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ENSAYO

SOBRE LOS DEBERES

DE LOS

ESCRITO

PARA LOS CIUDADA~OS

DE LA

NUEVA GRANADA.

BOGOTÁ:

RE I MPRESO POR J, AY ARZ .\,

1845.

® Biblioteca Nacional de Colombia
INTRODUCCION.

La suerte ele los casados· ha sido por largo tiempo · el


objeto de .mis meditacionP.s. Al ver t¡rntos matrimonioiJ
públicamente desaveaidos, y tantas personas de uno y
otro ~exo que se arrepienten en secreto de haber far .
mado esta nnion, dudé si este respetable vínculo seria
una felicidad ó una desgracia para la sociedad en jene-
ral, y en particular ¡.,ara los individuos que se ligan con
él. El fruto de mis meditaciones era siempre triste,
porque el mal está demasiado estendido; y yo llegué
á creer que esto nacia de que tan respetable insti- '
tucion no era á propósito para labrar la dicha del jé-
nero humano. Mas al fin, nuevas y atentas observa-
ciones me han llegado á persuadir de que el matri-
n1onio es ó puede ser el orijen de todas las felicidades
terrestres, y que solo por la falta de cálculo y de
reflexion en los que lo contraen, es qae ha podido de-
jenfrar entre la mayor parte de ellos en una odiosa
y temible esclavitud. En efecto, si consideramos las
necesidades, fines y efectos de la sociedad, los pode-
rosos instintos que guian las accioneti de los hombres
durante toda su vida, y los nsos establecidos en todas
las naciones desde el orijen del mundo, nos persua-
dirémos fácilmente de que el matrimonio no solo es
útil y análogo á la naturaleza del hon;ibre, sino abso-
lutamente necesario para su dicha. Mas, una larga
disertacion me conduciria lejos del asunto que me he
propuesto, y para tratar profunda y filosóficameute esta
grave é importante materia, se necesitan luces de que
carezco, y una pluma mas ejercitada que la mia.
He notado que en esta tierra los hombres temen

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el matrimonio, ya porque aman demasiado la vida libre
y disipada que equivocadamente juzgan los hará dicho-
sos, ya porque los asusta €1 pensar en la coqueteria
y despilf111To de las mujeres. Y estas que -aspiran á
ser esposas, por te11er mas libertad, tiemblan tambien
con la id ea <le darse un amo despótico y lleno de
, ·icios. Por fin, muchos se casan y sacrifiran todo su
capital en los primeros dias por hace r ostentac ion de
un vano y ridículo lujo. Pero bien pronto, el marido
11brun1ado ele deudas y abunido con las peticioues in-
discretas de un a mujer que no sabe po1_1er freno á
sus gastos y vanidad; y esta, careciendo de lo superfluo
que apetecia y aun de lo necesario, can sada de sufrir
aiperezas y malos tratamientos, exasperada por la
indigna conducta de su vicioso marido, y rodeada de
corrompidos seductores; se dejan mutuame11te para
á bandonarse cada uno ror su lado á una ,vid:i de escán-
dalo que causa su infortunio y un notable ·perjuicio á
toda la sociedad. Otros no se St!pa1an; ma~. i qué
triste es el cuadro que ofrece s u vida en el. recinto de
su casa! ri.ñas, celos, quejas, intrigas, e1 ga ñas y dea•
confianzas, cuanto.,desagra<lo puede producir la aversioo
y todos los desórdenes que causa la disconlia, se reunen
dentro de esos muros en dende habitan la desgracia y
la afliccion. Un esposo burlado ó env il ecido, una mu-
jer ultrn_jada, odiada y' miserable, hijos sin educaciou
ni principios, criados que alternativamente son los tor-
mentos, los cómplices y las víctimas de sus amos .....
tal es el funesto cuadro c¡ue en todo ó en parte ofrece
la vida conyugal en muchas casas. En otras, la virtud
del uno es sacrific11dfl á las pasiones del otro, y en
pocas reina 1a ver<l.i<lera felicidad. Muchos hombrea
sabios y pensadores han atribu ido estos ma les á la per,
petuiclad del matrimonio. Estoi bien lejos ele pa1ticipar
de su opinion; pero, ya be dicho que no me creo capaz
de entrar en discusion sobre tan importante asunto,-

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Sé tambien r¡ue no han faltado curiosos que formen el
triste cálculo compaqtivo del número inmenso d<J m1-
trimo111o s infelices, y - los mui pocos qui:! son real-
mente dichosos . Empero, prese ntando á los ojos del
público estos d esconso l,idores res ult ad os, no se consig ue
ataj ar el contajio. Antes bien, este -cuadro aflicti\·o
des:t lienta, y los que pudieran haber sido un os honrados
padres de famil ia abandonan el proyecto de casarse,
temiend o aventurar en una suerte tan 111cierta la feliei-
dad y tranquilidad ere tocia · su vida. Debe, pues, re-
mont arse ha ~ld el oríjen del mal_, mostrar sus causas
y procurar los medios de evita r sus efectos.
Be pensado que un res úmen de los principales de-
beres recíprocos de los esposos seria útil á los jóvenes
que aun no se han puesto e n estado, y acaso tambien á
los cas~dos. Lo he escrito r.epart ido en doce capí-
tulos, que forman dos partes separadas, la primera p;ua _
los hombres y la segunda para las ,mujeres. Hasta
cierto punto ¡;u~de decirse que cuanto contiene este
pequeño tratado, es aplicable á ambos sexos. Yo .no
he sep,irndo sino aquello que me pareria mas análogo
á las circunstancias peculiares del uno ó del otro, espe-
rando qti"e el buen juicio de los lectores h ,uá las aplica-
ciones convenientes, ampliando ó restri11jiendo n¡is
ideas seg:un I?, d eue1;es mas marcados del hombreó de
la mujer, y en proporciqn á las funciones que á nno
y á otra les estan encargadas . Ignoro si mi trabajo
será útil y mis ideas exactas; pero sí puedo asegurnr
que una intencion pura y lo able ha puesto la plum:i
en mis manos. He deseado contriu-nir de algun modo
á la felicidad de mis conciudadano:., y si logro hacer
algun bien, por pequeño que sea, quedafá sobrada•
mente recompensado este corto trabajo,

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PRIMERA PARTE.
De los debe1·es principale.~ d,,[ esposo con la esposa.
CAPITULO 1. 0
DEL RHPETO,

El hombre que se rernelve á abrazar el e<t;ulo de)


matrimonio, toma, por decirlo a,í, 1111 nuevo ~Pr. Su•
hábi11,~, '"" a1ni~tades, sus ronversa,·rones v d1versione1
deben n1111Ür de aspecto. El no ha hP.-ho ~ino p101111n-
ciar un monosílabo, y Eesle sonido inri iferente por su
naturaleza, lo carga de nuevas ubJ:g¡u:ionPs, le im-
pone, sacrificios; pero tamb·ien le prep&ra ~Oct's ines-
timables, y le da un ran¡!;O rPspetable en la srn·ied.id.
Mui com~rn es que la fogos a juvent.ut.l alm,ce este
estado sin detenerse á pensar en su importancia y
consecuenci\ls. El coraion tierno de un joven se siente
conmovido al contemplar los encantos est f 1ior es de una
muchacha: una sonrisa apacible, un 111e,vin,iento gra-
cioso, un rostro alegre y fresco, bastan para inflamarlo.
Arde en deseos, y se arroj:i · cieg<1mente en l:t red,
sin sospechar siquiera que va á sacrific ar el ma)Or de
sus bienes, su libertad, r.or poseer un obj eto q ue no
conoce casi, un objeto tal vez despreciab!e y ado rnado
únicamente con los brillantes coloridos que le prestó
su ardiente imajinac;on . Así es como se forman tautoa
enlaces desacertados en los cuales bien pronto se intro-
duce el fa5ti<lio y la aversion, y que despues son el
castigo perpetuo de los locos contrayentes, y el es,·áo-
dalo de la sociedad.
Pero sea así ó de otra manera mas juiciosa que se
conduzca el hombre para abrazar este estado, creo
de alguna uti li<lad indicar los principales debt!res que
se impone para con aquella á quien ha ligado su des-
tino, y de cuya felicidad i.e hizo cargo.
No pre~endo dar mis opiniones por norma de 111

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ajenas; mas, si mis reflexionel y una larga y triste
esperiencia me hubieren sujerido algunas ideas que
puedan ser útiles á mis lectores, este resultado lisonjero
disculpará el atrevimiento ele qnien, por primera ve:a,
1e resuelve á dirijir sus palabras al público.
Es obligacion de un esposo el respeto debido á ·una
jóven, que debe suponer inocente y virtuosa, puesto
que ha querido hacer de ella su compañera para toda
la vida. El marido inc:tuto que consiente y anima
estas burlas atrevidas é insulsas con que se regalan
de ordinario los oidos de una recien casada, se espone
con esta necia conducta, con esta culpable tolerancia
á hacerla perder este bello pudor que realza y sostiene
toias las virtudes. Por4ue, ¿ q11é concepto formará
de su nuevo estado una persona tímida y sin esprrien,
ci11 quese ve asociada desde que se casa á las
devergonzadas conversaciones, á los equívocos infames
que los licenciosos no se atrevían á pronunciar en
1u presencia una hora ántes de su himeneo? ¿ No
tendrá algnna razon para sospechar que una ele las
prerogativas de )as casadas consiste en estar iniciadas
en los impuros misterios del libertinaje? ¿ Cómo puede
IJD hombre de j nicio permitir y autorizar chanus que
saquen los colores al rostro de un,i mujer amaqa?
T si él dá el pernicioso ejemplo de aplaudir estos
insolentes despropósitos, ¿ no será disculpahle la jóve-n
ioe&perta que agasaja con una sonrisa al aturdido
que la ofende con espresiones libres? Nada daña
tanto un corazón sensible é inocente como el hábito
de oir proposiciones escandalosas. Por otra parte,
¡ qué derecho puede tener un esposo imprudente para
exijir que otros respeten á -aquella que él no supo
respetar, aunque tenia tanto interes en hacerlo?
Es necesario que los respetos debidos á una esposa
no se limiten á suprimir las necias bufonadas con que
se festeja el dia del matrimonio. Han de esteuderse

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hasta los momentos de mayor intimidád, y eonservarre
aun en medio de los goces c¡ue :rntori,za este nud'o
sagrado. P or qué h a de t i1>1n iurse á 11n a m uj er ha hl
el e5tremo de ex iJir de ella á título de ·t-,pn,a el sacrf-
ficio de su honestidad y ,u recato? Las ti111idas cari-
cias que se obtie1,en sin viole11C'i,1, de ur 11 ~e r 111111
gratas p>1ra_un hombre hnnratlo y se ns ible. que tudN
los tri1rnf'os d e su sup~rioridad. ¡ Feliz el espc,~11 (¡1.e
besa con tern ura una frente modest.i co loreada con
el ]:¡ello enca rnado del ¡.rndor ! Este es el pr~rioso
velo de la virtud, y el atrevido imprudente yue llega
á romperlo, se espone á pagar mui c"arn su tt-111 t>nclad,
Si en todos tiempos son pernicio,as y cont , arnu ,
la monil esas compañias de ptrdicion que los jóvenél
juzgan necesarias para su recreacion y ¡,asat1t>111po,
puede asegurarse que á un hombre ca~ado le están ab-
solutamente prohibidas por su deber y por su propio
interes, y comete un atentado contra su Ít!licidad
y la de su familia continuando sus culpables relaciones
ron amigos di solutos, y rodeando á su esposa de un
círculo de mozos libertinos y de sconceptuados. Un
hombre debe mirar su casa como el as ilo sagrado de
la paz doméstica, donde guarda rn mayor tesoro, que
es una muJer virtuosa, y al profanarlo introduciendo
en él estos Jóvenes perdidos que se dicen ,us aurigoe,
obra como un aturdido y se prepa ra su propia de•·
ventura, Así pues, es preciso renunciar esas peligro-
sas amistades; ó ya que esto no pueda verificarse, es
fuerza darles otro jiro, haciendose res petar ( lo cual ea
dificil ), por aquellos que tal vez fueron sus cómplices 6
<lisi;ipulos en el arte de corromper la moral, traslomar
la sociedad y ultrajar los vínculos mas respetablea'y
sagrados.
Aunque el matrimonio prescribe la mas grande con•
fianza, esta no debe estenderse á los tiempos anterioret
sobre ciertos puntos de la vida privada. Me atrevo 6

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pensar que estas confidencias sobre desórdenes ó deslices
-pasados enjendrari desconfianzas para lo futuro y pue-
den pruducir insensiblemente una fri.-tlthd que mine
al fin la feli cidad conyu¡_:-dl. Una mujer dert>nte no
babi~ recibid o .'.!ntes del Jí<1 dt> su matri111unio de parte
llel que ya es su esposo, sino respetos, adoraci(Jnes y
prote,tas df' 1111 amor esclu siv() y sin cero. Ella nn sos•
pechaba siquiera que se pudi ese a111ar a un ., ·y gozar
ron much ,1s. Se creia an,ada y tenia cierta Vil 11 1dad
l'll posee-r ~ol:t á ;¡quel cuyo corazon le fué (,f,ecidc;,
tantas veces. ¡ Cuá _l será su despecho, de~pue~ de oir
ronfianzas imprudentes, al cont._emplerse El milésimo
objeto de h1s atenciones dE> este mortal querido que
crei'.I haber cautivado ella sola, y al saber de sn propia
boca que ha prodigado dinero, tranquilidad, promes&s
'Y caricias para logra r favores que no le fueron pedidos
aella y para satisfacer deseos momentáneos y pasa-
jeras fantasí ~s ! Aunque su esposo ie jure un amor
tierno y preferente, ¿ será bastante e~t_a promes<t siR
ningun a garantía para indemnizarla de la mortificacion
de ver rivales por todas partes, y de cont11r tal vez
entre sus mismas amigas ocho, diez ó mas mujeres
asociadas, por decirlo así, al secreto de sn telit'idad, ·
y que han recibido estas mismas caricias qne ell a tanto
aprecia? · Esta amarga idea puede producir sucesiva-
mente desconfianza, fastidio y aun desprecio . Seria,
pues, mas acertado cal lar todo lo que puede ser de-
sagradable á una mujer sensible y delicada, ann c uando
movida por una in1~iscreta curiosidad, pr<?teste que
escucha aquellas relaciones con la mayor indiferencia.
Es nH1S conven.iente prolongar hasta donde sea pos1lile
las du lces ilusiones del amor. La idea de un cariño
esclu sivo alhaga el corazon y li~onjea el amor propio
d,u1do una idea ventajosa del mérito con que se cree
haberlo obtenido. Ya que un esposo no haya sid'o
inocente, es preciso á Jo . ménos q-ue evite parecer

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imprudente, haciendo alarde de sus estravios puad~
Hai tambien ~tra confianz'l peligrosa que un m~
no deberia hat'e~ nunra, porque con ella falta á 11,,
deberes, y ofi:-1ile la delicadeza de su mujer. Ras.
es la de l11s frtlCU!'ntes infüleli<ladel! que cometen ••
amigos ca~,1dos. No hahlarémos de los infinitos mal.-
que una indiscrecion de su e~posa puede l'a11~ar en 1
familias ele nq11ellos, 11i del criminal alrnso que se bac:e
de la ami,t.ad, 1evelando por diversion el secreto d¡t
las debilidades de un amigo, ni del campo que 111
abre á la maledicencia, regando estas anecdota, ~
candalosas. Me limitaré únicamet}te á c,bs!'fvar que
no necesita una mujer tener mucha malici>t pa,a
sospechar que las contianz::is de que le habla su marido,
han sido recíprocas, puesto que es bien sabido que IDI
hombres temen · siempre descubrir sus tldC1uez111 á
aquellas personas que por su conducta i1reprenaible
pueden ser sever:is. Parece que las malas accione,
pocas veces se comunican vo luntariamente á los qua
no han sido cómplices ó participantes de ella~. De
aquí resulta, que una esposa á quien ha instruido 111
fmprudente marido de las faltas de sus amigos, te111t
con razon hallarse en el ·mismo caso en que eatáll
' las esposas engañadas, que exitan su compasion, Eata
es un nuevo jérmen de disgustos y tibieza.
No son menos perjudiciales las continuadas preguntu
qne nn marido hace á su mujer sobre los obsequiQI
que pudo recibir ántes del matrimonio. Si ella 110 ~
favorecido á ningun amante, se o_fende ó se aftije
de que no se h<1ya apreciado debidamente su primero
y 6nico amor. Si ha ¡¡mado á otro y lo niega ( ea
razon de que debe ser duro hablar con un esposo qae
,e respeta, de estas galanterias que se teme lo oíe11•
dan ), se dió ya con esto un mal paso, pues b,a
empesado la reserva y el disimulo con una ocultaci•
de la verdad que, aunq11e se considere inocente J

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itida, puede tener funestas c·onsecuencias. Si ella
bla el leng uajt franco de la injPnuid ad, su corazou
edar~ tranquilo; pero el ma rido hal>rá de struido,
n su <'uriusid ad, una de las ilusiu11es de su dicha,
una p,,rre de s us place res.
Ha1 otro punto d e licado y sobre el ru a l 110 están
aruerJo todos los casa dos Al g uno~ ha n llegado
pen~ar que, prOLli ~ando públioa 111e111e á s us esposas
mas t1ern<1 ~ caricias, se granjearian el r once pto de
mas e,·celentes maridos . Pero, esta es nn a fatal equi•
acw11 . Con tan imprudente co11durta no consiguen
o desterrar los placeres del a1110r, que exi_jen el
nto de un modesto misterio, ofend er el pudor
sus esposas, atacar 1~ moral pública hiriendo la
enria, y esponen,e á ser cruelmente ridiruliz -1dos.
en verdad, ¿ cómo no han de parecer afretadas
a• caricias entre dos personas 4 ne pueden pasar
mayor parte de su vida en los asolas de un a socie•
d tan íntima y lejítim a ? El marido que se n,aneja
e~ta suerte, se espone á qut> algun rn a l,cioso profiera
presiones atrevidas , provocarlo por l-1 desenvoltura
una esposa imprudente, y á despertar entre los
ctadores inocentes de uno y otro sexo , pasiones y
eos qne, empezando por a ~alorar una imajinacion
• roa, concluyen por minar la pureza del corazon.-
,contestará , tal vez, que la imájen de esta felicidad
estos cariños conyuga les sirve de estímulo á la ju.,-en-
para abrazar este estado respetable. ¡ Qué error !
púbiico perspicaz no ve la dicha en estas vanas de•
trdciones de 1111 exajerado amor. Se sabe <lema•
o c¡ne este sentimiento delicado y profundo está
mp:\ñado siempre de cierta docis de celos que obliga
orultar la propia dicha para sustraerla á la codicia
· a. I.a mayor parte de los hombres sienten un
cer en lucir y ostentar el lujo de sus habitaciones,
elegancia de sns vestidos y la hermosura de sus

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caballos; pero, na co nozco. uno solo, , fJne teniendo
fJ OCO de juicio y de amor propio, qu isiera hacer {l
esposa el objeto de todas las miradas, Por otra po
ae puede suponer, sin mucha temeridad, qu 11
exajeradas demost raciones de amor, t.an públicas y
frecuentem ente repe tid as, no son hijas de un sen
miento t ierno, sino de la costumbre; y 1111 hom
atrevido pue<le saca r de esta observacion consecue
que es pongan la paz doméstica de estos es po,-oa
cautos, y. que sean poco ho nrosas á una mujer
sin motlestia ni rubor recibe con indiferencia
y caricias que no le causan placer ni con mueven
corazon .
En e l c urso ordinario de la vi<la se presentan
ocasiones en que un esposo puede testifica,• el re
a
con que mira su compañera. Tal es por eje mplo lac
cunstaneia en que se encuentra cu ando riñe y co
á sus criados y dependi entes. En estos casos, la ma
parte de los hombres se d ejan arrebn tard d furor
puedeu desahogarlo sino prorrumpiendo en un torre
de palabras escandalosas, ofensivas y obcenas.
esposa y los tiernos hijos acostumbra n sus oi
á este lenguaje indigno que es el que imita n y u
luego en casos semejantes; y los criados y jentes
seras hacen so bre cada palabra \iel amo comenta ·
desvergonzados que podrían escanda li za r en un cue
de g1¡,1rdia. Asi es que se destruye la moral, porq
este lengu~je obceno esting ue la castidad de los oi
acostumbra la imajinacion á representarse cuadros •
pu ros, y es cierto. que cuando el pudor ha abando
e l pensamier¡to, está ya mui cercana la corm
del eorazon .
Creo tambien que es un deber del espo!o
tnoso y previsirn apartar á su muj er con tino y
afect~cion de todo espectáculo, sociedad ó concu
en donde no se observe la decencia mas eatf.cta

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mas esmerado recato. Un baile de máscara, por
mplo, me parece un- pasatiempo peligroso, porque
orece la impunidad de_ los insolentes, dejando á.
os el prétesto y la escusa de las equivocaciones.
i otras muchas reuniones y relaciones que, tal vez,
presentan inconveniente á primera vista; pero un
rido debe ser mu-i cauto, porque el p6blico es mui
ro. En fin, no creo recomendar demasiado el
to que debe un hombre á- su compañera. Es un
to ele decencia y houestidad, es el homenaje
tinuo hecho á la virtud, q~te se ama y se desea for-
ar. No consiste en vanas ceremonias, cortesías y
ctados cú1nplimientos, sino en el hábito de usar
mpre con su esposa de todas las reglas de la mas
era decenci_a, preservando sus ojos, sus oídos, su
'iuacion y su corazon de todo aquello de que un
re de familia q uerria pro!servar á sus in1,1centes ,hijas.
una palabra, este respeto consiste en observar una
ucta ·tal, que inspirando afecto y vener.;¡cion eu
corazon de su esposa, la obligue á buscar por sí
ma esta perfeccion y estlis virtudes que deben ha-
la digna de ,u marido, y darle el lugar mas distin-
iJo en el corazon del hombre honrado y estimable
uien la unió el destino.

