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LAS NIEVES DEL PASADO

Por GORDON R. WILLEY

La arqueología se preocupa por las reliquias de los muertos, porque ellas encierran en sí él secreto de
lo que alguna vez fue vida. El hacha de piedra y la urna rota tienen su papel esotérico en la ciencia, pero
por debajo de eso hay una significación más profunda: son objetos que sintíeron, antaño, sobre sí, las
manos y el aliento de otros hombres. El arqueólogo trata de restablecer ese parentesco que liga á toda la
especie humana a través de los milenios. Su tarea consiste en lograr una imagen del pasado e infundirle
la apariencia de vida. Es el nuevo Pigmalión.

El pasado es ineludible, y está irremediablemente perdido Nos vemos empujados con fuerza
irresistible fuera de él y, a pesar de ello, la forma del presente lleva el signo de lo que vino antes.
Nuestros pensamientos, nuestras nociones, la configuración física del mundo en que vivimos, todas estas
cosas están condicionadas por nuestros predecesores y, si queremos conocernos a nosotros mismos, no
podemos ignorarlos o dejar de tomarlos en cuenta. Trágico y vital, ese pasado es la gran reserva de
experiencias de la humanidad, y es signo de prudencia el que recurramos a ella. Pero, ¿es
verdaderamente posible apresar una parte cualquiera de ese pasado? Gibbon, con todo su poder narrativo,
estimula, por cierto, la imaginación; mas, ¿es realmente Roma, la Roma de los Césares, la que él
describe?, ¿o es solo una visión distorsionada por los Ojos y la mente del siglo XVIII?
Quizá la más lograda aprehensión del tiempo pasado es la sensible y evocadora creación de Prougt, y,
sin embargo, aun dentro de los confines exclusivos e íntimos de la conciencia de un gran novelista, uno
se pregunta ¿qué es lo real y qué lo mágico e ilusorio? ¿Tendrá, pues, el arqueólogo la temeridad de
querer lograr aquello en lo que estos maestros han fracasado? ¿Puede él, acaso, con solo trocitos de
piedras y de huesos, volver a apresar el pasado?
La respuesta es, a la vez, afirmativa y negativa. Tiene siempre debe tenerla- la osadía de
intentarlo. Al mismo tiempo, ha de ser lo bastante prudente como para saber cuán lejos de su meta lo
llevarán sus esfuerzos. En el mejor de los casos podrá construir una réplica, agrupando los residuos de
la Antigüedad, que -comprometedoramente- mostrará las huellas artesanales de su propia generación y
de su propia persona. Sin embargo, esta pobre creación del arqueólogo es todo lo que nos queda del
hervor de vida que nos ha precedido, ya por siempre aquietado.
¿Cómo hace el arqueólogo moderno para llevar- a cabo esa tarea y cuáles son sus logros frente a
obstáculos tan ingentes? ¿Qué es lo que hace y cuál es la mejor forma de hacerlo ?
En primer lugar, él es un historiador, en el sentido más amplio del término. Como el historiado r,
sus estudios se dirigen a la reconstrucción del pasado humano, para exponerlo de modo dinámico e
integrado y no como una serie de hechos estáticos. También es un hombre de ciencia, o intenta serlo,
por cuanto la arqueología es una parte de la antropología, y está interesado en la causalidad así como en
las generalizaciones acerca de la conducta social humana y en el desarrollo de la civilización.
Finalmente -y esto no es, en absoluto, incompatible con sus intereses científicos- es un humanista. –
Enfoca los hechos objetivamente, los agrupa y los somete a un tratamiento estadístico; pero también los
ama. Como se ocupa de los trozos fragmentados de algo que fue una vez vital e íntegro, siempre busca
esquemas generales en los cuales situar esos fragmentos, y se complace en su reconstitución. Al mismo
tiempo, también ama -y no lo olvida aquel fragmento que no encaja dentro del esquema, porque dicho
fragmento en su aislamiento lleva en sí también la esencia de la humanidad.
Ha sido tradicional que el arqueólogo se limitara, de manera casi exclusiva, a las evidencias mudas del
tránsito del hombre, dejando la palabra escrita a la consideración de su colega, el historiador, aunque
este convenio de trabajo no es, en absoluto, compulsivo. Las inscripciones del Antiguo Egipto o del
Cercano Oriente suelen ser consideradas como pertenecientes al dominio de la arqueología, ya que el
contexto total de estas inscripciones es, en su mayor parte, una reconstrucción que se basa en los
remanentes materiales de estas civilizaciones. Inversamente, los historiadores ha preocupado muchas
veces, en igual medida, por las supervivencias arquitectónicas de la Edad Media europea y por sus
fuentes documentales.
Sin embargo, existe una diferencia de énfasis entre la arqueología y la historia, que tiene profundas
consecuencias y que también revela la importante relación complementaria que se ha establecido entre
estas dos disciplinas. Al ocuparse, principalmente, de los datos literarios, los cimientos de un palacio, las
tumbas, los restos cerámica, el arqueólogo procura establecer normas. Forzosamente debe buscar las
grandes similitudes y diferencias en estos vestigios de pueblos y civilizaciones pretéritas. Debe "hallar
porcentajes"; tiene que tratar de captar las grandes tendencias -que abarcan siglos enteros -, y cuando dice
algo, está hablando, en el mejor de los casos, solo en términos de probabilidad. Este enfoque tiene sus
puntos débiles y sus lados fuertes. Su ventaja fundamental radica en la vasta preponderancia que, para la
historia del hombre en ente planeta, tiene el pasado arqueológico, en comparación con los datos escritos
contemporáneos. Los cientos de miles de años del Paleolítico, los milenios del Neolítico y gran parte de
la Edad de Bronce, se extienden en las profundidades del pasado mucho más allá de los últimos cinco mil
años, de los que se tiene un registro escrito solo parcial. Con este tipo de perspectiva, el arqueólogo
puede ver y comparar el surgimiento y caída de culturas y civilizaciones en inmensos períodos.
Pero, en cambio, el arqueólogo tiene que luchar, la mayoría de las veces, contra la
impavidez de pinturas totalmente desprovistas de rostros humanos reconocibles, del
color y el saber que irradian las personalidades. El poder militar de un estado pretérito
puede ser rastreado a través del ámbito que abarcan sus sistemas de fortificación, o de la
extensión de su arte dinástico; pero es difícil imaginarse estos acontecimientos como
algo más que meras abstracciones de las empresas humanas. Si se careciera de datos
escritos de la Europa del siglo xv, los arqueólogos podrían haber descrito perfectamente
las tendencias guerreras del período feudal. Sobre la base de las armas y otros
instrumentos hallados en Francia, podrían haber identificado a los invasores de ese país
como ingleses.
Posiblemente habrían podido ser reconstruidas algunas campañas y, con habilidad,
podría haberse recompuesto la lenta derrota y la retirada de las fuerzas invasoras. Pero
ni siquiera la más brillante fantasía arqueológica podría haber concebido la presencia de
Juana de Arco sobre ese fondo. Esta incapacidad para delinear lo individual -y el
ser humano individual es siempre el principal foco de interés para los demás seres
humanos es el mayor defecto del arqueólogo. En este aspecto es la historia la que tiene
la palabra.
Como hemos dicho, la arqueología participa tanto de la antropología como de la historia. El arqueólogo
debe conocer la etnología de la región a la que se vinculan los problemas que está investigando. De esta
manera podrá proyectar la conducta presente y observada sobre las formas inertes de la vida pasada.
Por ejemplo, los arqueólogos que trabajan en las culturas prehistóricas de los indios pueblo, del sud-
oeste de los Estados Unidos, están en condiciones de explicar el sentido y la función de unas extrañas
cámaras subterráneas que aparecen en las aldeas en ruinas debajo de estructuras construidas en el nivel
del suelo. Estos cuartos subterráneos son kivas, similares a los que todavía hoy utilizan los indios
pueblo en sus ceremonias, íntimamente vinculados con el sistema de clanes y con la vida religiosa de
esos indios. Este conocimiento, que se deriva de observaciones etnológicas y de datos no escritos, no
solo le permite al arqueólogo identificar los cuartos subterráneos prehistóricos como kivas, sino hacer
otras deducciones con respecto a la organización, social y religiosa de las aldeas abandonadas. De una
manera muy parecida, el arqueólogo europeo puede interpretar y comprender sus hallazgos neolíticos en
la región de los estados bálticos y en otras partes del norte de Europa. Halla aquí que el campesino
actual tiene costumbres y utiliza instrumentos agrícolas, de caza y de pesca, que difieren poco de los de
hace tres mil o cuatro mil años.
La arqueología también interpreta sus datos dentro de un marco de referencia
antropológico más general. Si la constitución y necesidades biológicas de l hombre
son semejantes en todo el mundo, es lógico esperar que existan algunas similitudes
generales en los diversos modos en que intenta satisfacer estas necesidades por
medio de su cultura. Un importante problema, no resuelto, de la antropología es el
de cuáles son las similitudes o regularidades que existen, y hasta qué punto tienen
vigencia. Por cierto que las hay. El hombre construye edificios, organiza familias y
adora a dioses. Sobre la base de estas actividades pueden deducirse algunas analogías
y hacerse algunas inferencias que ayudarán al arqueólogo en sus interpretaciones
cuando carezca de paralelos etnológicos más específicos e históricamente
congruentes.
Hoy en día el trabajo arqueológico se lleva a cabo en casi todas las regiones del mundo, en medio de las
condiciones físicas más diversas. Bajo. la vegetación selvática de México y de Guatemala, se han
descubierto templos de piedra labrada y vívidos frescos de la antigua civilización maya.

