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La Capitulación de Ayacucho

A pesar que la firma de la Capitulación de Ayacucho, tiene fecha 9 de diciembre de 1824, la realidad es que
las deliberaciones duraron dos días, sellándose definitivamente con este documento la independencia de
América. En esta Capitulación se establece la rendición de los realistas. Con este objetivo, se acordó la
formación de comisiones mixtas para la transferencia del poder y de la administración y para la entrega de
todas las instalaciones militares, con sus parques, maestranzas, almacenes, caballos y demás instrumentos y
armamento, desde los Castillos del Callao y Ayacucho hasta Desaguadero.
La segunda parte de la Capitulación establece una serie de concesiones a los realistas. Por ejemplo, a todos
los militares realistas que pretendieran regresar a España se les pagaría el pasaje correspondiente. Mientras
permanecieran en el Perú, el gobierno patriota debería pagar por lo menos la mitad de sus sueldos. Las
propiedades muebles e inmuebles de los españoles residentes en Perú, serían respetadas, así como sus
grados militares, pudiendo ser asimilados al Ejército del Perú. El gobierno peruano, también se comprometió
a pagar todo el gasto que habían hecho los realistas en la manutención de la campaña militar contra los
patriotas.

Consecuencias de la capitulación
Las consecuencias de la Capitulación de Ayacucho, fueron varias; pero las más saltantes, son:
1º La Independencia del Perú y de toda América.
2º Desaparición del ejército realista, que había permanecido durante 14 años como una poderosa cuña,
apuntando y amenazando la reciente y precaria independencia de los países americanos que lo hicieron
antes de 1821.
3º España, finalmente, a pesar de haber sido derrotada, logró hacer que se le reconozca “gastos de guerra”
(la llamada deuda de la Independencia, que el Perú nunca pagaría).

Campaña del Alto Perú


Luego de firmada la Capitulación de Ayacucho, las fuerzas realistas que ocupaban el sur del territorio
peruano, entre Cusco, Arequipa y Puno se fueron entregando a las fuerzas independientes. El 14 de
diciembre de 1824, el general Sucre ingresó al Cusco. Francisco de Paula Otero, primero y Lara, después,
tomaron Arequipa.
Pero en el Alto Perú se encontraba el general español Pedro Antonio Olañeta, quien no aceptó la
Capitulación y anunció su deseo de seguir batiéndose bajo la bandera de España. Sucre abrió entonces
campaña en dicho territorio, contando con la colaboración del general Arenales quien, en su calidad de
gobernador de la provincia argentina de Salta, se aprestó a atacar por esta región. Sin embargo, no hubo
necesidad de mayor lucha, puesto que en la batalla de Tumusla, los propios oficiales realistas dieron muerte
a Olañeta, el 2 de abril de 1825. Así finalizó la campaña independentista en el Alto Perú.

Rendición de los Castillos del Callao


Otro militar español que se negó a acatar los términos de la capitulación fue José Ramón Rodil quien, al
mando de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao, se mantuvo tercamente leal al rey de España. Como
recordaremos, dicha fortaleza había vuelto a poder realista en febrero de 1824. Bolívar acentuó el sitio de
dicho bastión, cortándole todo género de suministros, tanto por tierra como por mar. Tras meses de
empecinada resistencia, recién el 23 de enero de 1826, Rodil aceptó capitular, entregando la Fortaleza al
gobierno peruano. De 6 mil refugiados, entre militares y civiles, salieron después de la rendición, 2.400.
Fueron los únicos sobrevivientes de una acción desesperada por conservar el colonialismo. De ese grupo,
sólo 400 eran militares. El general Rodil, el último paladín de los realistas en Sudamérica, se embarcó hacia
España en la fragata inglesa Briton. De esta manera culminaba el proceso independentista de la América
española.
Prórroga de la dictadura de Bolívar
Al conocerse en Lima el triunfo de Ayacucho, el júbilo fue indescriptible y los homenajes a Bolívar se pusieron
de manifiesto, tanto de parte de la clase alta, como del pueblo. Pasada la euforia triunfalista, Bolívar convocó
al Congreso que no se reunía desde el año anterior. Iniciadas las sesiones parlamentarias el 10 de febrero de
1825, renunció a la Dictadura, pero el Congreso, considerando que la guerra aún no había finalizada
(resistían aún Olañeta y Rodil), le prorrogó las facultades de Dictador. Luego, el Congreso se autodisolvió el
10 de marzo de dicho año.

Viaje triunfal de Bolívar hacia el Alto Perú


Bolívar decidió emprender viaje hacia el Alto Perú. El 10 de abril de 1825 inició la marcha, recibiendo en el
trayecto las aclamaciones y homenajes de los pueblos. Reproducimos a continuación el notable discurso que
José Domingo Choquehuanca pronunció en elogio del Libertador, cuando éste arribó a la localidad de
Azángaro:
Quiso Dios de salvajes formar un gran imperio y creó a Manco Cápac. Pecó su raza y mandó a Pizarro.
Después de tres siglos de expiación ha tenido piedad de la América y os ha enviado a vos. Sois pues el
hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho antes se parece a lo que habéis hecho, y para que
alguno pueda imitaros será preciso que haya un mundo por libertar. Habéis fundado cinco repúblicas, que en
el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevarán vuestro nombre a donde ninguno ha llegado. Con los
siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina.
Prórroga de la Dictadura de Bolívar
Después de la victoria de Ayacucho, Bolívar convocó al Congreso peruano, que se encontraba en receso
desde el año anterior. La reunión de los congresistas tuvo lugar el 10 de febrero de 1825 y ante ellos, Bolívar
renunció al mando (o simuló que lo hacía). Renuncia que no fue aceptada, pues los parlamentarios
consideraron que su labor no estaba concluida, al subsistir todavía un foco realista en el Perú (los castillos del
Callao). De modo que el Congreso decidió prorrogarle el mando, luego de lo cual, se autodisolvió el 10 de
marzo de 1825.

En general, la prórroga de la Dictadura bolivariana no fue bien recibida por la ciudadanía. Consideraban que
la misión de Bolívar había concluido con la Capitulación de Ayacucho y que correspondía a los peruanos
hacerse cargo del gobierno. Pero un sector de la ciudadanía, encabezados por los políticos conservadores,
argumentaba que era necesario un gobierno fuerte, para evitar que la naciente República cayera en la
anarquía.
Bolívar no estuvo permanentemente en el poder, pues lo dejó encargado al Presidente del Consejo de
Gobierno, desde el 24 de febrero de 1825, aunque siguió dando decretos, hasta el 3 de septiembre de 1826,
cuando retornó a Colombia. Su autoridad se mantuvo nominalmente hasta el 27 de enero de 1827, cuando
se produjo el fin de su influencia en el Perú.
Colaboraron con Bolívar, en calidad de ministros: José Faustino Sánchez Carrión, José María de Pando,
Hipólito Unanue, entre otros. Otro de sus colaboradores fue el jurista Manuel Lorenzo de Vidaurre, que
luego se convirtió en su opositor.
Un episodio sombrío que ocurrió a inicios de 1825, fue el asesinato de Bernardo de Monteagudo, el antiguo
ministro de San Martín, que había regresado al Perú para ponerse al servicio de Bolívar. Una versión atribuyó
la autoría intelectual de dicho crimen a Faustino Sánchez Carrión, quien meses después falleció también,
aparentemente víctima de una enfermedad, aunque no faltó quien lo atribuyera a un envenenamiento. Dos
muertes rodeadas de misterio, que algunos quisieron involucrar al mismo Libertador.

Establecimiento del Escudo y la Bandera definitiva de la República


Por ley promulgada el 25 de febrero de 1825, se fijó en forma definitiva, la Bandera y el Escudo de Armas del
Perú.
La Bandera:
«El pabellón y bandera nacional se compondrá de tres fajas verticales; las dos extremas encarnadas y la
intermedia blanca, en cuyo centro se colocará el escudo de las armas con su timbre, abrazado aquél por la
parte inferior de una palma a la derecha y una rama de laurel a la izquierda, entrelazadas».
El Escudo:
«Las armas de la Nación Peruana constarán de un, escudo dividido en tres campos, uno azul celeste, a la
derecha, que llevará una VICUÑA mirando al interior; otro blanco a la izquierda, donde se colocará el árbol
de la QUINA; y otro rojo inferior y más pequeño en que se verá una CORNUCOPIA derramando monedas,
significándose con estos símbolos, las preciosidades del Perú en los tres reinos naturales. El escudo tendrá
por timbre una corona cívica vista de plano; e irá acompañada en cada lado de una bandera y un estandarte
de los colores nacionales, señalado más adelante».
El autor del Escudo fue el diputado por Lima y Presidente del Congreso, José Gregorio Paredes.

Nacimiento de Bolivia
Consumada la independencia del Alto Perú en 1825, esta región quedó en la disyuntiva de incorporarse a las
Provincias Unidas de Río de la Plata (pues había formado parte del Virreinato del Río de la Plata) o de
mantener la adhesión al Perú (pues había retornado al Virreinato del Perú en 1809, por obra del virrey José
Fernando de Abascal). Los partidarios para su anexión a uno u otro eran numerosos. Surgió entonces una
tercera posición que encarnaba la idea de que el Alto Perú debía de formar una república nueva.
En esta situación, el Congreso Peruano, en asamblea del 23 de febrero de 1825, acordó dejar en libertad a
los altoperuanos para que resolvieran lo conveniente. Lo propio hizo el Congreso de Río de la Plata. El
mariscal Antonio José de Sucre, que había asumido el gobierno en el Alto Perú, convocó a un Congreso en
Chuquisaca, empezando las deliberaciones el 10 de julio de 1825. El 6 de agosto del mismo año, dicho
Congreso acordó casi por unanimidad la independencia del Alto Perú, que en adelante se llamaría República
Bolívar. El Libertador, que poco después llegó en paseo triunfal, aprobó el nacimiento del nuevo Estado y a
petición de los mismos altoperuanos, les empezó a redactar su primera Constitución, la misma que sometió
para su aprobación al Congreso. El nombre de la flamante república, quedó definitivamente establecida
como "Bolivia". La Constitución, denominada Vitalicia, pues contemplaba un Presidente de carácter vitalicio
(que debía ser el mismo Bolívar) fue sancionada el 6 de noviembre de 1826 y Sucre salió elegido como
primer Presidente de la República, cargo que aceptó por solo dos años.

