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REVISTA DE LA SOCIEDAD ARGENTINA DE PSICOANÁLISIS - NÚMERO 19 - 2015 - PÁGINAS 177 a 194

Entrevista a Adela
Leibovich de Duarte

Rubén Zukerfeld
Sociedad Argentina de Psicoanálisis

RZ: Estamos acá con Adela Leibovich de Duarte. Doctora en Psicología, psi-
coanalista, prestigiosa investigadora y además nuestra amiga. Comenzaremos la
entrevista preguntándote un poco acerca de tus orígenes, acerca de tu vida y de
tus ancestros.

ALD: Bueno, cronológicamente empiezo por los ancestros. Mis cuatro abuelos
nacieron en la Rusia zarista y como tantas otras familias judías tuvieron que
emigrar debido a la persecución antisemita. Así llegaron a la Argentina gracias
a las facilidades que se abrieron aquí para la inmigración.

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Rubén Zukerfeld

Primero, en 1889, llegó mi abuelo paterno, Adolfo Leibovich, con sus pa-
dres y hermanos. Se ubicaron en Santa Fe en un lugar llamado Monigotes don-
de junto a otras pocas familias se instalaron de manera muy precaria. Luego
creció en las inmediaciones otro asentamiento de familias judías que prosperó:
Moisesville. Mi abuela paterna también llega con su familia a Argentina y aquí
se conocen

RZ: Es decir que fue el antecedente, la prehistoria, de la colonización judía en


Argentina.

ALD: Este grupo de Monigotes, sí. Mi abuelo fue conectado por el hijo del
Barón de Hirsch, un alemán que fue el gran benefactor y promotor de la coloni-
zación judía en el mundo, que funda en Europa la Jewish Colonization Associa-
tion y envía un representante para organizar la inmigración judía a Argentina.
Mi abuelo era un joven entusiasta y muy emprendedor que se involucró acti-
vamente en ese proyecto de colonización judía. Fue el encargado de comprar
las tierras en Entre Ríos para el asentamiento de nuevas colonias y de adminis-
trarlas. Actualmente algunas de esas colonias son ciudades: Basavilbaso Clara,
Domínguez. La familia se mudó entonces a Entre Ríos, donde nace mi padre.

RZ: Y ahí nace tu padre, viven allí, después se mudan a Buenos Aires. ¿Cómo
fue eso?

ALD: Mi abuelo, que era el administrador de las colonias, estaba convencido


de que el cooperativismo era un modo bueno y digno de vida en las colonias.
Él organiza y preside, a principios de 1900, en Domínguez, una de las primeras
cooperativas agrarias de la Argentina, “Fondo Comunal Cooperativa Agrícola”.
Un tiempo más tarde envían a mi abuelo a iniciar la colonización judía en
Brasil, donde organiza, por ejemplo, la colonia Phillipson. Mi abuelo renuncia
cuando le imponen mudarse a Brasil para continuar la colonización allí. Él no
acepta y renuncia. La familia se muda a Buenos Aires. Mis abuelos querían vivir
en Argentina y se proponían que sus hijos tuvieran una educación más allá de
la escuela primaria. En Buenos Aires, mi abuelo es convocado a trabajar en el
Banco Hipotecario Nacional. Allí se jubiló como integrante de la Comisión de
Contralor de Tasaciones.

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Entrevista a Adela Leibovich de Duarte

Los padres de mi madre también siendo jóvenes llegan de Rusia a comien-


zos de 1900 y se instalan en Buenos Aires, en el Once, en Corrientes y Pasteur.

RZ: Bien en el centro del Once.

ALD.: Así es, y mi abuelo materno se dedica a la administración de propieda-


des. Esto en cuanto a los abuelos.
Mis padres se conocen en Buenos Aires. Mi padre se recibió en la UBA
como cirujano dentista y mi madre era maestra. Ella había querido estudiar De-
recho, pero “la universidad no era para las chicas” y estudia en el Profesorado de
Educación Física, pero nunca ejerce como tal; siempre trabaja como maestra.
Mis padres se casan y ahí aparezco yo, hija única, en escena. Mi padre fue el pri-
mer dentista de la zona de Florida, Vicente López, donde vivíamos. Yo viajaba
a la escuela en la Capital. Hice el jardín de infantes, la escuela primaria y secun-
daria en el Normal N° 1, el que está en Córdoba entre Ayacucho y Riobamba.

