Sunteți pe pagina 1din 5

DOCUMENTO BASE PARA EL TRABAJO: HISTORIETA LUNES 8 DE JUNIO

DOBLE NATURALEZA DE LA SUBSTANCIA

Se llama sustancia a aquello que es inteligible por sí y que no necesita de otros elementos para ser
entendida. Tenemos dos tipos de sustancia. La sustancia pensante (yo autoconsciente) y la sustancia
extensa (el mundo). Son irreconciliables entre sí. Se trata de un dualismo irreductible patente en la
yuxtaposición de ambas en el hombre. Ni el tiempo ni el espacio son determinaciones existentes del
yo como ser pensante.

Estas sustancias proceden por creación de Dios. Este es quien funda la comunicación entre aquellas.
La función primera de Dios, como sustancia es servir de garantía de toda verdad.

La prueba más conocida de las que aduce Descartes para probar la existencia de Dios es la llamada:
prueba oncológica que se apoya en el argumento de San Anselmo y dice: “lo que clara y
distintamente concebimos como perteneciente a la naturaleza, esencia o forma inmutable y
verdadera de alguna cosa, puede predicarse en verdad de ella. Ahora bien, investigando clara y
distintamente lo que Dios es, concebimos que la existencia pertenezca a su naturaleza verdadera e
inmutable. Luego, podemos afirmar con verdad que Dios existe”. El hilo del argumento posea una
forma silogística, con él no se pretende deducir su existencia de la idea. La comprensión del ser de
Dios incluye la existencia como una de sus notas propias.

Si recogemos los momentos recorridos hasta ahora de la reflexión de Descartes, podemos decir que
a través de la duda como método, llega a descubrir el propio yo como “pensante”. Entre las ideas
que este yo posee se encuentre en Dios, cuya esencia implica la existencia y con cuya base puede
afirmar la existencia del mundo.

Este núcleo mínimo del pensamiento de Descartes será de una gran trascendencia para todo el
pensamiento posterior. Con razón se le ha llamado el padre de la filosofía moderna. Esta influencia
ha tomado dos vías bien diferentes que podemos precisar.

PREGUNTA: ¿Qué es la sustancia?

La sustancia es aquello que es inteligible por sí y no necesita de otros elementos para ser entendida.

La sustancia procede de la creación de Dios, por lo cual es inteligible y necesita de Dios para ser
entendida.

La Duda Universal Como Método

La transición de la sociedad medieval al mundo moderno trajo consigo modificaciones de las formas
de la conciencia social. Modificaciones mediadas, sin duda alguna, por acontecimientos de orden
cultural, tales como el Renacimiento, el movimiento del Humanismo y la Reforma Protestante
(Martín Lutero, 1438-1546). A nivel filosófico, descartes (1596-1650) constituye el representante
más genuino del momento, en los albores de la modernidad. Con él se hace explícito el viraje de la
reflexión, filosófica hacia la subjetividad y se re-actúa, por decirlo así, desde ésta, la pregunta por el
fundamento (pregunta por excelencia de la filosofía).

1
En la crisis del mundo medieval y de su forma de racionalidad, la pregunta que interesa es la del
fundamento de la verdad. ¿Es posible la verdad? ¿Cómo obtener alguna verdad tan indudable que
sirva de fundamento a todo saber?

En la primera parte del Discurso del Método, comienza descartes manifestando su gusto y
predilección por las matemáticas, a causa de la certidumbre y evidencia de sus razones. Habiendo
llegado a un estado de incertidumbre total, se ve en la necesidad de eliminar todas las opiniones
anteriores, para reformar sus propios pensamientos y articularlos de nuevo sobre bases sólidas. El
problema del método se le vuelve prioritario.