El frustrado Congreso Peruano de 1826


El 20 de mayo de 1826, Bolívar expidió un decreto en Arequipa convocando a un Congreso General, que se
reuniría en Lima el 10 de febrero de 1826, es decir, a un año exacto de la prórroga de sus facultades
dictatoriales. Su intención era que este Congreso aprobase para el Perú la misma Constitución que se
discutía en Bolivia. La elección de los miembros del Congreso correspondía, según lo establecido en la
Constitución de 1823, a los Colegios Electorales de provincias, compuesto por los electores de las parroquias.
Pese a la presión del gobierno, fueron elegidos algunos diputados liberales y antibolivarianos, entre los que
destacaban los representantes de Arequipa, los clérigos Francisco Xavier de Luna Pizarro y Francisco de Paula
González Vigil. Esto provocó la ira de Bolívar, que en carta dirigida a Antonio Gutiérrez de La Fuente
(entonces prefecto de Arequipa) se quejó de los «malditos diputados» que había enviado su jurisdicción,
pidiéndole que hiciera algo por cambiarlos. Presionado por la reacción de Libertador, el Consejo de Gobierno
desconoció las credenciales de aquellos diputados, quedando así amputada la minoría liberal.
Finalmente, el Congreso no llegó a reunirse y solo se quedó en las Juntas Preparatorias, pues los mismos
diputados solicitaron a Bolívar que aplazara la convocatoria hasta el año siguiente. Bolívar aceptó
complacido, diciendo que prefería la opinión del pueblo a la opinión de los sabios, en lo concerniente a la
aprobación de la Constitución.
La Constitución Vitalicia
La llamada Constitución Vitalicia redactada por Bolívar para Bolivia, se trataba, en realidad, de una
adaptación, con algunas enmiendas, de la Constitución Napoleónica del año VIII. Reconocía la división de
cuatro poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral.
El Ejecutivo, estaba integrado por un Presidente vitalicio con facultad de designar a su sucesor; un Vice-
presidente y tres ministros. El Legislativo, residía en tres cámaras: Tribunos, Senadores y Censores. El Poder
Judicial, se ejercía por la Corte Suprema y demás tribunales de justicia. El Electoral, estaría compuesto por
electores nombrados por ciudadanos en ejercicio.
Esta Carta Política fue sometida también al Perú, pero como el Congreso de 1826 no logró reunirse, fue
sometida su aprobación a los Colegios Electorales de la República, que así lo hicieron, excepto el de
Tarapacá.

Planes federativos de Bolívar


El más caro deseo de Bolívar era la de reunir a todos los Estados americanos en una sola gran confederación,
para lo cual convocó al Congreso de Panamá que se instaló el 22 de junio de 1826. Sin embargo, este primer
paso para lograr la unidad americana fracasó estrepitosamente. Entonces, al verse contrastado por la
realidad, Bolívar se limitó a su plan mínimo, que era el de reunir solamente a los pueblos liberados por él,
para lo cual esbozó dos planes, a saber:
La Federación Perú-Boliviana.— En realidad la Constitución Vitalicia, jurada tanto en Bolivia como en el Perú,
no era sino un paso para realizar la federación de ambos pueblos. Ya antes, a mediados de 1826, el Perú
había enviado a Bolivia a Ignacio Ortiz de Zevallos con el encargo de firmar el tratado de federación, lo que se
efectuó el 31 de diciembre del mismo año, con el nombre de Federación Boliviana, que tendría como Jefe
Vitalicio a Bolívar y un Congreso General con nueve diputados por cada Estado. Se acordó también gestionar
la inclusión de Colombia en la Federación. Este tratado no llegó a ser aprobado por el Congreso del Perú.
La Federación de los Andes.— Aunque no llegó a precisar bien este proyecto, el sueño evidente de Bolívar
era reunir a todos los pueblos que había liberado (Venezuela, Cundinamarca o Colombia, Perú y Bolivia), en
un solo gran Estado del cual él sería supremo gobernante vitalicio. Este proyecto originó también fuerte
resistencia y terminó por fracasar cuando Colombia se negó a aprobar la Constitución Vitalicia y, por
consiguiente, a integrar la Federación de los Andes.

Oposición a la dictadura bolivariana


Los más enconados opositores a la dictadura de Bolívar fueron los liberales peruanos, uno de cuyos líderes
era el clérigo Luna Pizarro, que fue desterrado a Chile. En general, en el país se desencadenó una reacción
contra el Libertador y contra las tropas colombianas, lo cual se hacía más visible entre los antiguos
partidarios de Riva Agüero y los oficiales argentinos que habían venido con San Martín. No era para menos,
pues los colombianos actuaban como tropas de ocupación, cometiendo tropelías y pillajes contra la
población, sumado al desprecio con que trataban a sus pares peruanos del ejército. El descontento entre las
tropas peruanas se evidenció con la sublevación de dos escuadrones del regimiento Húsares de Junín, en
Huancayo, que terminó con el fusilamiento del teniente Silva; y con una conspiración en Lima, que culminó
con la ejecución de teniente Aristizabal.
Un suceso luctuoso aumentó más la animadversión hacia Bolívar: la ejecución de Juan de Berindoaga, noble
limeño, acusado injustamente de traición. Bolívar hizo oídos sordos a los pedidos de perdón para
Berindoaga, permitiendo su fusilamiento, que se consumó en la Plaza Principal de Lima, el 15 de abril de
1826. Al aparecer, Bolívar quiso con este hecho escarmentar a la aristocracia limeña, que le era desafecta.
La oposición se extendió aun hasta la patria del Libertador, Venezuela, donde el guerrillero general José
Antonio Páez, se sublevó y proclamó la separación y autonomía de esa región. En Colombia el movimiento
era similar, puesto que el vicepresidente Francisco de Paula Santander se opuso a la aprobación de la
Constitución Vitalicia y a los planes de federación. Todo ello convenció al Libertador a retirarse del Perú y
retornar a su patria.
Retiro de Bolívar del Perú
El 1º de setiembre de 1826, el mismo día en que se celebraba el tercer aniversario de su llegada al Perú,
anunció Bolívar su retiro definitivo, mas al ruego insistente de algunas damas de la sociedad limeña,
prometió quedarse, pero el 3 de ese mes se embarcó en el bergantín Congreso, rumbo a la Gran Colombia,
donde calmó los ánimos, aunque por breve tiempo.

El Consejo de Gobierno
Con el retiro de Bolívar del Perú, no terminó la influencia bolivariana en este país, ya que quedó en el mando
supremo el Consejo de Gobierno presidido por el general Andrés de Santa Cruz y apoyado por las fuerzas
colombianas al mando del general Jacinto Lara. La misión fundamental de este Consejo, por encargo de
Bolívar, era la promulgación de la Constitución Vitalicia.

El 9 de diciembre de 1826, conmemorando el segundo aniversario de la Batalla de Ayacucho, fue jurada


solemnemente, en ambas repúblicas, Perú y Bolivia, la llamada Constitución Vitalicia, como Ley Fundamental
para los dos países, a cuya cabeza se encontraba la figura suprema del Libertador, como gobernante vitalicio.
En Lima la ceremonia fue opaca, en medio de la indiferencia y el rechazo popular. Se dice que se arrojaron
monedas a los presentes, obligándoles a que gritaran «¡Viva la Constitución! ¡Viva el Presidente vitalicio!».
Pero algunos burlonamente respondieron: «¡Viva la plata!».

La sublevación de enero de 1827. Fin de la influencia bolivariana


La oposición al régimen bolivariano se hacía cada día más fuerte e insistente debido, principalmente, a la
acción de los liberales. En medio de ese ambiente caldeado, los mismos soldados colombianos acantonados
en Lima, descontentos por el incumplimiento en sus pagos, se amotinaron el 26 de enero de 1827,
apresando a Lara y a otros oficiales. Esto fue aprovechado por los liberales peruanos dirigidos por Manuel
Lorenzo de Vidaurre y Francisco Javier Mariátegui, para salir a las calles, incitando a los ciudadanos a reunirse
en Cabildo Abierto para pronunciarse contra el régimen vitalicio. El Cabildo, reunido el día 27, tomó medidas
trascendentes: abolió la Constitución Vitalicia (al considerar que había sido aprobada de manera ilegal por
los colegios electorales, pues estos carecían de facultades para ello), restauró la Constitución de 1823 y
acordó llamar a Santa Cruz, que se encontraba en Chorrillos, para que se hiciera cargo del nuevo gobierno,
con la exigencia de reunir en el plazo de tres meses a un Congreso Constituyente, que debería elegir al
presidente del Perú y sancionar una nueva Constitución. Santa Cruz así lo prometió y asumió el gobierno
peruano.
El 30 de enero de 1827, el general Jacinto Lara y los demás jefes colombianos se embarcaron rumbo a su
patria. En el mes de marzo lo hicieron el resto de sus tropas. La influencia bolivariana en el Perú llegó así a su
fin.

Gobierno de la Junta de Gobierno 1827


Quedó instalada una Junta de Gobierno, presidida por Santa Cruz e integrada por Manuel Lorenzo de
Vidaurre, José de Morales y Ugalde, José María Galdeano y el general Juan Salazar.
En cumplimiento con el acta del Cabildo, Santa Cruz decretó el 28 de febrero de 1827, la convocatoria de un
Congreso General Constituyente, con arreglo a la carta constitucional de 1823, y cuya misión sería decidir
sobre la Constitución a implantarse, así como la elección del Presidente de la República. Se dio cumplimiento
a la convocatoria sin dificultades, pues el pronunciamiento de Lima fue secundado pacíficamente en el resto
del país y las tropas colombianas se retiraron de igual manera, de vuelta a su patria.

Instalación del Congreso Constituyente


El Congreso General Constituyente del Perú (el segundo de la historia republicana peruana) se instaló el 4 de
junio de 1827, con 83 diputados elegidos por provincias, incluyendo a Maynas (territorio que ya por
entonces reclamaba Bolívar como parte de la Gran Colombia). Su primer presidente fue el clérigo liberal
Francisco Xavier de Luna Pizarro. En armonía con el decreto que le diera origen, este Congreso derogó la
Constitución Vitalicia, repuso en parte la Constitución de 1823 e inició la discusión de una nueva carta
política.