Estos edificios, con sus imágenes de signatarios sacerdotales que presiden sacrificios
rituales, datan de mediados del primer milenio después de Cristo y dan testimonio de
la riqueza y esplendor de una de las más excepcionales civilizaciones del mundo, que
floreció y murió muchos siglos antes de que Cortés divisara las costas mexicanos. En
el otro extremo climático, el suelo helado de. los Montes Altai -cerca del limite entre
Siberia y Mongolia- ha revelado deslumbrantes tapices multicolores y hermosos
cabestros de cuero en la tumba de un príncipe nómada, muerto en lejanos siglos. Los
restos de esta civilización escita, o emparentada con la escita, hallados en el
yacimiento siberiano de Pazyrk, proceden probablemente del siglo IV a. C. y
proporcionan. un fascinante indicio de la vida que llevaban los pueblos pastores del
Asia, que se extendían en un tiempo desde Hungría hasta los extremos de Siberia, y
cuyos descendientes desempeñaron un papel tan importante en la historia europea
posterior.
La arqueología no consiste siempre en nuevos y espectaculares descubrimientos, aunque éstos
sean una parte excitante de ella. -A- veces se hacen hallazgos de máxima importancia en ambientes muy
familiares. Tenemos un buen ejemplo de ello en la localización accidental de un bajorrelieve, muy
débilmente esculpido, en uno de los pilares de piedra del conocidísimo yacimiento prehistórico de
Stonehenge, en Inglaterra. De todos los monumentos arcaicos, Stonehenge ha sido uno de los más
estudiados y visitados de Europa. Sin embargo, hace poco, un arqueólogo británico que caminaba entre
esas ruinas observó, gracias a que los rayos del sol daban en un determinado ángulo sobre la piedra, el
esculpido perfil de un hacha micénica. Esta forma peculiar de hacha de combate, que tuvo origen en las
culturas prehelénicas de la península griega, era una prueba indiscutible de que, alrededor de tres mil
ochocientos años antes, existió algún contacto entre el mundo micénico del Mediterráneo y la remota
Gran Bretaña
El ámbito que ocupa la arqueología es enorme. Desde las toscas herramientas del Paleolítico
Inferior, en el sudeste de Asia, hasta las ciudades amuralladas de la Edad de Bronce en el Oriente Medio:
todo entra en el dominio de la recuperación de la prehistoria. De manera similar, la forma de enfocar su
materia de estudio varía grandemente. En muchos lugares, el trabajo del arqueólogo consiste todavía en
la tarea primaria de establecer secuencias relativas y distribuciones geográficas de los tipos de utensilios o
de arquitectura. Esta ocupación insipida es la que permite construir los cimientos de la ciencia. A partir
de ello es mucho lo que se puede hacer y algunos de los resultados actuales son de especial Interés. En
las Américas comienza a ser posible - ahora el establecimiento de interrelaciones entre cronologías
regionales dispersas, como resultado de ese trabajo rutinario y sistemático. Recientes excavaciones
arqueológicas de prueba, hechas en Colombia y en Ecuador, han permitido descubrir secuencias de tipos
de cerámica que se vinculan muy estrechamente, tanto en el tipo como en el orden de secuencia, con
series similares de México y el Perú. Tales similitudes a pesar de basarse en restos de cerámica rota
tienen notable importancia para relacionar las primitivas civilizaciones ceramistas y agrícolas del Perú y
de la América Central, los dos principales centros precolombinos de producción cultural en el Nuevo
Mundo.
En aquellas zonas o localidades donde se ha hecho mucho trabajo básico de excavación, para
establecer cronologías y distribuciones, el arqueólogo se siente más libre para dedicarse a la
reconstrucción de "contextos culturales". Esto consiste en la ubicación total de los descubrimientos
arqueológicos. Puede referirse a la posición de los objetos en el terreno, o a su asociación con edificios o
tumbas. El contexto también puede tener un sentido más amplio. Gran parte de los conocimientos
arqueológicos que tenemos de la civilización maya han sido obtenidos sobre la base de excavaciones y
exploraciones de los hermosos palacios y templos. Es en ellos donde se encuentran mejor ejemplificados
los jeroglíficos y el arte de la clase sacerdotal dirigente. Pero ésta solo es una parte de la sociedad. ¿Con
qué guardaban relación estos templos y palacios, referidos a un contexto social y demográfico más
amplio? ¿Dónde vivían las masas de seres humanos cuyas energías ayudaron a soportar esta hermosa
superestructura? Para responder a tales preguntas, el arqueólogo. debe estudiar las instalaciones de la
comunidad en su conjunto. En lo que se refiere específicamente al problema de los mayas, ello equivale a
explorar muchos kilómetros cuadrados de selva, alrededor de cada una de las capitales ceremoniales y
políticas.

