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A pesar que la firma de la Capitulación de Ayacucho, tiene fecha 9 de diciembre de 1824, la realidad es que
las deliberaciones duraron dos días, sellándose definitivamente con este documento la independencia de
América. En esta Capitulación se establece la rendición de los realistas. Con este objetivo, se acordó la
formación de comisiones mixtas para la transferencia del poder y de la administración y para la entrega de
todas las instalaciones militares, con sus parques, maestranzas, almacenes, caballos y demás instrumentos y
armamento, desde los Castillos del Callao y Ayacucho hasta Desaguadero.
La segunda parte de la Capitulación establece una serie de concesiones a los realistas. Por ejemplo, a todos
los militares realistas que pretendieran regresar a España se les pagaría el pasaje correspondiente. Mientras
permanecieran en el Perú, el gobierno patriota debería pagar por lo menos la mitad de sus sueldos. Las
propiedades muebles e inmuebles de los españoles residentes en Perú, serían respetadas, así como sus
grados militares, pudiendo ser asimilados al Ejército del Perú. El gobierno peruano, también se comprometió
a pagar todo el gasto que habían hecho los realistas en la manutención de la campaña militar contra los
patriotas.
Consecuencias de la capitulación
Las consecuencias de la Capitulación de Ayacucho, fueron varias; pero las más saltantes, son:
1º La Independencia del Perú y de toda América.
2º Desaparición del ejército realista, que había permanecido durante 14 años como una poderosa cuña,
apuntando y amenazando la reciente y precaria independencia de los países americanos que lo hicieron
antes de 1821.
3º España, finalmente, a pesar de haber sido derrotada, logró hacer que se le reconozca “gastos de guerra”
(la llamada deuda de la Independencia, que el Perú nunca pagaría).
En general, la prórroga de la Dictadura bolivariana no fue bien recibida por la ciudadanía. Consideraban que
la misión de Bolívar había concluido con la Capitulación de Ayacucho y que correspondía a los peruanos
hacerse cargo del gobierno. Pero un sector de la ciudadanía, encabezados por los políticos conservadores,
argumentaba que era necesario un gobierno fuerte, para evitar que la naciente República cayera en la
anarquía.
Bolívar no estuvo permanentemente en el poder, pues lo dejó encargado al Presidente del Consejo de
Gobierno, desde el 24 de febrero de 1825, aunque siguió dando decretos, hasta el 3 de septiembre de 1826,
cuando retornó a Colombia. Su autoridad se mantuvo nominalmente hasta el 27 de enero de 1827, cuando
se produjo el fin de su influencia en el Perú.
Colaboraron con Bolívar, en calidad de ministros: José Faustino Sánchez Carrión, José María de Pando,
Hipólito Unanue, entre otros. Otro de sus colaboradores fue el jurista Manuel Lorenzo de Vidaurre, que
luego se convirtió en su opositor.
Un episodio sombrío que ocurrió a inicios de 1825, fue el asesinato de Bernardo de Monteagudo, el antiguo
ministro de San Martín, que había regresado al Perú para ponerse al servicio de Bolívar. Una versión atribuyó
la autoría intelectual de dicho crimen a Faustino Sánchez Carrión, quien meses después falleció también,
aparentemente víctima de una enfermedad, aunque no faltó quien lo atribuyera a un envenenamiento. Dos
muertes rodeadas de misterio, que algunos quisieron involucrar al mismo Libertador.
Nacimiento de Bolivia
Consumada la independencia del Alto Perú en 1825, esta región quedó en la disyuntiva de incorporarse a las
Provincias Unidas de Río de la Plata (pues había formado parte del Virreinato del Río de la Plata) o de
mantener la adhesión al Perú (pues había retornado al Virreinato del Perú en 1809, por obra del virrey José
Fernando de Abascal). Los partidarios para su anexión a uno u otro eran numerosos. Surgió entonces una
tercera posición que encarnaba la idea de que el Alto Perú debía de formar una república nueva.
En esta situación, el Congreso Peruano, en asamblea del 23 de febrero de 1825, acordó dejar en libertad a
los altoperuanos para que resolvieran lo conveniente. Lo propio hizo el Congreso de Río de la Plata. El
mariscal Antonio José de Sucre, que había asumido el gobierno en el Alto Perú, convocó a un Congreso en
Chuquisaca, empezando las deliberaciones el 10 de julio de 1825. El 6 de agosto del mismo año, dicho
Congreso acordó casi por unanimidad la independencia del Alto Perú, que en adelante se llamaría República
Bolívar. El Libertador, que poco después llegó en paseo triunfal, aprobó el nacimiento del nuevo Estado y a
petición de los mismos altoperuanos, les empezó a redactar su primera Constitución, la misma que sometió
para su aprobación al Congreso. El nombre de la flamante república, quedó definitivamente establecida
como "Bolivia". La Constitución, denominada Vitalicia, pues contemplaba un Presidente de carácter vitalicio
(que debía ser el mismo Bolívar) fue sancionada el 6 de noviembre de 1826 y Sucre salió elegido como
primer Presidente de la República, cargo que aceptó por solo dos años.