Elección del Presidente José de la Mar


El mismo día 9 de junio en que fue instalado el Congreso, este aprobó una ley por el cual se arrogaba la
potestad de elegir al Presidente y al Vicepresidente de la República, en propiedad y no provisionalmente, ya
que, según su punto de vista, así convenía a la seguridad de la República. Luna Pizarro impulsó la candidatura
del mariscal José de La Mar, pues lo veía como un militar idóneo para el gobierno republicano, por ser una
persona desafecta al militarismo y al caudillaje. La Mar había sido elegido diputado por Huaylas, pero se
hallaba entonces en Guayaquil, como Jefe Político y Militar de dicha plaza (perteneciente a la Gran
Colombia). Otro grupo de diputados auspició la candidatura del general Andrés de Santa Cruz. Pero
sorpresivamente, Luna Pizarro anunció que ese mismo día, 9 de junio, se haría la elección en sesión
permanente. La Mar triunfó con 58 votos, mientras que Santa Cruz obtuvo 29. Este último quedó muy
disgustado con este resultado, que consideró ilegal, convirtiéndose así en opositor del nuevo gobierno.

Gobierno de José de la Mar (1827-1829)


La Mar, que se hallaba en Guayaquil, fue informado de su elección, debiendo entonces partir hacia el Perú.
Se dice que lo hizo de mal grado, pues detestaba el poder; aunque posiblemente también por su salud
delicada (sufría al parecer de un mal hepático). Mientras duraba su llegada, asumió el mando interino el
vicepresidente Manuel de Salazar y Baquíjano. El 22 de agosto asumió por fin La Mar sus funciones como
Presidente Constitucional del Perú.
El gobierno de La Mar fue el primero del Perú libre de toda influencia extranjera. Ya desde sus primeros
meses, tuvo que sofocar tres conspiraciones:

La primera (diciembre de 1827), donde aparecieron complicados el jurista Manuel Lorenzo de Vidaurre (uno
de los sostenedores de la candidatura de Santa Cruz) y el guerrillero Ignacio Quispe Ninavilca.
La segunda, promovida por el coronel Alejandro Huavique (23 de abril de 1828), fue sofocada por el
entonces sargento mayor Felipe Santiago Salaverry, quien dio muerte al conspirador.
La tercera (mayo de 1828), dio origen a la dispersión de numerosos oficiales en apartadas guarniciones de
provincia.
Estas conspiraciones fueron atribuidas a las intrigas de Santa Cruz, el cual fue alejado del país
nombrándosele ministro plenipotenciario en Chile. Pero se ha dicho que todos estos complots no eran sino
episodios de una conspiración más vasta y profunda, en la cual se hallaban comprometidos, además de Santa
Cruz, los generales Agustín Gamarra (prefecto del Cuzco) y Antonio Gutiérrez de la Fuente (prefecto de
Arequipa). Estos formaron una especie de triunvirato, cuyo propósito era la caída de La Mar, meta que
momentáneamente aplazaron, a raíz de los conflictos con Bolivia y la Gran Colombia. Poco después, Santa
Cruz fue nombrado Presidente de Bolivia, hacia donde partió, con previa autorización del gobierno peruano.
En dicho país, Santa Cruz realizaría una gran obra administrativa, aunque continuó intrigando contra el
gobierno peruano. Ya por entonces tenía en mente su plan de una Federación Perú-Boliviana, que años
después haría realidad.
Por si fuera poco, La Mar tuvo también que enfrentar una peligrosa sublevación de los iquichanos, indígenas
de la provincia de Huanta. Estos aún luchaban a favor del rey de España y el 12 de noviembre de 1827
asaltaron y tomaron Huanta. Luego, avanzaron amenazadoramente sobre Huamanga pero fueron
contenidos, y tras una cruenta campaña fueron finalmente sometidos.

Obras y hechos importantes


Primer esbozo de Presupuesto; El ministro encargado de Hacienda, José de Morales y Ugalde, presentó al
Congreso una extensa memoria de todo lo hecho dentro de su ramo en el pasado gobierno y una relación de
las entradas y gastos públicos en 1827. Los ingresos calculados fueron de 5.203.000 pesos y los egresos de
5.152.000, dando un saldo o sobrante de 51.000 pesos. Pero este presupuesto no llegó a ser aprobado por el
Congreso.

Promulgación de la Constitución liberal de 1828


El Congreso Constituyente dio la Constitución liberal de 1828, la segunda que tuvo la República del Perú,
cuya promulgación y juramento público se dispuso para el día 5 de abril de 1828, lo que debió ser
postergado para el día 18 de ese mes, por haber ocurrido el 30 de marzo un tremendo terremoto en Lima
que dejó a la ciudad casi en ruinas. Y aunque sus bases fueron tomadas de la Constitución de 1823, fue
enriquecida con normas que la experiencia aconsejó incluir.
En lo civil puso término a ciertos rezagos de la vida colonial, a saber: empleos hereditarios, mayorazgos,
vinculaciones y privilegios. Se abolió la tortura y las penas infamantes y solo hubo pena de muerte en los
casos de homicidio calificado.
En lo político estableció: la elección indirecta del presidente y el vicepresidente, para un período de cuatro
años, inmediatamente renovable; cámaras de senadores y diputados, cuya renovación se efectuaría cada dos
años por tercios y mitades, respectivamente; creación de un Consejo de Estado, al cual se encargaba la
misión de observar y asesorar al poder ejecutivo; creación de las Juntas Departamentales, como medio de
satisfacer y atenuar las tendencias federalistas. Pero una disposición importantísima fue la autorización al
Presidente de la República para suspender las garantías constitucionales e investirse de facultades
extraordinarias, por un tiempo determinado y con cargo de informar al Congreso acerca de las medidas
adoptadas durante el ejercicio de dichas facultades.
Ofreció el fomento de las industrias y la educación, la realización de estadísticas, la civilización de los
indígenas y el apoyo a la inmigración, entre otras buenas intenciones que poco o nada llegarían a
materializarse.

Invasión de Bolivia y el Tratado de Piquiza


Bolivia se hallaba todavía bajo la órbita grancolombiana, con el mariscal Sucre a la cabeza como Presidente.
Sucedieron por entonces varios movimientos rebeldes en dicho país, en uno de los cuales resultó herido el
mismo Sucre en la cabeza y en el brazo derecho, logrando huir penosamente a refugiarse en el palacio
presidencial. Obligado por las circunstancias, Sucre tuvo que delegar el poder en su Presidente del Consejo
de Ministros, general José María Pérez de Urdininea. Gamarra, que tenía bajo su mando el poderoso ejército
peruano del Sur y sin contar con la autorización del Congreso peruano, invadió Bolivia el 1º de mayo de 1828,
con la manifiesta intención de salvar a dicho país de la amenaza de la anarquía y proteger la vida de Sucre,
aunque su verdadera intención era expulsar a los grancolombianos y poner punto final al predominio
bolivariano en dicho país. Tras un paseo triunfal por territorio boliviano, sin apenas hallar resistencia, firmó
con el gobierno de Urdininea el Tratado de Piquiza (6 de julio de 1828), en el cual se acordó, entre otras
cosas, el retiro de las tropas grancolombianas de Bolivia y la renuncia a la presidencia por parte de Sucre.
Este hecho fue muy importante para el Perú, pues se eliminaba así un peligroso frente ante la guerra
inminente contra la Gran Colombia.

Guerra contra la Gran Colombia


El mayor problema internacional que tuvo que enfrentar La Mar fue precisamente el enfrentamiento bélico
con la Gran Colombia, encabezada por el Libertador Bolívar.

Causas
Las relaciones del Perú con la Gran Colombia se habían deteriorado debido en parte a las diferencias
fronterizas que mantenían ambos países (La Mar reclamaba Guayaquil, mientras que Bolívar pretendía las
provincias peruanas de Tumbes, Jaén y Maynas), pero más que nada por la finalización de la influencia
bolivariana en el Perú y la revocación de la Constitución Vitalicia en 1827, hechos que disgustaron a Bolívar,
pues veía como su proyecto federativo continental se desmoronaba. Su furia hacia el Perú aumentó aún más
cuando se produjo la ocupación peruana de Bolivia en 1828 y la expulsión de Antonio José de Sucre, hecho
que puso fin a la influencia bolivariana en ese país.
El ambiente tenso fue caldeado aún más por la prensa de ambos países, que se hicieron mutuas
provocaciones e injurias. El Perú expulsó de Lima al diplomático colombiano Cristóbal Armero, mientras que
en Bogotá no se recibió al diplomático peruano, José Villa, a quien se le extendieron sus pasaportes. En
respuesta, el 17 de mayo de 1828, el Congreso del Perú autorizó al presidente La Mar a tomar las medidas
militares del caso.
Seguidamente, Bolívar, tras una violenta proclama en la que incitaba a los grancolombianos del sur a
marchar a la frontera, declaró la guerra al Perú el 3 de julio de 1828. La Mar aceptó el reto y movilizó el
ejército y marina peruanas contra la Gran Colombia. Dejó como encargado del mando en Lima al
vicepresidente Manuel Salazar y Baquíjano.

Campaña marítima
La marina peruana, al mando del almirante Martín Guise, procedió a bloquear la costa pacífica
grancolombiana, en agosto de 1828. La flota peruana resultó victoriosa en los combates de Malpelo y Las
Cruces. Luego procedió a asediar el puerto artillado de Guayaquil. Durante la lucha, falleció el mismo Guise,
al explotar una granada en la cubierta de la fragata Presidente que comandaba (22 de noviembre de 1828).
Le sucedió en el mando el segundo jefe de la escuadra, José Boterín, quien logró finalmente acallar las
defensas de Guayaquil, obteniendo su rendición el 19 de enero de 1829. Las tropas peruanas ocuparon
Guayaquil el 1 de febrero de 1829, al mando del capitán Casimiro Negrón.
La campaña marítima fue, pues, un triunfo para el Perú. No ocurriría lo mismo con la campaña terrestre.

Campaña terrestre
El ejército peruano, al mando del mismo La Mar, ocupó la provincia de Loja, en el sur grancolombiano (actual
Ecuador).
Otra división del ejército peruano a órdenes del mariscal Agustín Gamarra marchó desde el sur del Perú
hasta el teatro de las operaciones, con el propósito de auxiliar a La Mar. Ambos planearon tomar la ciudad
de Cuenca, que era el lugar de nacimiento de La Mar. Las fuerzas peruanas sumaban en total 4.500 soldados.
Mientras tanto, Bolívar (que no pudo ir en persona al teatro de operaciones debido a una rebelión en
Colombia), ordenó al mariscal Antonio José de Sucre que desde Quito organizara la defensa del Sur de
Colombia.

