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SAPIENS (De Animales a Dioses)

Reseña informal comentada del libro “De Animales a Dioses” de Yuval Noah
Harari, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Subtítulo: Breve historia de la humanidad. Fue publicado en inglés en 2013,
en español en 2014 y en Colombia en 2015, siendo esta última la edición que
utilizo. El libro es un best-seller y ha sido traducido a 30 idiomas. El profesor
Harari también ha producido un extraordinario MOOC (en Coursera) con
más de 100.000 estudiantes en dos ediciones, sobre el mismo tema del libro.
Este autor estará próximamente en Cartagena en el Hay Festival. Autor de la
reseña comentada: Jorge Sénior

INTRODUCCIÓN
Esta nota feisbukera no es una reseña académica, pues no cumple sus
requisitos. Su propósito es no sólo recomendar la lectura de este libro sino,
además, comentar libremente su contenido, el cual coincide en gran parte
con otra nota que publiqué hace algunos meses en este muro bajo el título
“El Gran Relato”.
En efecto, el texto es un gran relato de la epopeya humana. Hace parte de un
género llamado Macrohistoria que, en buena hora, parece estar cogiendo
auge, en contravía de la tesis posmodernista de la desaparición de los
metarrelatos. De hecho es un meta-meta-relato pues engloba a las distintas
ideologías, religiones y sistemas de pensamiento, fundamentándose hasta
donde le resulta posible en avances recientes de la ciencia (la frase “hasta
donde sabemos” o similares aparece varias veces). Se trata entonces de
responder “hasta donde es posible hoy” las tres preguntas clásicas: ¿de
dónde venimos? ¿Qué o quiénes somos? ¿Adónde vamos?
Este mismo gran tema con sus tres preguntas clásicas fue abordado por
Edward Wilson en su libro La conquista social de la Tierra,
publicado en noviembre de 2012, es decir, poco antes del libro de Harari, a
quien nos referiremos en adelante por sus iniciales YNH. Y es el tema de un
cuadro de Gauguin. Es significativo que Wilson sea biólogo (entomólogo y
conocido como el padre de la Socio biología) y que YNH sea historiador (por
cierto, el autor israelí muestra cierta debilidad en su formación biológica, así
como Wilson en la formación histórica, lo que indica la necesidad de un
trabajo en equipos interdisciplinarios más que autores individuales para
profundizar esta línea de investigación; YNH, por ejemplo, parece que no ha
entendido bien cómo se produce el proceso de especiación y su obra trae
errores en este aspecto o la otra explicación es que se toma libertades
literarias excesivas: ver páginas 17 y 30). Es claro que esto hace parte de la
tendencia que hemos llamado la biologización de las ciencias sociales.
Después de un tiempo en que la historiografía, por orfandad de teoría, se
hundió en la microhistoria, ha vuelto a renacer la visión de conjunto,
primero desde autores con base biológica (como Jared Diamond y Steven
Pinker, cuya influencia se nota en YNH) y luego por los propios
historiadores, al menos por aquellos que se atreven a pensar en grande.
No hay duda que los avances en genografía (que se fundamenta en la
genética de poblaciones y la biología molecular) y en neurociencia (con base
en fRMI y otras tecnologías) han tenido un impacto gigantesco en el
conocimiento de la historia y la prehistoria, humanas y homínidas. Nótese
que todo surge a partir de nuevas técnicas de investigación creadas en los
últimos 25 años, las cuales abren el acceso a información que antes nos
estaba vedada. La lección para los científicos sociales es que deben estar
abiertos y receptivos a la innovación técnica de la investigación y no
fosilizarse en los viejos métodos tradicionales.
En resumen, el libro en cierto sentido expresa el estado del arte de la
macrohistoria, pero también introduce la visión y los aportes originales del
autor desde su reflexión personal. Esto significa que estamos ante un ensayo,
no un texto científico como tal. Pero su marco de referencia es la ciencia. No
me atrevo a catalogarlo como ensayo filosófico, pues eso sería estrechar sus
alcances, sesgarlo hacia los vicios profesionales de los filósofos, con lo cual
perdería la frescura que de hecho tiene. Tal vez podría considerarse un
ensayo de divulgación en su mejor sentido: poner al alcance del público
general los desarrollos científicos y reflexionar sobre sus implicaciones.

PÚBLICO LECTOR
Este libro no utiliza terminología rebuscada ni se enzarza en discusiones
academicistas, por lo que es perfectamente accesible a un estudiante de
educación media y de ahí en adelante a personas de cualquier profesión o
formación (sería muy recomendable para estudiantes y maestros
de secundaria y de universidad). El autor elucubra hipótesis de gran
alcance pero al mismo tiempo narra situaciones concretas, de tal modo que
el escrito va y viene entre el nivel concreto y el nivel abstracto, que suele ser
siempre el más difícil. Es una buena exposición didáctica con ocasionales
giros que pueden sorprender inteligentemente al lector. Lo que si puede
suceder es que choque con los prejuicios y dogmas de tipo religioso o
ideológico que pueda tener el eventual lector. Advertencia: Ningún sistema
de pensamiento queda indemne, no queda títere con cabeza. Todas las
ideologías religiosas, políticas y económicas quedan categorizadas como
mitos o ficción, lo cual no impide que el autor sopese los aspectos
funcionales reales que generan (efectos sociales y psicosociales que pudieran
considerarse positivos).