RZ: Te habías recibido de maestra…

ALD.: Sí, y ahí ejercí como maestra suplente poquito tiempo. Ingresé a la Fa-
cultad de Filosofía y Letras donde el año anterior se había abierto la carrera de
Psicología.

RZ: ¿Y cómo surgió en vos la idea de Psicología?

ALD: Yo cursé la materia Psicología en la Escuela Normal, donde teníamos que


estudiar un libro denso y complejo con una mala docente nada estimuladora.
Me puse a averiguar y empecé a leer otros textos de psicología porque no podía
creer que esa materia fuera tan poco interesante y así fue que en esa búsqueda
me entusiasmé y elegí ingresar a Psicología.

RZ: Eso pone en problemas los temas transferenciales en relación a la vocación.


Porque habitualmente es la buena profesora la que motiva.

ALD: Sí, pero acá se trataba de un tema interesante y complejo muy mal en-
señado y además era el desafío de algo nuevo, de una temática absolutamente
novedosa para mí.

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Rubén Zukerfeld

RZ: ¿Más o menos de qué año estamos hablando?

ALD: En 1957 se inaugura la carrera de Psicología en la Facultad de Filosofía


y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 1958 yo ingreso a la Facultad
luego de un breve curso de ingreso y me encuentro con profesores buenísimos.

RZ: ¿Por ejemplo?

ALD: En primer año, Ana María Barrenechea, José Luis Romero y Eugenio
Pucciarelli, por ejemplo. Luego tuve otros profesores excelentes: José Bleger,
Mauricio Goldenberg, Enrique Butelman, para nombrar a algunos. Realmente
un lujo. Bueno, en la Facultad yo conozco a Aníbal Duarte, quien después fue
mi marido. Nos pusimos de novios en primer año de la Facultad.

RZ: Pero, ¿cómo fue que lo conociste?

ALD: Peleando en una de las bibliotecas de la Facultad para poder conseguir


leer un libro del que había un solo ejemplar. Esa biblioteca abría al mediodía.
Yo salía corriendo de la escuela donde era maestra para ir a “pescar” ese único
ejemplar y ahí ya estaba Aníbal Duarte, que había llegado antes que yo y que
otros compañeros y por supuesto el libro era para él y esto fue así por varios
días. En esa época no había fotocopiadoras. Yo, enojada, le reclamé el libro y
él como respuesta me ofreció sus notas que yo no acepté y en medio de una
conversación ridícula empezamos a…

RZ: A tomar un café y…

ALD: Sí, sí… Y seguimos. Con Aníbal cursamos toda la carrera, con la buena
perspectiva de que cada cual estaba interesado en áreas diferentes y cada cual
hizo su propio recorrido.

RZ: ¿Digamos que a vos te interesó una cosa y a él otra?

ALD: A mí me interesó el psicoanálisis y él estaba mucho más interesado en la


epistemología y la psicología cognitiva. Él dudaba entre seguir Filosofía o Psi-
cología, pero enseguida se decidió por Psicología. Ambos fuimos muy activos
en el Centro de Estudiantes, en el movimiento reformista. Aníbal fue delegado

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Entrevista a Adela Leibovich de Duarte

estudiantil y luego delegado por graduados en el Departamento de Psicología y


en el Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras. Fuimos parte de la
primera promoción de psicólogos.

RZ: Contame un poco de eso, la primera promoción de psicólogos.

ALD: Era un grupo heterogéneo respecto a edades, en el que había más mujeres
que hombres. Incluyó, creo, alrededor de treinta graduados, entre otros a Héc-
tor Rodríguez Tomé, Emilia Ferreiro, Celia Jakubowicz, las hermanas Isabel y
Tessie Calvo, Isabel Palacios, Evelina Vengerow, Nidia Neira, Rosalía Schneider,
Alicia Sirota, Eloísa Castellanos, Noemí Daichman, Aníbal Duarte y a mí. Hay
una foto que testimonia la entrega por parte de Bleger de diplomas a un grupo
de las primeras graduadas, entre las que me encuentro.

RZ: Algunos se orientaron hacia el psicoanálisis y otros no.

ALD: En general, la mayoría estaba más orientada hacia la clínica que hacia
otra especialidad. Yo entré a trabajar muy pronto en el Departamento de Orien-
tación Vocacional de la Universidad y también fue ayudante en tres cátedras, no
al mismo tiempo. Estuve como ayudante en la cátedra de Psicología Evolutiva:
Adolescencia y cuando Bleger se incorporó como profesor fui su ayudante, pri-
mero en Introducción a la Psicología y después en Psicología de la Personalidad
hasta julio de 1966, fecha de la renuncia de muchos a la Universidad luego la
Noche de los Bastones Largos.

