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DICTAMEN
Llega a esta Delegación, una denuncia por vía mail denunciando que los requisitos
establecidos para el ingreso al poder Judicial serian discriminatorios. Sintetizando su presentación
los denunciantes justifican su legitimidad en virtud de que están inscriptos en el concurso llamado por
la CSJT en virtud de las Acordadas 1029/10 y 1036/10 y que la aplicación de la primera puede causarles
un perjuicio o lesión por la incertidumbre sobre sus derechos constitucionales a la igualdad, al acceso a
un cargo público, al trabajo y a la no discriminación. Esto debido, según sus dichos a que al darse esta
“prioridad” o “privile-gio” a las personas de mayor edad, pueden quedar de lado, a pesar de ser igual de
idóneos que ellos. En consecuencia se realiza el correspondiente informe técnico a los efectos de
determinar si los hechos expuestos constituyen un acto o conducta discriminatoria en los términos
de la ley 23.592.
I. ADVERTENCIA PRELIMINAR
A modo de premisa esencial, debe delimitarse el ámbito de competencia del
INADI, tendiente a determinar la existencia o inexistencia de un acto o conducta discriminatoria en
los términos de la ley 23.592 y, en consecuencia, establecer el curso de acción correspondiente
conforme lo establecido en la ley 24.515.
Debe señalarse que la actividad probatoria obrante en estas actuaciones
administrativas es indiciaria, a los fines de establecer el encuadre normativo de la situación fáctica
descripta. La elaboración del presente informe de carácter no vinculante no crea, modifica ni
extingue derechos, dado que la determinación de la existencia de un daño queda reservada a la
órbita del Poder Judicial.
Que las etapas generales del referido proceso serán las de reclutamiento y
selección, detallándose en cada una de las etapas los pasos y procedimientos a seguir y las
directrices cuantitativas y cualitativas a fin de confeccionar la Nómina de Ayudantes Judiciales…..”
REQUISITOS:
b) Dieciocho (18) años de edad como mínimo, cumplidos al momento del cierre de
la inscripción.
En este sentido, el impacto del DIDH en el Derecho local se extiende, entre otras, a
la tutela de nuevos derechos, a la necesidad de adecuar la legislación y a una nueva
conceptualización de antiguos derechos reconocidos por las sistemas constitucionales. Esta nueva
etapa resulta de fundamental relevancia puesto que "la jurisdicción internacional, con toda la
importancia que tiene y ha sido puesta de manifiesto en sus decisiones, posee… una gravitación
marginal en los asuntos que cotidianamente reclaman la atención de la Justicia".
Hoy, este poder judicial no solo esta siendo coherente con una política inclusiva
de derechos humanos, puesto que también incluye al ingreso de PCD, sino que articula la aplicación
del derecho internacional y el derecho constitucional en la clara manifestación de que estos
procesos selectivos serán transparente y será requisito sine qua non la idoneidad, cumpliendo con el
principio de equiparación de oportunidades; tal como la mejor jurisprudencia nacional e internacional
demuestra, la forma en la que los distintos órganos del Estado colaboran en el cumplimiento de los
compromisos internacionalmente asumidos es un interrogante que debe ser contestado
cotidianamente.
La priorización de este poder por sobre los otros, en todo caso, no tiene otra
justificación que el reconocimiento de la superlativa relevancia de la labor tutelar de los derechos
que deben realizar los jueces , en general, a las normas constitucionales, la decisión sobre la forma
de integración del Derecho internacional al orden jurídico vigente en un Estado". En este sentido, es
uniforme la doctrina respecto a reconocerles a los Estados parte la autonomía de determinar cuál
será el mecanismo para la vigencia de la normativa internacional en el ámbito interno. En cualquier
caso, el orden jurídico internacional ha consolidado criterios que hacen a la vigencia de sus propias
normas y que acotan los márgenes de decisión de los Estados.
Así, es el Derecho interno de cada Estado el que decide, por ejemplo, entre
una doctrina monista o dualista en la incorporación del Derecho internacional a su orden normativo:
es el Estado el que elegirá si el Derecho internacional ingresa automáticamente al orden normativo
local o si, por el contrario, resulta en todos los casos necesaria una legislación interna que recepte la
normativa internacional para su aplicación local. Esta es una opción que hace el Derecho
constitucional de cada Estado, así como también define "el rango de los tratados sobre derechos
humanos, la jerarquía de los derechos humanos en definitiva; y los recursos internos para su
protección"
En el caso de los tratados sobre derechos humanos, las razones para estos
lineamientos está dada, una vez, más, por la particular naturaleza de los tratados sobre derechos
humanos. En este sentido, no resulta redundante citar la ya clásica caracterización de estos tratados
realizada por la Corte Interamericana en su Opinión Consultiva nº 2: "La Corte debe enfatizar, sin
embargo, que los tratados modernos sobre derechos humanos, en general, y, en particular, la
Convención Americana, no son tratados multilaterales del tipo tradicional, concluidos en función de
un intercambio recíproco de derechos, para el beneficio mutuo de los Estados contratantes. Su
objeto y fin son la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos,
independientemente de su nacionalidad, tanto frente a su propio Estado como frente a los otros
Estados contratantes. Al aprobar estos tratados sobre derechos humanos, los Estados se someten a
un orden legal dentro del cual ellos, por el bien común, asumen varias obligaciones, no en relación
con otros Estado, sino hacia los individuos bajo su jurisdicción"Ejemplos de este tipo de obligaciones
son el art. 1.116 y el art. 217 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, el art. 2.218
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el art. 2.119 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el art. 220 de la Convención sobre la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y el art. 321 de la Convención sobre los
Derechos del Niño.