Par alegrar sus objetivos, el arqueólogo moderno se basa principalmente en métodos y técnicas que
han sido desarrollados en otras ciencias. De la física y la química le ha llegado recientemente un medio
para localizar en el tiempo muchos de sus hallazgos. El contenido de fluorina en los huesos es un índice
de su edad relativa. La radiactividad del carbono en los materiales orgánicos carbonizados o preservados
de cualquier otro modo, puede ser medida para determinar su edad en años absolutos. La geología ha
proporcionado, desde hace mucho tiempo, la referencia paradigmática de la excavación arqueológica, la
estratigrafía, que. se basa simplemente en el principio de que los estratos depositados -ya sean de origen
natural o humano- son más antiguos en la base de una serie y más recientes en el extremo superior. La
paleontologia, las ciencias del suelo y la paleobotánica contribuyen, cada vez más, a la localización
temporal del hombre y sus obras; también ofrecen evidencias de un contexto ambiental. Las puntas de
lanza encontradas junto a los huesos de un mamut, en el oeste de los Estados Unidos, no solo prueban la
considerable antigüedad de estas armas y de sus hacedores, sino que permiten al arqueólogo saber que
estos hombres primitivos vivían en un clima más frío y más húmedo que el actual; un clima y un
ambiente en el que podían prosperar los grandes mamíferos. El análisis del polen de los suelos es otra
forma de determinar la naturaleza de climas y floras del pasado. Estas reconstrucciones ambientales y
climáticas suelen ser de la mayor importancia, ya que proporcionan una visión de los tipos de
herramientas y armas que usaban los hombres prehistóricos en un lugar y momento determinados. Las
puntas de lanza, largas y anchas, podían servir para matar al mamut o al mastodonte, pero no a la liebre
americana. Es lógico que esperemos encontrar gran número de hachas con mango, en una región que
haya estado, en cierta época, cubierta de bosques, pero no en una llanura abierta.
Es interesante la asistencia que la arqueología ha recibido de la aviación. Poco después de la Primera
Guerra Mundial se observó que a menudo las características arqueológicas se destacaban mucho en las
fotografías aéreas, aunque no pudieran ser fácilmente -detectadas a ras del suelo. En Gran Bretaña se
descubrieron por primera vez, en algunos casos, campamentos, y fortificaciones romanas y de otro tipo,
gracias a reconocimientos aéreos,y en muchos lugares, tales como la Mesopotamia y la costa del Perú, se
hicieron mapas detallados de complejos conjuntos de palacios y edificios sobre la base de fotografías
aéreas.
Uno de los frentes más dramáticos -de la arqueología actual es el relativo al origen del hombre. Si
bien esta, cuestión no puede reducirse a algo tan simple como la fórmula del "eslabón perdido", los
prehistoriadores están reuniendo cada vez más datos sobre la evolución humana a partir de las formas
primates. Hasta hace diez años, los fósiles humanos de que se tenía conocimiento -tales como el famoso
hombre de Java o Pithecanthropus erectus, o el hombre de Pekín o Sinanthropus pekinensis- estaban
definidamente del lado del hominído. En cuanto a postura, estructura facial, dentición y capacidad
craneana, estos seres primitivos eran hombres, aunque bastante parecidos a los monos en ciertas ca-
racterísticas. Pero los descubrimientos de esqueletos del hombre-mono o Australopitecine, en cuevas de
África del Sur, presentan clara evidencia de lo que debe haber sido, la estirpe antropoide a fines de la Era
Terciaria. Los restos del Australopitecine no proceden de una época tan temprana, sino que están
asociados con estratos que pertenecen a la mitad del Pleistoceno ya en el Cuaternario. Como tales, son
contemporáneos de formas más avanzadas de la especie humana. No obstante, su constitución física
indica que ocupan una posición intermedia en la serie evolutiva. Puede
suponerse que representan un desprendimiento, algo tardío, del tronco principal de desarrollo que va de
los monos superiores al hombre. Estos esqueletos de hombres-monos varían, en su tamaño adulto, entre
una estatura algo menor que la de los pigmeos actuales y la de un hombre medio. Sus cráneos tienen
proporciones más cercanas a las del gorila o el chimpancé que a las del hombre, en cuanto a la capacidad
craneana y al tamaño de las mandíbulas, pero su estructura dentaria es totalmente humana Resulta claro
que eran bípedos y que marchaban erguidos. Es posible -aunque no esté probado a satisfacción de la
mayoría de los hombres de ciencia- que los Australopitecine fabricaran toscas herramientas de guijarros y
que practicaban el canibalismo. Es seguro que vivían en grupo, constituyendo probablemente bandas o
sociedades relativamente grandes.
Del lado de los hominídos, con respecto a la línea que separa a éstos de los monos, está el hombre de
Pekín o Sinanthropus pekinensis. Restos de estos individuos se han encontrado en cavernas cercanas a
Pekín, en China. Aunque desde el punto de vista biológico es más primitivo que el Homo sapiens, el
hombre de Pekín está, sin embargo, considerablemente más avanzado a lo largo del camino de la
evolución humana que los Australopitecine. Geológicamente, es de aproximadamente la misma época.
Desde el punto de vista cultural, no obstante, es representativo de lo que los arqueólogos han denominado
el Paleolítico Inferior o las fases iniciales de la "Edad de Piedra Primitiva".
Las evidencias con que cuenta el arqueólogo que trabaja con restos paleolíticos y la forma en que los
interpreta están bien ejemplificadas por los hallazgos de Pekín. Los yacimientos cavernarios descubiertos
en un lugar llamado Choukoútien son los lugares donde vivía el Sinanthropus. Por el hecho de que
muchos de los huesos largos del Sinanthropus se hallaron dañados o rotos, y de que los cráneos suelen
mostrar lesiones o fracturas con fragmentos hundidos; se cree que esos hombres primitivos eran
caníbales. De cualquier manera, no eran adictos a una dieta cruda, ya que se han encontrado restos de
hogueras y de braseros que indican
Para complementar su dieta carnívora, los habitantes de ese lugar también comían una pequeña fruta
parecida a la cereza. Se fabricaban instrumentos para cortar y moler, con largas lascas de pedernal y con
núcleos de este mismo material, respectivamente. Puede suponerse que selos usaba para la
obtención de alimento. Es de interés observar que el Sinanthropus no enterraba a sus muertos.
Varios cientos de miles de años más tarde, en ese subperíodo cultural conocido como Paleolítico
Superior Europeo, el arqueólogo encuentra más datos para su trabajo y puede dibujar con mayores
detalles su esquema. La vida del hombre, en esta época, parece haber sido un poco más expansíva , Fue
en Choukoutien. No se habitaba solamente en cavernas, sino en espacios abiertos. Poco es, sin embargo,
lo que se conoce de las casas o habitáculos. Esas instalaciones en lugares abiertos eran permanentes,
como lo atestigua el hecho de que los huesos hallados en estos sitios muestran que se sacrificaban y se
comían animales en todas las estaciones del año. Los sepelios, con ajuar funerario que acompañaban al
muerto, indican que existía la creencia en una vida futura. El tratamiento funerario especial, acordado a
algunos individuos, sugiere que se trataba de jefes, sacerdotes o líderes y que la sociedad, por lo tanto,
estaba organizada de acuerdo con algunos líneamientos formales. Además, por primera vez.encontramos
la búsqueda consciente de la belleza. El arte magdalenlense del Paleolítico Superior, en Francia y en
España, es justamente famoso por sus pinturas rupestres y por sus esculturas monocromas y, policromas,
así como por sus pequeñas tallas en piedra, hueso y marfil. El significado de este arte, cuyos temas son
principalmente los animales de caza, era, probablemente, mágico-religioso. y la intención que lo animaba
era la de asegurarse la caza, o la de propiciar a los espíritus de los animales muertos. No parece probable
que a una comunidad cazadora primitiva, que vivía en un ambiente lleno de riesgos y exigencias, pudiera
haberle bastado un arte puramente decorativo, y artistas que no tuvieran otra función que la de
proporcionar placer estético. Sin embargo, es evidente que los artistas tenían habilidad y talento, aun
cuando una parte de sus energías se dedicara, probablemente, al ejercicio de deberes sacerdotales o
chamanistas.
En épocas muy posteriores, cuando los hombres que habitaban las regiones del Mediterráneo
Oríental aprendieron a cultivar la tierra y se difundió por toda Europa, hacia el norte, el conocimiento de
las plantas alimenticias más importantes así como de los animales domésticos, las posibilidades de
interpretación arqueológica son mayores; pero también son mucho más abundantes y complejos los
factores que deben tomarse en cuenta. En realidad, es virtualmente imposible que el arqueólogo enfoque
con buen éxito un elemento cualquiera, aislado de las culturas prehistóricas. El significado emerge por
una especie de referencia mutua y de triangulación de sus hechos. La larga historia de la diseminación de
una forma de vida agrícola a través de toda Europa no puede ser comprendida mediante la búsqueda de la
presencia o ausencia de plantas cultivadas, herramientas de labranza o utensilios para la preparación de la
comida. Esta complicada historia está también íntimamente vinculada con el clima y con el cambio
climático, con los suelos, la vegetación arbórea, las formas de instalación y la demografía.
Un ejemplo de interpretación arqueológica, que combina una variedad de factores, es la producida
por los pequeños edificios en forma de horno halladas en las Orcadas, las Shetland y parte del norte de
Escandinavia. Estas pequeñas estructuras datan de fines de la edad de hierro. A pesar de que existen
algunas evidencias históricas de la utilización de este tipo de edificio para el almacenamiento de granos,
su relación prehistórica con la agricultura no aparece clara, porque, se sabe que la agricultura fue
introducida en estas regiones muchos milenios antes de que se construyeran esos edificios en forma de
horno. La relación queda la oscuridad, y no es posible hacer una interpretación hasta que no se examine
el elemento climático. En este caso, se sabe que el clima del norte de Europa se deterioró rápidamente a
