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Tres alternativas metodológicas: historia de vida, historia

temática y tradición oral

José Carlos Sebe Bom Meihy

A pesar de ser una práctica, el uso de testimonios no está bien definido. Periodistas,
antropólogos, sociólogos e historiadores se han valido indiscriminadamente de entrevistas
como medio de producir documentos para interpretar la sociedad. Al mismo tiempo que per-
siste tal tendencia, ha despuntado una nueva técnica específica para tratar los testimonios,
arrebatando este importante recurso a las personas preocupadas por el cuidado técnico y
metodológico.
En América Latina como en varios otros espacios, la aplicación de la historia oral no
está definida en patrones aceptables.1 Faltan trabajos que esclarezcan los procedimientos a
seguir. Este texto busca, en primer lugar, dar un paso para establecer parámetros útiles en
ese sentido. Víctima de la carencia de debates, los usos de la historia oral han propuesto
desafíos que la sitúen más allá de la aventura vaga y no pocas veces exagerada, irracional y
abusiva.2
Generalmente se acepta que la historia oral es una práctica simple, implícita en cualquier
grabación, hecha sin importar el criterio adoptado para la selección de los entrevistados, el
tipo de testimonios o la técnica para conducir la sesión. Lo que vale casi siempre en esas
aventuras es una especie de sentido común intuitivo, más atento al «registro» o «rescate»
de informaciones que propiamente a la obediencia de reglas y técnicas metodológicas que
debe seguir cualquier trabajo con pretensiones que rebasen el límite de la curiosidad. Así,
descartamos la posibilidad de pensar la historia oral como una práctica de grabaciones de
1
Eugenia Meyer, en su artículo «La historia oral en América latina y el Caribe», Historia y Fuente Oral, No. 5,
Universidad de Barcelona, Barcelona, 1991 hace un balance de la situación general de la historia oral en esta
parte del continente americano.
2
Aunque no sea reconocido como tal, R. Fraser puede ser considerado uno de los padres de la moderna historia
oral. En su artículo «Reflexiones sobre la historia oí al y su metodología en relación con la Guerra Civil Española»,
presentado en 1979 en el Coloquio Internacional sobre la Güeña Civil Española y publicado en Metodología
Histórica de la Guerra y la Revolución Españolas. Barcelona: 1982, pp. 47-72, afirma que no es un «historiador»
profesional, de lo que deriva la relativa espontaneidad de su proyecto. Con esto y desde la visión de un respetable
«oralista» se puede afirmar que la historia oral necesita definiciones precisas.
aficionados y proponemos otro nivel de análisis que le garantice procedimientos discutibles
dentro de los límites de una técnica.
En este caso, se hace imperioso establecer criterios metodológicos que huyan tanto de
la espontaneidad como de cualquier estímulo que no este previamente determinado. Porque
alegamos que la historia oral es algo más que unas simples entrevistas, proponemos que la
primera tarea para quien actualmente quiera emplearla sea definir sus términos. Tarea
ciertamente difícil pues, incluso internacionalmente, hay varias corrientes que
conceptualizan a la historia oral de distintas maneras.
En esta línea, el primer grupo que recientemente procuró elevar los testimonios a la altura
de género trató de adjudicarles una importancia «histórica», aduciendo el uso «perenne»3 le
la palabra como fuente. En efecto, ciertos vanguardistas de la historia oral se valieron le
estudios sobre el sentido de la palabra a lo largo de la historia para demostrar que, por vieja,
ella siempre estuvo presente. Los argumentos de aquellos que pretendieron revalorar los
testimonios como «fuente perenne» nos llevaron a considerar que todo lo que es «dicho», desde
su raíz, deriva de palabras. Existe pues actualmente una confusión entre verbalización e
historia oral.
Puesto que la oralidad no implica obligatoriamente un método y dado que su
identificación con la escritura sufre la necesaria transformación de un código a otro, se hace
imperioso, en primer lugar, definir la diferencia entre lo que se dice y lo que se escribe.4
Estableciendo este presupuesto se espera corregir un primer equivoco consagrado en la
premisa comúnmente aceptada de que toda la historia escrita, en algún momento, fue
constituida de historia oral. Esto se explica porque algunos autores insisten en afirmar que
en su origen toda historia es siempre oral.