El Consejo de Gobierno
Con el retiro de Bolívar del Perú, no terminó la influencia bolivariana en este país, ya que quedó en el mando
supremo el Consejo de Gobierno presidido por el general Andrés de Santa Cruz y apoyado por las fuerzas
colombianas al mando del general Jacinto Lara. La misión fundamental de este Consejo, por encargo de
Bolívar, era la promulgación de la Constitución Vitalicia.
La primera (diciembre de 1827), donde aparecieron complicados el jurista Manuel Lorenzo de Vidaurre (uno
de los sostenedores de la candidatura de Santa Cruz) y el guerrillero Ignacio Quispe Ninavilca.
La segunda, promovida por el coronel Alejandro Huavique (23 de abril de 1828), fue sofocada por el
entonces sargento mayor Felipe Santiago Salaverry, quien dio muerte al conspirador.
La tercera (mayo de 1828), dio origen a la dispersión de numerosos oficiales en apartadas guarniciones de
provincia.
Estas conspiraciones fueron atribuidas a las intrigas de Santa Cruz, el cual fue alejado del país
nombrándosele ministro plenipotenciario en Chile. Pero se ha dicho que todos estos complots no eran sino
episodios de una conspiración más vasta y profunda, en la cual se hallaban comprometidos, además de Santa
Cruz, los generales Agustín Gamarra (prefecto del Cuzco) y Antonio Gutiérrez de la Fuente (prefecto de
Arequipa). Estos formaron una especie de triunvirato, cuyo propósito era la caída de La Mar, meta que
momentáneamente aplazaron, a raíz de los conflictos con Bolivia y la Gran Colombia. Poco después, Santa
Cruz fue nombrado Presidente de Bolivia, hacia donde partió, con previa autorización del gobierno peruano.
En dicho país, Santa Cruz realizaría una gran obra administrativa, aunque continuó intrigando contra el
gobierno peruano. Ya por entonces tenía en mente su plan de una Federación Perú-Boliviana, que años
después haría realidad.
Por si fuera poco, La Mar tuvo también que enfrentar una peligrosa sublevación de los iquichanos, indígenas
de la provincia de Huanta. Estos aún luchaban a favor del rey de España y el 12 de noviembre de 1827
asaltaron y tomaron Huanta. Luego, avanzaron amenazadoramente sobre Huamanga pero fueron
contenidos, y tras una cruenta campaña fueron finalmente sometidos.
Causas
Las relaciones del Perú con la Gran Colombia se habían deteriorado debido en parte a las diferencias
fronterizas que mantenían ambos países (La Mar reclamaba Guayaquil, mientras que Bolívar pretendía las
provincias peruanas de Tumbes, Jaén y Maynas), pero más que nada por la finalización de la influencia
bolivariana en el Perú y la revocación de la Constitución Vitalicia en 1827, hechos que disgustaron a Bolívar,
pues veía como su proyecto federativo continental se desmoronaba. Su furia hacia el Perú aumentó aún más
cuando se produjo la ocupación peruana de Bolivia en 1828 y la expulsión de Antonio José de Sucre, hecho
que puso fin a la influencia bolivariana en ese país.
El ambiente tenso fue caldeado aún más por la prensa de ambos países, que se hicieron mutuas
provocaciones e injurias. El Perú expulsó de Lima al diplomático colombiano Cristóbal Armero, mientras que
en Bogotá no se recibió al diplomático peruano, José Villa, a quien se le extendieron sus pasaportes. En
respuesta, el 17 de mayo de 1828, el Congreso del Perú autorizó al presidente La Mar a tomar las medidas
militares del caso.
Seguidamente, Bolívar, tras una violenta proclama en la que incitaba a los grancolombianos del sur a
marchar a la frontera, declaró la guerra al Perú el 3 de julio de 1828. La Mar aceptó el reto y movilizó el
ejército y marina peruanas contra la Gran Colombia. Dejó como encargado del mando en Lima al
vicepresidente Manuel Salazar y Baquíjano.
Campaña marítima
La marina peruana, al mando del almirante Martín Guise, procedió a bloquear la costa pacífica
grancolombiana, en agosto de 1828. La flota peruana resultó victoriosa en los combates de Malpelo y Las
Cruces. Luego procedió a asediar el puerto artillado de Guayaquil. Durante la lucha, falleció el mismo Guise,
al explotar una granada en la cubierta de la fragata Presidente que comandaba (22 de noviembre de 1828).
Le sucedió en el mando el segundo jefe de la escuadra, José Boterín, quien logró finalmente acallar las
defensas de Guayaquil, obteniendo su rendición el 19 de enero de 1829. Las tropas peruanas ocuparon
Guayaquil el 1 de febrero de 1829, al mando del capitán Casimiro Negrón.