La duda consiste en una suspensión de todo juicio que afirme o niegue la verdad de una idea, sin
que ello conlleve a la negación de la existencia de las cosas de los objetos sensibles. Debo dudar de
todo. Esta duda ha de ser real y no ficticia, metódica y no definitiva (actitud provisional para hallar
alguna evidencia fundamental), positiva (hay razones para no dar el asentimiento), especulativa (las
creencias religiosas y las practicas se mantienen), y universal (debo de dudar de todo); inclusive, de
los conocimientos matemáticos, puesto que como no sé nada de mí mismo, ni de mi origen, puede
haber un “genio maligno” que se haya propuesto procurarme conocimientos ciertos, sólo en
apariencia, pero que están lejos de ser verdaderos. Debo, en consecuencia, dudar del mundo, de
mis sentimientos, de mi cuerpo, etc. “Mas, inmediatamente después me fije que mientras yo quería
pensar así que todo era falso, era preciso que o, que lo que pensaba, fuera algo. Y advirtiendo que
esta verdad: yo pienso, luego yo soy era tan firme y segura que no podía conmoverla todas las demás
extravagancias de los escépticos, juzgue que podía admitirla sin escrúpulo como primer principio de
la filosofía que yo buscaba”. El proceso de esta reflexión podría esquematizarse de la siguiente
manera: pienso… existo. Primero es el pensar y luego el ser que se descubre en el pensar.

“Conocí de ahí que yo era una sustancia cuya total esencia o naturaleza no es sino pensar… de suerte
que ese yo, es decir, el alma por el cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo”. Así la
conciencia del yo, que es el pensamiento, se constituye en la verdad primera. Sobre ella se deberán
fundamentar todos los demás conocimientos.

Esta certeza primera e indispensable lo es por cuanto es evidente. De donde puedo deducir que lo
que veo clara y distintamente es verdadero; la verdad es certeza (certitudo), tal es el criterio de
verdad, único al que pueda adherirme. No se trata de una evidencia subjetiva, puesto que la
percepción clara y distinta se basa en la idea clara y distinta. Así ha logrado forjarse Descartes el
primer principio y la primera verdad. Su deducción no es fruto de un silogismo sino de una intuición.
El “cogito ergo sum” vendría a significar: mientras pienso existo. “Por intuición, nos dice Descartes,
entiendo, no el testimonio fluctuante de los sentidos o el juicio falaz de una imaginación
incoherente, sino una concepción del puro y atento espíritu tan fácil y distinta que no queda en
absoluto duda alguna respecto de aquello que entendamos”. El sujeto que intuye es el espíritu
desvinculado de todo cuerpo. La intuición es siempre clara y distinta; esta al abrigo de toda duda y
nace sola de la luz de la razón.

En la idea del yo se trata de algo indudable, intuido, infalible e innato. Ha sido impuesta por Dios.
De esta manera la búsqueda del fundamento de la evidencia lo conduce a la afirmación de Dios, sin
que encontremos en ello un círculo vicioso, puesto que la evidencia del “pienso” y la idea de “Dios”,
son dos aspectos de una misma idea en la que se intuye su objeto (autoconciencia) y su origen (Dios).
La idea de Dios surge en el “cogito”. Sólo el ser perfecto realmente existente es causa de la idea del

2
ser perfecto que hay en nosotros. Idea que nace al considerar que todo lo que en nosotros es cierto,
debe proceder de un ser perfecto e infinito…luego, Dios existe y es infinitamente bueno, sabio y
verdadero. No me engaña, y por lo mismo que no me engaña, sé que puedo asentir también a mi
inclinación natural, según la cual existe el mundo de manera objetiva y real.

PREGUNTA: ¿En qué consiste la duda?

La duda consiste en la suspensión de todo juicio que afirme o niegue la verdad de una idea.

Consiste en la negación o afirmación de la existencia de las cosas de los objetos sensibles.

El Racionalismo

Quizá la conclusión más acabada del movimiento empirista fue acabar con la noción de “cosa en sí”,
hasta el extremo de considerar esta noción como contradictoria (pensar-una-cosa-en-sí). Una “cosa
en sí” sería algo (una cosa) no pensado por nadie. Tal cosa es una contradicción. Desde el punto de
vista de una teoría del conocimiento, la consecuencia más trascendente es reducir lo racional a lo
fáctico, porque implico la negación misma de la razón.

