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Alcestis y Admeto

Cuenta la historia que Alcestis era la más hermosa de las hijas del celoso rey Pelias, y que tenía tantos
pretendientes que su padre tuvo que poner una condición engañosa y complicadísima para decidir quién se
quedaría con la mano de la irresistible doncella. Pelias anunció entonces que la joven sólo desposaría a aquel
hombre que acudiera al reino montado en un carro tirado por un león salvaje y un jabalí amarrados en la
misma yunta. Aunque muchos lo intentaron, la tarea parecía imposible. De hecho, o era. Pero el valeroso
Admeto (cuyo nombre significa "indómito"), uno de los reyes de Tesalia, famoso por su sentido de la justicia
y por su hospitalidad, estaba ciegamente enamorado de Alcestis, y para ganar su mano recurrió a la ayuda del
dios del sol, Apolo. Admeto y Apolo, aclaremos, tenían una historia en común. Se cuenta que Apolo,
castigado por Zeus por haber asesinado a sus cíclopes –esas enormes criaturas de un solo ojo–, había sido
condenado a servir durante un año a un mortal, y el dios caído en desgracia había elegido a Admeto, para
quien trabajó como boyero en sus campos. Y tan bueno había resultado el trato dispensado por el mortal, que
Apolo se sentía en deuda, y por eso accedió de inmediato a obrar en su favor para satisfacer la compleja
prueba impuesta por el rey Pelias.

De este modo, Admeto pudo presentarse a las puertas del reino en un carro tirado por un jabalí y un león, tal
cual la cláusula real, para exigir la mano de Alcestis, que se enamoró al instante del valeroso joven, ya famoso
por haber acompañado a Jasón y a los argonautas. A los pocos días, con el consentimiento paterno, celebraron
su amor con una gran fiesta. Y todo iba bien, pero en el fragor de la dicha nupcial Admeto olvidó hacer los
acostumbrados sacrificios en honor de Artemisa, diosa de la luna, lo que en este caso resultó imperdonable
para la deidad. Su castigo no se hizo esperar. Esa misma noche, al entrar en la habitación matrimonial,
Admeto no se encontró con su prometida, sino con una infinidad de letales serpientes venenosas. Horrorizado,
el rey volvió a acudir a la ayuda de Apolo. Diligente, el dios fue a interceder ante la ofendida Artemisa a favor
de su amigo, y regresó victorioso. Le comunicó a Admeto que no solo la ofensa por no haber realizado los
sacrificios estaba perdonada, sino que además se le concedía el siguiente don: el día de su muerte, cuando
fuera convocado por los Hados, Admeto no se iría si lograba conseguir que un miembro de su familia
pereciera por él.

Ese fecha trágica llegó pronto, y Hermes se presentó en palacio para convocar a Admeto hacia los distritos del
Inframundo. Desesperado por la noticia, el joven rey acudió a la recámara de sus padres, para intentar
convencerlos de que tomaran su lugar en el viaje al más allá. Les dijo que ambos eran ancianos, y que ya
habían aprovechado todos los placeres de esta vida. Les rogó, de rodillas, que lo suplantaran. Pero estos se
negaron con firmeza. Le aseguraron que aún no querían abandonar esta tierra, ya que todavía esperaban
regocijarse con algunas cosas, y que después de todo era necesario aceptar el propio destino. Admeto lloró de
pena. Enloquecida por la desesperación de su marido y por la fría negativa de sus suegros, la bella y
enamorada Alcestis decidió actuar: se encerró en su recámara y bebió una botella de veneno para poder
ocupar así el lugar de Admeto en el descenso al otro mundo.

Aquí este mito presenta dos variantes. En la primera, la propia Perséfone ("La que lleva la muerte") se apiada
del gesto de amor de Alcestis y le salva la vida y la trae de regreso a este mundo. En la otra versión es
Hércules, ex compañero de Admeto en su excursión con los Argonautas, quien desciende al Inframundo y trae
de vuelta a la sacrificada y enamorada doncella, más bella y joven que antes, para que pueda vivir una vida
extensa y próspera junto al hombre al que amaba y por el que había sido capaz de dar la vida.
Orfeo

Orfeo era el hijo de Apolo y Calíope, aunque hay otros estudiosos que aseguran que realmente era el hijo de
Eagro, el rey de Tracia. Orfeo era cantante y músico, con una capacidad increíble para conmover a todo ser
vivo, tanto animales como personas, siendo ésta una de sus características principales.

