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3 Verdades a Considerar

en Tormentas y Pruebas
 Vida cristiana

 Nelson Matus

 2 febrero, 2016, 1 día ago

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Todos hemos pasado por puntos en el viaje de la vida en el que


pensamos que Dios aparentemente “se quedó dormido” o “se
olvidó de nuestra realidad”.

Tengo que admitirlo: He dudado muchas veces, sentido temor y


pasado por momentos de falta de fe en medio de las tormentas
de la vida. He experimentado el dolor, la aflicción, la necesidad
económica, la muerte de mi papá y varias otras circunstancias
difíciles.

Quizás tú hayas pasado por pruebas y tormentas aún más


fuertes o largas que las mías.

En esos momentos podemos sentir temor, lo cual es un asunto


de falta de fe. El temor es principalmente desconfianza en la
obra, el control o la capacidad de Dios. Nadie admitiría
públicamente que el Señor no es digno de confianza, pero en la
práctica, con nuestra ansiedad, se lo hemos dicho muchas
veces.

En el relato de Marcos 4:35-41, veo tres cosas importantes que


necesitamos considerar frente al temor durante las tormentas
la vida:
1. Jesús les mandó cruzar el mar
En primer lugar, recordemos que Jesús toma soberanamente la
iniciativa. Él ordena subir al barco y atravesar el mar de noche.
No fue una casualidad, sino una causalidad. La tormenta era
parte del plan en el discipulado de los doce.

De igual modo, cada prueba y noche oscura en la vida ha sido


ordenada por Dios. Él sabe cuándo y por dónde debemos ir. Solo
nos queda subir al barco y seguir sus órdenes.

No es nuestro lugar cuestionar las decisiones de Dios, sino


obedecer el llamado de subir al barco e ir dónde él quiere que
vayamos.

Si crees que las tormentas que atraviesas se escapan del


control de Dios, ¡estás equivocado! Él no comete errores. Ten
confianza. Dios cumplirá Su propósito en ti.

2. Jesús sabía el final de la ruta


El pastor Warren Wiersbe escribió: “Lo único que Jesús les
aseguró [a sus discípulos], es que cruzarían al otro lado del
mar”.

Las condiciones del viaje siempre son resultado de la decisión


soberana de Dios que no conocemos con todos sus detalles. Lo
que sí podemos saber con seguridad, es que Él conoce el final
de la ruta.

Los procesos que Él orquesta a veces incluyen métodos que no


deseamos y, sin embargo, al final del camino cada proceso
toma sentido y trae madurez.
Debo reconocer para mi vergüenza, que no he tenido una fe tan
grande y firme en medio de las tormentas. Lo que sí estoy
seguro de decir, es que el amor de Dios, su fidelidad y su poder
sí han sido constantes.

El Yo Soy que llevó la barca al otro lado del lago, es quién


conduce nuestra vida.  Descansemos en el Señor.

3. Jesús sabe cómo y cuándo


intervenir
Confieso que mientras mi papá sufría por el cáncer, varias
veces me pregunté ¿Dios se olvidó? ¿Se durmió? ¿Acaso no le
interesa intervenir ahora y ya?

Así también, en la barca, los discípulos se asombran, y quizás


hasta cierto punto se molestan al cuestionar a Jesús, diciendo:
“¿No tienes cuidado que perecemos?”

El seminario en donde sirvo al Señor, tiene un amplio currículum


de clases por cuatro años. Sin embargo, es Dios quien completa
el currículum que el seminario no puede enseñar. Él
sabe cómo y cuándo intervenir. Él sabe el final y también el
proceso.

Dios no necesita nuestros consejos o sugerencias. Él, con sólo


dos palabras, puso las cosas en orden y continuó el viaje
propuesto.

¿Tienes temores? Descansa en el Señor. El viento cesará y se


hará grande bonanza. Daremos gloria al Señor, una vez que
veamos Su intervención y poder en medio de nuestra debilidad y
aflicción.
Más temible que la tormenta
Para terminar esta historia, hay algo muy interesante: El relato
no acaba con el final de la tormenta y el clásico “y fueron todos
felices para siempre…”, sino que acaba de forma sorprendente.

Después del gran milagro que el Señor realizó, los discípulos


“temieron con gran temor”. Marcos hace especial énfasis en
que el temor era “grande”, pero ahora no es por causa de la
tormenta, sino por la presencia y el poder de Cristo.