Leibniz vio con claridad esta limitación e hizo ver la necesidad de distinguir entre verdades de hecho,
que proceden de la experiencia, se fundamentan en el principio de razón suficiente y se expresan
en juicios asertóricos, y las verdades de razón que son a priori, innatas (se encuentran
germinalmente en cada quién) y que por esta misma razón no proceden de la experiencia. Distinción
que no significa postular la existencia de un abismo entre estos dos órdenes, sino más bien de una
distinción necesaria que no excluye una secuencia entre ambos, de manera tal que la búsqueda del
fundamento de las verdades de hecho ha de reposar, en último término, en una causa que alberga
dentro de sí la necesidad, constituyéndose por ello mismo en hecho y razón suficiente. Tal causa es
Dios, en quien desaparece la distinción señalada, ya que en él no habría razones de hecho
(contingentes), sino tan sólo de razón (necesarias) en virtud de su conocimiento de la serie infinita
en acto de las causas. Tal seria, para nosotros el conocimiento ideal (procedente por un
conocimiento de razones), el conocimiento racional. De aquí el valor del conocimiento que brindan
la lógica y las matemáticas y de manera sólo analógica la física, que se ocupa de verdades de hecho.

Desde el punto de vista de la metafísica, la idea del “cogito” servirá a Leibniz de base, o sea la
intuición del yo como sustancia pensante; de igual modo la distinción entre ideas claras y confusas
(problemáticas). No ve claro, por el contrario, el paso de las unas a las otras. Considera necesario
introducir una manera de reducir lo confuso del espacio de nuestra percepción sensible con la ayuda
de las matemáticas y la lógica, hasta lograr un manejo adecuado de aquellos niveles de la
experiencia que Descartes marginó por confusos. Confusos, pensará Leibniz, porque no había hasta
la fecha manera de dominarlos. En este intento descubre Leibniz el “calculo infinitesimal” como
instrumento para definir lo infinitamente pequeño.

De igual manera, la noción cartesiana de cuerpo como extensión, la considera Leibniz como limitada.
Los cuerpos para éste no serán extensión, sino algo que tiene extensión. Los cuerpos son antes que
todas fuerzas vivas; conglomerados de energía antes que formas geométricas.

3
Así, ayudados de estas dos nociones, la de lo infinitamente pequeño y la de fuerza viva, tenemos los
elementos para entender el planteamiento de Leibniz sobre las mónadas (palabra tomada de
Giordano Bruno, físico y filósofo renacentista).

Teorías de las Mónadas

¿En qué consiste una mónada? De manera negativa digamos en primera instancia que no es
extensión, sino algo indivisible, que posee una unidad inmaterial. Aquello que tiene fuerza, es decir,
capacidad de obrar, de actuar. Energía, por lo tanto. Si quisiéramos tener alguna representación de
ella deberíamos hacerlo por analogía a lo que sucede con nosotros mismos, cuando nos percibimos
y captamos como fuerza y energía, movimiento de un estado a otro. La mónada es por lo tanto esa
capacidad de pasar de un estado a otro. En una palabra, es la sustancia.

Como propiedades de la misma podemos nombrar la unidad, la individualidad y la simplicidad. El


poseer estas propiedades no significa que no puede cambiar. En efecto, la mónada está dotada de
percepción (representación de lo múltiple en lo simple) y en ésta conserva sus determinaciones.
Posee además apetición (tendencia a pasar de una a otra percepción); el sucederse de las
percepciones, constituye justamente la apetición. Percibir y apetecer como determinaciones de la
mónada constituyen la realidad metafísica del yo. Más allá del geometrismo y el mecanicismo
cartesiano está la actividad de la sustancia como percepción y apetición, cuyos cambios sucesivos
obedecen a una ley interna que expresa su individualidad metafísica sustancial.

Cada mónada refleja el universo, pero desde un punto de vista, el de la situación, y de manera oscura
(mónadas materiales). Todas las mónadas perciben, hemos dicho, pero o todas se dan cuenta de
que están percibiendo (apercepción). Tan solo aquellas que poseen apercepción y memoria, se
denominan alma. Si además hay almas que tienen la capacidad de conocer las verdades de razón
debemos denominarlas espíritus. Finalmente, en aquella mónada en la que todas las percepciones
son apercibidas, donde todas las ideas son claras, donde el universo se refleja desde todos los
puntos de vista en ella, o mejor, ellas es Dios.

