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Más allá del principio de placer

I
Aceptamos el principio según el cual el decurso de los procesos anímicos es
regulado automáticamente por el principio de placer. Lo pone en marcha
una tensión displacentera y después adopta tal orientación que su resultado
final coincide con su disminución, evitación de displacer o producción de
placer. En cuanto al significado de las sensaciones de placer y displacer se
adopta la hipótesis más laxa: se refiere placer y displacer a la cantidad de
excitación no – ligada presente en la vida anímica; (placer T, displacer T),
placer, reducción de la Q, displacer incremento. No una relación simple,
menos una proporcionalidad directa; el factor decisivo es probablemente el
incremento o reducción en un período de tiempo.
Los hechos que movieron a adoptar el principio de placer encuentran
también expresión en la hipótesis según la cual el aparato anímico se afana
por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la Q. Esto equivale
a decir lo mismo. Pero no es cierto que la mayoría de nuestros procesos
anímicos vayan acompañados de placer o lleven a él. En el alma existe una
fuerte tendencia al principio de placer, pero otras fuerzas lo contrarían.
El primer caso de una tal inhibición tiene el carácter de una ley. El principio
de placer es propio de un trabajo primario, inutilizable y aún peligroso para
la autopreservación.
Bajo el influjo de tales pulsiones es relevado por el principio de realidad, que
sin renunciar a un logro final de placer; pospone la satisfacción, renunciar a
diversas posibilidades de logarla y tolerar displacer. Otra fuente de
desprendimiento de displacer, surge de los conflictos y escisiones
producidos en el aparato, en el desarrollo.
Ciertas pulsiones son inconciliables con las restantes en el yo, por lo cual
caen en el proceso de represión. Bajo este proceso, la satisfacción directa o
sustitutiva será vivida por el yo como displacentero.
En las restantes vivencias de displacer puede afirmarse que no contradice el
principio. En su mayor parte es de percepción. Percepción del esfuerzo de
pulsiones insatisfechas o que existe especulativas displacenteras como
peligro. La reacción frente a las mismas, donde se sitúa la genuina actividad
del aparato, puede ser conducida al principio de placer o su modificación, el
de realidad.
II
Estado que sobreviene tres conmociones mecánicas, choques ferroviarios y
otros accidentes que aparejaron riesgo de muerte; es la neurosis
traumática. La guerra (1ª guerra mundial) la provocó en gran escala y puso
fin a su esclarecimiento como deterioro orgánico del sistema nervioso por
acción de una violencia mecánica. Se aproxima al cuadro de la histeria por
sus síntomas motores y al de la hipocondría o melancolía por su padecer
subjetivo; hay destrucción y debilitamiento generales de las operaciones
anímicas.

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En la neurosis traumática común se destacan dos rasgos: el centro de
gravedad está en el factor sorpresa, y un simultáneo daño físico o herida la
contrarrestra. Terror, miedo y angustia se distinguen por su relación con el
peligro; la angustia designa cierto estado de expectativa y preparación para
el peligro, aunque sea desconocido; el miedo tiene un objeto determinado,
en presencia del cual se siente; el terror es aquel en el cual se cae ante un
peligro cuando no se está preparado. La angustia protege contra el terror y
por tal contra la neurosis de terror.
La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra
vez, a la situación de su accidente, de la cual despierte con renovado terror.
El enfermo está fijado – se sostiene – psíquicamente al trauma.
Sin embargo, no lo recuerdan mucho durante la vigilia. Cuando se admite la
reconducción como cosa natural en el sueño se desconoce la naturaleza de
éste. Debería conducirlo a tiempos mejores. Queda al expediente de
sostener por qué en este estado la función del sueño resultó afectada y
desviada, o pensar en las enigmáticas tendencias masoquistas del yo.
Abordemos una práctica más temprana normal, el juego infantil;
particularmente el primer juego creado de un varoncito de un año y medio,
acción enigmática y repetida de continuo. No lloraba cuando su madre lo
abandonaba durante horas, a pesar de su gran ternura hacia ella. Exhibía el
hábito de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de la cama, etc., todos los
pequeños objetos que hallaba a su alcance, profiriendo “o – o – o – o” que
significaba “fort” – se fue –. Jugaba a que se iban, corroborado en otra
ocasión: tenía un carretel, sosteniéndolo con el piolín, tras la baranda de su
cuna con mosquitero, el carretel desaparecía, pronunciaba “o – oooo”, y
después, tirando de su piola, volvía pronunciando un “Da” (acá está) Las
más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido
incansablemente, aunque el mayor placer correspondía al segundo.
Su renuncia pulsional de admitir sin protestas la partida de la madre, estaba
entramada con el juego, resarciéndose el niño con los objetos a su alcance,
escenificando el aparecer y desaparecer. ¿Cómo se concilia el principio de
placer, repetir esta vivencia penosa? Se dirá que el desaparecer es la
condición del aparecer; pero hay prevalencia del “fort. En la vivencia era
pasivo, ahora se ponía en un papel activo, repitiéndola como juego a pesar
de que fue displacentera. Podría atribuirse a una pulsión de apoderamiento.
O bien al vengarse de la madre por su partida “Y bien vete pues, no te
necesito, yo mismo te echo”.
¿Puede el esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante,
de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e
independiente del principio de placer? Como quiera que sea, si en el caso
ese esfuerzo repitió la impresión desagradable, se debió únicamente a que
la repetición iba concretada a una ganancia de place de otra índole, pero
directa.
III
Al comienzo el psicoanálisis no era sino un arte de interpretación; luego se
planteó el propósito inmediato de instar en el enfermo su corroboración

