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Hemos visto que por medio de su pasión y muerte Cristo satisfizo de la ira de Dios,
consiguiendo el perdón de nuestros pecados, liberándonos de la condenación eterna y
trayendo a nosotros la gracia de Dios, la justicia y la vida eterna.
Podemos estar seguros que el sacrificio de nuestro Redentor fue eficaz, por todos los
testimonios que Dios nos dió, quedando registrados por escrito en su Palabra, para
asegurarnos que la obra que realizó su Hijo en la cruz cumplió con todos los requisitos que
la justicia de Dios exigía para que nosotros pudiéramos ser liberados de la ira eterna de
Dios:
● En primer lugar, vemos que nuestro Redentor al ser declarado inocente por Poncio
Pilato (Jn 18:38), con el poder de un juez puesto desde lo alto por Dios, nos aseguró
que Cristo es verdaderamente el Cordero de Dios, sin mancha ni defecto, que quita el
pecado del mundo.
● En segundo lugar, al ser sacrificado de una forma tan cruel en en una cruz y no de
otra forma, nos garantizó que Cristo llevó sobre sí mismo nuestra maldición, pues
delante de Dios es: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gá 3:13).
● En tercer lugar, al ser sepultado nuestro Redentor, demostrando que su muerte fue
real y no fingida, nos confirmó que la justa sentencia de muerte dada por Dios
contra los pecadores se ha cumplido a cabalidad, para nuestra plena absolución (Ro
8:3-4).
Todos estos testimonios, Dios nos los ha querido dar para que, nosotros los cristianos,
teniendo plena confianza en la obra redentora de nuestro Fiel Salvador Jesucristo:
1. sepamos “que nuestro antiguo ser pecaminoso fue crucificado con Cristo para que el
pecado perdiera su poder en nuestra vida” y que por lo tanto “ya no somos esclavos
del pecado” (Ro 6:6);
2. habiendo sido liberados del pecado, no permitamos más que el pecado controle la
manera en que vivimos, de modo que no caigamos ante los deseos pecaminosos
que aún batallan contra nosotros en nuestra carne (Ro 6:12); y
3. entreguemos nuestro cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de nosotros,
ofreciéndolo a Él como un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le
agrada.
Así es como, al conocer la manera en que hemos sido rescatados por el sacrificio de
nuestro Señor Jesucristo, estamos aprendiendo a gozar del consuelo eterno que Dios nos
ha dado para vivir y morir dichosamente; para que este gran consuelo nos sostenga en
medio de nuestros peores dolores, enfermedades, aflicciones, tristezas, o lo que sea que nos
acontezca; sabiendo que nuestro Señor Jesucristo, mediante su pasión y muerte en la cruz,
nos ha liberado de los temores y angustias de esta vida temporal, pero también nos ha
hecho libres de las angustias y tormentos eternos del infierno.
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Ahora bien, como recordamos el viernes, en nuestra confesión de fe, acerca del Hijo de Dios
y de nuestra redención, declaramos que nuestro Señor Jesucristo, “al tercer día resucitó de
entre los muertos; subió a los cielos; está sentado a la diestra de Dios, Padre todopoderoso,
de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”. Y en esta hermosa mañana de
Domingo de Resurrección, nos vamos a enfocar precisamente en la declaración que dice:
“al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Comenzaremos en la primera carta a los Corintios, capítulo 15:3-8, donde el apóstol Pablo
les escribe:
Cristo - dice Pablo - murió y resucitó conforme a las Escrituras: el testimonio de Dios para
todas las edades acerca de su Hijo, la fiel Palabra de Dios que se cumplirá hasta la última
tilde antes de que el cielo y la tierra pasen (Mt 5:18). Esta Palabra se cumplió cuando Cristo
resucitó de entre los muertos; pues David como profeta, mirando hacia el futuro escribió
inspirado por el Espíritu Santo en el Salmo 16, aproximadamente diez siglos antes de que
sucediera, que Dios no dejaría al Cristo entre los muertos ni permitiría que su cuerpo se
pudriera en la tumba (Hch 2:25-31).