Autores más entusiasmados se muestran preocupados por evidenciar la «perennidad» de
la historia oral y para ello se detienen a confeccionar listas, a veces exageradas, recordando
por ejemplo que los griegos incorporaban parte de sus observaciones testimoniales en las
historias que escribían.
Hay todavía otros que, entusiasmadísimos, atribuyen los méritos de Hornero, al escribir
La Ilíada basado en las tradiciones recogidas por el pueblo, a la historia oral. Según ellos,
historia oral habría recorrido un largo camino en el proceso histórico. En Roma –como
ocurrió anteriormente con los griegos– los historiadores se habrían valido de los
testimonios para elaborar sus versiones de la historia. En la antigüedad clásica pueden
distinguirse dos raíces que se expresan en otras tantas formas de recolectar información que
habría servido ara la escritura de las historias.5
Según Henige, los griegos presentaron dos modelos de elaboración de fuentes orales,
Tucídides trabajó con acontecimientos que no presenció y en este sentido se vio obligado
recoger informaciones de «segundos». En el caso de Heródoto, las observaciones directas
darían validez a sus palabras, equiparadas también a las de otros participantes. Continuando
3
Paul Thompson, en The Voice of Past, Londres: Oxford University Press, 1986, insiste en mostrar que la historio-
grafía siempre se instruyó con informes orales o «documentos vivos». Esta visión refleja la necesidad de valorar la
palabra oral sobre la palabra escrita. Actualmente esta acritud no carece de énfasis.
4
Uno de los más polémicos puntos de la práctica de la historia oral remite a la transcripción. Es común pensar
que se puede transcribir con absoluta fidelidad lo que fue dicho. Al partir del supuesto de que lo hablado tiene
peculiaridades propias imposibles de transcribirse (el tono, por ejemplo), se asume que hay que hacer una «tra-
ducción» al escrito. Sobre este asunto léase el capitulo «Transcrever, textuaílizar, transcriar», en Canto de Morto
Kaiowa. Historia oral de vida. San Pablo: Loyola, 1991, pp. 27-33. Para quien se interese en profundizar en el
asunto, se recomienda el texto de Roland Barthes «De la pare le a l’escriture», en Le grain de la voix. París: Editions
du Senil, 1981, pp. 9-13. (Hay edición en castellano, Siglo XXI, Buenos Aires).
5
Dialogando con el texto de Paul Thompson, Philippe Joutard contesta algunos de estos argumentas en Ces voix
qui viennent du passé. París: Hachette, 1983. (Hay edición en castellano, FCE, México).
en esta tradición, tanto autores griegos como romanos definieron la historia. Así trabajaron
historiadores como Jenofonte, Polibio, Tácito, Marcelino, que participaron de
acontecimientos sobre los cuales escribieron. Evidentemente la incorporación de funciones
orales, esto es, de presupuestos míticos imbuidos en el pensamiento colectivo, daba como
resultado una determinada visión del mundo.6
Ciertamente pocos textos tienen tanta importancia como La Biblia para la corriente que
aboga que toda historia tiene por fuente a la oralidad. Igualmente importantes serían los
textos que dieron origen a las diversas versiones de Las mil y una noches. Estas «obras co-
lectivas» habrían resultado de la tradición vulgar, repetida a través de los tiempos, hasta
convertirse en un cuerpo «documental», escrito.
La Edad Media también fue pródiga en textos apoyados en fuentes orales. Los poetas del
universo celta, por ejemplo, eran contratados por las familias eminentes para hacer la exal-
tación de los hechos del pasado. Se recurría ampliamente a las tradiciones orales porque los
autores escribían en un ambiente preletrado. Así, la obra de escritores como Bade, Gregorio
de Tours, Isidoro de Sevilla comprendía, además de observaciones personales, discursos
populares, informaciones obtenidas de otros.
