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El nacimiento es el evento que deja tras sí esa huella afectiva. La primera angustia es por los cambios en la
actividad del corazón y los pulmones: es tóxica.
La angustia realista se produce frente al peligro real, un daño esperado de afuera, está al servicio de la
autoconservación;
La angustia realista produce un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz que se
llama apronte angustiado. A partir de ese estado se desarrolla la reacción de angustia . O bien el desarrollo
de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal para desembocar en la
huida, o lo antiguo prevalece, toda reacción se agota en el desarrollo de angustia y el estado afectivo
resultará paralizante y desacorde con el fin.
La angustia neurótica puede ser: un estado de angustia libremente flotante, pronta a enlazarse de manera
pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante); ligada firmemente a determinados
contenidos de representación en las fobias; y la angustia histérica que acompaña a síntomas o emerge
de manera independiente como ataque o estado prolongado.
La expectativa angustiada tiene un nexo con la economía de la libido en la vida sexual. Se provoca una
excitación pero no se satisface, en reemplazo de esta libido desviada de su aplicación emerge la angustia.
La angustia neurótica se genera por transmudación directa de la libido producto de la represión de la
representación que es desfigurada hasta volverse irreconocible, y cuyo monto de afecto es mudado en
ésta.
En la fobia inicia su historia patológica con un ataque de angustia, que repite frente al mismo objeto del
cual crea una inhibición, una limitación funcional del Yo, y por esa vía se ahorra el ataque de angustia.
En el síntoma, a su vez, si impide al enfermo manifestarse (ej. su ceremonial), cae en un estado de angustia
del cual su síntoma lo protegía.
Aquello a lo cual se tiene miedo en la angustia neurótica es a la propia libido. A diferencia de la angustia real
el peligro es interno, y no se discierne concientemente.
En las fobias un peligro interior se traspone a uno exterior. De ésta forma cree poder defenderse mejor
mediante la huida. En la fobia sobreviene un desplazamiento.
La angustia se genera porque la libido se ha vuelto inaplicable.
El Yo es el único almácigo de la angustia, y cada una corresponde a los tres vasallajes del yo: respecto del
mundo exterior (realista), del Ello (neurótica), y del Superyo (conciencia moral).
La función de la angustia señal indica una situación de peligro. En la histeria de angustia se trata de la
represión típica de las mociones de deseo provenientes del complejo de Edipo: la investidura libidinosa
del objeto madre se muda en angustia por la represión y se presenta como anudada al sustituto padre. No
es la represión la que crea la angustia, sino ésta la que se muda en represión.
El varoncito siente angustia ante una exigencia de su libido, ante el amor de su madre, pero ese
enamoramiento le aparece como un peligro interno del que debe sustraerse mediante la renuncia a ese
objeto, porque provoca un peligro externo. El peligro real, externo, es la amenaza de castración, la pérdida
de su miembro. En el curso de su fase fálica, en la época de onanismo, el castigo encuentra refuerzo
filogenético. La angustia de castración es uno de los motores de la represión.
En la mujer aparece la angustia a la pérdida del amor que se continúa a la angustia del lactante. Repiten
en el fondo la angustia de nacimiento (la castración es también la imposibilidad de reunificación con la
madre o su sustituto).
A cada fase le corresponde una condición de angustia: peligro del desvalimiento psíquico, peligro de la
pérdida de objeto de amor, la heteronomía de la primera infancia, el peligro de la castración, y la angustia al
superyo. Con el tiempo las situaciones peligrosas son desvalorizadas por el fortalecimiento del yo, pero sólo
de forma incompleta. Los neuróticos permanecen infantiles en su conducta hacia el peligro y no han
superado condiciones de angustia anticuadas.
El Yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las situaciones
peligrosas, esa investidura debe ser sofocada y entonces pone en marcha a la represión cuando no se
siente suficientemente fuerte.
Cuando puede reprimir lo hace incluyendo la moción pulsional en su organización, incurriendo a una
técnica idéntica al pensar normal: con pequeños volúmenes de investidura dirige una investidura tentativa,
logra anticipar la satisfacción de la moción pulsional dudosa y reproducir la sensación de displacer que
corresponde al inicio de la situación de peligro temida.
Se pone en juego el principio de placer-displacer que lleva a cabo la represión de la moción pulsional
peligrosa (suscita el automatismo placer-displacer).
Puede suceder que el ataque de angustia se desarrolle plenamente y el yo se retire de la excitación
chocante, o en vez de salir al encuentro con una investidura tentativa, lo hace con una contrainvestidura que
se conjuga con la energía de la moción reprimida para la formación de síntomas, o es acogida en el Yo
como formación reactiva.
El principio de placer-displacer rige los procesos en el interior del Ello provocando alteraciones profundas
en la moción pulsional.
En muchos casos la moción pulsional reprimida retiene su investidura libidinal, otras veces su libido es
conducida por otras vías, cuando el Complejo de Edipo es destruido dentro del Ello, bajo el influjo del mismo
conflicto que fue iniciado por la señal de angustia.
El Yo es endeble frente al Ello, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. Ese Yo es parte del Ello mejor
organizada, orientada hacia la realidad. El Yo influye sobre los procesos del Ello cuando por medio de la
señal de angustia pone en actividad el principio placer-displacer. Inmediatamente vuelve a mostrar su
endeblez, renunciando mediante la represión a un fragmento de su organización, consintiendo que la
moción pulsional reprimida permanezca sustraída a su influjo de manera duradera.
La angustia neurótica se ha mudado en angustia realista. Pero no es el daño de la persona de forma
objetiva, porque es a nivel anímico; lo esencial en el nacimiento como en cualquier otra situación de peligro
es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión que sea sentido como
displacer y del cual uno no pueda enseñorearse por vía de descarga. Se llama factor traumático a un estado
así, en que fracasan los empeños del principio de placer, y a través de la serie angustia neurótica- angustia
realista- situación de peligro se llega a la conclusión que la angustia es la emergencia de un factor
traumático que no puede ser tramitado según la norma del principio de placer. El principio de placer no nos
resguarda de daños objetivos, sino sólo de nuestra economía psíquica, y éste está lejos de la pulsión de
autoconservación. Sin embargo solo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en
factor traumático, paraliza la operación del principio de placer y confiere su significatividad a la situación de
peligro. Por lo tanto las represiones originarias nacen directamente a raíz del encuentro del Yo con una
exigencia libidinal hipertrófica proveniente de factores traumáticos, y crean la angustia como algo nuevo. En
“inhibición…” la angustia era la descarga directa del exceso de libido; ahora la angustia es la reacción frente
a exigencias libidinales consecuencia directa del factor traumático (lo no ligado) y como la señal de que
amenaza la repetición de un factor así.