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EL DESEO DE DAYANNA

Por: Lucia Zambrano Patiño

En el municipio de Pamplona, un pequeño lugar ubicado en la cordillera oriental


colombiana, vivía una perrita llamada Dayanna. Ella, considerada de raza criolla,
tenía unos grandiosos ojos cafés, un cuerpo grande y robusto, acompañado de un
aspecto blanco con manchas negras.
Era muy consentida por todos los transeúntes de la calle real, pues no tenía más
hogar que esa vía, en donde dormía y además se alimentaba. Su jornada
arrancaba muy temprano, alrededor de las seis de la mañana. Se despertaba y
esperaba el saludo de los niños que se dirigían a las escuelas y colegios del
sector. Luego, los vecinos del lugar abrirían sus negocios, pues su ubicación
correspondía a un sitio muy comercial de la ciudad.
Algunos de ellos le compartían agua y un poco de concentrado en tazas
acomodadas al lado de las puertas de ingreso, otros les traían algunas sobras de
alimentos de sus casas. Para ella todo estaba bien, le parecía muy rico y se sentía
agradecida de las atenciones de quienes la rodeaban.
Pero, su momento mas especial en el día era la hora del almuerzo, porque de los
restaurantes salían las personas con porciones de carne y pollo que también le
compartían.
Ella en agradecimiento vigilaba, y con su sexto sentido, alertaba de posibles
peligros a sus amigos, como ladrones o gente que pudiera hacer mal a los vecinos
que se encargaban de su cuidado. Además, era un poco celosa y no permitía que
algunos perros se establecieran en su territorio.
Como ven ella tenía una vida muy feliz, a pesar de vivir en la calle. Hasta que un
día todo cambió.
Como siempre despertó muy temprano en la mañana y esperó a que los niños
pasarán a las escuelas y los colegios de la zona, pero esto no ocurrió.
Después, estaba expectante a la llegada de los vecinos, aquellos comerciantes
que traerían su desayuno y ellos tampoco arribaron.
Llegó la hora del almuerzo, fue a cada uno de los restaurantes y se encontró con
la puerta cerrada. Sabía que ese día los fogones no se habían encendido, porque
su olfato no detectaba el olor a la comida recién hecha.
No entendía que pasaba, por qué estaban las calles tan solas. Incluso extrañaba
el alto ruido de los carros que a diario formaban trancón, el paso de las motos que
imprudentemente casi la atropellaban.
Sin embargo, notó con alegría que respiraba un aire más puro, porque ya no
circulaban esos aparatos que emitían gases oscuros y contaminantes.
También percibió que había muy pocos transeúntes, pero lastimosamente ninguno
de ellos eran sus amigos.
Entonces, Dayanna recordó que una noche, luego de ser despertada de manera
sorpresiva por el sonido del pito de los carros y un poco cansada de la situación
(ya que era recurrente), pidió a una estrella fugaz que eso cambiara. No soportaba
más el ruido que desplazaba su tranquilidad, ni el humo que en ocasiones le
provocaba un poco de tos.
Pensó que su deseo se había cumplido.
Muy preocupada decidió ir hasta el parque a averiguar con sus amigos perros
sobre que estaba ocurriendo. Sintiendo un poco de culpa, pues recordaba que
todo se debía a ese deseo absurdo pedido a la estrella.
Al llegar al lugar, vio a varios amigos y otros conocidos. Todos muy parecidos a
ella, considerados por los humanos como criollos. Notó que todos estaban
preocupados por la situación, algunos no habían probado bocado en todo el día.
Otros comentaron que habían acudido a los comedores, pero el agua y la comida
no era suficiente para todos.
Realmente no la estaban pasando bien, no entendían porque la mayoría de
humanos desaparecieron de repente. Y su más grande preocupación era que al
desconocer la razón, no sabían en cuanto tiempo volverían las cosas a la
normalidad. Esto implicaba que si no pasaba cuanto antes podrían morir de
hambre.
Dayanna, se acercó a su amigo Firulais, quien estaba muy triste. Ella le preguntó
por qué estaba tan cabizbajo. Él entre lágrimas le respondió que extrañaba mucho