Alrededor de los siglos XIV y XV; algunas casas nobles trataron de adoptar sus propios
«historiadores», cronistas que se encargaban de registrar los hechos «heroicos» de los miem-
bros de la comunidad contratante. Sin embargo, con el crecimiento del mundo renacentista
esta tendencia entro en decadencia, de modo que en el siglo XVII era prácticamente inexis-
tente. La paulatina desaparición del prestigio del habla como una fuente histórica fundamental
fue paralela a una sobrevaloración de las fuentes primarias, que dio lugar a la primacía de las
fuentes escritas sobre la oralidad. Caída en el desprestigio por muchos años, la oralidad pasó a
ser terreno de los folcloristas –entonces conocidos como anticuaristas– que, como un sector
especifico dentro de los intelectuales, debían ocuparse del conocimiento de ella. Se puede
decir que, a pesar de que importantes personalidades como David Hume dieron crédito a las
fuentes orales, sólo con Jules Michelet se constató una mejoría en la reputación del
testimonio oral. Es enorme la cantidad de referencias a la obra de Michelet como un marco
para la vuelta del prestigio de las fuentes orales, hasta el punto de que prácticamente no existe
autor que explore la discusión sobre el significado de la historia sin remitirse a su Historia de
la Revolución Francesa. Después de terminado el conflicto, Michelet, que apenas disponía de
documentación oficial, se aventuró a hacer entrevistas, definiendo un conjunto de otras
evidencias además de las escritas. Con esto impuso, de nuevo, el debate sobre el uso de la
documentación oral en la historia.
La discusión sobre el significado de la oralidad como fundamento valido para la historia
continuó, aunque atenuada por la supremacía absoluta de la historiografía que se hacía con
los documentos escritos. Considerado esencial por algunas escuelas historiográficas, el
documento escrito pasó desde mediados del siglo XIX a ser divinizado como solución ope-
rativa para hacer la historia. La influencia de Leopold Von Ranke, quien defendía que sólo
lo escrito podría favorecer la «reconstrucción de la sociedad», adjudicó poderes ilimitados a
todo lo que pudiera ser «probado». Igualmente se presentaban como fundamentales los
presupuestos de V. Langlois y Charles Seignobos, que preferían la historia con documentos,
puntualizando que «sin documentos no hay historia».
Relegada a un segundo plano, la oralidad, sin embargo, no murió. Un recorrido «fuera»
de las líneas más prestigiadas por la cultura erudita revela que las áreas dedicadas a la
oralidad avanzaron con lentitud hasta que en 1930, un hecho nuevo alteraría ese ritmo.

6
David E Henige, Oral Hístoriography. Londres: Longman, 1982.
Analizar esa fase puede iluminar caminos para entender la evolución del debate sobre la
aparición de la moderna historia oral.
En 1920, la Escuela de Sociología de Chicago inició un importante proyecto que aspiraba a
recoger «historias vivas», esto es testimonios de personas de diversos grupos sociales,
principalmente negros, ex esclavos. En 1930, durante el período de superación de los pro-
blemas causados por el «miércoles negro» de octubre de 1929, el gobierno estadounidense
creó un programa llamado «Federal Writers Project», que involucró a un formidable número
de individuos en la recolección de testimonios mediante la técnica de la «historia de vida».
El simple hecho de captar las experiencias de un grupo relegado por los análisis históricos
convencionales –pobres, ex esclavos, desempleados, marginados– habría de tener peso para
exponer algunos problemas vitales, hasta entonces invisibles para la percepción ordinaria.
Por otro lado, algunos problemas de orden metodológico comenzaron a aparecer en los de-
bates que buscaban criterios para decidir cómo captar historias de vida, testimonios orales,
declaraciones.7
Se puede decir que en el escenario estadounidense había una guerra sorda entre el mo-
vimiento iniciado por la Escuela de Sociología de Chicago y otras posiciones sostenidas por
antropólogos del período de entre guerras. Autores como Malinowsky puntualizaban que las
tradiciones orales no tenían sentido pues se remitirían al presente, sin revelar la historia,
situándose entre la mera ficción y una parte semiviva del pasado. Pero incluso entre fuegos,
las cuestiones relacionadas con la oralidad progresaban pues, ya en los años cuarenta, algunas
innovaciones tecnológicas favorecerían enormemente el desarrollo de alternativas que
implicaban el uso de máquinas como magnetófonos.
La maduración del debate sobre el papel de la oralidad se produjo junto con la aparición en
el mercado de los aparatos de grabación portátiles. Esto, sumado a la aglomeración de
trabajos sobre grupos no letrados, minorías silenciadas, clanes destituidos de otras soluciones
documentales, facilitó la institucionalización de los primeros proyectos de historia oral y los
definió de acuerdo con patrones modernos.
