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DESVIACIONES PSIQUICAS- NORMALIZACION

A TRAVES DEL TRABAJO

Durante los dos o tres primeros años de vida, actúan sobre el niño influencias
que pueden alterar el carácter en la vida futura: si el niño ha sufrido algún trauma o
experiencia violenta, o ha encontrado obstáculos considerables durante ese periodo,
pueden surgir desviaciones. Esto quiere decir que el carácter se desarrolla en
relación a los obstáculos encontrados o a la libertad que ha favorecido su desarrollo.
El problema esta en que después de los 6 años los niños no pueden desarrollar
“espontáneamente” las cualidades del carácter. Cuando los maestros quieren enseñar
se encuentran frente a jóvenes que no consiguen aprender, no porque carezcan de
inteligencia, sino porque no tienen carácter, y cuando no hay carácter, falta la fuerza
propulsiva de la vida.

DOS CORRIENTES DE ENERGIA


La Doctora Montessori decía que en los niños en crecimiento existen dos
corrientes de energía cuya acción reciproca balanceada es la de mayor importancia.
1) Una es la energía física del cuerpo, especialmente la energía
muscular usada en movimientos voluntarios.
2) Y la energía mental de la inteligencia y del deseo, la cual es en el
análisis final una fuerza espiritual inmaterial.

Y la energía mental de la inteligencia y del deseo, la cual es en el análisis final


una fuerza espiritual inmaterial.

Estas dos fuentes nunca operan separadas por completo. Si durante el


desarrollo del niño estas dos corrientes de energía, las cuales están trabajando
unísona mente para formar al hombre, en lugar de estar más íntimamente unidas se
separan total o parcialmente una de otra, se deberá contar con que se hallaran
desviaciones fuera de lo normal.

Las energías del crecimiento, al igual que todas las energías, son
indestructibles. Cuando a los niños se les niega el uso verdadero y correcto de las
energías, estas no se pierden sino que se desvían, y este proceso da como resultado
diversas formas de desorden mental o anormalidad. Estas desviaciones suceden tanto
en la vida animal como en el mundo vegetal y al igual que en el desarrollo del cuerpo
humano, por que, en tales casos las desviaciones del crecimiento normal son
generalmente visibles y por lo tanto se reconocen con facilidad. Pero los efectos de
las energías mal dirigidas no se reconocen con facilidad, puesto que no se manifiestan
de forma visible y debido a que como raza, aun no hemos descubierto los rasgos del
desarrollo mental normal.
Estas desviaciones del crecimiento mental normal son muchas, las
podemos reconocer en la niñez. Primero tenemos una serie de facetas que son
reconocidas como anormales por los psicólogos infantiles, como son:
• la desobediencia
• la timidez
• la riña
• la rebelión
• los berrinches
• las mentiras
• la glotonería
• las pesadillas
• mojar la cama
• posesividad extremada
• temores de varias clases
• tartamudeo
• movimientos desordenados y destructivos
• desobediencia continua

Además de esas, Montessori reconoce como desviaciones ciertas pautas de


conducta, que para la mayoría de la gente serian normales, como son:
 la posesividad
 fingir en exceso
 la fantasía
 de que el niño hable de compañías imaginarias
 el niño que esta haciendo preguntas sin esperar respuesta
 el que demuestra apego extremoso a otra persona sin la cual
difícilmente puede existir
 una marcada inestabilidad de atención

A la edad de tres años los niños presentan características distintas unos de


otros y de importancia distinta y no solo según la seriedad de la experiencia, sino
sobretodo según que época de la vida ha presenciado esta experiencia. En cada
período de crecimiento pueden ir siendo corregidos estos defectos o desviaciones, en
el caso de que no se puedan resolver en un período, al pasar al otro se irán
arrastrando esas desviaciones y tendrán influencia sobre el período siguiente.
Después de los 6 años, estas a su vez tendrán influencia sobre el período siguiente y
sobre el desarrollo de la conciencia del bien y el mal.