John MacArthur comenta: “La única cosa más aterradora que


tener la tormenta alrededor del bote, es tener a Dios adentro de
él”.

Ahora hay un nuevo temor en el corazón de los discípulos. No es


el temor que nace como fruto de la falta de fe y la desconfianza
(Mr. 4:40). Es el temor reverente ante el rey de gloria.

Hermano mío, después de cada prueba deberíamos tener un


temor mayor hacia Dios. Él es más temible que la tormenta
misma. Necesitamos crecer en el asombro reverente ante Su
majestad y poder infinito.

Este es un nuevo punto de partida en la madurez espiritual. Es


el punto en el que ya no hacemos preguntas acerca de la
tormenta, sino que hacemos preguntas acerca de Él. Es el punto
en el que ya no nos asombran las olas, sino Su glorioso poder y
presencia.

Por ello, el relato termina diciendo: ¿Quién es éste?  Ya no es


la tormenta lo que atrapa nuestra atención, sino Él.
Después de cada circunstancia difícil, espero que tus preguntas
ya no sean acerca de las olas, sino preguntas y temor reverente
hacia Aquel que gobierna los vientos y el mar.

Que las pruebas de la vida no produzcan desánimo, sino una


confianza más grande y profunda hacia Dios. Que brote un
nuevo entendimiento de quién es más temible que la tormenta
misma.

Meditando en los
sufrimientos de Cristo |
Parte 1
 #SeriesDeSoldadosTeología

 Gerson Morey

 24 septiembre, 2015, 4 meses ago

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En el estudio de la doctrina de Cristo se suele hacer una


distinción entre los estados de nuestro Señor durante la obra de
redención. A saber, Su estado de humillación y el de exaltación.
El primero comprende desde la encarnación hasta su muerte en
la cruz -incluyendo Su sepultura- y el segundo desde Su
resurrección hasta la ascensión. Esta distinción nos ayuda a
entender mejor cada aspecto de Su obra.

A través de los siglos, la Cristología bíblica ha sido una materia


que ha ocupado la atención y el interés de la iglesia cristiana.
Páginas, libros, tratados y credos se han escrito acerca de la
persona, los oficios, los estados y el sacrificio de nuestro Señor,
como una evidencia de su gran importancia.
Ahora bien, tomando en cuenta lo extenso del asunto, querer
describir con un solo artículo todo lo que sufrió Jesús desde el
momento de su arresto hasta la cruz, sería una pretensión
irrealista. Ni siquiera un sólo libro le haría justicia al tema. Sin
embargo, en esta serie de artículos ‘Meditando en los
sufrimientos de Jesús’ podemos hacer algunas consideraciones
al respecto.

Un dolor más profundo que el


físico
Para ser justos y precisos debemos mirar no solo a los relatos
de la crucifixión que encontramos en los cuatro evangelios, sino
también al Antiguo Testamento. En particular al Salmo 22 y al
capítulo 53 de Isaías, entre otros, ya que estos son textos en su
naturaleza mesiánicos, pues hacen referencia a la persona y al
ministerio de Jesús, en particular a sus sufrimientos.

¿Por qué usualmente el elemento que más se acentúa tiene que


ver con los padecimientos físicos de nuestro Señor? Es decir, el
dolor físico de Jesús es lo que primeramente viene a nuestras
mentes cuando pensamos en la cruz. Seguramente las películas
que se han producido acerca de la crucifixión han contribuido a
esta noción. Además el dolor físico es un aspecto común de la
experiencia humana y por eso podemos identificarnos más
fácilmente con él.

Pero a pesar que el dolor fue un factor de su humillación, hubo


otra sensación que fue causa de un mayor dolor que los
latigazos, los golpes y los clavos en sus manos y sus pies: el
dolor que le produjo el abandono de sus discípulos. Y aunque
este abandono empezó desde el momento de su arresto,
también lo experimentó cuando colgaba en el madero.
“No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; Porque no
hay quien ayude”(Salmos 22:11) decía el salmista en alusión a
lo que Jesús experimentó.

Abandonado por Sus amigos


Los hombres somos consolados en medio de nuestro dolor
cuando tenemos la compañía de los amigos. En ocasiones, ellos
son los instrumentos que Dios usa para consolarnos en nuestras
tribulaciones (2 Corintios 1:3-5). Sin embargo, todos sus
discípulos lo dejaron en la hora más dura de su vida. Marcos es
preciso al decir que luego del arresto de Jesús, “todos los
discípulos, dejándole, huyeron” (Marcos 14:50).

