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Clase 2-anexo 1

John Locke

Ensayo sobre el Entendimiento Humano

Libro II

Capítulo XX

De los modos de placer y de dolor

1. Placer y dolor son ideas simples.

Entre las ideas simples que recibimos a partir de la sensación y de la reflexión, el dolor y
el placer merecen una consideración muy detallada. Porque así como en el cuerpo hay una
sensación casi en sí misma, o acompañada de dolor o placer, así también el pensamiento o la
percepción de la mente es simplemente de esta manera, o bien se ve acompañada también del
placer y del dolor, o de algún trastorno, o de algún deleite, si así los queremos llamar. Estas,
como las demás ideas simples, no pueden ser descritas, ni definidos sus nombres; la manera de
conocerlas, al igual que las ideas simples de los sentidos, estriba solamente en la experiencia…

2. Qué son el bien y el mal.

Las cosas son, por tanto, buenas o malas solamente en referencia al placer o al dolor. Eso
que llamamos bueno es aquello que puede provocar o aumentar el placer, o bien disminuir el
dolor en nosotros; o, también, lo que puede procurarnos o conservarnos la posesión de cualquier
otro bien, o evitarnos un mal. Y, por el contrario, llamamos mal a lo que puede provocar o
incrementar un dolor, o disminuir cualquier placer en nosotros.

Capítulo XXI
Acerca de la potencia

56. Todos los hombres aspiran a la felicidad, pero no a la misma clase de felicidad.

La mente tiene gustos diversos del mismo modo que los tiene el paladar; y tan vanamente
intentaría agradar a todos los hombres con la riqueza o con la gloria (en lo cual algunos hombres
hacen recaer su felicidad), como inútil sería tratar de satisfacer el apetito de todos los hombres
con queso o con langosta, manjares que, aunque sean muy agradables y apetitosos para muchos,
son para otros desagradables y ofensivos, hasta tal punto que muchas personas llegarían a elegir
una situación de hambre a satisfacer la misma con unos platos que, para otros, constituyen un
banquete. Creo que así se explica la razón por la que los filósofos antiguos preguntaban en vano
si el summun bonum consistía en la riqueza o en los deleites corporales o estribaba en la virtud o
en la contemplación. Tan poco razonable habría sido el que disputaran sobre cuál era el sabor
más atractivo al paladar, si el de las manzanas, el de las ciruelas, o el de las nueces, y que por ese
motivo se hubieran dividido en distintas escuelas como lo fue esa disputa. Porque, así como el

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sabor agradable no depende de las cosas en sí mismas, sino de lo gratas que resulten para un
paladar determinado, dentro de una gran verdad, así también la mayor felicidad consiste en tener
aquellas cosas que producen el mayor placer, y en la ausencia de aquellas otras que producen
alguna molestia o dolor. Ahora bien, para hombres diferentes, esas cosas son cosas diferentes. Si,
por tanto, los hombres solamente hacen recaer sus esperanzas en esta vida; si solamente
pretenden encontrar en ella el placer, no es extraño, ni carece de fundamento, el que busquen la
felicidad evitando todo lo que pueda provocarles molestias, y procurando todo aquello que les dé
un placer, sin que deba asombrarnos que a este respecto exista una gran variedad de gustos.
Porque si no esperamos nada más allá de la tumba, lo que se puede deducir, correctamente es lo
siguiente: “comamos y bebamos, disfrutemos de lo que más no deleita, pues mañana
moriremos”. Esto, creo, servirá para mostrarnos el motivo por el que, aun cuando todos los
deseos de los hombres tienden a la felicidad, no todos se mueven con el mismo objeto. Los
hombres podrán elegir cosas diferentes, y, sin embargo, elegir todos correctamente, suponiendo
que, a semejanza de unos pobres insectos, algunos como las abejas amasen a las flores y a su
miel mientras que otros, como los escarabajos, prefiriesen otros tipos de alimentos que, después
de haberles deleitado durante algún tiempo, dejarían de existir para no volver a existir nunca
más.