La Doctora Montessori afirmaba que el niño ama el trabajo, y aseguraba que la


incapacidad para hacerlo es una desviación de lo normal. Ella afirmaba también que
cuando se trata a los niños de tal modo que se respete su independencia (biológica)
cuando son colocados en un medio ambiente que corresponde esencialmente sus
necesidades tanto físicas como mentales y sobre todo cuando se les ha dado la
libertad para vivir sus propias vidas de acuerdo con sus propias leyes de desarrollo,
entonces se revelaran como seres diferentes y superiores.

La concentración del niño es una actividad motriz que lo pone en relación con la
realidad exterior, puede superponerse perfectamente que solo existe una razón en el
origen de todas las desviaciones y es que el niño no ha podido realizar el plan
primitivo de su desarrollo, actuando sobre el ambiente en la edad constructiva:
cuando su energía potencial debía desarrollarse a través de la encarnación.

Estas desviaciones o particularidades son consideradas en la psicología común


y en la educación corriente como defectos particulares que deben estudiarse y
afrontarse separadamente, como si fueran defectos independientes unos de otro.

Todos los defectos tienen un reflejo sobre la vida mental y sobre la


inteligencia. Los niños aprenden con más dificultad si en el periodo anterior no han
hallado condiciones favorables para su desarrollo. Por esto un niño de seis años
presenta la acumulación de características que pueden realmente no ser suyas, sino el
resultado de circunstancias desfavorables, y pueden carecer de la conciencia moral,
que se desarrolla entre los siete y los doce años, y no tener la inteligencia normal Y
entonces tenemos un niño privado de carácter e incapaz de aprender: en el ultimo
periodo se añadirán otras carencias, a causa de su inferioridad, y se convertirá en un
hombre con taras debidas a las dificultades que ha debido atravesar.

Hay diferentes factores que pueden causar desviaciones en el desarrollo del


niño. Los principales factores en la vida diaria del niño que pueden originar una
separación anti- natural de estas dos fuentes de energía son:
1) Cuando el niño tiene deseo de estar activo, pero sus movimientos son
coartados.
2) Cuando el deseo del adulto es innecesariamente sustituido por el
niño.
3) este material externo es aceptado dentro del organismo a través de
otro proceso activo que es la asimilación: en cierto sentido, uno esta
formado en esta en la “Unidad de un organismo viviente.”

La mente, al igual que el cuerpo, crece almacenando impresiones tomadas del


exterior, y finalmente para que el proceso de desarrollo mental se complete, el
conocimiento tomado del exterior debe ser digerido o asimilado.
DESVIACIONES Y NORMALIDAD O
DESARROLLO Y DIRECTIVAS INTERNAS

La Doctora Montessori sostiene que los procesos del crecimiento están regidos
por ciertas fuerzas invisibles a las que ella nombra “Directivas Internas”.

Características generales del Crecimiento


Mentales y físicas
Podemos decir que existen ciertas características generales del crecimiento
que son universalmente conocidas:
Cada organismo se desarrolla de acuerdo a un patrón previamente establecido.
Este desarrollo se lleva a cabo basándose en el material tomado del medio ambiente a
través de un proceso de selección realizado por el mismo organismo.

EL SECRETO DEL NIÑO

Es necesario estudiar al hombre en su origen, tratando de descifrar en el alma


del niño su desarrollo a través de los conflictos con el medio ambiente, para conocer
el trágico secreto de la lucha intensa, que obliga al alma humana a deformarse,
permaneciendo oscura y tenebrosa.

El psicoanálisis ha estudiado el origen de la psicosis en la lejana infancia. Los


recuerdos reunidos sobre el inconsciente, mostraban sufrimientos infantiles que no
eran los ordinariamente conocidos, sino como adormecidos en la conciencia y lejos de
la opinión dominante, de ser la parte más impresionante y perturbadora de todos los
descubrimientos alcanzados por el psicoanálisis. Los sufrimientos eran de carácter
puramente psíquico: lentos y constantes. Eran la represión de la actividad espontánea
del niño debida al adulto, que tiene el predominio sobre el mismo y, por lo tanto,
ligada al adulto que tiene la máxima influencia sobre el niño: la madre.