Los dos jefes peruanos, La Mar y Gamarra, no coordinaron bien sus movimientos y Sucre, actuando con su
característica habilidad, en la madrugada del 13 de febrero de 1829 sorprendió el parque de artillería
peruano en el pueblo de Saraguro y lo destrozó. A continuación, el mismo Sucre, al frente del grueso de su
ejército (4.500 hombres), acorraló y derrotó a una división de vanguardia del ejército peruano (integrada por
unos 1.000 soldados) en el lugar denominado Portete de Tarqui, cerca de Cuenca (27 de febrero de 1829).
Dicha división peruana se hallaba aislada del grueso de su ejército, y pese a que poco después acudieron en
su auxilio fuerzas al mando de La Mar y Gamarra, estas no pudieron restablecer la batalla y optaron por
retirarse, tomando posiciones defensivas. Los grancolombianos intentaron perseguir a los peruanos, pero al
ser rechazados por los Húsares del Perú, se aferraron también a sus posiciones.

Tarqui fue un revés para los peruanos pero no una derrota decisiva. Cada ejército quedó dueño de su terreno
y esperaban que al día siguiente se reiniciara la lucha y se librara la batalla definitiva. La batalla final no se
libró, pues La Mar, viendo que su situación era insostenible (se le agotaban sus municiones así como no
podía maniobrar en ese territorio, muy accidentado), aceptó negociar con el adversario. Fue así como al día
siguiente, 28 de febrero, se firmó el Convenio de Girón, por el cual se establecía el retiro de las tropas
peruanas del territorio colombiano que habían ocupado (es decir Guayaquil y Loja). De ese modo, los
grancolombianos reconocían implícitamente como peruanas a las provincias de Tumbes, Jaén y Maynas, al
no reclamarlas en ese momento.
Pero sucedió entonces que Sucre, al redactar el parte de guerra y el decreto de premios para los vencedores
de Tarqui, tuvo expresiones que fueron consideradas falsas y ofensivas por los peruanos. Mandó, por
ejemplo, que en el campo de batalla se erigiera una columna en la que se debía leer en letras de oro lo
siguiente:

“El ejército peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus libertadores fue vencido por cuatro mil
bravos de Colombia el veinte y siete de febrero de mil ochocientos veinte y nueve”.
La Mar protestó en carta que dirigió a Sucre. Aclaró que el ejército peruano sólo sumaba 4.500 hombres y no
8.000; que en Tarqui fue derrotada nada más que la vanguardia peruana, la cual llegaba apenas a 1.000
hombres; que en vano el ejército peruano esperó el ataque final del ejército grancolombiano, luego que los
Húsares del Perú rechazaran la carga del batallón colombiano Cedeño. También señaló la valiosa y decisiva
contribución peruana en las batallas de Junín y Ayacucho, como respuesta al reproche velado de que el Perú
se mostraba desagradecido ante sus “libertadores”. De otro lado, protestó contra el accionar de los oficiales
grancolombianos, que fusilaron a un buen número de los prisioneros peruanos, y enrolaron a la fuerza a otro
grupo de cautivos. Por todo ello, La Mar decidió suspender el Convenio de Girón hasta que se retiraran los
agravios y se corrigieran los excesos.

Derrocamiento
La Mar estaba pues, dispuesto a continuar la guerra, pero fue entonces cuando un grupo de sus propios
oficiales lo tomaron preso en Piura, en la noche del 7 de junio de 1829. Dichos militares portaban una carta
de Gamarra para La Mar, donde aquel le pedía su renuncia. La Mar se negó a hacerlo, y de inmediato fue
trasladado al puerto de Paita, donde en la madrugada del día 9 fue embarcado junto con el coronel Pedro
Bermúdez y seis esclavos negros, en una miserable goleta llamada "Las Mercedes", con destino a Costa Rica.
Allí fallecería el 11 de octubre de 1830.
Las razones que arguyó Gamarra para dar este golpe de estado fueron las siguientes: el hecho de ser La Mar
un “extranjero” en el Perú (lo cual era falso, pues La Mar era peruano tanto por voluntad propia como de
acuerdo a ley) y que su elección por el Congreso había nacido de un arreglo tramado por Luna Pizarro (lo cual
es discutible).
En Lima, el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, aliado de Gamarra, se encargó de derrocar al encargado
del mando, Manuel Salazar y Baquíjano, asumiendo el poder interinamente, a partir del 6 de junio de 1829.
Pero no quiso conservar el poder y renunció ante el Congreso el 1º de septiembre del mismo año.

Primer gobierno de Agustín Gamarra (1829-1833)


El 1º de septiembre de 1829 el Congreso nombró Presidente Provisorio de la República al mariscal Agustín
Gamarra y Vicepresidente a Antonio Gutiérrez de La Fuente. Se convocaron luego a las primeras elecciones
populares del Perú. Gamarra obtuvo más de la mayoría absoluta de los colegios electorales de provincia
exigidos por la Constitución y fue proclamado Presidente Constitucional por el Congreso, el 19 de diciembre
de 1829.

Autoritarismo conservador
El gobierno de Gamarra quiso ser lo opuesto al de La Mar, que había sido un esfuerzo constitucionalista.
Gamarra dejó de lado la Constitución de 1828, pues no lo satisfizo por las limitaciones que establecía al
Poder Ejecutivo. Instauró un gobierno autoritario y conservador. Tuvo como consejeros a los más
connotados representantes del conservadorismo peruano, entre ellos el escritor costumbrista Felipe Pardo y
Aliaga, el político, jurista y escritor José María Pando, el orador y jurisconsulto arequipeño Andrés Martínez,
y el entonces coronel Manuel Ignacio de Vivanco.
Gamarra logró a duras penas completar su periodo constitucional. Se ha contabilizado en total 17 rebeliones
y conspiraciones que ocurrieron durante este periodo, entre ellas la rebelión de Gregorio Escobedo en el
Cuzco, el 26 de agosto de 1830; la sublevación del capitán Felipe Rossel en Lima el 18 de marzo de 1832; la
rebelión de Felipe Santiago Salaverry en Chachapoyas el 13 de septiembre de 1833; y la del mismo Salaverry
en Cajamarca el 26 de octubre de 1833.
Gamarra debió ausentarse varias veces de la capital para sofocar dichos alzamientos que ocurrían en
provincias. Durante sus ausencias, dejaba el gobierno en manos del vicepresidente o de un encargado de
gobierno.
El ministro de Gobierno, Manuel Lorenzo de Vidaurre, publicó un manifiesto, censurando la actitud de los
opositores al régimen, documento que terminaba con estas palabras: «Ha de reinar el orden. Si fuera
preciso, callarán las leyes para mantener las leyes».
Conforme pasaba el tiempo, la oposición liberal al gobierno se robusteció más y los miembros del Congreso
hicieron sentir su protesta. Fue Francisco de Paula González Vigil, sacerdote tacneño, quien hizo la más
severa crítica al régimen autoritario de Gamarra, culminando su argumentación con las célebres palabras:
«Yo debo acusar, yo acuso». En su elocuente discurso, Vigil denunció los actos ilegales y las arbitrariedades
en que había incurrido el régimen de Gamarra. Con estas acusaciones, el gobierno se desprestigió aún más.
El Congreso se clausuró a fines de 1832.

Gobernantes interinos
El primero de ellos fue el vicepresidente Antonio Gutiérrez de la Fuente, que se encargó del mando cuando
Gamarra partió a reprimir la rebelión del Cuzco. La Fuente manifestó también su carácter autoritario y
comenzó a ganarse la enemistad de la cúpula política limeña, estallando finalmente en la capital una asonada
promovida por la esposa de Gamarra, la famosa Francisca Zubiaga y Bernales, la “Mariscala”, a raíz del
llamado “pleito de las harinas” (16 de abril de 1831). La Fuente se vio obligado a huir por las azoteas y halló
finalmente cobijo en un buque extranjero anclado en el Callao. Se encargó entonces del mando supremo el
presidente del Senado, Andrés Reyes y Buitrón, un ilustre ciudadano chancayano, hasta el 21 de diciembre
de 1831, cuando retornó Gamarra.

De 27 de septiembre a 1º de noviembre de 1832, Gamarra, aquejado por una enfermedad, encargó el


mando en el entonces presidente del Senado, Manuel Tellería Vicuña.
El 30 de julio de 1833, Gamarra, antes de partir a debelar una rebelión en Ayacucho, encargó el mando al
vicepresidente del Senado José Braulio del Campo Redondo, ilustre hijo de la ciudad de Chachapoyas.
Retomó el poder el 2 de noviembre del mismo año.

Obras y hechos importantes


Política internacional Paz con la Gran Colombia
No bien dado el golpe de estado contra La Mar, Gamarra firmó con los grancolombianos el Armisticio de
Piura, el 10 de julio de 1829, por el cual se acordó un armisticio de 60 días (que fue prorrogado al finalizar
dicho plazo), además de la devolución de Guayaquil a la Gran Colombia y la suspensión del bloqueo peruano
a la costa sur grancolombiana.
Posteriormente, se reunieron en Guayaquil los delegados peruano y grancolombiano, señores José de Larrea
y Loredo y Pedro Gual, quienes suscribieron un tratado de paz y amistad el 22 de septiembre de 1829, el
llamado Tratado de Guayaquil o Tratado Larrea-Gual. Se puso así fin, oficialmente, a las hostilidades,
estableciéndose «una paz perpetua e inviolable, y amistad constante y perfecta entre ambas naciones».
Contra la creencia generalizada, no fue un tratado limítrofe, pues solo se restringió a decir, de manera
general, que ambas partes reconocían por límites de sus respectivos territorios, «los mismos que tenían
antes de su independencia los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y del Perú», aunque dejando abierta la
posibilidad de hacer las variaciones que, de común acuerdo, se considerasen pertinentes. Quedó pues
pendiente la demarcación de la frontera común, labor que debería hacer una Comisión demarcatoria
bipartita, que pese a los intentos, no logró entonces reunirse. Poco después, la Gran Colombia se fragmentó
en tres repúblicas (Ecuador, Nueva Granada o Colombia y Venezuela), por lo que el Tratado entró en
caducidad, quedando pendiente la solución del problema limítrofe entre el Perú, Ecuador y Colombia.