La campaña marítima fue, pues, un triunfo para el Perú. No ocurriría lo mismo con la campaña terrestre.
Campaña terrestre
El ejército peruano, al mando del mismo La Mar, ocupó la provincia de Loja, en el sur grancolombiano (actual
Ecuador).
Otra división del ejército peruano a órdenes del mariscal Agustín Gamarra marchó desde el sur del Perú
hasta el teatro de las operaciones, con el propósito de auxiliar a La Mar. Ambos planearon tomar la ciudad
de Cuenca, que era el lugar de nacimiento de La Mar. Las fuerzas peruanas sumaban en total 4.500 soldados.
Mientras tanto, Bolívar (que no pudo ir en persona al teatro de operaciones debido a una rebelión en
Colombia), ordenó al mariscal Antonio José de Sucre que desde Quito organizara la defensa del Sur de
Colombia.
Los dos jefes peruanos, La Mar y Gamarra, no coordinaron bien sus movimientos y Sucre, actuando con su
característica habilidad, en la madrugada del 13 de febrero de 1829 sorprendió el parque de artillería
peruano en el pueblo de Saraguro y lo destrozó. A continuación, el mismo Sucre, al frente del grueso de su
ejército (4.500 hombres), acorraló y derrotó a una división de vanguardia del ejército peruano (integrada por
unos 1.000 soldados) en el lugar denominado Portete de Tarqui, cerca de Cuenca (27 de febrero de 1829).
Dicha división peruana se hallaba aislada del grueso de su ejército, y pese a que poco después acudieron en
su auxilio fuerzas al mando de La Mar y Gamarra, estas no pudieron restablecer la batalla y optaron por
retirarse, tomando posiciones defensivas. Los grancolombianos intentaron perseguir a los peruanos, pero al
ser rechazados por los Húsares del Perú, se aferraron también a sus posiciones.
Tarqui fue un revés para los peruanos pero no una derrota decisiva. Cada ejército quedó dueño de su terreno
y esperaban que al día siguiente se reiniciara la lucha y se librara la batalla definitiva. La batalla final no se
libró, pues La Mar, viendo que su situación era insostenible (se le agotaban sus municiones así como no
podía maniobrar en ese territorio, muy accidentado), aceptó negociar con el adversario. Fue así como al día
siguiente, 28 de febrero, se firmó el Convenio de Girón, por el cual se establecía el retiro de las tropas
peruanas del territorio colombiano que habían ocupado (es decir Guayaquil y Loja). De ese modo, los
grancolombianos reconocían implícitamente como peruanas a las provincias de Tumbes, Jaén y Maynas, al
no reclamarlas en ese momento.
Pero sucedió entonces que Sucre, al redactar el parte de guerra y el decreto de premios para los vencedores
de Tarqui, tuvo expresiones que fueron consideradas falsas y ofensivas por los peruanos. Mandó, por
ejemplo, que en el campo de batalla se erigiera una columna en la que se debía leer en letras de oro lo
siguiente:
“El ejército peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus libertadores fue vencido por cuatro mil
bravos de Colombia el veinte y siete de febrero de mil ochocientos veinte y nueve”.
La Mar protestó en carta que dirigió a Sucre. Aclaró que el ejército peruano sólo sumaba 4.500 hombres y no
8.000; que en Tarqui fue derrotada nada más que la vanguardia peruana, la cual llegaba apenas a 1.000
hombres; que en vano el ejército peruano esperó el ataque final del ejército grancolombiano, luego que los
Húsares del Perú rechazaran la carga del batallón colombiano Cedeño. También señaló la valiosa y decisiva
contribución peruana en las batallas de Junín y Ayacucho, como respuesta al reproche velado de que el Perú
se mostraba desagradecido ante sus “libertadores”. De otro lado, protestó contra el accionar de los oficiales
grancolombianos, que fusilaron a un buen número de los prisioneros peruanos, y enrolaron a la fuerza a otro
grupo de cautivos. Por todo ello, La Mar decidió suspender el Convenio de Girón hasta que se retiraran los
agravios y se corrigieran los excesos.
Derrocamiento
La Mar estaba pues, dispuesto a continuar la guerra, pero fue entonces cuando un grupo de sus propios
oficiales lo tomaron preso en Piura, en la noche del 7 de junio de 1829. Dichos militares portaban una carta
de Gamarra para La Mar, donde aquel le pedía su renuncia. La Mar se negó a hacerlo, y de inmediato fue
trasladado al puerto de Paita, donde en la madrugada del día 9 fue embarcado junto con el coronel Pedro
Bermúdez y seis esclavos negros, en una miserable goleta llamada "Las Mercedes", con destino a Costa Rica.
Allí fallecería el 11 de octubre de 1830.
Las razones que arguyó Gamarra para dar este golpe de estado fueron las siguientes: el hecho de ser La Mar
un “extranjero” en el Perú (lo cual era falso, pues La Mar era peruano tanto por voluntad propia como de
acuerdo a ley) y que su elección por el Congreso había nacido de un arreglo tramado por Luna Pizarro (lo cual
es discutible).