Existen dos planos de investigación encontrados en el psicoanálisis: uno


superficial, que se genera del choque de los instintos del individuo y las condiciones
del medio ambiente a que debe adaptarse el individuo, y son casos curables.

Hay otro plano más profundo que es el de la memoria infantil, en el cual el


conflicto no se desarrolla entre el hombre y su ambiente social presente, sino entre
el niño y la madre; generalizando puede decirse: entre el niño y el adulto. Este
conflicto va ligado a enfermedades de difícil curación.

En todas las enfermedades, aunque sean de carácter físico, se reconoce la


importancia decisiva que pueden tener los hechos ocurridos en el período infantil; las
enfermedades que tiene su origen en la infancia son las más graves y menos curables.
Se puede llegar a decir que la infancia es la fragua de las predisposiciones.

Es necesario lograr primero el “funcionamiento normal”, el estado de “salud”, y


el estabilizar este estado de salud que hemos llamado “normalización”. Es necesario
que el niño antes se “normalice” y luego progresará. Lo que se intenta es que sus
funciones entren en un estado de normalidad, de “higiene psíquica”.

La edad infantil es una edad de “vida interior”, que lleva al crecimiento, al


perfeccionamiento; y el mundo exterior tiene valor sólo en cuanto ofrece los medios
necesarios para conseguir el fin de la naturaleza. El niño mayor no puede inspirar
competencia al más pequeño, sino que admiración y devoción. Ve en él la imagen del
propio triunfo.

FUGAS

Fuga quiere decir escaparse, refugiarse, extraerse, con frecuencia, a una


tiranía, defensa del subconsciente del ego que escapa a un sufrimiento y se oculta
bajo una mascara.

Es un tipo de desviaciones. Para entender las desviaciones se parte del


concepto de la encarnación: la energía síquica debe encarnarse en el movimiento,
construyendo la personalidad actora. Cuando energía síquica y movimiento no se unen,
cuando se desarrollan por separado tenemos como resultado un “hombre
desequilibrado.”

Cuando las energías se desarrollan fuera de su finalidad, lo efectúan


desviándose. Vagan en el espacio, en el caos. La inteligencia que debió haberse
construido a través de las experiencias del movimiento, escapa hacia la fantasía. La
inteligencia vaga entre imágenes y símbolos. En cuanto al movimiento, estos niños
vivaces, presentan una movilidad continua, irreprimible, desordenada, sin objeto.

El adulto castiga estas acciones; admira y alienta la fantasía, como si fuera una
gran imaginación, como fecundidad creadora de la inteligencia infantil.

El simbolismo del niño conduce a servirse de cualquier objeto como un pulsador


eléctrico, que ilumina la fantasía mágica del espíritu: un bastón es un caballo, etc. Los
juguetes ofrecidos a los niños no permiten una actividad real, pero si hacen nacer
ilusiones en ellos. Y estas son imágenes imperfectas y estériles de la realidad.

El adulto no deja libre al niño más que en sus juegos y solo con sus juguetes.
Esta convencido de que estos constituyen el universo en el que el niño encuentra la
felicidad. El niño se cansa pronto de los juguetes y los rompe. El adulto se muestra
liberal y respetuoso al respecto, dando a su distribución el valor de un triíto. Es la
única libertad que el mundo adulto ha concedido al hombre en la edad de la infancia,
en la época en la que deberían fijarse las directrices de la vida superior. Estos niños
“desviados” son considerados como muy inteligentes y desordenados.

En nuestro ambiente, les vemos fijarse de repente en un trabajo; entonces


desaparece conjuntamente el fantasear y el desorden de los movimientos,
transformándose en un niño sereno y sosegado, atraído por la realidad operando su
elevación por el trabajo.
Se ha producido la “normalización.”