El primer Tratado peruano-ecuatoriano


En 1830 surgió como estado independiente la República del Ecuador, tras la disolución de la Gran Colombia.
La flamante república se erigió sobre la base de los territorios de la antigua Audiencia de Quito, más
Guayaquil. Por entonces no hizo reclamos sobre Tumbes, Jaén y Maynas, que pertenecían al Perú de manera
indiscutible en base al principio del Uti Possidetis y el principio de la libre determinación de los pueblos. El
primer tratado celebrado entre el Perú y Ecuador fue el Tratado Pando - Novoa, suscrito el 12 de julio de
1832 por el ministro de gobierno y relaciones exteriores del Perú, José María Pando, y el ministro
plenipotenciario de Ecuador, Diego Noboa. Su artículo 14 reconocía y respetaba los límites vigentes entre
ambas naciones.

Tratados con Bolivia


En 1831 Gamarra quiso declarar la guerra a Bolivia pero el Congreso se opuso. Entonces decidió entablar
negociaciones con dicho país. Los representantes de ambos países, el peruano Pedro Antonio de La Torre y el
boliviano Miguel María Aguirre se reunieron en Tiquina (frontera peruano-boliviana), firmando un Tratado
preliminar de paz (25 de agosto de 1831), en el que se acordó el retiro de ambos ejércitos de la frontera y la
disminución de sus efectivos. El 8 de noviembre de 1831, los mismos plenipotenciarios, con la mediación de
Chile, suscribieron en Arequipa el Tratado de Paz y Amistad, que ratificó los acuerdos anteriores, además de
la prohibición de las actividades sediciosas a los refugiados políticos de ambos países, y el mantenimiento de
las fronteras hasta el nombramiento de las comisiones de límites. Por el mismo tiempo se celebró el Tratado
de Comercio, en el cual se aprobó la igualdad de derechos, se declaró libre la navegación en el Lago Titicaca y
quedaron exentos algunos artículos necesarios para la industria y la agricultura de ambos países. El gobierno
boliviano aceptó el Tratado de Paz y Amistad, mas no el de Comercio, por considerarlo lesivo a sus intereses
comerciales. El peruano La Torre se vio obligado a viajar a Bolivia para negociar con el representante
boliviano Casimiro Olañeta un nuevo Tratado de Comercio, que fue suscrito en Chuquisaca el 17 de
noviembre de 1832.

Política administrativa
En líneas generales, Gamarra realizó una buena labor administrativa, contando con la valiosa colaboración de
sus ministros José María Pando, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Lorenzo Bazo, José de Larrea y Loredo, Andrés
Martínez y Manuel del Río, personajes de gran figuración y versación en las disciplinas del Derecho y la
Economía.

Entre sus principales medidas mencionamos las siguientes:


Se reorganizó la casa de moneda, cuya dirección fue encomendada a Cayetano de Vidaurre 1831, mantuvo
funcionando la de Cusco y se crearon las casas de moneda de Cerro de Pasco y Arequipa.
Se tomó medidas para regularizar el cobro de las contribuciones, especialmente del ramo de patentes que
no habían sido hecho efectivas desde el año 1822.
Se inauguró el muelle del Callao y se abrió al comercio marítimo el puerto de Cerro Azul.
Se estableció la Dirección General de Aduanas.
Se creó el Departamento de Amazonas, por ley promulgada el 21 de noviembre de 1832. La integraban las
provincias de Chachapoyas, Pataz y Maynas, hasta entonces bajo la jurisdicción del departamento de La
Libertad. Para esta creación fue decisiva la acción del diputado amazonense José Braulio del Campo
Redondo.
Se fundó en 1830 el Colegio Militar, cuyo director fue el coronel Manuel Ignacio de Vivanco, pero no tuvo
larga vida pues fue clausurado en 1834.
Se reorganizó el Convictorio de San Carlos y se fundó el Ateneo de Lima, con el propósito de estimular el
desarrollo cultural del país.
Se ensayó la descentralización administrativa que se hizo por medio de las Juntas Departamentales, que
habían sido creadas por la Constitución de 1828. Lamentablemente, este ensayo no dio los resultados
esperados por la irresponsabilidad y la falta de preparación de sus miembros, a lo que se sumó la escasez de
recursos económicos.

Sucesión presidencial de 1833


Estando ya en el último año de su gobierno, Gamarra convocó en 1833 a una Convención Nacional, es decir,
una asamblea de representantes, cuya misión sería reformar la Constitución de 1828, tal como lo estipulaba
esta misma en uno de sus artículos. Dicha asamblea se instaló el 12 de septiembre de 1833, predominando
en ella los diputados liberales, a la cabeza de los cuales estaba el clérigo Francisco Xavier de Luna Pizarro.
Gamarra convocó también a los Colegios Electorales para la elección de un nuevo Presidente de la República,
pero dichos colegios fueron elegidos parcialmente (unas provincias eligieron y otras no) por lo que no se
pudo realizar la elección. Pese a ello, Gamarra no quiso prorrogarse en el poder y lo dejó el 19 de diciembre
de 1833, el mismo día en que finalizaba su mandato constitucional. Entonces la Convención Nacional asumió
temporalmente el poder ejecutivo y se arrogó la potestad de elegir a un Presidente provisorio. Como
candidato gobiernista o gamarrista se presentó el general Pedro Bermúdez (el mismo que acompañara en su
exilio al derrocado presidente La Mar y que, sorprendentemente, aparecía ahora reconciliado con Gamarra).
Los liberales, por su parte, apoyaron la candidatura del general liberteño Luis José de Orbegoso y Moncada,
un militar débil y manejable. Otro candidato fue el general Domingo Nieto. Orbegoso obtuvo 47 votos,
Bermúdez 36 y Nieto un solo voto (20 de diciembre de 1833).
Fue así como llegó a la presidencia el general Orbegoso, apreciado por su ánimo caballeroso, pero cuyo débil
carácter lo hacía susceptible a las influencias de los políticos más experimentados. Gamarra quedó muy
irritado por esta elección y empezó a maquinar con sus partidarios para derribar al nuevo gobierno,
achacándolo de haber nacido de manera ilegal.

Gobierno provisorio de Luis José de Orbegoso (1833-1835)


Al día siguiente de su elección, Orbegoso concurrió ante la Convención Nacional, donde prestó el juramento
prescrito por la ley, asumiendo así el mando.
Durante los primeros días de su gobierno, Orbegoso permaneció en el Palacio de Gobierno, acompañado
solo de algunos amigos. No había fondos para pagar a los empleados; la aduana se hallaba empeñada y las
contribuciones cobradas y gastadas. Prácticamente, el gobierno de Orbegoso se hallaba atado de las manos y
con el temor de caer pronto. Se notaba que aún subsistía la influencia de Gamarra en el manejo del poder.
De hecho, éste seguía siendo General en jefe del Ejército.

Guerra civil de 1834


Golpe de estado de Pedro Bermúdez
Temiendo un golpe de estado, Orbegoso decidió abandonar Lima y se refugió en la Fortaleza del Real Felipe,
en el Callao, el 3 de enero de 1834. Allí instaló la sede de su gobierno y comenzó a relevar a los gamarristas
de los altos mandos del Ejército.
En respuesta a esta acción, la guarnición de Lima se sublevó al día siguiente y proclamó Jefe Supremo al
general Pedro Bermúdez, el mismo que perdiera la elección presidencial ante Orbegoso en la Convención
Nacional. Este gobierno de facto tuvo como ministros de Estado a José María Pando, Andrés Martínez y el
general Juan Salazar. Dos compañías de un batallón se posesionaron del local donde sesionaba la Convención
Nacional, impidiendo así su reunión.
Bermúdez, en realidad, seguía las directivas de Gamarra, que se hallaba en Lima maquinando el golpe de
estado, alegando que la presidencia de Orbegoso era ilegal pues no le correspondía a la Convención Nacional
elegir al Presidente.
Las tropas bermudistas sitiaron la fortaleza del Callao, donde se hallaba atrincherado Orbegoso. A nivel
nacional la autoridad de Bermúdez fue acatada por algunas guarniciones: en el Cuzco, con el prefecto Juan
Ángel Bujanda a la cabeza; en Puno, con Miguel de San Román; en Ayacucho con Frías. Pero empezó a sufrir
deserciones, más aún cuando llegó la noticia de que Arequipa, la ciudad más importante del Perú después de
Lima, se pronunciaba a favor de Orbegoso.

Intervención del pueblo de Lima


En Lima, la ciudadanía se mostró también contraria al golpe. Se paralizaron muchas actividades cotidianas. Se
suspendieron las funciones de teatro y las corridas de toros, y cerraron parte de los comercios. Por las
noches, grupos de ciudadanos iban al Callao, para ayudar a los sitiados del Real Felipe.
El día 28 de enero de 1834, una parte de las fuerzas bermudistas que sitiaban el Real Felipe emprendió la
retirada a la sierra, en vista de lo infructuoso de dicho sitio. La población de Lima, temiendo que los
bermudistas, a su paso por la capital, se entregasen al saqueo, se puso en pie de lucha, armándose con
piedras y unos cuantos fúsiles. Se produjeron choques en las calles de la ciudad. Al anochecer, llegó el resto
del ejército que sitiaba el Callao, encabezado por la célebre Mariscala (la esposa de Gamarra), que iba
vestida de hombre, disparando y alentando a los suyos. La población se mantuvo firme, repeliendo el ataque
de los bermudistas. Según el historiador Basadre, era la primera vez en la historia peruana que el pueblo de
Lima se enfrentaba con éxito al ejército.

En la mañana del día 29 de enero ingresó Orbegoso triunfalmente en Lima, siendo ovacionado por la
multitud. Las mujeres del pueblo le detenían en las calles para abrazarlo. La Convención Nacional reanudó
sus labores y poco después aprobó una ley que autorizaba al gobierno a pedir la cooperación del gobierno de
Bolivia «con el único y exclusivo objeto de terminar la guerra civil» (18 de abril). Dicha cooperación no
llegaría a ser solicitada pues la guerra terminaría pocos días después, pero la ley sería invocada al año
siguiente en otro contexto de guerra civil, trayendo gravísimas consecuencias, como veremos más adelante.