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como recuerdo. El centro recayó sobre las resistencias, había que
descubrirlas, mostrárselas y por influencia humana (sugestión por
transferencia) moverlo a que resigne. Luego, se descubrió que el devenir –
cc tampoco se podía lograr así. El enfermo no podía recordar todo, acaso lo
esencial. Se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en
vez de recordarlo; tiene por contenido un fragmento del pasado, de la vida
sexual infantil y, por tal, del c.d.c y ramificaciones, jugándose en el terreno
de la transferencia, en su relación con el médico. La anterior neurosis ha
sido sustituida por una neurosis de transferencia.
Es preciso librarse de un error; las resistencias no son del icc, lo reprimido
no ofrece resistencia a los esfuerzos de la cura, quiere irrumpir hasta la
conciencia o hasta la descarga. La resistencia parte de su yo (no quiere
decir que sea cc (consciente), sus motivos y ella misma); adscribimos la
repetición a lo reprimido icc (inconsciente).
La resistencia del yo consciente e inconsciente está al servicio del principio
de placer, quiere ahorrar el displacer por la liberación de lo reprimido.
Ahora, ¿qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de
repetición, la exteriorización forzosa de lo reprimido? Lo que se revivencia
no puede provocar sino displacer, puesto que saca a la luz operaciones de
mociones pulsionales reprimidas, pero displacer para un sistema y
satisfacción para el otro.
El hecho nuevo y asombroso es que la compulsión devuelve también
vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que
tampoco en aquel momento pudieron ser satisfactorias, ni siquiera de las
mociones reprimidas desde entonces.
Los neuróticos repiten en transferencia todas las ocasiones indeseadas del
c.d.e. y las situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran
habilidad. Nada de eso – celos, desaires, las palabras duras de los padres,
etc – pudo procurar placer entonces, y se creería que si emergieran como
recuerdo, producirían mucho menos displacer. Se trata de pulsiones que
estaban destinadas a producir placer, pero ni entonces lo produjeron. Esa
experiencia se hizo en vano, se la repite, esfuerza una compulsión.
Esto mismo puede encontrarse en la vida de personas no neuróticas. Hace
la impresión de un destino que las persiguiera; la compulsión que así se
exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición neurótica.
Individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace:
traición del amigo, protegidos ingratos, relación amorosa con idénticas
fases, etc. “Eterno retorno de lo igual”.
En vista de la repetición en transferencia y el destino fatal de los seres
humanos, suponemos una compulsión de repetición más allá del principio
de placer, y nos inclinamos a referir a ella los sueños de la neurosis
traumática y la impulsión al juego en el niño. Sólo en raros casos podemos
aprehender puros, sin otros motivos, los efectos de la compulsión.
Compulsión de repetición y satisfacción pulsional directa, parecen
entrelazarse en la más íntima comunidad. Pero tras una reflexión, es preciso
que tampoco en los otros ejes – además de los sueños traumáticos donde