CAPITULO :¡, o
DI!: TA TOLER.ANCiA,

qn e ya he dicho lo suficiente para dar una idell


mis o~Jinion-es con respecto al matri.rnonio, quiero
zar este capítulo atl virtiendo que se vá -á tratar
• tolerancia de pequeños defectos y de ciertas opi•
nes, mai, 11-0 de toleranc,ia de co~tumures y ·c onducta,
Es mui 11otoria la tliver,a ·edurac·ion q1re reC'iben 1os
sexos, y pur consiguie11te no debe e~trafü,rse la
rencia enoÍ'me que se advierte en &us 'Opini,mcs ya

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sobre cos~s esenciale~, ya sobre otras que no lo 10a,
Las ideas que se imprime¡{ en la infancia rara ve11 "
borran, y 111111 pudiera de~'irse que son indelebles cuan-'
do se han fomeutado y t ostemdo en la Juventud. Par
esto e• mui comnn enco'ntrJr mujeres llenas de errol'l!W
y preo<'upaciones, como tambien hombres que ralificaQ
de preocupacion y error cuanto hai respetable 1
sagrado. E~tns dos tstremos son ordin:uiamente 1
frutos de la educacion. Mas por ridículas y neciM
que puedan parecer ciertas ideas de · las mujeree_
jamas deben atacarse abiertamente y de una manera
fuer~e y decisiva. Si una madre, por ejemplo. juzga qlt
su hijo e1,fermo no recobrará la salud hasta qu~ havaQ
ardido cuatro ceras delante de la imájen ·c1e su aánto:
favorito, ¿ á • qué fin negarle el consuelo de encen
derlas y alarmar su piedad oponiéndose á este inocente
acto de devocion ? Si una jóven piensa que disipa
una tempestad quemando algunas hojas de ramt
bendito, ¿ qué mal se sigue de esta simple · práctica
de la ignorancia, que ántes bien puede producir el
saludable efecto de calmar un terror pueril con la
persuacion de haber hallado el mejor remedio contra
el rayo? Los errores producidos por una piedad poco,;
ilustrada, no son jamas perniciosos á una 1ni1jer cOII"
tal de que no lleguen hasta la ce~uedad de un fa. d
natismo intolerante y supersticioso. Los sentimienlol n
relijiosos dulcifican el car~cter y predisponen á la ra
virtud, y el delito entra con dificultad en una alma que h
se ·contempla siempre en presencia de su Dios. lAí yr
devocion es tan necesaria á uua mujer como el agua'
á los peces y el aire á las aves , porque en ella todtl
es esperanza y consuelos, y nadie necesita mas de
tos apoyos que una mujer casada y madre de fami ·
Un esposo prudente no debe irritarse al saber
au crédula compaiiera teme emprender un viaje
cierto dia, porque lo cree infausto· y de mal agüero

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ls verdad ·qne estas ideas mezquinas y pueriles trae n
algunos inconvenientes; pero es necesario soportarlas y
111n respetarlas hasta cierto punto. El tiempo, la dul-
111ra, la razon y los conocimientos que un hombre
debe tratar de comunicar á ~u esposa, disiparán poco
6 poco estas preocupaciones. El marido sensato acos-
tumbrará facilmente á su mujer á mirar una tempes-
tad en su verdadero punto de vista; la enseñará á
oir, sin _ aterrarse. el estallido del rayo; le manifestará
las ventajas que estas conmocionos producen en la ad-
m6sfera, le hará observar las bellezas imponentes que
desplegan á nuestros ojos estos magníficos espectá-
e'ulos de la naturaleza que taa elocuentemente puhlican
et poder y la gloria del Criador. La persuadirá con
facilidad de que no hai dias 'aciagos, s11puesto que el
bien y el mal suceden en cualq11ier dia y hora de la
Yida. La convencerá de que no hai alimentos que con-
tengan hechiz0s maléficos, haciéndola comprender que
la costumbre, y la organizacion particular de cada indi-
Yiduo son las que determinan ( ayudadas y combina- ·
daa con otras causas naturales ) los alimentos que
pueden ser saludables ó nocivos, y que la salud se
eonserva con la temperancia y la frugalidad, y no con
Fivaciones emanadas del temor de las hechicerias y
de otras preocupaciones vanas y aterradoras. En fin,
no hai error que un hombre prudente no pueda ar-
rancar del cerebro de una mujer de quien se haya
hecho amar, con tal que emplee para ello paciencia
ymoderacion.
Pero ¡ desgraciado de aquel que quiera rasgar de un
lpe el velo de las preocupaciones, mudar en un dia
hábitos de una vida entera, y emplear la autoridad
vez de la persuacion y el convencimiento!
La misma tolerancia debe estendersP. á las opiniones
bre politica, medicina, diversiones &c. &c. cuan-
de ellas no deduzcan las mujeres algun principio

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peligroso contra la moral ó contra sus deberes especia-
les. Enseñándolas á pensar, se logra rectifica, sus ideas.
La lijereza irreflecsiva que caracteriza al sexo, laa
estravia muchas vece~; mas cuando el cornzon no está
pervertido, el entendimiento adm ite la instruccion y
se presta con facilidad á recibir impresiones saluda-
bles. Las mujeres por lo comun aman sus opinionea
por debilidad y sin tomarse el trabajo de ecsamiñar
sus fundamentas; tienen cierta vanidad en decir: " yo
opino, yo pienso, yo estoi convencida de esto ó de
aquello." De aquí nace su encaprichamienlo y 11111
su entusiasmo por seguir opiniones perj,1diciales ó ridí•
culas. •Aun entre las personas bien educad.¼s se nota
una obstinacion invencible cuando se quiere usar de
la fuerza parll obligarlas á abandonar ideas que siem•
pre les habían pa reciclo justas. Muchas veces se ba-
ilan mujeres que confunden el dogma, la herm011
l'elijion cristiana y la piedad, con prácticas mezquiua
ir;iventada:. por e l fanatismo, y con creencias supenli-
ciosas; no porque su talento y capacidad las hap
incapaces de recibir may o~es luces, sino pnr9ue así 1--,
ensefü,ron desdP. su infancia, y porque habiéndose COII•
venido tácitam ente en lrncerlas esclavas, era necesario
empezar por embruteC'erlils. En los ::is1111tos politic111
ellas padecen tambien graves e411ivoc~cione~: mezclan
confusamente el gobierno, la pat ria y los intere,u
d'e la sociedad con sus antipatías individuales, coa
sus aft-cciones y negocios personales. Si se fCla•
minan' a fondo ~ns opiniones, Se hallará que en graq,
parte son hija~ de un entusiasmo momentáneo, y que
aunque la ~ muj eres ~ean ca paces de los i11a!' herói~
sacritkios en favor de su patl'Í:-1, del gobierno 6 del
partid o tt yue perteneeen sus padres, espo~us, parieD•
tes ó an,igos, no so n sin em bargo n,u1 suscepti1-s
de profundizar los principio:; políticos, de comparar
las ventajas de diversas instituciones aplicadas á su pail,

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-17-
ni de prestar una atencion séria y continuad$ al ecsá•
mel\ que los hombres hacen de ias,graves cuestiones
en 'lue ile cifra el interes del Estádo. Un di,cttrfo
elocuente las seduce, una catástrofe pública las con-
mueve, una persecucion ejercida contra el objeto que
aman las hace heróinas; empero, jeneralmente hablando
ellas no meditan con madurez y por consiguiente est4n
sujetas á errpres, parcialidades y caprichos. Un hom-
bre juicioso debe sufrir estos desvíos de la razon, sin
fa!igarse por destruirlos de un golpe, supuesto que (IU
esposa jamas estará encargada de los negocio(! públi-
cos. Basta que ella lo ame, para qne él esté seguro
de que sacrificará hasta su vida por defenderlo y ser-
virle, y que jamas lo venderá á sus enemigos.
Tienen las mujeres otros caprichos en favor de cier-
tos remedios, ó contra determi11adas razas de hom-
bres, 6 contra tales y cuales diversiones. Mas, todo
esto import~ poco con tal q•1e no se dé á estªs ide\lS
una estension capaz de perverlir el corazon 6 de alte-.
rar los principios morales y relijiosos. ¿ Qué le importa
á un hombre que su mujer piense que el romero es un
antídoto universal contra todas las enfermedades, si
cuando él ó sus hijos están malos ella oye y ejecu~a
con puntualidad las pr.escripciones del médico ? Por
qué se irritará de que ella sospeche que los indios ó
. los negros pertenecen á una raza prorcripta, si al pro-
pio tiempo la ve tratar con igual benevolencia á todos
sus domésticos sean del color 'lue fueren ? Y qué
perjuicio le resµlta de que su esposa prefiera loa in-
sulsos títeres á las mas sublimes trajedias, si ella re-
nuncia con gusto ambas diversiones cuando lo ecsijen
asl sus deberes ? ·
La verdadera piedad, el patriotismo ilustrado, el
acierto y el buen gusto no pueden ni deben orde-
narse, sino enseñarse con paciencia, constancia y bue-
no, modos • . No hai violencia ma11 cruel qu.e aquella
B
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que se trata de ejercer sübre nuestra parte ~oral &
intelectual, y el hombre im µrudente que quiera por
la fuerza hacer de su nn,jer una profunda política, ó
nna consumada .filósofa, debe estar segura óe c1ue ella
lo engaña _por temor ó por malicia finjienJo obedecerle,
y e11 su primera desavenencia, en el mas lij ero con•
tratiempo abandonará estos principios prestados pa1a
abrazar. con nuevo ard_or sus anti g uas upinioncs. El
primer sujeto art ifi cioso, hombre ó mu_1er que apa-
rente contemporizar con sus id eas, será su Mentor y
consejero, y habrá adquirido mas iiscendiente sobre su
espíritu que e l esposo mas sabio é instruido á quien
ella no dejará de mirar como el tirano de su conciencia.
De to do lo dicho deduzco, que .nunca <l ebe perderse
de vista el principio de la tolerancia¡ mas, repito que
esta uo d ebe estenderse á las co~as q·ut1 -son conocida-
mente perjudiciales y que atacan la . paz doméstiea
y los derechos ele un marido. l?or ejemplo, jam,i,
es eccesiva la vijilancia sobre las amistade~. Una ami-
ga perver$a causa mas daños que la ignorancia mas
crasa, y que todos los errores políticos; ·y este es un
punto sobre el cual debe 1111 marido ej ercer toda su
autoridad. En otra parte habl aré mas detenidamente
sobre este asunto; ma~, advirt iend o aqu 1 tarnbien que
la absoluta y rigorosa incomuni cacio 11 á. que quieren
reducir los hombres á sus mujeres, es otro estremo
que prod•.1ce males ig ualmente fune stos, sobre todo
c uand o el marido no es bastante amable é induljente
para hacerla _olvidar con su compaii ia que se halla casi
prisionera. De re$tO puede decir~e t1ue 1111a mujer
será todo lo que su marido quiera que sea, si él sabe
inspirarla conlianza y enseñarla á pensar y á dis-
currir. Mas $i empieza por l,urlarse de SHs agiieros, su
mal gusto y sus errores, ella se avergonzará, y sin tomar~e
el trabajo de pedirle que rectifique sus i<lt.>as, se aplí-
cará á ocultarlas, y buscando confidentes que piense.i á

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su modo. se atralgár~n mas estas desacertadas opiniones. ·
Cuando yo he dicho mas arriba que las mujeres
piensan poco en las cosas graves, y son poco suscep-
tibles de prestar una atencion continuada á los ne-
gocios sérios, no he querido suponer con esto que no
sean capaces de comprender los sanos principios y de
a:handonar el errar para admitir la verdad. Mi inten-
cion es hacer ver,.que una educacion descuitlada y la
natural .,·ivacida,d del sexo las conducen á errores, y
que su sensibilidad no permite que se use de autori-
dad · para obligarlas á mudar de opiniones; cuando
por el contrario, dóciles y amantes por naturaleza,
ceden á la dulzura con increíble facilidad. Si el hombre
es induljente y tolera; si se presta á descurri1· ami-
gablemente con su esposa; si suprime las ironias y las
burlas que tanto hieren el amor propio, ella se corre-
jirá sin duda y amará cada dia mas al hombre pru-
dente que supo persuadir!~ perfeccionando su razon.
Ella creerá deber ca~i á su propia intelijencia las luces
que adquirió por convencimiento, y no se avergonzari
de confesar sus antiguas equivocaciones cuando vea
que es un amigo y no un déspota el que se las ha
hecho conocer. A todoY nos lisonjea que se cuente pa-
ra algo con nuestra razon y entendimiento, aun cuando
sea para convencernos de que estabamos en crasos er-
rores. Pero no conozco aun la persona que abandone
con gusto y de buena fe sus opiniones soló porque un
superior le haya dicho: " tú eres un idiota, un estú-
pido, y no debes pensar esto sino aquello." Semejante
lenguaje ofende, porque nos hace sentir nuestra depen-
dencia y nuestra ig norancia, y nos humilla manifes-
tando el de$precio con que se miran nuestras opiniones
y capacidad.
Esposos que deseais la paz doméstica, el amor y la
confianza de vuestras mujeres, ya os repito que sea1s
induljentes con la inesperiencia y la ignorancia. Ha-

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ceos amar, porque el corazon,sensible y tierno de una
mujer se deja gobernar farilmente con el cariño, Oc1d•
tad algun tanto la supefíorídad que os dan las con-
venciones sociales, y la que pueda haberos di~pen1ado
la naturaleza para elevar á vu.,stras compañeras ain
ultrajarlas ni ofonder su delirade.i:a. Finalmente, per•
suadid y no pretendais nunca dominar el entendimiento,
0
CAPITULO S.
BUEN EJEMPLO,

Loa hombres solteros se creen casi sien;1pre dispena-


do,i de ser virtuosos. Fundan su rt>putacion en ad-
quirir algunos superficiales conocimientos, en ser cor-
teses y galantes, algu11as ocasiones valientes y tal vea
puntuales en pagar sus deudas. Por lo demaa ••
inquietan pooo. Con tal de que gocen de cierta acep•
tacion de corrillo y <.le alguna fama por sus riqueau
y por sus buenas fortunas amoro~as, les es indiferente
la práctica ú olvitlo de las virtudes. La intemperancia,
el orgullo, la hol ga.za neria, el juego, la impietlad, ttl
~esprecio de los anciano~, la insensi bilidad y d mu
desenfrenado libertinaje, son vicios considerados por
ellos como pasatiempos de mozos, como cles1thogo1 da
la juventud, y como ·.vi·vezas de una edad t'II que todo
es en su concepto ,permitido y digno de aplauso, ó
por lo menos .de escusa y pronto perdon. Es 11n
Junante, es un calavera, dice riendose un padre de fa-
·rnilia, al mismo tiempo que refiere un rasgo atroz de
,perversicla<l en q1H: su hijo ha hecho el principal papel.
Se cuenta en una sociedad maldiciente la escaHdaloaa
aeduccion de alguna jóven <pie ha sido cubierta de
ignominia, y una madre imprudente no se uer-
guenza <.le decir que esta travesura fué ob1 a de 1111
~uerido hijo. Asi' es como respetables jefes de fami-
lia y el público entero autorizan la conducta desu~
reg-lad.a y disoluta de nuestta loca juventud, y lejoa

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de persi>guir eon el castigo ó por lo menos r.on el
desprecio á esto!! de!!vergonzados é incorrejibles rrimi-
nales, se les prodigan aplausos y consideraciones, y un
j6ven no se c uenta en el número de los de buen tono
si no ga sta la mayor pa rte de su vid>< en adquirir esta
~lebmlad de corrillo buscando aventura!o escandalosa!!
y recorriendo todos lo8 ca minos reprobados del vicio.
Se necesita una revolucion total en las -co~tumhres
pa1a enmenrtar tste fune,to error en que vivimos. ·
No m~ seria dificil hacer el retrato fiel ue nuestra
e&cojida soci¡,dad, y de lo que se llama comunmente
juventud lucida y de espenrnzas, n·i imposible dar al-
gunos consejos útiles á los jóvenes de mi pa1~, entre
los cuales cuento muchos que me son querido~; pero
no es mi intenciou haC'er .un tratatlo ele moral, sino
6nicamente, como ya he dicho, hablar algo sohre los
principal e~ deberes de los casados.
Todo hombre sea de la edad, estado y condicion
que fuere, e~tá ob!1g'ildo á -ser virtuoso, y á cumplir
esactament.i con la~ obligaciones que le impone la
10ciedad de que es miembro. Empero, esta obligacion
• mas estrecha desde el instante en que ligando1e
r.on el vínculo dt>I matrimonio se hace jefe· de una fa-
milia, se pone en situacion de dar á su patria here-
deros lejftimos de su nombre y de .. u fortuna. Este
nuevo estado le impone entre otros · el deber de dar
buenos ejemplos á su esposa y familia, y parece difi-
cil que un jóven acostumbrado á vivir sin freno ni.
moral, pueda mudar' sus hábitos de un momento á
otro. Sin embargo, entraré en materia para q11e se-
comprendan mis ideas.
Ya he dicho mas arriba las trabas que impone (!,
un marido el respeto que debe á la compafiera que
eliji6 para pasar con ella la vida. Mas, no es sola-
mente á .ea tos proéede~es de atencion á los que e(!tÍi.
obligado, sino que de toda, maneras y en · todas la.l

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- -22-
situaciones e n que pueda encontrarse está p1eci!ado &
d arla buen ejemplo y á presentarle en su propia CNID•
duela el mod elo que ella dehe seguir. Manifetitaré
primero los efectos perniciosos de la n,a la conducta
de un jefe de famil ia, ya con relacion á e:it'I, ya con
respecto á sí mismo; y despues procuraré dar una iJea
de !as ventajas que á él le resu ltan de dar á todos
un ejemp lo virtuoso, y mui particul armenre á su esp0&a.
Aunque es un error de los mas perju d iciales el creer
que las taltas ajenas a utoricen las nu es tras, es sin em•
bargo dem as iaido jeneral, pa ra no enume rarlo entre los
inconvenient es que trae con, igo la mala cond ucta;
Cuando un padre de fami li a se <leja a, rastrar por los
vic ios que lo dominan hace una herida profunda ú. la
moral pública, •dá mate1ia á las iu agot~b les conversa•
ciones de la maledicencia, corrompe á la juventud eón
su mal ejemplo; ultraja los respetables t~tulos de es-
poso y padre, relaja el órd en que debia reinar en Sil
casa, y finalmente, no puede ocuparse en dar una eds-
cacion arreglada y juiciosa á su familia , porque aeo
cuando sus lecciones sean sabias, el espectá culo lle
.sus acciones desaceitadas de~trnirá el ·. efecto de 1111
palabras. Por consiguiente, sus hijos será n mal cria-
dos y peor inclinados, y el Estado- no habrá adqui•
rido con ellos ciudad a nos úti les, sino unos seres per-
vertidos propagadores de los vicios heredados de 1111
padres. Por otro lado, una mujer que es compade·
cida, jeriM'al y públicame nte, ¡:ror estar unida á un
hombre indigno; se acostumbratá á mira rlo como an
obstáculo que se opone á su fe licid ad, pensará 111e
ella vale mas en proporcion que él vale ménos, y tal ,u
prastará oidos á un seduétor que con máscara de amigo
le pondera las cualidades q,1e la adornan, compadett
su desgracia, le refiere astutamente nuevos e$lravu
de su esposo, y hace con artifici-o la pi ntura de la-di·
versa conduela q11e él obsl1rvarii.i si por fprtuna enCClll•

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-'23-
!rc1se una mujer .semejante á ella. Estos 'discursos no
1011 siempre perdidos. La van idad ofuzca la razon,
1e pasa de las quejas a l od io há ciá •aque l que causa las
penas, y de ,q111 á la infid elirl acl no h ai 11111cha dis--
lanc1a. Probablemente se estravia un.i mujer hasta
admitir e l indigno pensa.m ie.n to de que le e, ·¡•ern, itido
falt a rl e una vezó. un esposo que le· ha f'~ltado cien to,
y al convertir el c rim e n en indemnizacion St!. dá orijen
á todo s los m<1 les que trae cons igo la mala c:on ducta
de los casado~, y su des6rden y de~union arranca
pnr mu c h<1s j eneraciones la paz, la reputacion y ta ·
dicha á las funil ias .
Mas, a 11n s u poniendo que no se llegue á este dolo-
roso estremo , es cierto que los hijos enseñados á oir
hal.,l a r mal de s11 p:1dre , sabedores de su s desó rd e-
nes, y cómplices mu c has Vt'C'es rde sus faltr,s, le pier-
den e l resp¡•to, habl a n de él co n desprecio, d esde-
lían las i\1stru'cc iones qne a lg unzi vez io1 enta darles, y
lo abruman de pesares con ~u insubordiuac1on y atre-
vimiento . ¿ Y habrá su~rte mas di gna de lástim:t
qu e la de un padre •que se \'e vilipendiado y ultra-
jado por sus propios hijos 7 i Cua l será e l consuelo
de un hombre aflijido po r a lg una desgracia pública
ó privada . i>i no h alla en su esposa el amor, el respeto,
la estimacion y la amistad que so lo ·se C\bl ienen por
medio de las virtudes y los buenos procederes ? Un
disipado jugador no tiene de recho p,,ra reprender á
eu esposa por s u poca economí.i doméstica, ni es so-
portable qu e un de.carndo libertino qu e co11tin11amente
descuida los sagrados debere_s de j efo de famili,1 re-
convenga agriam e nte á su m11jer porque gusta de es-
pectáculos, saraos y · d ivers ion es. ¿ Cómo podrá usar
del freno de la ,relijion, ni compele r á su fami li a á so-
meterse á lo» austeros deberei de l cristian ismo· aquel
que hace profesion del ateísmo mas escandaloso, y que
no c! eja pasar coyuntura en que pueda profürir alg,ma

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blasfemia 6 alguna burla insl,llsa contra la santa reli.
jron de nuestros mayores ? ¿ Y podrá dar con pro.
vecho leccio_nes de templ~nza el que sin rubor te
pre,enta del ante de su familia 'en el vergonzoso de16r.
deo producido por la embriaguez? Con qué derecho
se quejará un marido de que sn mujer es áspera y
altanera, si con su jenio atrabiliario, sus injustici11
y habitual mal humor ha agriado su <'arácter y la ha
convertido en l,ln ser fastidiado y descontentadizo?
.¿ Cómo pretende encoMtrar la paz en su casa el que
nuuca se presentá en ella sino como un tigre rabioso
6 un desapiadado censor { ¿ Y será posible que reinen
la alegria y la confianza en el triste asilo de un dt'spola
orgulloso á quien ofende y desagrada hasta el aire que
-respira ? No, no: debemos persuadirnos que la mejor
y mas fructuosa instruccion se dá con el ejemplo y
que los inferiores no aprenderán á march ar para adelante
mientras los superiores anden constantemente para at111L
Esposos demasiado irreflecsivos, pensad que no e1
justo ecsijir la perfeccion de vuestras esposas, 1in
tomaros la pena de domar un poco vuestras pasioaea
y correjir vuestros defectos, á fin de que vosotros mismoa
podais ser sus guias en la senda del bien que deben
seguir. Vosotros habeis sido colocados por la natura-
leza en un puesto mui distinguido en que debeis aer loe
apoyo11 y conductores de un se·x o débil y tímido; y
si no llenais tan respetable mision, si en vez de ikil•
trarlo con vuestro ejemplo os contentais con tiranizarlo
abusando de vuestra autoridad y dominio; preparaoe
:í sufrir males inl·alculablés y á dejar por hl!rencia ,
vue~tros hijos lágrimas, vergüenza y desho11or.
Mas, veamos ahora el reverso del cuadro y obse"e·
mos las ventajas y felicidad que se .proporciona el
hombre vi~tuoso que ha sábido dar buen ejemplo i su
familia- y particularmente_ á su compañera. Antea de
entrar en este ecaámen, conviene advertir que bO io4ol

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loa hombres que s~ portan mal son aborrecíd0s y des-
preciados por sus familias, porque me consta 4ue el
buen carácter y virtudes de algunas mujeres ha evitado
í sus maridos el ~ufrir los perjuicios que merecían por
1us virio$ y perversidad; ni eis infalible tampoco que
hay:/- de ser feliz y log~ar la paz doméstica el que
proceda con arreglo y cordura, pues hai por desgracia
mujeres malvadas, que son incorrejibles á pesar de las
nobles y eccelentes prendas que adornan á sus esposos.
No obstante, como es cierto que las escepciones no
destruyen una regla jeneral, haré mis observaciones
aobre las ventajas que resultan de 1011 buenos proce-
deres :il que los practica, partiendo del principio que
ea considerado como el fundamento da la moral, · á
aaber: "no haga11 á otro lo que no quisieras que hi-
ciesen contigo."
Si un hombre sensato ha tenido la desgracia de
unirse á una loca llena de vanidad y de caprichos,
acostumbrad a á todas las estravagancias del lujo y de
la moda, y ansiosa de concurrir á todas las diver-
aiones de que tiene . noticia; en vez de entregarse él
tambien á la vida disipada aumentando así el desórden
y el escándalo, logr>1rá correjir á su esposa haciéndola
observar de una manera clara pero amistosa el des•
precio y la crítica que recae sobre la muJer que se
deja ver frecuentemente en público. Fácil le es tam•
bien proporcionarle alguna distraccion, alguna lectura
agradable que la mantenga en su casa, y si él mismo
le hace compañia con un aire festivo y amable, fila
18 convencerá por la esperiencia de que la propia casa
no es una mansion insufrible. Con este método he
,isto correjida mas de una jóven holgazana y disipada.
No debe inferirse de aqni que yo aconsejo á un hom-
bre qne viva encerrado en su casa cuidando del arreglo
interior como una ama de gobierno, pues &é demasiado
que 1u& ocupaciones _s·on diversas y que los deberes de
® Biblioteca Nacional de Colombia
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paclre <le familia y <le ciudadano lo llaman fuera y le
· prescriben una vida activa que lo separa frecuente,.
mente del asilo· domé ti co. Pero desearía 4ue un hombre
prudente, diese, hasta donde sea posible, este PJ€mplode
retiro y de gusto µor su casa, sobre todo en los primen,s
clias ele su matrimonio; tanto porque es la épo1·a de
cortar de raiz muchos males y de entablar cierto 6rdé11
usand o del ascendiente que le dá el amor, como por
que ejecutadas las primerns fer.ciones, se marcha des.
pues s in pena. Las mujeres se avienen fácilmente l
vivir tetiradas con ta l que no e~tén mui viciadas á la
disipaci.)11 6 que algun motivo grave no les hag-a odioia
sú c~1,a i las ¡,rec:se á huir de ella.
De resto, no temo decir fr ancame nte mi pensam iento,
Mientras los negocio~ no li,irnen á un hombre fuera de
su casa debe penn ;inecer en ell a, no riñendo y opri-
miendo á su familia sino instruyendola con bondad,
procurá ndole pl aceres inocentes y gozando él mismo
del recreo dulce y honroso de una soc.: iedad de familia
en que reinen la a legria y la verdadera confianza q11e
él mismo habrá sabido inspirar.
Para eontener el lujo y los gastos superfluos con que
una mujer arruina á su marido, este dará el ejemplo
de la moderacion en sus vestidos y muebles, y c.:uidari
de con<lncirla algunas veces á presenciar _la horrible 1
aflictiva miser ia que abruma á la clase mas numeréJI&
de la sociedad, c'uyo espectáculo será una lecrion pro-
vechosa~ porque las mujeres po·r lo eomun son campa.
sivas y sensibles. Correjirá la inclinac.:ion á la maledi-
cencia haciendo siempre el elojio de la virtud contraria,
y no · siendo jamas e l portador de ¡¡nécdo tas escanda•
losas con que se manchan tan frecuentemente los oidot
de una j6ven, acostumbrándola así á esa crueldad en-
carnizada contra la reputacion ajena que por desgrál!ia
es tan comun ent re los hombres y tan del gusto de lu
mujeres mal educadas. Eü fin, _no hai virtud de 1u1
® Biblioteca Nacional de Colombia
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bn hombre no pueda dar el ejemplo y no ha i ejemplo
01as fácil de seguir que el que se recibe de m1a persona .
..,_macla i respet,.,da. Se sabe que fuera de rnui pocas
.,escepciones las 1m1jeres son dóciles i gustan de pensar
como sus maridos. Ellos. son sus ora culos y las ideas y
opiniones que manifiestan son_ jeneralment.e recibidas
cou defere ncia por sus compañeras, quienes casi nunca
,e tom a n el trabajo de ecsaminar á fondo sus razones.
Por coll siguien te, á los maridos les es fáci l encaminarlas
,_¡ bien y convertir en. vent;ija comun esta c:iega com-
placencia que les dá UI;. a~~endiente tan seguro y ordina-
ri11111ellte tan mal empleado.
Cuando un hombre ha logrado correjir los defectos
de su e~posa ¡ c uanta felicidad le espera en sus pacíficos
hogares ! El buen órden, la p¡¡z, la confianza y la
alegría reinarán en su casa. Sus hijos se¡án obedientes
y ;imantes porque observarán que sus padres siempre
en buena i11teiijencia proceden de acuerdo en todo. Sus
cri.idos serán mas sumisos y arreglados potque no ten-
drán vicios que echar en rostro á sus amos. Su esposa
&erá fiel, vijilante i cariñosa, porque no abrig>l re&enti-
mientos y quejas en el fo1!do de su corazon, y porque sa:
be que sus buenas acciones se~án notadas y recompensa-
das con amor y buenos pr0cederes. Sus amigos lo serán
con sinc-eridad,porque iUS relaciones no estarán fundadas
en la complicidad de los desórdenes; ni en la necia prodi-
galidad, ni en la criminal esperanza de seducirá u na
esposa abnrrida y á unas hijas mal educadas, aprove-
chando para esto la discordia de los jefes de familia. En
6n , será mas respetado en la sociedad entera porque
habrá contribuido á mejo, arla, y logrados estos resulta-
dos importan mui poco las burlas <le los perverso~.
' CAPITULO 4. 0

DE LA LIBERALIDAD.