Pero además, dice Pablo: lo vimos [a Cristo] resucitado; lo vio Pedro y luego los doce
apóstoles, después lo vieron más de quinientos testigos a la vez (personas reales que
vivieron y murieron en un momento histórico dado); también lo vio Santiago, los apóstoles y
Pablo mismo. La resurrección de Cristo, es por tanto, un hecho histórico que ocurrió en el
tiempo y en el espacio, y que fue confirmado por múltiples personas, hombres y mujeres de
carne y hueso, testigos oculares de la resurrección de Cristo.
De modo, pues, que las Escrituras y la Historia, a una misma voz, proclaman hoy al mundo
entero que Cristo resucitó.
Además de esto, las Escrituras nos dicen que Cristo resucitó con el mismo cuerpo que tenía
cuando sufrió. Cuando Tomás, uno de los doce, dudó diciendo: “No lo creeré [que el Señor
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está vivo] a menos que vea las heridas de los clavos en sus manos, meta mis dedos en ellas
y ponga mi mano dentro de la herida de su costado”; Jesús apareció y le dijo: “[Tomás] Pon
tu dedo aquí y mira mis manos; mete tu mano en la herida de mi costado. Ya no seas
incrédulo. ¡Cree!” (Jn 20:25-27).
De manera, que tenemos suficientes testimonios, en las Escrituras y en la Historia, de que
nuestro Señor Jesucristo, el que fue sacrificado en la cruz por nuestra redención, es el
mismo que resucitó y ahora vive para siempre, es el mismo que ascendió a los cielos y que
ahora está sentado a la diestra del Padre, para volver un día desde ahí para juzgar a los
vivos y a los muertos.
Ahora, ¿qué beneficios obtenemos nosotros de la resurrección de Cristo? El Catecismo de
Heidelberg nos dice puntualmente tres cosas:
1. primero, Cristo resucitó para que nosotros podamos ser partícipes de la justicia que
él conquistó por su muerte;
2. segundo, por el poder de la resurrección de Cristo, nosotros también somos
resucitados a una nueva vida; y
3. tercero, la resurrección de nuestro Señor es una prenda y garantía de nuestra
gloriosa resurrección.
Veamos con un poco más de detenimiento cada uno de estos beneficios, que Cristo ha
conquistado para tí y para mí al resucitar de entre los muertos.
En primer lugar, dijimos, que por medio de la resurrección de Cristo nosotros podemos
ahora disfrutar de su justicia.
Romanos 4:25 dice que: “Él [Cristo] fue entregado a la muerte por causa de nuestros
pecados, y resucitado para hacernos justos a los ojos de Dios”. De manera que, al morir,
Cristo pagó por nuestros pecados; pero resucitó para enriquecernos con su justicia, para
poder presentarnos justos delante del Padre. Por lo cual, también exclama el apóstol Pedro:
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 P
1:3). A través de la resurrección de Cristo, entonces, él nos da acceso a esa justicia por
medio de la cual podemos esperar plenamente confiados recibir una herencia eterna, la
salvación, que Dios tiene reservada en los cielos para nosotros y que será manifestada
cuando Cristo vuelva en poder y gloria.
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quien pagó por nuestros pecados con su dolor y nos hizo partícipes de su justicia al
levantarse con poder y gloria de entre los muertos.
En segundo lugar, dijimos que, por su poder, nosotros también somos resucitados a una
nueva vida juntamente con Cristo.
El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos que se encontraban en Roma, dice que: “hemos
muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo; y tal como Cristo fue
levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora nosotros también podemos
vivir una vida nueva”. ¿Debemos tomar esto metafóricamente? Claro que no. Porque el
bautismo es una señal externa, que anuncia una operación real hecha por el Espíritu Santo
en nuestros corazones. De manera que, así de real como el agua del bautismo limpia
nuestros cuerpos, así de real es la obra del Espíritu en nuestro interior, por cuyo poder
nuestro viejo hombre muere para producir en nosotros una vida nueva por la resurrección
de Cristo.
Ahora, dice Pablo a los Colosenses (3:1-3): “Ya que han sido resucitados a una vida nueva
con Cristo, pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar
de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Pues
ustedes han muerto a esta vida, y su verdadera vida está escondida con Cristo en Dios”.