Campañas de la guerra civil


Estalló así la guerra civil, la primera de la historia republicana del Perú, la cual tuvo tres escenarios:
El frente sur, localizado en Arequipa, donde el general Domingo Nieto intentó defender el orden
constitucional, triunfando inicialmente en Miraflores, pero finalmente fue derrotado por San Román en
Cangallo.
El frente norte, donde Felipe Santiago Salaverry, sumado al bando orbegosista, apresó en Trujillo al general
Francisco de Vidal.
El frente centro, hacia donde marchó Orbegoso en persona, subiendo a la sierra en busca de Bermúdez y su
ejército. Fue la campaña que decidiría el resultado final.
Antes de iniciar la campaña de la sierra, Orbegoso dejó el mando al Supremo Delegado Manuel Salazar y
Baquíjano (20 de marzo). Si bien tenía bajo su mando a oficiales competentes como José de la Riva Agüero,
Mariano Necochea, Guillermo Miller, Antonio Gutiérrez de la Fuente, Blas Cerdeña, Francisco de Paula Otero
y Felipe Santiago Salaverry, sus fuerzas eran muy débiles y heterogéneas. Por su parte, Bermúdez, si bien
tenía un pequeño ejército, tenía la ventaja de estar formado por veteranos disciplinados.
Bermúdez, perseguido por las fuerzas de Orbegoso, emprendió la retirada en dirección de Ayacucho, pero las
avanzadas de ambas fuerzas se encontraron cerca de Huancavelica, librándose la llamada batalla de
Huaylacucho (que en realidad fue solo un combate). En ella, las fuerzas bermudistas derrotaron a las
orbegosistas, que estaban al mando de Guillermo Miller (17 de abril). En la refriega murió el general Frías, el
prefecto de Ayacucho, que militaba en el bando bermudista.

El abrazo de Maquinhuayo
No obstante, la acción de Huaylacucho no decidió nada. Se esperaba un encuentro definitivo en las cercanías
de Jauja, pero fue entonces cuando el oficial bermudista José Rufino Echenique intentó convencer a su jefe
Bermúdez para que celebrara un acuerdo pacífico con Orbegoso. Echenique consideraba que la causa que
defendían estaba ya perdida, pues sufrían por todo lado la hostilidad de las poblaciones, mientras que
Orbegoso ganaba fuerzas. Bermúdez rechazó tal propuesta y fue entonces que Echenique, con el apoyo de
otros oficiales, decidió deponerlo, enviando al mismo tiempo un mensaje a Orbegoso, para ponerlo al tanto
del plan. Bermúdez fue así apresado por sus propios oficiales y enviado de regreso a la costa.
El 24 de abril, los ex bermudistas llegaron al llano de Maquinguayo, a 24 km al norte de Jauja, donde
encontraron a los orbegosistas en formación de batalla. Luego de colocar sus armas en pabellones, ambos
ejércitos avanzaron hasta encontrarse y se estrecharon en fraterno abrazo. A este episodio singular de la
historia peruana se conoce como el abrazo de Maquinhuayo. Los que habían sido bermudistas o gamarristas
reconocieron así la autoridad de Orbegoso, aunque sus caudillos, Gamarra y su esposa, huyeron del país.

Orbegoso se consolida en el poder


Orbegoso hizo su entrada triunfal en Lima, el 3 de mayo de ese mismo año de 1834, y los limeños lo
recibieron por segunda vez de manera triunfal. Artesanos y jornaleros le sacaron del coche y lo llevaron en
brazos al interior del Palacio de Gobierno.
Triunfante en la guerra civil, Orbegoso renunció a la presidencia provisoria por razones de salud (7 de mayo
de 1834), pero la Convención Nacional lo conminó a cumplir el plazo de dos años para el que fuera elegido.
Se inició así en el Perú un período de gobierno liberal con Orbegoso a la cabeza y con una Convención
Nacional como poder legislativo donde dominaban Francisco Xavier de Luna Pizarro y Francisco de Paula
González Vigil, sacerdotes de la misma tendencia.

Obras y hechos diversos


La Convención Nacional dio, con fecha del 10 de junio de 1834, una nueva Constitución Política, la cuarta que
se redactaba en el Perú en once años y la tercera de tipo liberal. Esta Constitución fue una fórmula de
transición para la esperada federación con Bolivia, y sobre todo, un minucioso intento de poner barreras al
autoritarismo militar, aunque fuera sólo en el papel.
Orbegoso hubo de atender a las dificultades económicas derivadas de la guerra civil. Apeló a recargar el
comercio internacional con un porcentaje sobre el valor de las mercancías; levantó la prohibición estipulada
en lo tocante a la importación de algunos artículos similares a los nacionales como el tocuyo, por ejemplo,
para evitar su contrabando y beneficiar al tesoro con la recaudación de los correspondientes derechos
aduaneros; y para dar alicientes a la industria minera favoreció la exportación de oro y plata con una
franquicia temporal.
Por decreto del 12 de junio de 1834 se instituyó la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, compuesta por
40 vecinos prestigiosos, institución que continuó la tradición colonial de caridad hacia los enfermos y
desvalidos. Los hospitales que se le entregaron fueron los de Santa Ana, San Andrés, La Caridad, San
Bartolomé, Incurables, Amparadas y Hospicio de Huérfanos.
Otras de sus medidas de carácter social que se dieron fue la preferencia a los pensionistas del Estado para
ocupar las vacantes que se produjeren; y el otorgamiento de pensiones a los empleados que se incapacitasen
en el servicio.
Dio orden para que los juzgados de aguas distribuyesen, equitativamente, este elemento e inspeccionase las
tomas y dirimiesen las diferencias que pudieran surgir.
Hizo que fuesen devueltos a sus dueños los esclavos, a quienes se había enrolado en el ejército.
Revocó un decreto dado por Bolívar, quien había ordenado la expulsión de los frailes del Convento de Santa
Rosa de Ocopa. Orbegoso convirtió el convento en colegio de instrucción primaria y de acuerdo con el
arzobispo Jorge de Benavente, trató de que volvieran a hacerse cargo del mismo los misioneros del oriente y
la selva, para que prosiguieran la labor evangelizadora y civilizadora.
Un hecho sobresaliente de este gobierno fue el viaje que hizo Orbegoso a las provincias del sur, con el fin de
promover su elección para un período constitucional, así como para contener las actividades que los amigos
políticos del Gamarra desplegaban en esa zona. Conocemos con detalles este viaje pues su capellán, el cura
José María Blanco, lo plasmó en un magnífico Diario. Por ese documento se pueden conocer las costumbres
de los pueblos, la algarabía pueblerina por el paso del mandatario, la voluntad de estabilidad, ilustración y
progreso que animaba a todos, y la bonhomía del personaje, su afabilidad y adaptación a costumbres y
tendencias muy diferentes a los del resto del país.

Gobierno dictatorial de Felipe Santiago Salaverry (1835-1836)


Golpe de estado de 1835
Ausente Orbegoso de la capital, se sublevaron en la Fortaleza del Real Felipe del Callao los sargentos y
soldados impagos que conformaban la guarnición (1º de enero de 1835). El teniente coronel Felipe Santiago
Salaverry sofocó la sublevación tomando por asalto la fortaleza y haciéndose gobernador de dicha plaza (4
de enero). Luego, en la medianoche del 22 de febrero, Salaverry se pronunció al frente de su guarnición
contra la autoridad del encargado del mando, el señor Manuel Salazar y Baquíjano; poco después ingresó a
Lima y se autonombró Jefe Supremo de la República (25 de febrero), con el pretexto de que el país se hallaba
acéfalo, es decir sin presidente.
Salaverry tenía fuerza de voluntad, viva inteligencia y valor militar en alto grado. Contaba con 29 años al
momento de hacerse con el poder. El cónsul de Chile, don Ventura Lavalle, escribió a su gobierno,
refiriéndose del caudillo de la siguiente manera: «Salaverry es un joven que va a dar mucho trabajo a sus
paisanos, porque a una cabeza destornillada, una ambición desmedida y un carácter altanero y sanguinario,
reúne talento y valor no común en el país.»

El nuevo gobierno fue reconocido en diversos lugares del país, mas no en el sur, que continuó obedeciendo a
Orbegoso. Éste envió contra Salaverry una división al mando del general Francisco Valle Riestra, quien partió
de Islay y desembarcó en Pisco, pero no pudo continuar pues sus propios hombres lo apresaron y lo
entregaron a Salaverry, quien ordenó su fusilamiento (1º de abril de 1835). Pese a las gestiones que se
hicieron para que se le conmutara la pena, esta se cumplió. Fue una acción desmedida, que desagradó a
todos y creó un ambiente hostil en torno a Salaverry.
El general Domingo Nieto, desterrado con dirección a México, tomó el control del navío en el que viajaba y
desembarcó en Huanchaco, donde organizó una reducida tropa en apoyo de Orbegoso. Salaverry, en
persona, marchó a combatirlo. Pero antes de producirse el enfrentamiento, Nieto fue apresado por sus
mismos oficiales y entregado a Salaverry, quien lo envió al destierro. Por su parte, la escuadra salaverrina
logró la rendición de los puertos sureños de Islay y Arica.
Un decreto de amnistía general, dado por Salaverry en mayo de 1835, y la convocatoria al Congreso que
debía reunirse en Jauja, daban por hecho la unificación del mando del país en manos de Salaverry; solo
Arequipa acataba todavía la autoridad de Orbegoso.

Obra administrativa
El gobierno autoritario de Salaverry representó una segunda edición del autoritarismo de Gamarra. Ello
explica que le prestaran su colaboración personalidades como Felipe Pardo y Aliaga y Andrés Martínez, que
habían servido a Gamarra en su primer gobierno.