Los órganos del movimiento han salido del caos en el instante en que han
llegado a obedecer a su inspiración interior.

Desde aquí el movimiento se convierte en el instrumento de la inteligencia


deseosa de conocer y penetrar en la realidad del ambiente. Así la curiosidad errante
se transforma en un esfuerzo para adquirir conocimientos.
En psicoanálisis la imaginación y el juego son llamadas “fugas síquicas.”

LAS BARRERAS

Niños llenos de imaginación no aprovechan mejor los estudios, su progreso es


lento o fracasan por completo.

Su inteligencia se ha desviado; una inteligencia creadora no puede aplicarse a


cosas prácticas. Esto prueba que en el niño desviado se produce una “disminución de
la inteligencia”, porque no se haya en posesión de la misma, y no puede ser dueño de
su desarrollo. Esto se da no solo cuando la inteligencia se ha fugado, hacia el mundo
de las ilusiones, sino que también cuando esta se haya reprimida o apagada por el
descorazonamiento; es decir que en lugar de exteriorizarse, se ha concentrado en el
interior.

El nivel de inteligencia de los niños desviados es inferior respecto a la de los


niños normalizados. Una inteligencia desviada no puede aplicarse a un trabajo forzado
sin provocar o encontrar un fenómeno psicológico de defensa.

Una defensa síquica, independiente de la voluntad; es un fenómeno


absolutamente inconsciente que impide recibir ideas que quisieran imponerse desde
el exterior y, por consiguiente, de comprenderlas. En psicoanálisis las llaman
“barreras síquicas.”
A los niños los hace más sordos y ciegos síquicamente. Esta obra de defensa
prolongada obliga al niño a proceder como si hubiera perdido sus facultades
naturales, y por lo tanto ya no es cuestión de buena o mala voluntad.

Cuando hay barreras síquicas en un niño se puede llegar a confundir con niños
deficientes o atrasados.

En muchos casos las barreras síquicas se rodean de elementos que actúan a


distancia conocidos como “repugnancias.” Repugnancia hacia la disciplina, por los
estudios, por la escuela, por la maestra, por sus compañeros, etc.

CURACIONES

¿Cuál de los dos fenómenos de desviación es más grave: las fugas o las
barreras?
En nuestras escuelas normalizadotas, las fugas de la imaginación se han
presentado fácilmente curables.

Uno de los fenómenos observados es la rapidez de la transformación de estos


niños desordenados y violentos, que parecen regresar bruscamente de un mundo
lejano. Es una transformación mas profunda que se presenta bajo el aspecto de
satisfacción y serenidad. La desviación desaparece espontáneamente, si esta no se
corrige, queda para toda la vida.

Se califica a estas personas como de que tienen temperamento imaginativo y


desordenado.

Generalmente no saben que hacer con sus manos, no las pueden tener quietas ni
hacerlas actuar. No pueden crear nada bello, ni pueden crear la felicidad de su vida,
no sabiendo encontrar la poesía real del mundo. Son personas perdidas si no hay quien
las rescate porque confunden su incapacidad y su debilidad orgánica, con un estado
superior. Este estado se predispone a verdaderas enfermedades síquicas.

Las barreras son más difíciles de vencer. Es una construcción interior que
cierra el espíritu y lo oculta para defenderlo del mundo. Los estudios producen fatiga
y enojo, originando una aversión contra el mundo, en lugar de ser una preparación
para participar en el.
EL AFECTO

Ciertos niños obedientes, cuyas energías síquicas no son bastante poderosas


para fugarse, se ligan al bulto que tiende a sustituirse en su actividad, llegando a
depender estrechamente de aquel. Su falta de actividad es causa de que siempre
sean plañideros. Son niños que constantemente se quejan de algo, parecen pequeños
dolientes y son considerados como niños de delicados sentimientos y sensibles en sus
afecciones. Se aburren siempre sin saberlo y acuden al adulto porque no son capaces
de escapar del aburrimiento que les oprime. Su vitalidad depende de los demás se
adhieren siempre a alguno. Quieren que el adulto les haga todo, juegue con ellos, etc.,
que no les abandone nunca. El adulto se llega a enganchar con estas actitudes.