En Lima, el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, aliado de Gamarra, se encargó de derrocar al encargado
del mando, Manuel Salazar y Baquíjano, asumiendo el poder interinamente, a partir del 6 de junio de 1829.
Pero no quiso conservar el poder y renunció ante el Congreso el 1º de septiembre del mismo año.
Autoritarismo conservador
El gobierno de Gamarra quiso ser lo opuesto al de La Mar, que había sido un esfuerzo constitucionalista.
Gamarra dejó de lado la Constitución de 1828, pues no lo satisfizo por las limitaciones que establecía al
Poder Ejecutivo. Instauró un gobierno autoritario y conservador. Tuvo como consejeros a los más
connotados representantes del conservadorismo peruano, entre ellos el escritor costumbrista Felipe Pardo y
Aliaga, el político, jurista y escritor José María Pando, el orador y jurisconsulto arequipeño Andrés Martínez,
y el entonces coronel Manuel Ignacio de Vivanco.
Gamarra logró a duras penas completar su periodo constitucional. Se ha contabilizado en total 17 rebeliones
y conspiraciones que ocurrieron durante este periodo, entre ellas la rebelión de Gregorio Escobedo en el
Cuzco, el 26 de agosto de 1830; la sublevación del capitán Felipe Rossel en Lima el 18 de marzo de 1832; la
rebelión de Felipe Santiago Salaverry en Chachapoyas el 13 de septiembre de 1833; y la del mismo Salaverry
en Cajamarca el 26 de octubre de 1833.
Gamarra debió ausentarse varias veces de la capital para sofocar dichos alzamientos que ocurrían en
provincias. Durante sus ausencias, dejaba el gobierno en manos del vicepresidente o de un encargado de
gobierno.
El ministro de Gobierno, Manuel Lorenzo de Vidaurre, publicó un manifiesto, censurando la actitud de los
opositores al régimen, documento que terminaba con estas palabras: «Ha de reinar el orden. Si fuera
preciso, callarán las leyes para mantener las leyes».
Conforme pasaba el tiempo, la oposición liberal al gobierno se robusteció más y los miembros del Congreso
hicieron sentir su protesta. Fue Francisco de Paula González Vigil, sacerdote tacneño, quien hizo la más
severa crítica al régimen autoritario de Gamarra, culminando su argumentación con las célebres palabras:
«Yo debo acusar, yo acuso». En su elocuente discurso, Vigil denunció los actos ilegales y las arbitrariedades
en que había incurrido el régimen de Gamarra. Con estas acusaciones, el gobierno se desprestigió aún más.
El Congreso se clausuró a fines de 1832.
Gobernantes interinos
El primero de ellos fue el vicepresidente Antonio Gutiérrez de la Fuente, que se encargó del mando cuando
Gamarra partió a reprimir la rebelión del Cuzco. La Fuente manifestó también su carácter autoritario y
comenzó a ganarse la enemistad de la cúpula política limeña, estallando finalmente en la capital una asonada
promovida por la esposa de Gamarra, la famosa Francisca Zubiaga y Bernales, la “Mariscala”, a raíz del
llamado “pleito de las harinas” (16 de abril de 1831). La Fuente se vio obligado a huir por las azoteas y halló
finalmente cobijo en un buque extranjero anclado en el Callao. Se encargó entonces del mando supremo el
presidente del Senado, Andrés Reyes y Buitrón, un ilustre ciudadano chancayano, hasta el 21 de diciembre
de 1831, cuando retornó Gamarra.
Política administrativa
En líneas generales, Gamarra realizó una buena labor administrativa, contando con la valiosa colaboración de
sus ministros José María Pando, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Lorenzo Bazo, José de Larrea y Loredo, Andrés
Martínez y Manuel del Río, personajes de gran figuración y versación en las disciplinas del Derecho y la
Economía.
En la mañana del día 29 de enero ingresó Orbegoso triunfalmente en Lima, siendo ovacionado por la
multitud. Las mujeres del pueblo le detenían en las calles para abrazarlo. La Convención Nacional reanudó
sus labores y poco después aprobó una ley que autorizaba al gobierno a pedir la cooperación del gobierno de
Bolivia «con el único y exclusivo objeto de terminar la guerra civil» (18 de abril). Dicha cooperación no
llegaría a ser solicitada pues la guerra terminaría pocos días después, pero la ley sería invocada al año
siguiente en otro contexto de guerra civil, trayendo gravísimas consecuencias, como veremos más adelante.