RZ: Bleger daba dos materias.

ALD: Sí, al comienzo daba Introducción a la Psicología y después armó la


cátedra de Psicología de la Personalidad, que fue una materia extraordinaria, al
punto que sus clases eran tan concurridas que los asistentes no cabían en el aula
asignada en la Facultad; había mucha gente de Medicina que se anotaba para
cursarla. Bleger terminó dando clases en el Aula Magna de Medicina. ¿Vos te
acordás de eso?

RZ: Sí, me estoy acordando, porque estamos ya hablando del año 64.

ALD: Antes del año 66.

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RZ: Porque yo ya era estudiante de Medicina y recuerdo que se hablaba de sus


clases en el ambiente de la Facultad.

ALD: Sí, él era un maestro extraordinario con el que yo aprendí muchísimo.


Algo parecido pasaba con las clases de Liberman que dictaba Psicopatología.
Varios compañeros y yo ya habíamos cursado la materia con otro docente pero
asistíamos a sus clases. Cuando se celebraron los cincuenta años de creación de
la carrera de Psicología los nombres de Bleger, de Goldenberg, de Liberman y
de otros excelentes docentes estuvieron presentes. Trabajé también en el Poli-
clínico Aráoz Alfaro, “el Lanús”, donde comencé a formarme siendo alumna
y trabajé allí hasta fines del año 1966 en el área de Adolescencia, cuando nos
fuimos de la Argentina...

RZ: Eso te iba a preguntar, qué pasó ahí.

ALD: En el año 65 Aníbal y yo habíamos ganado concursos de Jefe de Traba-


jos Prácticos en la Carrera de Psicología y yo también en el Departamento de
Orientación Vocacional. Aníbal era delegado por Graduados en el Consejo Di-
rectivo de la Facultad de Filosofía y Letras. Luego de la Noche de los Bastones
Largos, el 29 de julio de 1966, alrededor de 2500 personas decidimos renunciar
a nuestros cargos en la Universidad.
En ese momento, Rolando García, para entonces Decano de Ciencias Exac-
tas, dado sus contactos académicos consigue que estudiantes y graduados de
Ciencias Exactas obtengan el aval de la Academia de Ciencias de Estados Uni-
dos para aspirar a ingresar a universidades de ese país para continuar su forma-
ción. Rolando, esposo de Emilia Ferreiro que trabajaba con Aníbal en el dictado
de una materia en la Facultad, conocía muy bien el desempeño académico de
Aníbal y un poquito el mío, y nos ofreció incluirnos en el grupo que podía
contar con ese aval. Nosotros aceptamos y aplicamos a distintas universidades.
Harvard fue una de ellas porque nos interesaba a los dos –a Aníbal ya perfilado
hacia la psicología cognitiva, y a mí porque allí estaba en ese momento Erik
Erikson como profesor–. Nos presentamos también a otras universidades como
New York University, que también nos interesaba a ambos, y Michigan. En un
primer momento a Aníbal lo aceptan en Harvard y a mí en Michigan.

RZ: ¡Ah! ¡Sucedió eso! Porque ustedes estaban juntos.

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Entrevista a Adela Leibovich de Duarte

ALD: ¡Un problema para un matrimonio en el que ambos se proponían estu-


diar! Para nuestra gran sorpresa recibimos al poquito tiempo una hermosísima
carta del Director del Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva
York dirigida a los dos, en la que decía que suponía que ambos queríamos saber
al mismo tiempo que habíamos sido aceptados, cada cual en el área que nos
interesaba, en la Universidad de Nueva York.

RZ: La de Greenwich Village, ¿no?

