Sunteți pe pagina 1din 3

La responsabilidad social en el Antiguo Testamento

Al dar una leída al Antiguo Testamento nos encontramos con una gran cantidad de
mensajes que apuntan a esta cuestión, algunos de ellos enfocando el problema de manera
directa y otros alertando a quienes están llevando a situaciones de riesgo a sus hermanos.
Debemos partir afirmando que esta problemática comienza a partir de Génesis capítulo 3,
con la caída en pecado de los primeros seres humanos, Adán y Eva, como producto de la
ambición a la que Satanás los indujo: “... llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y
del mal” (Génesis 3:5).
Primero analizaremos los textos que encontramos en la “Ley”, para así verificar lo que por
medio de ella Dios pedía a su pueblo para que fuese un pueblo ejemplar en todo sentido.
La recomendación del Creador era “no olvidar al necesitado”, por el contrario,
preocuparse por que también quien padece necesidad tenga lo suficiente para vivir. “No
maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en
Egipto. No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si tú y tu pueblo lo hacen, y
ellos me piden ayuda, yo te aseguro que atenderé a su clamor: arderá mi furor y los
mataré a ustedes a filo de espada. ¡y sus mujeres se quedarán viudas, y sus hijos se
quedarán huérfanos! Si uno de ustedes presta dinero a algún necesitado de mi pueblo, no
deberá tratarlo como los prestamistas ni le cobrará intereses. Si alguien toma en prenda el
manto de su prójimo, deberá devolvérselo al caer la noche. Ese manto es lo único que
tiene para abrigarse; no tiene otra cosa sobre la cual dormir. Si se queja ante mí, yo
atenderé su clamor, pues soy un Dios compasivo” (Ex. 22:21- 27).
“No opriman al extranjero, pues ya lo han experimentado en carne propia: ustedes
mismos fueron extranjeros en Egipto. Seis años sembrarás tus campos y recogerás tus
cosechas, pero el séptimo año no cultivarás la tierra. Déjala descansar, para que la gente
pobre del pueblo obtenga de ella su alimento, y para que los animales del campo se
coman lo que la gente deje” (Ex. 23:9-11).
“Cuando llegue el tiempo de la cosecha, no sieguen hasta el último rincón de sus campos
ni recojan todas las espigas que allí queden. No rebusquen hasta el último racimo de sus
viñas, ni recojan las uvas que se hayan caído. Déjenlas para los pobres y los extranjeros. Yo
soy el Señor su Dios. No roben. No mientan. No engañen a su prójimo. No juren en mi
nombre sólo por jurar, ni profanen el nombre de su Dios. Yo soy el Señor. No explotes a tu
prójimo, ni lo despojes de nada. No retengas el salario de tu jornalero hasta el día
siguiente. No maldigas al sordo, ni le pongas tropiezos al ciego, sino teme a tu Dios. Yo soy
el Señor. No perviertas la justicia, ni te muestres parcial a favor del pobre o del rico, sino
juzga a todos con justicia” (Lv. 19:9-15).
Si por alguna razón en particular, alguien en el pueblo de Israel se veía en la necesidad de
vender sus propiedades, estas no podrían ser usurpadas de por vida. Llegaba el momento
en que todo debía volver a su dueño original, así como cuando se repartieron las tierras en
el momento en que Israel tomó la tierra prometida, porque la tierra es del Señor, y no de
los hombres.
Para esto Dios previó leyes específicas. “En el año del jubileo cada uno volverá a su
heredad familiar. Si entre ustedes se realizan transacciones de compraventa, no se
exploten los unos a los otros” (Lv. 25:13-14). “Gente pobre en esta tierra, siempre habrá;
por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos hebreos y con los pobres y
necesitados de tu tierra” (Dt. 15:11).
Por las dudas, si Israel no obedecía sus mandamientos, Dios les hace ver que el sería el
encargado de abogar por los más débiles. Dice así la Escritura: “Porque el Señor tu Dios es
Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y terrible, que no actúa con
parcialidad ni acepta sobornos. Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra
su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar
amor por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto” (Dt. 10:17-19).
También la poesía hebrea refleja esta responsabilidad del pueblo de Dios, valgan como
ejemplo algunos proverbios a continuación: “No explotes al pobre porque es pobre, no
oprimas en los tribunales a los necesitados; porque el Señor defenderá su causa, y
despojará a quienes lo despojen” (Pr. 22:21-23).
Este es el primero de una serie de treinta proverbios, de los cuales el décimo dice así: “No
cambies de lugar los linderos antiguos, ni invadas la propiedad de los huérfanos, porque su
Defensor es muy poderoso y contra ti defenderá su causa” (Pr. 23:10-11).
A pesar de tener tantas recomendaciones para hacer lo que Dios deseaba y así reflejar la
gloria de Dios por medio de su pueblo, Israel no los cumplió, sino que se asemejó a sus
pueblos paganos y vecinos.
En tiempo de los reyes esta situación se agudizó, ya que ellos mismos aumentaban
considerablemente sus propiedades, generándose una clase social alta que disfrutaba de
demasiados privilegios en relación al resto del pueblo. Por lo tanto, Dios levantó profetas
en medio de su pueblo quienes hablando en nombre de Dios decían, por ejemplo:
“¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! ¡Aboguen por el
huérfano y defiendan a la viuda!” (Is. 1:17). “¡Ay de aquellos que acaparan casa tras casa
y se apropian de capo tras campo hasta que no dejan lugar para nadie más y terminan
viviendo solos en el país!” (Is. 5:8 cf. Miq. 2:2).
El profeta Amós recrimina al pueblo en varios capítulos respecto al descuido y abuso que
han realizado hacia los más necesitados (cap. 1,2,5). “¡Ya se te ha declarado lo que es
bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la
misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8). “Juzguen con verdadera justicia;
muestren amor y compasión los unos por los otros. No opriman a las viudas ni a los
huérfanos, ni a los extranjeros ni a los pobres. No maquinen el mal en su corazón los unos
contra los otros” (Zac. 7:9-10).
Dios no sólo les pidió que ayudaran al desprotegido, sino que instó a intervenir de manera
que se produzca un cambio permanente en la sociedad, volviéndose más justa y
equitativa.
Teniendo tantas recomendaciones, el pueblo de Dios hizo caso omiso a su responsabilidad
para con el prójimo y por lo tanto Dios también se apartó de ellos. Tuvieron que sufrir en
carne propia el no obedecer el mandato divino, faltando al mandamiento de amar al
prójimo como a uno mismo.

Trabajo de la próxima semana:


Lectura

Paulo Edgardo Graumann

S-ar putea să vă placă și