El abrazo de Maquinhuayo
No obstante, la acción de Huaylacucho no decidió nada. Se esperaba un encuentro definitivo en las cercanías
de Jauja, pero fue entonces cuando el oficial bermudista José Rufino Echenique intentó convencer a su jefe
Bermúdez para que celebrara un acuerdo pacífico con Orbegoso. Echenique consideraba que la causa que
defendían estaba ya perdida, pues sufrían por todo lado la hostilidad de las poblaciones, mientras que
Orbegoso ganaba fuerzas. Bermúdez rechazó tal propuesta y fue entonces que Echenique, con el apoyo de
otros oficiales, decidió deponerlo, enviando al mismo tiempo un mensaje a Orbegoso, para ponerlo al tanto
del plan. Bermúdez fue así apresado por sus propios oficiales y enviado de regreso a la costa.
El 24 de abril, los ex bermudistas llegaron al llano de Maquinguayo, a 24 km al norte de Jauja, donde
encontraron a los orbegosistas en formación de batalla. Luego de colocar sus armas en pabellones, ambos
ejércitos avanzaron hasta encontrarse y se estrecharon en fraterno abrazo. A este episodio singular de la
historia peruana se conoce como el abrazo de Maquinhuayo. Los que habían sido bermudistas o gamarristas
reconocieron así la autoridad de Orbegoso, aunque sus caudillos, Gamarra y su esposa, huyeron del país.
El nuevo gobierno fue reconocido en diversos lugares del país, mas no en el sur, que continuó obedeciendo a
Orbegoso. Éste envió contra Salaverry una división al mando del general Francisco Valle Riestra, quien partió
de Islay y desembarcó en Pisco, pero no pudo continuar pues sus propios hombres lo apresaron y lo
entregaron a Salaverry, quien ordenó su fusilamiento (1º de abril de 1835). Pese a las gestiones que se
hicieron para que se le conmutara la pena, esta se cumplió. Fue una acción desmedida, que desagradó a
todos y creó un ambiente hostil en torno a Salaverry.
El general Domingo Nieto, desterrado con dirección a México, tomó el control del navío en el que viajaba y
desembarcó en Huanchaco, donde organizó una reducida tropa en apoyo de Orbegoso. Salaverry, en
persona, marchó a combatirlo. Pero antes de producirse el enfrentamiento, Nieto fue apresado por sus
mismos oficiales y entregado a Salaverry, quien lo envió al destierro. Por su parte, la escuadra salaverrina
logró la rendición de los puertos sureños de Islay y Arica.
Un decreto de amnistía general, dado por Salaverry en mayo de 1835, y la convocatoria al Congreso que
debía reunirse en Jauja, daban por hecho la unificación del mando del país en manos de Salaverry; solo
Arequipa acataba todavía la autoridad de Orbegoso.
Obra administrativa
El gobierno autoritario de Salaverry representó una segunda edición del autoritarismo de Gamarra. Ello
explica que le prestaran su colaboración personalidades como Felipe Pardo y Aliaga y Andrés Martínez, que
habían servido a Gamarra en su primer gobierno.
Entre las medidas que tomó el efímero gobierno de Salaverry mencionamos los siguientes:
Estableció un Consejo de Estado, que debía estar compuesto por personalidades brillantes. Integraron dicho
cuerpo personajes como el autoritario José Ignacio Moreno, y los liberales Manuel Salazar y Baquíjano y
Francisco Xavier de Luna Pizarro.
Restableció la Dirección General de Aduanas, suprimida por Orbegoso, y reglamentó el cobro de los derechos
de importación. Se impuso severas penas contra el contrabando.
Fomentó el desarrollo del comercio y la industria, aboliendo el impuesto de patente; fijando el interés
máximo del préstamo de dinero en uno por ciento mensual; y restableciendo el Tribunal del Consulado para
evitar la morosidad en la tramitación de los litigios mercantiles. Declaró que los vales, pagarés y cualquier
otro simple reconocimiento simple de deuda entre comerciantes tendrían la misma fuerza que las escrituras
públicas.
Eliminó la contribución de castas.
Restableció el tráfico de esclavos procedentes de otros países de América.
Ante la proliferación de la delincuencia creo el tribunal llamado “Comisión de la Acordada”, que juzgaba de
manera sumaria las causas de homicidio, herida y hurto en el departamento de Lima. Luego se amplió su
jurisdicción a las causas de tumulto, sedición, traición y en general a las que trataran sobre delitos contra el
sosiego público, así como a las de contrabando.
Impuso el castigo de la pena de muerte para los funcionarios ladrones.
Abolió las penas infamantes (azotes y horca).
Ratificó el 6 de junio de 1835 el tratado de amistad, comercio y navegación, que habían suscrito los
plenipotenciarios del Perú y Chile en enero de ese año; una de sus cláusulas principales estipulaba que los
productos naturales o manufacturados chilenos (trigo, harina, etc.), conducidos en buques peruanos y
chilenos, solo pagarían la mitad de los derechos de internación con que se hallasen gravadas las mercaderías
de otras naciones, debiendo ser recibidos los peruanos allá (chancacas, azúcar, etc.), recíprocamente, en las
mismas condiciones. Este tratado, a todas luces favorable para Chile, sería después derogado bajo el
gobierno confederado de Santa Cruz, lo que constituyó en uno de los motivos no declarados de la guerra que
emprendió Chile contra la Confederación.