De intento he omitido hablar de la obligacion qui: tiene


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un hombre de dar la subsistencia á iiu m11Jer y á sus
hijos mientras llegan á estar estos en situal'ion de pro-
veer á ella por si mis.nos; porque este deber es taa
conocido é imperioso, que ninguno puede dispen9ane
de él voluntariamente sin hal'erse digno del mas jodo
castigo, que lo es el desprecio público y el Of'&<tfeclo
de su familia. Se entiende desde luego, que no hablo
aquí de un caso estraordinario como. una proscripcion
6 una grave enfermedad que ponga á un hombre en
imposibilidad de cumplir con eijfos deberes. Las e,cep-
ciones ni) deben mudar nunca una regla jeneral.
El hombre que se resuelve á casarse sabe que tiene
la oblig11-cion de vestir y alimentar su familia de una
manera correspondiente á su fortuna y al rango q..
ocupa en la sociedad, y por consiguiente debe COI•
aullar mucho s111 fuerzas ántes de tomar una nrp
que acato podrá parecerle demasiadamente pesada,
Por otra parte, no es regular que quiera espontr á
una per~ona amada al horrible chasco de unir ~u sael'le
por toda la vida á la de un mendigo ó un holgazaa.
Suponiendo, pues, que un hombre ántes de catana
habrá meditado maduramente sobre las obligacio1111
de espeso y jefe de familia, á las cuales no pockt
faltar sin pasar por ui:i loco ó un vil impostor; y q9
habrá pen&ado y calculado sobre los medios de aubllt,;
tencia l'On que puede contar, voi á trati:ir únic11:me
de la liberalidad. Creo que el ejercicio de esta.,·
ea un deber del marido ácia su mujer y la he ellG
mérado entre los principales, porque una serie co
nuada _d e observaciones me ha convencido de que
dos defectos estremos de este medio ( la prodigal'
y ·ta avaricia) enajenan el afecto que la mujer 11
fl su esposo y son la causa real, ó el preteato
mil quejas, desórdenes y aun de faltas gravlaima
Me esplicaré. El hombre que relativamente á sus b'
·de fortuna ea avaro y ruin con su e,poea ü
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-'29- .
l que ésta haga comparacione11 que Ji per,uaden 6
la inclinan á creer que es mas feliz la suerte de otrae
11111jere1 cuyo11 esposos ,e hallan en circunstancias iguale•.
&inferiores al suyo • . Esta idea puede hacer jerminar
en su corazon la semilla de la vil envidia, y desper-
tando la codicia, presenta un nuevo flanco á la astuta
•duccion. Las mujeres, tal vez por un efecto <le
eduracion, aman los adornos, las galas, los dije, y
mil frivolidades, cuyo abuso es perjudiciallsimo, y que
ciertamente no constituyen ninguna de las primeras
1ecesidades de la vida. ¡\ias, dejándolas caracer abso-
laLamente de aquellas cosas q11e aunque no estricta.-
ni.e necesarias podían poseerlas de un:.i manera mQ-
1ta y conforme á sus comodidades,~ abre el cam~
la tentacion, y todos sabemos por una m1,1ltituil
tristes ejemplos que la virtuil , débil é irreflexiva,
ha vendido m1,1chas veces al oro.
Se me objetará próbablemente, y no sin apariencia
razon, que en este caso jamas estí un hombre
uro de conservar fiel y contenta á su mujer; que
ede haber si:empre un seductor mas rico que 6ll
rulo, y que 11iendo la vanidaQ un defecto que, como
a los otros, crece á medida que se le dá gu&tg,
imposible poner limites á las exijencias y capri-
s deseos de una mujtr, ni fijartos á la . impru-
Plt liberalidad de un márido, Yo replico tres <'Osas
flla especiosa objecion. La primera, que no h~blo
de liberalidad relativa á los haLeres y fortun,
loa individuos y al lugar que ocupan en la sociedad,
que son rnras las mujeres que no conocen y pesan
rel-1cion desde las clases mas elevadas hasta la,
ilde111 carboneras, sobre ,Jo cual me refiero á la ob-
acion y ecsámen q11e cada una puede hacer. La
• que en el capítulú anterior manifesté ya el mpdo
o un marido puede conten¡¡r con Ju buen ejemplo
•• amistosas advertenciu á \1-Pa ml,ljer dispµ~,ta á

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-30-
abusar. La 3. ~ que en el capítulo 5. 0 de la 2;"' par
te ha;é ver los deberes de economía y moderac ion qu
están impue,tos á una casada. Si reuniendo los prin
cipios dise:ninados en aque ll os ca¡,ítulos y en tod o e
ensayo, hai algun maricJo que finJa no ente nd erm
aseguro desde ahora que se maneja mezyuiname nte
su casa; y si alguna mujer aparenta creer q ue yo
aconsejo que contente sin tino ni medida sus vanas
pueriles fantasías, la juzgo demasiado viciada y le r,
g o encarecidamente que lea con atencion la 2."' p
t6' de esta obrita. A hora vue-lvo á mi awnto.
Cuando una 1nujer nota que su n ,arido le dá
escasez su vestido y.alimentos, y que no hai pro
cion entre las comoclidarles que le hace gozar y
fortuna que po~ee, se inc lina á pensar, co n algu
j u sticia, que él tiene fuera de su cas<1 obligacion es r
vadas que llenar; y este pensamiento despierta la d
confianza y los ze los; ó bi en ~upone que él mantie-
ne vicios, lo cual la ave rgüenza y entristece; ó que
deja estafar por pretendidos - a mi gos, y esto le insp·
~nojo y aun dPsprecio. D e cualquiera de estos sei
timientos pueden orijinarse grad ua lmente el fastidio,
antipatía y el odio. Si la mujer nota que su ma ·
es un avaro que. gusta. de atesorar dinero, privánd
en la vida de las comodidades que pudie r:i disfrutl'i
lo mirará como un ser degradado é inse nsible, y J
mas podrá concederle su esti!l)acion y respeto. L
de esto, llegJrá tal vez, sino es mui honrada y ti
rata, hasta el estremo culpable de desear el fin
su esposo para gozar libremente de sus bienes, y
este caso el avaro es respon sa ble hasta c ierto p
de aquel deseo criminal que hizo nacer con su in
na conducta. Puede suceder tambien que la mujer
tente y consiga sustraer con mañii una parte del
ro paru ocurrir á los gastos precisos, caso que no
rece de muchos ejemplos, y entonces es tambii!

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-31-
rido culpable de aquella accion villana é indebida,
e obli~ó á ejecutar en fuerza de su estremada ruin-
d. Mas supongamos que nada de lo dicho suceda,
que la esposa que suf1e escaseces á causa de que
marido es mezquino, se contente con salir reser-
amente á solicitar suplementos para proveer á los
tos de la mantencion de su fami lia. Los deposita-
de las quejas de esta mujer, los sabedoies de sus
cesidades, no tienen el mismo interes que ella en
lar; el secreto traspira, y entonces ¿ cual es la re-
cion que adquiere en el público el esposo mise-
ble? un defecto tan ruin y bajo ¿ no inspirará por
•s partes el mas completo menosprecio? Si la mu-
no le pide á nadie, y limita sus gastos á lo mui ·
o que se la dá, ¡ cuantos afanes, privaciones .Y
as tiene que sufrir por ella y por sus hijos ! ¿ y
· ará el marido que todos observen ·s u conducta, qué
censuren y que la critica llegue á oidos de sus
pios hijos? ¿ Y será justo que la familia sufra mil
lserias cuando hai los medios para remediarlas? Y
último, ¿ cual es el fruto de la avaricia y de la
zquindad? Vive el hombre en perpetuas inquietn-
' no goza de ningun bien, y ni lo llorará su fa-
ilia el dia que deje de ecsistir.
i por el contrario, dá un hombre en el estremo de
prod igalidad, corrompe la moralidaJ de los suyo,,
la presa de los estafadores y holgazanes, y deja
fin á sus hijos sumidos en la miseria despues de
r vivido esclavo di:! la fachenda que es insepa-
e compañera de la prodigalidad. Es evidente que
un caudal, por cuantioso que sea, basta al pró-
' y 110 es dificil adivinar que quien gasta mas ele
que gana se arruinará bien pronto. Llegado este
, no hai medio; ó se vive en una estrechez tanto
amarga cuanto que no se estaba acostumbrado á
, 6 se contraen. deudas y se petardea para man-

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-32-
terier á costa ajena un brillo q1,1e no dá ya la pro-
pia fortuna. En el primer caso se espone á oir egriat
reconvencionee de su esposa que le reprenderá la di•
lápidacion de su fortuna, o á ver sufrir á rn famiUa
mil ~enas y privaciones; y puede suceder que si ae
convierte en deudor y tramposo sea despreciado po,
su mujer y mirado con aversion y desconfianza por to-
do el mundo. No es fuera del caso observar que lae
esposa~ de los fachendosos y botarates,. son ordinaria•
mente infelices, y que se ven á su pesar o~cluvas ele
esta vana ostentacion de que los parásitos recojen loe
frutos, mientras ellas solo · logran las espinas. Por úl-
timo, son infinitos los riesgos á que se espone su traa-
quilidad doméstica, y muchos lo;; desordenes que oca-
siona con su descabellada é imprudente conducta.
El hombre liber_al es jeneralmente estimado; su ma•
jer se complace con lo que le da porque sabe que ne
Je cercena nada de lo que lejítimamente le correa-
ponde, y satisfecha con Jo que posee, ni envidiari la
fortuna ajena, ni mir,uá con desprecio la propia, He
dicho lo que lejítimamente le corresponde, porque ten-
go el conve1,cimiento de que es un derecho de la e1po•
,ozar de las comodidades y bienestar que son análo-
gos á la fortuna y ra ngo de su esposo.
La vida de una muj.t:r está llena de mortificaciones
y trabajos; requiere mucha esactitud, pacieneia y vi-
Jilancia en el manejo doméstico; son mui penoso• loe
deberes de medre; mui sev~ras y delicadas las oblip-
ciones de esposa, y demasiado desagradable la diree.
cion de criados. Todos estos ramos le imponen una
tremenda responsabilidad de que no puede ni debe
prescindir jamas. Una mujer, pues, que no está oce-
pada de los negocios públicos, y que no debe frecaea--
tar _los espectáculos y las diversiont:s, nt'cesita alplll'
rompensacion, y su ellposo debe procurarsela tratÚ•
dol11 siempre con cariflo y conaideracion, _y 110 dtjl1

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-33--
dola careéer de ninguna de las comodidades que ,·a:-
zonablemente pueda desear, y que él esté en situa-
cion de proporcionarle sin incurrir en la censura de
las jentes sensatas, y en estremos temerarios é impru-
dentes. De esta suerte, una mujer juiciosa encontrará.
grata la ma11sion de su casa, amará mas á su e~poso
y se libertará de la burla de muchas personas y de
la ofensiva conmiseracion de otras. La liberalidad de su
marido le in!pirará confianza para manifestarle sus nece-
sidades y deseo~, y si él reusa compJ;icerla por algun mo-
tivo ella se conformará fácilmente con una negativa, que
sabe no ha procedido de una vergonzosa mezquindad.
Un hombre no debe esperar que su mujer le ma-
nifieste una por una y con un detalle minucioso todas
sus necesidades, porque esto es penoso para una per-
sona delicada. Él no ignora que su mujer necesita siem-
pre ropas interiores, vestidos esteriores, y alguna vez
t11mbien un traje algo mas decente y ciertos adornos
para concurrir á alguna funcion pública, ó á una reu-
nion notable- de familia; y hará mui mal si para dar .
estas cosas espera á ']Ue la . interesad'!. se las pida.
Todo esto se h~ce mas apreciable cuando se recibe
sin haberlo solicitado. Un pequeño obsequio volunta-
rio eo que se manifieste cariño, es mil veces mas gra-
to á los ojos de una mujer juiciosa y sensible que el
mas rico traje conseguido á fuerza de instancias é im-.
portunidades. Much:is veces he visto que el regalo de
una manzana ó de un cartucho de <luir.es hecho con
franqueza y amabilidad ha disipado un disgusto que es-
taba pronto á estallar de una manera ruidosa. Las mu-
jeres se parecen á los niños en la facilidad con que
dejan aplacar sus resentimientos, '! nada las desarma
tan pronto como ver en sus esposos un carácter franco
y obsequioso con ellas. Estas pequeñeces influyen mas
de lo que se piensa en la felicidad de la vida priva-
da. No es el valor de un regalo lo que agrada á
e
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-34---
ur,a muj er, es la ce rteza de que al d estinarselo se pen•
só é n ell a y se tuvo intencio n de complar:Prla . Puede ·
decirse en jeneral que .las mujeres pe ru on,111 co n faci-
lid ad l,is ofen~as g rave~; pero, c.asi nunca se confor-
man con él olvido que parere hijo Jel desprec io. Aai
es que un ma rido puede estar seguro de la ind uljen-
cia de ~u m u_1t>r como le manifieste constan te mente
estos recuefdos obligantes que tanto cautiv,1 n e l cora-
zon sensible. Con e:llos le muestra que no la ha ol-
vidado, y esta idea siempre es dulc11 y lisonj era para
una e~posa tierna y amante .
Ma~. cont in ueu~os e l ecsdrnen de un deber al cual be
dado tanta impo rtanc ia. Cuando se t ie nen bi_¡os no debe
espera r un homb re q ue su 111ujer le indique siempre cuan-
to ell os necesitan. Ya he dicho q ue el ped ir es tra l>ajoso
sobre totlo c uando se sabe que IH persona á quien pedi-
mos ha sufrid o las misma~ neces idades que tra ta mos de
remediar, pc, rque en este c<iso no puede alegar la ign oran•
cia como escusa de su de5cu ido y dt>s id ia. Dej a rá de
c omprar una saraza, una sinta ú otra cosa St'mejau le por
q ue no supo el color conveniente, ó porque du dó si su
gusto sobre estos ol>jetos seria de l agrado de ag uel101
á quienes los desl:naba. Mas, ¿ qué podrá >i leg:¡_r para
no da r camisas á su s hij os? :Supuesto t¡ue él. ha pa• e
s¡¡do por la infancia, fácil le ~erá recordar las cosas u
indispensal,les que entonces le daban; y s 1 es q ue tuvo e:
la desgracia de carece r de e llas, sabe y¡i 1[or es perien• la
cia propia que es mu 1 penosa esta privac 1on Por otra 51
parte, la cualidad de padre d ebe dar le previ,io11, y e1 5t
bochornoso pa ra un hombre que s us hiJOS 110 haya n re- ll
c ibido de sus manos sino ac¡uel ,o qu e ,u marlr¡, so licitó. ci
U na esposa rna l veitÍrla, 11nos hijos ,11C"ios y t ri.te, CI
e n c uyos ~em b la ntes ~e trasluc e l,i nen·,1dad, unos cria- y1
d os h ambrientos y una despen ,;a de,prov1sta ( si estos q1
males no nacen de los defec!Os de la mujer, de que fe
k1blaré despues) dan mala idea del jt•fe de la Jaroi•
a

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-35-
lia, y anuncian nn hombre rndolente, siempre que se
sepa que él posee los medios para remediárlo todo. El
aire de escasez en tales circunstancias no inspira pie-
dad sino desprecio. Mas. cuando la familia manifiesta
que vive en la abundancia de las cosas necesarias, y
que su padre solicito y cuidadoso provee á todo lo pre-
ciso en una proporcion relativa á sus medios, se siente
naturalmente el respeto y la estimacion que nos ins-
pira este hombre, y se contempla con placer al pa-
dre de familia en toda la dignidad de su estado.
Por último, yo creo que un hombre ruin y mezquino
hace el tormento . de su familia y de sí mismo; que
quien da de mala gana no · tiene derecho á la grati-
titud del que recibe; y que la liberalidad es una de
las bases en que estriba la harmonía que debe reinar
entre los casados, porque está íntimamente ligada con
la confianza que un hombre debe tener de su esposa.
Este será d asunto del siguiente capitulo.
CAPI'fULO 5, Q

1)1 LA CONFIANZA Y AMABILIDAD, O SI SE QUIERE


DE LOS BUENOS l\lODOS.
Cuando un homb.re se casa, c.lebe considerar á Sil
mujer como una parte de sí mismo, porque así lo
exije la naturaleza de esta union, así se lo manda
la relijion, esto inspira el corazon y esto le aconseja
&u propio interes. Es justo, pues, que la que \'a á
ser compañera e.le toda su vida, sea tambien su amiga;
1u consoladora, y su apoyo y consejero en mil diversas
circunstancias. Debe asociarla á sus negocios, partir
con ella sus placeres y sus penas, comunicarle sus pro.
yectos y contar con su beneplácito para todo aquello
que está relacionado con el órden doméstico y la
felicidad de la familia.
No conozco mujer ninguna que no sea capaz de
abrazar con zelo, fidelidad y constancia los intereses

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-3.6-
de su marido, y siendo esto asi, del hombre depende
h acer de ella una amiga útil, activ:i y vijilante. Cuando
un hombr!' proyectu abrazar tal ó cu a l partido, empren• .
der esta o a<¡uelht espec ul acion. a~oc iarse á cierto esta-
blecimiento, dar tal jiro á •sus negocios ó t.11 educa-
cion á sus h ijos, ¿ porqué no ha '1e conlíar y di~cultr
estos puntos con la única persona que estará siempre
ínteresada en su felicidad?
Por otra parte, las rrmjeres jeneralmente hablando,
tienen una imajinacion viva, un cora zon sen~ible y una
per~picacia fina, y estas cualidade, suplen muchas vece•
por la i11 struccion y la esperiencia, y las ponen en apti-
tud de d ar un c<.msejo úti! y ele <lesc ubrir á la primera
ojeada en los negocios, ventaj as ó inconvenientes que
mucha,, veces se escapan á los hombres, ape~ar de u
reflexiva prude ncia. ¡ Cuántas veces se ha visto que
el parecer repentino de una mujer ha salvado de 1u
ruina á 1111a ciud ad, la nruerle á su esposo, y de la
proscri pcion á un ptwblo entero! Hai casos en que
las inspiraeiones del corazon ti enen mejor éxito que lu
n1editar ion es de la cabeza mejor organizada. En lu
circunst¡¡ ncias difíciles una mujer no desmaya jamas:
encuentr,1 rec ursos do11de el hombre no los hallaba¡
discurre arbitrios para burlar á un enemigo; usa con
una adrnir:iule paciencia de los pequeños medios que
su esposo desdeña ria; es vijilante, activa, tit>rna y
i.rro~lra con frecuencia hasta la misma muertt! por
wcn·ir á aquel que posee su amor. ¿ Y será Justo 6
prudente despreci ar la opinion de un ser dot<1do de
fán bellas cualidades? Se me dirá que estas no MI
des1Hroll a n sino en los casos de catástrofes públicas,
y que solo en las épocas de terror y proscripC'ionea 11
encuentra la heroicidad en las mujeres. Yo respondo
1in vacilar qu e esta observacion t:s inesacta y aua,
., injusta. En las grandes calamidades políticas y en
las pequeñas desgraci~s particulares las mujeras gustan

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-37-
dc ejercitar su p;ic.-iencia, de prodigar oficiosos cuidados
y de sufrir por los objC'tos queridos, porq11e en esto se
halla el triunfo de l amor, y el corn,:on de una mujer
ea todo sensibi lid ad, ternura, con sagraciou y entu-
aia~mo. Por otra p arte, el amor propio c,hra tambien
de una manera poderosa, porque nada liso n,1 e,, tanto
á una m11jer como ver~e asociada a los neg-1;eios de
111 esposo, saber que este solicita su aprobar1un, conocer
que su opinion se aprecia y sentir que el amor le da
ascendiente sobre las resoluciones que toma 1111 ser
respetado en quien ella reconoce la superioridad física
y moral. Ademas de e~to, como nin¡pm hombre pued e
contar con certeza con que jamas ierá env,wlto en
los trastornos políticos, es bueno y justo que desde
temprano se acostumbre :l contar por algo la capa-
cidad de rn esposa, y á buscar la aprobacion de aquella
dulc e compañera que, en caso de una desgracia irn-
¡,revi,ta será ,11 consuelo, su consejo, y tal vez su
salvador. Tambien podrá ob.1etarse para combatir estll
confianza ( que yo llamo indispensable ) que muchas han
traicio ~1ado á sus esposos, y aun tal vez han abreviado
el curso de sus dias, á fin de liuertarse de un yugo
que les parecifl mui pesado, ó para sati,-farer alguna
pa~ion crimina], En respuesta no haré sino decir que
las escepciones no destruyen una re[!:la jener>1I; qne
no son rn.uchas sino poras las m11jert's que se arrojan
i tam,iños eccesos; y añado, sin temor de equivocarme,
que aun en los matrimonios ·desavenidos, se observa
que la mujer toma siempre el partido de su esposo
cuando hai una persecucion, un peligro ó una simple
crítica contra él, y que de la conducta que éste
observe desde el dia de su matrimonio depende ordi-
nariamente el grado de: consagracio n y zelo que le
dedica sy esposa. Lo repito con una Intima convic-
cion: cuanto mayor sea el mérito del marido tanto maif
lisonjeará su confianza á su mujer.
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No pretendo por esto establecer como princ1p10, que
un hombre delia conceder á su compañera una con-
fiam:a absoluta é ilimitada, ni que siga siempre los con-
sejos que ell3 le dé. T ales ideas sería11 absurd;is, y w ad-
mision con e,ta latitud causaría perjuicios irremediables.
La posicion del hombre en la sociedad, sus deberes
ácia el Estado, y su participacion de los nPgocios pú-
blicos, lo ponen en el caso ele tener mil secretos que
nunca deben confiarse á una muJer, porgue su impre-
vision y credulidad podrían ponerla en pe ligro de reve•
larlos, y los perversos le tenderían mil lazos em bara-
zosos para arrancarle confia nzas importantes, que po-
driari comprometer la salud de !a patria. La van idad,
por ejemplo, seria un escollo en que podría estrellarse
fácilmente toda la reserva y discrecion femenina. No
sucede lo mismo con los secretos y negocios perso-
nales de un hombre, porq~e están íntimamente rela-
cionados con ella misma, y aquí la vanidad se interesa
mas bien en callarlos, al paso que el amor ordena no
dese u brir!os.
Mas, los asuntos de g·rande trasrend.e nc-ia deben
estar fuera del alcance del comun de las m ujeres,
porque su carácter, su educacion y sus hábitos no lu
h.1cen á propósito para participar de aquellos negoc ios en
que estriba la prosperidad ó la ruina de las naciones.
Por otra parte, ¿ qué pierden ellas con esta escl u;ion ?
Los manejos de la política, tan ponderada en este siglo,
no son (:iertamente . mui honrosos al corazon humano.
Los seres an:1antes y sensibles deben felicitarse porque
no participan de los secretos de los gobiernos, porque
estos, como dice Rayn_al, han nacido de los vicioa
de la sociedad, y este es un vergonzoso oríjen. Si,
mujeres sensibles y compasivas, renunciad sin pena la
s:i.tisfaccion que pudiera cau~aros alguna vez el contri-
buir al poco bien_que los gobiernos hacen á los puebl04,
por fal ,de no :ier. fr.é cuentemente c~mp_lices de los

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-:l9- -
rigores con que los esclavizan, y de la maldad atroz
con que los en,rañan y oprimen.
Tampoco opino qu e el pMecer de una mujer deba
aeguir,e <'iega ,11 ente en todos los casos, po1que jamas
he cre1clo ,¡ue, st:gun el orden natural de las cosas,
pudi ese se r infulil>le ningun indiv,id uo de la esptcie
hum >\lla. Al hombre toca oir las opiniones y co 11sej os
de su esposa, meditarlo s , compara r sus rernit ,,dos po-
11bles ·y adoptar los ó rechazarlos, seg:u n l11s e,1l' 11e11tre
útiles ó 11oc1vos. D1sc11l1Pnd o amig:il.>leme 11te cm1 ella
sobre s11s propias opiniones la ens t;> ña á ecs,1111111ar con
calma sus ideas, y á so meter su ecsalt:-ida 111,ajina-
cion á la s determinaciones refl eccivas de la pn11.len('ia .
Con ozco rnurhos maridos que entr,111 pn e,;pec u.la-
ciones arrie,gadas, sin haberse digna ,1 0 d eci r a sus
esposas cua l es el j iro que han dado á un caud-tl que
á veees es solan,ente t)l dote ó la here nc ia de estas.
Y ¿ sera justo ni prudente . d esoir el pareeer de una
tspo,a en un asunto en que ella y rns hi,1 os parJ.ieiparán
por mita d, il lo menos, dP. los rie~gos y pérdidas? Por otr-1.
parte. nin g un mortal ti ene ~eguro ul número de días,
y no parece conveniente ni hnnrado que haya colo-
carl o sus inrrreses sin particip'.lcion y noticia. de su
muj er. esponié11do la á quedar en la miseria el dia
que é l fallezca, y ofreciendo á los malvados ui·,a oca- .
,ion de engrosar impunemente su caudal con los bienes
del huérfano y la viuda. ¡ Cuán tas familias que pasa-
ban por opulentas, se ven sumerjidas en la mas espan-
tosa pobreza pocos años des pues de la muerte de su .
jefe! Esto se atribuye por lo comun á la impericia y des- .
pilfa rro de la viuda, y mas bi en d e bería cu lparse la .des-
confianza y desprecio del marido, q ue jamas quiso ios·-
truirla de sus negocios, ni po nerla al corriente de sus
proyectos y especulacioJ1es, dejando así un caos en sus
intere3es que serán luego saqueados por viles y avaros al-
baceas y por cuantos porversos pueden inje,rirse en ellos.

