En el municipio de Pamplona, un pequeño lugar ubicado en la cordillera oriental
colombiana, vivía una perrita llamada Dayanna. Ella, considerada de raza criolla, tenía unos grandiosos ojos cafés, un cuerpo grande y robusto, acompañado de un aspecto blanco con manchas negras. Era muy consentida por todos los transeúntes de la calle real, pues no tenía más hogar que esa vía, en donde dormía y además se alimentaba. Su jornada arrancaba muy temprano, alrededor de las seis de la mañana. Se despertaba y esperaba el saludo de los niños que se dirigían a las escuelas y colegios del sector. Luego, los vecinos del lugar abrirían sus negocios, pues su ubicación correspondía a un sitio muy comercial de la ciudad. Algunos de ellos le compartían agua y un poco de concentrado en tazas acomodadas al lado de las puertas de ingreso, otros les traían algunas sobras de alimentos de sus casas. Para ella todo estaba bien, le parecía muy rico y se sentía agradecida de las atenciones de quienes la rodeaban. Pero, su momento mas especial en el día era la hora del almuerzo, porque de los restaurantes salían las personas con porciones de carne y pollo que también le compartían. Ella en agradecimiento vigilaba, y con su sexto sentido, alertaba de posibles peligros a sus amigos, como ladrones o gente que pudiera hacer mal a los vecinos que se encargaban de su cuidado. Además, era un poco celosa y no permitía que algunos perros se establecieran en su territorio. Como ven ella tenía una vida muy feliz, a pesar de vivir en la calle. Hasta que un día todo cambió. Como siempre despertó muy temprano en la mañana y esperó a que los niños pasarán a las escuelas y los colegios de la zona, pero esto no ocurrió. Después, estaba expectante a la llegada de los vecinos, aquellos comerciantes que traerían su desayuno y ellos tampoco arribaron. Llegó la hora del almuerzo, fue a cada uno de los restaurantes y se encontró con la puerta cerrada. Sabía que ese día los fogones no se habían encendido, porque su olfato no detectaba el olor a la comida recién hecha. No entendía que pasaba, por qué estaban las calles tan solas. Incluso extrañaba el alto ruido de los carros que a diario formaban trancón, el paso de las motos que imprudentemente casi la atropellaban. Sin embargo, notó con alegría que respiraba un aire más puro, porque ya no circulaban esos aparatos que emitían gases oscuros y contaminantes. También percibió que había muy pocos transeúntes, pero lastimosamente ninguno de ellos eran sus amigos. Entonces, Dayanna recordó que una noche, luego de ser despertada de manera sorpresiva por el sonido del pito de los carros y un poco cansada de la situación (ya que era recurrente), pidió a una estrella fugaz que eso cambiara. No soportaba más el ruido que desplazaba su tranquilidad, ni el humo que en ocasiones le provocaba un poco de tos. Pensó que su deseo se había cumplido. Muy preocupada decidió ir hasta el parque a averiguar con sus amigos perros sobre que estaba ocurriendo. Sintiendo un poco de culpa, pues recordaba que todo se debía a ese deseo absurdo pedido a la estrella. Al llegar al lugar, vio a varios amigos y otros conocidos. Todos muy parecidos a ella, considerados por los humanos como criollos. Notó que todos estaban preocupados por la situación, algunos no habían probado bocado en todo el día. Otros comentaron que habían acudido a los comedores, pero el agua y la comida no era suficiente para todos. Realmente no la estaban pasando bien, no entendían porque la mayoría de humanos desaparecieron de repente. Y su más grande preocupación era que al desconocer la razón, no sabían en cuanto tiempo volverían las cosas a la normalidad. Esto implicaba que si no pasaba cuanto antes podrían morir de hambre. Dayanna, se acercó a su amigo Firulais, quien estaba muy triste. Ella le preguntó por qué estaba tan cabizbajo. Él entre lágrimas le respondió que