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Puede sonar melodramático pero, igual, lo diré: la novela, ese maravilloso

invento de la modernidad tan necesario para que el individuo de nuestra


época pueda hacerse cargo de su compleja existencia, corre el peligro de
desaparecer y, con ello, perderíamos un soporte decisivo para el
conocimiento y el sentimiento de lo que somos y del mundo de la vida. Y que
nadie se llame a engaño evocando la profusa oferta de historias narradas que
colman las librerías o el sinfín de premios literarios patrocinados por las
grandes editoriales o la galería de autores de moda que desfilan por las
pasarelas culturales bien pagados de su mediática fama, pues tanta narración
apta para el consumo de descanso de fin de semana y tanta figura de postín
que hoy abunda a nombre de la literatura no contradicen lo que afirmo sobre
el peligro que nos acecha del fin de la novela, al contrario, lo confirman, pues
dos de los enemigos letales de ésta lo son, precisamente, el consumismo
acrítico de novedades y el culto servil a los famosos. Consumismo y fama se
suman a otros dos funestos enemigos de la novela: la voluntad imperante de
sólo decir lo que el otro quiere escuchar o, dicho a la inversa, de no querer
escuchar sino lo que lo confirma a uno, y, cuarto enemigo, la propagada
negativa a pensar. Historias entretenidas, docilidad ante los famosos,
discurso políticamente correcto y negación a pensar, configuran un
entramado que le resta el oxígeno a la novela, la cual llegó hasta nosotros,
precisamente, con el propósito opuesto, tal como lo dijeron dos pensadores
que sí supieron para qué estaba la novela en el mundo: Walter Benjamin: «El
lugar de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad (…) que carece
de orientación y que no puede dar consejo alguno »; y Estanislao
Zuleta: «Para que haya novela es necesario que el sentido de la vida del
individuo no esté designado de antemano ».
Pues bien, les invito a que nos encontremos para presentar ante ustedes lo
que creo que es una forma de defender y preservar la novela en sus sentidos
más propios: como forma de conocimiento y como recurso de elaboración del
sentimiento. Por último, decirles que en la presentación de las ideas que
quiero ofrecer, buscaré apoyo en La montaña mágica, de Thomas Mann, y en
el extraordinario estudio crítico que Estanislao Zuleta hizo de esta
extraordinaria novela. Ojalá nos veamos.
                            
Carlos Mario González Restrepo.
Codirector del Centro de Estudios Estanislao Zuleta (CEEZ)
Profesor de la Universidad Nacional

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