Otra característica de estos niños es que constantemente preguntan el por


que, como si tuvieran una gran ansia de conocer; pero si uno los observa bien,
continúan preguntando sin haber recibido contestación a preguntas anteriores. Esta
curiosidad por saber es un miedo de tener en tensión a la persona que necesitan para
sostenerse.

El adulto termina haciendo la voluntad del niño, y así el niño avanza en el grave
peligro del decaimiento y de la inercia; inercia que se califica de ociosidad y pereza.

Todas estas cosas que el adulto acepta porque a el no le afecta, es en realidad


el limite extremo a que puede llegar la desviación. El adulto le llega a imponer su
ayuda inútil.

La pereza es una depresión del organismo espiritual. Es como el decaimiento de


las fuerzas físicas, que engendran una enfermedad grave: en el campo psíquico es la
depresión de las energías vitales y creadoras.

LA POSESION

En los niños existe un impulso que les incita hacia el esfuerzo para actuar por
si mismos. El movimiento hacia el ambiente no es diferente: es un amor penetrante,
una necesidad vital que podría compararse al hambre. El hambre es un sufrimiento
intenso que nos empuja hacina el alimento. Y el niño siente esta especie de hambre
que le impulsa hacia el ambiente, para buscar cosas capaces de nutrir su espíritu y se
nutre con actividad.

“Como los niños recién nacidos, amamos la leche espiritual.” En este impulso, en
el amor del ambiente, reside la característica del hombre. El impulso que origina el
amor del niño por el ambiente, conduce a una actividad constante. Sin este ambiente
de vida síquica, todo es débil en el niño, todo se desvía y se cierra; transformándose
en un ser impenetrable y enigmático, vació, incapaz, caprichoso, aburrido, fuera de la
sociedad. Si el niño se encuentra imposibilitado de encontrar los motivos de actividad
destinados a su desarrollo, solo vera “las cosas” y no deseara su posesión. Entonces la
energía se desvía por otro camino: “¡Yo lo quiero!”, “No, soy yo el que lo quiere”, dice
otro niño, dispuesto a romper el objeto e inutilizarlo, con la sola finalidad de
poseerlo. Así comienza la competencia entre las personas y la lucha destructora de
las cosas.

Casi todas las desviaciones morales son consecuencia de este primer paso que
ha de decidir entre el amor y la posesión que pueden conducir a dos caminos
divergentes. La parte activa del niño se proyecta al exterior queriendo agarrar todo
lo que le rodea. Los sentimientos de propiedad le adhieren a las cosas, y las defiende
como defendería a su propio ser.

Los niños más fuertes y activos defienden y luchan por sus cosas, pelean con
quien quiera sus cosas, originando reacciones bien distintas a las del amor; son la
explosión de sentimientos anti- fraternales.

Los niños de carácter sumiso, tienen otra manera distinta de “poseer”, que no
se deriva hacia una lucha de competencia. Se aficionan por esconder y guardar
objetos, haciéndoselos pasar por coleccionistas; pero es muy diferente del verdadero
coleccionismo, que clasifica los objetos guiados por los conocimientos. La patología
describe el coleccionismo, ilógico y vació, conceptuándolo como manía, como una
anomalía síquica.

EL PODER

Este es otro carácter de desviación, que se asocia a la posesión, es el ansia de


poder. Hay cierta clase de poder adquirido por el instinto de dominación del
ambiente, el cual conduce a posesionarse del mundo exterior. La desviación existe
cuando el poder se reduce a apoderarse de las cosas en lugar de ser el elemento de
conquista que edifique la personalidad del ser.