Dios al crear las mónadas pone en ellas la ley de la evolución interna de sus percepciones. Se da así
una “armonía preestablecida” entre todas las mónadas, instaurada por Dios en la creación y cuyo
fundamento no es otro que la naturaleza perfecta de Dios, presente en todas sus obras. Cada
mónada, siguiendo su propia ley, concurre a la armonía del universo.

Tenemos así un planteamiento metafísico, articulado sobre la base de una teoría del conocimiento
de corte racionalista que proyecta en el tiempo, aunque el empirismo acentuaba el papel de la
experiencia en el proceso cognoscitivo; el acento estará puesto, en el planteamiento racionalista,
en el polo opuesto: la razón. Sigue por lo tanto sin solución el problema de la relación pensamiento-
ser, tematizado por Descartes en su concepción de la sustancia. La filosofía de la subjetividad
continúa siendo: “filosofía del cogito” y quizá hasta Hegel no logre la metafísica llegar su máxima
posibilidad al convertirse en lógica ontológica.

4
El Empirismo

Los pensadores más representativos en la línea del empirismo son Locke y Hume. Para ambos el
interés se centrará en el análisis del conocimiento, como empeño previo a todo discurso sobre el
ser. El primero lo hará desde un punto de vista psicológico, al responder desde esta perspectiva a la
pregunta por el origen del conocimiento, y procediendo en su análisis por descomposición del
proceso cognoscitivo, hasta llegar a sus últimos elementos, las ideas, y mostrar cómo las que son
complejas, se deriva por composición, por generalización, y abstracción de las simples, siendo estas
últimas los elementos últimos que reproducen la realidad.

A nadie escapara, sin embargo, que la dimensión psicológica del conocimiento no explica la totalidad
del fenómeno del conocimiento humano. En el caso de Hume, continuador, en muchos aspectos
como Locke, de los planteamientos básicos de Descartes, conviene tener claro para él la realidad es
igual a impresión. De donde establece una distinción significativa para la filosofía y su propio trabajo
entre impresión e idea. Esta última es un producto de la memoria, de la imaginación o de la
asociación de ideas, cuando me vuelvo sobre estas impresiones.

El interés de su trabajo se centrará en la búsqueda de las impresiones (percepciones irreductibles y


fundamentales: sensaciones, pasiones, emociones) correspondientes a las ideas (imágenes
difuminadas de las sensaciones en el pensamiento y razonamiento). Si se encuentra, para las ideas,
la impresión o impresiones correspondientes, tales ideas serán aceptadas. De lo contrario,
carecerán de sentido; o deberá decirse que se deben a juegos de la imaginación… pero en todo caso,
no tienen realidad. Algunos de sus análisis son todavía recordados en la filosofía, en especial
aquellos correspondientes a la idea de sustancia, de existencia, las cuales en virtud de no poseer
una impresión que les sirva de soporte, carecerán de realidad y pasaran a ser considerados como
ficticias.

En esta línea encontrará Hume, que la idea del yo, tan clara para Descartes, es ficticia, puesto que
la intuición es siempre de “algo” y se pregunta, en consecuencia: ¿a qué algo corresponde la idea
del yo cartesiano? Lo mismo sucedería con la idea de causalidad.

Kant reconocerá como una de las objeciones más delicadas puesta a la metafísica la que plantea
Hume, a propósito de la causalidad, al entenderla como un caso de asociación y no como la
intelección de un vínculo necesario entre una y otra cosa. Sencillamente, al echar por tierra la validez
de las categorías de la metafísica, ésta se hace imposible, si lo único que existe son las vivencias
sintetizadas por el sujeto y llamadas yo, pero sin que a ello corresponda ninguna realidad. Lo único
posible será la creencia fundada en la costumbre, en el hábito. En consecuencia, no hay un problema
metafísico.

S-ar putea să vă placă și