Cabe, por tanto, definir a la historia oral como una técnica desarrollada a partir de la
superación del debate sobre el valor documental de la oralidad. Por otro lado, fue sólo desde
el momento en que la grabadora se hizo accesible a todos cuando se puedo dar sentido y
agilidad a la nueva técnica, dotando de increíble movilidad a la investigación y facilitando la
obtención de testimonios en rincones distantes. Sobre la reproducibilidad de las grabaciones y
las mejores circunstancias para operar, no hay nada que considerar. Como es fácil suponer, el
hecho de conseguir grabaciones de las historias multiplicó los recursos al alcance para
realizar las transcripciones, evitando la incómoda toma de notas.
La historia oral es, así, una técnica de captación de entrevistas directas hechas a través
de grabadora y con criterios profesionales. Dado que la institucionalización es uno de los
objetivos básicos que distinguen a la historia oral de cualquier otra aventura de matices se-
mejantes, cabe explicar su existencia a partir de la iniciativa de Allan Nevins, que definió los
primeros proyectos de historia oral. El primer centro que catalizó las nuevas condiciones de la
historia oral fue la Universidad de Columbia en Nueva York, en 1948, con la creación del Oral
Research Office at Columbia University. A partir de ahí, comenzaron a existir parámetros para la
utilización de las entrevistas como solución a múltiples problemas de investigación.

7
Sobre el desenvolvimiento de la historia oral en Estadas Unidos lease: «Oral History», de Louis Starr, y «Oral
History: how and why it was born; the uses of Oral History», de Alan Nevins, ambos publicados en Oral History: an
interdsciplinary anthology, American Association for State and Local History, Nashville, 1984, pp. 3-36.
Tradición oral
Están incorporados en el saber de diversos pueblos los principios que privilegian lo «escrito»
sobre las palabras expresadas verbalmente. La clara preferencia por la escritura en detrimento del
habla exige que se reconsideren algunos aspectos del conocimiento que pueden, con certeza,
comprometer estos esquemas apriorísticos. Como la oralidad es característica de la
comunicación humana, ella siempre se impuso como la forma más fácil, rápida y usada.
Antecedente de cualquier manifestación escrita, la oralidad, sin embargo, permanece casi sin
estudio y sólo recientemente algunas escuelas comienzan a equipararla en importancia con las
fuentes que valoran la escritura o las expresiones icnográficas. Lo cierto es que mientras se
considere a la palabra como algo «abstracto», será difícil establecer criterios para su estudio. Es
por eso que, en historia oral, se exige que la palabra verbal tenga una dimensión escrita para ser
tomada en cuenta. Pero tal condición no implica obligatoriamente que todo lo que fue escrito a
partir de una expresión hablada tenga que ser fatalmente historia oral. Por el contrario, es fácil
imaginar cómo lo escrito posibilita confrontaciones, comparaciones, revisiones. Cabe también
recordar que la diferencia entre el código oral y el escrito sólo ha sido reconocida recientemente.
Así, certezas elementales como la diversidad entre el sistema del habla y el de la escritura,
únicamente fueron consideradas por los sociólogos como un problema apremiante después del
estructuralismo (Harari),8 De hecho, apenas la Nueva Antropología (Geertz)9 y las reflexiones
posestructuralistas han puesto de relieve este aspecto de la cultura.
Aunque en el terreno de la historia los debates sobre los significados de la documentación y
de las llamadas «fuentes inusuales» hayan ocupado a buena parte de los seguidores de la
nueva historia, permanece adormecido el uso de los nuevos criterios de utilización de lo
que fue dicho. Cuesta decirlo pero es verdad, que a pesar de los debates sobre las fuentes
inusuales para la historia, el grupo que se ocupa de esta área del conocimiento todavía
permanece apegado a las formas tradicionales de elaborar los estudios del pasado.