ALD: Exactamente, esa. Entonces partimos. Fue otro período de nuestra vida
muy especial, una experiencia muy rica, no sólo en lo académico.
En ese momento, era más fácil, más rápido, obtener en el Consulado de Es-
tados Unidos en Buenos Aires la residencia permanente que obtener el permiso
de residente como becario/estudiante. Es así que entramos a Estados Unidos
como inmigrantes a comienzos de 1968.
Llegamos a Nueva York en la época de la flower people, esos jóvenes que
pregonaban la paz y el amor y que fue el movimiento que dio paso al hippismo.
Esto pasaba en el Greenwich Village donde también está la Universidad y ese
fue, entonces, el barrio en el que nos instalamos para vivir.
Al comienzo, como era de esperar, muchísimas cosas nos resultaban no-
vedosas. La plaza Washington Square, alrededor de la que están edificios de
la Universidad, era un lugar donde los hippies se reunían, cantaban, hacían
música. Una vez, mientras cruzaba la plaza se me acercó un joven hippie, y me
preguntó: “Can you spare a smile?”. Yo, que hablaba un inglés bastante precario
aprendido en Buenos Aires, entendí “a dime” y, entonces intenté darle una mo-
neda de 10c., un dime. “No, no”, insistía él, “Can you spare a smile?”, se trataba
de compartir una sonrisa.
Ahí estábamos, comenzando a meternos de a poco en un mundo nuevo para
nosotros, una experiencia maravillosa. La recepción que tuvimos en la Univer-
sidad de Nueva York, tanto Aníbal como yo, fue muy buena.
Yo ingresé a un Centro, para mí valiosísimo, que lamentablemente ya no
existe: el Research Center for Mental Health, en el que estudié y trabajé, y que
era parte del Departamento de Psicología. Allí se desarrollaba la investigación
psicoanalítica. El Research Center era dirigido por dos psicólogos psicoana-
listas, George Klein y Robert Holt, que investigaban, enseñaban y veían a sus
pacientes junto con, entre otros, Donald Spence, David Wolitzky y Hartvig

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Dahl. Merton Gill estuvo trabajando allí por dos años y tuve el privilegio de
supervisar con él durante esos años uno de mis pacientes de la Clínica de la
Universidad. Yo participé allí también en una investigación muy interesante
con un equipo interracial de psicólogos dirigido por Mary Collins, una psicoa-
nalista orientada hacia la investigación social: se dedicaba a estudiar actitudes
de personas blancas “no prejuiciosas” hacia personas negras. Por ejemplo, la
situación de una persona blanca que había tomado un empleado negro que
resultaba ser ineficiente y se le planteaba el conflicto de que si lo despedía el
empleado podría enfrentarlo considerando que era echado por su color de piel y
no por su ineficiencia. Vale la pena aclarar que era la época del Black Power, de
la reivindicación negra en Estados Unidos. Trabajar en este grupo fue muy inte-
resante, porque yo era la “extranjera”, la que aportaba una mirada diferente en
el equipo interracial. Me pasó en varias oportunidades esto de ser la “extranjera”
en relación a temas raciales. Me pasó también con un indio sioux, en el suroeste
de Estados Unidos. Cuando Aníbal y yo decidimos regresar a Argentina hici-
mos en un largo viaje por tierra conociendo Estados Unidos, México y Cen-
troamérica. Cuando íbamos a cruzar la frontera hacia México no me permiten
a mí ingresar porque en el consulado de México en Nueva York omitieron
poner un sello en mi pasaporte. Tenía entonces que volver a San Diego, donde
estaba el consulado mexicano más cercano, para que me pusieran el sello que
me faltaba, mientras Aníbal se quedaba con el equipaje del lado mexicano, del
otro lado de la frontera. Esto pasaba un viernes a media mañana y el Consulado
mexicano cerraba al mediodía. Regresar a San Diego no era fácil porque ya no
había transporte público que me permitiera llegar, ubicar el Consulado, encon-
trarlo abierto y que me sellaran el pasaporte. Decido entonces, con muchísimo
susto, que la única manera de agilizar el asunto era hacer dedo al costado de la
carretera. En seguida se detiene un auto manejado por un señor mayor que va a
San Diego y me lleva mientras me reta por hacer dedo y me pregunta a dónde
voy. Le explico lo que me sucede y me dice que no tiene idea de dónde queda
el Consulado mexicano en la ciudad. Se detiene entonces en la ruta cuando ve
que hay un teléfono público para buscar la dirección del Consulado en la guía
telefónica. Baja del auto, llega hasta el teléfono y había una persona hablando y
él pega la vuelta y regresa al auto. Le pregunto: “¿Qué pasó?” y me dice: “Había
un hombre blanco hablando por teléfono”. Entonces yo, blanca como soy, pero
en ese momento más blanca, literalmente por el susto, le digo: “Pero yo tam-
bién soy blanca”. “No, no” responde, “usted es extranjera, yo por eso paré para
llevarla porque me di cuenta que usted no era yanqui”. Me explicó que él era

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un indio sioux y que vivía en una reserva sioux, cercana. Resultó alguien muy
gentil; llegamos finalmente a un teléfono, buscó la dirección del Consulado
en la guía telefónica y me acercó hasta allí y se disculpó de no poder llevarme
nuevamente a la frontera.