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N o es menos peligrosa la reserva con relacion 6
los hijo,i. Si no hai acuerdo y harmonia en este im-
portante punto se orijinan reoc-illas y disputas que
relajan la soc-iedad conyugal, desmoralizan la familia
y causan la ruina de estos hijos que habrían siJo
felices si sus padres .hubieran estado unidos.
Se acostumbra 'o rdinariamente resolver d esde que
un niño está en la cuna el est11d10 que debe em-
prender y la profesion que ha de abraz¡¡r, sin con-
sultar para nada con los dotes de la naturaleza, '/
sin saber si tendrá capacidad para aqnello á que
quiere dedicársele. De ;iqní res ulta que hormigueao
en la sociedad tantos ch:nlatanes con el nom bre de
médicos, tantos abogados sin probid ad ni conciencia,
tantos militares cobardes, tantos sacerdotes ign6rant'8
y viciosos. Hablo solo de estas cuatro carreras,
porque son aquellas á que regularmente se destina á
los hombres de alguna c_omodidnd, sin pensar jamas
en las ciencias esactas, ni en las artes liberalt's y
mecánicas, como si un injeniero, un pintor, un músico,
un maquinista y 1111 agricultor, no pudieran ser en sus
respectivas profesiones tan célebres y útiles como cual-
quiera otro de los que se distinguen en el foro, el
sacerdocio, la medicina ó la milicia. Pero, por des-
gracia parece que entre nosotros todas las familias
. que aspiran á distinguirse, desdeñan cuanto no es una
de estas cuatro carreras. Para educar con provecho
á un niño, y darle un establecimiento conveniente, ea
Jlecesario observarlo 'desde la mas tierna infancia, es-
tudiar su carácter, notar sus inclinaciones, medir 1u
capacidad y ayudar al desarrollo de sus facultadea
físicas y morales, dándoles una direccion análoga á
sus talentos_ y fortunas, segun lo pida el caso y las
circun~tancias en que se hallen sus padres. Y ¿ quién
mas á propósito que una madre para hacer e1ta1 ob-
.,ervacione-s y este min_ucioso es_tudio que debe con-

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lribuir un dia al bienestar de ~u 1ijo? ¿ Porqu~, pnes,
ha de tenerse en tan poco el voto de una muJer que
está interPsada lo mismo que su esposo en la pros-
peridad de HU familia? -
Otro tanto digo respecto á todos los ramos de la
feli('idad d oméstica y del buen órclen de una casa.
Si el ma rido tieue <'Onfianza en su compañera, si
gusta de discurrir con ella, si toma en considerá-
cion sus opimones y aprecia su aprobacion, los dos
procederán de acuNdo, habrá harmoni-1 en sus reso-
luciones, á las cuales presidirá la razon y no el ca-
pricho, y nadie en la familia se creerá con derecho
para d esobedecer ó burl11rse de órdenes 4ue no van
marcadas con el odioso sello de la discordia. Por
el contrario, cuando los casados se acostumbran á
vivir en perpetua contnidiccion, cuando precisamente
desaprueba el uno lo que d:spone el otro, se introduce
la desmornlizacion en la casa, se insubordina la fa-
milia. y se pierde el prestiJio sagrado de la autoridad
paternal. Las murmuraciones se hacen frecuentes,
y tal vez nacen las quejas, la calumnia y el espio-
naje de la esperanza de encontrar en uno de los
consortes ,rn apoyo cuando se hable contra el otro.
Creo haber dicho lo bastante para manifestar que
un hombre debe dispensar á su mujer una confianza
honrosa siempre q •ie ella sea digna de merecerla; y
ahora habl are de los modos con que esto debe hacerse,
porque los malos modos hacen perder con frecuencia
el mérito de las mejores acciones.
Los hombres son inclinados al despotismo y usan
con frecuencia el lenguaje de superioridad y de
mando. E ste tono altanero que emplean de ordi-
nario_ en su casá , resfria la franqueza y da oríjen al
temor. Si cuando un marido consulta á su mujer
,obre un negocio empieza por manifestar su opinion
como la única _razonable y justa,. ¿ qué añadirá ella

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-42-
6 est11 orgullosa manifestacion ? Si él no dice ltt
parecer, pero rechaza desde lu ego sin ecsá men ni razon
el de s u e~'>osa , Citlifi<"á ndolo con t ono áspero y brutal
de absu,d o y ridículo,¿ có1110 se atreverá t'lia a añadi r ni
una sola palabra para so~te ner ó ac larar s u opinion?
El am o r propio herido la ll en ara de de~pecho, y li
tiene mal ¡enio se sentirá dispue sta á de sdp robar Por
su parte las ideas de un amo que solo sabe mandar,
y que por ~er hombre se juzga infalible, ~iempre
que ha bla cnn una mujer. Se necesitan, pue~, bueooa
mod os, a ma bilidad v moderacion . Solo a~í se atianza
la auto, ic ad, así f; que se · adquiere un ascendiente
irresi~tible. Con la_s u1u1eres no hai arma 111as pode-
rosa que la dulzura. Ellas cede11 sin dificultad •
las i1,~1nuaciones del esposo que se hizo amar y se
sabe burn que el amor no se puede ecsijir . ~in o que
se obtiene. Casi t-odas las mujeres conocen y con-
fiesan la superioridad de sus n,arido~, y tienen por
ellos una defere ncia re spetuosa; pero, son pocas y
mui pocas las que pueden tolerar sin enfado que ellos laa
hagan sentir soberana y despótica mente esta superio ridad.
¡ Oh esposos! manejad con dulznra á vuestras com-
pañera s: oid sus opiniones que alguna vez pueden
seros útil es; tened confianza en ellas; con 1ad por
algo sus tiil t! ntos, su delicad eza y su amor; no hu-
milleis con vuestra altanería il un os ~eres débiles y
tiernos que se complacen en amaros, y que Dios ha
puesto b~jo vuestra proteccion y nmparo. Por último, ,
110 olvi<leis jamas que un sabio ha dicho que ai•
la mujer, la infancia y Ía vejez del hombre carece•
rian de cuidados y su juventud de placeres.
CAPITULO 6. ,?
'DE LA INSTRUCCION Y ZELO PRVDENTE,
¡ Cuántas personas se burlarán de mi al ver que eno.•
mero _entre los delicres de un marido, instruir y celll

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6 su rnujer I Empero, que se me preste un poco
de atencion y pacien cia, y me esplicaré. Mas, ante
todas cosas vuelvo á adverti r que no siendo por la
mayor pute sino opiniones müs las que se hallan
consignndas e n e~te escrito , es bie n probable que
no e$tén libres de t-rrores y eq ui vocacione~.-No
pretendo, pues, darlas co mo regla infalible. Se su-
pondrá t;il vez ( como parece natural ), que la mujer
que se casa está ya adornada de la instruccion y
,·ouocimientos que se requieren para hacerla digna
de ocupar un lugar entre las madres de familia;
ptro entre nosotros, por -lo meno~, esta idea e,- co-
munrnente un error. Mil veces he visto mujeres que
han ll egado á ser esposas y madres sin que se haya aca-
bado de darles la eclucacion de la niñez. Saben á
lo _mas, hace r parte de sus vestidos, bord ar al tambor
y en b la nco: bailar, un poco· de música, conversar
fri vo lidades, leer. y esc ribir mal, y acaso hacer alguna
cosa de cas ina. Sa len de la estreclrn. vi,ii lancia ma-
tern al á gour de una indebida libertad, sin haber
aprendido á pensar, á discurrir, á respetarse á si
mismas. Nada se les ha dicho sobre los sagrados
deberes de esposas y de d irectoras de familia; nada -
saben de las obli gaciones maternales, ni se les ha
esplicaJo el nuevo y delicado papel que van á des-
empeñar á la faz de la _socied~d entera, ni la grave
responsabilidad que pesa sobre su a lma desde el ins-
iante en que una erremo nia respetable las hizo per•
petuas compañeras de un hombre á quien ju ran fide-
lidad y subordinacion. La vanidad y el placer oc upan
casi esclusi vamente est4s cabezas v_acias y estos cora-
zones tiernos y móviles. Siendo aplicables lo que acabq
de decir á un gran número de jóvenes casadas,
¿porqué ha de estrañarse que yo crea qne un hombr~
prudente y cl.eseoso de su felicidad tiene el deber
de instruir y celar á su es pos~? S i, aquel que am~

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razonablemente á su escojida, debe aprovechar loa
primeros <lias de amor, a~cendiente y complacencia,
para inspirarle en ellos j1,1icio y reflexion, apli~acion
y modetia.
No sp suponga por esto que yo creo á las ióvenet
desprowistns del juicio y modl.'stia de ljlle se habla
ordinariamente entre ellas y que ~on r.ualich1des aná-
]og~s á la educacion 11ue han recibirlo. Hablo de
aquel juicio qne se somete sin murmurar á la pru-
dencia ajena, que dom'! los caprichos y refrena la
imajinac ion, · que sacrifica sin pesar los placeres al
deQer y los deseos á la razon; de aquella modestia
severa que conviene á una casada, y que no solo
aparta la~ malas acciones sino hasta las mas lijeraa
apariencia s de ellas; de aquella modestia que le
prohibe los espectáculos públicos cuando su marido
no la acompaña y que debe modelar su~ sociedade1,
sus vestidos, sus gustos, s11s lecturas y sus conver-
saciones.
Un h~mbre de bien debe ocupar los primeros dias
de su matrimon 10 en esfa obra prefere1ne y ~agracl;¡.
El· debe preparar insensibl emente es~íl respetable tras-
formacion, inspirar á su mujer el gusto por los libros
íitiles, por las ocupaciones domésticas, por las recrea-
dones privadas que habrán de sostituir el teatro, loa
bailes y los paseos públicos. Le importa desarrollar
1a intelijencia y la memoria de su esposa, enseñá ndola
"el modo de usar de estas nobles facu lt ades sin peligro
bi fatiga . ¿ Qué placer puede ser mas dulce que el
de instruir á 1111<1 persona amada? Esta debería ser,
en los momentos de ocio, la mas grata complacencia
de un hombre sensible. Hacer sentir á su jóven
·e sposa la dignidad de su ser, la importancia de aus
funciones, el honor de su nombre, las ventajas de
$U respetable posicion; descubrirle los tesoros de au
entendimiento, inspirarle . entusiasmo por. sus deberea,

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acalor-o.r au · amor á la virtud, elevarla sobre ti mism~
para amarla y respetarla mas profundamente. He aquí
la obra digna de un hombre honrado. Y ¿ qué per-
derá ocupándose de semejante tarea? Nada, y ánte,
bien su ganancia es cierta. Haurá quitado algunos
instantes á sus insustanciales "diver~iones; pero, habrá
formado· ui;i corazon que siempre debe pertenecerle, y
de esta suerte se procura una dulce sociedad dentro da
los muros ele su casa. estrecha los nudos del amor
por medio de la gratitud y el convencimiento, y
prepara á sus hijos una madre prudente, instruida
y amable.
¡ De cuántas maneras puede un hombre variar la
instruccion de su esposa ! Y ¡ cuantas indemniza-
ciones de su pena le proporcionará el fruto de su , -
trabajo ! No es como un pedante catedrático qu~
deb~ ensel'iarla, sino con suavidad y por medio de
conversaciones francas y amistosas. No quiero qu~
la canse y la aterre con lecturas y consejos de severos
moralistas, ni que para distraerla corrompa su corazon
con la frecuente lectura de novelas y comedias que
podrían arrojarla en la espinosa carrera literaria 6 en
los errores de un ecsajerado romanticismo, cosas tan
peligrosas y tan contrarias al pacífico cle~tino de una
mujer. El amor que todo lo embellece ha de presidir
á sus lecciones, el placer y la variedad deben sazo-
narlas. No debe establecerse un curso de enseñanza
severo, metódico é invariable, porque la virtud que
es su principal objeto, no se enseña como las l'iencias.
El mas leve. incidente, la palabra mas insignificante,
la acci<Jn mas indiferente, pueden dar ~atería para
una leccion útil, ó para una conversacion instructiva
é interesante. Las preocupaciones hijas de una mala
educacion, el carácter jeneral de la especie humana,
el instinto . admirable de los animales que nos dan e.l
ejemplo de tantas virtudes, lQs acontecimientos de la

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sociedad én que vive, las necesidades del hombre,
la mi$eria d el pueblo, la her mos ura de la virtud, las
ridiculeces d e la mod a, la su bl imidad de l cri sti anismo
y la ma¡rni fi cencia de la n a tu raleza , n fr fC t' ll entre
otros mu chos, varios asun tos bellos é intne,u 11tE·s que
pued en tomarse a tern a ti,,amen te sin a fec tac ion, sin
fati ga, sin os tentar una intolera ble pedagojía. Mas,
¿ para qu é de te nerme t anto sob re e~ le pD nlo? Toda
la natu raleza es t i li bro en que se debe estudiar.
Cada un a de sus paj ina s es brillan te, elocuente y
persua~iva. ¡ Desgrnc iado de aq ue.l que fi njiendo no
compre nde rme , se co nfi~se incapa z d lee r en este libro
inmort&l ! En el se hallan tr':l zaclos toc.Jos los deberea
oel hombre, y el lenguaje de su auto r es sublime,
pero c liiro é intel iji ble para q uier quie ra estudiarlo de
buen a fe. S us in spirat iones prod ncl:'n ~iempre t!l bien,
la verd ad y la d icha posible dura nt e la vida, al paso
que la mayor ¡,arte de las obrns meditadas y osten-
tosas d e los hombres, enseña 11 mil Prro res y nos su-
merj en en un caos de dudas, contrad icciones é infortu-
uios. M as vue lvo á m i asunto.
Los pri meros dias de l n, atrimonio se pasan ordi-
uari ame nte en vi, itas insigniVic~ ntes , conversacionea
frívol as y di vers iones pueriles ó perj udiciales. Cada
·uno de los e"posos tiene su cí rc ul o a parte, nunca se
habl a u d el em ¡>l eo d e las horas q ue han pasado ·sepa-
rad os . Se ven para acariciarse un ins t ante, y se dejan
·Juego por m il objetos qu e no es tá n ni remotamente
rel acionados con su fe li c id ad . Y ¿ q ué hará t>ste esposo
1m prev isivo y at urdido c uand o el tiem po y la posesion
h ayan de"tru ido los e neantos que tern a · á sui, ojos la
lincia máqu ina á qu ien unió su suerte? Se retirari
'mas y m as de ell <1 ; serán menos frecue nt es su caricias;
la conside rará acaso como un obstáculo que le
estorba los goces de U!)a libe rtad absoluta, y poco
á poco se h ab itu ará á m ira r con aversio n un objeto

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que buscó para gozar placeres sensuales, y que ya no
puede procurárselos tan vivos como se los pinta su
estraviada imajinacion. Entonces nace el deseo de las
indemnizaciones por medio de sociedades, amigos, dila-
pidacion · y vicios. ¿ Y á cuantos desórdenes puede
conducirlo el deseo de proporcionarse nuevos ~oces?
Jamas me cansaré de repetirlo; los hombre·s deben
formar el espíritu de sus mujeres, para que se con-
viertan en dulces compaíieras de una vida entera, las
que segun el uso del mundo, habrian sido solamente
el encanto fugaz de unos dias de embriaguez, y el
ídolo momentaneo de un corazon apasionado y lleno
de ilusiones.
Mas, ya es tiempo de que yo manifieste lo qui;
opino con respecto á este zelo de que tanto se lamenta-n
las mujt:res, y cuyos ri gores les parecen insoportables.
¡ O esposas! permitid me deciros que <1-ebeis ser ce-
ladas.. Y vosotros maridos que desea is la paz domés-
tica, dejad que os aconseje una vijila11cia paternal en
que estriva vue8lra dich a y tranquilidad. Sí, es pre-
ciso decirlo: las muj eres necesitan del 7.elo de sus
marid os , pero no de aquel zelo ofonsivo y ultrajante
con que mortifican los necios, y que muchas veces
es hijo de la aversion con q1ie se mira á una esposa
infelia á quien se desea atormentar, ó del teitimonio de
µna conciencia severa que no cesa de gritar en el
fondo del corazo n del homure que él no merece el
amor y el res peto de una comp~ñera. El zelo de
que hablo es hijo y no enemigo del amor; debe estar fun-
dado en el aprecio que se hace <le uua pren<la pre-
ciosa que se desea conservar sie,npre; debe ocultarse
bajo el • velo de la ternura y la delicadeza, sin dejarlo
estallar con intempestivos furores; y ha de multiplicarse
para al)ruar lodos los casos y circunstanci,u en que
pue<la encoutrarse una mujer: Asi es como obran las
madres amantes de sus hijas hasta el dia mismo ea

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que poniéndolas· bajo la proteccion de un esposo se
descargan en él de su inmensa responsabilidad. ¿ Y
por qué ha de descuidarse hoi lo que ayer se juzgaba
tan indispensable? Yo no lo comprendo, Sol a mente
un hombre que desprecie á su es\Josa podrá mirarla
con indiferencia entregada á la disiparion y cu ltivando
sociedaaes peligrosas que tarde ó temprano pervertirán
su corazon. Una mujer que se ve siempre sola, se
acostumbrará á no tener sino su prcr¡íió ju icio por
regla de sus accione~. El mal se hi:ce despacio, em-
pt:ro, siempre se hace. Hoi se oye una conve rsacion
que nadie se habría permitido en ¡iresencía de un ma,
rido virtuoso; mañana se táma parte en ella, al siguiente
dia se tol era una proposicion atrevida, y despues se
desea 6 se consiente una accion culpable. ¡ Cuantas
veces he observado que una mujer yue está festiT&
y contenta en una reunion que parecía inocente, se
turba, se inmuta y varia de tono y modales ca~i ma•
qu,inalmente cu:¼ndo se presenta su esposo ! ¿ Y esto
de 'l:tué _próviene? ó bien de que él no ha sabido in ..
pirar amor y confianza á su mnjer, ó de que ella
siente interiormente que lo que se trataba no podrá
ser aprobado por su mari,lo, ni es conforme á Is
modestia de una casada, ó porque las maneras y tono
jeneral de aquelln reunion no se encierran siempre en
lo .. límites de una estrrcha decencia. Seria mas con-
veniente que los esposos se presentasen en público
juntos, cuantas veces lo permitan sus circunstanciaa.
Se me replicará que esto no es ele buen tono. ¿ Y qué
importa eso ~¡ se trata de la felicidad ? ¿ Qué es por
lo jeneral el buen tono del mundo, sino un convenio
tácito de la sociedad para obrar mal, dando un brillo
superficial y vano á tocias las acciones desacertadas
· 6 culpables que en ella se ejecutan? ¿ Por qué no ha
de ejercer un hombre cauto su previsiva vijilancia 10-
bre todo, lo, pasos, palabras y relaciones de su mu·

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jer ? ¿ Por q né no han de considerarse su zelo y cui-
d:1Jo~ como una continu11cion de los yue prodigaba
una madre prudente y tierna á una hija _j ó ven é in-
esperu? ¿ No es una muchacha, por su propia natura-
leza débil, sensible, crédula y apasiona da? Necesario
es pues, dirijir al bien estas disposiciones. ¡ Cuantas
vecl:!s una Í111rada afectuosa, un elojio delicado, una
atencion oportuna de un marido han atraído con reco-
riocimiento el corazon de una e~posa que empezaba
il vacil>ir ! ¡ Cuantos libe1tinos descabellad os hao
rnirado con respeto á la compañera de un hombre
de bien que sabe st>r amante y atento con ella!
¡ Cuantos peligros, cuantos lazos y cuantas infamias
destruye la sola presencia de un marido respetable !
¡ Hombres imprudentes! pensad mas en vuestros in-
tareses, M ieqtras dormis co11fiados t:11 el juicio y vir-
tud de vuestras esposas, el crimen y la St!duccion
velan para arrebat,iros su amor ! Nadie sabe mejor
que vosotros que yo tengo ruon. ¡ Ah ! ¡ cuan pocos
serán los cas<1dos que en nuestra corrompida sociedad
no hayan hecho en su juventud el indi~no ensayo de
la seduccion de la esposa ajena! Perdonad si he di-
cho esta terrible y funesta verdad; tal vez es dt'l número
de aquellas que deberían call a rse; acarn os reunireis
todos para negarla. A pesar <le mi profundo conven ~
cimiento, no pretendo sostener mi asercion. Prefiero
yue se me acuse <le lijereza al triste triunfo de presen-
tar mis pruebas.. Mas, sea como fuere, aceptad los
avisos de quien desea ardientemente vuestra di ,, ha.
No abaodoneis ·á vuestras compañeras, ni las e,pon-
g.iis á ser víctimas de un contajio moral que tal vez
vosotros mismos habeis coniribuido á propagar, ¿ Con
qué derecho os queJareis despues de a4uellas falta~
que nacieron de vuestro criminal abandono ? Lo re-
pito, celad vuestro tesoro, guardad vuestras esposas sin
hu,nillarlas ni envilecerlas. El amor m¡ts lejítimo se1á
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la causa, el apoyo y la escusa de vuestra conducta,
No es preciso poner espias tras de una mujer, basta
hallarse con frecuencia en la sociedad a que ell,, con-
curre: no es fuerza prohibirle tollas la, diversiones pÚ·
blicas a donde alguna vez hab1 a de cond 11cir á sus
hijas ( cuando convertida por los año~ y el conocí•
miento del mundo en matrona e~penmentada, no ne•
cesite ya <le la viJilancia aje na, y tenga que emplear
la suya en gua rd ar su tesoro) será suficiente acom-
pafiarla siempre, y hacer al mismo tiempo por aficio-
na ria á goces menos rui<lo,os y mas circunscriptos al
círculo doméstico. No es preciso arrancarla con vio•
lencia a Li sociedad del gran mundo, peí-o es eonve•
uiente hacerle preferir la de su esposo, y tener valor
para decirle que ella será mas estinrnble, cuanto mas
contraida esté á su casa y familia . No es forzoso
aislarla y tJUitarle t0das sus amigas, pues esto traeria
incalculables males; pero es justo manifestarle que tal
ó cu.il persona es indigna de su afecto. En una pa•
labra, yo aconsejo el uso prudente del zelo paternal,
y no el abu so ecsasper,, nte de los Zt' los. Jamas de-
berá un hombre poner un rostro severo cuando su
mujer t·stá alegre y complacida en medio de una reu-
nion decente; pues con esto aparecería como un árgos
importuno y la obligaria á de,ear ~u au~encia. Antes
bien, ~e debeu partir sus goces y satisfaccioues, acos-
tumbrarla á no ocultar sus pldceres a l autor de su
dich,l doméstica, y si algo se ,iota en e ll a que pueda
desagradar, esperar e l momento en que la diversion
haya cesado para -decirselo con ternura y boudad, sin
dejarla el fatigoso cuidado de adivinar cual fué la
accion, el jesto ó la palabra que le ha atraido el severo
mirar de su señor.
No creo que sea necesario manifestar la utilidad que
resul ta á UR matrimonio de esta conducta franca, y
ée esta paternal vijilancia; ni pienso que las mujeres

