Sunteți pe pagina 1din 2

La gran mascarada

Por Jorge Gómez Arismendi

En Chile hace rato se habla de hacer tabla rasa, de cambiarlo todo. Pero ¿Qué se
propone en concreto, más allá del cliché de “más Estado”? Nadie parece saberlo con
certeza, ni siquiera al interior de la Nueva Mayoría donde tal vaguedad ha generado
sus primeros efectos políticos.

Esta ambigüedad junto con las férreas y crecientes críticas a todo lo que huela a
democracia liberal o libre mercado, en el fondo esconde la vieja gran mascarada, que ha
quedado en evidencia a propósito de los 25 años de la caída del Muro de Berlín: la
supuesta viabilidad del socialismo como alternativa, en base a sus fines y no sus
resultados prácticos.

En relación al fracaso socialista expresado en la caída del Muro, el diputado Gabriel


Boric dijo: “Ahí no se construyó el modelo que queremos para nuestros países…Con ese
muro no se caen los principios de igualdad, de soberanía de los pueblos, los derechos
de los explotados y los oprimidos a tomar parte en la lucha de clases que ustedes
niegan, que no es invento de la izquierda sino que es una situación objetiva y uno tiene
que decidir de qué lado está”.

La declaración del diputado es honesta sin duda, pero conlleva un sofisma: El fracaso
del socialismo real y la inmoralidad del Muro, serían una desviación y no un error de
origen en el ideario que él reivindica, y desde el cual asume la supuesta objetividad de
la lucha de clases. Similar idea aplica Alfredo Joignant en carta a Roberto Ampuero, a
propósito de su último libro, en La Segunda: “No necesité palpar o franquear el Muro
para romper con la experiencia comunista (el golpe en Polonia y la invasión soviética a
Afganistán bastaron), aunque no con la utopía de un mundo en común y sus
fundamentos igualitarios”.

Para Boric y Joignant, juzgar tales ideales por lo que fueron sus resultados prácticos
sería errado. Los fines proclamados serían una expiación de lo realmente ocurrido en
los socialismos reales. Una paradoja si se considera que esos regímenes brutales y
totalitarios se fundaron en ideales específicos como la negación de la propiedad privada
y la supremacía del Estado en prácticamente todos los asuntos. Similar idea del fin
como justificación del error, planteaba Hermann Hesse en una carta en 1950: “el intento
comunista, empero, es un ensayo que la Humanidad debía llevar a cabo y que pese a su
triste aferramiento a lo inhumano, habrá de ser realizado una y otra vez”.

La gran mascarada consiste en que aquella utopía llevada a la realidad, que oprimió y
asesinó a miles de personas en nombre de la igualdad y el fin de la explotación del
hombre por el hombre, sea vista como un horizonte posible. También radica en que los
sectores liberales y verdaderamente democráticos hayan creído por tanto tiempo que la
Historia, que es la de la libertad humana, había terminado cuando ese socialismo real
fracasó por causa de sus propias incoherencias.

S-ar putea să vă placă și