PERIODIZACIÓN Y ESTRUCTURA
El autor retoma una periodización de la historia humana que ya tiene
bastante consenso, la cual establece tres momentos críticos o revoluciones:
(1) la revolución cognitiva del paleolítico tardío hace 70.000 años, (2) la
revolución agraria del neolítico hace 12.000 años y (3) la revolución
científica (en estos últimos 500 años) que da paso a la modernidad (por
qué etiquetarlo con la revolución científica y no con la revolución industrial,
el capitalismo o la modernidad es algo que se implica en el texto). Nótese que
el paso “del mito al logos” en la antigua Grecia, que tanto encanta a los
filósofos, no se incluye y, de hecho, ni siquiera se menciona. Esto podría
entenderse de dos formas: (a) o la tesis de YNH niega o borra esa partición,
(b) o simplemente no aparece por su menor relevancia. Soy partidario de la
interpretación b.
En términos demográficos, en el estadio 1, algunos milenios después de la
revolución cognitiva, la humanidad ronda el millón de personas en el viejo
continente (aún no hay gente en Oceanía y América). Hoy cabrían todos en
una ciudad mediana. En la época de la revolución agraria, en el neolítico, la
población global en los cinco continentes alcanza el orden de magnitud de 10
millones. Algo así como la población del Caribe colombiano. En la época de
Colón había unos 500 millones de Sapiens y hoy ya rebasamos los 7.000
millones. Ahora bien, entre la revolución cognitiva y la agraria, había por lo
menos otras cuatro especies humanas, especies del género homo, distintas al
Sapiens: reductos de Homo Erectus (la más exitosa especie de homínidos por
su extensión y duración) en Asia Oriental, Denisovianos en Asía Central,
Neandertales en Medio Oriente y Europa y los extraños “pigmeos” de la isla
de Flores. Estas especies se extinguieron en ese período.
La estructura del libro tiene 20 capítulos distribuidos en cuatro partes. La
primera, la segunda y la cuarta corresponden a las tres revoluciones
mencionadas y se interpola una tercera parte bajo el título: La unificación
de la humanidad. Un breve epílogo cierra las 450 páginas de impactante
lectura. El título del epílogo es: El animal que se convirtió en un dios.
REVOLUCIÓN COGNITIVA
La revolución cognitiva que vivió el Homo Sapiens en el paleolítico tardío, es
un hecho que se evidencia por sus efectos, pero sus causas se desconocen,
aunque se supone debieron ser cambios genéticos. Por esta razón YNH no se
detiene mucho a analizar las posibles causas sino sus efectos: una ínfima
población de Sapiens, que estuvo al borde la extinción en el noreste africano,
en unos cuantos milenios se desparrama por todo el globo, detona una
explosión cultural, se dispara demográficamente, extingue a las otras
especies humanas y a la mitad de la megafauna existente (sobre todo al
irrumpir en Oceanía y América) y, finalmente, se consolida en la cima de la
cadena alimentaria como el más extraordinario depredador. Una gesta
verdaderamente épica y letal.
Alrededor de esta epopeya vital, YNH baraja diversas hipótesis, para luego
pintarnos el panorama de una sociedad paleolítica “opulenta”, con una dieta
diversa y saludable, pocas enfermedades y mucho tiempo libre, aunque
desde luego no todo era color de rosa, pues la vida rústica es dura (YNH le
sigue la línea al enfoque de la psicología evolutiva). El “caso judicial” de la
culpabilidad del Homo Sapiens en tales extinciones no se ha cerrado, pero
los indicios apuntan a su condena.
La idea central de esta primera parte es la siguiente: la revolución
cognitiva es lingüística y social. El lenguaje repotenciado por nuevas
capacidades neurales confiere a los miembros de la especie no sólo la
posibilidad de transferir mayores volúmenes de información, sino además
capacidades de cooperación a mucha mayor escala (lo que Wilson llama la
“eusocialidad”, clave del poderío humano) y la posibilidad de crear ficción.
En el origen fue el chismorreo al calor del hogar, sugiere YNH (bueno, otros
autores hablarían de inteligencia social, teoría de la mente, tecnología social,
etc). Como sea, con esta nueva herramienta cognitiva, la imaginación se
amplifica exponencialmente, extendiéndose en el espacio, el tiempo y las
combinatorias de representaciones (recordar a Hume), con independencia
de la verdad y la mentira.