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no se encuentra la injerencia del principio de placer – los motivos familiares
abarcan todo. Y ese resto justifica la hipótesis de la compulsión de
repetición, y ésta es más originaria, más pulsional (Triebhaft; impulsivo,
pasional, fuera de razón) que el principio de placer que ella destrona.
IV
La conciencia es la operación de un sistema particular, la conciencia (Cc). La
conciencia no es su única propiedad si adoptamos la hipótesis de que todos
los procesos excitatorios de los otros sistemas les dejan como secuela
huellas permanentes que son la base de la memoria, restos mnémicos que
nada tienen que ver con el devenir cc. Los más fuertes y duraderos son
dejados por procesos nunca cc. No pueden producirse en el sistema prcc.
Reducirán la aptitud del sistema para la recepción de nuevos excitantes, si
permanecieran siempre cc; y si devinieran icc, procesos icc en un sistema
cuyo funcionamiento se acompaña de conciencia. Entonces son
inconciliables devenir cc y huella mnémica en un mismo sistema. En el
sistema conciencia el proceso excitatorio deviene cc pero no deja huella
mnémica; éstas, en que se basa el recuerdo, se producen a raíz de la
excitación propagada a sistemas contiguos y de éstos. La conciencia surge
en reemplazo de la huella mnémica.
El sistema conciencia se singulariza por la particularidad de que en él, a
diferencia de los otros sistemas, el proceso excitatorio no deja alteración
permanente en sus elementos, se agota en el devenir cc. Su explicación
podría recaer en la ubicación del sistema, su choque directo con el mundo
exterior – derivada de lo que brinda, percepciones de excitaciones que
vienen del mundo exterior y sensaciones de placer – displacer que sólo
pueden originarse en su interior –, en la frontera entre lo exterior y lo
interior.
Si imaginamos al organismo vivo como una vesícula indiferenciada de
sustancia estimulable, el incesante embate de estímulos externos generaría
una corteza tan cribada que ofrece condiciones óptimas para recepción de
estímulos sin ulteriores modificaciones. Transferido a nuestro sistema, el
paso de la excitación no imprime huella permanente; están modificados al
máximo habilitados entonces, para generar conciencia. En qué consistió la
modificación, se puede conjeturar que en el avance de un elemento a otro,
la energía debe vencer una resistencia, y entonces dicha reducción crea la
huella permanente de la excitación (facilitación) El sistema cc no tendría
resistencia de pasaje.
Esta vesícula no podría sobrevivir sin una protección antiestímulo, expuesto
de no tenerla, a las energías más potentes y externas. La superficie más
externa deja entonces de tener estructura de materia viva, operando como
envoltorio o membrana, aparatando estímulos. Se propagan con una
fracción de su potencia a los estratos contiguos vivos. Preservó a los otros
de morir al menos hasta que sobrevengan estímulos tan fuertes que la
perforen.
Está dotada de una protección antiestímulo y un estrato cortical contiguo a
ella diferenciado como órgano receptor de estímulos externo. Éste recibe
además excitaciones desde adentro. Hacia adentro aquélla es imposible (la

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protección antiestímulo), propagándose de manera directa y no reducida,
produciendo ciertos caracteres de su decurso la serie placer – displacer.
Llamemos traumáticas a las excitaciones externas, que poseen fuerza
suficiente para perforar la protección antiestímulo, provocando una
perturbación enorme en la economía energética; y pondrá en acción
mecanismos de defensa para en un primer momento, queda abolido el
principio de placer; ahora hay que dominar el estímulo, ligarlo
psíquicamente para conducirlo a su tramitación. La ligazón es el trasporte
de la energía de estado de libre fluir hasta el quiescente.
La neurosis traumática sería el resultado de una vasta ruptura de la
protección antiestímulo. También el terror conserva su valor; además del
“choque”. El apronte angustiado conllevaría la sobreinvestidura de los
sistemas que reciben primero el estímulo. Los sueños traumáticos buscan
recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de
angustia cuya omisión causa neurosis traumática. Función del aparato que
sin contradecir el principio de placer es independiente y más originario que
el propósito de ganar placer y evitar displacer. Excepción a la tesis del
sueño como cumplimiento de deseo. Los sueños de angustia no lo son,
tampoco los punitorios que es un cumplimiento de deseo de la conciencia
de culpa. Pero sí los sueños de la neurosis traumática, los que se presentan
en los psicoanálisis, que nos devuelven el recuerdo de traumas psíquicos de
la infancia. Obedecen a la compulsión de repetición. No sería la función
originaria del sueño eliminar, mediante el cumplimiento de deseo de las
mociones perturbadoras, unos motivos capaces de interrumpir el sueño.
Sólo podría apropiarse de ella después que el conjunto de la vida anímica
aceptó el imperio del principio de placer. Si existe un más allá habrá que
admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al
cumplimiento de deseo. No contradice la función posterior. ¿No son posibles
fuera del análisis, sueños de esta índole, que en interés de la ligazón de
impresiones traumáticas obedecen a la compulsión de repetición? Sí.
V
La falta de protección antiestímulo hacia adentro tiene por consecuencia
que tales transferencias de estímulo, tengan la máxima importancia
económica y produzcan a menudo, perturbaciones económicas equiparables
a los de las neurosis traumáticas; sus fuentes más proficuas son las
pulsiones.
Si todas las mociones afectan al sistema icc, entonces obedecen al proceso
psíquico primario, identificando éste con la investidura libremente móvil y al
secundario con las alteraciones de la investidura ligada o tónica. La tarea de
los estratos superiores sería ligar la excitación de las pulsiones que entra en
operación en el proceso primario. El fracaso de ésta provocaría una
perturbación análoga al de la neurosis traumática, sólo tras una lizagón
lograda, podría producirse el imperio del principio de placer (y de su
modificación); pero hasta entonces tendría la tarea previa de dominarlo o
ligarlo independientemente del principio de placer.
Las exteriorizaciones de la compulsión en la temprana vida anímica infantil
como en las vivencias de la cura analítica, muestran su carácter pulsional

