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Paciencia

Tratemos cada día de pensar mejor, y más leve, y más claro.


Por: Andrea Mejía
Paciencia, paciencia, decía Emerson, el sabio críptico y sabio en verdad. A veces me
impaciento porque no quiero esperar para saber, quiero saber ahora mismo. ¡Hoy sabré!
Con las formas habituales del mundo replegadas y suspendidas, crece mi anhelo. Hoy veré
la imagen de la vida que se desliza y se me escapa, me digo después de leer las pequeñas
crónicas de terror en los periódicos; y esa imagen, pienso, o rezo, podré comunicarla. Pero
después de unas horas me miro las manos, ¿y qué es lo que tengo? Evanescencia, brillo,
este sueño, el gozo que recibo. El día corre, lo reemplaza la noche, no supe mucho más hoy
tampoco. Me concentro por un momento en lo que voy a preparar para la comida. Nunca
aniquilada, nunca ennegrecida, suspiro. ¿Cuándo seré sabia? Pico las verduras con el
cuchillo. Lleno mi mente con imágenes y palabras y vuelvo a vaciarla, como una pequeña
bañerita de plata. Apenas si puedo retener algo. Está bien, son las reglas del juego. No debo
sentir angustia, solo gratitud: la fuente es inagotable.
Ahora están, y nunca faltan, los que saben y nos corrigen y tienen la última palabra; son
parte del escenario. En las últimas bancas, a veces en lo oscuro y silencioso, hay gente que
en verdad sabe cosas hermosas, sobre el comportamiento enigmático de los pájaros, por
ejemplo, o sobre viejos tratados neoplatónicos perdidos y olvidados. Gente de paz, muy
confiable; ahí uno debería buscar a sus amigos. Tratemos de aprender todo lo que podamos
de ellos. Tratemos cada día de pensar mejor, y más leve, y más claro. No somos dueños de
los frutos y de las recompensas, pero es muy bella la ilusión de saber. Alguien puede ser
rudo si le decimos que no sabemos, porque qué molesta puede ser para los demás la falsa
ignorancia. Pero en lo esencial es verdad que no sabemos, por más rudeza que haya en
otros, y también en nosotros mismos. Aspiremos a algo mejor que fingir que no sabemos, y
la puerta nunca está cerrada, y sabremos algún día. Por instantes, sabremos.
Fue Schopenhauer el que dijo que la alegría es la felicidad, me dijo Luis el otro día que
estábamos comiendo. Ah, espera, espera lo anoto, le dije. Acababa de irse Gabriel, el
mesero, un hombre amable que me dio su receta casera para fabricar gel antibacterial (que
también anoté) y me preguntó si conocía un ají amazónico (olvidé el nombre) con el que
ahí mismo preparaban un guiso. Se lo daré a probar la próxima vez con arroz porque usted
no come carne, me dijo. Le di las gracias. Luis citó entonces a Schopenhauer. Lo que más
inmediatamente felices nos hace es la alegría. La alegría es la felicidad.
Amo la vida humana. No voy a exaltar el apocalipsis. Pero quizá en estos momentos, sin
que vayamos a creernos profetas, podemos al menos saber lo intrascendente que es la
melancolía, también las objeciones y las disculpas. Podemos saber que no son de la vida las
conciencias que están quietas y seguras de sí mismas. Podemos saber que son de la vida los
momentos y el día. Y la fuerza implacable de nuestros corazones. Mis cuadernos se llenan
de frases como la de Schopenhauer. Se llenan y se vacían, como mi mente; son pequeñas
mareas que se mueven en mi escritorio. Yo los quiero, a mis cuadernos, pero ellos nunca
tendrán esa “deidad propia” que según Emerson duerme y despierta en cada uno de
nosotros.

Imagen: Camilo Vargas


Ciudades y escuelas desiertas. Universidades vacías. Bolsas con sus valores hechos menos
que migajas: ni siquiera podrían servir de comida para los pájaros. “No os dejéis seducir”,
dice el poema, “el día está a las puertas”. Si solo pudiéramos saber lo que significa que
haya un día y luego otro. “No os dejéis engañar”, dice el poema también. O aquí está, para
practicar en casa en estos días de aislamiento, uno de mis koanes preferidos, el del sabio
maestro que vive solo y se interpela a sí mismo todos los días y se responde:
— Maestro.
— Sí, señor.
— Serénate.
— Sí, señor.
— No te dejes engañar por los demás.
— Sí, señor; sí, señor.
Pero a veces nos tenemos que dejar engañar, y estar engañados todos juntos. Somos los
humanos en las cuevas. Pero en esas cuevas hay animales que se deslizan como patinadores
del cielo, vuelan por las bóvedas de roca como estrellas; como estelas de formas, de
bisontes y venados, galopan y corren, y ellos saben. Y nosotros, que somos un fragmento
de lo que sabe, si lo pedimos, si tenemos paciencia, también sabremos.
Andrea Mejía es filósofa y escritora. Es autora del libro de cuentos La naturaleza seguía
propagándose en la oscuridad (Tusquets, 2018) y de la novela La carretera será un final
terrible (Tusquets, 2020), que se publicará en abril de este año.
***
El 17 de marzo de 2020, en plena pandemia, la revista ARCADIA que conocimos fue
suspendida por decisión del Grupo Semana. No entendimos claramente lo que eso
implicaba. Ese día, La Liga Contra el Silencio y los 15 medios con los que había tejido una
alianza para romper el silencio y la censura en Colombia, supimos que el proyecto
cambiaba de rumbo y que su director y la mayor parte de su equipo de trabajo habían sido
despedidos.
En respuesta presentamos #LaRevistaQueNoFue, una propuesta de los colaboradores de la
revista que quisieron publicar sus artículos, que ya no verían la luz, bajo el sello de La Liga.
El buen periodismo -ahí el cultural-, ese que cabalga sobre terrenos inciertos, el que siguen
haciendo periodistas, escritores y profesionales de distintas disciplinas, tiene su espacio
aquí.

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