La respuesta de YNH a la pregunta por la eusocialidad es muy distinta a la de
Wilson. Para éste el asunto es de selección de grupo, cuidado del
“nido” y coevolución genético-cultural. Para YNH se trata del poder
de la ficción para generar creencias compartidas, las cuales
constituyen el “pegamento mítico” que permite la cooperación a gran
escala entre extraños (como las redes de comercio, por ejemplo). YNH
plantea el tema de la relación biología y cultura (o biología e historia) como
una especie de bifurcación a partir de la revolución cognitiva en la cual la
cultura gana una notoria independencia frente a la biología, aunque ésta
sigue siendo el marco que impone los límites. Es cierto que la evolución
cultural es más rápida y flexible que la biológica, pero eso no significa que
ésta desaparezca del radar. YNH no parece concebir que la evolución
biológica no se detuvo hace 70.000 años, lo cual es un craso error. Cuando
más adelante en el libro, trata el tema de las razas, YNH minusvalora el
impacto de la biología y al hacerlo cae en el mito de lo “políticamente
correcto”. Ya sea que niegue la evolución biológica reciente o que la
considere irrelevante, en mi concepto YNH se equivoca. Y además,
desconoce el concepto de coevolución biológico-cultural, que es muy
fecundo.
El punto es que, según YNH, con la revolución cognitiva el Homo Sapiens
empieza a vivir en una realidad dual. Por un lado está la realidad objetiva
que todo animal enfrenta. Y por otra parte está la realidad intersubjetiva,
que a pesar de ser pura imaginación social, puede presentarse ante el
individuo con la misma fuerza de la realidad objetiva, como todos sabemos
por experiencia propia. Esta idea es muy potente. A estos constructos
sociales o creencias compartidas, YNH los denomina “órdenes imaginados” y
en última instancia, son mito o ficción. El concepto de “orden imaginado”
es más amplio y abarcante que otros conceptos tradicionales como
“ideología” (Marx), “instituciones” (Veblen), “epistemes” (Foucault). Una
manera fácil de representarlo es como aquello que desaparece si desaparece
el ser humano, pues sólo se sostiene por la creencia de éste.
Resumiendo, según YNH, estos mitos o ficciones son el secreto del
éxito humano, la clave de la cooperación a gran escala (eusocialidad).

REVOLUCIÓN AGRARIA
Después de un cambio climático que trajo tiempos más cálidos, en el lapso
que va entre 11.000 años a.p. (antes del presente) y 4.000 años a.p., los seres
humanos domesticaron diversos animales herbívoros y plantas en por lo
menos 10 epicentros independientes en Asia meridional, África
subsahariana, Nueva Guinea y las Américas, y desde allí se diseminó la
agricultura y la ganadería por muchos territorios (ver también Jared
Diamond). Hay que aclarar que primero se había dado la domesticación del
lobo en Europa hace unos 30.000 años. También es bueno dejar claro que el
uso agropecuario del suelo, hasta hace unos 600 años, no pasaba del 2% de
la superficie del planeta Tierra o 14% de la parte terrestre, esto es, 11
millones de kilómetros cuadrados.
Más que domesticación, la relación entre el ser humano y algunas especies es
un caso de mutualismo, pues es de doble vía. Por ejemplo, el autor narra
cómo el trigo domesticó al animal humano. YNH baraja las hipótesis de
mayor consenso sobre cómo se dio este paso de la vida nómada en cuadrillas
de cazadores recolectores a la vida sedentaria en aldeas de agricultores y
ganaderos, pero nunca utiliza el concepto de selección de grupo (no genética
en este caso).
Su tesis central es que la revolución agraria fue el mayor “fraude” de
la historia. Si bien la agricultura-ganadería no obedeció a un plan
consciente de largo plazo, sí fue el producto de una sucesión de decisiones
graduales de algunos grupos humanos en un plazo relativamente corto. Cada
paso era visto como una mejora o ventaja, por ejemplo para asegurar y
facilitar el abastecimiento de alimentos. El resultado no esperado es que la
vida si acaso mejoró para unos pocos y empeoró para la mayoría, en razón de
que se incrementó y rutinizó la jornada laboral, y que la vida sedentaria en
aglomeraciones propició la difusión de enfermedades infecciosas y los
problemas de seguridad debidos a guerras y robos. Las consecuencias no
planeadas fueron el crecimiento demográfico y la estratificación social. YNH
no abunda en el análisis de la esclavitud y el surgimiento de clases sociales y
propiedad privada, pero si enfatiza en la “trampa del lujo”. El aumento de
la producción benefició al colectivo pero no a los individuos.
Hace 10.000 años había entre 5 y 8 millones de cazadores recolectores
nómadas. Hace 2.000 años sólo quedaban de 1 a 2 millones de cazadores-
recolectores pero ya había 250 millones de agricultores-ganaderos en el
mundo. Es entonces evidente el triunfo demográfico de la agricultura, pero
existe una discrepancia entre el éxito evolutivo y el sufrimiento
individual. Los humanos cayeron en la trampa sin siquiera darse cuenta y
sin reversa posible, y asimismo aconteció con los animales y plantas que
“aceptaron” el “acuerdo fáustico” con los Sapiens.