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(impulsivo, apasionado, irreflexivo), y hasta demoníaco cuando contradice el
principio de placer. En el juego, se cree el niño repite su actividad una
vivencia displacentera porque consigue un dominio mucho más radical que
en la pasividad y parece perfeccionarse en cada repetición; ni la repetición
de vivencias placenteras será bastante, exige la identidad de la. Ej. de
cuentos. Nada de eso contradice el principio de placer; la repetición, el
reencuentro, constituye de por sí, una fuente de placer.
Por el contrario, en el analizado la compulsión a repetir en transferencia los
episodios de su infancia se sitúa más allá del p.p., enseñándonos que las
huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias primordiales no subsisten en
el estado ligado y aún son, en cierta medida, insusceptibles del proceso
secundario. A esto debe también su capacidad de formar adhiriéndose a
restos diurnos, una fantasía de deseo que se figura en el sueño.
¿Cómo se entrama lo pulsional con la compulsión? Carácter universal de las
pulsiones y quizá de toda vida orgánica: una pulsión sería un refuerzo,
inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo
vivo debió resignar por el influjo de fuerzas perturbadoras externas;
expresión de la naturaleza conservadora del ser vivo.
Objeción basada en la idea de que junto a las pulsiones conservadoras, que
compelen a la repetición, hay otras que esfuerzan en el sentido de la
creación y del progreso; se incorporará más adelante.
Si todas las pulsiones son conservadoras (argumentación extrema),
adquiridas históricamente y dirigidas a la regresión, se contará el desarrollo
como éxito de influjos exteriores, perturbadores y desviantes. SI todo lo vivo
muere, regresa a lo inorgánico, la meta de toda vida es la muerte y,
retrospectivamente. Lo inanimado estuvo ahí antes de lo vivo.
Los rodeos impuestos por influjos exteriores de ese camino hacia la muerte,
retenidos fielmente por las pulsiones conservadoras, son, acaso, los que hoy
nos ofrecen el cuadro de los fenómenos vitales. Las pulsiones de
conservación serían pulsiones parciales destinadas a asegurar el camión
hacia la muerte peculiar del organismo y alejar otras posibilidades de llegar
a lo inorgánico; el organismo sólo quiere morir a su manera; esos
guardianes de la vida también originariamente alabarderos de la muerte;
esta conducta paradojal es justamente lo característico de un bregar
puramente pasional, a diferencia de uno inteligente.
Las pulsiones que vigilan los destinos de estos organismos elementales que
sobreviven al individuo, constituyen el grupo de las pulsiones sexuales; son
también conservadoras, espejan estados anteriores de la sustancia viva,
pero aún más, pues resultan reacias a injerencias externas y también en
otro sentido, conservan la vida por lapsos más largos. Son las pulsiones de
vida, y como contraría a las otras, se insinúa una oposición entre ellas.
Ritmo titubeante en la vida de los organismos; un grupo se lanza impetuoso
para alcanzar lo más
rápido posible la meta final; el otro se lanza hacia atrás para volver a
retomarlo. ¿En verdad no habrá, prescindiendo de las sexuales, otras