Es pues natural que de todas las ramas de la moderna historia oral, sea la tradición oral la
más antigua y la mejor definida.10 En apoyo de este aserto conviene recordar que las matrices
básicas del conocimiento humano se basan en las reminiscencias milenarias, en los patrones
transmitidos por la racionalización de la relación con lo divino, lo sobrenatural o aquello que
fue consagrado por la repetición y que llega a convertirse en un mito o dogma aceptado
socialmente. Así, las bases mitológicas o míticas derivadas de los textos sagrados como La
Biblia, o incluso de las sociedades iletradas, se justifican como soporte y resultado de la
oralidad de algunas premisas que explican la vida de esos grupos sociales. En ese caso, lo que más
vale como fundamento para las generaciones presentes que estudian esas comunidades es la
memoria (Halbwachs).11 Aunque memoria sea uno de los términos más difíciles de definir, es
ella la que sirve de base para la tradición oral, sin duda el más complicado de todos los
géneros de la historia oral.
En cierto modo la tradición oral es muy antigua, ha estado presente en todas las sociedades,
pero sólo recientemente, después de las embestidas de Jan Vansina, se comenzó a pensar en
ella. En este punto se hace evidente una diferencia básica entre tradición oral

8
Josué V. Harari. Textual Strategies: Perspectives in Post-Structuralist Criticism. Ithaca: Cornell University Press,
1979.
9
Entre muchos textos importantes de Clifford Geertz para reflexionar sobre la historia oral, destaca Works and
Lives: the Anthropologist as Author, Stanford University Press, 1988.
10
La definición «tradición oral» que da Jan Vansina en el libro del mismo nombre (véase nota 12) se considera la
mejor de este ramo de la historia oral.
11
Maurice Halbwachs. Le mémoire collective, París: PUF, 1950.
(que se aproxima y en ciertos casos se confunde con memoria colectiva) y memoria histórica
(hecha con documentación escrita).
Jan Vansina, belga de nacimiento, profesor de la Universidad de Wisconsin en Estados
Unidos, organizó los criterios de su método en un libro particularmente importante para
quien estudia historia oral: la tradición oral.12 Los estudios de Vansina valoran la «memoria»
como resultado de «lo que se oye», «lo que se dice» y «lo que se observa». De esa manera, el
trabajo de quien quiere entender la tradición oral reside en la conciencia de su falibilidad y
en los sentidos de su atemporalidad. Así, los temas relacionados con la falibilidad y la
credibilidad de lo que fue dicho y transmitido constituyen la materia de la tradición oral.
Pensando que lo que fue dicho sobre el pasado es algo del presente, se establece una vin-
culación inmediata entre lo remoto y lo concreto. Tiene sentido considerar el pasado como
algo vivo, siempre que permanezca constantemente recreado y que mantenga una relación
obvia con nuestra realidad. Los estudios de Vansina se realizaron en África iletrada y por tanto
en grupos donde la palabra y su transmisión tienen un sentido fundamental como forma de
conocimiento. En este contexto, la confiablidad adquiere límites relativos pues el sistema de
comunicación se regula de acuerdo con criterios diferentes de los de las sociedades letradas.
En esta coyuntura, se torna fundamental el «proceso de transmisión» pues es el que
caracteriza «el pasado en el presente».
/ La tradición oral, por tanto, es un saber «antiguo y continuado», esto es, sedimentado en
los procesos memorísticos colectivos. No se trata de algo nuevo, característico de una
generación que todavía vive. No. La tradición oral es una memoria del pasado, viva en el
presente, transmitida durante generaciones.
La repetición es la base del dogmatismo implícito en la esencia de la transmisión oral. A
través de ella es posible captar los sistemas de transmisión de la oralidad tradicional por medio
de las «informaciones» y de las «explicaciones». Pero en una y otra vía quedan claras las
dificultades para entender la tradición oral, que es al mismo tiempo la más difícil y la más
atractiva de las formas de la historia oral.
Historia oral temática
De las formas de la historia oral, es sin duda la historia oral temática la que más prestigio
tiene. Dos razones explican esta preferencia:
1. Una mayor proximidad con las maneras más comunes de hacer historia.
2. El uso «natural» del cuestionario como método para conducir la entrevista.13
En el primer caso el testimonio es usado como cualquier otro documento y no faltan
inclusive situaciones en que el texto de historia oral temática se equipare a otros documentos
como si fuesen códigos iguales. En el segundo caso, con el cuestionario se invierte el polo de
las abstracciones que son tan comunes en las narraciones personales y, así, la interferencia
del entrevistador es mas clara.14 En cierta forma, pues, no sería equivocado decir que la
construcción del argumento vuelve al entrevistador mucho más activo. Esta posición da al
que interroga ciertos derechos que son más flexibles en términos éticos. Puede, por ejemplo,
usar estímulos con más frecuencia y libertad (fotografías, canciones, documentos diversos)
como forma de «refrescar la memoria» del entrevistado.