RZ: ¡Este era un sioux bueno, porque en las películas estamos acostumbrados
a ver a los malos!

ALD: Para mí fue muy interesante la experiencia de ser “extranjera”, en ese país
tan complejo.

RZ: Contanos un poco cómo fue tu trabajo allá, tus trabajos.

ALD: Comencé haciendo una investigación, que en un momento lamenta-


blemente tuve que dejar y que siempre pienso que querría retomar, aunque lo
veo muy difícil. Comencé a trabajar en el Research Center, bajo la dirección
de George Klein, en una investigación sobre la información que transmite el
contenido manifiesto de los sueños estudiados en secuencia a lo largo de un
tratamiento psicoanalítico. Comencé a trabajar con los sueños de 360 horas
de un tratamiento psicoanalítico desgrabado sobre el que Hartvig Dahl hizo
un interesante estudio que publicó. Yo le pedí a dos compañeros que separaran
sólo los sueños sin sus asociaciones y que registraran en secuencia nada más que
el día de la semana en que eran reportados y si pertenecían o no a una misma
sesión. La idea era estudiarlos siguiendo un interesante trabajo de Erikson sobre
el contenido manifiesto de los sueños. Yo lo había charlado con Erikson que
venía con cierta frecuencia a las reuniones del Research Center. Bueno, empecé
a trabajar sobre eso y lamentablemente George Klein, que era mi director tesis
y se interesó mucho con el tema, falleció en un accidente y yo no pude seguir
con el trabajo.

RZ: Pero, ¿en qué estado quedó eso?

ALD: En nada, porque… Es más, yo doné la carpeta con todos los sueños a la
Universidad de Ulm.

RZ: Ah, bueno, entonces está en la Universidad de Ulm.

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ALD: No sé, eso espero.

RZ: ¿Pero ellos en Ulm no hicieron algo parecido?

ALD: No sé… creo que no.

RZ: Digo, me suena, pero no sé.

ALD: No sé. En ese momento fue todo muy dramático, la muerte súbita de un
hombre joven, 49 años, brillante, apasionado con lo que hacía. Para Holt, que
era el co-director y muy amigo de Klein, para el Research Center todo y para mí
en particular, esto fue muy duro, pero había que seguir. En esa situación Robert
Holt me ofreció pasar a ser mi director de tesis. Holt, una persona encantadora,
igualmente brillante, más formal que Klein. Con Holt, mientras trabajábamos
sobre mi tesis, era muy frecuente que él o yo nos preguntáramos: “¿Y qué hu-
biera pensado George sobre esto?”, “¿qué hubiera dicho George?”. Yo sentí que
esto se convertía en una barrera, en una traba infranqueable, y me dije: “No.
¡Basta!”. Y me puse a pensar que tenía que cambiar decididamente de tema. No
fue fácil pensar en qué otro tema me gustaría trabajar para mi tesis doctoral. Di
varias vueltas sobre diversos temas y me decidí por investigar sobre la relación
entre estilos de recuerdo y creatividad. El título de la tesis es “Divergent Pro-
duction Habilities and Memory Style”, que en castellano sería “Habilidades de
producción divergente y estilos de memoria”. Finalmente, cuando encontré un
nuevo tema para trabajar sentí un gran alivio y Robert Holt también. El tema
me resultó muy interesante y la tesis fue muy bien recibida por el Jurado al
momento de la defensa oral. Y así me convertí en PhD in Clinical Psychology.

RZ: ¿Y Aníbal tuvo alguna vinculación sobre este trabajo tuyo de la tesis?

ALD: No, nada en relación al tema porque él trabajaba el tema memoria, pero
desde un abordaje diferente. Sí me acompañó, me ayudó y me soportó mientras
estaba ocupándome de la tesis.

RZ: Y cómo es cuando llegan de vuelta a Buenos Aires…

ALD: Un tema que estaba muy presente para los dos era si nos quedábamos o
regresábamos a Buenos Aires. Nos planteábamos que, o nos quedábamos para

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siempre, o nos volvíamos. Provisoriedad ya no más. Otro aspecto importante


para mí es que no me imaginaba siendo una mamá inmigrante. Una cosa es ser
inmigrante transitoria, ¿pero mamá inmigrante?… y en ese momento decidi-
mos que nos volvíamos. Para ambos esto estaba claro. Tuvimos una oferta, en
ese momento, para ir a Barcelona a enseñar en la Universidad pero la rechaza-
mos, era todavía pleno franquismo.