Se dice que acompañó a Jasón y a los Argonautas en la búsqueda del Vellocino de Oro, pero también en
muchas otras gestas como neutralizar el canto de las sirenas, quienes con sus cantos embelesaban a los
marineros y les llevaban hacia la muerte, ahogándolos. Asimismo era requerido en muchas situaciones de
pelea, donde con sus cantos conseguía apaciguar los ánimos.

Después del viaje con Jasón y los argonautas, Orfeo regresó a Tracia, lugar donde encontró a una ninfa
llamada Eurídice, de la cual cayó completamente enamorado, y el sentimiento era recíproco. Con el paso del
tiempo decidieron casarse y Orfeo invitó a Himeneo, dios del matrimonio.

El mismo día de la boda una serpiente venenosa mordió a Eurídice, provocándole la muerte, con lo que Orfeo,
al no poder resistir tanto dolor, bajó al mundo de los muertos para pedirle personalmente a Hades, dios
del inframundo, que se la devolviera, y lo hizo de la mejor manera que sabía, con sus cantos y melodías, lo
que convenció a Hades, quien la dejó marchar con Orfeo con la condición de que no mirase hacia atrás
cuando se fuera.

Eurídice y Orfeo estaban saliendo del inframundo, pero ella iba más lenta debido a la picadura de la serpiente
y en un momento Orfeo miró hacia atrás y Eurídice se desvaneció. Orfeo no se lo podía creer y volvió a
entrar, pero esta vez, Caronte, el barquero de la laguna estigia no le dejó pasar y tuvo que aceptar que la había
perdido para siempre.

Orfeo regresó a Tracia y decidió que no quería saber nada más de mujeres, algo que no gustó nada a las
Ménades, con quien había tenido relaciones en las fiestas en honor a Baco, quienes decidieron atacarle
despechadas, consiguiendo despedazarle, aunque dejaron su cabeza intacta y la tiraron a un río, al Hebro, que
se encargó de llevarla al mar y éste hasta la isla de Lesbos.

La lira de Orfeo se quedo en el cielo como constelación y su alma encontró a Eudírice en el mundo de
los muertos y desde entonces pudieron estar juntos el tiempo que no pudieron estar unidos en vida.
Mito de Aquiles

Aquiles era hijo de Peleo y de la nereida Tetis. Cuando nació, su madre quiso hacerle inmortal, por lo que
le sumergió en las aguas de la laguna Estigia. Para hacerlo le agarró de los talones, que fue la única parte que
no sumergió bajo el agua y, por tanto, quedaban exentos de la invulnerabilidad que tendría el resto del
cuerpo.

Aprendió las artes de la guerra y la caza del centauro Quirón en el monte Pelión. También le enseñó artes
como la música o las propiedades curativas de las plantas. Cuando era un niño, Calcas, un adivino, afirmó
que en la futura guerra de Troya los griegos sólo podrían vencer si Aquiles participaba en ella, pero que
fallecería durante la contienda. Su madre decidió esconderle entre las hijas del rey Licomedes, pero llegada
la hora los griegos mandaron a Ulises a buscarle.

Cuando Ulises llegó a la corte, el rey negó que se encontrara allí. Así que llevó regalos a sus hijas. Les
ofreció joyas y adornos, pero también llevó un escudo y una lanza mientras sonaba un clarín. Aquiles no
pudo contenerse y se abalanzó sobre las armas. Una vez descubierto, decidió acudir a la guerra del lado
de los griegos.

Durante la contienda, Aquiles se situó siempre en la vanguardia de las tropas griegas. Logró destruir gran
cantidad de ciudades. Cuando estaban saqueando Lirnesa, obtuvo como botín a una joven llamada Briseida.
Al mismo tiempo, le fue concedida a Agamenón, jefe de las tropas griegas, una joven sacerdotisa de Apolo
llamada Criseida. Apolo enfureció ante este hecho y mandó una nube de flechas que terminó con la vida de
gran parte de los soldados.