Hemos muerto a la vida pecaminosa que teníamos, dice Pablo, pero hemos resucitado a
una vida nueva con Cristo. Por lo cual, lo que nos resta de vida aquí debemos vivirla no a la
manera de este mundo, sino a la manera del cielo donde está Cristo a la derecha del Padre.
Por último, Pablo escribe a los Efesios (2:5-6) que: “a pesar de que estábamos muertos por
causa de nuestros pecados, [Dios] nos dio vida cuando levantó a Cristo de los muertos. (¡Es
solo por la gracia de Dios que ustedes han sido salvados!) Pues nos levantó de los muertos
junto con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales, porque estamos unidos a
Cristo Jesús”. De manera que, si estamos unidos a Cristo, mediante la fe, entonces,
realmente, no figuradamente, morimos espiritualmente con Cristo en la cruz y asimismo
fuimos resucitados con él, para sentarnos junto con él en los cielos. ¡Qué gracia más grande
pudimos haber recibido de Dios!
Por último, creemos y confesamos que en la resurrección de Cristo Dios nos ha dado
una garantía de nuestra gloriosa resurrección, la resurrección gloriosa de nuestros
cuerpos.
En 1 Corintios 15:20-21 encontramos que: “Lo cierto es que Cristo sí resucitó de los muertos
[como hemos visto, esto fue confirmado por las Escrituras y la historia, como un suceso real
que tuvo lugar en el tiempo y el espacio]. Él [sigue diciendo Pablo] es el primer fruto de una
gran cosecha, el primero de todos los que murieron [Cristo fue hecho entonces cabeza de
todos los que murieron, por su sacrificio expiatorio fue el primero en entrar a la muerte para
satisfacer la ira de Dios por nuestros los pecados, para ir delante de nosotros abriéndonos
camino a través de la muerte]. Así que, ya ven [continua diciendo el pasaje], tal como la
muerte entró en el mundo por medio de un hombre [este hombre fue nuestro padre Adán,
la primera cabeza de la humanidad, en quien todos fuimos destituidos de la gloria de Dios],
ahora [dice la Palabra] la resurrección de los muertos ha comenzado por medio de otro
hombre [la resurrección, dice, ha comenzado por otro hombre, que es nuestro Señor
Jesucristo, para que así como en Adán fuimos destituidos de la gloria de Dios, así también
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en Cristo seamos exaltados en la resurrección de nuestros cuerpos en aquel día final,
cuando Cristo vuelva con todo su poder y gloria para juzgar a vivos y muertos].
Queridos hermanos: esta mañana venturosa, hemos aprendido el significado de nuestra
declaración de fe que dice: “al tercer día [Cristo, nuestro Redentor] resucitó de entre los
muertos”. Para que nuestro consuelo crezca aún más, al conocer de qué manera Dios ha
confirmado con pruebas irrefutables que su Hijo resucitó para nuestro bien: 1) para
hacernos partícipes de su justicia, por la cual esperamos gozosos la salvación de nuestras
almas; 2) para que a partir de ahora que hemos sido unidos a Cristo por medio de la fe, en
su muerte y resurrección comencemos a experimentar la nueva vida que Dios ha producido
en nosotros por el poder de su Espíritu Santo; y 3) para que contemos con una prenda de
garantía que nos asegure la esperanza de la gloriosa resurrección de nuestros cuerpos.
1 Pedro 1:21-25
21 Por medio de Cristo, han llegado a confiar en Dios. Y han puesto su fe y su
esperanza en Dios, porque él levantó a Cristo de los muertos y le dio una
gloria inmensa.
22 Al obedecer la verdad, ustedes quedaron limpios de sus pecados, por eso
ahora tienen que amarse unos a otros como hermanos, con amor sincero.
Ámense profundamente de todo corazón.
23 Pues han nacido de nuevo pero no a una vida que pronto se acabará. Su
nueva vida durará para siempre porque proviene de la eterna y viviente
palabra de Dios. 24 Como dicen las Escrituras:
«Los seres humanos son como la hierba,
su belleza es como la flor del campo.
La hierba se seca y la flor se marchita.
25 Pero la palabra del Señor permanece para siempre».
Y esta palabra es el mensaje de la Buena Noticia que se les ha predicado.
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