extrañaba mucho a los niños. Con ellos jugaba de lunes a viernes, los acompañaba a la entrada del colegio, y cuando salían se iba jugando hasta el parque. En ocasiones, recordó con nostalgia, esperaba a que abrieran el portón del colegio y en un descuido de los profesores a cargo, se adentraba hasta el patio para poder jugar un poco más. Los niños más pequeños querían agarrarle las orejas o acariciarlo, otros le tiraban la pelota o le perseguían. Se divertía mucho y era muy feliz con su vida. Aunque a veces los adultos se disgustaban y lo hacían sacar de la institución, a él eso no le importaba porque sabía que al otro día iba a volver. Por eso estaba tan triste, porque igual que Dayanna y sus otros amigos, no podía comprender la situación. Extrañaba las risas y deseaba que los niños aparecieran otra vez. Había otro perro llamado Áquiles, era un bulldog un poco viejo que vivía en el parque, luego de que sus dueños lo echaran a la calle porque según ellos ya no era tan bonito. Se le habían caído los dientes y no veía tan bien debido a su avanzada edad. Él no confiaba en los humanos y decía que se dieran cuenta que a pesar del hambre eso era lo mejor que les había pasado. Explicaba que desde que los humanos desaparecieron no había contaminación, el aire estaba más limpio, todo estaba más tranquilo porque el ruido disminuyó, podían transitar libremente, sin el temor de que fueran arrollados por motos, bicicletas o automóviles. Que la verdad no los necesitaría más. Todos escuchaban atentamente y observaban su entorno. Era evidente que Aquiles tenía algo de razón. No obstante, ¿cómo iban a solucionar el problema del hambre? Dayanna y Firulais, no estaban muy de acuerdo con las apreciaciones del bulldog sobre los humanos, porque para ellos eran sus amigos. Para este par, aunque concordaban en que había mejorado considerablemente la situación del medio ambiente, no podrían sobrevivir mucho tiempo sin las atenciones, el afecto, el cariño y el alimento. Entonces, ella le contó a su amigo sobre el deseo concedido por la estrella. Él un poco pensativo, la miró luego con rabia y un poco de frustración. Se quedó en silencio por unos minutos y le dijo: ¡ya tengo la solución! Acordaron que pasarían la noche juntos, observando el cielo, a la espera de alguna estrella fugaz que les permitiera revertir el deseo. Se fueron caminando hacia la calle real, al lugar donde habitualmente dormía Dayanna. Estaban un poco cansados y muy hambrientos. Pero sobre todo decididos a cambiar esa situación. Consideraban que era la única esperanza. Llegaron al lugar donde apenas había unos cartones, lo suficientemente gruesos y amplios para acomodarse juntos. Se echaron, uno viendo al norte y el otro hacia el sur. Debido a que el ambiente estaba limpio, podían ver con claridad el cielo. Afortunadamente estaba despejado. Hacia un poco de frio, porque el viento circulaba con libertad. Así estuvieron por varias horas, incluso sentían que los estaba dominando el sueño. Cuando de pronto aparecieron dos estrellas fugaces en el cielo. Ella pidió que los humanos regresaran para el siguiente día y él agregó que volvieran los niños, que se mantuviera el aire limpio y los espacios libres de contaminación. Con la esperanza de los deseos cumplidos, se fueron a dormir. Al día siguiente Dayanna despertó a las seis de la mañana. Esperó muy ansiosa que pasara media hora para comprobar si su último deseo se había cumplido. Ya era la hora indicada y fueron apareciendo de a poco los niños que iban a la escuela o al colegio. Luego, llegaron los vecinos a abrir los locales comerciales. Y así todo fue volviendo a la normalidad. En cuanto a Firulais, su deseo también se cumplió, porque a pesar de que los humanos volvieron a las calles, no hubo más motos, ni carros, solamente bicicletas. El ambiente se mantuvo limpio y agradable. Además, ese día volvió a meterse al colegio.