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despues de haber lt!i<lo to<lo lo anteriot, tengan motivo
justo para quejarse de que las trato con rigor. S11 - .
pongo desde luego q•1e aquellas que aman á sus ma-
1idos tendrán un placer verdadero en ver que estos
no prefieren otras compañías á la suy'l. Creo qt.e tu-
das se complacerían en prolongar por muchos años las
preferencias y atenciones de los primeros meses del
casamiento, y que se alegrarian mucho si pudieran ser
testigos y participqntes de las diversiones de sus espo-
sos. Sucede con fret•uencia que estos son austeros é
intolerantes en presencia de sus mujeres, y se entregan
á todos los estremos de la alegria y buen humor si
ellas están ausentes. Estd es una inconsecuencia que
irrita con razon, y las mujeres tienen el discernimiento
necesario para descubrir que la severidad de sus espo-
sos no nace de amor y estimacion, ni de respeto po,·
s11 decoro, sino del deseo de alejarlas porque no podian
divertirse á sus anchas en su compañia. Cu:tlquier:\
puede calcular que esta observacion es en desventaja
de la paz conyugal.
Creo que he dicho bastante para hacerme entender.
Se encuentran muchas repeticiones en esta obra, pero
ellas naceH del asunto, El amor, el respeto y la esti-
macion forn:ian esta larga cadena de deberes que como
11acidos del mismo oríjen están á cada paso relacio-
nados y confundidos entre sí.
Mas, he aquí el resúmen de todo lo dicho. Esposos,
respetad á vuestras mujeres para que el público las
respete; tolerad sus defectos para que ellas os toleren;
dadles bu en ejemplo para lograr su estimacion y
adquirir el derecho de correjirlas; sed liberales, para
mererer su gratitud; tratadlas con amabilidad y con-
fianza, par,\ inspirarles amor y sinceridad; instruidlas
para que os sean · útiles y siempre amables; celadla~
para libertarlas _de los peligros, garantir su inocencia,
evitaros penas y correjir á la sociedad ent n a. E.to

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tal vez bastará para asegurar vuestra · dicha posible
en este mundo,· como esposos y padres.
· ¡ O padres de familia ! sed los amigos, los apoyos.
los respetables modelos de vu1;:strds esposas. No re-
bajeis vuestra dignidad á fuerza dr creeros superiores
á cuanto Dios ha criado. Las mujeres son de vuestra
misma m1turnleza, y aunque inferiores á vosotros en
ciertas cualidades qne son peculiart::s al hombre, os
igualan en otriis, y os esceden en sensibilidad, pacien-
cia, dulzura, doc1lida<l y otras prendas. Dio.s os las
dió por _compañeras y no por esclavas. Serán madrei
de vuestro$ hijos y consolarJoras <le vue~tra ancianidad.
Estos dos títulos aunque fuesen los únicos, son dema-
i,iado· respetables y sagrados. Sí, hombres a ltivos con
vuestras prerogativas; pensad que os es mas ventajo$O
amará vuestras esposas que tirauizarlas, y que ellas
mere<'en una suerte mas feliz que aquella que or-
dinariamente les procurais.

SEGUNDA PARTE.

De los deberes de la esposa con su esposo.


INTRODUGCION. ·

Al princ1p1ar esta parte de mi obra sic11lo que me he


propuesto una tarea superior á mis fuerzas. Noohs-
tante, la buena int-encion con que escribo rne dará
aliento para continuar. Voi á dirijirme á las mujeres,
á esta infortun-clda é interesante mitad d e l jénero hu-
mano, y aunque mi trabajo no tiene otro objeto sino
mejorar su suert~, temo q ne ya estén prevenidas con-
tra mí por lo que se acaba de leer.
He aconsejado á los maridos que no las pierdan de
_v ista, que las retiren <le los frecuentes espectáculos pÚ·

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blico~ , que e,trechen el círculo de sus placeres y di -
versiones, que no contenten ciegamente sus dispendio-
sas fant ,1sias. ¿ No es todo esto mas que suficie11te
para habe r produ~ido im presiones desfavorables co11-
tra mi libro? Sí, y las primeras impre:;iones de una
cabeza de mujer son ca si siempre fu ertes y profondas
y hacen algo dificiles la di,cus ion y el convenc irriient o.
Mas, por yué he de d escontiar del écsito de ' un
tral,ajo emprendido en su mayor parte por amor á
las tr¡ujeres? Sí, esposas y madres de familia, el ele-
seo .de vuestra felicidad es el que guia mi pluma. Yo
os he visto j em ir por todas partes. Virtuosas ó rul-
pahl es, s iempre me haueis parecido esc lava5; los vicios
de vuestros maridos y vue stras propias !'altas refluy en
i¡i;nalm ente sobre vosotras d e una manera dolorosa.
Me acusareis tal vez de que trato de quitarog las po-
cas indemnizaciones de vuestras amargurds domésticas
y d e despertar sob,e vo sotr a s un zelo cruel. No, no
es e~ta .mi intencion. Q11iHo e~ verddd a rran caros á
esos peligrosos pa satietil pos que dan armas contra vc-
~otras y os pind e n;· pero es reslituyendoos e l . am of
de vuestroS' maridos, la íntima confia nza, los encm1tos
de una pacítica vida dom éstica. Quiero que por con-
vencimiento renunc ie is á los frívolos goces del corto
periodo de la juventud para que logreis rodearos de
una felicidad mas durable, para que cono:zcais y apre -
cie is el respetable lugar en que os colocó la Providencia,
para que s e ais autoras de esta revolucion moral que
debe hacer mirar el matrimonio como un segnro puerto
y no como un temible naufr<1j io. U nios todas para
vindic.u este llll(lo sagrado, y que en adelante lo,
libertinos de todos estados, ethdes y condiciones 11 0
pued:rn decir ya con , una sorn isa m¿fodora: " aqu el
jó,·en está perdido porque ya se casó"
Voi á hablaros ahorn de los deberes de las espo-
sas, 1'\Ie lisonjeo con que· podré 1.:ontar con la apro-

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bacio n de la parte mas pensadora y TC'spctable del
sexo; mas no dudo que algunas jóvenes vanas y
altivas a l oirme recapitular estos ch•beres esclamarán
con desde n: " ya lo sabiamos." Sí, sabian estos nom-
bres, pero pmas se habian tomado la pena de ecsa•
min a r su significado, ni h ab ian pen sado en b mu l-
_titud d e d e beres que les impo nen la fidelidad, la ili-
mitada co nfi a nza, la du lzura ,, la co nd 11sce ndencia,
la economía y el ó.r_d en, el aseo, la pac iencia y la
obediencia. Estas son las prin r ip~l e~ <·ual1d ades, las
YÍrtndes que deben cultirnr de preferencia cuando sean
esposa!I. Yo haré un e~fuerzo para desen volver mis
ideas sobre esta impo rtante materia y trataré de mani-
festar la utilidad que reportaria la ~oc iedad entera,
y en especi<1l las mujeres, de que ella!I desempeñaran con
puntualidad estas sagradas ol,ligacione~. No dudo
c¡11e mis amables conciudada nas aprobará n mi inten-
cion aun cuando les parezca mal ejecutado mi trabajo.
Sé que las pa la bras honor, decoro y vi, tud suenan
i.grad.: l,lemente en los oidos de tot.J as y que nin•
g una ~e atreverá á cond ena r colllo m a lo en ti fondo
un libro d esti nado á difundir prin cip_ios lrnnestos y
m ác simas virtuosas; porque estaba rtH·rvado única-
mente á algunos individuos d e l sexo fuerte y domi-
n,Hlor e l triste privi lej io de reírse á la faz del universo
e nt ero de lo mas respetable y sagrado, y de poner en
duda y dis r usion la ecsi,tenciu ele Dios, la utilidad
de la l'irtnd y el alma <le las mujere~. . • • • • ¡ Ah ! .
estos <lescarrios de una imajinacion viciada no los
han htC'ho ni mas sabios, ni m as felices. A vosotras
t oca, esposas re~pe tabl ei, llenar el vacio que han de-
jado en sus almas estos crimina les delirios. Haceos
amar y e&timar de los hombres, regad flores sobre su
c amino, ale · ·ad su juventud, consolad su vejez y obli•
gadlos á confesar que vuestra dulzura y fidelidad,
v uestro recato y moderac ion va len mas que todos aua

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presuntuosos desvaríos. Que puhliquen por todas par-
tes que las virl udes de sus <·ompañeras son los dulces
é inagotables nrnnantidles de una felicidad que en
:vano buscarían f.iera de la vida privada y de las
afecciones de fam ilia.

CAPITULO l. 0
.D E LA FIDELIDAD.

Aunque voi á tratar ele la fidelidad en una parte ele


mi obra destinada especia lm ente á la~ mujer.es, no ~e
infiera de aquí q11e juz~o á los hombres cli~pensados
de cumplir con un deber ta-n sa¡rrado. Lejos de esto,
me consta que su criminal indiferE:ncia sobre este
puuto, es frecuentemente el oríjen de los d e~órdenes,
esrán1lalos y calamidades que rodean los matrimonios.
Mas ya he dicho en la introduccion á la pnme~a parte
da este ensayo que el buen jt•icio de los lectores
hará las nplicarione~ .que omito . por no repetirme de-
masiado y por no hacer tau difusa mi obra. Por otra
parte, nadie plldrá negar que la infidflidud ele una
mujer- es de una trascendencia infinitamente mayor
y de m11i funestos resultados; y por consiguiente la
atencion de la e~posa es la que debe llamarse con
empeño hácia una virtud e n <.JUe estriva su felicidad
conyu ga l, su reputacion, su tranquilidad interior, el
honor y ll!Oralidad de hs familias y, ( me atrevo á
decirlo en el siglo de las luces ) la dicha eterna de su
alma inmorta l.
Puede asegurarse, hablando con jeneralidad que has-
ta el dia rn qi1e una mujer se casa, se ha creído
únicamente destinada á agradar; ha despleg·ado sin em.
barazo y como de su deLer mil pequeñas coq11et1eria>',
cuyo objeto es llam ar la :itencion de los jovenes y <¡11e
no le producen otro fruto sino el va110 placer de
rccojcr de paso algun1s galanterías insulsas y er~aje-

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ra<las r¡,1e los hombres prodigan por h i,bito á to,I
mujeres, y qne apesar de ~e r ta n com1111e~ delt
el oidc, d Pli carlo de aqu ell as bell erns insacr8h
elojio~ y de vanas y p , era rias adornr iont-~. Ta
dias, ~e111a nas, meses y aun añ os de e~llt pueri
pern 1c1,,~a oc 11pacion d ebe n prod ucir u11 a cu, tum
invet Prnda, y es dificil r.omprend er co1110 la :m
c.eref!l " ni a ele nn a be ndi cion nupcial pueda produ
i11sl>lllldt1ea111ente juicio y refl eec iones ~ér ias tn aq
-)las e,1l,ezas varias y al'ostumb radas por 111
mad res il no tener si no una id ea lijH, la de 11gi.
y ser ap laudidas. A pesar <lel respc·to debido 111
mendo sar r>i mento . no e s fbc il cone t- bir corno sea
. pueda o brarse por s11 medio una mudan1.a tan npi
y d esa rra iga r en tan breves insta ntes este dull'O
bito de lu cir h asta les mas pequeño~ atractivo
repito, rne pa rece a lgo dificil e~ta máj1ca Ira mntaci·
Al cont,ario, yo he observado q ue esta especie
c oqu ete rí a se lrnce un a segunda n atural eza 411e t ·
de la razon y de los aí\Os, y no dej a de ~er comuo
ridícu lo esper.tác ul o <l e · una madre nvaliiando á
bijas en adornos y modas.
Así es que un a niña recien casada pienRa
e n sus augustos deberes y se com place murho
merando las visi tas r¡ ue hará y las diversiones a que
currirá, ll eva ndo po r consigu ie11te consigo á 1u
manas ó a n,igas so lteras, porqu e lu .. go que se
au nqu e solo te nga quince aíios, ya se le con6aa
ruidad os de madre d e famil ia como~¡ fuera una.
trona d e grande e~pe riencia y acrl!d itado juicio,
cibe el prim e r co nvite de b ail e y se ocupa d
.preparativo~ co n tnnto ardór y tezon como
tiempos en que ¡Jod ia le.ií timamente as pirar á una
-<¡ uista. Va á la funcion, y si su es poso ae
e l primero q ne la saca á bailar es nno de 1u1
guos apasionados. Todos los jóvenes la <'er

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-57-
ijen fdlaces cumplimiento, sobre su actu,11 feli ci-
y cada 11110 de estos adoni, s11t· lt.a una espre-
' <lirije una mir J da, ec~ala un su.piro, tributa 1111
1en,1je q11e 110 se rán ¡wrdidos, porq ue alg un d ia
ir:1rán en la li 'lta •d e n, é ritos y de ra sgos a pasio-
du, 1¡11 e carla uno a legará para pretend l!l' una µre-
ncia enn, i1, a l. Jamas · fué tau as iduo el e njambre
los adoradores, como ruando empieza á pre,entar-
en púlilico sin su esµoso una _jó1,e11 1ec ié n t'asada.
un ba il e, en el teatro, en t!l pdseo, "e ponen
o a l desc111do las piedras que han d e ~e rvir de
• 1iento al edificio de la ser.luccion; allí se fo1jan los
'me,os eslabones de esta ignominiosa cadena, porque
medio de los I uidosos placeres, del concurso y la
ipac1on está el ánimo m ejo r dispuesto para recibir
mortíferas sem ill as del vic io. Entonces sc s iem-
y c·osechará cuando tras¡,iren en el público las
'meras desavenencias domésticas ó cuando el espo-
11tolonJrado haga á sus pretendidos amigos la in-
'gna rontidencia ele su aburrimiento y saciedad. La
cauta ,1óven se sonríe al oír los indir~ctos requie-
s, de~-pues se ruborisa, despues s~ turba y se con-
ueve a l verse tan amada_ y este instante de en te r-
imiento v confu siou es el del triunfo del seductor
olente y· del escírndalo de toda la sociedad. Es
· rto yue los primeros golpes de la maiedicenrm
· lan de esp;into á u11a jóven que no conoce todavía
mal que ha her.ho; pero pronto se en~1,ña su oido
los sarcasmos; su pasion la ciega y le ha<'e encon-
r e~cu sas á su conducta; el seduc tor redobla s•Js
me~a~, ahoga el remord imiento, ecsalta su felicidad
la víctima bebe con placer el nectar emponsoña-
Cuando ya cansado y ocupado de otra intriga
deja el . vil enga~ador,, ya su corazon está perver-
y piensa sía rnbor en h.icer otra nueva con-
uiata. Así se enl~zau, así se con~inuan los Jesórde-

® Biblioteca Nacional de Colombia


-58-
nes durante la juventud, y cuando llega Ta temida h
ansia nid ad, una <lovocion afectada y las mas minu•
ciosas práctica~ re lijiosas mezcladas c·on una severidad
m0rdaz · ácia la je11te moza, so n el r~fuJio y d con•
Juelo de ª'-luel las espo~as infortunad ;is. ¡ O lectore1 !
no os irriteis con tra n,¡, ni digais que calumnio la
Fociedad. Cdtorce año~ de observ acion, de pregun-
tas, d e 111vest1~a eiones no me permiten dudar de la
ecsistencia de este horrible co nt ajio. T engo datos po-
derosos, testigos irrecusables, ej e mplos tremendos y
guardo en mi ccrazon amargas verdades que bien po-
clria· revelar; pero a<¡uÍ rt:!pito lo que dije m as arriba.
¡ renunci o á la triste ventaja de presentar mis prue-
bas ! ¡ oj ~lá que cada uno de mis lec tores se Pncuen-
t re mui diverso del cuadro que h e trazddo ! ¡ ojalá
que cada una d,e las c asadas que lo lea pueda decir
con frente sNe n~: " yo soi la escepcio n de esta re•
g la ! " ¡ Feliz y mil veces feliz la sociedad en que este
escrito no ten g·a apli cacion !
Pero vuelvo á mi asunto; una jóven casada q11e
encuentra pl ace r en oir las ga lanterías de los hombres,
6 que las tolera ron indiferenc ia; que sufre siempre
á ,u lacto 1111 sumiso adorador; que se pre~e nta en
·púb li co con otro que no sea ·su marido ó su herma-
no ó algun sujeto que esté fuera del a lcance de 181
.sospec has; que admite convites de los cu a les está es-
clu id o sn marido; que con cual4uier pretesto mantie-
11e correspontl encia con un hombrt•; que frec uenta las
reuñiones en que puede atr11er sobre sí las miradas
ele la ju ve utud de l otro sexo; esta esposa di go, se
ha lla en un pelig ro ev id en te de faltar á la fidelidad
cony uga l y con su conducta desacertada y loca dá
Rrmas á la~ personas maldicientes para que atnc¡uen
i;u reputacion y lo gren hacerla sospechosa,
Ningun motivo puede autoriza r á una clisada para
que reciba obsequios, regalos y servicios de otro

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-59-
h(lmbre que no sea su marido. Sí, ningun motiro,
ni aun el abandono · abso luto de éste. ¿ Acaso 1)-os
es permit ido indemnizarnrn; de las pemis_ que nos cau.:
aan los de litos ajenos haciendonos á nuestro turno
criminales? No; la venganza mas noble que puec:la
tomarse de ün marido infiel y perverso es oponer á
sus nidios procederes una conduc-ta si.,mpre inmacu-
lada. Cuanto mas públicos y notables son los es-
lravios de un hombre, mas resalta la virtud y pure-
za ' de su mujer. Estas cualidades de las buenas es-
posas no son virtudes oscuras ('Orno lo pretenden al-
guna, personas preorupadas ó mal intencionadas. No;
la mujer honrada obtiene el respeto y amor de su
familia, de sus amigos, dd círcu lo soda! en que es
conocida, y nada ·puede ser tan lisonjero para un· co-
razon _sensible como esta aprobacion jeneral, este res-
peto que le tributa hasta el mismo que la oprime,
este dulce concierto de alabanzas que está en conso•
nanci a con la voz pacífica de su conciencia.
Y ¿ á qué otra cosa puede aspir,1r una mujer si río
cifra su g loria en obtener la estimacion y respeto del
público, el amor y obediencia de su familia y la cal-
ma interior de su espíritu ? ¿ Solicitará el nombre
de guerrera y la fama de invicta en los combates ·t
Pero, · esta fama ~e compra con los peligros y las fa.
tigas á que no la hacen propi,1 su delicadeza y los
achaques de su sexo; se adquiere la gloria de las
armas derram,rndo la sangre humana lo cual es re-
pugnante para una alma sensible y compasiva, y el
brillo de una mujer militar rarisima vez llega á igua-
lar a l de los nombres de los caudillos famosos qué ·
alternativamente .han libertado ó esclavizado al jenc-
ro humano.
¿ Deseará hacerse célebre por el impll; io de la be-
lleza y los triunfos del amor? ¡ Imperio ef1mero mas
cc,i lo qtte la vida de -las flores! ¡ Triunfes estériles en

® Biblioteca Nacional de Colombia


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que se lisonjea la van idad á espen~as de la virtUt.l !
¡ Glorias de un dia comprachs con la trnnquilidad de
la concien c ia, vosotras no mereceis fijar los votos de
una persona honesta y je11erosa !
¿ Ambicionará, pues, la g lori a li te raria? ¡ O mu-
jeres! No os dej eis arrebütar por el brillo de esta
aureola divina, que juma~ rod ea rá vuestra frente -de
un modo s ati st'ac.torio. Lucireis co mo un meteoro y
prob,1blemente á costa d e vuestra re putacron. Lo~
hombres miran corno s11 patrimonio I el templo de Mi-
uerva, y si entrais en él, os castigarán cruelmente
esu usurpaei o n. Os quieren il~ adas, pero no lité-
ratas. La mujer que ~e 9cupa en escribir libros, di-
cen ellos, deja presumir que descuida sus diario,, mi-
nuciosos y sagr,1dos lh·beres, y se la censura con ri-
__gor porque intentó salir ue s11 esfera. Si sus obras
son ese11cialmente útilt>s y bellas, se insinúa con arre
que no hizo sino el oficio de amanuence, y se nom-
bra públicamente el h ombre que, con razon ó sin
ella, se supone que trabajó en la redaccion de estas
obras queriendo darlas alguna singula1'id a<l con un nom-
bre femenino. Así es que las flores <¡ne habeis cul-
tivado para formar vuestra .corona de autor auornaran
tal vez una cabeza despreciada ó aborreC'ida. t Y es
·esto lo que pretendei~ ? ¡ Qué locma ! ·
.Mas tal vez os atrae la tortuosa senda de la po-
lítica y est.raviadas por lds adulaciones irónica~ de
vuestros tertulios, pe nsa is de buena fe que dais im-
pulso á los negocios del Estado, que poueis dirijrr
las úperaciones del gobierno y est.ir al corriente de
los secretos del gabinete. Este e. otro error. Las
mujeres no impe ran en polllica. Fuera de muí pocas
escepciones,, puede decirse que todas las Llemas que
·han te11ido parte en los grandes acontecimientos na-
cionale,, no han sido sino las móviles mbquiuas que
han puesto en ju ego los hombres <le Estado. Ellas

® Biblioteca Nacional de Colombia


-61-
no gozan de 11na gloria pura: sus_ nombres están
~iempre empaiíados con eludas humilhmtes sobre las
causas que las hicieron obrar; su papel es de ordi-
nario mui suba lterno y si alcanzan un lugar en las
pájinas de la hi storia, es para pa,ar á la posteridad
como intrigantes astutas y para inmortalizar, no sus
nombres, sino el recuerdo de las relaciones amorosas
que las hi ciero n instrumen to de los proyectos de un
rei, de un embajador ó de 1in ministro. ¡ Bajo qué
tristes auspicios se llega así á los oidos ele la poste-
rielad ! V aldria ma~ estar completamente olvidadas.
No; amables compañeras de los guerreros, de los s~bios
y de los políti cos, vosotras nacisteis con mui diverso des-
tino. Ser esposa, fieles y madres vijilantes, ser el
apoyo del elébil, e! consuelo del infeliz, las instituto-
ras del jénero humano: ¿ qué mas gloria, qué ma-
yores, derechos podéis ape tecer para granjearos el amor
de rnestros contemporaneos y la admiracion de las
jeneracione~ futuras? Dejad á los hombres sin pen a
su ambicion, sus triunfos y . sus aplausos. Vuestro
campo es ma$ corto, pero sus productos son mas
útiles y mas duraderos. Que ellos oigan las cancio-
nes de g lo ria con qne se fesrejan sus hazañas guerre-
ras, que se regocijen y envanezcan con los falaces
elojios que les prodigan sus riv ales e11 la carrera lite-
rari¡¡; que asp iren 1: I humo de los inriensos que1ña-
dos á sus plantas por serviles y haml,ientos cortesa-
nos, mientr:;is vosotras escochais el sincero cántico de
alabanzas que ento11>1 en vuestro honor la jeneracion
virtuosa que habeis formado y os deleitais ron el per-
fume que ecsalan vuestras pacíficas y modestas virtudes.
¿ Y cómo lograreis esta s,atisfaccion 7 Siendo fieles
á vuestros esposo~, siendo castas y puras como la
inocencia. Cuando vuestra conciencia no os repren-
da nada, fácilmente se consnlarán vuestros pesares,
y hallareis en vuestros corazones tesoros de felicidad