a los niños. Con ellos jugaba de lunes a viernes, los acompañaba a la entrada del
colegio, y cuando salían se iba jugando hasta el parque.
En ocasiones, recordó con nostalgia, esperaba a que abrieran el portón del colegio
y en un descuido de los profesores a cargo, se adentraba hasta el patio para
poder jugar un poco más. Los niños más pequeños querían agarrarle las orejas o
acariciarlo, otros le tiraban la pelota o le perseguían. Se divertía mucho y era muy
feliz con su vida. Aunque a veces los adultos se disgustaban y lo hacían sacar de
la institución, a él eso no le importaba porque sabía que al otro día iba a volver.
Por eso estaba tan triste, porque igual que Dayanna y sus otros amigos, no podía
comprender la situación. Extrañaba las risas y deseaba que los niños aparecieran
otra vez.
Había otro perro llamado Áquiles, era un bulldog un poco viejo que vivía en el
parque, luego de que sus dueños lo echaran a la calle porque según ellos ya no
era tan bonito. Se le habían caído los dientes y no veía tan bien debido a su
avanzada edad. Él no confiaba en los humanos y decía que se dieran cuenta que
a pesar del hambre eso era lo mejor que les había pasado.
Explicaba que desde que los humanos desaparecieron no había contaminación, el
aire estaba más limpio, todo estaba más tranquilo porque el ruido disminuyó,
podían transitar libremente, sin el temor de que fueran arrollados por motos,
bicicletas o automóviles. Que la verdad no los necesitaría más.
Todos escuchaban atentamente y observaban su entorno. Era evidente que
Aquiles tenía algo de razón.
No obstante, ¿cómo iban a solucionar el problema del hambre?
Dayanna y Firulais, no estaban muy de acuerdo con las apreciaciones del bulldog
sobre los humanos, porque para ellos eran sus amigos. Para este par, aunque
concordaban en que había mejorado considerablemente la situación del medio
ambiente, no podrían sobrevivir mucho tiempo sin las atenciones, el afecto, el
cariño y el alimento.
Entonces, ella le contó a su amigo sobre el deseo concedido por la estrella. Él un
poco pensativo, la miró luego con rabia y un poco de frustración. Se quedó en
silencio por unos minutos y le dijo: ¡ya tengo la solución!
Acordaron que pasarían la noche juntos, observando el cielo, a la espera de
alguna estrella fugaz que les permitiera revertir el deseo.
Se fueron caminando hacia la calle real, al lugar donde habitualmente dormía
Dayanna. Estaban un poco cansados y muy hambrientos. Pero sobre todo
decididos a cambiar esa situación. Consideraban que era la única esperanza.
Llegaron al lugar donde apenas había unos cartones, lo suficientemente gruesos y
amplios para acomodarse juntos. Se echaron, uno viendo al norte y el otro hacia el
sur.
Debido a que el ambiente estaba limpio, podían ver con claridad el cielo.
Afortunadamente estaba despejado. Hacia un poco de frio, porque el viento
circulaba con libertad.
Así estuvieron por varias horas, incluso sentían que los estaba dominando el
sueño. Cuando de pronto aparecieron dos estrellas fugaces en el cielo.
Ella pidió que los humanos regresaran para el siguiente día y él agregó que
volvieran los niños, que se mantuviera el aire limpio y los espacios libres de
contaminación.
Con la esperanza de los deseos cumplidos, se fueron a dormir.
Al día siguiente Dayanna despertó a las seis de la mañana. Esperó muy ansiosa
que pasara media hora para comprobar si su último deseo se había cumplido.
Ya era la hora indicada y fueron apareciendo de a poco los niños que iban a la
escuela o al colegio. Luego, llegaron los vecinos a abrir los locales comerciales.
Y así todo fue volviendo a la normalidad.
En cuanto a Firulais, su deseo también se cumplió, porque a pesar de que los
humanos volvieron a las calles, no hubo más motos, ni carros, solamente
bicicletas. El ambiente se mantuvo limpio y agradable. Además, ese día volvió a
meterse al colegio.

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