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pulsiones que las que pretenden reestablecer un estado anterior? No
conozco un ejemplo que contradiga la caracterización propuesta.
El infatigable esfuerzo hacia un mayor perfeccionamiento en una minoría de
individuos puede comprenderse como resultado de la represión de las
pulsiones, sobre lo que se edifica lo más valioso de la cultura. La pulsión
reprimida no aspiraría a otra cosa que al reencuentro con una vivencia
primaria de satisfacción. Todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y
las sublimaciones, no bastan para cancelar su tensión acuciante, y la
diferencia entre lo esperado y obtenido engendra el factor pulsionante, que
no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que
“acicatea, indomeñado, siempre, hacia adelante” (Fausto I); y entonces el
camino de regreso clausurado por las resistencias, avanza por la dirección
del desarrollo todavía expedita, en verdad, sin perspectivas de clausurar la
marcha ni alcanzar la meta.
El afán del Eros por conjugar lo orgánico en unidades cada vez mayores
puede hacer de sustituto de esa “pulsión de perfeccionamiento” que no se
halla, y junto a los efectos de la represión, explican los efectos atribuidos a
ella.
VI
Sigue siendo fastidioso que el análisis no haya pesquisado más pulsiones
yoicas que las libidinosas. Mas no por ello avalaríamos que no las hay.
Hemos partido de la gran oposición entre pulsiones de vida y de muerte. El
amor de objeto revela una segunda polaridad, amor (ternura) y odio. Y
podrán corresponderse. Desde siempre hemos reconocido un componente
sádico en la pulsión sexual; puede volverse autónomo y gobernar como
pulsión parcial dominante en una de las organizaciones pregenitales. ¿No
cabe suponer que ese sadismo es una pulsión de muerte apartada del yo
por el esfuerzo de la libido narcisista, de modo que sale a la luz en el
objeto? Luego entra al servicio de la pulsión sexual. Donde el sadismo
originario no ha experimentado atemperamiento ni fusión, queda
establecida la ambivalencia amor – odio de la vida amorosa. Se habría
cumplido el requisito de indicar un ejemplo de pulsión de muerte (aunque
desplazada) El masoquismo no sería sino una regresión, del objeto del yo;
entonces habría un masoquismo primario.
Supimos qué eran las pulsiones sexuales por su relación con los sexos y la
reproducción. Luego conservó ese nombre cuando los resultados del
psicoanálisis aflojaron los nexos con la reproducción. Con la tesis del
narcisismo y la extensión de libido a la célula individual, la pulsión sexual se
convirtió en Eros, que esfuerza a la cohesión de las partes de la sustancia
viva, y las comúnmente pulsiones sexuales aparecieron como Eros hacia el
objeto.
Eros actúa desde el comienzo de la vida, y entra en oposición con la pulsión
de muerte, nacida de la animación de lo inorgánico. En cuanto a las
pulsiones yoicas, en un principio correspondían a aquellas que podían
diferenciarse de las pulsiones sexuales dirigidas al objeto, pulsiones
sexuales cuya expresión es la libido en oposición a las pulsiones yoicas.
Luego, una parte de las pulsiones yoicas se pesquisó como sexual; una

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parte de la pulsión sexual que ha tomado al yo como objeto. La oposición
entre pulsiones yoicas y sexuales se convirtió en la que media entre
pulsiones sexuales narcisistas y de objeto. En su lugar surgió una nueva
oposición. Entre pulsiones sexuales y otras que han de estatuirse en el
interior del yo y pueden pesquisarse en las pulsiones de destrucción, Eros y
pulsiones de muerte.
Anteriormente: la vieja fórmula según la cual la psiconeurosis es un conflicto
entre pulsiones yoicas y sexuales no se desestima. La diferencia ha pasado
de ser cualitativa a tópica. Conflicto entre el yo y la investidura libidinosa de
objeto.
VII
Hemos discernido cómo una de las más tempranas funciones del aparato es
ligar las mociones pulsionales que le llegan, sustituir el proceso primario por
el secundario, de energía libre a tónica. La transposición, donde no es
posible advertir el desarrollo de displacer, mas no por ello queda derogado
el p.p. Separemos función y tendencia. El p.p. es una tendencia al servicio
de una función: el principio de inercia. Dicha función participaría de la
aspiración más universal de todo lo vivo a volver atrás, hasta el reposo del
mundo inorgánico. La ligazón sería una función preparatoria destinada a
acomodar la excitación para luego tramitarla en el placer de la descarga.
El principio de placer parece estar directamente al servicio de las pulsiones
de muerte; monta guardia contra estímulos externos, pero especialmente a
los de adentro, que apuntan a dificultar la tarea de vivir.

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