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La ciencia es una producción, una construcción: por tanto, de ninguna manera una
simple constatación de algo pre-constituido.
Y, a partir de allí, que en realidad -al decir del filósofo Heidegger- la ciencia es un fruto
del platonismo. La ciencia sería resultado de las tendencias espiritualizantes propias del
pensamiento occidental postulado por los griegos (tras destronar a los sofistas): de
modo que su exactitud, su supuesta certidumbre, no serían otra cosa que la negación
cerrada de la falibilidad, la imposibilidad de aseguramiento, y la contingencialidad
propias del conocimiento -y el acontecer- humanos.
Nada más exacto y objetivo que el conocimiento científico, según las versiones aceptadas
por el sentido común de los científicos mismos. Nada más parecido al “dibujo natural del
mundo” que el mapa que ofrece la ciencia, según las difundidas tesis de las epistemologías
más anticuadas y -sin embargo- más conocidas, al menos en Argentina [Nota 1 ]. La pereza del
pensamiento y la apelación a la intuición sensible -lo cual son dos modos de decir lo mismo
[ Nota 2 ] -, se imponen masivamente para hacernos creer que el conocimiento científico es una
especie de fotografía de la realidad, una copia pasiva de sus características intrínsecas. Esto
oculta el hecho de que la ciencia es una producción, una construcción: por tanto, de ninguna
manera una simple constatación de algo pre-constituido. Y, a partir de allí, que en realidad -
al decir del filósofo Heidegger- la ciencia es un fruto del platonismo. La ciencia sería
resultado de las tendencias espiritualizantes propias del pensamiento occidental postulado
por los griegos (tras destronar a los sofistas): de modo que su exactitud, su supuesta
certidumbre, no serían otra cosa que la negación cerrada de la falibilidad, la imposibilidad de
aseguramiento, y la contingencialidad propias del conocimiento -y el acontecer- humanos.
La ciencia puede así ser advertida en lo que tiene de “objetivación”, más que de
“objetividad”; es el fruto de una cierta forma de poner los objetos en perspectiva, de captar
sus aspectos legaliformes y repetibles, de modo de hacer desaparecer de la percepción aquello
que -visto como desordenado- queda fuera de dicho campo de estipulación previa.
Si hacemos caso a lo que se abre desde una posición como la que hemos brevísimamente
delineado (desarrollarla implicaría un trabajo más largo que el que cabe a esta publicación),
caerían toda una serie de supuestos que suelen darse por obvios, y pretendidamente
“naturales”:
La ciencia no señala cómo son los hechos; sólo el comportamiento ideal de leyes que en la
realidad fáctica nunca se dan aisladas [ Nota 3 ]. Es decir: la ley de la gravitación universal se
cumple, pero siempre existen resistencias a la caída de los cuerpos; muy claro resulta el caso
de los planos inclinados, o las variaciones de temperatura de hervor de los líquidos de acuerdo
a la altitud, etc. En una palabra: las leyes científicas nunca surgen de una simple lectura
inmediata del comportamiento de lo real.
La ciencia no “dice lo real”, sino que lo explica por medio de teorías. Ello implica que la
ciencia no surge de la observación -según a menudo se cree [ Nota 4 ] - sino que implica siempre
la existencia de supuestos previos que son puestos a contrastación por vía de la experiencia.
Este es uno de los puntos que más contradicen la supuesta evidencia: como “lo real no habla”
[ Nota 5 ], sólo se hace inteligible en orden a los interrogantes conceptuales que se le formulan.
En continuidad con el punto anterior, la ciencia implica apelar a teorías, y ello a provocar
recortes empíricos disímiles. Dicho más fácilmente: la observación no es neutral ni objetiva,
se capta diferencialmente de acuerdo con cuáles son los supuestos -explícitos o no- que
ordenan la mirada del observador. De modo que sólo para aquellos que convencionalmente
se han puesto de acuerdo sobre los criterios y protocolos observacionales, cabe establecer
luego bases intersubjetivamente válidas para observaciones en las que pudieran acordar los
tipos de descripción empírica. A teorías (o a “paradigmas”) diferentes, corresponden recortes
empíricos diferentes (modalidades disímiles de clasificación, por ej.).
Los científicos -en consonancia con lo anterior, y en contra de posiciones como la de Popper-
no es un desinteresado buscador de verdades, sino un sujeto socialmente condicionado que
busca, en primer lugar, legitimarse dentro de la comunidad científica. El elemento objetivo
de su posición no es la referencia a una realidad incontaminada, sino a una situación social
objetiva dentro de un campo de relaciones de poder en el aparato institucional de los
científicos, el “campo”(Bourdieu). Los científicos no buscan abstracto conocimiento, sino
concreto reconocimiento [ Nota 16 ].