RZ: ¿Entonces, en qué año volvieron?

ALD: Volvimos en el 72, pero no cualquier día, el 22 de agosto: Trelew.

RZ: Ah… el famoso día de la masacre de Trelew.

ALD: Exactamente. Volvimos ese horrible día. Y cuando llegamos nos sentimos
muy mal porque ya habíamos renunciado a la Universidad en Nueva York,
habíamos dejado el departamento en el que vivíamos, todo. Venían por barco
todas nuestras cosas, las cajas con los libros…Y ahí es cuando empieza la nueva
etapa Buenos Aires. Nosotros teníamos ya un departamento acá, chiquito. La
Universidad estaba vedada para nosotros y desde nosotros. Como ya te conté,
antes de irnos trabajé en el Lanús y tenía una excelente relación con Golden-
berg que cada vez que iba a Nueva York nos visitaba. Salíamos y paseábamos.
Habíamos acordado que, si volvía a Buenos Aires, yo me contactaba con él, que
para entonces era jefe del Servicio de Psicopatología en el Hospital Italiano. Al
llegar me invitó a incorporarme al Italiano y me propuso iniciar un proyecto de
investigación y trabajar en el área de Admisiones.

RZ: ¿Y todo esto en el año 72?

ALD: Sí, muy a fines de 1972, digamos comienzo de 1973. Entonces entro
a trabajar en el Hospital Italiano. Una experiencia que duró hasta el golpe de
Estado del 76 porque Goldenberg se tuvo que ir del país y consecuentemente al
día siguiente yo y muchos otros nos fuimos del Italiano. Durante mi estadía en
el hospital presenté un proyecto de investigación al Conicet, que en esa época
empezaba a funcionar, pero no nos lo aprobaron. Era un proyecto que a Gol-
denberg le interesaba mucho sobre actitudes hacia la salud mental del personal
de un hospital general que cuenta con un servicio de Psicopatología. Todo tipo
de personal, desde el que limpia el piso hasta los profesionales. Lo que yo cono-

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cía, habiendo estado tanto en el Hospital de Clínicas como alumna como en el


Lanús, en un hospital en Nueva York o en el Italiano, es que el sector de Salud
Mental siempre estaba ubicado en algún “rinconcito”.

RZ: Y, me parece que sí. Ese es un proyecto que incluso al día de hoy se podría
hacer.

ALD: Sí, seguro. Y me encantaría poder hacerlo. Por ese entonces hice otra cosa
que me interesó muchísimo, que fue trabajar con los residentes de Psicopatolo-
gía sobre un tema vinculado a la relación médico-paciente. Visitábamos –con
autorización– las salas de espera de otros servicios del Hospital. Le preguntába-
mos, con su permiso, a la gente que esperaba ser atendida para qué estaba allí,
cuál era su motivo de consulta y qué expectativas tenían. Los aguardábamos
también a la salida de la consulta y, si no tenían inconveniente, les pregun-
tábamos qué les habían dicho, qué indicaciones les habían dado, qué habían
esperado que pasara y no pasó, y viceversa.

RZ: Realmente otro tema interesantísimo y vigente.

ALD: Sí, y en general nos habíamos encontrado con que la gente no entendía
demasiado lo que el médico le había dicho o no había podido decir todo porque
se había olvidado la mitad por los nervios, o que le habían dado un papel con
una letra que no se entendía, que no sabía qué era: si un remedio para buscar en
la farmacia o para el laboratorio, o si lo tenía que comprar, o cuánto o cuándo
lo tenía que tomar. También había gente que salía muy conforme. Y a mí me
parecía una actividad muy útil para hacer con los residentes para que pudieran
ver desde el otro lado del mostrador cómo se sienten los pacientes.

RZ: Había ahí un proyecto de investigación que tenía una relevancia clínica
muy directa.

ALD: Pero, cuando se fue Mauricio Goldenberg yo me fui del Hospital. Otro
proyecto que quedó trunco… Ya para entonces había nacido, en 1974, Laura,
mi hija.

RZ: ¿Y después, cómo siguió tu actividad?

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ALD: Mi actividad profesional siguió en mi consultorio y trabajando con Fer-


nando Ulloa, con quien co-coordiné algunos grupos psicoterapéuticos.

RZ: ¿Y cómo te fuiste acercando a las instituciones psicoanalíticas?