60. Nuestro juicio de un bien presente o de un mal siempre es correcto.

En primer lugar voy a considerar los juicios erróneos que los hombres hacen sobre el bien
o el mal futuro y que son causas por las que equivocan sus deseos. Porque, en lo que se refiere a
la felicidad o a la miseria presente, cuando solamente eso entra en consideración, sin tener en
cuenta las consecuencias, el hombre nunca elige mal: sabe lo que más le gusta y lo que prefiere
en ese momento. Las cosas en cuanto son gozadas en un momento presente, son lo que parecen
ser: un bien aparente y real, en este caso, siempre son el mismo (…) Por tanto, si cada una de
nuestras acciones concluyera en sí misma, y no tuviera consecuencias posteriores,
indudablemente nunca podríamos equivocarnos en la elección de lo bueno, eligiendo
infaliblemente lo mejor…

61. Nuestros juicios erróneos tienen como causa un bien y un mal futuros solamente.

Pero como nuestras acciones voluntarias no llevan consigo toda la felicidad y toda la
miseria que depende de ellas, en el tiempo de su ejecución, sino que son las causas precedentes
del bien y del mal, que traen tras de sí sobre nuestras cabezas cuando dichas acciones ya han
dejado de existir por sí mismas, por esa razón, nuestros deseos van más allá de nuestros datos
presentes, y llevan a la mente hacia un bien ausente, según la necesidad que creemos tener de ese
bien para procurarnos una felicidad o para aumentarla…

63. Una razón más concreta sobre los juicios erróneos.

En primer lugar, lo que propiamente es bueno o malo no es sino el placer o el dolor.


En segundo lugar, como no sólo el placer y el dolor presentes, sino también aquello que
por su eficacia o por sus consecuencias nos pueden aportar placer o dolor en el futuro, constituye
el objeto propio de nuestros deseos, siendo, pues, capaz de mover a una criatura dotada de
previsión, resulta también que aquellas cosas que van seguidas de placer y de dolor son
consideradas como buenas o malas.

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64. Nadie elige la desgracia porque la quiera así, sino a partir únicamente de un juicio
erróneo.

El juicio erróneo que nos confunde y que, a menudo hace que la voluntad se determine
por aquello que les es más nefasto, consiste en un mal cálculo a la hora de comparar el bien y el
mal que existen en las cosas.

65. Los hombres pueden equivocarse al comparar el presente con el futuro.

Por tanto, como en el placer y el dolor presentes la mente nunca se equivoca, según ya
dije, aquello que realmente es bueno o malo; aquello que es el placer mayor o el dolor más
grande, es justamente como aparece. Pero aunque el placer y el dolor presente muestren sus
diferencias y sus grados de un modo tan evidente que no dan lugar a equívoco, sin embargo,
cuando comparamos los placeres o dolores presentes con los futuros (caso habitual que suele
ocurrir cuando tenemos necesidad de hacer determinaciones muy importantes para la voluntad)
es frecuente que emitamos juicios equivocados acerca de ellos, ya que medimos por la diferente
distancia en que se encuentran respecto a nosotros. Y como los objetos cercanos a nuestra vista
parecen más grandes que otros que son mayores, pero que están situados más lejos de ella, así
también los placeres y los dolores presentes se imponen a los que están más lejos mediante la
ventaja de su cercanía. Y así, la mayoría de los hombres, a semejanza de los herederos pródigos,
se inclinan a juzgar que un poco de dinero en la mano es preferible a un gran capital venidero, de
tal manera que, por poseer de inmediato alguna cosa de poca importancia, renuncian a una gran
fortuna que podrían poseer (…) Si el placer de la bebida estuviera acompañado en el momento
mismo en que un hombre acaba de beber, de esas náuseas y de ese dolor de cabeza, que para
algunos hombres se sigue tras la misma, creo que por más placer que se extrajera del licor, nadie
permitiría que en esas condiciones el vino llegara siquiera a sus labios (…) Pero si el placer o el
dolor disminuyen tanto con sólo la distancia de unas pocas horas, ¿cómo no va a producir el
mismo efecto una distancia mayor en un hombre que no haga por medio de un juicio recto
aquello que le obligará a hacer el tiempo, es decir, a presentarse la cosa delante de los ojos, para
considerarla como si estuviera presente, apreciándola de esa manera en su dimensión real?