El profesor Harari en varias partes de su libro argumenta un punto de vista
que resultará muy grato para las nuevas sensibilidades que tocan las fibras
de los grupos animalistas. La alianza mutualista significó un gran éxito
para las especies involucradas. Actualmente hay 300 millones de toneladas
de humanos y 700 millones de toneladas de animales domésticos, mientras
que los animales salvajes terrestres a duras penas alcanzan una biomasa de
100 millones de toneladas. En otras lecturas he visto datos un poco distintos
pero la idea es la misma: el mutualismo con los humanos fue un notable
éxito evolutivo (por ejemplo, apenas hay un lobo por cada 2.000 perros).
Pero las plantas y, sobre todo, los animales, pagaron un precio alto por ese
acuerdo fáustico. Las plantas se volvieron totalmente dependientes de los
humanos y los animales se vieron atrapados en formas de vida anómalas,
sujetos a una selección artificial a la medida de los intereses humanos que no
necesariamente coinciden con los intereses de los animales más allá del
traspaso de la herencia genética. Al humano puede interesarle el bienestar
físico del animal de granja pero no su bienestar psicológico y hoy sabemos
que mamíferos y aves tienen necesidades en ese aspecto. El asunto llegó al
extremo después de la revolución industrial que convirtió al ser vivo en un
simple tubo acumulador de carne que sufre una vida realmente terrorífica en
una cinta de producción en serie. Hoy por hoy sacrificamos
50.000.000.000 de animales cada año, siete veces la población
humana (y aun así hay hambre en el mundo). YNH considera a la
industria pecuaria el mayor crimen de la historia.
La moraleja es que no hay justicia en la historia. Temas como las
jerarquías sociales, los problemas raciales y de género, dejan aún muchas
preguntas por resolver. De todos modos las sociedades agrarias dieron paso
a organizaciones sociales más complejas y jerarquizadas con una nueva
concepción del tiempo, mejores tecnologías y basadas en órdenes
imaginados (tecnologías sociales, instituciones, religiones, sistemas
políticos) de mayor alcance y dimensión.
Un orden imaginado no es una conspiración malvada ni un espejismo
inútil, no es ni un fraude ni una charada. A diferencia de lo que hacen las
teorías conspirativas que tanto pululan en las redes sociales, un constructo
social de esta índole no puede ser explicado con base en el cinismo de las
élites poderosas. Es posible que en esas élites haya personas que sólo
simulan compartir la creencia, pero se necesita que la mayor parte de la élite
y de la población realmente crea en ese orden imaginado, de ahí su fuerza y
permanencia. El concepto de orden imaginado hace referencia a un orden
intersubjetivo que modela al mundo material y a nuestros deseos
permitiendo la cooperación a gran escala y su variabilidad no es una mera
función de la genética. Una sociedad no puede prescindir de ellos y si alguno
decae debe ser reemplazado por otro (al estilo de lo que afirmaba Kuhn de
los paradigmas en la ciencia). Al ser algo imaginado es difícil de sostener a
medida que crece el tamaño y complejidad de la sociedad. Hace 5.500 años
los sumerios inventaron la escritura, una especie de memoria
exosomática inicialmente al servicio de la burocracia (ver mi artículo sobre
la exosomatización del conocer titulado El giro ingenieril de la
epistemología en Academia.edu ).
En China, Egipto y otros lugares pasó algo similar. Tal tecnología posibilitó
el surgimiento de los imperios.

LA UNIFICACIÓN DE LA HUMANIDAD
En la parte III del texto, YNH abarca el período histórico de la antigüedad y
la edad media sin necesidad de seguir una secuencia cronológica. Más bien
hace comparaciones sincrónicas interesantes y utiliza un enfoque analítico.
En esta sección el autor deja plasmada su filosofía de la historia. El
historiador o quien se aproxima a la historia no debe desconocer la asimetría
existente entre pasado y futuro. YNH defiende, como casi todo el mundo
hoy, una idea de la historia humana como un proceso contingente e
impredecible en contraste con la más tradicional visión hegeliano-
marxista de otrora, de tipo determinista. Al igual que en el caso de genética e
historia, aquí también YNH considera que “las fuerzas geográficas, biológicas
y económicas crean limitaciones pero dejan un amplio margen de maniobra”
(p. 267), no restringido por una supuesta ley determinista (el autor no
aprovecha el concepto de “accidente congelado”). Esto no le impide
reconocer que a escala de milenios la historia humana muestra una clara
dirección general hacia la unidad (el término “globalización” nunca
aparece en el texto).
Fue en el primer milenio antes de nuestra era que arraigó la idea de un
orden universal. El primer orden universal fue económico, el orden
monetario. El segundo fue político, el orden imperial. El tercero fue
religioso, como el budismo, el cristianismo y el islamismo. Cada uno tiene
su capítulo en el libro. YHN saca a la luz la cara menos percibida de cada
fenómeno. Por ejemplo, sobre el dinero dice que “es el más universal y más
eficiente sistema de confianza mutua que jamás haya sido inventado”.