fines de la Edad de Hierro. Las tierras marginales del extremo norte se hicieron poco aptas para el
cultivo. Una de las consecuencias fue la necesidad de construir abrigos especiales, u hornos para secar el
grano, en ese período particular de la prehistoria.
Los estudios de los animales domésticos prehistóricos de Europa muestran, aún mejor, este mismo tipo
de referencias analíticas mutuas, y la síntesis posterior. El arqueólogo británico J. G. D. Clark ha
observado que un cuidadoso recuento e identificación de los huesos animales provenientes de muchos
yacimientos prehistóricos ingleses, daneses y suizos indican que los puercos eran los animales
domésticos más comunes durante el período, neolítico, pero que, para la Edad de Hierro, ovejas y
cabras los habían desplazado en importancia- Él relaciona esto directamente con la disminución de los
bosques y el aumento de las tierras despejadas, particularmente en los alrededores de los
establecimientos rurales. Los cerdos, al estar mejor adaptados para la vida en los bosques, medraron en
los períodos más primitivos, mientras que las ovejas y cabras son animales de campo abierto. En lo que
respecta al caballo, puede observarse el mismo hecho, aunque extendido en un lapso mayor. El caballo
salvaje parece haber quedado reducido a una cantidad relativamente insignificante cuando, en el
Período posglacial, los bosques se extendieron por toda Europa. No comenzó a revivir hasta que,
muchos milenios más tarde, prosperaron la agricultura y la tala de los bosques. Por supuesto, su
recuperación se produjo en forma de animal doméstico.
El conocimiento de estos importantes cambios climáticos y de la vegetación lo obtiene el
arqueólogo mediante detalladas investigaciones en los depósitos de lodo y turba de Inglaterra y de los
países escandinavos. Los estudios del polen en estas estratigrafías indican que, en el periodo glacial e
inmediatamente posglacial, el terreno estaba despejado y no admitía otra vegetación que la de arbustos y
gramíneas. Este ambiente primitivo se vio modificado por la aparición de pinos y avellanos, y a estos
árboles siguieron los robles y olmos, de hojas caducas, que fueron los que hallaron los primeros
agricultores europeos. Es de la mayor significación -y da apoyo para las deducciones citadas arriba- el
hecho de que la disminución del polen proveniente de los árboles de hojas caducas, y la reaparición del
polen gramíneo, se corresponde exactamente con el surgimiento de las primeras comunidades agrícolas.
Estas interrelaciones del hombre y su ambiente natural se superponen a las que existen entre el
hombre y su ambiente social. El arqueólogo no pretende explicar la causalidad última de los asuntos
humanos, y mucho menos basándose en la simplificación excesiva del determinismo ambiental. Sin
embargo, el ambiente natural, en el que el hombre y sus sociedades se desarrollan, desempeña un papel
importante. En el período Neolítico, el valle danubiano era la ruta principal por la que los pueblos y las
nuevas ideas provenientes del Mediterráneo Oriental se difundían por toda Europa. Sabemos que los
campesinos de este tiempo trabajaban desde Moravia hasta Galitzia -por el este-, en Polonia hasta el
Vístula inferior, y por el norte y el oeste hasta Alemania. Había varios grupos diferentes, a los que
podríamos llamar "nacionalidades" o "tribus", cada uno caracterizado por su propia producción cerámica,
y su rápido desplazamiento de un lugar a otro estaba de acuerdo con los métodos de labranza: éstos
consistían en el aprovechamiento de pequeños claros en el bosque, de los que obtenían fáciles cosechas, y
la consiguiente mudanza a sitios explotados de la selva. Todo parece indicar-que ése fue un período de
relativa paz entre las tribus. La tierra era abundante y solo había que cortar los árboles. Pero hacia fines
del Neolítico, con el aumento en el número de explotaciones de, este tipo, y con menores probabilidades -
por lo tanto para la regeneración de los bosques y el suelo, ya existen signos de dibujar con mayores
detalles su esquema. La vida del hombre, en esta época, parece haber sido un poco más expansivo que en
Choukoutien. No se habitaba solamente en cavernas, sino en espacios abiertos. Poco es, sin embargo, lo
que se conoce de las casas o habitáculos. Esas instalaciones en lugares abiertos eran permanentes, como
lo atestigua el hecho de que los huesos hallados en estos sitios muestran que se sacrificaban y se comían
animales en todas las estaciones del año. Los sepelios, con ajuar funerario que acompañaban al muerto,
indican que existía la creencia en una vida futura. El tratamiento funerario especial, acordado.a algunos
individuos, sugiere que se trataba de jefes, sacerdotes o líderes, y que la sociedad, por lo tanto, estaba
organizada de acuerdo con algunos lineamientos formales. Además, por primera vez ' encontramos la
búsqueda consciente de la belleza. El arte magdalense del Paleolítico Superior, en Francia y en España,
es justamente famoso por sus pinturas rupestres y por sus esculturas monocromas y, policromas, así como
por sus pequeñas tallas en piedra, hueso y marfil. El significado de este arte, cuyos temas son
principalmente los animales de caza, era, probablemente, mágico-religioso y la intención que lo animaba
era la de asegurarse la caza, o la de propiciar a los espíritus de los animales muertos. No parece probable
que a una comunidad cazadora primitiva, que vivía en un ambiente lleno de riesgos y exigencias, pudiera
haberle bastado un arte puramente decorativo, y artistas que no tuvieran otra función que la de
proporcionar placer estético. Sin embargo, es evidente que los artistas tenían habilidad y talento, aun
cuando una parte de sus energías se dedicara, probablemente, al ejercicio de deberes sacerdotales o
chamanistas.
En épocas muy posteriores, cuando los hombres que habitaban las regiones del Mediterráneo Oriental
aprendieron a cultivar la tierra y se difundió por toda Europa, hacia el norte, el conocimiento de las
plantas alimenticias más importantes ' así como de los animales domésticos, las posibilidades de in-
terpretación arqueológica son mayores; pero también son mucho más abundantes y complejos los factores
que deben tomarse en cuenta. 'En realidad, es virtualmente imposible que el arqueólogo enfoque con
buen éxito un elemento cualquiera, aislado de las culturas prehistóricas. El significado emerge por una
especie de referencia mutua y de triangulación de sus hechos. La larga historia de la diseminación de una
forma dé' vida agrícola a través de toda Europa no puede ser comprendida solamente mediante la
búsqueda de la presencia o ausencia de plantas cultivadas, herramientas de labranza o utensilios para la
preparación de la comida. Esta complicada historia está también íntimamente vinculada con el clima y
con el cambio climático, con los suelos, la vegetación arbórea, las formas de instalación y la demografía.
Un ejemplo de interpretación arqueológica, que combina una variedad de factores, es la, producida
por los pequeños edificios en forma de horno hallados en las orcadas, las Shetland y partes del norte de
Escandinavia. Estas pequeñas estructuras datan de fines de la Edad de Hierro. A pesar de que existen
algunas evidencias históricas de la utilización de este tipo de edificios para el almacenamiento le granos,
su relación prehistórica con la agricultura no aparece clara, por que, se sabe que la agricultura fue
introducida en estas regiones muchos milenios antes de que se construyeran esos edificios en forma de
horno. La relación queda en la oscuridad, y no es posible hacer una interpretación hasta que no se
examine el elemento climático. En este caso, se sabe que el clima del norte de Europa se deterioró
rápidamente a fines de la Edad de Hierro. Las tierras marginales del extremo norte se hicieron poco aptas
para el cultivo. Una de las consecuencias fue la necesidad de construir abrigos especiales, u hornos para
secar el grano, en ese período particular de la prehistoria.
Los estudios de los animales domésticos prehistóricos d Europa muestran, aún mejor, este mismo tipo
de referencias analíticas mutuas, y la síntesis posterior. El arqueólogo británico J. G. D. Clark ha
observado que un cuidadoso recuento e identificación de los huesos animales provenientes de muchos
yacimientos prehistóricos ingleses, daneses y suizos indican que los puercos eran los animales
domésticos más comunes durante el período, neolítico, pero que, para la Edad de Hierro, ovejas y
cabras los habían desplazado en importancia- Él relaciona., esto directamente con la disminución de los
bosques y el aumento de las tierras despejadas, particularmente en los alrededores de los
establecimientos rurales.' Los cerdos, al estar mejor adaptados para la vida en los bosques, medraron en
los períodos más primitivos, mientras que las ovejas y cabras son animales de campo abierto. En lo que
respecta al caballo, puede observarse el mismo hecho, aunque ' extendido en un lapso mayor. El caballo
salvaje parece haber quedado reducido a una cantidad relativamente insignificante cuando, en el período
posglacial, los bosques se extendieron por toda Europa. No comenzó a revivir hasta que, muchos
milenios más tarde, prosperaron la agricultura y la tala de los bosques.
Por supuesto, su recuperación se produjo en forma de animal doméstico. El conocimiento de estos
importantes cambios climáticos y de la vegetación lo obtiene el arqueólogo mediante detalladas
investigaciones en los depósitos de lodo y turba de Inglaterra y de los países escandinavos. Los estudios
del polen en estas estratigrafías indican que, en el periodo glacial e inmediatamente posglacial, el terreno
estaba despejado y no admitía otra vegetación que la de arbustos y gramíneas. Este ambiente primitivo se
vio modificado por la aparición de pinos y avellanos, y a estos árboles siguieron los robles y olmos, de
hojas caducas, que fueron los que hallaron los primeros agricultores europeos. Es de la mayor
significación -y da apoyo para las deducciones citadas arriba- el hecho de que la disminución del polen
proveniente de los árboles de hojas caducas, y la reaparición del polen gramíneo, se corresponde
exactamente con el surgimiento de las primeras comunidades agrícolas.