ALD: Bueno, yo me analizaba, supervisaba, tenía amigas y amigos psicoana-


listas, estaba en contacto con psicoanalistas. Cuando vuelve la democracia me
reintegro a la Universidad. En la carrera de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires obtengo por concurso el cargo de Profesora Titular de la cátedra
de “Psicoanálisis: Psicología del yo”; así llamada aunque no sólo enseñábamos
Psicología del yo, sino también Kohut, Anna Freud y otros autores. Horacio
Etchegoyen, con quien tenía una muy buena relación, me plantea que le gus-
taría hacer un intercambio clínico y armar reuniones con la gente de la cátedra
para comparar cómo se mira un mismo material clínico desde el psicoanálisis
americano y el psicoanálisis inglés. Tanto los ayudantes de la cátedra como yo
estábamos re-entusiasmados. Para eso empezamos a reunirnos en mi casa con
Horacio y el grupo de la cátedra dos sábados a la mañana por mes. Fue una
experiencia riquísima y de mucho aprendizaje para mis ayudantes y para mí. Él
decía que no sólo le interesaba venir por lo que hacíamos, sino porque también
las medialunas eran muy ricas.
En 1985 al aprobarse la Ley del Ejercicio Profesional de la Psicología recién
se abre la posibilidad para los psicólogos de ingresar a las sociedades psicoanalí-
ticas de la IPA. En ese momento, entonces, le consulto a Etchegoyen qué hacer:
“¿Entro a APA o a APdeBA?” ya que se abría esa posibilidad y él me responde:
“A ninguna de las dos, con tu trayectoria no tenés que postularte como candi-
data, vos esperá”. Así fue, esperé. En el 96 se empieza a gestar SAP y entonces
recibo, para mi gran sorpresa y satisfacción, un llamado de invitación a formar
parte del grupo que estaba fundando SAP.

RZ: ¿Y quién te llamó?

ALD: Me llamó Julia Braun de parte del grupo y por supuesto acepté y me sentí
muy honrada y contenta.

RZ: Y en la Facultad de Psicología, ¿cómo fue entonces tu actividad?

ALD: Como te decía, era Profesora Titular.

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RZ: Dando esa materia Psicoanálisis: Psicología del yo…

ALD: Sí, esa materia y trabajando en otras áreas también. Dirigí investigacio-
nes sobre el proceso inferencial clínico, publiqué artículos, presenté trabajos en
congresos, dirigí doctorandos. Fui consejera docente en el Consejo Directivo
de la Facultad y fui invitada por la Universidad a formar parte de una Comi-
sión Inter-facultades para armar el proyecto de posgrado de la Universidad de
Buenos Aires. Ahí trabajamos intensamente un grupo de profesores de distintas
Facultades. Al tiempo redacté el Reglamento de Doctorado para la Facultad de
Psicología y coordiné por un período la Comisión de Doctorado de la Facultad
que aún integro. Desde entonces en la Facultad dirijo doctorandos. La Univer-
sidad me designó en el 2007 Profesora Emérita.

RZ: Y la comisión de doctorado, ¿cuándo se arma?

ALD: Más o menos en 1990.

RZ: Ah, todo esto al principio comienza cuando era todavía la Carrera de Psi-
cología, que después se convierte en Facultad.

ALD: Sí, Entro a SAP como miembro invitada y en el 2001, en el Congreso de


la IPA de Niza, tres psicoanalistas de SAP somos aceptados como miembros de
IPA. Entre 2003 y 2005 me desempeñé como Presidente de SAP. En 2012 fui
designada miembro honorario de Apdeba.

RZ: Y, después… Contanos un poco de tu actividad en IPA.

ALD: En IPA, integro dos comités: el de Psicoanálisis y Universidad, donde soy


Co-chair por América Latina, y el de Observación Clínica. En ambos trabajo
desde hace tiempo. En el Comité de Observación Clínica, en el que, por Lati-
noamérica también participan Ricardo Bernardi y Marina Altmann, que es la
coordinadora.

RZ: Y ahora falta que te pregunte sobre los últimos diez, quince o veinte años.
Cómo se construyeron tus relaciones con Ricardo, Marina, incluso con gente
como Peter Fonagy.

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ALD: Se fueron construyendo fundamentalmente a través del trabajo. En


1999 participé en el curso de investigación, el Research Training Programme
en Londres coordinado por Peter Fonagy. Con Marina y Ricardo compartimos
en 1992 la creación en Mendoza del Capítulo Latinoamericano de la Sociedad
de Investigación en Psicoterapia, la SPR, ahí conocí también a Horst Kächele.