Tuvo la intención de restablecer las relaciones con España, adonde fue enviado como ministro
plenipotenciario Felipe Pardo y Aliaga. Pero este no llegó a su destino, pues se quedó en Chile, a cuyo
gobierno solicitó ayuda al ocurrir la invasión boliviana al Perú.
La invasión boliviana
Mientras dichos sucesos ocurrían en Perú, en Bolivia el presidente Andrés de Santa Cruz y el general Agustín
Gamarra bosquejaban planes para reunir ambos países en una sola República Federal. Siguiendo estos planes
y sin esperar a que hubiera un acuerdo formal con Santa Cruz, el 20 de mayo de 1835 Gamarra cruzó la
frontera del Desaguadero e ingresó al Perú, ocupando las ciudades de Puno y Cuzco, zonas donde contaba
con numerosos partidarios. Santa Cruz negó entonces estar confabulado con Gamarra y prefirió llevar
adelante sus planes prescindiendo de éste.
Orbegoso, replegado en Arequipa y ante el peligro que significaba la presencia de Gamarra, hizo uso de una
anterior atribución del Congreso que le permitía solicitar el auxilio de fuerzas bolivianas. Debemos resaltar
que Orbegoso no estaba enterado de los conciertos entre Gamarra y Santa Cruz. El convenio con Bolivia se
firmó el 15 de junio de 1835, y por él se acordó que Santa Cruz pasaría al Perú con sus fuerzas, como acto
preparatorio para el establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana. Sin esperar el vencimiento del
plazo fijado para su entrada al Perú, 5.000 soldados bolivianos cruzaron la frontera peruano-boliviana y
procedieron a ocupar el sur peruano. A Orbegoso no le quedó sino traspasar su poder a Santa Cruz,
mediante una carta fechada en Vilque, el 8 de julio de 1835. La invasión boliviana fue el origen de las
sangrientas guerras por el establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana.
Contando con la popularidad que tenía en el sur peruano, especialmente en el Cuzco, su tierra natal,
Gamarra reunió un ejército y fue el primero en enfrentar a las fuerzas bolivianas. El encuentro decisivo se
libró en Yanacocha el 13 de agosto de 1835. Gamarra contaba con 2.600 hombres, fuerzas colecticias con
escasa disciplina, auxiliadas por unos 6.000 indios armados de palos. Mientras que las fuerzas bolivianas
(todas reunidas), al mando de los generales Braun y Ballivián, eran más numerosas y disciplinadas, y
contaban con el apoyo de las fuerzas peruanas enviadas por Orbegoso (estas al mando de José Trinidad
Morán). Librada la batalla, Gamarra se aferró ciegamente a su terreno, sin buscar salida o repliegue alguno.
La artillería boliviana puso en fuga a los indios auxiliares, y al cabo de dos horas, Gamarra se vio
completamente derrotado.
Gamarra se trasladó a Lima, de donde se dirigió a Costa Rica, acaso aguardando una mejor oportunidad de
recuperar el poder.
Eliminado Gamarra, quedaban frente a frente: Salaverry de una parte; y Santa Cruz y Orbegoso de la otra.
Salaverry ocupó la ciudad de Arequipa, mas se vio obligado a salir de allí ante la hostilidad de sus habitantes,
quienes apoyaban abiertamente los planes federacionistas de Santa Cruz y Orbegoso, pues una eventual
unión con Bolivia favorecería tremendamente el comercio entre las provincias.
Aún con estas desventajas tácticas, Salaverry persiguió al ejército boliviano hasta alcanzar su retaguardia en
el Puente de Uchumayo (4 de febrero de 1836), donde libró una victoriosa batalla que le animó a proseguir y,
de algún modo, confiar en un rápido triunfo sobre el resto de las fuerzas de Santa Cruz. En ese choque, se
tocó una marcha compuesta por Manuel Bañón para el Jefe Supremo, llamada La Salaverrina, pero que a
partir de entonces fue conocida como El ataque de Uchumayo. Aún hoy día sigue siendo la marcha más
popular y conocida del ejército peruano.
Salaverry inició un movimiento táctico para dominar a Santa Cruz, que consistía en ganar las alturas del
Paucarpata, inmejorable posición estratégica. Pero una campesina informó a Santa Cruz de esta maniobra,
de modo que el caudillo boliviano se adelantó a Salaverry, movilizándose para ocupar Paucarpata. Salaverry
no acababa de desplegar sus fuerzas y tenía atascada su artillería en las laderas, cuando se vio sorprendido
por Santa Cruz, en la mañana del 7 de febrero. Se libró la sangrienta batalla de Socabaya, donde, pese a la
bravura que desplegaron los peruanos, estos fue totalmente derrotados por los bolivianos.