Para calmar las cosas, Aquiles propuso devolver la sacerdotisa al templo. A Agamenón no le gustaba esa
idea, pero accedió a cambio de que Aquiles le diese a su esclava. Éste no tuvo más remedio que aceptar, pero
se negó a seguir combatiendo hasta que no se restableciese su honor. Gracias a la ausencia de Aquiles el
ejército troyano logró grandes victorias. Los griegos rogaron a Aquiles para que volviese a combatir,
incluso el rey le devolvió a Briseida, pero él se negó

Sin embargo, algo hizo que cambiase de opinión. Durante una de las batallas, el troyano Héctor dio muerte a
Patroclo, amigo de Aquiles que portaba la armadura de éste. Aquiles decidió vengar su muerte volviendo al
campo de batalla. Se enfrentó personalmente a Héctor hasta que le dio muerte abatiéndolo con una lanza.
Lo siguiente que hizo fue atar su cuerpo a su carro y lo arrastró frente a las murallas de Troya durante
varios días, negándose a devolver el cuerpo a su familia. Ante tal afrenta, los dioses decidieron intervenir y
convencerle de que le devolviese el cuerpo a su familia para que pudieran darle sepultura a cambio de un
cuantioso rescate.

Poco tiempo después, se produjo una gran lucha en los alrededores de la ciudad. Aquiles se enfrentó a Paris.
Éste seguía bajo la protección de la diosa Afrodita, por lo que supo exactamente los pasos que debía dar
para acabar con Aquiles. Conociendo el punto vulnerable del héroe, el talón, le disparó una flecha. Apolo,
quien tenía envidia de la admiración que despertaba Aquiles, dirigió la flecha directamente hacia su talón.
La herida que le provocó acabó rápidamente con su vida.
“Fedro, el amor y el binomio érastes-erómenos”
Este breve escrito intentará cernir la temática a la que convoca en esta ocasión la revista Desvíos: el amor.
Para ello se hará base en un texto eje, casi ineludible en cualquier trabajo que intente cernir este tópico: El
Banquete de Platón. Debido a su complejidad y amplitud se ha decidido centrar el análisis en uno de los
elogios que allí figuran, el realizado por Fedro. De esta manera, se podrá efectuar un pormenorizado análisis
de un fragmento de la obra buscando extraer las lógicas intrínsecas que propone, exponerlas y realizar un
análisis que pretende aportar claridad, lógica y consistencia.

Emiliano Medús, miembro del Centro de Estudios Psicoanalíticos de la UNSAM

Recordemos sucintamente el marco en que se desarrolla esta obra. El Banquete relata una reunión en casa del
célebre poeta ateniense Agatón, que tiene como fin celebrar su reciente victoria en un prestigioso concurso de
tragedias. Comentan los historiadores que en la antigua Grecia era habitual proponer un tema sobre el cual
disertar a lo largo de la velada, de esta manera se establecía una suerte de competencia en la cual los invitados
debían dar cuenta de sus habilidades retoricas. En aquella oportunidad, el anfitrión propuso disertar sobre
Eros: el Dios del amor. El último elogio esgrimido sobre Eros es sin dudas el más finamente elaborado, no
solo por ubicarse en lo que se podría llamar la buena vía, sino porque discute con los precedentes, los abarca e
integra constituyendo un complejo análisis del fenómeno del amor. Sócrates es a quien se le atribuye éste
elogio y es, sin duda, en torno a él que gira toda la obra. Finalmente, no hay que dejar de señalar la aparición
fundamental de Alcibíades. Contrariamente al resto de los discursos que razonaron sobre el amor, este general
sostendrá su elogio teniendo a Sócrates por objeto. Un elogio capital que permite un nuevo giro en la obra y
que le brinda mayor consistencia y volumen a su argumento.
Respecto al elogio de Fedro, concibo que brinda bases indiscutibles a tener en cuenta sobre el fenómeno del
amor desde una concepción psicoanalítica. Posiciones que son desplegadas y desarrolladas por Lacan en su
seminario sobre la Transferencia.

Fiel a su época y cultura, Fedro construye su elogio a partir de tres mitos griegos. Describiremos cada uno
dando cuenta de las lógicas que subyacen y las posibles consecuencias que implicarían para el psicoanálisis.