FUENTE: JOHN LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento humano, 1980, Madrid, Editora Nacional.

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ILUMINISMO ESCOCÉS

Adam Smith

En casi todas las otras especies zoológicas el individuo, cuando ha alcanzado la madurez,
conquista la independencia y no necesita el concurso de otro ser viviente. Pero el hombre
reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede
esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el
egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien
propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y
tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta. y así obtenemos de los demás la
mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero
o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No
invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras
necesidades, sino de sus ventajas.
ADAM SMITH, La riqueza de las naciones, Libro I, capítulo 2 (extracto).

David Hume

La justicia nace de las convenciones humanas y (…) se propone remediar algunos


inconvenientes que proceden de la concurrencia de ciertas propiedades del espíritu humano y de
la situación de los objetos externos. Las propiedades del espíritu son el egoísmo y la generosidad
limitada, y la situación de los objetos externos es su fácil cambio y la escasez en comparación
con las exigencias del hombre (...) los poetas (...) vieron claramente que si todo hombre
experimentase cariño por los otros y si la naturaleza satisficiese abundantemente nuestras
exigencias y necesidades no hubiera podido existir la lucha de intereses que supone la justicia y
no hubiera habido ocasión para las distinciones y límites de la propiedad y posesión que en el
presente son usuales entre el género humano. Si aumentase en un grado suficiente la
benevolencia de los hombres o la liberalidad de la naturaleza la justicia se haría inútil.

No hubiéramos tenido que recurrir a las ficciones de los poetas para aprender esto, sino
que, aparte de lo razonable del asunto, podríamos descubrir la misma verdad por la experiencia y
observación común. Es fácil de notar que una afección cordial hace todas las cosas comunes
entre amigos y que las gentes casadas, especialmente, pierden su propiedad y no conocen el mío
y tuyo, que son tan necesarios y causan tanta perturbación en la sociedad humana. El mismo
efecto surge de una alteración en las circunstancias del género humano; cuando existe una
cantidad tal de alguna cosa que satisfaga todos los deseos del hombre se pierde la distinción de
propiedad enteramente y todo queda siendo común. Es esto lo que podemos observar con
respecto al aire y al agua...

Es, pues, una proposición que me parece puede ser considerada como cierta que sólo por
el egoísmo y limitada generosidad de los hombres, justamente con los escasos medios que la
naturaleza nos proporciona para nuestras necesidades, se produce la justicia (...).

Nadie puede dudar de que la convención para la distinción de la propiedad y para la


estabilidad de su posesión es, de todas las circunstancias, la más necesaria para el
establecimiento de la sociedad humana, y de que después del acuerdo para fijar y observar esta

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norma queda poco o nada que hacer para fundamentar una perfecta armonía y concordia. Todas
las demás pasiones, aparte de la del interés, son, o fácilmente dominadas, o no tienen una
consecuencia tan perniciosa cuando son permitidas.

Tan sólo la avidez por adquirir bienes y posesiones para nosotros y nuestros amigos es
insaciable, perpetua, universal y totalmente destructora de la sociedad (...) ninguna afección del
espíritu humano posee a la vez la suficiente fuerza y dirección propia para equilibrar el amor de
las ganancias y hacer a los hombres aptos para la sociedad llevándolos a que se abstengan de las
posesiones de los otros.(...) No existe, por consiguiente, otra pasión capaz de guiar la afección
del interés más que la misma afección mediante un cambio de su dirección (...) pues es evidente
(...) que manteniendo firme la sociedad avanzamos mucho más en la adquisición de las
posesiones que en la condición solitaria y desamparada, que debe ser la consecuencia de la
violencia y la licencia universal.