Entre las medidas que tomó el efímero gobierno de Salaverry mencionamos los siguientes:
Estableció un Consejo de Estado, que debía estar compuesto por personalidades brillantes. Integraron dicho
cuerpo personajes como el autoritario José Ignacio Moreno, y los liberales Manuel Salazar y Baquíjano y
Francisco Xavier de Luna Pizarro.
Restableció la Dirección General de Aduanas, suprimida por Orbegoso, y reglamentó el cobro de los derechos
de importación. Se impuso severas penas contra el contrabando.
Fomentó el desarrollo del comercio y la industria, aboliendo el impuesto de patente; fijando el interés
máximo del préstamo de dinero en uno por ciento mensual; y restableciendo el Tribunal del Consulado para
evitar la morosidad en la tramitación de los litigios mercantiles. Declaró que los vales, pagarés y cualquier
otro simple reconocimiento simple de deuda entre comerciantes tendrían la misma fuerza que las escrituras
públicas.
Eliminó la contribución de castas.
Restableció el tráfico de esclavos procedentes de otros países de América.
Ante la proliferación de la delincuencia creo el tribunal llamado “Comisión de la Acordada”, que juzgaba de
manera sumaria las causas de homicidio, herida y hurto en el departamento de Lima. Luego se amplió su
jurisdicción a las causas de tumulto, sedición, traición y en general a las que trataran sobre delitos contra el
sosiego público, así como a las de contrabando.
Impuso el castigo de la pena de muerte para los funcionarios ladrones.
Abolió las penas infamantes (azotes y horca).
Ratificó el 6 de junio de 1835 el tratado de amistad, comercio y navegación, que habían suscrito los
plenipotenciarios del Perú y Chile en enero de ese año; una de sus cláusulas principales estipulaba que los
productos naturales o manufacturados chilenos (trigo, harina, etc.), conducidos en buques peruanos y
chilenos, solo pagarían la mitad de los derechos de internación con que se hallasen gravadas las mercaderías
de otras naciones, debiendo ser recibidos los peruanos allá (chancacas, azúcar, etc.), recíprocamente, en las
mismas condiciones. Este tratado, a todas luces favorable para Chile, sería después derogado bajo el
gobierno confederado de Santa Cruz, lo que constituyó en uno de los motivos no declarados de la guerra que
emprendió Chile contra la Confederación.
Tuvo la intención de restablecer las relaciones con España, adonde fue enviado como ministro
plenipotenciario Felipe Pardo y Aliaga. Pero este no llegó a su destino, pues se quedó en Chile, a cuyo
gobierno solicitó ayuda al ocurrir la invasión boliviana al Perú.

La invasión boliviana
Mientras dichos sucesos ocurrían en Perú, en Bolivia el presidente Andrés de Santa Cruz y el general Agustín
Gamarra bosquejaban planes para reunir ambos países en una sola República Federal. Siguiendo estos planes
y sin esperar a que hubiera un acuerdo formal con Santa Cruz, el 20 de mayo de 1835 Gamarra cruzó la
frontera del Desaguadero e ingresó al Perú, ocupando las ciudades de Puno y Cuzco, zonas donde contaba
con numerosos partidarios. Santa Cruz negó entonces estar confabulado con Gamarra y prefirió llevar
adelante sus planes prescindiendo de éste.
Orbegoso, replegado en Arequipa y ante el peligro que significaba la presencia de Gamarra, hizo uso de una
anterior atribución del Congreso que le permitía solicitar el auxilio de fuerzas bolivianas. Debemos resaltar
que Orbegoso no estaba enterado de los conciertos entre Gamarra y Santa Cruz. El convenio con Bolivia se
firmó el 15 de junio de 1835, y por él se acordó que Santa Cruz pasaría al Perú con sus fuerzas, como acto
preparatorio para el establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana. Sin esperar el vencimiento del
plazo fijado para su entrada al Perú, 5.000 soldados bolivianos cruzaron la frontera peruano-boliviana y
procedieron a ocupar el sur peruano. A Orbegoso no le quedó sino traspasar su poder a Santa Cruz,
mediante una carta fechada en Vilque, el 8 de julio de 1835. La invasión boliviana fue el origen de las
sangrientas guerras por el establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana.

Guerras por el establecimiento de la Confederación


Guerra entre Gamarra y Santa Cruz
Gamarra, enfurecido con Santa Cruz por su pacto con Orbegoso, se alió con Salaverry, haciendo así un frente
común ante la invasión extranjera. El convenio entre ambos se firmó el 27 de julio de 1835.
Santa Cruz quiso apresar a Gamarra, para lo cual lo invitó a una entrevista. Pero Gamarra sospechó de las
intenciones de su rival y en su lugar envió a Miguel de San Román, quien fue apresado por una partida de
soldados bolivianos. Este incidente inició de manera franca la lucha entre ambos caudillos.

Contando con la popularidad que tenía en el sur peruano, especialmente en el Cuzco, su tierra natal,
Gamarra reunió un ejército y fue el primero en enfrentar a las fuerzas bolivianas. El encuentro decisivo se
libró en Yanacocha el 13 de agosto de 1835. Gamarra contaba con 2.600 hombres, fuerzas colecticias con
escasa disciplina, auxiliadas por unos 6.000 indios armados de palos. Mientras que las fuerzas bolivianas
(todas reunidas), al mando de los generales Braun y Ballivián, eran más numerosas y disciplinadas, y
contaban con el apoyo de las fuerzas peruanas enviadas por Orbegoso (estas al mando de José Trinidad
Morán). Librada la batalla, Gamarra se aferró ciegamente a su terreno, sin buscar salida o repliegue alguno.
La artillería boliviana puso en fuga a los indios auxiliares, y al cabo de dos horas, Gamarra se vio
completamente derrotado.

Gamarra se trasladó a Lima, de donde se dirigió a Costa Rica, acaso aguardando una mejor oportunidad de
recuperar el poder.
Eliminado Gamarra, quedaban frente a frente: Salaverry de una parte; y Santa Cruz y Orbegoso de la otra.

Guerra entre Salaverry y Santa Cruz


La derrota de Gamarra motivó que Salaverry precipitara sus acciones y fuera en pos de las fuerzas bolivianas.
Tras lanzar contra Santa Cruz su famoso decreto de "Guerra a Muerte" y ofrecer premios a quien matase a
un boliviano, Salaverry dio inicio a una audaz campaña militar, que principió con el asalto al puerto de Cobija
por la Marina de Guerra, donde se arrastró por los suelos la bandera boliviana en ceremonia pública. Luego
abrió la campaña en el sur del Perú contando con un ejército de 5.000 efectivos.
Pero en la sierra sur del país Salaverry fue perdiendo terreno y tanto cuzqueños como arequipeños se fueron
sumando a las huestes de los confederados, las que tomaron Cusco y Ayacucho. Estas fuerzas llegaron a
sumar 8.000 efectivos. A finales de 1835 los confederados tomaron el control de Lima, hecho que dejó en el
aislamiento al ejército nacionalista de Salaverry.

Salaverry ocupó la ciudad de Arequipa, mas se vio obligado a salir de allí ante la hostilidad de sus habitantes,
quienes apoyaban abiertamente los planes federacionistas de Santa Cruz y Orbegoso, pues una eventual
unión con Bolivia favorecería tremendamente el comercio entre las provincias.
Aún con estas desventajas tácticas, Salaverry persiguió al ejército boliviano hasta alcanzar su retaguardia en
el Puente de Uchumayo (4 de febrero de 1836), donde libró una victoriosa batalla que le animó a proseguir y,
de algún modo, confiar en un rápido triunfo sobre el resto de las fuerzas de Santa Cruz. En ese choque, se
tocó una marcha compuesta por Manuel Bañón para el Jefe Supremo, llamada La Salaverrina, pero que a
partir de entonces fue conocida como El ataque de Uchumayo. Aún hoy día sigue siendo la marcha más
popular y conocida del ejército peruano.
Salaverry inició un movimiento táctico para dominar a Santa Cruz, que consistía en ganar las alturas del
Paucarpata, inmejorable posición estratégica. Pero una campesina informó a Santa Cruz de esta maniobra,
de modo que el caudillo boliviano se adelantó a Salaverry, movilizándose para ocupar Paucarpata. Salaverry
no acababa de desplegar sus fuerzas y tenía atascada su artillería en las laderas, cuando se vio sorprendido
por Santa Cruz, en la mañana del 7 de febrero. Se libró la sangrienta batalla de Socabaya, donde, pese a la
bravura que desplegaron los peruanos, estos fue totalmente derrotados por los bolivianos.
Plaza de Armas y catedral de Arequipa en un día festivo. Mediados del siglo XIX. Acuarela de J. Prendergast.
Salaverry huyó hacia el mar, pero fue interceptado por una patrulla del general Guillermo Miller, quien
consiguió su rendición prometiendo interceder por su vida. Sometido a un proceso sumario y pese a la
promesa que se le hizo fue condenado a muerte. Su último deseo fue una pluma y unos folios, en los que
escribió tres documentos: su testamento, una carta a Juana Pérez, su esposa, y una protesta «ante la
América » por su ejecución. Fue fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa, al lado de sus principales
oficiales. Se cuenta que cuando los fusileros hicieron la primera descarga, todos cayeron muertos, menos
Salaverry, que se paró, dio un paso a tras y dijo: «La ley me ampara», pero una nueva descarga acabó con su
vida (18 de febrero de 1836).
Muerto Salaverry, Santa Cruz pudo finalmente erigir la Confederación Perú-Boliviana, entidad política que
duraría hasta 1839.
Confederación Perú-Boliviana
La Confederación Perú-Boliviana (nombre oficial) o Confederación Peruano-Boliviana fue un Estado
constituido por la coalición igualitaria de tres estados: El Estado Nor-Peruano, el Estado Sud-Peruano, ambos
de efímera existencia, y el estado de Bolivia, esta última una república, bajo el mando supremo del mariscal
boliviano Andrés de Santa Cruz, uno de los vencedores de la batalla de Ayacucho. Santa Cruz asumió el cargo
de protector de la Confederación Perú-Boliviana en 1836, luego de haber sido presidente de la República del
Perú (1827) y mientras era presidente de la República de Bolivia (1829-1839).
La confederación tuvo una existencia de tres años. La creación de la Confederación no hubiese podido ser
efectiva sino hubiese tenido el apoyo de los peruanos aliados de Luis José de Orbegoso. Aunque su comienzo
institucional surgió con la declaración de su constitución en 1837, su vigencia dató desde 1836 de facto —
con el término de la Guerra entre Salaverry y Santa Cruz— hasta 1839 —con la disolución hecha por Agustín
Gamarra debido a la guerra declarada por los gobiernos de Chile y de la Confederación Argentina, y por los
peruanos contrarios al proyecto de Santa Cruz—. El Ejército Unido Restaurador, Fue formado por el Ejercito
de Chile y tropas peruanas bajo los mandos del general Manuel Bulnes y del mariscal Agustín Gamarra, El
Ejército Unido Restaurador derrotó a las tropas de la Confederación en la batalla de Yungay el 20 de enero
de 1839.