12
Acerca del método Vansina, léase Oral Tradition as Historr, Madison, University of Wisconsin Press, 1985.
13
Uno de los más importantes ejemplos de historia oral temática es el libro de Luisa Passerini. Fascism in Popular
Memory. Cambridge: Cambridge University Press, 1987.
14
Steve Stein subraya la importancia de la historia oral como creadora de fuentes. A este respecto léase «La historia
oral y la creación de los documentos históricos», en Universitas Humanística, Colombia, 15 (26), 1986, pp. 135-
140.
Porque sometida a un tema, esta alternativa es entre todas las soluciones de historia oral la
más objetiva y directa, y en este sentido las relaciones entre las partes (entrevistado y
entrevistador) quedan neutralizadas por la forma impersonal de abordaje. No tratándose de
asuntos relacionados con la vida de los individuos ni con sus visiones del mundo, el
entrevistado es abordado como un informante y así corresponde a un tipo de investigación. Éste
es el caso típico de uso de la historia oral cuando faltan documentos para los registros analíticos.
Del mismo modo, es ésta la solución para los estudios de situaciones donde el entrevistado
habla poco, es tímido, no sabe expresarse. Lógicamente también es común esta forma de historia
oral en los casos opuestos, esto es de informantes que hablan mucho y que sin timidez vagan
por varios temas que, dado el tipo de investigación, no interesan.
Como en la historia oral temática lo que se busca son datos para componer una explicación,
el entrevistado es un agente mucho más pasivo que el entrevistador. La actuación de éste está
mucho más determinada que la de aquél, que se torna más testimonial.
Porque sujetas a una serie de preguntas, las historias orales temáticas, por regla general,
implican entrevistas más cortas, y cuanto más constatada sea la información, cuanto más
personas repitan las mismas formas o si el prestigio del deponente fuese grande, mayor
sentido tendrá la entrevista. En esta línea de análisis se plantean algunos puntos importantes:
1. ¿Quién debe ser el entrevistado?
2. ¿Cuántas personas deben ser oídas para garantizar una seguridad al proyecto?
3. ¿Cuántas veces deben realizarse las entrevistas?
Estas decisiones, sin embargo, son menos rígidas porque se garantiza al entrevistador un
poder de determinar.15
Acerca de los cuestionarios es importante decir que deben ser preparados relacionando el
tema de la investigación con las características del grupo de entrevistados. En el caso de un
estudio de la Revolución Mexicana, por ejemplo, deben ser consideradas las cuestiones generales
y la situación específica de cada grupo (o pueblo) que la vivió. Pero para todos los segmentos
(o redes) debe mantenerse una pregunta de corte que dé unidad al proyecto. Como consecuencia
normal de esta forma de recoger testimonios, el uso de los mismos también depende más de la
voluntad del analista. Visto que lo que se busca es la sustentación de una hipótesis, cabe al
estudioso recortar la entrevista y destacar las partes que interesan para formular argumentos
externos a los discursos obtenidos. En cierta manera eso autoriza la transcripción libre. Esto es,
que el entrevistador «mejore» el habla del informante (corrija los errores gramaticales, retire las
palabras oscuras). Al final lo que se busca es menos la fidelidad al contexto de la entrevista y
más la aclaración temática.16

Historia oral de vida


La historia oral de vida es la más discutible de las formas de la historia oral. Es también
fascinante. Sin tener la objetividad del género temático ni los alcances de la tradición oral,
la historia oral de vida ha sido confundida con la biografía o autobiografía.17 Tampoco son

15
Paul Thompson da algunos ejemplos de cómo organizar un proyecto de historia oral. De este autor se recomienda
particularmente la lectura del capítulo 6 «Proyectos» en el libro La voz del pasado, pp. 189-219.
16
Sobre la actuación del oralista como mediador entre la entrevista y el documento escrito léase la introducción de
Daphene Patai en su libro Brazilian Women Speak: Contemperary 'jfe Stories, Londres, Rutgers University Press, 1988.