Asimismo muestra las dos caras de los imperios y en el balance de las
religiones el monoteísmo sale mal parado por su sangrienta y criminal
intolerancia histórica, en comparación con el politeísmo.
Resulta curioso encontrar, de todas maneras, un cierto eco hegeliano en la
idea de la contradicción como motor de cambio. Sin embargo, las
contradicciones que interesan al autor son las que viven internamente las
culturas, por ejemplo, la que hay entre cristianismo y caballería en la
edad media o entre libertad e igualdad en la época moderna. Las
contradicciones internas de las culturas y sus consecuentes disonancias
cognitivas suelen ser comunes y constituyen una ventaja vital para su
dinamización.
En resumen, la historia es ciega y no es función del bienestar
humano. Un aporte original de YNH es mostrar que esta idea es común a
enfoques tan distintos como la memética, el posmodernismo y la
teoría de juegos. Harari reconoce que el papel del individuo es de escasa
influencia en el curso de la historia.
Fiel a su concepto de “órdenes imaginados” y explotando al máximo su
potencial, YNH redefine religión e ideología política, diluyendo sus fronteras.
La religión sería entonces “un sistema de normas y valores humanos que se
basa en la creencia en un orden sobrehumano”. Nótese que “sobrehumano”
no equivale a “sobrenatural”. Por eso puede haber, según YNH, religiones
de ley sobrenatural (animismo, politeísmo, dualismo, monoteísmo) y
religiones de ley natural como el liberalismo, el comunismo, el
capitalismo, el nacionalismo y el nazismo. Todas ellas sirven de
legitimadores de algún orden social, así sean en última instancia mitos o
ficciones, y a nivel popular suelen devenir en sincretismos de toda índole.
Por otra parte, el fútbol no es una religión pues sus normas son
admitidamente humanas y las teorías científicas normalmente tampoco,
pues de ellas no se derivan normas o valores (aunque puede suceder que las
ideologías la utilicen a su conveniencia). Sobra decir que el derecho natural
sería otro mito o ficción.
Otro aporte interesante es el análisis comparativo entre tres “religiones
humanistas”: liberalismo, socialismo y nazismo. YHN las presenta
como las tres sectas rivales en que se divide el humanismo y que luchan por
la definición exacta de “humanidad”. En las dos primeras se manifiesta la
herencia cultural del monoteísmo según en el énfasis en la libertad o la
igualdad. El nazismo, con su visión evolucionista de la naturaleza humana,
aparentemente pasó a la historia pero nos dejó una asignatura pendiente: la
eugenesia (ver el texto de Habermas El futuro de la naturaleza
humana y mi publicación en la revista Advocatus y Academia.edu Utopía
y naturaleza humana).
Resalto la pregunta final de este acápite: “¿cuánto tiempo más
podremos mantener el muro que separa el departamento de
biología de los departamentos de derecho y ciencia política?”.

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
De una hermosa manera logra YNH expresar la mentalidad de la ciencia
moderna al describir su surgimiento como “el descubrimiento de la
ignorancia”. Y América, el nuevo mundo, tuvo mucho que ver con ello.
Esto es más poético que exacto pues ya los griegos, desde los jónicos hasta
los alejandrinos, habían hecho ese “descubrimiento”, pero sirve para
expresar la modestia intrínseca de la ciencia y su espíritu antidogmático. A
esta disposición a admitir la ignorancia, YNH le agrega otras dos
características claves, “la centralidad de la observación y de las matemáticas”
y “la adquisición de nuevos poderes”, desarrollando tecnologías (p. 279).
En esta sección, YNH narra cómo la articulación ciencia, tecnología,
capitalismo, imperio e idea de progreso llevaron a la humanidad a un
punto de inflexión en su breve historia, una verdadera encrucijada cósmica
en la epopeya humana. Es la misma idea básica que expusimos en El Gran
Relato, pero con otros matices.
De los siete procesos que transformaron a Europa y al mundo entre 1430 y
1830, YNH sólo menciona la mitad, es decir, 3,5. Los que el autor no
menciona son: el Renacimiento, la Reforma Protestante, la Revolución
política inglesa de 1688 y la Ilustración. Mientras que la exploración y
expansión geográfica de los europeos, la revolución científica, la revolución
francesa y la revolución industrial, sí que son mencionados. Y de ellos la
revolución científica ocupa el lugar preponderante. Las razones son obvias.
En 1.500 había 500 millones de Sapiens que producían 250 mil millones de
dólares (actuales obviamente) y consumían 13 billones de calorías.
Quinientos años después somos 7.000 millones, producimos 60 billones de
dólares y consumimos 1.500 billones de calorías. En medio milenio la
población se multiplicó por 14, la producción por 240 y el consumo calórico
por 115. La producción por cápita se multiplicó por 17. Un salto abismal.
Algo realmente asombroso.