Estas interrelaciones del hombre y su ambiente natural se superponen a las que existen entre el
hombre y su ambiente social. El arqueólogo no pretende explicar la causalidad última de los asuntos
humanos, y mucho menos basándose en la simplificación excesiva del determinismo ambiental. Sin
embargo, el ambiente, natural, en el que el hombre y sus sociedades se desarrollan, desempeña un papel
importante. En el período Neolítico, el valle danubiano era la ruta principal por la que los pueblos y las
nuevas ideas provenientes del Mediterráneo Oriental se difundían por toda Europa. Sabemos que los
campesinos de este tiempo trabajaban desde Moravia hasta Galitzia -por el este-, en Polonia hasta el
Vístula inferior, y por el norte y el oeste hasta Alemania. Había varios grupos diferentes, a los que
podríamos llamar "nacionalidades" o "tribus", cada uno caracterizado por su propia producción cerámica,
y su rápido desplazamiento de un lugar a otro estaba de acuerdo con los métodos de labranza: éstos
consistían en el aprovechamiento de pequeños claros en el bosque, de los que obtenían fáciles cosechas, y
la consiguiente mudanza a sitios explotados de la selva. Todo parece indicar que ése fue un período de
relativa paz entre las tribus. La tierra era abundante y solo había que cortar los árboles. Pero hacia fines
del Neolítico, con el aumento en el número de explotaciones de, este tipo, y con menores probabilidades -
por lo tanto para la regeneración de los bosques y el suelo, ya existen signos de conflictos y luchas,
Pueblos guerreros, equipados con hachas de batalla, invaden el Danubio y saquean a los campesinos
establecidos desde más antiguo. Clark ha resumido sus interpretaciones de estos cambios ecológicos y
sociales del modo siguiente:

Los prehistoriadores han rivalizado en lo relativo a acentuar el contraste entré los primitivos
campesinos 'y los guerreros que vinieron después, sin ofrecer -no obstante- ninguna explicación que
resulte muy satisfactoria. Una explicación podría vincularse, ciertamente, con los efectos que tuvo,
sobre la historia humana, un Inmenso cambio ecológico provocado, involuntariamente, por los pas-
tores del Neolitico y su ganado. Cuando se produjo la crisis, sobrepasó, con mucho, el ámbito de los
animales y las plantas, y no solo afectó la base económica, sino toda la actitud vital de grandes seg-
mentos de la población de la Europa prehistórica. En muchos lugares, al menos, habían llegado a su
fin los buenos tiempos de los cultivos en el bosque. Se había acabado con la explotada fertilidad del
suelo virgen, y la potasa de los bosques quemados había sido absorbida.

También se puede ejemplificar la convergencia de las ciencias naturales y la arqueología, en la tarea de


aumentar nuestra comprensión de la conducta del pasado con el estudio del comercio y el intercambio
prehistóricos. Por medio de análisis petrográficos se puede identificar el tipo de piedra de las
herramientas, o los yesos y arenas utilizados en la fabricación de cerámica, y de esta manera el
arqueólogo puede tener una idea de las antiguas rutas comerciales y de los contactos entre los pueblos
prehistóricos.
Por ejemplo, durante el Neolítico se comerció mucho con un tipo particular de pedernal veteado, que
solo existe en Galitzia y en el sur de Polonia, manufacturado en forma de hachas y de otras
herramientas. En toda la zona que media entre los Cárpatos y el Báltico se encuentran utensilios hechos
con este tipo de piedra. En la misma zona geográfica y en las mismas tumbas -junto con las armas y
herramientas de pedernal veteado- hállanse ornamentos hechos con ámbar báltico. Se da aquí un
ejemplo evidente de comercio prehistórico, y es probable que estas dos sustancias -y los objetos hechos
con ellas fueran intercambiados recíprocamente. El conocimiento de esa ruta comercial es de vital
importancia para el arqueólogo que trata de interpretar la prehistoria de Europa Central y Oriental. La
ruta demuestra que en alguna época existieron contactos entre pueblos completamente separados, y
permite la posibilidad de que por la misma ruta se hayan difundido ideas, al mismo tiempo que objetos
y materiales.