El mito de Alcestis

Este mito se centra brevemente en el acto de ofrecer la vida por aquel a quien se ama. En este caso, Alcestis
ofrece su vida frente a la inminente muerte de su esposo Admeto. Fedro sostiene que ninguno de los padres de
Admeto se muestra dispuesto a dar la vida por su hijo. El mito finaliza con la admiración de los dioses por el
acto desinteresado de Alcestis, quienes la hacen volver del Hades (infierno) para vivir junto a su esposo.
Fedro encuentra en este mito la escena perfecta para indicar uno de los pilares de su razonamiento: el amor
como una elección. Se rompe con la lógica de lo determinado biológicamente, en este caso el lazo sanguíneo-
filial, una supuesta naturaleza inherente a lo humano. Interesantes tensiones sostendrá el psicoanálisis
apoyado en esta lógica: naturaleza-cultura, instinto-pulsión. Si examinamos un poco el argumento, se observa
que el fenómeno del amor, en tanto elección, implica lógicamente dar. Amar conlleva una elección, ésta a su
vez implica rechazar y dar, en este caso la propia vida. Amar-elegir-rechazar-dar. Posteriormente Lacan
establece que este “dar” no es algo que se posea.

El mito de Orfeo

En este mito, Fedro encuentra el argumento para sostener que el amor implica siempre arriesgar lo propio. Es
el contra ejemplo porque opera por la negativa, funciona a partir de su fracaso. La esposa de Orfeo, Eurídice,
se encontraba en el Hades. Sabiéndose él un gran músico, capaz de adormecer a quien lo escuchase tocar la
lira, desciende al submundo en busca de su amada. Luego de pasar todos los obstáculos imaginables al son de
su música, se encuentra con Hades y Perséfone quienes les permiten retornar al mundo de los vivos a
condición de que no mirase a su esposa hasta salir del Hades. Cuenta el mito que Orfeo no soportó la
tentación y en el umbral del Hades giró para verla, advirtiendo inmediatamente como ésta era nuevamente
retornada al inframundo. Finalmente, los dioses, enojados por la debilidad de Orfeo, lo castigan tendiéndole
una trampa con mujeres hermosas que lo asesinan.

Según Fedro este mito implica dos nociones: por un lado, el amor y su vínculo con el arriesgar algo de lo
propio. En este caso Orfeo no arriesga su vida, él conocía el poder de su música. Seguidamente, el amor tiene
algún vinculo con el frenar los impulsos, el amor no es sinónimo de pasión. Orfeo sucumbe a la tentación de
ver a su amada mientras  están en el Hades, algo del goce debe quedar por fuera en el amor. De estos dos
“errores” cometidos por Orfeo podemos inferir consecuencias para el psicoanálisis: primeramente, respecto a
la implicación del sujeto con el acto. En el análisis se pone en juego lo propio, se arriesga, se expone en un
decir. Freud sostenía que toda problemática es actual, el paciente no concurre al encuentro analítico a teorizar
su vida, ni a plantear problemas inexistentes, teoremas ajenos o hipótesis de trabajo. Dice nadeces en las
vueltas de un decir que intenta cernir la singularidad de lo que, entiende, es su problemática. Se despliega así
el desplazamiento significante y es entre su decir, en su decir, que se puede presentar o no el sujeto del
inconsciente. Otra consecuencia a leer en este mito es la referida a aquello que bien podemos ubicar respecto
al goce fálico, Orfeo no se priva de contemplar a su amada.

Con Lacan el sentido de abstinencia cobra un sentido capital. Me refiero específicamente al analista y a su
propia contratransferencia, en tanto única resistencia al tratamiento. Afirmación que le posibilitará
posteriormente constituir una reformulación, la pregunta por el deseo del analista y la ética que conlleva.