Europa fue la locomotora de este proceso, pero durante la primera mitad de
estos últimos 500 años la sociedad europea estaba lejos de tener una
superioridad sobre otras civilizaciones. En 1.775 Asia era el 80% de la
economía mundial. Sólo China e India representaban dos tercios de la
producción planetaria. Claro que en los tres siglos subsiguientes a los viajes
de Colón, Europa había extraído buena parte de la riqueza de América y
aunque YNH no hace referencia explícita a la acumulación originaria del
capital, de hecho está narrando ese proceso. La superioridad europea se
construye entre 1.750 y 1.850 con la revolución tecnológica industrial y su
vanguardia es el Imperio Británico, seguido por otros países de Europa
Occidental. Nota: YNH ejemplifica este proceso recordándonos que el
Imperio Británico apoyó a sus carteles de la droga atacando a China en las
guerras del opio y apropiándose de Hong Kong a mediados del siglo XIX,
mientras que la Compañía Británica de las Indias Orientales ya se había
apoderado de la India desde siglos anteriores, llegando a tener bajo su
dominio a la quinta parte de la humanidad.
La pregunta clásica es ¿por qué fue Europa y no Asia? (el continente
más poblado y con grandes civilizaciones como China, Japón, India o Persia;
ejemplo contrafáctico: China hubiera podido disputar el dominio de América
y luego de Oceanía). Mi respuesta alude a los 7 procesos, pero el profesor
Harari se centra en el círculo virtuoso que articula exploración,
conocimiento/ignorancia, crédito e inversión productiva, en un
marco político imperial basado en el espíritu de conquista de la
mentalidad europea. Dos “sabios imperialistas”, Henry Rawlinson y
William Jones le sirven a YNH para ilustrar el punto.
España y Portugal abrieron la ruta imperial europea, pero no desarrollaron
el credo capitalista que se basa en el círculo virtuoso: confianza en el
futuro > crédito > inversión > ganancias > pago de crédito > más
confianza en el futuro. Nótese que el concepto “confianza en el futuro”
tiene una conexión íntima con la idea de progreso, una novedad en la
historia humana. Los holandeses primero, seguidos por los ingleses y luego
otros países, sí potenciaron ese bucle psico-económico que equivale a una
profecía autocumplida. Y no sólo eso, también asumieron a plenitud el credo
baconiano: el conocimiento es poder, cuyo círculo virtuoso es: recursos >
investigación > poder > más recursos. Es lógico que YNH ni siquiera
mencione a Descartes, y en cambio haga énfasis en Bacon. Los filósofos
han popularizado la idea mítica de que Descartes inauguró y modeló la
modernidad con su pensamiento. Disiento de esa tesis idealista por múltiples
razones, pero no es el caso discutir eso aquí, baste decir que coincido
plenamente con YNH en este punto, aunque no me satisface del todo la
manera un tanto ligera en que el autor aborda la relación entre técnica y
ciencia, que son dos formas de conocimiento diferentes que no siempre han
estado tan imbricados como hoy.
La descripción del capitalismo que hace YNH pone a la confianza en el
futuro y la idea de progreso como piedra angular. La máquina
capitalista se asemeja a esos negocios que llamamos “pirámides”, es una
máquina de movimiento perpetuo que no puede detenerse porque se
derrumba. El efecto es una sociedad ultradinámica como la historia no había
visto, una sociedad en revolución permanente. La máquina a veces se traba
un poco, sufre una que otra crisis circunstancial, pero en términos generales
ha cumplido con el valor supremo de este sistema, su oxígeno vital: el
crecimiento, tal y como vimos en los datos expuestos más arriba. Lo que ha
permitido que esta “pirámide” funcione ha sido la extracción de riqueza en
los “nuevos” continentes en una primera etapa y luego, a partir de la primera
revolución industrial, la innovación tecnológica, que no solo incrementa
la productividad sino que además abre nuevos sectores económicos.
Entonces surge la pregunta que se planteó el Club de Roma en 1972: ¿es
ilimitado el crecimiento? Estoy de acuerdo con YNH, el problema no es
energético, ¡es la ecología, estúpido!
Capitalismo y medio ambiente no se llevan bien. Dice YNH: mientras el
cristianismo y el nazismo mataban por odio (yo añadiría el yihadismo
islámico pero el autor israelí se cuida de hacerlo), el capitalismo, en
cambio, mata por indiferencia. Así fue durante la época del tráfico de
esclavos y así es ahora con la pobreza y la exclusión. Así es también con la
naturaleza. Ya mencionamos el horror de la industria cárnica global.
El punto es que el capitalismo necesita dos patas: el estado y el mercado.