RZ: ¿Y Ricardo (Bernardi) cuando viene a Buenos Aires se aloja a veces acá, en
tu casa?

ALD: Casi siempre.

RZ: Y hablando de tus doctorandos, también se ha formado contigo gente


como Andrés Roussos.

ALD: Andrés fue mi primer doctorando que defendió su tesis en 1999. Y ya


son nueve personas que defendieron su tesis con mi dirección y hay tres perso-
nas más que están trabajando en sus tesis doctorales.

RZ: Ya estamos terminando, te hago una pregunta clásica: ¿cómo ves el futuro
de las investigaciones de psicoanálisis?

ALD: Yo creo que lentamente la investigación en psicoanálisis está encontran-


do un camino prometedor e importante, con la incursión en diversas áreas
relevantes, por ejemplo en el proceso psicoterapéutico. La tarea que hacemos
en el Comité de Observación Clínica de la IPA con el Modelo de los Tres
Niveles que desarrolló Ricardo Bernardi me parece muy enriquecedor para la
actividad clínica y un modelo interesante para la investigación sobre cambio en
psicoterapia. Con el Modelo de los Tres Niveles hemos trabajado en SAP varias
veces coordinando grupos Liliana Fudín y yo, tanto con miembros como con
analistas en formación. Los miembros del comité hemos publicado un libro que
editó Marina Altmann y que Karnac publicó en inglés en 2014: Time for Chan-
ge: Tracking Transformations in Psychoanalysis. The Three-Level Model, y que en
2015 Karnac publicó en castellano con el título Tiempo de Cambio: Indagando
las Transformaciones en Psicoanálisis: El Modelo de los Tres Niveles. En 2015, en
el n° 16 de nuestra revista, la Revista de la Sociedad Argentina de Psicoanálisis,
hay una reseña bibliográfica del libro (pp. 225-228). En ese libro uno de los

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Rubén Zukerfeld

capítulos, que fue redactado por Liliana Fudin y yo, relata nuestra experiencia
con el Modelo de los Tres Niveles en SAP. A mí me sigue interesando continuar
también con la investigación sobre el proceso inferencial clínico.

RZ: Sí, este es uno de tus trabajos de investigación importantes que estás con-
tinuando…

ALD: Sí; quiero continuar ocupándome de ese tema.

RZ: Porque me han mandado algunas tesis que te mostraban como co-direc-
tora.

ALD: Si, sigo dirigiendo tesis. Y me pregunto por qué muchos psicoanalistas
de sociedades de la IPA y afines se fueron alejando de la universidad, o no
están participando tan activamente en la universidad, y eso no pasa sólo en
Argentina. En el 2007 año en el que yo presidía la Comisión de Psicoanálisis
y Universidad de la IPA hice una investigación sobre la participación de los
psicoanalistas en la universidad en Latinoamérica.

RZ: ¿Y los datos obtenidos tienen que ver con un alejamiento?...

ALD: Muestran alejamiento, pobreza y decepción.

RZ: ¿Y a qué atribuís los motivos de esa pobreza, si se puede inferir algo?

ALD: En ese momento ­–pasaron algunos años–, uno de los motivos era que la
docencia universitaria no estaba muy bien vista por los psicoanalistas, y no les
despertaba tanto interés, además tenían un buen pasar con sus consultorios.

RZ: Bueno, lo que yo digo intuitivamente con la experiencia que he tenido, es


que la dificultad respecto a la universidad, parece ser que la universidad queda
asociada, como dicen los lacanianos, asociada al discurso universitario y a una
cantidad de cuestiones que tienen que ver con lo que a veces se llaman rigideces
metodológicas... en fin, todos conflictos que conocemos...

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Entrevista a Adela Leibovich de Duarte

ALD: Pero digamos que hay cosas que también uno puede hacer para modifi-
car, desde adentro, si uno está. Si uno no está, no se puede. Yo sigo trabajando
en la universidad, me interesa seguir estando. Lo hago porque me gusta.

RZ: Bueno, hay que seguir haciendo lo que te gusta, que en tu caso sería, desde
un punto de vista institucional, estar en la universidad y en SAP y seguir con
tu trabajo clínico.

ALD: Sí, y ahora en SAP comienzo a dirigir el Instituto de Formación.

RZ: Así es. Gracias, Adela; muchas gracias por la charla.

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