Aun el mismo Pedro quien había procurado seguirle a distancia,


lo negó tal como el Señor lo había profetizado (Mateo 26:69-75).
Aquellos quienes convivieron con Él, habiendo sido recipientes
y testigos de su poder, sabiduría y bondad, ahora estaban
abandonando a Su maestro, dejándolo a merced de los soldados
y solo en la cruz.

Esperanza en medio de nuestro


sufrimiento
Todos sabemos que la tristeza es insoportable cuando lloramos
solos. El sufrimiento sabe a desgracia, cuando la soledad
asoma. Y nuestro Señor murió por nuestros pecados, sufrió el
castigo que merecíamos y también fue humillado, saboreando el
trago amargo del abandono de sus discípulos.

En virtud de estos sufrimientos sabemos que solo Él puede


compadecerse de nosotros, porque también padeció y fue
probado en todo según nuestra semejanza (Hebreos 4:15). Por
eso, podemos confiar que tenemos un sumo sacerdote que
puede entendernos y socorrernos en todo tiempo, aun cuando
experimentamos el abandono de los más cercanos.

¿Cómo Saber Si
Realmente He Perdonado?
 Vida cristiana

 Rubén Rodriguez

 19 enero, 2016, 2 semanas ago

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Una de las enseñanzas más claras de la Escritura es que somos


llamados a perdonar a aquellos que nos ofenden. Sin embargo,
siendo que nuestro corazón es engañoso más que todas las
cosas y perverso (Jr. 17:9), en ocasiones podemos engañarnos
diciéndonos a nosotros mismos y a otros que hemos perdonado
cuando en realidad no lo hemos hecho.

Somos llamados por Dios a


perdonar como Él nos ha
perdonado.
Colosenses 3:13 dice: “soportándoos unos a otros y
perdonándoos unos a otros. De la manera que Cristo os
perdonó, así también hacedlo vosotros.” ¿De qué manera Dios
nos ha perdonado? Dicho en una sola palabra el perdón de Dios
hacia sus hijos es completo. En el Salmo 103 verso 3 leemos
“él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas
tus dolencias.” Por lo tanto, otorgar a nuestro ofensor un perdón
que se queda corto de ser completo, no es un perdón real y
sincero.
A continuación, comparto tres principios de autoexamen que
podemos utilizar para analizar nuestro corazón y ver si de
manera sincera hemos perdonado como Dios nos ha perdonado
a nosotros.

1. Cuando has perdonado, dejas de pensar en la ofensa


cometida contra ti.
La famosa frase “yo perdono, pero no olvido” generalmente
es muestra de un corazón que no ha perdonado. Cuando
Dios perdona olvida. En Isaías 43:25 dice “Yo, yo soy el que
borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me
acordaré de tus pecados.” Esto no significa que Dios no
sabe que hemos pecado contra Él (Dios es Omnisciente
– Sal. 139:1-6). Más bien, Dios utiliza un lenguaje que
podemos entender para dejarnos saber que cuando nos
perdona lo hace de corazón. Por supuesto que no podemos
escoger borrar de nuestra memoria una ofensa cometida
contra nosotros (o un recuerdo agradable). Nuestras mentes
no están diseñadas de esa manera. Más aún, el recuerdo de
la ofensa cometida contra nosotros puede venir a nuestra
mente sin que nosotros lo escojamos. Sin embargo, aquel
que ha perdonado de corazón toma la decisión de no dedicar
tiempo a revivir en su mente la falta cometida, mientras que
quien niega el perdón recibe ese pensamiento y decide
pasar tiempo en él, como cuando le damos para atrás a una
película para ver la misma escena una y otra vez. Martín
Lutero, hablando sobre los pensamientos pecaminosos que
asaltan nuestra mente, dijo: “No puedo evitar que las aves
vuelen sobre mi cabeza, pero sí puedo evitar que hagan nido
en ella”.

¿Dedicas tiempo para revivir en tu mente vez tras vez la


ofensa cometida contra ti o rechazas esos pensamientos
cuando te asaltan?
2. Cuando has perdonado, la ofensa cometida contra ti deja
de ser tema de conversación.
Lógicamente si rechazamos revivir la falta cometida contra
nosotros en nuestra mente, también dejaremos de hablar de
ella. Cuando hemos perdonado sinceramente no estamos
buscando oportunidades para traer la falta cometida a
colación en nuestras conversaciones. No le estaremos
recordando al ofensor su falta y tampoco se la
recordaremos a otros. ¿Nos recuerda Dios a nosotros
nuestro pecado luego de habernos perdonado o nos maltrata
diciéndolo a otros? La respuesta es obvia. El perdonar de la
manera que Dios nos perdonó y tener en nuestros labios ese
tema continuamente son dos actitudes incompatibles.