La relación del comercio y los artículos de intercambio, con la difusión de ideas tecnológicas, es
un problema que viene muy al caso y está ilustrado por la industria del bronce en la Dinamarca
prehistórica. A fines del Neolítico, en la región que hoy es Dinamarca, se desarrolló una tradición de
forja del bronce, muy perfeccionada. Como ni en Dinamarca ni en los territorios inmediatamente
vecinos existen las materias primas necesarias para la obtención del bronce, es obvio que tanto los
materiales como las ideas han debido llegar desde alguna otra región. Los objetos comerciales no
pudieron bastar para el surgimiento de una artesanía del bronce en el lugar. Diversos artículos de
bronce habían llegado a Dinamarca desde el sur a mediados del Neolítico danés, pero el conocimiento
técnico de la manera de trabajar el metal no había sido transmitido junto con esos artículos. Cuando por
fin llegó la Edad de Bronce a Dinamarca, existían ya dos líneas principales de comercio del bronce que
coincidían en Jutlandia. Una de ellas tenía origen en el centro de Alemania y parece haber estado en
manos de intermediarios o comerciantes organizados. Esto se deduce del hecho de haber sido
descubiertas grandes cantidades de artículos alemanes de bronce, de ese periodo, a lo largo de las rutas
comerciales, como testimonio de la riqueza y organización del comercio. Aunque este comercio proce-
dente de la Alemania central hubo de estimular, indudablemente, el interés por los ornamentos y
utensilios de bronce entre los habitantes de la región, no parece haber sido, decisivo para el desarrollo
de la industria del bronce en Dinamarca. La segunda línea comercial procedía de Gran Bretaña. Su
volumen era mucho menor, y no existen evidencias de que estuviera tan bien organizada como su
competidora alemana; sin embargo, el comercio británico parece haber estado en manos de mercaderes-
artesanos. Estos artesanos viajeros fueron los hombres claves para la transmisión a los daneses del
conocimiento de la forma de trabajar el bronce. Esto puede verse claramente en las técnicas y diseños
particulares de muchos de los productos hechos en Dinamarca. A pesar de que el grueso de los metales
que alimentaban la industria danesa continuaron llegando desde el sur, artículos tan importantes como el
tipo de hacha-martillo fueron de inspiración británica.
Estos distintos procesos que tuvieron efecto en Europa desde el período Paleolítico y a través del
Mesolítico, Neolítico y las Edades de Metal, no revelan, con todo, la historia de los orígenes de la
domesticación de plantas y animales, ni los profundos efectos que estas invenciones tuvieron sobre la
sociedad y la cultura humanas. La agricultura y la, ganadería comenzaron en el Cercano Oriente, y es
en Irak, Egipto y el valle del Indo donde los arqueólogos pueden rastrear mejor la transformación
gradual de los cazadores y recolectores primitivos en productores de alimentos y, con el tiempo, en
habitantes de ciudades. De todas estas regiones, el Irak (el valle de la Mesopotamia y las sierras
linderas) no solo cuenta con la más completa secuencia de acontecimientos a lo largo de esta importante
fase de la historia humana, sino que parece ser el lugar donde la agricultura es más antigua. El arqueó-
logo Henri Frankfort ha demostrado convincentemente que la civilización egipcia predinástica recibió
su estímulo inicial de la Mesopotamia, mientras que las civilizaciones Harappa y Mohanjo-Daro, del
valle del Indo, derivan evidentemente de la misma fuente. El Irak, por lo tanto, parece haber sido una
especie de "vivero" de la civilización, así como las artes agrarias en las que aquélla se ha apoyado.
En los Montes Kurdos del Irak se han encontrado instrumentos de piedra tallada comparables con
algunos de los que se descubrieron en contextos paleolíticos de Europa y Asia, que hacen remontar,
probablemente, la presencia del hombre en esta región hasta nada menos que cien mil años. Esta forma
de vida cazadora y recolectora debe haber cambiado lentamente, porque en el yacimiento de Karim
Shahir. En los mismos Montes Kurdos, los arqueólogos han encontrado pequeños cuchillos de pedernal,
morteros y piedras de moler talladas, así como otros utensilios que indican una forma de vida muy
primitiva, la que puede situarse alrededor,, del año 6000 a. C. La diferencia más significativa entre los
yacimientos paleolíticos más antiguos y el de Karim Shahir es la presencia, en este último, de huesos de
cerdos y cabras. No es claro si estos animales estaban domesticados en esa época, pero su presencia junto
a los restos del hombre sugieren que constituían una parte importante de la alimentación.
Los próximos eslabones en la cadena cronológica de la ocupación humana, en el territorio del Irak, son
los dos primitivos establecimientos agrícolas de M'leffat y. Jarmo. Éstos representan las aldeas agrícolas
más antiguas que hayan sido exploradas jamás por un arqueólogo. M'leffat, en el norte del Irak, sobre el
río Zab Mayor, data probablemente de 5000 años a. C., o aún de antes. Sus habitantes no hacían
cerámica, pero labraban la tierra, como lo evidencian las impresiones de granos halladas en los restos de
lodo. De acuerdo con la cronología establecida por el radiocarbono, Jarrno ,se estableció por primera vez
alrededor de 4700 años a. C. Robert Braidwood, el excavador norteamericano, describe el yacimiento
como un montón de ruinas de poblados que abarcan alrededor de 1,21 Ha. de extensión y llegan hasta
una profundidad de 7,62 m. Al igual que Karim Shahir y M'Ieffat, está situado en una zona montañosa.
Las casas de Jarmo estaban construidas de barro y asentadas sobre cimientos de piedra. Braidwood y sus
colaboradores encontraron doce niveles arquitectónicos, cada uno construido sobre el inmediato inferior.
En los niveles más bajos no había cerámica; pero, situados en las casas, se hallaron hornos de arcilla y
braseros, quemados por el uso. Pequeñas puntas de pedernal, usadas como filos de hoces, así como
guadañas y azadones de piedra basáltica, reflejan la dedicación a la agricultura de los hombres que
construyeron estas casas. Además, se hallaron huellas de trigo, cebada y guisante en las paredes de barro
de las estructuras, donde habían quedado accidentalmente mezcladas con la paja que se uso para
consolidar el lodo. La mayoría de los huesos de animales encontrados entre los restos de Jarmo son de
especies domesticadas, sobre todo de ovejas y cabras de poca edad, lo que sugiere una selección como
resultado de la domesticación antes que de la caza. El lado religioso 0 mágico de la vida puede verse en
muchas estatuillas de animales y de "diosas madres", hechas de arcilla, que debían de ser posiblemente
ofrendas o ídolos vinculados con la fertilidad. Estas estatuillas son de arcilla sin cocer, pero en los
niveles -más tardíos del yacimiento aparecen, por fin, piezas de cerámica cocida. De todo esto resulta
claro que Jarmo marca un paso importante en el camino hacia la civilización, no sólo para la región del
Irak, sino -en razón de su prioridad- para gran parte de Eurasia. A partir del año 4700 a. C., la aldea va
establecida, mantenida por las cosechas y los animales domésticos, se convirtió en el centro de la vida del
Cercano Oriente.
Después de Jármo., las culturas Hassuna y Halaf, aproximadamente de-4400 y 4100 a. C.,
respectivamente, muestran una continuación de la tradición de aldeas rurales en el Irak. Para el año 3900
a. C., la cultura Ubaid. del Sur de la Mesopotamia, descubierta cerca de la famosa posterior a Ur de los
Caldeos, marca el comienzo de los grandes poblados. Estos, construidos con ladrillos de barro de tamaño
uniforme, parecen haber surgido alrededor de templos y mercados. Partiendo del conocimiento histórico
de ciudades posteriores del Medio Oriente, es probable que los templos de
Ubaid fueran al mismo tiempo una especie de mercado. Las primeras herramientas de cobre y de
bronce también datan de esta época, y existe un traslado significativo desde la lluviosa región de las
montañas hacia las secas llanuras de aluvión, de los grandes ríos. En esa región llana de los ríos, el
riego debe de haber sido necesario para mantener a la población de los grandes centros urbanos, y el
hecho de que el traslado desde las montañas hasta la llanura no se efectuara antes del momento en que
la población y las tecnologías fueran de la magnitud y complejidad necesarias para encarar el problema
del riego, tiene que ver, indudablemente, con esa circunstancia.
Después del año 3500 a. C., la tendencia a la concentración urbana alcanza las proporciones de
ciudades, en lo que Delougaz ha llamado la fase "protoliteraria" de la prehistoria mesopotámica. A
pesar de que el término "civilización" es, en muchos aspectos, demasiado subjetivo, su origen y su
sentido primitivos están relacionados con la idea de ciudad y con todo lo que ella significa. Desde este
punto de vista, la fase "protoliteraria" de la Mesopotamia está en los umbrales de la civilización. Los
poblados se transforman en ciudades. Las estructuras de los templos son de proporciones monumen-
tales, y están decoradas con complejidad. De acuerdo con lo que sabemos de los períodos literarios
posteriores, es probable que en esta época se hayan formado las ciudades-estados. La construcción de
canales en gran escala implica la existencia de conocimientos técnicos, de controles sociales y políticos,
y -probablemente- de leyes para la propiedad de la tierra y los derechos de riego. Durante la fase
"protoliteraria", como su nombre lo indica, hicieron su aparición las tablillas de arcilla con signos
pictográficos. Se trataba, probablemente, de registros vinculados con los templos y mercados, y son los
predecesores evidentes de la escritura cuneiforme, posterior, de los súmeros y babilonios.