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-62-
que podreis distribuir con rnestros esposos y familii,
con fa sot"ied.id entera sin que jamas ie agoten.
Mas; ¡ cuán diversa será la suerte de una mujer
en el caso contrario! En eÍt' cto, ¿ qué cosa mas triste
y esrantlalosa que el cuadro de una familia matn-
chada por los estravíos de una mujer infiel? Un es-
poso desconfiado y severo de cuya hoca salen romo
un torrente las inJurias, los baldones, los dicterios:
criados rnsubordinad os y a ltivos; hij os mal educado,
sobre cuyo oríjen ec~isten amargds sospechas y en
quienes no puede ejercer la madre e l domrnio que
da la virtud;· aniigos verdaderos qu¡: compadecen; fal-
sos amigos que viliµend ian; el temor de totla la so-
ciedad que desprecia y por últ imo la esposa humi-
llada ha sta el polvo y en cuya presencia no se puede
elojiar la virtud ni zaherir el vicio sin traspasarle el
corazon; ó tal vez ( lo que es todaví:t peor) una e,-
posa endurecida en e l crimen, que levanta sin rubor
· una frente atrevida marcada con el desprecio de los
_hombres y la reprobacion del Eterno •.•. ¡Ah! q11e
se me permita ·· cubrir con un denso velo esta pintura
de do lor y vergüenza. ¿ Quién es el <¡ne ignora las
consecuencias funestas producidas por los estravios de
11na esposa culpable? ¿ Cuál de ellas es la que no
ha sufrido pesare~ profundos ocasionados por su locu-
ra? ¿ Y cual es la que no ha o .do alguna vez la
voz de su conciencia que condenaba su conduct:l y
'Je recordaba el horror con que $·e ha rr_iirado la infi-
delidad de una esposa en todo el universo desde
las corrompidas capiules de Europa, h asta el fondo
·cte !os d esintos que habitan los salvajes de América?
Mujeres infortunadas que habe is ullrlljado la fe
conyugal, volved á la senda del hon or ó mas bien á
la del arrepentimiento, pues que la mancha que os
·,·ch nsteis es indeleble. Que vuestra conducta futura
e ncubra este borron trt mendo; que un manejo irre-

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prensible os reconcilie con \Ulestros marid-os y os re-
conquiste la estimacion del público; que las lágrima:1
de vurstro arrepentimiento sean el bál~amo que cu-
re las heridas que habeis hecho al comp,iñuro de vues-
tro destino. Nunca es tarde para empezar á obrar
bien, pero si la demora es voluntaria, recordad que
un solo momento de dudas p11ede hacer infructuosa
una buena resolucion. La vida es un bien prestado
¿ y querríais perderlo sin haberos reconciliado con
Dios y con vosotras mismas? ¿ Os par.icerá indife-
rente la memoria de la conducta pas<1da en . aquel
terrible momento en que el 111undo apart!ce drsencan-
tado ante unos ojos que columbran ya los umbrales
de la eternidad? No atendais esposas estraviadas á
las burlas que los libertinos tlirijirán contra este escrito,
ni os lisonjeen las pro~estas ele vuestros adoradores.
Ellos os desp:ecian en el fondo de su corazon y no
querrían por nada del ruundo tener por esposa una
mujer que se os pareciese: - ¡ O ! yo espero, criatu-
ras infelices, que si este libro llega á vuestras manos,
no le habreis leido sin · fruto. ¿ Cómo es po~ible que
una mujer resista á la voz de su razon, al grito
de su conciencia, al llamamiento de su Dios y á los
enérjicos pero suaves impul~os del deber? El alma
de una m11j-er ( ya lo he repetido varias veces ) es toda
ternura, docilidad, paciencia y sumision; y yo espero
que eHa alma nohle y sensible no rechazará los
avisos de quien escribe sin otro móvil sin'O el deseo
tle la. felicidad de la parte mas preciosa é infeliz
·del jénéro humano.
En cuanto á vosotras, esposas castas y virtuosas,
que seguis marc'handd por el camino del deun, yo
Oi felicito. · Conservad esta pureza de COI azon que
os hace tan respetables y que Jeue consola ro~ de las
penas ele la vida, y en3eñad á vuestros hijos á rea-
petar la espesa ajena y- á vuestras b ij as á imit~ros.

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y vos0tris jóvenes solteras que aun no os habe.ie
madó la pena de pensar en los deberes que ÍID
el matrimon io, no olvideis q11e ninguno es tan
ro, tan sagrado é indi ,pensable como la tidel'
Ni 1m pensamiento, ni una palab ra, ni una mll'
debe empañar la pureza de vue,tras almas. 'j
ligais á un hombre por toda la vith, desde este i
tante no debe haber sino este so lo hombre para
tro cornzon. Solo para él debeis guardar vue tnt,
mira; solo por él debeis cuidar de vuestra beUea
adorno; so lamente sus labios d eben pronunciar
bras de amor -á vuestros oídos, pu es si e1cuch
otros es de pres umir que vuestra virtud vacil
dais con este hEcho el primer paso en el camino
ma l, y dado este primer- paso ¿ quien se li on'
d e poder detener la rápida carrera que conduce,
abismo del crimen? Por último, recordad todas
· que sois y las qn e aspi rais á se r es posas c1ue la
jer q ue fa lta á la fíde liclad conyu gal o~curel'e
sus virtudes y casi las inutili za porque el soplo
tíf'ero del de, honor todo lo mar<?hila y empal\a,
paso que una esposa casta y tiel se hace penJ
fác ilm ente sus ci ernas faltas y defectos, y cubre
nombre con un velo de virtud que la mano m·
de la ma led icenl'ia no se atreverá á romper ja
0
CAPITULO 2.
DE LA CONFIANZA JLIMITADA.

Este capítulo no es bajo muchas relaciones siuo


continuacion del an tenor porq ue la c-onflania abao
de que voi á tratar tiene por objeto principal
los lazos de la seduccion y la infidelidad que ea,
fatal resultado.
·Cuand o un jóven atrevido espera qYe una 111
esté sola para decirle ciertas cosas, y mu<Ja de
versacion al aprocsimarse el marido de éota,

® Biblioteca Nacional de Colombia


-65 -
diferentes que hayan parecido sus palabras, deja co-
nocer que tiene algun motivo para reservarlas á quien
no puede ni debe permitir misterios entre un estraño
y su esposa. Entonces esta se encuentra obligada
¡,or su deb~r y por su interes personal á referir á Sll
l11arido c·uanto se la ha dicho, porque él es el único
juez compt'lente ·de la coiwenieucia ó inconveniencia
de los discursos que se le han hecho á su espo~a
i!n su ausencia. El puede penetrar miras secretas
que río están al alcance de una mujer honesta.
¡ Cuantas veces ha sucedido que nna revelacion opor-
tuna desbarató fa tram'! urdida por un astuto seduc-
tor! Pero, tambien es frecuente que las mujeres
cuya vanidad se lisonjea tan fácilmente guarden si-
encio sobre estas con l'ersacione,;, con el frívolGl pre·
lesto de no inqniPtar á sus esposos con una relacion
estemporanea de insignificantes galanterías. · Mas todo
aignifica mucho cuando · está conecsion<1do con la paz
'doméstica y el honor de la familia. Otras vece11 se
juzga que todo pue~e oirse de boca del que se
presenta como amigo de la casa y que seria un necio
el marido r¡ue desconfiase de este sujeto á quien tan-
to distingue. Bajo un título sagrado se le admite á
todas horas, se le hace sabedor de todos los disgus-
los caseros que momentaneamentc han podido alte-
rar la paz, y se tiene por necesaria su compañia en
-to<las las diversiones y su aprobacion para todos los
negocios. Nadie ignora los funestos resultados que
produce, por fo comun, esta necia y culpable intimi-
dad. ¿ Podrá llamarse amigo aquel que aprovecha
los mom entos de desavenencia para endulzar el oído
~e una mujer quejosa de su marido con todas hs
ecsajeraciones de L1 ternura y la lisonja? ¿ Merece-
rá 1:ste nombre el insensato que con pretesto de
hacer justicia á la bclieza fomenta los gustos dispen-
diosos de una esposa y la anima á apurar los recur-
. E
® Biblioteca Nacional de Colombia
-66-
sos del artQ pera realzar sus atractivos? ¿ Será ami•
go de un marido aquel que promueve la discordia,
despierta los zelos, favorece los caprichos y empleR
los ardides de la galanteria para pervertir un corazon
que no podrá pertcnecerle sin crimeu, ni remordi-
mientos? No; mujeres crédulas é incautas, descon-
fiad de estos sensibles . consejeros que siempre os están
compadeciendo y que fiujen un zelo pérl·ido por los
íntereses <le vuestros maridos. Ellos son los mortales
enemigos de vuestro honor y tranquilidad, y tanto
mas temibles, cuanto que conocen el lado débil por
donde podreis ser atacadas, y pueden espiar y apro-
vechar el momento oportuno. No pretendo decir con
esto que todos los amigos sean traidores; ni hai tam-
poco caractéres mui marcados para distinguir la sin-
ceridad de la perfidi3:. Pero, para lograr este cono-
r.imiento y entregarse ' á la dulce confia nza de haLer
l:allado un verdadero amigo, necesita una mujer del
ausilio y de la perspicacia y esperiencia . de su espo-
so, y en j enera l puede decirse que esceptuagdó al
esposo, no le conviene á una mujer amigo intimo del
otro sexo. Esta clase de relaciones aun cuando no
dejenereri en cu 1pa bles, s011 siempre estravagantes.
Desde el momento en que una mujer le reserva á
su marido una conversacion sosr,echosa, desde que
ella consiente en no denunciar una tdeclarac ion indi-
recta de amor, una galanteria secreta, un obs('quio
que se hizo bajo el nombre de a lguna amiga oficio,
sa, desde el inst~nte mismo en que hai algun miste-
rio que el espo~o ignora y que es conocido por un
estraño, este se cree con derecho á mirar á la mujer
con poco respeto, cuenta ya con el écsito de sus
maquinaciones y se complace de habE:r obtenido el
triunfo. Si la mujer alarm:1da por algun paso mas
decisivo, trata de volver atras y sf:gnir por la senda
del deber I el astuto libertino la persuade que ya ea

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--67-
ta.rde porque pretende haber leido en su corazon la.
correspondencia de su afecto; le describe con calor
hechos y circunstancia;; que ella creyó inocentes y
que él llama decisivas; la intimida con los furores
del marido á quien su pone ya sospechoso y ofendido
por las reservas anteriores; la conmue\'e con el cuadro
de su propia desesperaci-on que podrá .ar1'asi1·arlo al
suicidio; entibia su amor á sus deberes pintándoselos
opresivos, oscuros é inferiores á su mérito; resfri.i su
cariño ácia su espo30, cuyas faltas reales ó supues-
tas sabe encarecer con destreza y la precisa á pensar
que no le queda otro recurso sino la elec~ion entre
el desprecio y mal9s tratamientos de un hombre in-
<ligno de ella y resentido, y las eternas adoraciones
de un amante fiel y entusiasta. Todo cede á estas
consideraciones multiplicadas de mil mane'ras, y aquella
infeliz cuyo corazon estaba aun inocente, cuya volun-
tad no habia pecado y que solo creia entregarse á
una inclinacion lejítima, envuelta por todas pa1:tes en
estas redes pérfidas, se arroja por desesperacion en
los brazos de un seductor infame, rompe los dulces
vínculos que la hacian venturosa, echa nna indeleble
mancha sobre su r_eputacion, se p~eparn un porvenir
de angustias y tormentos y cubre con el afrentoso
velo de una vergiienza impotente la frente respetablt!
del padre de sus- hijos, de aquel á quien juró á la
faz de Dios y de los hombres, amor, respeto é invio-
lable. fidelidad~ ¿ Y qué le queda en indemnizacion
de tantos males causados por su imprudente reserva?
Nada mas sino la tfiste alternativa entre la de3e3pe·
racion y el arrepeutimieuto, porque jamas convendre-
mos en que sea un medio de consuelo empeñarse mas
y mas en la senda. reprobada é infame que conduee
del deshonor á la perdicion eterna, Su seductor la
desprecia y pronto la abandona, y el público se mo-
fa y tal vez goza de sus dolores y humillacion. ¡ Plu~ .
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""7"68-.
guíese al cielo que no hubiera tantos orijinale1 de
este espantoso cuadro! ¡ Ah ! permita á lo meno,
el Eterno 4ue las lágrimas del arrepe ntimien to no se
~errame1~ infructuosamente y que sirvan 'de espiacion
de tontos culpables errores!!!
Mas, todas estas peuas se evitan, si una mujer es
franca é injenua y dispensa á su marido una ilimita-
da contianza. Si él es el único confidente y si ella
deposita en su pecho todos sus temores, ~us deseo,
y sus esperanza~, su alma quedará tranq uila y, por
decirlo así, se ha~rá descargado. sobre él la respon-
sabilidad de su conducta. l Y quien tiene mas dere-
cho que un marido para saber todos los secretos de
su mujer? Él es su protector ñatural, es e l jefe de
tiU fami lia y es la única persona que puede tener un
interes idéntico al de su e~posa en conservar la paz,
el órden, la union y el honor de la casa. Entre
dos eqJosos todo debe ser comun porq•ie todo es de
igual interes para aml,os. No debe haber bienes,
afecciones, placeres y penas á que sea estra ño uno
de los dos, y en esta union tan intima é indisolu-
ble es necesario que el hombre fu_erte y esperimenta-
do sea el apoyo y protector de su espos'l débil é
inesperta, y él no podrá ejercer este dulce privilejio
!'jno puede ver el fondo del corazon de su compa-
fiera como un cri5tal trasparente y limpio.
Se me objetará tal vez que hai hombres indolen-
tes que no sabrian hacer 11s0 de esta absoluta con-
fianza, que hai otros malvados que no la merecen y
que abusarían de ella; mas, yo _respondo que un de-
fecto del marido no di spensa á la muj1::r del cum-
plimiento de un deber. De resto, me atrevo á ase-
gnrar que esta confianza es necesaria y preservadora
de mil males. En el capítulo 5. 0 de la l. "' parte
he dicho lo bastante para manifestar claras mis ideu
y creo s11ficiente advertir que todo lo que alll se

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dice con respecto á los hombres es eslensivo á las
111ujere~. Todos los negocios domésticos que están
al cargo de ellas deben ser consultados con sus espo-
sos, escepto aquellas pequeií ec:es del manejn interior
que un hombre desdeñaría sin duda y que no deben
ciertamente ocupar su atencion llamada á objetos de
mayor importancia. Pero, los planes relativos á la
edueac ion de los hijos, lai lecciones preparatorias que
debe darles la madre, el número y ocupaciones de
los sirvientes; los proyectos para adel.rntar un capital
confiado á la indu~tria de la madre de fan, ili a, l:is
pretensiones de un homhre á la mano de una hija,
&c., &c ., todas estas cosas son otros tantos asuntos
de amigables cfücusiones entre dos esposos bien aveni-
dos. De su co1icierto y a rmonía en estos petp1eños nego-
cios depende en gran p:ute la prosperidad de _la familia,
La misma franqueza se ecsije de una mujer en
órden á su5 a111istatles y reb1 ciones. Ningunas debe
tener sin el beneplácito de su esposo. Las niñas se
inclinan siempre á buscar esta amiga intima preft·ri-
ble á. todo; e$te otro yo de Jos romances que tanto
halaga su sensibilidad, ¡ cómo si fuera fácil realizar
siempre en el muntlo lo yue pinta con tan bellos co-
_lores la imajinacion brillante de un novelista! Esta
amistad ardiente y esclusiva que se desea consa-
grar á otra mujer igualmente jóven é incauta, se tlebe-
cle derecho á un esposo; este es el amigo del cora-
zon destinatlo á la mujer por Dios y la naturaleza.
No quiero decir con esto qúe se 'p riven l&s mujeres.
de arni~as de su 5exo, sino que aque ll a ecsaltaciorh
de 11mistad romá11tiC'a y ccsajerarla, y aque ll a confian-
za sin límites que se cuenta han ecsistido entre <los.
mujeres, se rechazen como una agradable quimera•
y que no se tengan amistades y relaciones contra la.
voluntad de un esposo que se debe suponer intere-
sado en la di"ha y contento de su mujer,

® Biblioteca Nacional de Colombia


-70-
Lo mismo aconsejo con respeeto á las <lemas con•
fia nzas. Si un a mujer está enfonr.a su marido debe
saber sus dolencias y padecimientos, para que pueda
proporcionarle los medios de recuperar su salud, puea
que él es el seño r interesado en la conservac ic,n de
su compañera. S i está triste, él dt:be ser el depoai.,
tario y con5olador de su pena, porque está fu erte me
te interesado en que reinen la ca lm a y la alegria ea
e l espíritu de l a madre d e sus hijos y direc tora de
su familia. Si está i:onten ta, es j usto que comunique
su satisfaccion á su esposo, porque una mujer sen•
s:ble y honrad a a umentará sus goces paniendolos con
quien debe ser el objeto predilecto de su corazoa.
En una palab ra, todas sus acciones y sentimiento,.
todos sus gus tos .Y pesares esta rá n siempre á la vista
d e su esposo y es te debe ser e l re gulador y juez de
su conducta. La sincerid ad y la franqueza serán la
base de es ta union indisolu ble que fo1mó el amor y
qne la am istad d ebe perpetuar; porque ct1a11do el pre,-
tijio d el amor desaparece, solo la a111istad y la confia•-
za pu eden llenar el vacío que qu edCL l 'n el corazoa.
Ma¡;, si un hombre fuere urutal, vic-i oso , indigno de
. es te amor y de esta ilimitada confia nza; ¡ o esposa
infeliz! yo no me atreveré por esto á var iar el fondo
de mis consej os ••••••••••.•
El rer ato, la prudencia , la aniable induljencia,
vuestro amo r á 1~ vi rtud y al respetab le estado que
abrazasteis y vuestra propia cor,cienc ia guiarán vuea-
tros procederes y habl ará n ú vuestro corazon con
mas eficacia qu e mi plum:i . Pero no olvideis que
siempre s01s esposas de lante de Dios y de los hombrea.
CAPITULO 3, 0
DF. LA DUL ZURA Y CO NDESCENDENCIA,

¿ Deberé yo hablar de estas cualidades en una obra


dirijid,1 á la instruccion de las mujeres? ¿ No pare-
® Biblioteca Nacional de Colombia
-71-
c!erá riJi culo prescribirles como <leber las virtudes carac-
terí~tic as y distintivas de su sexo? i, Qué puedo yo
decirles que ellas no prac tiquen j ener>\l111ente en todo
el universo? Pero, hai sitmpre alg unas que neceiii-
tan de consejos y correccion y es a estas á quienes
voi á dirijirme. Por otra parte, no es malo que las
mujeres obren por razon y convencimiento lo que
casi todas practican por el instinto de la naturaleza
y la' fuer1,a <le su carácter especial. Entrn!'é pues,
en materia, con la ~speranza de que acaso podrá ser
útil lo que voi á Jecir.
Hai ciertas mujeres que, ( ~i me es permitido usar
de esta frase) sal ieron de su naturale:.m, t ¡ue perver-
tida s por una educacion mimada Ó por un orgu-llo _
de familia mal entendido se creen t.lispensadas de· usar
de la dulzura y la amabilidad que deben ser el 01•-
nato y distintivo Je su sexo, Ellas riensa.n que un
tono altanero las hará mas re,petables, confunden . la
arro~ancia co'i1 la dignidad,. e l encapr1chamient0- con
la firmeza, los arrebatos de la ira con u,na justa se-·
ver id ad. D e t,Sta suerte se d es poj a n del dulce atri-
buto de la muj er , se privan de su arma mus pode-
rosa, se esponen á la burla ele la sociedad y atraen
sobre sus cabezas el rigor ó el odio de sus esporns
ecsasperadcs con sus intempestivos y frecuentes furo-
res. No, mujeres imprudentes, no irnajineis jamas que
lo qu e no obtuvo la amable condescendencia pu·eda
consegui rlo el furibundo arrebato clt> la ira. La dul-
znnl os hace irresistibles ·y la soberbia os esclaviza.
Cuando una esposa habla con amabilidad, cuando su
dulce complacencia ha desarmado e l enojo de un
esposo despótico debe contar casi con un triunfo
seguro de sus pretensiones, ó por lo menos con que
la negativa será moderada, razonable y sati<s.fact or1a.
Pero si en vez de la dulzura emplea la acritud, los
gritos, lus espresiones irritantes y el orgullo ¿ 11ué

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-72-
comeguirá? Molestado su es poso usará á su 111rno
de su. autoridad, y negando lo que tal vez ha debido
y era su ánimo conceder, cMtigará con una injusti-
cia la altivez insultante <le rn n,njer. De aquí na-
cerán mil di,turLios, mil interminables querellas que
enla?.ándose unas con otras, produt·en un estado de
perpetua ho,tilida<l y contradiecion y ~acan de un
uríje n pequeño y ridículo el gran resultado de la
desmoralizacwn de una fami lia, y el escá nd,ilo de
t.oda la socied.id, Mas adelante trntl,é ocasion de
volver á tocar este punto: ahora· quie10 limitarme it
hacer ob~ervar á las mujeres q11e en todos los caso ·
y circun stanci as les conviene ser cond escen dientes ú
por lo menos usar rte mucha dulzura. Si un hom lire
ha contraído una amistad perniciosa, ~¡ ~e abtrn dona
á algun vicio, si descuida un deber importante, su
m11jer deLe advertirle su . falta y pintarle las consecu en -
cias de ell a con i1fectuosa dulzura como una amiga
que observ;i, porqu e ama y e~pera la f'n rnienda, por
qne se cree am;ida. Si su esposo ecsije de ella por
capricho y tiranía algun sac nficio qne le ~ea dolo-
roso, debe combatir arp1e l abuso con amabili<lacl, ra-
zones y aun con caricias. Mas si á pesar de esto
no triunfa, debe .s er complaciente y dócil porq ne la
paz eonyugal es preferente á 1odo, porque en sus
aras se ha de sacrificar todo eseepto la virt 11d y la
rf'jilion, y porr¡ue si se ·In de obedecer rn una eosa
amarga, vale mas hacerlo por bien que añadir la ira
y el descontento á 1.i pena de. ver co¡;¡trariada la
voluntad. Si los hijos se estr:wían del camino rectn,
antes que la auto1idad debe emplearse la dulce per-
suasion para atraerlos á la senda del bien. Si los
domésticos y dii'pendientes se apartan de sus tlebe-
res, no los correjirá con severidad cccesiva, sino eon
aquella bondad apacible, con aquellas espresione& mo-
deradas y benévolas que descubren un maternal inte-

® Biblioteca Nacional de Colombia


-73-
res por la rlicha de la persona á quien se cliríjen, y con
aquel lenguaje a111able que habla al cora:w u y nos hace
aver¡¡;onzar de las fa lta s cometidas.
Ade111as de esto, no hai un e,pec táculo mas desa-
graddble que el 4ue presenta una mujer que castiga
con furor á sus hij os ó criados abandonándose á los
eccesos descomp~ sados de la ira. ¡ Cuanto se rebaja
de su di gn idad este ser anjélico por naturaleza, cuan-
do dejándose arrebatar de impulsos violen tos se con-
vierte en ejerutor de c.ist.igos crueles y se encarniza
dando golpes á un infeliz culpable! Y ¡ q11é desa-
gradables son los acentos del enojo en aquella boca
q11e solo delieria proferir palabra$ de amo_r y de con-
Sllelo, y de la cual no se esperaba oir sino suaves
amonestaciones y saluclaules consejos ! ¡ Cómo se
afea y desromponc el rostro de una mujer enfureci-
da ! Y ¡ cuan qnebranta<lo y abatido debe quedar
un corazon tie!"no que se ha dejado avasallar por la
vil pasion de la venganza y c¡n P ha sufrido el choque
tumultuoso de sus indigno~ arrebatos! No lo oculte-
mos, la ira degrada á la s mujeres y las convierte en
azote de sus marid us y terror .ele su famil-ia.
Cuando un esposo entra en su ca;a fatigado del
trabajo con que ha buscado la subsi,tencia de su
familia y auru \nado por los cuidados que causan los
nPgocios públicos, espera naturalmente encontrar en
ella la paz y el contento que le son necesarios y
calmar sus inquietudes con el cuadro risueño. de la
felicidad dom éstica . ¡ Qué tristes deben ser las im-
presiones que él recibe al encontrar á su esposa con-
vertida en una furia, prorrumpiendo en injurias, dan-
do ¡¡;olpes é invocando venganza ! ¡ Con yué horror
mirará este cuadro de lágrimas, quejas y castigos que
se ofrece á sus ojos en lugar de las ca ricias, risas y con-
auelos que esperuba hallar en el seno de su familia !
Desengañémonos; estos fur!Jres mujeriles no dan