Plaza de Armas y catedral de Arequipa en un día festivo. Mediados del siglo XIX. Acuarela de J. Prendergast.
Salaverry huyó hacia el mar, pero fue interceptado por una patrulla del general Guillermo Miller, quien
consiguió su rendición prometiendo interceder por su vida. Sometido a un proceso sumario y pese a la
promesa que se le hizo fue condenado a muerte. Su último deseo fue una pluma y unos folios, en los que
escribió tres documentos: su testamento, una carta a Juana Pérez, su esposa, y una protesta «ante la
América » por su ejecución. Fue fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa, al lado de sus principales
oficiales. Se cuenta que cuando los fusileros hicieron la primera descarga, todos cayeron muertos, menos
Salaverry, que se paró, dio un paso a tras y dijo: «La ley me ampara», pero una nueva descarga acabó con su
vida (18 de febrero de 1836).
Muerto Salaverry, Santa Cruz pudo finalmente erigir la Confederación Perú-Boliviana, entidad política que
duraría hasta 1839.
Confederación Perú-Boliviana
La Confederación Perú-Boliviana (nombre oficial) o Confederación Peruano-Boliviana fue un Estado
constituido por la coalición igualitaria de tres estados: El Estado Nor-Peruano, el Estado Sud-Peruano, ambos
de efímera existencia, y el estado de Bolivia, esta última una república, bajo el mando supremo del mariscal
boliviano Andrés de Santa Cruz, uno de los vencedores de la batalla de Ayacucho. Santa Cruz asumió el cargo
de protector de la Confederación Perú-Boliviana en 1836, luego de haber sido presidente de la República del
Perú (1827) y mientras era presidente de la República de Bolivia (1829-1839).
La confederación tuvo una existencia de tres años. La creación de la Confederación no hubiese podido ser
efectiva sino hubiese tenido el apoyo de los peruanos aliados de Luis José de Orbegoso. Aunque su comienzo
institucional surgió con la declaración de su constitución en 1837, su vigencia dató desde 1836 de facto —
con el término de la Guerra entre Salaverry y Santa Cruz— hasta 1839 —con la disolución hecha por Agustín
Gamarra debido a la guerra declarada por los gobiernos de Chile y de la Confederación Argentina, y por los
peruanos contrarios al proyecto de Santa Cruz—. El Ejército Unido Restaurador, Fue formado por el Ejercito
de Chile y tropas peruanas bajo los mandos del general Manuel Bulnes y del mariscal Agustín Gamarra, El
Ejército Unido Restaurador derrotó a las tropas de la Confederación en la batalla de Yungay el 20 de enero
de 1839.
Estructura política
Estado confederal
El Estado confederal estaba conformado según la división de poderes:
Estados miembros
La confederación estaba formada por tres estados: el Estado Nor-Peruano, el Estado Sud-Peruano y el Estado
Boliviano.
Estado Nor-Peruano
El Estado Nor-Peruano comprendía los antiguos departamentos peruanos de La Libertad, Amazonas, Lima y
Junín y su capital quedó establecida en la ciudad de Lima. Tenía fronteras al norte con Ecuador y al este con
Brasil.
Fueron presidentes del estado Nor-Peruano:
Luis José de Orbegoso y Moncada (21 de agosto de 1837 - 1 de septiembre de 1838); y
José de la Riva Agüero (11 de agosto de 1838 - 24 de enero de 1839).
La república norperuana heredó los símbolos oficiales de la República Peruana.
Bandera
Escudo
Estado Sud-Peruano
El Estado Sud-Peruano comprendió los antiguos departamentos peruanos de Arequipa, Cusco, Ayacucho y
Puno. La capital quedó establecida en la ciudad de Tacna.
En 1837 se creó el Litoral, desgajado del de Arequipa con capital en Tacna.
Tuvo como presidentes a:
Ramón Herrera (17 de septiembre de 1837- 12 de octubre de 1838).
Pío de Tristán (12 de octubre de 1838 - 23 de febrero de 1839).
La Asamblea de Sicuani decretó los símbolos del flamante estado confederal, consistentes en una bandera
que fusionaba colores de las banderas boliviana y peruana y unas nuevas armas o emblema estadual.
Bandera
Escudo
Estado Boliviano
La República Boliviana se unió a la confederación como estado confederado, convirtiéndose en el Estado
Boliviano. En el año de su unión, estaba dividido en los departamentos de Cochabamba, Chuquisaca, La Paz,
Potosí, Santa Cruz y Tarija su capital era la ciudad de Sucre.
El único presidente que tuvo durante la confederación fue Jose Miguel Velasco. Además, heredó los mismos
símbolos de su periodo pre-confederal.
Bandera
Mapa con las divisiones departamentales de cada estado. Nótese la inclusión de territorios en disputa.
