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der etológico / Poder fisiológico / Poder

político

El concepto de poder que utilizamos en la definición de eutaxia es una especificación


anamórfica del concepto genérico de poder, que se construye (suponemos) en el terreno
de la Zoología (de la Etología). Este punto es de la mayor importancia en la dialéctica
del poder político, dado que las características específicas del poder político no implican
la interrupción de características genéricas sino, a lo sumo, su anamórfosis [565], y
pueden coexistir de algún modo con especificaciones cogenéricas. La dificultad
principal es la de encontrar criterios de diferenciación no metafísica entre el concepto de
poder político y los conceptos de poder etológico, fuerza, &c. Consideramos metafísico,
por ejemplo, el criterio basado en diferenciar el poder político del etológico invocando,
por ejemplo, a la libertad: «el poder político respeta la libertad, busca el consenso,
convencer y no vencer, frente al obligar, arrastrar o empujar». Pero ¿acaso quien logra
convencer a otro con argumentos falaces respeta su libertad más que quien lo empuja?
El fundamento real de la distinción entre el poder político como autoridad y el poder
físico o fuerza hay que ponerlo ante todo en una diferencia de escala: el poder político
implica una larga duración; por tanto el individuo debe plegarse a la «autoridad» sin
necesidad de que ésta emplee constantemente la fuerza física. Al afirmar que el
concepto genérico de poder se incluye entre los conceptos propios de la zoología
estamos afirmando, por tanto, que el poder no es reducible al concepto de potencia
física (fuerza multiplicada por tiempo), sin que por ello digamos que pueda prescindirse
o abstraerse la fuerza física. (Recordemos a Ortega: «Mandar no es empujar»; otra cosa
es que sea posible absolutamente mandar sin que quien manda no disponga de alguien
que «empuje».) En todo caso, ese mandar que tiene que ver con el poder –y esto es lo
principal– no es exclusivo del hombre político; es también zoológico. Pero incluso en el
supuesto de que en la conducta zoológica (y, por tanto, humana) el mandar implicase
siempre un empujar diferido, lo cierto es que éste habría que ponerlo del lado de la
génesis, o de la composición material del mandar zoológico, del poder, como concepto
estrictamente etológico. Tampoco los babuinos machos, cuando disputan la jefatura del
que ocupa el lugar dominante, suelen pasar a la pelea física: se enseñan los dientes con
ferocidad y cuando el jefe abandona, sin ser empujado, pero aterrado ante el alarde, el
otro ocupa su puesto.

El poder en sentido etológico puede definirse apelando a la idea de causalidad, como


capacidad que un sujeto o un grupo de sujetos tienen para influir (desviando,
impulsando, frenando) en la conducta de otros sujetos de su misma especie o de otra
especie distinta [143].. Según esto, el poder actúa en contextos apotéticos (el alarde de
enseñar los dientes «a distancia»), lo que no excluye la acción paratética (el
«empujar»), sino sólo que ésta será incluida en su marco apotético (cuando la fiera salta
sobre el venado, su poder consiste en influir en la conducta de la presa, incluida la
huida, la paralización, la lucha, y la capacidad o poder muscular de desgarrarla con sus
colmillos, en tanto las operaciones consiguientes son también etológicas). Una mayor
dificultad y ya a nivel etológico (es decir, no a nivel específicamente humano, salvo con
la especificación cogenérica) es la que plantean las técnicas de «control remoto» de la
conducta; control remoto, sin perjuicio de su carácter no apotético sino paratético,
puesto que los radioestímulos actúan por contacto en el tálamo u otras zonas del cerebro
animal. Puede decirse que Rodríguez Delgado tiene «poder» sobre los animales (gatos,
monos, toros, incluso hombres) puesto que induce en ellos conductas tales como
levantarse, pasearse, sentarse (por ejemplo, el caso de Kure); sin embargo, es cierto que
Rodríguez Delgado ha subrayado que sus animales se comportan como «juguetes
electrónicos» y subraya la carencia de propósitos del animal teledirigido (véase su obra
Control físico de la mente: hacia una sociedad psicocivilizada, Madrid 1976). De aquí
inferimos que el poder asociado al control remoto, o bien a otras técnicas similares, es,
más un poder fisiológico, que etológico. Sólo es «a distancia» en apariencia (o, si se
prefiere, es distal pero no apotético). Y es de la mayor importancia teórica que
descartemos este tipo de poder de la esfera de la política y no ya por motivos
específicos (por ejemplo, porque atenta contra la libertad, contra la conciencia, &c.,
puesto que entonces estaríamos en una petición de principio) sino por motivos
genéricos. Esto tiene un significado muy amplio que puede elaborarse políticamente de
este modo: la influencia o poder etológico, por ser apotético, está inserta en un nivel de
relaciones objetivas de escala peculiar; éstas son las que interesa destacar, pues son las
que luego servirán para comprender el proceso de anamórfosis del poder etológico en el
poder político. De otro modo, no rechazamos a priori, como contenido incompatible
con el poder político, el control remoto por motivos éticos –precisamente concebimos la
posibilidad de que, sin dejar de serlo, un gobierno utilice el control remoto en algún
momento dado de su mandato, al igual que utiliza la cárcel o los tranquilizantes
(diríamos: el poder político implica el poder fisiológico más que recíprocamente)– sino
por motivos de la misma construcción teórica. El concepto de poder etológico es aquél
que ha de especificarse como poder político y que ha de extender su radio de acción a
una complejidad de relaciones entre individuos que sería imposible controlar mediante
«control remoto».

El poder fisiológico no es el poder etológico, que también se manifiesta según estratos


genéricos comunes a los animales y a los hombres e incluso a los hombres cuando se
organizan en grupos militares o políticos. Esto es bien conocido por los etólogos, que se
encargan de subrayar los parecidos: por ejemplo, las gallinas en el gallinero estudiadas
por T. Schjelderig-Ebbe.

Pero el poder político no es una mera especificación co-genérica del poder etológico. Lo
que no significa que las características genéricas del poder etológico no permanezcan en
el poder político por especificaciones co-genéricas, que algunas veces toman
apariencias exclusivamente humanas, al decir de algunos etólogos (las charreteras de los
oficiales de tantos ejércitos, se comparan con los hombros del gorila plateado). {PEP
184-188}

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Pelayo García Sierra · Biblioteca Filosofía en español · http://filosofia.org/filomat

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