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EE UU y China se adentran en una

guerra comercial a gran escala


Las dos mayores economías del mundo se retan con aranceles a productos
por valor de 50.000 millones de dólares cada uno. Trump y Xi Jinping se
han mostrado próximos en otros terrenos, pero la disputa económica
transcurre por otro cauce.

Washington / Pekín 5 ABR 2018 - 08:43 CEST

Los bombardeos apenas han comenzado, pero la guerra ya ha sido


declarada. Estados Unidos ha anunciado aranceles sobre la
importación de 1.300 productos chinos por valor de 50.000
millones de dólares y China ha contratacado poniendo sobre la
mesa su propia lista, por un montante similar. La Bolsa se resiente
y las industrias afectadas en cada lado del Pacífico contienen el
aliento, aunque las consecuencias del enfrentamiento de las dos
mayores economías del mundo son globales. Dicen que en las
peleas de elefantes, la que más sufre es la hierba que hay debajo.

La relación entre Washington y Pekín es compleja. Donald


Trump siente debilidad por los líderes autoritarios y ha expresado
sus simpatías por Xi Jinping, de quien elogió su decisión de
perpetuarse en el poder mediante una reforma constitucional.
Ambos líderes, además, han conseguido coordinarse en un
conflicto tan envenenado como el norcoreano, aceptando China
subir la presión sobre Pyongyang y dando lugar a una
posible cumbre histórica entre el presidente estadounidense y Kim
Jong-un para negociar la desnuclearización de su hermético país.
Pero la promesa trumpista de reducir el déficit comercial discurre
por otro cauce y el republicano no está dispuesto a ceder.

El Gobierno norteamericano detalló el martes la lista de 1.300


productos chinos sometidos a aranceles del 25% y que apunta a
bienes de alto valor añadido, como los aparatos electrónicos, la
maquinaria industrial o los productos químicos y farmacéuticos. A
las pocas horas, el Gobierno chino respondió con una lista con el
mismo gravamen para solo 106 productos estadounidenses pero
del mismo montante económico, ya que suponen las joyas de la
exportación: aviones, automóviles, productos químicos, soja. China
no especificó cuándo entrarán en vigor sus tasas y las condicionó a
los movimientos de Washington, que difícilmente cambiará de
parecer.

EE UU es el segundo mayor exportador del mundo pero su déficit


comercial (la diferencia entre lo que importa y vende al exterior)
alcanzó los 556.000 millones de dólares (452.000 millones de
euros) en 2017, el máximo desde 2008. China está detrás del
grueso de este desfase, con 375.200 millones, y aprovecha unas
reglas de juego que Washington no ve justas. Además de operar
con unos estándares laborales y sociales lejanos a los de EE UU,
Trump les acusa del robo sistemático de propiedad intelectual y de
adueñarse de tecnología ajena.

“No estamos en una guerra comercial con China, esa guerra se


perdió hace muchos años por las personas tontas o incompetentes
que representaban a EE UU”, dijo Trump en Twitter. “Ahora
tenemos un déficit comercial de 500.000 millones al año, con robo
de propiedad intelectual de 300.000 millones. ¡No podemos
permitir que continúe!”, agregó.

El régimen chino limita estrictamente los sectores en los que los


extranjeros pueden invertir en el país e impone la asociación con
una empresa local en otros. EE UU asegura que las empresas
estadounidenses son forzadas a entregar su tecnología a los
rivales locales a cambio de tener acceso al potente mercado, algo
que Pekín niega. Washington, la UE y Japón sumaron fuerzas
contra China en la cumbre de la Organización Mundial del
Comercio (OMC) en Buenos Aires el pasado diciembre.

Víctimas colaterales

Pero esta vez Trump actúa solo, activando una guerra comercial
que en una economía globalizada deja víctimas colaterales más
allá de las potencias implicadas. Hace unas semanas, en su giro
proteccionista, llegó a anunciar aranceles al acero de socios como
la Unión Europa, Canadá y México, aunque luego los eximió.Con la
publicación de la lista, China ha querido dejar claro cuáles serán
sus cartas si Trump opta por la vía dura. También espera que la
nada arbitraria selección de productos obligue al presidente
estadounidense a buscar una solución negociada: la mayoría de
importaciones en la diana, especialmente la soja o los coches, se
producen en Estados de mayoría republicana.

“Ningún intento de poner a China de rodillas a través de amenazas


e intimidación ha tenido nunca éxito y tampoco lo tendrá en esta
ocasión”, aseguró el portavoz del Ministerio de Exteriores, Geng
Shuang, informó AFP. China, dijo, está dispuesta a dialogar en
materia comercial, “pero la oportunidad de consultas y
negociación ha sido omitida por EE UU una y otra vez”, en
referencia a las varias solicitudes recientes que el país ha enviado
a Washington a través de la OMC.

Wilbur Ross, secretario de Comercio de EE UU, quitó hierro a la


escalada arancelaria y dijo el gravamen chino tendrá muy poco
efecto, ya que solo representa el 0,3% del Producto Interior Bruto
(PIB).

La ofensiva ya ha empezado. En los últimos días, China y EE UU ya


han oficializado subidas de aranceles a mercancías por 6.000
millones de dólares (3.000 por cada banda) que incluyen los
impuestos al acero y aluminio chinos de Washington, por un lado, y
la carne de cerdo, ciertas frutas, vino y tubos de acero que impuso
Pekín, por otro. Son cifras mínimas teniendo en cuenta que el
comercio bilateral alcanzó el año pasado los 630.000 millones.
Pero la entrada en vigor de esta segunda ronda de tarifas
supondría agudizar el conflicto.

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