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-7 ,1-
mas órden á fa familia, ni hacen á los sirvientes ma•
esactos y respetuosos. La especie humana se acos-
tumbra á todo hasta á los cas~igos diarios de una
mujer encolerizada; y el último resultado que pro-
ducen estas escenas d omésticas es el escándalo ele las.
vecindades, el odio, disimulo. y mala fe de los sir-
vientes, la hipocrecia de lo~ hijos, el aburrimiento
del marido y por último las burlas de todos los que
co:nparan las iras de una mujer á las rabiet1s de un
niño que es trop ea sus manos ci ando go lpes á la piedra
en que tropezó.
Es preeiso repetirlo; la ira no produce sino frutos
amargos, en vez que la dulzura interesa á todo el
mundo, desa rma á los enemigos, ablanda los corazo-
nes mas duros y deja en el fondo del alma una sere-
nidad que no será facilmente alterada ni por la injusti-
cia <le la sociedad, ni por los rigores del tirano mas
desapimlado.
Las IDUJP.res iracundas están siempre mal servidas
porque los criados las ;ibandonan al punto que cono-
cen su carácter. Sus hij os se vician á fuen;a de
buscar distracciones y cnmpañias que los alejen de Ja
casa y los indemnicen de la pena de estar presen-
ciando y slifriendo siempre los regaños y castigos que
prodiga su impaciente madre; y las infelices hijas son
la victima de este jenio cruel, porque ó contraen sin
amor ni refleccion el primer enlace que se les pre-
senta, ó viven perpetuamente atormentadas é intimi-
dadas por una madre injusta, ó tal vez se abandonan
á un seductor á fin de sustraerse á la horrible escla-
vitud en qne viven. ¡ Cuantos resultados funestos
por no haber domado la pasion d e la ira ! Este
. solo pensamiento d ebería espantar á una mujer, por
poca que fuese su sensibilidad.-Hai mas, el interes
personal de una mujer la prohibe entregarse á esta
indigna prnp_ension de atormentar á cuantos de ella

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-75-
clependen, porque solo logrará ser amada en lo inte-
rior <le su cas a si es induljcnte amdble y jenerosc1;
y el cariiio_ rle la famil ia es lo único que la consolará
de las penas de la vida, puesto que no tiene como el
hombre la libertad de buscar d istracciones ó queha-
ceres fuera de su habitacion . Obteniendo el amor
de su familia, está segura de poder atraerse su con-
fianza, esta lisonjera confianza que la pone en situa-
cion <le poder dar consejos oportunos, evitar desa-
c iertos y dirijir á sn arbitrio los gustos y negocios <le
cada uno de los individuos de su casa. Esta consi-
deracion no pne<le parecer indiferente y la recomiendo
con empeño á l¡¡s mujeres,
La señora de casa que se ha hecho amar de los su-
yos, tiene tambien la ventaja de ser mejor asistida
en caso de enfermedad, y si la muerte la arrebata del
seno de su familia se endulzará n sus últimos instan-
tes con 1>1 grata persuacion de que la acompañarán
h asta el sepulcro lós llantos y las .bendiciones de
cuantos la rodeaban.
Adem as, la humanidad le ordena ser dulce y apa·
cible con todo el mundo. Un infeli1. criado es siem-
pre nuestro ~emejante y nuestro hermano. Debemos
pensar que sin unit cornbinacion de circunstancias que
en ninguna manera depend en de nu estro propio mé-·
rito podriamos encontrarnos en la misma situacion en
'JUC se hallan nuestros dom ésticos. Sus defectos, su
ignorancia y su miseria son otros ta ntos títulos que
les dan derecho á la conmiseracion de aquella á qnien
sirven y de cuya mano reciben el pan que los a limenta ,'
La'mujer bond adosa d ebe compadecer á estos desgra-
ciados á qui enes colocó la Providencia en un puPsto
tan in fe rior, ponerse en su lugar siempre que se
trata de juzgar sus ·faltai, y escusarlas hasta donde
sea compati ble con la justicia y el buen órden do-
méstico. Y digo cornpatiule, porqne una ecceúva

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-76-
induljencia los vicia y perjudica, y porque si no ae
les corrije y se les precisa á desempeñar bien su
respectivos delierrs, se obra con ellos con tanla cruel-
dad como cuando se les maltrala y oprime. Estoa
dos estremos imponen igualmente una tremenda rea•
ponsabilidad para con Dios y la conciencia.
La vida es demasiado corta, i, por qué hemos dJ
emplearla en ato_rmentar á nuestros semeJantes y eq
hacernos desgraciados á nosotros mismos dejandono
llevar de un carácter iracundo y descontentadizo l
Pronto pasará cuanto está relacionado con el mundo
y llegará un momento en qne nos parecerán levíiiimaa
aque llas mismas cosas c¡ne tanto nos inquietaron.
Debemos ser mi~ericorclios0s para . tener derecho de
esperar misericordia. El t1 iste placer ele hacer derra,
mar lágrimas á las personas que debian amarnos, el
gozo de hacer temblar con una palabra ó una mir.ida,
la propension á contradecir los g ustos ele las personas
que de nosotro~ dependen da mala idea del cor,izon,
y ¡ desgraciado del individuo, hombre ó mujer que
no .se apresura á enjugar el llanto que se vertió por
su cau~a ! ! !
Diré por último que no ~é ele ninguna mnjt-r á quien
se haya hecho una crítica demasiado 5evera por ,u
indu ljencia- y jeneresidad y que por todas partes he
oido las m<1s acerbas censums contra aquellas furi111
con rostro humano que no temen estropear al débil
ni se averg.iienzan de manchar sus labios con inj,nias,
amenazas y horrendas maldiciones. E~ta justa deaa-
probacion del público, es en mi concepto uno de los
menores castigos que tendrá que sufrir la mujer sober-
bia é implacable que ha preferido la satisfaccion <le
hacerse temerá la dulce y positiva ventaj u de obtener
cl amor y gratitud de su familia.

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--77-
CAPITULO 4."
DE LA OBEDillNCJ A Y PACIENCIA,

Lo que tengo que decir sol.ne estas indispensables


cualidades es casi una repeticion de lo que acaba de
lee rse, pon1ur ciertamente una mujer dulce y con-
descendiente será sumisa y sufrida; al paso que una
caprich0sa, arrogante y tenaz es incapaz de obediencia
y resig·nacion. No obstante, como la obediencia supone
dependencia, y como la p~ciencia es la perfeccion de
la du lzura, he querido tratar por separado de estas dos
virtudes, para dar, si me es posible, mas claridad y
estension á sus pensamientos en un e~crito destinado
en espP.cial á las mujeres casadas. No será dema-
siado el insistir sobre c1ulidades tan absolutamente
necesarins para un sexo siempre dominado, siempre
dependiente y mui comunmente esclavo.
Empezaré por decir que una mujer, por su propio
int eres, debe ser amable . y complaciente con todo el
mundo sea cual fuere su edad, su estado y el lugar
que ocupe en la sociedad, se entiende siempre que
no se le ecsijan complacencias criminales 6 indel.,idas
en sus circunstancias; pero no está obligada á obe-
decer sino á sus padres ó á los que lej itimamente los
representan mi,mtras es soltera, á su marido cuando
se casa, á sus a·mos si es cr:ada de una casn, y á
su, superioras si es monja, ' y esto siempre con la
li mitacion ya espresa<la ·de salvar su virtud y su
relijion. De rn,to, esta obligacion es tanto mas
fuerte cuanto que las mujeres se casan por lo comun
en una edad mui tierna, y que están desprovistas
de la esperiencia, las luces y la prudencia qne nece-
sitan para manejarse con acierto, y desempeñar debi-
damente sus nuevas é importantes funciones . Es na-
tu ral su poner que el hombre que abraza voluntaria-
mente el estado del matrimonio, posee aquellas c1ia-

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-78 ---
lidadcs, y e3 cierlo y ev idente que nadie es mas inte-
re~ado que él mi smo e11 todo lo que puede coutri•
huir al bienestar, paz, honor y prosperid ad de su fa-
milia. La mujer, pues, debe obedecer las órdenea
de su esposo , ya porque e&ta es su obligacion, ya
porque al contrariarlas ca usa ría desavenencias, ya
tinalmen te porque esta pronta obediencia agrada y
liso nj ea á los hombres que de ordinario son cl!loSOB
de sus prerogativas y autorida d, y vién dose compla-
cidos son por su parte mas dóciles y menos impe•
riosos. La esperiencia nos enseiia que no puede haber
dos jefes en una casa, y que cuando dos individuC>I
ejercen el mismo grado de autorid ad y el mismo de-
recho de mandar s uele n darse órdenes contradictorias,
y el resto de la familia no sa he á quien obedecer.-
be aquí nacen la confusion y las rencillas que vemos
en tantas casas porque es dificil que quien mandó
una cosa que en su concepto es necesa ria ó justa,
se resutlva si n repl icar á revocar la órden y parecer
iuconsecuente a los ojos de sus inferiores, Por otra
parte, un hombre que en tra y sale; que maneja los
intereses de la familia; que esta informado de los pe-
queños det:t lles d omésticos, y de los gra nd es resulLados
b11enos ó malos de SIJS es peculaciones y negocio ;
un hombre, digo, c¡uc pued e co nsultar la esperiencia
ajena y pesa r todas las circ unsta ncias, es el que está
en aptitud de dar ó rd enes , to mar medidas y dictar
arreglos en la fami lia, y cuando é l dispone como
jefe, su esposa debe ser la primera en d a r el ejemplo
de una pronta obed ienc ia. La confianza ilimitada que
en otra pa rte le he impuesto como un d t>ber, la pone
en el caso de poder hacer moderadas reflecciones si
es que encue nt ra que objetar á los mandatos de 1u
esposo. Pero, si despues de una di~cusion pacífica y
. razonable in siste él eu sus dete rminacio nes , entó11ces no
hai recu rso, t s necesario obedecer para no escandalizar.

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-79-
Parto del principio de qne no habrá hombre tan
necio y obcecado .que mande cosas indebidas solo
por tener el placer de dar órdenes y que quiera ejer-
cer su dominio sobre aquellas cosas que son esencial-
mente del resorte de la mujer, que solo ella puede
conocer y dirijir, y que de ella esclusiv'1mente deben
depender. Supongo que los ho111bres no querrán darse
el ridículo que les proporcion:uia esta usurpacion de
los derechos mujeriles, porque con tal manejo darian á
conocer que tienen un menguado entendimiento, y
sobra d e arbitrariedad y despotismo.
No se me oculta al hablar de estos deberes pasivos
tle las mujeres, que puede haber casos en que esta
ciega obedien cia seria peligrosa y aun criminal; por
ejemplo, si se trata de sacrificar una hija á la avaricia;
ó al vano deseo de engrandecer la familia. Mas, estos
casos son raros entre nosotros, y en asuntos de tamaña
magnitud, la razon, la conciencia, el juicio de tas per-
sonas prndentes y el fallo del público bastan para
indicar á una buena esposa el camino que d ebe tomar.
Lo mismo digo en el caso de qne una mujer discreta
se encuentre uniJa á un imbéc il indig·no de ser jefe de
su familia; porque no pueden establecerse reglas cla-
ras y fijas para casos variados y singulares.
Volvamos ¡,ues á mi asunto. ¡ Desgraciado matri-
f11onio aq11el en que la mujer se reserva el derecho
<le no hace r sino lo que quiere, y en que usurpando
la autoridad de su esposo se convierte ella en déspota
.Y árbitro de to dos los negocios! Entonces todo se
deso rgan i.ia, porque no h:ii hombre por bondadoso ó
necio que se:i, que no conozca el lugar que le corres-
ponde en su casa y que no se irrite al verse despo-
jado de las prerogativas con que lo han investido
Dios, la naturaleza y las leyes, y esto aunque no
ten ga la fuerza de recu pcrar sus derechos. Pan,ce
que la sociedad entern se ha puesto de acuerdo para

® Biblioteca Nacional de Colombia


-80-
castigar con sus burlas y su d es precio al hombre
débil que se dPja gobernar por su mujer; pero, esta
sufre á su turno _ una desaprobacion jeneral é inspirt
.por todas partes la mas declarada :wersion. No ima-
jinemos loC'a mente que una mujer se da mas impor-
tancia 6 se hac ~ mas respetable cuando ha obligado
á su esposo á ced erle el primer lugar, Lejos de esto,
todo el mundo !a ridiculiza y su conduc ta es citada
como un modelo de atrevimiento, d e~cMo y fatuidad.
Todavía di go ma~;- cuando una mujer ~e encuentre
por su desgnicia, en el carn arriba indicado, es decir
unida á un imbécil incapaz de gobernar s11 familia,
·Y se vea por consiguiente oblig,i da á desempeñar li1•
funciones que á él le tocaf\; es de su deber oc ultar lo
defectos de su esposo, disc ulpar s11 ineptitud y no
.hacer alarde de sus propios talentos, tanto porque un,
.mujer debe ser modesta en todas las circun~tan<'ias de
su vida, como porque el despreeio que ella hubie,e
atraido sobre su marido re íluirá sobre sí misma, pues
una esposa será mas respetada en la sociedad en
proporcion d e l honor y res peto que ella tribute al
. hombre que es su espow y padre de los hijos que ella
ama, y á quienes debe buen ejemplo en todo.
¿ Qué diré de la paciencia, de esta virtud celestial,
atributo especial de Id mujer, y fuente ele sus mas
heróicas acciones? Se necesitarian muchas pájinas
para encarecer las ventajas que proporciona esta su-
. blime virtud. Pero, me contentaré con decir, que
ella es la única arma de que una mujer puede ussir
siempre sin peligro; que ella cansa á la maledicencia,
embota los tiros de la envidia y a¡:,l ac.a frecuentemente
los indignos furor es de un marido brutal y desenfre-
nado. La paciencia es la que inspira y sostiene
aquella dulzura , que he aconsejado para las corree•
ciones de la fam ilia ; ella . !;'S la que consuela á una
infeliz oprimida por un esposo eme!; ella es la que

® Biblioteca Nacional de Colombia


-81-
mantiene·, por muc\1as noches seguiJas, á la esposa
sensiule á la ·, Cíibecera de su marido enfermo; h que
hace tolerar las molestias que causan los Ciiprichos
de los lliíius; la que da á una criatura tímida el
valor de presenta''l'se delante de los tirauos para/ im-
plorar la justiciá ó el perdon en favor de su esposo
proscripto; la que guia á una mujer delicada en me-
dio de los desiertos y las .privaciones para acompañar y
consolar á aquel á quien ama sn corazon. La pa-
ciencia es la sostenedora de todas las virtudes de la
madre, la hija, la esposa y la ciudadana, y por medio
de ella se han ejecutado estas acciones h.e róicas, estos
prodijios de amor, .de lealtad y consagracion, que , han
hecho inmortales los nombres de tantas y tantas muje-
res qL:e recuerda la hi8toria. ¿ Qué seria del jénero
human o sin la incansable paciencia de la .mujer ? Y
si11 embargo, muchas de entre ellas se creen humi-
llad as cuando hai quien juzgue qne tienen paciencia.
Un necio orgullo la s arrastra, y q Liieren m<1nilestar
que miran E: I sufrimiento como una vi l abyeccion.
¡ Cuántas hai que hacen a larde de sus arrebatos vi;-,-
lentos, de su carácter altan ero, de ~us modales altivos
é imperiosos! ¡ Cuánt.1s qlte no se avergüenzan <le
reñir aun á sus propic,s mcLridos en presencia de es-
trañ os ! Mas, no las imiteis . vosotras las que anhelais
por la felicidad doméstica. La ira, como ya lo habreis
observado, hace odiosa á la mujer, y esta paiiion in-
digna con nadié es mas mal empleada que con el niarido.
Si él es injusto y ll ega á faltar!~ á sn esposa, esta
debe ag·uardar con paciencia el momento del arre-
pentimiento ó_ <le la calm a, y si E:ste momento no
lleg-a nunca ·á lo menos su corazon y su conciencia
),1 consularán de una pena que no ha ,nereci<lo.-
i Cuantas veces su.::ede que un hombre entra en su ·
casa rabioso y colérico y desahoga con su mujer los
arrebatos de su inju5lo enojo .! Entonces ella debe
F
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-8'2-
.. callar renecdonando que un hombre es muchas veces
cscusable por la multitud y calidad de los negocios
que maneja y que mucho peor seria si manifestara
sus disgustos y mal humor fuera de su t·asa . La ira
_ le pasará pronto, porque un estado violento no puede
durar, y porque él mismo sufre á causa de su injusticia
y necesita mover de nuPvo su pecho con impresiones
suaves y pacíficas. Entonces es que la mujer debe
hablar y derramar sobre aquel corazon ulcerado los
tesoros de dulzura y bondad que Dios ha depositado
en su seno. Mas, si su marido no es susceptible de
arrepentimiento ni razon, ¿ qué hará la triste esposa !
La paciencia es su único iecurso, porque ¿ qué ade-
lantará en vo lver injuria,; por injurias y furores por
furores? Esto seria el colmo de la imprudencia, seria,
como dicen los árabes, arrojar aceite sobre el fuego,
y dándole así páLulo y violencia causaria probable-
mente un incendio inestinguible.
· Si por un ef'ecto de las revoluciones poHticas Ó de
las visicitudes de la suerte, ó tal vez por mal manejo
del marido se ve la mujer reducida á la miseria, ro-
deada de privaciones y amenazada de mayores cala-
midades, ¡que Dios preserve su boca de prorrumpir
en quejas eccesivas ó en agrias reconvencione1 !
Oponga la paciencia al i.nfortun10, · manifieste un:t alma
magnán ima, y sea la consoladora de aquel que sufre
éon ella los rigores de la adversidad.
· ¡ Cuan recomendable é interesa11te es una mujer
que sabe sufrir con dignidad y n,signacion las muchas
penas que cercan su sexo ! ¡ Ah! ¡ cri aturas débiles é
infortunadas! ¡ Cuánto necesitareis de vuestra pacieo~
cia anjE:lical e n todo el curso de vuestra ecsistencia que
ha de sufrir tan rudas y amargas pruebas ! En calidad
de esposas y madres 110 vereis pasar un solo dia sin
tener que ejercitar esta virtud sublime. .

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-83~
0
CAP ITULO 5.
DE LA ECONO~IIA Y ORDEN.

t::i economía y el órcl-en inte rior de una casa están


telacion,1dos tan lntimamente con la feliridad del matri-
monio , que nada habría yo hecho con hablar de los d e -
mas deberes de una mujer, si no dedicara a lgunas lineas
para tratar de estas preciosas y necesarias cualid:ides.
Un autor juicioso ha dicho que la primera regla de
economía consiste, en no gastar un individuo mas de lo
que le producen sus rentas ó su industri a; y para per-
feccionar esta regla añade que debe tenerse siempre un
sobrante para los casos impre1·istos. Me parece que
para el objeto que me he propuesto este principio es
diminuto ó demasi ado jeneral. Me es p_licaré mas cl a-
ramente. Tal hombre por ejemplo tit' ne una renta d e
1,200 pesos anuale;; y reserva 400 al fin de cada año.
Es evidente que este hombre no ha consumido sino las
dos terceras partes de su renta, y no _por esto po-
dremos asegurar qne se ha manejado con economía.
Segun la ri gorosa aeepcion de esta palal.,ra se entiende
por economía la administracion y dispensacion recta
y prudente de los bienes temporales. Y de aqui resul-
ta que el que gastó sin rectitud ni prudencia 800 pesos,
no es económico aunque tenga g uard ad o el sobrante
de 400 pesos para conform arse con la regla que pres-
cribe que los gas tos sean meno res que las rentas.
P:ara obse rvar una economía perfecta es necesario,
no solamente que los gastos no eccedan á la s rentas,
sino que el mantenimiento y vestido del individuo ó
la familia estén en har111onía con sus medios de sub-
sistencia, y sean aná logos al puesto que ocupe en la
sociedad; que no haya una alternativa de lujo dispen-
dioso, y alarmante escasez; que la mesa, la casa, los
vestidos, las limosnas y hasta lo que se invierte en
diversiones, g uard e11 e ntre sí una justa proporc ion; que

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se vea en el conjunto y en todos los pormenores un equi-
librió esacto ( perdóneseme esta frase ) y bien ca lculado,
y que en cualquiera dia y hora en que sea nec.e~ario
mudar de hábitos y de jénero ele vida á causa de un
aumento ó rebaja de fortuna, se pueda partir de una
base fija y conocida, para practicar con la debida pro-
porcion el em,anche ó diminucion de las comodid ades.
Ahora bien, jamas podrá llegarse á este fin con el debido
acierto si una mujer activa, viJilante y diestra no ay uda
en la grande obra de reguldl'izar los gastos y ordenar
el manejo interi<a de los diversos ramos que le están
encomendados.
Solo una mujer puede entender en los d eta lles mi-
nuciosos de la despensa y la cocina; so 1o ella puede
repartir el vestido y el mantenimiento de la familia
!'in mezquindad ni despilfarro; solo ella puede utilizar
todos esos pequeños desperdicios diarios · de víveres,
ropa, utenci lios y tiempo que descuidan en la mayor
partil de las casas por su pequeñez, y que al c.ibo del
año forman una suma considerable de cada una de estas
cosas. Al ~uidado de una mujer prudente está la dis-
tribucion de los quehaceres, el abasto de la despensa,
el arreglo del gallinero y palomar, el aseo y conserva-
cion de los muebles, la compostura y calidad de los
vestidos y la claridad y órden en las cuentas del ga1to
interior. Ella debe saber por menor el precio de los
comestibles para proveer su casa en ti em po de cose-
chas y abundancia de aquellas cosas que no ~e mer-
man ni desmejoran con estar guardadas un largo
espacio de tiempo; debe averiguar la cali<lad y valor
de las telas para vestil' su fami lia de aquel las mas de-
centes y durables segun sus circunstancias y la fortuna
de que goce; y debe conocer los métodos mas econ6-
micos para hacer tales ó cuales obras del servicio intc=-
rior dentro ó fuera de la casa, segun el pais en q11e
viva, y la calidad y número de criados que se nece-

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siten. Todos los muebles y trastos d€ la casa desde
los adornos de la mas luj osa habitacíon hasta los ulen-
cilios <le la cocina, deben serle conocidos, á fin de que
advierta cuando le roban ó destruyen alguna cos;i; y
que pueua·vijilar sobre la conservacion de todo. Stria
conveniente que fuese tan práctica en el lu gar que ocu-
pa cada cosa, que pueda hallar lo que se necesite am~
en medio de las tinieblas de la noche.
Preveo que no faltará quien me diga que tstos pe-
queñps pormenores son indecorosos para una señora
de comodidades y que quien tiene dinero puede y debe
proporcionarse un mayordomo ó ama de gobierno que
desempeñen las suballernas funciones á que quiero
sujetar á una mujer de alto rango. No, jamas conven-
.dré en que lui desdoro en el cumplimiento de ll}s
,obligaciones, .ni una mujer es menos respetable cuando
Jlena con esact1tud todos sus deberes. U na casa bien
ordenada hace hon or á quien la diri_Je; y es necedad
esperar de criados mercenarios una vijilancia y econo-
mía cuyas ventajas no podrán conocer jamas. Se dirá
.que una señora dedicada á tantos y tan minuciosos
cuidados no puede atender personalmente á la · educa-
cion de sus hijos, r:ii podrá nunca, por falta de ti empo,
presentarse en la sociedad á donde ulgu11a vez la
llaman su calidad y rela'=iones. Empero, ¿ quién ig-
nora que el buen ejemplo es la primera leccion que se
debe llar á la familia? Las hijas están destinadas á ser
esposas y madres algun día, y ¿ rómo sabrán gobe rnal'
su casa las que no aprendieron á hacerlo al lado de
s11 ,madre ?-Pagarán t¡\mbien mayordomos y despen-
ser¡¡s.-Bueno; mas ¿ quién asegura que la familia se,rá
p«~p,etua°ll1e11,te rica, y que podrán comprarse con di-
nero Jeotes encargadas de cumplir deberes que las
señoras de casa se atreven á desdeñar á la faz d el
mun~o entero? ¿'quién re_sponderá µe la fidelidad de
estos sirviente~, que de ordinario se e,nriquecen á costa