Las posiciones que se tome en las querellas de interpretación científica, están condicionadas
por el lugar relativo que se ocupa dentro del espacio social global, y también en el espacio
de las jerarquías científicas. Las tomas de posición en el campo del conocimiento están
afectadas por situaciones contextuales ajenas a lo científico mismo, de las cuales a menudo
el científico no es consciente [ Nota 17 ].
En fin, podríamos continuar atentando contra los prejuicios constituidos sobre la ciencia.
Advertir su relación con la dominación y el poder (Foucault, Escuela de Frankfurt),
enmarcarla en relación a intereses específicos que condicionan su tipo de perspectiva
(Habermas), insistir en su actual creciente y peligrosa puesta al servicio de necesidades
pragmáticas del aparato político y económico (Lyotard). O adentrarnos por la ruta que
muestra que los sistemas físiconaturales también son productivos, y por ello no limitables a
la explicación causalista clásica (Prigogine): lo cierto es que los caminos están lejos del
bostezo positivista que aún habita la mentalidad de un amplio campo de los científicos
prácticos. A estos, les cabe todavía a pleno la frase que -en un ámbito de influencia diferente-
sostenía C. Marx: “lo hacen, pero no lo saben”.
Guía de lectura
[1] Estas posiciones las defienden autores como Mario Bunge o G.Klimovski, ambos con fuerte peso en nuestro país, aún
cuando muy diferente calidad en sus aportes (el primero es autor de más de treinta libros internacionalmente reconocidos,
mientras el segundo tiene una limitada obra escrita)
[2] G.Bachelard, La formación del espíritu científico, Siglo XXI, México, 1979
[3] L.Olivé, Conocimiento, sociedad y realidad (problemas del análisis del conocimiento y el realismo científico), F.C.E.,
México, 1988
[4] A.Chalmers, Qué es esa cosa llamada ciencia, Siglo XXI, Madrid, 1987, el capítulo sobre “el inductivismo ingenuo”
[5] P.Bourdieu, et al.: El oficio de sociólogo, Siglo XXI, Bs.Aires, 1975
[6] T.Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, F.C.E., México, cap. 10, donde sostiene que científicos que están
en paradigmas diferentes se ubican en “mundos diferentes”; contra esta posición se ubicó H.Putnam con su “teoría causal
de la referencia”, por ej. en su El significado de significado, Cuadernos de Crítica, UNAM, México, 1984. Putnam ha
atenuado su posición inicial sin haberla abandonado, ver su Las mil caras del realismo, Paidós, Barcelona, 1994
[7] Esta teoría va desde lo aportado por J.Austin en su clásico Cómo hacer cosas con palabras, (Paidós, Barcelona, 1988), a
lo retomado en las conocidas obras de Umberto Eco.
[8] T.Kuhn, La estructura...op.cit., cap. 10
[9] R.Gómez: “Kuhn y la racionalidad científica. Hacia un kantianismo posdarwiniano?”, en O.Nudler et al.: La racionalidad
en debate, Centro editor de A.Latina, tomo 1, Bs.Aires, 1993
[10] Esta insistencia en EL método aparece en las obras de M.Bunge, incluso una de las primeras lleva ese nombre
[11] P.Bourdieu et al., op.cit.]
[12] W.Quine, Teorías y cosas, UNAM, México, 1986; B.Magee: Popper, Grijalbo, Barcelona, 1974
[13] Esto es lo que sostiene T.Kuhn, a partir de la obra citada y también -con matices específicos- en sus trabajos posteriores.
Su posición tuvo el importante apoyo de la “concepción no-enunciativa de las teorías”de W.Stegmüller, basada en la lógica
y la teoría matemática de conjuntos, lo que desmintió la supuesta “irracionalidad”atribuida por los logicistas a la posición
kuhniana. Ver W.Stegmüller, Estructura y dinámica de teorías, Ariel, Barcelona, 1983
[14] Idem
[15] S.Wolgar, Ciencia: abriendo la caja negra, Anthropos, Madrid, 1994. Este autor -junto a Latour- ha abierto una decisiva
veta de análisis concreto de lo que los científicos realmente hacen (no lo que “creen hacer”), aún casi desconocida en
Argentina, a pesar de que ya cuenta con más de una década de vigencia.
[16] B.Barnes, Kuhn y las ciencias sociales, F.C.E., México, 1986; C.Prego, Las bases sociales del conocimiento científico
(la revolución cognitiva en sociología de la ciencia), Centro Editor de A.Latina, Bs.Aires, 1992