Consideremos los siguientes pasajes:

“He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti


agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque
echaste tras tus espaldas todos mis pecados.”  Isaías 38:17

“El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará


nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos
nuestros pecados.” Miqueas 7:19

“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de


nosotros nuestras rebeliones.” Salmo 103:12

¿Le recuerdas continuamente a quien te ofendió (y a otros)


su falta o has echado en lo profundo del mar las ofensas
cometidas contra ti? ¿Irías al cielo al morir si Dios te
perdonara como tú perdonas a quien te ha ofendido?

3. Cuando has perdonado le haces bien a quien te ofendió y


deseas su bienestar.
El perdón es resultado del amor (Pr. 10:12; 1 Pe. 4:8).
Cuando amamos a quien nos ha hecho daño lo perdonamos y
ese perdón echa fuera todo sentimiento contrario al
carácter de Cristo y da lugar al fruto del Espíritu. Amargura,
enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia son
sustituidas por benignidad y misericordia cuando
perdonamos a otros como Dios nos perdonó en Cristo (Ef.
4:31-32).Es importante entender que el hecho de hacerle
bien a quien nos ha hecho daño no necesariamente prueba
que ha habido perdón. ¿Es posible hacerle bien a quien
odiamos? Sí, a eso le llamamos hipocresía. La religión a la
que hemos sido llamados no es la de los fariseos, que se
ocupa solo de lo externo sin considerar el interior. Dios no
solo mira nuestras acciones, sino también nuestro corazón.
Darle un vaso de agua a nuestro enemigo no muestra perdón
si en nuestro interior le deseamos mal.

Una de las mejores cosas que podemos hacer cuando


necesitamos perdonar es orar por el bien de quien nos ha
ofendido (Mt. 5:44). Sin embargo, podemos encontrar
obstáculo para hacerlo al pensar: ¿Es hipocresía que ore por
el bien de mi ofensor cuando no deseo que Dios lo bendiga?
La respuesta es: tal vez. Orar por el bien de quien nos ha
hecho daño cuando no deseamos que Dios lo bendiga es
hipocresía solo si le oculto a Dios mis verdaderos deseos.
Es decir, si yo pido a Dios por la salvación de mi ofensor
contra quien guardo rencor diciéndole a Dios: “Señor, yo lo
amo tanto a pesar de lo que me hizo…”, caemos en
hipocresía. Pero, si oramos con esta actitud: “Señor, tú
conoces mi corazón, sabes que tengo amargura contra esa
persona, pero a pesar de eso te pido que lo bendigas…”,
entonces, aunque no hemos llegado a donde debemos
llegar, no pecamos de hipócritas porque no estamos
fingiendo o actuando. Dios comenzará a obrar en nosotros
para que, no solo oremos por el bien de nuestro ofensor,
sino que también lo deseemos.
Nuestro Señor oró por el perdón de los que los crucificaron
(Lc. 23:34). ¿Pensaremos que Jesús hizo esa petición sin
realmente desear que eso ocurriera? El verdadero perdón
hace bien al ofensor con un sincero deseo de que la
bendición de Dios caiga sobre él. Cuando Dios nos perdona,
se goza del bien que nos ha hecho. Algunos pueden pensar
que esta clase de perdón no es posible y por lo tanto Dios no
puede esperar que amemos a quien tanto daño nos ha
hecho, a lo cual respondo que el perdón que Dios nos manda
a otorgar es algo sobrenatural, imposible para el hombre sin
Dios, pero posible cuando estamos bajo la influencia del
Espíritu Santo en nuestras vidas.

¿Puedes pedir por la bendición de tu enemigo y desearla?


¿Te entristecería si a tu ofensor le ocurriera alguna
desgracia? ¿Te alegrarías si Dios le bendice con una
hermosa familia y un buen trabajo?

Perdonando de la manera que Dios nos perdonó a nosotros le


honramos a Él y dejamos atrás todo aquello que puede estorbar
nuestro crecimiento a la semejanza de Cristo.

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