Creer en el libre mercado, dice YNH, es como creer en Papa Noel. El estado
es necesario para regular los mercados y garantizar la confianza en el
sistema. Ya desde el inicio, todo el proceso imperial europeo fue lo que hoy
llamamos una gran “app”, una “alianza público privada”. YNH muestra el rol
de vanguardia que jugaron la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y
la Compañía Holandesa de las Islas Occidentales, al igual que sus
equivalentes británicos más una serie de compañías que colonizaron
Norteamérica con ejércitos mercenarios. Los franceses hicieron lo propio,
por ejemplo con la Compañía del Mississippi. YNH toca apenas
tangencialmente cómo los británicos derrotaron a los holandeses en Nueva
York, pero profundiza un poco más en cómo le ganaron a los franceses en
esta competencia de estados y capitales privados. Según YNH la razón
fundamental fue que “Gran Bretaña consiguió ganarse la confianza del
sistema financiero, mientras que Francia demostró no ser de fiar” (p. 355).
La revolución permanente del proceso capitalista, siempre creciente a pesar
de crisis y fluctuaciones, amplía la base de consumo y genera una nueva
ética consumista que promete el paraíso en la Tierra y que se
complementa perfectamente con la vieja ética capitalista, como dos caras de
la misma moneda (el mandamiento supremo de la élite capitalista es:
¡invierte! Y el de las mayorías consumidoras: ¡compra!. Es un nuevo
modelo de sociedad con un orden fluido. Estado y mercado desplazan a
viejas instituciones como la familia y la comunidad, liberan a mujeres,
jóvenes y minorías de viejas cadenas para que entren en el juego económico
y político, logran una retirada relativamente pacífica de los viejos imperios.
El estado y el mercado son el padre y la madre del individuo. Y
como sustitutos emocionales de los viejos lazos tribales se afianzan las
“comunidades imaginadas” a manera de nuevas identidades. Naciones y
tribus de consumidores (clubes de fans, hinchadas de equipos, vegetarianos,
ecologistas, etc) son realidades intersubjetivas como el dinero, los derechos
humanos y las sociedades anónimas.
En un acápite sobre paz y violencia, el autor le sigue la línea a Pinker, en el
sentido de que vivimos en una época de paz, si se mira desde el punto de
vista histórico, y Surámerica ha sido vanguardia en este asunto, incluso antes
que Europa. Hoy el suicidio genera más muertos que el crimen y el crimen
más que la guerra, aunque los noticieros invierten esta realidad comprobada
estadísticamente. La paz mundial es una realidad en ciernes porque estamos
asistiendo a la formación de un imperio global. Ahora bien, el autor no
desconoce que es una Pax Atómica, tenemos la tecnología para acabar con la
humanidad (no con la naturaleza), pero nos salva por ahora que la guerra
nuclear no es negocio. Nota: en el tema de la violencia no podía estar ausente
Colombia, por supuesto, que es mencionado como un estado débil al lado
de Somalia (p. 404).
Un crecimiento económico gigantesco, unos avances tecnológicos
fantásticos, importantes logros en las últimas décadas en derechos humanos,
derechos de minorías, equidad de género, disminución relativa de la
violencia… ¿estamos en el paraíso terrenal? Ya se sabe que el autor lo niega,
pues está por resolverse el problema ambiental, la contradicción entre la
sostenibilidad de este modelo de sociedad y los límites del crecimiento.
También hemos mencionado que está el peligro del armamento nuclear y
que nuestra alimentación se basa en lo que YNH llama “el mayor crimen de
la historia” (la industria agropecuaria moderna). Pero, ¿y qué hay de la
felicidad? ¿somos más felices que lo que eran los Sapiens en las
cuadrillas de cazadores recolectores o en las sociedad agrarias? Al
fin y al cabo eso es lo que cuenta, en el fondo, ¿no? El historiador YNH
reconoce que la historia de la felicidad es un campo casi virgen en la
historiografía y dedica un capítulo al análisis del tema.
Generalmente se cree que a mayor progreso material, mayor
felicidad, pero la investigación experimental en psicología y neurociencias
ha mostrado que no es así. Sí parece haber una relación causal en la escala
económica baja, cuando hay necesidades básicas insatisfechas. Mas a partir
de cierto umbral de riqueza básica, el incremento sólo incide en la felicidad
por un corto período de tiempo y la persona tiende a volver a su nivel
habitual (como pasa con las pérdidas y el consiguiente duelo). Se ha
encontrado que si bien las personas fluctúan normalmente en sus niveles de
felicidad/infelicidad, alegría/tristeza, tienden a tener un promedio bastante
estable en el mediano y largo plazo, aunque para cada individuo es diferente
ese promedio. La neurociencia nos explica el fenómeno en el nivel
bioquímico por la segregación de endorfinas, como la serotonina, la
dopamina y la oxitocina. Esto significa que el progreso en las condiciones
materiales de vida de una sociedad no conlleva a una mayor felicidad de sus
miembros, así que la carrera del crecimiento, esencia de la lógica del capital,
no parece tener mucho sentido. Pero sí le da mucho fundamento a la distopía
creada por Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz, donde la gente
vivía en estado de felicidad gracias a una droga llamada Soma.