En síntesis, podemos concluir que el DIDH no dispone cuál debe ser la forma
que utilizará un Estado parte para cumplir con sus compromisos internacionales, y quedará en
manos de cada uno de ellos la determinación de si es necesaria o no una legislación interna que dé
fuerza operativa a los tratados sobre derechos humanos y la jerarquía de estos tratados en el ámbito
interno; no obstante, en el caso del DIDH, esta autonomía del Estado queda parcialmente limitada
respecto a la forma en que deberá organizarse para cumplir con la protección de los derechos
convenida internacionalmente, al exigir, entre otras obligaciones, una adecuada protección judicial,
que incluye el deber de asegurar un procedimiento especial, rápido e idóneo. Como surge
explícitamente de este artículo, a partir de la reforma ha quedado establecida una nueva pirámide
normativa. En su cima se encuentra la Constitución, a la que se le agregan los instrumentos
internacionales sobre derechos humanos a los que se les otorga jerarquía constitucional en el
artículo citado y los que pudieran obtenerla por el mecanismo previsto en el último párrafo transcripto
–lo que conforma el denominado "bloque de constitucionalidad"–; un peldaño por debajo se
encuentran los demás tratados internacionales ratificados por la Argentina y, por debajo de ellos, las
leyes. Con este nuevo texto, entonces, todos los tratados están por encima de las leyes, tal como lo
estableció la Corte Suprema en el fallo "Ekmekdjian", pero algunos de ellos gozan de jerarquía
constitucional Esta referencia al Derecho de Gentes pasó en general desapercibida para la doctrina
y la jurisprudencia vernáculas; sin embargo, en los últimos años está dando lugar a una iluminante
jurisprudencia que consagra al ius gentium como una fuente normativa adicional de nuestro
ordenamiento jurídico. Una cuestión estrechamente vinculada a la supremacía de una u otra fuente
se refiere a la interpretación de la infortunada sintaxis constitucional del ya citado art. 75, inc. 22,
cuando decide que los tratados enumerados "no derogan artículo alguno de la primera parte de esta
Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos". Esta afirmación constitucional ha dado lugar a numerosos cuestionamientos
relacionados con la innecesariedad de su contenido y a una variada interpretación del término
"complementarios".
Acerca de este interrogante, en el propio seno de la Convención
Constituyente se dieron dos respuestas a este eventual conflicto: el convencional Barra sostuvo que
era necesario diferenciar entre el articulado de la Constitución referente al reconocimiento de
derechos y garantías, esto es, la parte dogmática, para darle prioridad a estos artículos por sobre el
texto de los tratados en caso de contradicción; en el caso del restante articulado constitucional, en
cambio, debería primar, para este mismo convencional, el DIDH.
Por su parte, el convencional Cafiero sostuvo que en todos los casos debía
prevalecer la regulación más favorable a la persona; sin embargo, como se ha sostenido, esta
posición es un comienzo, pero no da respuesta a casos extremadamente conflictivos, en los que no
es sencillo determinar cuál es la posición que más favorece a la vigencia de un derecho en
particular.
Desde el punto de vista del DIDH, no puede caber duda que la aplicación del
principio pro homine debe ser el punto de partida –no sólo por la vigencia de este principio en el
Derecho internacional sino también por su incorporación al ordenamiento jurídico interno con la
constitucionalización de los tratados; volveremos más abajo sobre este punto–. No obstante, no
puede desconocerse que, en algunos casos, este principio no resolverá la cuestión. Tal sería el
supuesto, por ejemplo, de la discusión en torno a la libertad de expresión y el derecho de
rectificación o respuesta. En estos dos casos, la Corte Suprema sostuvo la primacía de los tratados
en discusión sobre la normativa interna, argumentando lo dispuesto en el art. 27 de la Convención
de Viena sobre Derecho de los Tratados. En este sentido, la Corte sentenció que "La necesaria
aplicación de este artículo impone a los órganos del Estado argentino –una vez asegurados los
principios de derecho público constitucionales– asignar primacía a los tratados ante un eventual
conflicto con cualquier norma contraria". Como surge claramente de la referencia a la necesidad de
asegurar los "principios de derecho público constitucionales", en todo caso que se entienda que las
disposiciones de un tratado que no goce de jerarquía constitucional vulneran estos principios, la
norma internacional podrá ser tachada de inconstitucional. A fin de analizar las obligaciones que
emergen de la Convención Americana es indispensable leer conjunta e integralmente todo el texto
convencional. En particular deben considerarse los artículos 1, 2 y 28. El artículo 1 inciso 1 indica:
" Los Estados partes en esta Convención se comprometen a respetar los
derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda
persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación alguna por motivos de raza,
color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o
social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social..."
Por su parte el artículo 2 señala que:
" Si en el ejercicio de los derechos y libertades mencionados en el artículo
1 no estuviere ya garantizado pordisposiciones legislativas o de otro carácter, los Estados
partes se comprometen a adoptar, con arreglo a susprocedimientos constitucionales y a las
disposiciones de esta Convención, las medidas legislativas o de otro carácter que fueren
necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades.
Y finalmente, como ya se indicó el artículo 28 estipula:
Artículo 28. Cláusula Federal