Postrimerías de la disolución
Cabe señalar que Gamarra no fue ajeno a la idea de Santa Cruz de crear una gran nación andina, pero en su
plan esta idea no se podía realizar mediante una Confederación en la que claramente era Bolivia la que
llevaba el papel predominante. Al contrario, Gamarra, cusqueño de nacimiento, pensaba que el territorio
boliviano pertenecía al Perú, basándose en la idea de que antes de la creación de la República de Bolivia, el
alto Perú y el bajo Perú habían sido una sola nación desde las épocas del imperio inca y así debían continuar.
El mariscal Gamarra apoyaba firmemente la fusión y no la confederación. Es por ello que a partir de ese
momento se inició la Guerra entre Perú y Bolivia mediante la cual el mariscal pensaba anexar todo el
territorio de esa república. Gamarra falleció en la batalla de Ingavi cuando invadió Bolivia.
La anarquía (1842-1844)
Tras la muerte de Gamarra estalló un período de anarquía. Numerosos caudillos militares entablaron la lucha
por el poder, desconociendo la autoridad de Manuel Menéndez, presidente del Consejo de Estado (cargo
equivalente al de vicepresidente). Estos caudillos fueron el general Juan Crisóstomo Torrico, jefe del ejército
del Norte; Antonio Gutiérrez de La Fuente, jefe del ejército del Sur; Domingo Nieto y Francisco de Vidal,
quienes formaban parte del ejército del Sur, y el general Manuel Ignacio de Vivanco, quien anteriormente
había encabezado en Arequipa la llamada “revolución regeneracionista” de 1841.
Torrico derribó a Menéndez y se proclamó Jefe Supremo del Perú, el 16 de agosto de 1842. Mientras tanto,
el ejército del Sur se pronunció en el Cuzco a favor del general Vidal, quien aceptó encabezar la lucha contra
el usurpador Torrico, en su calidad de 2.º vicepresidente del Consejo de Estado. Las fuerzas de ambos rivales
se enfrentaron en la batalla de Agua Santa, cerca de Pisco, el 17 de octubre de 1842. Torrico fue
completamente derrotado y se vio obligado a partir hacia Chile. Vidal asumió la presidencia del Perú el día 20
de octubre y desempeñó su alto cargo con probidad y desinterés. Hizo cuanto estuvo a su alcance por
remediar los males de la administración pública. Logró que disminuyera la deuda contraída por el estado y
que gravara sobre las aduanas; también merece citarse su esfuerzo por mejorar la educación de la juventud;
pero la anarquía política vino a frustrar sus planes. Tuvo que afrontar la revolución acaudillada por el general
Vivanco, que se autoproclamó Supremo Director de la República, el 14 de febrero de 1843. No queriendo
desatar una guerra civil, Vidal declinó el mando en Justo Figuerola, que era el 1.º vicepresidente del Consejo
de Estado (15 de marzo de 1843). Figuerola asistió al día siguiente a Palacio y recibió de manos de Vidal la
banda presidencial. Días después, el mismo Figuerola se vio obligado a arrojar dicha banda desde el balcón
de su casa, a los vivanquistas que lo pedían a gritos, según lo cuenta Ricardo Palma en una de sus tradiciones
(19 de marzo de 1843).
Vivanco, que denominó a su régimen como el Directorio, representaba al sector más rígido del
conservadurismo peruano. Se rodeó de hombres cultos, implantando una especie de Despotismo Ilustrado,
pues creía que el país progresaría con el imperio del orden sobre la libertad. Poco a poco, la popularidad con
que fue encumbrado fue disminuyendo y el descontento se hizo notar rápidamente, puesto que todas sus
actividades las desenvolvió en medio del lujo, con detrimento de la hacienda pública.
Atendiendo al descontento popular, en el Sur, más precisamente en Tacna y Moquegua, se sublevaron los
generales Ramón Castilla y Domingo Nieto, en defensa de la constitucionalidad (1843). Se propusieron
devolver el mando de la República a quien legítimamente le correspondía, es decir a Meléndez. Estalló así la
guerra civil. Castilla y Nieto, al mando de milicias, derrotaron a las fuerza regulares del gobierno en los
combates de Pachía y San Antonio. Para combatir a los rebeldes, Vivanco se trasladó a Arequipa, lo que fue
aprovechado por el prefecto de Lima, Domingo Elías, para proclamarse Jefe de la Nación. Ante el peligro de
que los vivanquistas comandados por el general José Rufino Echenique invadieran Lima, Elías preparó la
defensa de la capital durante la llamada "Semana Magna" (julio de 1844). Finalmente, Echenique optó por no
atacar, al darse cuenta que la guerra iba a decidirse en el sur. En efecto, cerca de Arequipa se trabó la
sangrienta batalla de Carmen Alto, entre las fuerzas de Castilla y las de Vivanco. Castilla resultó ganador (22
de julio de 1844).
Después de la guerra civil, Castilla y Elías se pusieron de acuerdo y devolvieron el poder a quien
constitucionalmente le correspondía: Manuel Menéndez. A su vez, éste convocó a elecciones, en las que
triunfó Castilla.