De otro lado, siguiendo a Daniel Kahneman, YNH explora la idea de que
la “clave de la felicidad” es una vida dotada de sentido, con lo cual se
infiere que la gente bien pudiera ser más feliz en sociedades premodernas
articuladas con fuertes mitos (así fuese un autoengaño), que en la moderna
sociedad secular tan cercana al nihilismo. El autor balancea y matiza ambas
opciones en el mundo actual, sin inclinarse hacia el pesimismo o el
optimismo, tratando de integrar aspectos materiales y emocionales. Por
ejemplo, reconoce que los logros en materia de salud, en especial frente a la
mortalidad infantil y de mujeres en el parto, es una contribución invaluable
ante semejante factor de infelicidad. Y al mismo tiempo señala que “si la
felicidad viene determinada por las expectativas, entonces dos pilares de
nuestra sociedad (los medios de comunicación y la industria
publicitaria) pueden estar vaciando, sin saberlo, los depósitos de
satisfacción del planeta”.
Sea por “engaño bioquímico” o por “autoengaño social”, la solución al
problema de la felicidad humana entendida como autopercepción subjetiva
(cómo nos sentimos), parece ser deprimente (nótese la ironía). En una
digresión desde este punto, YNH encuentra una sorprendente semejanza
entre Darwin y Dawkins con san Pablo y san Agustín: “como Satanás, el
ADN emplea placeres fugaces para tentar a la gente y someterla a
su poder” (p. 431) (!!!). Sucede que esta idea de la felicidad como
autopercepción subjetiva es más bien moderna y de corte liberal (y en ella
es que se basan ciertos test de estudios psicológicos). Casi todas las filosofías
y religiones han tenido un enfoque diferente. Por ejemplo, el budismo ve el
problema en la búsqueda incesante de satisfacciones fugaces, lo que lleva a
una tensión permanente y a la permanente insatisfacción. El tip de Buda es
su llamado a independizarnos tanto de las condiciones externas
como de los sentimientos internos.
Cuando leo y escribo esto no puedo sino evocar a El hombre rebelde de
Albert Camus. “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”. El
argelino escribía en la atmósfera de posguerra, algunos años después del
holocausto nazi, un desgarramiento humano vertebrado por la eugenesia
totalitaria, confusamente basada en las ideas biológicas de la época. En el
siglo XXI la eugenesia real, ya no totalitaria sino liberal, está a la vuelta de la
esquina. El animal enclenque de la sabana africana se ha
convertido en un dios y el último capítulo del libro nos lleva a vislumbrar
un futuro que es, al mismo tiempo, inminente e ignoto. Esta especie ha
logrado lo que ninguna otra jamás pudo ni por aproximación: rebelarse
contra la selección natural y empezar a imponer el diseño inteligente,
incluido su propio diseño, ha creado soles y viajado a otros mundos, ha
inventado seres inteligentes de una nueva forma de vida basada en silicio y
está a punto de derrotar a la muerte. Esta extraña, débil y paradójica criatura
se ha vuelto casi invencible: sólo ella misma o un cataclismo cósmico podría
aniquilarla. En un acontecimiento de proporciones cósmicas sin precedentes,
las leyes que gobernaron el planeta durante 4.500 millones de años están
siendo reemplazadas, en gran parte, por leyes humanas.
Nuestra época es una encrucijada: puede ser el big bang de un nuevo mundo
o el principio del fin de la epopeya humana. (En El Gran Relato pinté no 2
sino 4 escenarios: pesimista radical, pesimista moderado, optimista
moderado y optimista radical). Aprendimos qué somos y de dónde
venimos, y ahora toca decidir hacia dónde vamos, qué queremos ser,
pero ni siquiera en la más desbordada imaginación de alguna historia de
ciencia ficción alcanzamos a vislumbrar el destino de la humanidad. En el
Frankenstein romántico de Mary Shelley, el amor vence a la máquina. Pero
el Frankenstein real de hoy, montado a hombros de Gilgamesh, parece
imposible de detener.
“La única cosa que podemos hacer es influir sobre la dirección que tomen.
Puesto que pronto podremos manipular también nuestros deseos, quizás la
pregunta real a la que nos enfrentamos no sea ‘¿en qué deseamos
convertirnos?’, sino ‘¿qué queremos desear?’. Aquellos que no se
espanten ante esta pregunta es que probablemente no han pensado lo
suficiente en ella” (p. 454, así finaliza el último capítulo).
Es lo que nos enseñaba Estanislao Zuleta cuando decía “deseamos mal” y
nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos, pensábamos en la
Revolución del Deseo, pero ni de cerca vislumbrábamos la verdadera
dimensión del desafío.
El libro de YNH termina con un epílogo, breve como una cuartilla, que
culmina la obra con la más pringamocera de las preguntas: “¿Hay algo más
peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no
saben lo que quieren?”

Nota: Yuval Noah Harari es judío, israelí, gay casado y vegano. Los temas
álgidos relacionados con Israel, la religión hebrea, el homosexualismo y el
veganismo son eludidos en el texto de una manera sutil. La cuestión ética de
la industria cárnica sí es abordada, pero no hay argumentación por el
veganismo o el vegetarianismo.

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