Estructura política
Estado confederal
El Estado confederal estaba conformado según la división de poderes:

La jefatura del gobierno estaba a cargo del Protector.


El poder ejecutivo general residía en el Protector, además jefe de Estado, de Gobierno y General de las
fuerzas armadas, y en el Consejo de Ministros.
El poder legislativo general residía en un congreso bicameral representativo.
El poder judicial general, por su parte, residía en una corte superior a las Cortes Supremas de las repúblicas
conformantes.
Las atribuciones del Estado confederal estaban expresadas en la Ley Fundamental. Todas las otras
atribuciones estatales residían en los Estados miembros dentro de su jurisdicción.

Estados miembros
La confederación estaba formada por tres estados: el Estado Nor-Peruano, el Estado Sud-Peruano y el Estado
Boliviano.

Estado Nor-Peruano
El Estado Nor-Peruano comprendía los antiguos departamentos peruanos de La Libertad, Amazonas, Lima y
Junín y su capital quedó establecida en la ciudad de Lima. Tenía fronteras al norte con Ecuador y al este con
Brasil.
Fueron presidentes del estado Nor-Peruano:
Luis José de Orbegoso y Moncada (21 de agosto de 1837 - 1 de septiembre de 1838); y
José de la Riva Agüero (11 de agosto de 1838 - 24 de enero de 1839).
La república norperuana heredó los símbolos oficiales de la República Peruana.

Bandera
 


Escudo

Estado Sud-Peruano
El Estado Sud-Peruano comprendió los antiguos departamentos peruanos de Arequipa, Cusco, Ayacucho y
Puno. La capital quedó establecida en la ciudad de Tacna.
En 1837 se creó el Litoral, desgajado del de Arequipa con capital en Tacna.
Tuvo como presidentes a:
Ramón Herrera (17 de septiembre de 1837- 12 de octubre de 1838).
Pío de Tristán (12 de octubre de 1838 - 23 de febrero de 1839).
La Asamblea de Sicuani decretó los símbolos del flamante estado confederal, consistentes en una bandera
que fusionaba colores de las banderas boliviana y peruana y unas nuevas armas o emblema estadual.


Bandera
 


Escudo
Estado Boliviano
La República Boliviana se unió a la confederación como estado confederado, convirtiéndose en el Estado
Boliviano. En el año de su unión, estaba dividido en los departamentos de Cochabamba, Chuquisaca, La Paz,
Potosí, Santa Cruz y Tarija su capital era la ciudad de Sucre.
El único presidente que tuvo durante la confederación fue Jose Miguel Velasco. Además, heredó los mismos
símbolos de su periodo pre-confederal.

Bandera
 

División administrativa en Departamentos de cada Estado

Mapa con las divisiones departamentales de cada estado. Nótese la inclusión de territorios en disputa.

Nor-Peruano Sur-Peruano Boliviano


1. Amazonas 1. Arequipa 1. Cochabamba
2. Lima 2. Ayacucho 2. Chuquisaca
3. Junín 3. Cuzco 3. La Paz
4. Potosí
4. Litoral
4. La Libertad 5. Santa Cruz
5. Puno
6. Tarija

Guerra contra el Ejército Restaurador


El 9 de mayo de 1837 la Confederación fue oficialmente promulgada por los representantes de las tres
regiones en el Congreso de Tacna, antecedida por las pertinentes decisiones de dividir el Perú en dos estados
y aunársele la República de Bolivia. Ese mismo día, Santa Cruz tomó el poder como Supremo Protector de la
Confederación Perú-Boliviana, quedando Orbegoso como presidente del Estado Nor-Peruano. Santa Cruz
estableció como sede de gobierno el Palacio de descanso del Virrey Pezuela, en el pueblo de la Magdalena,
en Lima.
Al igual que Orbegoso, Santa Cruz también tenía bastantes opositores y enemigos nacidos en los frecuentes
enfrentamientos caudillescos de los primeros años de la historia del Perú. Entre esos enemigos se
encontraban poderosos personajes como Agustín Gamarra y Ramón Castilla, quienes a la sazón fueron
desterrados y coincidieron en Chile.
Los peruanos contrarios a Santa Cruz, con la intervención del ministro Portales de Chile, arrastraron a esa
nación a una guerra contra la confederación por defender sus intereses económicos en el puerto de
Valparaíso.
El gobierno de Chile consideraba que la creación de la Confederación significaba una clara amenaza y una
muestra de las intenciones expansionistas de Santa Cruz. Al poco tiempo, Chile declaró la guerra a la
Confederación y formó, junto con tropas peruanas contrarias a Santa Cruz, un ejército restaurador cuyo
objetivo era destruir la confederación. Este ejército invadió territorio del Estado Sur Peruano y se libraron
varias batallas, las que causaron la derrota de Santa Cruz, su retirada a territorio boliviano y el fin de la
Confederación. El 25 de agosto de 1839, Agustín Gamarra usurpó el Gobierno del Perú, declaró el fin de la
Confederación Perú-Boliviana y la extinción de los estados Nor y Sur Peruanos mediante el retorno a su
unidad en el Estado Peruano.

Postrimerías de la disolución
Cabe señalar que Gamarra no fue ajeno a la idea de Santa Cruz de crear una gran nación andina, pero en su
plan esta idea no se podía realizar mediante una Confederación en la que claramente era Bolivia la que
llevaba el papel predominante. Al contrario, Gamarra, cusqueño de nacimiento, pensaba que el territorio
boliviano pertenecía al Perú, basándose en la idea de que antes de la creación de la República de Bolivia, el
alto Perú y el bajo Perú habían sido una sola nación desde las épocas del imperio inca y así debían continuar.
El mariscal Gamarra apoyaba firmemente la fusión y no la confederación. Es por ello que a partir de ese
momento se inició la Guerra entre Perú y Bolivia mediante la cual el mariscal pensaba anexar todo el
territorio de esa república. Gamarra falleció en la batalla de Ingavi cuando invadió Bolivia.
La anarquía (1842-1844)
Tras la muerte de Gamarra estalló un período de anarquía. Numerosos caudillos militares entablaron la lucha
por el poder, desconociendo la autoridad de Manuel Menéndez, presidente del Consejo de Estado (cargo
equivalente al de vicepresidente). Estos caudillos fueron el general Juan Crisóstomo Torrico, jefe del ejército
del Norte; Antonio Gutiérrez de La Fuente, jefe del ejército del Sur; Domingo Nieto y Francisco de Vidal,
quienes formaban parte del ejército del Sur, y el general Manuel Ignacio de Vivanco, quien anteriormente
había encabezado en Arequipa la llamada “revolución regeneracionista” de 1841.
Torrico derribó a Menéndez y se proclamó Jefe Supremo del Perú, el 16 de agosto de 1842. Mientras tanto,
el ejército del Sur se pronunció en el Cuzco a favor del general Vidal, quien aceptó encabezar la lucha contra
el usurpador Torrico, en su calidad de 2.º vicepresidente del Consejo de Estado. Las fuerzas de ambos rivales
se enfrentaron en la batalla de Agua Santa, cerca de Pisco, el 17 de octubre de 1842. Torrico fue
completamente derrotado y se vio obligado a partir hacia Chile. Vidal asumió la presidencia del Perú el día 20
de octubre y desempeñó su alto cargo con probidad y desinterés. Hizo cuanto estuvo a su alcance por
remediar los males de la administración pública. Logró que disminuyera la deuda contraída por el estado y
que gravara sobre las aduanas; también merece citarse su esfuerzo por mejorar la educación de la juventud;
pero la anarquía política vino a frustrar sus planes. Tuvo que afrontar la revolución acaudillada por el general
Vivanco, que se autoproclamó Supremo Director de la República, el 14 de febrero de 1843. No queriendo
desatar una guerra civil, Vidal declinó el mando en Justo Figuerola, que era el 1.º vicepresidente del Consejo
de Estado (15 de marzo de 1843). Figuerola asistió al día siguiente a Palacio y recibió de manos de Vidal la
banda presidencial. Días después, el mismo Figuerola se vio obligado a arrojar dicha banda desde el balcón
de su casa, a los vivanquistas que lo pedían a gritos, según lo cuenta Ricardo Palma en una de sus tradiciones
(19 de marzo de 1843).
Vivanco, que denominó a su régimen como el Directorio, representaba al sector más rígido del
conservadurismo peruano. Se rodeó de hombres cultos, implantando una especie de Despotismo Ilustrado,
pues creía que el país progresaría con el imperio del orden sobre la libertad. Poco a poco, la popularidad con
que fue encumbrado fue disminuyendo y el descontento se hizo notar rápidamente, puesto que todas sus
actividades las desenvolvió en medio del lujo, con detrimento de la hacienda pública.
Atendiendo al descontento popular, en el Sur, más precisamente en Tacna y Moquegua, se sublevaron los
generales Ramón Castilla y Domingo Nieto, en defensa de la constitucionalidad (1843). Se propusieron
devolver el mando de la República a quien legítimamente le correspondía, es decir a Meléndez. Estalló así la
guerra civil. Castilla y Nieto, al mando de milicias, derrotaron a las fuerza regulares del gobierno en los
combates de Pachía y San Antonio. Para combatir a los rebeldes, Vivanco se trasladó a Arequipa, lo que fue
aprovechado por el prefecto de Lima, Domingo Elías, para proclamarse Jefe de la Nación. Ante el peligro de
que los vivanquistas comandados por el general José Rufino Echenique invadieran Lima, Elías preparó la
defensa de la capital durante la llamada "Semana Magna" (julio de 1844). Finalmente, Echenique optó por no
atacar, al darse cuenta que la guerra iba a decidirse en el sur. En efecto, cerca de Arequipa se trabó la
sangrienta batalla de Carmen Alto, entre las fuerzas de Castilla y las de Vivanco. Castilla resultó ganador (22
de julio de 1844).
Después de la guerra civil, Castilla y Elías se pusieron de acuerdo y devolvieron el poder a quien
constitucionalmente le correspondía: Manuel Menéndez. A su vez, éste convocó a elecciones, en las que
triunfó Castilla.

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