® Biblioteca Nacional de Colombia


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de los inc!olentes amos, á quienes saquean y arruinan ?
Ademas de esto, es bien sabido que nunca falta tiempo
al c¡ue sabe distribuirlo con economía y órden; y
que una seííora de juicio y prudencia dispone siem-
pre con tanto acierto de sus horas, q1,e sin quitar ni
un instante á sus ocupaciones indispensables, le que-
dan ~obradas horas para gozar de las recreacioues y
pasatiempos que le son permitidos. Si yo tratara aqui
de ostentar erudicion, y enseñar con grandes ejemplos
lo que solo deseo pl·rsuadir por medio de un conven-
cimit>nto íntimo, no me seria dificil ojear la historia y
sacar de ell a muchos nombres ilustres que ~erviria,
para apoyar todo lo dieho sobre esta materia, Has,
no quiero hablar á la vanidad sino al corazon y á la
razon; y cuando he afirmado que el ra11go no se opone
a l desempeño de las obligac iones casera~, es porque
tengo la conviccion profu¡ida, apoyad:i. en la obser-
vacion mas constante, de que esto es a~Í; y creo yue
hasta la poderosa soberana de I ngh,tPrra halla ria, si
g ust ara, el ti empo suficiente para gc, l,e , r.a r su casa
por sí mi sma, sin que esto le causara ni mengna ni de~-
honor. Pero este libro no es escrito para pe1sonas de
ran elevada con<lieion; en la Nueva G1an11d,1 no hai
re in as ni princesas; casi todas nuestras danias son igua-
les; miidres, hermanas, hijas y esposas de 103 hornlJres
que alternativame nte nos gobiernan, de los que defien-
den á la patria en los campos de batalla, de los
que la jlustrDn con su saber ó la enriquecen eon su
industria y comercio; sus fortunas son semejantes y sus
rangos difieren poco. Aquí no hai fami lias opulentas,
11i orgullosos titulados, ni banqueros millonarios, y no
debe haber muj eres inútiles y holgazanas, Nuestra
república necesita ciudad:i.nos virtuosos, y estos deberán
ser formados por n,adres laboriosas, prudentes y honra-
1.las. Las rentas del Estado han de estar manejadas con
-órden y economía; y estas virtudes se aprenden desde

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--87-
Ja infancia con los consejos y ejemplos de una bu.ena
madre. E,tas se hallan encargadas d e esta enseñanza,
y no puede tem erse que nu estra moderada sociedad se
avergiience de la práctica de lo bueno y lo útil, solo
porque algunas calaveras hay an tenido el antojo de
llamarlo bajo y degradante. ·
Y ¿ por qué han de desdeñar las mujeres unas ocu-
paciones y cuidados qne las hace n necesarias á su,
esposos y respet,1bles en el recin to doméstico? ¿ Por
qué h;rn <le abandonar este gobierno prudente que au-
menta sus comodidades, ensancha su autoridad y eco-
nomisa el fruto <le los sudores de sus padres y esposos?-
¿ Ignoran ellas, acaso, los peli gros, fatiga~ y compro-
metimientos que rodean cada una d e las profesio-
nes que los hombres abrazan para buscar la subsis-
tencia de su esposa y sus hij os? Y siéndoles todo
e,to conocido, ¿ cómo podrá parecerles tan penosa l:1
pequeña parte de trabajo qu e les toca , á fin de econo-
mizar y distribuir con prudenci a lo que un padre d e
familia ga na frecuentem ente con pelig r0 de su salud
y de s11 vida? Por otra parte, ¡ cuánta será la
i;atisfaccion de una muj er honrada que sabe mante-
ner e n su casa la abundan cia y las comodidades, no
por lo crecido de sus rentas sino en virtud de su
actividad, industria v buen órcl en ! Estos cuidados
no se pierden en ei corazon de un marido. Aun-
que su esposa ten ga hl modestia de no hacerle notar
los efectos l'entajosos de su administracion, él los
observará en todo; y si fuere tan distraido ó indo-
lente qu e nada hay a notado, la casa de un amigo ó
las qu ejas <le un vec ino, presentándole un objeto de
compa1:acion, le revelan estos misterios <le órden y
buen gobierno debidos á la economía d e su e~posa:
Entónces él bendecirá en su corazon la di chosa elec-
cion que supo hacer y el dia en que se unió á una
compañera laborioJ'l y modesta, ¿ Es poca esta satis-

® Biblioteca Nacional de Colombia


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faccion parn una muj er? ¡ Cuan d eliciosa debe serle
la aprobncic;n el e un marid o a mado !
A un diré mas; si un homl,re po r su s vi c ios y mal
carácte,, ni nota, ni ag rad ece , ni a pla11dt• est os buenos
prncedercs de su esposa, t'Sle es u11 motiv o ele otra es-
pecie mui podernso para ciue ella se co ntraiga mas al
cuidado de su ca sa; tanto porque los quehac eres alivian
de las penas del es píritu, como porqu e un buen ma-
nejo dom éstico es lo único que puede equil1b1ar el
despilfarro de un vicioso, y prevenir ó retardar la
ruina de una familia.
- Como la economía y el buen órclen doméstico son
el 1esultado del juicio y pi udencia de una muJer,
creo que no será fuera de lugar el recordar aquí otro
deber de moderacion que está rel<1cio11ado c.on el cui-
dado de los intereses del marido, y es uno de los
ramos de la economía. La mala educacion de muchas
mujeres y sus frívolas y pueriles pretensiones las han
haliituado d esde niñas a mirar romo 11ecesarips todos
los dijes de la moda, y cuantas costosas estrava-
gancias us,in las pt' rso nas que tienen mu chas como-
didad es ó mui poro j11icio. De aquí nace que ;,in
refleccion sobre los recursos con que cu enta un hom-
bre, sin calcul ar los much os costos que trae consigo
y como acc esorios un olijeto d e lujo, Ee atreve una
mnjer á solic1tarlo con irn µortunidad, y compromete
el amor ·ó la vanicl:id Je su es poso á baccr desrm-
bol 3os con: 1derables con pe1j ui c io d e sus mas sagradas
oblig·aci on es. Yo qu is iera d esterrar esta pt'rniciosa
mauía de imitar el lujo ajeno, y qu e las mujeres se
acostumbraran á no tene_r 'mas adornos superfluos
sino aquellos que 'son compa tibles con un modesto
decoro, y con los medios de snbsisti;ncia eón que
cuenta su marido. ¿ Qué se adelanta con poi,eer una
joya; un mueble, un vestido de eccesivo valor? -
Atraer por un momento la atencion envidiosa de al-

® Biblioteca Nacional de Colombia


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gunas mujeres y abrir un campo inmenso á la male-
dicencia para q 1 1e forme sus temerarias y ultrajantes
conjeturas. Lo repito, una mujer casada no debe pre-
sentarse en público sino con aquellos adornos que
están en consonancia coa el respetable estado del
matrimonio, y con las comodidades que s11 marido dis-
fruta. El uso contrario es criticable, opuesto á la mo-
ral, estra va ga nte siempre, y frecuentemente escandaloso.
Nuestras instituc iones políticas nos proh;ben el lujo,
y puede asegurarse sin temo r de incurrir en eq uivocacion
4ue jamas se ha1á una verdadera república de un
pais en donde hay<1 un considerable conrnmo de esos
objetos co,tosos cuyo· uso favorece las pretensiones y
distinciones aristoc1 áticas, y ha corro1-11 pido tantos pue-
blos, y cuyo abuso ba arrui nado t an tas Íd111ilias. A
lás mujeres toca dar el ejemplo de esta moderacion
que debe formar el cararter distintivo de los repu-
blicanos., y está en sus intereses educar temperantes,
virtuosos y económicos á estos -hijos que algun dia
serán nuestros majistrados, lejisladores y economistas.
En efecto,. ¿ con qué disposiciones se criará una
familia que oye hablar continuamente de trajes cos-
tosos, cintas, encajes, joyas de inmenso valor y mag-
11íficos muebles siu haber ob~ervado nunca que se
haga el menor reparo sobre el precio? ¿No pensará
n~turalmente que sus1 padres poseen tesoros inago-
tables, que todo se puede pedir con tal que ocurra
desearlo, y que si falt,rn los atavíos del lujo se rebaja
su familia de su nobleza ·y dignidad? Este resultado
es bien probable; d niiío no vé sino uu vano brillo,
·pero ignora el trabajo que c uesta, las deudas que se
contraen, los petardos que se cau·s an , las ang·ustias
.que se sufren y la crítica y d€sprecio que ataca por
todas partes á sus locos y desgraciados padres. El
niño está ya enseñado á que se contenten sin ecsá-
men sus ca¡?richos; le dan costosos juguetes, se le

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-90-
viste con un esmero afectado, se le permite ma~eja~
dinero, y jamas se le da una leccion de economia o
de templanu; nunca se le deja entrever lo que
cuesta adq uirir estos objetos gue é l destruye por des-
c uido ó pasatiempo; ni se le indica siquiera que estos
reales que é l gasta por hábito en golosinas que ya
le empalagan, saciarían el hambre, cubririan la des~
nudez y hari an la felicidad de toda uria familia yue
jime en la mas espan tosa miseria. Así es como la
fa lta de órd en y economía de un a mujer todo lo
pervierte, todo lo vic ia, y ahoga hasta los ~entimientos
de humanidad en el corazon de sus inocentes hijos.
F áci l me seria trazar el cuadro que presen ta en
su interior un a casa mal gobernac.la, porque desgra-
c iadamen te he pod ido h acer muchas observaciones sobre
orijinales bien notables. Aquí se vería ·un a escena ridí-
cula de vanid ad y miseria: allí una neglijencía irri-
tante, mas a llá una ignorancia vergonzosa. Pero,
me abstengo de esta tri ste pintura, porque no quiero
que se sospeche siquiera que he trazado un solo rasgo
con intenci on de zaherir á a lguna pe rsona. No; yo
amo demasiado á mis conciudadanas para pod er con-
sen ti r en mo1 tific01rlas de ninguna manera. Sé que,
en lo jeneral, no son ell as cu lpables de los defectos ad-
quiridos por una educacion diminuta ó viciada, y conozco
tlemasiado que e l mal viene de mas lejos. Si u e mbargo,
me parece que lo dicho es s ufi ciente para inspirarles
amor á la economía y al órden, y por esto no n,e de-
tengo en manifestar les otras mil vent ajas que les procu-
raria la prác-ticn de estas virtudes, ni los horribles m:tles
que acarrea su inob~ervancia. Me limito única mente á
indicarles la se nda lJlle me parece buena, su pl icá ndoles
á las que adolecen de los defoctos que quiero correjir,
que se di gnen observar, estudiaré imitar á tant:;is matro-
nas respet,1bles de todos estados y clases qr1e honran
uuestro suelo oon su moderacion 1 su juicio y s us virtude1.

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CAPITULO 6. o

DEL ASEO.

¡ Un capítulo sobre el aseo ! ! ¿ Quién hubiera ima-


jinado GUe esta cualidad llegaria á enumerarse entre
las obligaciones esenciales de las mnjeres? Mas,
haciendo u na breve refleccion debe cesar la sorpresa
y encontrarse razon ab le mi idea.
El aseo es el ausiliar de la economía de que aca-
Lo de hablar y el conservador de la salutl. El dá
encantos á la juventud, presta atradivos á la vejez,
realza la belleza y aun hai <¡uien piense que la pro-
longa mucho mas allá de su término ordinario. He
aquí algunos de los títulos con que cuenta esta ama-
ble cualidad para figurar en d catálogo de las prin-
cipales virtudes de una esposa. Diré mas todavía,
todas las afecciones tiernas que esperimenta el cora-
zoi1 de una mujer le prescriben el debt:r del aseo.
V oi, pues, á h i!.blar del aseo en casi toda su es-
tensi on porque así es que se ha_ce mas interesante y
que puede conocerse toda lii necesidad que hai <le
observarlo con la mas escrupu losa vijilancia.
Bien sabido es, que muchos individuos guardando
la mas esacta limpiez'l en su persona y vestidos,
miran con indiferencia el aseo de su cocina, al paso
que otros ecsijiendo los , cuidatlos mas atentos en los
manjares y el servic-io de la mesa, no piensan jamas .
en lo necesario gue es estender á sús manos, cabeza
, y cuerpo estos mismos cuidados.
· Pero, en una mujer es imperdonable la falta de
limpieza, y no comprendo como es que una seño1it.1
se atreve á osten tar un lujoso collar de perlas sobre
una garganta afeada con el mas re·prensible desaseo.
Lo mismo observo con relacion á los vestidos: mud1as
veces cubre un rico y costoso tr_aje una ropa inte-
rior sucia, desgarrnda y mal hecha. Todo esto ije

® Biblioteca Nacional de Colombia


-92-
nota mas de lo que .se .piensa y hace perder infinita- 1:
men te á las rnuJeres. La que no cu id ó dE' la lim- e
11ieza de su persona en la jll\·entud será ami mas I¡
c~esc uid ada cuando vaya entrando e n edad , y por con- JI
sigu ien te carecerá de una de las prendas in,portantes d
que d eben adornar á una ri1adre de fam ilia y de uno . ó
de los at ract ivos qn e hace n int eresan te á una ancia-
na. Resulta pues, de aquí , que el aseo está prES•
crito por el inte1·es personal, porque capta la bene-
volencia aun de aquellos aturdidos 4 quienes repugna
la vejez.
Los niños necesitan baños frecue ntes, ropas limpia$
'Y holgadas, d orm itori os ventilados y ba rridos, donde
se respire un aire pmo y sa lu d,üile. Estats precaucio-
nes conserva n su sal ud, los robustecen y contribuyen
.eficazmente a l pronto y vigoroso de.,arro llo de sus fa-
-cnltades intelec tu a les; porque es bien sabido que
cuando el cuerpo está d ébil y enfer mi:w el espíritu se
encuentra oprimido y pierde poco á poco su ene1Jía.
Se infiere de aquí que el amor materna.l ordena ú
las mujeres el aseo.
No será necesario em plear un largo discurso para
persuadirlas que como esposas tienen una ab~o luta ne-
cesidad de cuid ar d e la li mpieza de sus personas,·
porque la , perpetua compaíiera de un hombre tiene
un i11teres mui grande en evitar todo lo qu e á él pueda
serl.e molesto y en procurar tocio -aquello que contri-
b uye á p rolonga r las ilusiones de l amo r y á hacer
agradaules las re lacio nes íntimas del matrimonio. Es-
.le ideseo de complacer á su esposo no ha de lin,i-
tarse á su persona, pues debe dirijirse su vijilante
l'uidado ácia todos los objetos que _adm iten limpieza
y que está0 b ,1jo su clireccion. Aun el mas tosco
alimento agrada al palad ar, si está preparado co n aseo·,
servido sobre un blanco ,mantP.) y en ,platos bien
fregados y secos. Lo mismo suced!:! c9n respecto á

® Biblioteca Nacional de Colombia


-93-
la cama, porque la mas escrupulosa limpieza no es
eccesiva en un lugar donde se pasa por lo menos
la cuarta parte de la vida. El mismo cuidado ecsi-
jt!n todos los muebles y utensilios de una casa. To-
do lo que hai en ella está especialmente e11comen.-
dado á la señora y es probable que cada objeto de
"Serv1c10 doméstico se haya coñseguido con trabajo y
fatiga. El aseo consen•a lc,s muebles que se poseen
y aleja la necesidad de hecer nuevas adqu isiciones
pnra reponer aquellas cosas que pudieran destruirse
por un abandono culpable. Así, pues, queda demos-
trado que la ternum conyugal y una prudente econo-
mía prescriben el cuidado y aseo de sit persona y
su casa.
Hai una infinidad de enfermedades cutá neas y otras
varias que afiijen particularmente á los niños, y que
tienen horrible~ consecuencias, las cuales por lo co-
mnn nacen ó se desarrollan con el desaseo. La su-
ciedad de la boca causa ó 3celera la corrupcion de
la dentadura y de aquí se orij inan esos crneles do-
lores de muelas y dientes que empezando por marti-
rizar, concluyen por afear hasta los mas hermosos y
frescos semblantes haciendo que negros y asquerosos
raigones ocupen el lugar de una blanca y hermosa
dentadura. Si todas las madres acostumbrara n á sus
hijos al aseo, los médicos tendrian menos ocupacion,
y la sociúdad contaría en su seno rnayor número de
individuos sanos y de buena presencia. He agu~
como el amor de la humanidad en jeueral aconseja
tambierf la limpieza .
¡ Con cuapto gusto entrará un hombre en su casa sa-
, bién<lo que siempre la encuentra limpia y bien orde-
nada ! ¡ Con qué satisfaccion <1cariciará á su espo-
sa y á sus hijos! ¡ Cuan delicados y sabrosos le
parecerán los alimentos preparados con aseo y servi-
dos sobre una limpia mesa rodeada de una familia

® Biblioteca Nacional de Colombia


-9.t-
reliz y rohu~ta por los et: i<l ados de una buena ma•
dre ! ¡ Qué de licwso ,le será el sueño que di~fruta
·en un lecho aseado y a l lado de esta amiga querida
que lo compl ace con la pureza de su alma y de su
cuerpo! ¡O! ¡ qué felicidad para una mujer tener
tantos medios de com pi ace r á su mari do y poder bajo
tan disti ntos puntos de vista hacerse agrada ble y ne
cesaria al compañero de su vida ! Y ¡ qu é dicha
para un hombre haber hallado una amiga tan esti-
mable que con sus cu id ados y ternura le endulza to-
das las amarguras de la ecsiste ncia !
Veamos ahora las cosas por otro lado. Se forma-
rá malísimo concepto y todo el mundo censurará á
t¡na muj er que se encuentra s}empre co n_ los vesti-
dos sucios, los cabe llos en deso rd en, las manos man-
chadas y cuya casa sin barrer y cubierta de telara-
· iias y polvo, nos deseubre por donde quiera la desi-
dia, pereza y ab andono de quie n la gobierna. Ade-
• mas, es cosa mui desagradable ve r una mesa cubierta
con un man te l chorreado y con tenedores y cucha-
ras que conservun restos de la comida del dia an-
t~rior. ¿ Qué cosa mas asq _u er9sa que la vista de
manjares llenos de mosquitos, carbones y cabellos?
_¿Quien podrá reclinarsp con pl ace r sobre una almohada
hedionda y grac ienta? ¡ Y qu é objeto tan ropugnante
• son un os niños mu grosos y desa rrapados cuyas faccio-
. nes apenas se distin g uen al trav ez de la asquerosa
costra que tan horriblemente los desfigura ! Todo
esto in spira mala idea del carácter de una mujer, y
-yo he conocido un marido que conci bió la mas in-
~encible avers ion ác ia la suya á causa del eccesivo
desaseo que observaba en s11 persona y su casa. Nin-
g una señora de juicio se dese ntenderá de estos por-
menores que tanto le interesa n y que hacen que su
person a, sus hijos, sus criados y su habitacion con-
serven d debido aseo y presenten este hermoso as•

® Biblioteca Nacional de Colombia


;....:95_
pec'to de alegria que comunica la limpieza aun á
fas cosas inanimadas.
. Acongejo, pues, á las esposas que 'iCOstumbren á
su familia á le\'antarse con el Sol, y que las tres pri-
nieras horas de la mañana se destinen á bañarse,
peinarse, barrer, sacudir y fregar los mueLles ·y tras;-
• tos de la casa y poner en órden todas las cosas.
U na vez establecido este método, será bien corto el
tiempo que en lo sucesivo se emplee diariamente en
esta policía doméstica porque es rnui poco lo que
puede haberse ensuciado ó desarreglado en el corto
-espacio de veinte y cuatro horas. Las ventajas que
pruduce este espíritu de órden y de aseo son cono-
ciuas y sentidas por todo el munuo, y es verdad que
-muchas veces nos sorprendemos de hallar que la
limpieza sola b1sta para dar cierto aire de elegancia
y buen gusto á una pobre cabaña, y para prestar los
-encantos de la belleza á un a jóven a ldean a de una
fisonomía comun. Esto prueba que las mujeres tie-
nen una necesiuaJ absoluta dd aseo, y que aquella
qHe descuide la pulcritud de su persona y no cifre
en ella uno dt: sus i11a¡¡ poderosos medios de agra-
<lar, . no merece ciertamente fij'lr por largo tiempo las
atenciones · de lln hombre delicado y gozar por . toda
su vida de la afeccion y cuidados de este. En fin,
lo repito, d aseo recrea la vista, conserva los bienes
<le fortuna, en sancha y embellece la habilacion, man-
tiene la salud y encubre los estragos del t i~mpo, dan-
do á la vejez el aire festivo y risueño de la edad de
los placeres. Esta virtud es el ausili ar poueroso de
1-os muchos y variados -medios 4ue posee una mujer
-para hacerse amable y necesaria á su 'esposo; y e:i
un indicante de que quien la observa en todos sus
ramos, será madre cuidadosa, esposa tierna, adminis-
tradora económica y acti1•a, y eccelente señora <le ca•
sa. No se debe, pufs, dcscuid,1r el · cultivo de una

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-96-
cualidacl que pnede contril,uir tan pode rosam e nte ~
J,1 fe li cidad de la vida privada q ue es la única á que
deben aspirar las mujeres.
Mas ya es tien , po d e concluir 111i tarea. Espero
que las 111 11jen,s me fc1vor tc crá11 á lo m e nos con su
induljen cia si lw tenido la desg rnC' i:-t de no merecer stt
a probaeion. Arons t'jú nd oles la fidelidad y la o be<lien- •
cia no he d ic ha na da q11e 110 les est uvi e ra ordenado
por un lej i, ladur divino y po r s u, propios int ereses.
S0lam e nt e h e t ral -1Jo de 1n :ordarl es lo que un:t edu-
cacion diminuta pnede ha be rles hecho o lvirhr. Ha-
blándoles sobre a l¡;una_s de las otras c u.i. lid ade, que
d eben adorn a r á una esposa, no h e hecho sino re unir
bajo un sulo punto de vista lo que ya han dicho
muchos moralist as y que hal lándose espa rcido en mu-
chos volúmenes y nll'zclado con otrns mil cosa,, ni es
fáci l de lrcr en poco tit>mpo, ni está tan es presa-
mente acomo<lado á n tt es tra soc ie<lad grn nad ina. .La
fe li cidad d e una muj e r e n esta y en la otra vida
es tri ba en ll en ar fi el y re!ijiosamente s us d e be res, en
cualquier .::stado qn e a brace, por a rduos y dificiles que
parezcan. A esto se red11re c11a11 to qu eda dicho e11
los seis capitulas an ter iores y en tod a la obra. Sé
que para espl icar c lara y di;tintame nte tod os los de-
beres tle una esposa se necesitaria h ace r una obra
mucho mas larga q ue e, ta ; pero hablo a criatu ras
intelijente~, se nsibles y d eseosas del b ien, y no dudo
q•Je bastará lo Ji c ho.
¡ O espos as y jóvenes so lt eras q ne leis este escri-
to! No im~jincis que he int en tado hacer mas pesa-
do para vorntras el yu go <l e! matrimonio. No; la
naturaleza, vuestra p:-opia convenien cia, y el conve-
nio <le toda s la s sociedades civiliz;:idas os han marca-
do v ues tro lugar. N ecesita is un apoyo, un protec-
tor; pero d ebeis merecerlo. Re nun ciad á la corruptora
cor¡ueteria, á los fiívol os capricho~, á los perniciosos

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pasatiempos que ocupan vuestra juventud, y muchas
veces vu e, tra vida entern. Penetraos de los deberes
·· sagra dos que os imponen los títulos de esposas y
mndres, y preparaos á dese mpeñar di gnamente las
fu11cion cs que les es tán anecsa, . Unidas una vez á
1m hombre ron el vínculo mas res pet:ible, desterrad á los
•aemas hon, bres e.le vuestro corazon. Dedicaos á hacer la
felicid ad de aquel a quien os ligó la Provid encia, y
mereciend o sn amor, su respeto y su gratitud habre is
obtenido la vencracion y aplausos de toda la soc iedad.
· ¡ Permita el Cielo que mi corto trabajo sea de al-
' guna utilidad! ¡ Cuanto plal'er seria para mí haber
contribnic!o á enjugar las litgrimas, ú calmar los do-
lores, ú minorar los escándalos que caman tan fre-
cuentem en te esos him eneos desacertados!
P r.dre~ y madres de fü mili :,; jóvenes de ambos sexos
que do,on is casaros , crcednll', sino cumplis vuestras
obl¡ g·aciünes 1cs pectiva~, jamas sereis dichoso,; y si
á pesar de cninµl iil a;; os persigue el infortunio, no os
priveis del tes tim onio de 11na conciencia pura que es
el mas sólido fondam en to de la esperanza, y el dulce
y único coi;,uelo en h ach·ersid nd. Gua rd ad vuestr0s
juram entos, rtspetacl el matrimonio y no des moraliceis
con vurstra conducta v vu rs tros sarcasmos esta santa
y vencra!, le inst itu cio1{. Entonces dejará de ser con-
siderad a corno una odiosa esclavitud. La sociedad
se pervierte y corrompe, y la república se perjudica
porque los casados no so n lo r¡ue deberían ser. Amaos
y no abu seis de vuestras preroga tivas. Acordaos que,
de una y otra parte hai derech os que es Justo res-
petar, y de beres que es preciso cumplir.

NOT1\. Si mi e n~ayo uo fu ere mal rccihido, pulJl iearé varias notas


que servirúu para ac larar 111 is iclt·as, apo_plr mi.s prjnc ipi os y probar
1nis asen· iones. 'l'nmhien Yer~t la luz nu tra taditt, sob re b cco uomht
clom0-;,t\cu, tk stiiiadu ú las Scfioras 1..k c~1sa y ú las m,1.1.s de golúeruo.

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