandro y Cuenya, Héctor Ramón (2015): Los rengos de Perón. Crónica de un militante
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Bauer, Asher (2014): “Cis”. En: La radical Bi* [En línea]. Disponible en Internet:
http://www.laradicalbi.com/2014/03/....
Butler, Judith (2007): El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad.
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Butler, Judith y Taylor, Sunaura (2009): “Interdependence”. En: Taylor, Astra (ed.): Examined Life:
Excursions with Contemporary Thinkers. New York: New Press, pp. 185-213.
Cabral, Mauro (comp.): Construyéndonos. Cuadernos de lecturas sobre feminismos trans I. Mulabi,
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Escobar, Ticio (1987). El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre arte popular.
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Haraway, Donna (1991): Ciencia, Cyborgs y Mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid:
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Queers anónimos (2009). “Maricas, leed esto: odio a los heteros (1990)”. En: Mérida Jiménez,
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Disponible en Internet: http://room410.wordpress.com/2012/05/15/would-you-want-israel-at-your-
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Tortoriello, Pablo (2012a): “Etiquetas”. En: Historias desde la llanura [En línea]. Disponible en
Internet: http://pablodanieltortoriello1.blogspot.com.ar/2012/05/etiquetas.html
Tortoriello, Pablo (2012b): “De vez en cuando la parca”. En: Historias desde la llanura [En línea].
Disponible en Internet: http://pablodanieltortoriello1.blogspot.com.ar/...
Tortoriello, Pablo (2012c): “El acomodador”. En: Historias desde la llanura [En línea]. Disponible
en Internet: http://pablodanieltortoriello1.blogspot.com.ar/...
Tortoriello, Pablo (2015): “Hipertonía, danza y sexo”. En: Historias de la llanura [En línea].
Disponible en Internet: http://pablodanieltortoriello1.blogspot.com.ar/...
Wittig, Monique (2006): El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona-Madrid: Egales.

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