Las comunidades humanas crecen en número y se expanden con velocidad por el territorio agreste,
los conjuntos de viviendas se comienzan a transformar en formas arquitectónicas de emplazamiento al
incluir en ellas factores como la circulación entre una vivienda circular y otra; y una cierta organización curvilínea siguiendo al terreno. Así también en otras partes del mundo donde el clima es más agresivo como elevadas temperaturas o un frío intenso, la materialidad de las viviendas cambia, adaptándose a muros mucho más gruesos y a materiales que existen en aquellas zonas como la piedra. El ser humano al incluir la piedra como un material estructural de construcción da un salto hacia la posibilidad de construir viviendas más complejas y a comenzar a desarrollar la verdadera forma arquitectónica. Es en este momento donde aparecen unas construcciones monolíticas que constan de 3 alveolos nucleares, precedidos por dos alveolos más pequeños en la entrada y una puerta. En esta primitiva vivienda se encuentran los pilares básicos del quehacer arquitectónico, la vivienda cuenta con una antesala al espacio del refugio y un espacio principal posterior, existen nociones de una jerarquización espacial, aparecen las escaleras por tanto cambios de niveles, estructura monolítica, una noción de recorridos y los muros de piedras apiladas permiten no solamente mayor durabilidad y grosor al ser rellenados con tierra sino que también permiten afinar la volumetría de la vivienda casi definiendo una tipología de la misma, es ahí cuando se comienza a constituir una verdadera forma arquitectónica. La piedra es también un material difícil de trabajar, debido a su complicada extracción y transporte; existe en Ollantaytambo una construcción circular muy precisa hecha de enormes piedras colocadas de forma vertical y a manera de techo piedras más alargadas apoyadas encima, se cree que este lugar no funciona a manera de refugio sino más bien como un templo. El tallado impecable del encuentro del techo con el muro; la dificultad de la extracción, transporte y manipulación de piedras tan grandes; y sobretodo el intenso ejercicio mental del diseño de la instalación era considerado digno de ser ofrecido a las “fuerzas desconocidas”. El quehacer arquitectónico desde sus inicios tiene valor por el esfuerzo que significa el bien pensado proceso de creación de una buena obra; desde sus inicios la construcción en su afán de servir al ser humano como refugio, así como de buscar aceptación de figuras más poderosas es un contexto casi adorador es pues, un quehacer sagrado.