Mito de Aquiles

Este mito viene a plantear al amor como la sustitución de la posición del  amado por la del amante. Thétis, la
madre de Aquiles, le advierte la profecía del oráculo que lo condena a dos posibles destinos: luchar y morir en
la guerra de Troya, trascendiendo en la historia como héroe recordado por futuras generaciones, o no pelear
en batalla y retornar a su tierra para vivir una larga y placentera vida junto a su familia. Cuenta el mito que, al
inicio de esta guerra, Aquiles se retiró al campamento negándose a pelear. Fue solamente luego, al enterarse
que su amigo y amante Patroclo había sido muerto por Héctor que decide vengar su muerte. De esta manera,
Aquiles termina dirigiendo la invasión final a Troya, matando al asesino de Patroclo y erigiéndose en el héroe
indiscutido de la victoria antes de morir herido por una flecha clavada en su talón. Observemos junto a Fedro
que Aquiles en su búsqueda de venganza no intenta salvar a Patroclo, su amante ya yacía muerto. Aquiles da
su vida sin buscar rédito a cambio. Tal vez, se podría argumentar que su recompensa fue ser recordado como
héroe eternamente, argumento que queda descartado al advertir que, en un inicio, Aquiles renuncia a estos
honores para volver a su patria y vivir junto a los suyos. Cuenta el mito que los dioses quedaron maravillados
por esta actitud y, como recompensa, lo enviaron a la isla de la Bienaventuranza, mayor reconocimiento al
que podría aspirar un mortal, cumpliéndose de esta manera la profecía. Aquiles realiza un acto desinteresado,
el acto desprendido de todo calculo utilitario, táctico o estratégico.

Se observa que tanto este mito como el análisis escapan a lo útil y conveniente, no guardan vinculo sino
contingente con ellos, ocurre lo mismo respecto a la moral y el progreso. Si el goce fálico es estructural,
¿quién dice que es mejor gozar de tal manera u otra? Aquí importará de qué el sujeto desea ser testigo en su
quehacer.

Para el análisis de este mito considero imprescindible realizar previamente una breve caracterización de la
pederastia, en tanto costumbre de la época griega. Etimológicamente, esta palabra proviene del griego
-paideratía- que significa amor sexual por los muchachos. La pederastia, en la antigua Grecia, no solo se
encuentra ligada al intercambio sexual entre hombres de diferentes edades, sino que, además, es considerada
una costumbre social que tiene como fin la iniciación del púber en el mundo adulto de la polis. El joven, en su
búsqueda de adquisición de conocimientos, establecía un vínculo carnal con un adulto poseedor de saber,
moral, bienes y contactos. Un joven, falto de saber y recursos, y un adulto, poseedor de aquellos. Se
intercambiaba belleza por sabiduría. En el mismo Banquete se sostiene la importancia de esta costumbre
social, es por esto que Agatón le pide a Sócrates que se siente junto a él, cual dos vasos comunicantes
compartiendo el liquido del saber. Agatón demanda el saber de Sócrates. Claramente, Agatón ocupa la
función de erastés-amante, mientras Sócrates es el adulto erómenos-amado. Una función erastés-falta-activo,
el otro en una supuesta función erómenos-completud-pasivo.

Ahora, observemos el contrapunto que se sostiene entre los mitos de Alcestis y el de Aquiles. Ambos son
recompensados por sus sacrificios, pero Aquiles es quien merece, según los dioses, el mayor reconocimiento
posible. ¿Por qué? Lo indica Fedro: “…los dioses… admiran, elogian y recompensan más cuando el amado
ama al amante, que cuando el amante al amado, pues un amante es cosa más divina que un amado, ya que está
poseído por un dios”. Alcestis ocupa la posición de amante, la acción parte de ella, es calculada, tiene un
objeto y un fin: salvar al amado, ella es en tanto que erastés. Diferente ocurre con Aquiles, él es el guerrero al
que todos admiran, el bello, el amado. Él descansa pasivo fuera de batalla y Patroclo es el amante activo que
muere intentando llegar a ser un guerrero diestro como Aquiles. ¿Por qué los dioses admiran y recompensan
más a los erómenos que a los erastés? Porque rompen con la lógica esperada. El amado se encuentra en
posición de completud, supuestamente no le falta nada, es pasivo. La acción siempre parte del erastés, él está
en posición de falta y busca saber a partir del erómenos. El amado no busca recompensa, lo cual escapa a la
lógica de lo útil y lo conveniente. Se concibe que la acción del amado, como inútil, no conviene a nadie,
ambos terminan muertos. Este fuera de lógica es lo que provoca la híper-estima de los dioses. Es ilógico que
surja una acción por parte del amado dirigida al amante. Fedro coloca esta acción al nivel del milagro y
sostiene que en esta lógica se enlaza el fenómeno del amor.

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