Al esbozar esta historia del surgimiento de la civilización debe tenerse presente que el registro
arqueológico revela una predilección inevitable por el lado de lo material y tecnológico. Tales son las
cosas y las evidencias que permanecen después de que todo lo demás hubo perecido en la tierra. Por
cierto, tienen su importancia. El genio individual está limitado por su medio particular. El artesano del
Paleolítico Inferior, no importa cuán dotado fuera, no pudo contar con el conocimiento técnico
acumulado al que tuvieron acceso Benvenuto Cellini o Christopher Wren. El aumento y la
concentración de la población y la posibilidad general de disfrutar del tiempo libre, solo pueden darse
sobre la base de una producción eficaz de alimentos y de herramientas adecuadas. Sin embargo, no po-
demos medir por los demás aspectos significativos de la civilización con la vara de la economía y la
tecnología exclusivamente. Ellas ofrecen ciertas posibilidades, pero no determinan la forma Y el tipo
de organización política, las leyes, la moral, la religión y la estética. Sir Mortimer Wheeler, un
arqueólogo de mucha experiencia, escribe a ese respecto:

En una frase clásica se ha observado que una gran nación puede dejar tras de sí residuos de muy poco
valor. Y nosotros, como arqueólogos ¿habremos de darle la palma al súmero desconocido, que fue
enterrado en Ur con sesenta y tres soldados guarnecidos, con sirvientes y doncellas enjoyadas, con dos
carrozas y seis bueyes, o al nazareno desnudo que fue crucificado en el Gólgota entre dos ladrones? No
hago más que plantear la pregunta, pero no puedo dejar de sentir que, si la arqueología fuera el árbitro
exclusivo, no cabría ninguna duda acerca de la respuesta. Dennos armaduras y joyas todo el tiempo; pan
y circo es lo que queremos, siempre que el pan esté carbonizado y el circo esté bien provisto de mármoles
y bronces. Pero, por lo menos, en medio de nuestra gratitud por estas cosas, recordemos que existen otros
valores que no pueden ser apreciados en pulgadas, ni a través de muestras de suelos o de restos
enterrados.

Al pasar de la historia de la civilización en el Viejo Mundo a la del Nuevo, el arqueólogo se


encuentra con el problema que ha intrigado a exploradores, historiadores y filósofos desde el mismo día
en que los conquistadores españoles vieron aparecer, delante de sí, las sorprendentes ciudades de México
y el Perú. Estas civilizaciones nativas de las Américas ¿fueron creaciones independientes del hombre, en
este hemisferio, o estaban vinculadas de alguna manera con el Asia y el Cercano Oriente? No es nada
imposible (en realidad, hasta puede decirse que es probable) que hayan existido algunos contactos
precolombinos, a través del Pacífico, entre las altas culturas del centro de América y las del Asia. La
posesión común de ciertas plantas domésticas, como él algodón y el ñame, así como de algunos artículos
hechos por el hombre y algunas técnicas de naturaleza bastante específica, es algo difícil de explicar de
otro modo.

La cuestión fundamental es si estos contactos fueron o no significativos para el crecimiento de las


civilizaciones del Nuevo Mundo. La mayoría de los arqueólogos americanos creen que no fueron de gran
importancia. Los aborígenes de América fueron tipos raciales peculiares, cuyas relaciones con los
pueblos mongólicos del Asia son solo de índole general. Los idiomas indios de México y del Perú no
tienen afinidades con los troncos lingüísticos del Viejo Mundo. Finalmente, la mayor parte del contenido,
manufacturas y costumbres de las civilizaciones precolombinas es único, y diferente en su estilo y forma,
de las del Asia, la India o el Cercano Oriente. A pesar de ello, hay varias similitudes sorprendentes en la
forma de crecimiento y cambio de las civilizaciones del Viejo Mundo y de las de América. Estos son
paralelos del tipo que Spengler, Toynbee y otros han estudiado, es decir, paralelos en el surgimiento y
caída de las grandes civilizaciones de todo el mundo.
Por ejemplo, los arqueólogos norteamericanos han descubierto datos acerca de los comienzos de una
agricultura nativa en México y el Perú, basada en el maíz,- en el segundo y primer milenio a. C. Las
primeras aldeas agrícolas establecidas en. la costa peruana no difieren mucho de la comunidad de agri-
cultores primitivos descubierta en Jarmo, en el Viejo Mundo. A estos primeros establecimientos
peruanos sucedieron, a su vez, otros más grandes, en los que se incorporaron templos y edificios públicos;
y éstos, posteriormente, dieron paso a grandes poblados o ciudades, construidas con ladrillos de barro de
tamaño uniforme, en las que se concentró el comercio y el control político. Todo esto ocurrió siglos antes
del Imperio Incaico, que encuentra su propio paralelo en algunos de los Estados y reinos conquistadores
de la Mesopotamia, de los que existen documentos históricos.
Por supuesto, todavía no podemos responder a la pregunta de por qué existen estas similitudes en el
desarrollo cultural entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Los efectos del contacto entre pueblos y
civilizaciones no siguen reglas fijas; o, si lo hacen, el arqueólogo y el antropólogo todavía no las han
descubierto. Puede ser que una tripulación de viajeros asiáticos haya motivado profundos cambios en los
pueblos del Nuevo Mundo, ejerciendo influencias poderosas y de largo alcance. Por otra parte, la
posibilidad de un desarrollo esencialmente independiente no puede ser descartada.
Esta consideración la de que pueblos y sociedades sin vinculación histórica sigan cursos similares de
transformación en el desarrollo de su civilización, nos vuelve al problema de la naturaleza de la
arqueología o de cualquier disciplina vinculada con ella que tenga como objeto de estudio todo el campo
de la historia humana. Para que ahora y en el futuro nos resulten de provecho los conocimientos brinda-
dos por la historia y la prehistoria, debemos extraer generalizaciones o "leyes" de 1a multitud de detalles
particulares. Al mismo tiempo, los arqueólogos deben ser lo bastante humanistas en su actitud como para
buscar y apreciar las causas múltiples y complejas que llevan al crecimiento y decadencia de las culturas.
Pueden existir "leyes", o regularidad, en el curso de los acontecimientos humanos que llevan a la civili-
zación, pero no es probable que se trate de simples formulaciones materialistas-deterministas. El hombre,
por cierto, ha vivido siempre dentro de los límites que le imponen su propia naturaleza biológica, el
ambiente geográfico, el clima y los otros hombres. Lo que queda de él muestra que siempre ha luchado
contra estas fuerzas limitadoras. Al principio de las edades era el mundo desconocido y aterrador del
período glacial el que lo abrumaba, y él no poseía casi nada, ni siquiera compañía abundante.
Gradualmente se liberó de estas cadenas para gozarse en la creación de riquezas materiales e inmateriales.
Puede ser que, al hacer esto, se hayan colocado nuevas cadenas, atándose a una existencia urbana que
también lo amenaza y lo disminuye. Pero si algo nos enseña la arqueología, es que el hombre es
resistente, flexible y valeroso.

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