Podemos concluir de ello que una consideración del interés público o una benevolencia
muy extensa no es nuestro motivo primero y original para la observancia de las reglas de la
justicia, ya que se admite que si los hombres se hallasen dotados de una benevolencia tal estas
reglas jamás se hubiesen imaginado.

DAVID HUME, Tratado de la naturaleza humana, Libro III, sección segunda, 1977, México,
Porrúa.

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Bentham

Los principios de la moral y la legislación

Capítulo I
Acerca del principio de utilidad

I. La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos: el dolor y el


placer. Sólo ellos nos indican lo que debemos hacer, así como determinan lo que haremos. Por
un lado el criterio de bueno y malo, por otro la cadena de causas y efectos, están sujetos a su
poder. Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos:
cualquier esfuerzo que hagamos para desligarnos de nuestra sujeción sólo servirá para
demostrarla y confirmarla. Con palabras un hombre puede aparentar que renuncia a su imperio,
pero en realidad permanecerá sujeto a él todo el tiempo. El principio de utilidad reconoce esta
sujeción y la asume para el fundamento de ese sistema, cuyo objeto es erigir la estructura de la
felicidad por obra de la razón y la ley. Los sistemas que intentan cuestionarlo se ocupan de
sonidos en lugar de sentido, de fantasías en lugar de razón, de oscuridad en lugar de luz (…).

II. El principio de utilidad es el fundamento del presente trabajo: será por lo tanto apropiado al
comienzo dar una explicación explícita y determinada de lo que se quiere decir con ello. Por el
principio de utilidad se quiere decir aquel principio que aprueba o desaprueba cualquier acción
de que se trate, según la tendencia que parece tender a aumentar o disminuir la felicidad de la
parte cuyo interés está en juego; o, en otras palabras, promover u oponerse a ella. Digo de
cualquier acción, y por tanto no sólo de toda acción de un individuo privado, sino de cualquier
medida de gobierno.

III. Por utilidad se quiere significar aquella propiedad en cualquier objeto por lla que tiende a
producir un beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad (todo ello, en el presente caso, equivale a
la misma cosa) o (lo que igualmente equivale a lo mismo) a impedir que produzca un daño,
dolor, mal o infelicidad a la parte cuyo interés se considera: si esa parte es la comunidad en
general, entonces se trata de la felicidad de la comunidad; si es un individuo particular, entonces
de la felicidad de ese individuo.

IV. El interés de la comunidad es una de las expresiones más generales que puede ocurrir en la
fraseología de la moral: no es extraño entonces que a menudo pierda su sentido. Cuando tiene
alguno, es el siguiente: la comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto de las personas
individuales que se considera que lo constituyen como si fueran sus miembros. Cuál es entonces
el interés de la comunidad?: la suma de los intereses de los diversos miembros que la componen.

V. Es en vano hablar del interés de la comunidad sin comprender cuál es el interés del individuo.
Se dicxe que una cosa promueve el interés o es para el interés de un individuo, cuando tiende a
aumentar la suma total de sus placeres; o, lo que es lo mismo, a disminuir la suma total de sus
dolores.

VI. Una acción, entonces, puede decirse que acuerda con el principio de utilidad o, para ser
breves, con la utilidad (queriendo significar con respecto a la comunidad en general), cuando la
tendencia que tiene a aumentar la felicidad de la comunidad es mayor que cualquiera que tienda
a disminuirla.

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VII. Una medida de gobierno (que no es sino una clase de acción particular realizada por una
persona o personas particulares) puede decirse que concuerda con el principio de utilidad o es
dictado por él, cuando, del mismo modo, la tendencia que tiene a aumentar la felicidad de la
comunidad es mayor que cualquiera que tienda a disminuirla.

VIII. Cuando alguien supone que una acción o una medida de gobierno en particular concuerda
con el principio de utilidad, puede ser conveniente, para los fines del discurso, imaginar una
clase de ley o mandato, llamado ley o mandato de utilidad, y hablar de la acción en cuestión
como concordante con tal ley o mandato.

FUENTE: JEREMY BENTHAM, Los principio de la moral y la legislación, Claridad, Buenos Aires,
2008.

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