17
Acerca del asunto léase el articulo de Eva Blay «Historias de vida: problemas metodológicos de investigacáo e
análise», en Cuadernos, CERU, San Pablo, 1984, p. 115-116. Particularmente importante es el texto de Daniel -
Bertaaux «L'aproche biographique: sa validité metiocologique, ses potentialités», en Cahiers Incernationaux de
Sociologíe, París, 69, pp. 197-225, julio-diciembre de 1980.
pocos los que ven en esta alternativa un recurso literario, descartable para los historiadores y
demás estudiosos de la sociedad. A pesar de la polémica, algunos textos de historia oral de vida
han sido ampliamente aceptados como es el caso de Me llamo Rigoberta Menchú y así me
nació la conciencia, de Domitila, si me dejan hablar y otros.18
La historia oral de vida, sin embargo, difiere de las otras soluciones de la historia oral en
que es la manera más personal y particular de registrar experiencias. Sin buscar ser
«informativa» ni proponerse revelar la identidad de un grupo, la historia oral de vida se
realiza en el deber de prestar atención al individuo y a su versión de la experiencia personal.9
Al dedicarse enteramente a un único sujeto, su narrativa adquiere fuero de privilegio y es en
esta característica donde reside tanto la mayor virtud como el blanco de la crítica a este
género.
A nivel de las virtudes, se puede considerar como fundamental el papel del individuo en la
sociedad. Lógicamente aquí se desprecia el tema de la «representatividad». Sin creer que
algunos grupos sociales son más importantes que otros, la historia oral de vida equipara a
todos como ciudadanos significativos. Valorando a «cualquiera» y dirigiendo el foco de aten-
ción a los sujetos indiscriminados, esta solución de registro de historias, en principio, acepta
que la historia abarca a todos y que las experiencias individuales son, por eso, históricas.
La crítica, al contrario, ve en la falta de diferenciación entre los individuos una especie de
quiebra de la objetividad. Pensando que la historia sólo puede ser valorada por la experiencia
de algunos ciudadanos ejemplares, los defensores de las demás formas de historia oral
desprecian la indiscriminación a favor de una representatividad que, después de todo,
también es discutible.
Aunque en apariencia la historia oral de vida se muestre fácil, es muy difícil y raramente
se encuentra alternativa que exija tanto rigor. En la circunstancia de una entrevista con una
sola persona lo que interesa es determinar el número de encuentros suficientes para esta-
blecer una narración. Pero cuando se piensa en un proyecto amplio, hecho con un grupo
más numeroso, conviene, para obtener un buen resultado, establecer el criterio de selección de
individuos del grupo analizado. En este caso la secuencia pasa a ser dictada por el individuo
«punto cero», o sea por el primero que narra su historia. Justamente para valorar al individuo,
el director del proyecto traslada al narrador el derecho de escoger quien será el próximo
entrevistado. Así, a través de la continuidad de este proceso de recolección de testimonios se
determina una «comunidad de destino», esto es, una problemática común dada por la
comunidad entrevistada.
A diferencia de las demás alternativas de la historia oral, la historia oral de vida invita a la
publicación de las experiencias como un todo. Las historias de vida, por lo general, sólo
adquieren sentido presentadas integralmente, como si fuesen una sola pieza. Los fragmentos,
aunque validos pueden comprometer la esencia de la vida, quebrándole el «sentido aurático»,
la característica más importante de esta forma de historia oral. Si entendemos como «sentido
aurático» la esencia de cada experiencia individual, se concluye que en toda entrevista hay
un mensaje que resume esa experiencia. Esto obliga a creer que cada individuo tiene su
versión de los hechos y que todas las vidas tienen sentido.

18
Elizabeth Burgos. Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. México: Siglo XXI, 1987. Domitila
Barrios de Chungara con Moema Viezzer. Si me permiten hablar. México: Siglo XXI, 1978.
19
El texto «O narrador. Consideraóes sobre a obra de Kikolai Leskov» de Walter Benjamín es recomendable como
presupuesto del sentido de experiencia, en Magia e técnica, arte e política: ensayos sobre literatura e historias de
cultura, Obras Escolhidas, vol. I, San Pablo, Brasiliense, 1987.

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