Para el niño desviado el adulto que tiene enfrente es el ser potente por
excelencia y que tiene disposición de todas las cosas. El niño comprende cuan grande
seria su propio poder si le fuera permitido actuar a través del adulto. El niño siempre
va a buscar obtener del adulto más de lo que puede obtener de si mismo. Esto es
totalmente normal y se comprende, esto se insinúa lentamente en todos los niños;
tanto que se considera como el hecho más corriente y más difícil de corregir: es el
capricho clásico del niño. El niño comienza a imponerse y querer siempre más. En
efecto estos deseos no tienen límites; el niño fantasea y ve al adulto como el ser que
lo puede todo y que podrá llevar a cabo los deseos de sus sueños. En una relación
maravillosa con el adulto el niño recurre a buscar lo que quiere bajo formas
seductoras. Esto parece la proyección idealizada del niño que vive entre adultos.

El adulto, orgulloso o miserable, siempre es un ser poderoso con relación al


niño, y este comienza en la realidad de la vida aquella acción de exploración, que
termina en una lucha, dulce al principio porque el adulto se deja vencer, cediendo por
el placer de ver feliz de satisfacción a su niño. Sí, el adulto impedirá al niño que se
lave las manos solo, pero le apoyará ciertamente en sus manías de posesión. El niño
después de una victoria buscará otra, y mientras más concede el adulto, más exigente
es el niño; y la amargura sucede a las ilusiones que se había formado el adulto, de ver
satisfecho al niño.
Como el mundo material se desarrolla dentro de límites severos, mientras que
la imaginación vaga hacia el infinito, llega el momento del choque, de la lucha violenta;
y el capricho del niño se convierte en el castigo del adulto.

El niño sumiso tiene también su manera de vencer: actúa con la afectuosidad,


las quejas, el ruego, la melancolía, la atracción de sus gracias, a las que cede el adulto
hasta que ya no puede más; y entonces se presenta aquella falta de satisfacción que
origina todas las desviaciones del estado normal. Nada puede corregir los caprichos
del niño; ninguna reconvicción, ningún castigo es eficaz. El adulto no ha viciado a su
hijo cuando ha cedido a sus caprichos, sino cuando le ha impedido vivir, impulsándole
hacia las desviaciones.

COMPLEJO DE INFERIORIDAD

El adulto puede llegar a manifestar cierto desprecio que no siente


conscientemente, cree a su hijo hermoso y perfecto, y deposita en él su orgullo y la
esperanza en el porvenir; pero una fuerza oculta le hace actuar. No es sólo la
convicción de que el “niño es vacío” o de que el “niño es malo” que le impulsa a
corregirle con cuidados particulares. No, es precisamente el desprecio al niño. Es
además el sentimiento de que este niño débil que se encuentra delante de él, es
verdaderamente un niño, es decir, un ser sobre el que el adulto todo lo puede: hasta
tiene el derecho de mostrarle sus sentimientos inferiores, de los que tendría
vergüenza ante la sociedad de los adultos. Entre estas tendencias oscuras figuran la
avaricia y el sentimiento de tiranía y absolutismo: así detrás de las paredes
domésticas, bajo la máscara de la autoridad paterna, se efectúa la lenta y continua
destrucción del ego infantil.

Existe otra complejidad de conceptos que es necesario considerar en la


construcción interior del niño; éste no sólo tiene necesidad de tocar las cosas y de
trabajar con ellas; ha de seguir la sucesión de los actos, pues tiene una importancia
muy grande en la construcción interior de la personalidad. El adulto no observa orden
en la sucesión de los actos ordinarios de la vida cotidiana, pues ya lo posee como un
modo de ser. Por el contrario, el niño tiene la necesidad de construir sus cimientos;
pero no puede trazarse un plan de acciones a seguir: cuando está jugando, viene el
adulto que piensa que es hora de irse a paseo y, en consecuencia, le viste y se lo lleva;
o bien, mientras el niño está realizando algún trabajo como llenar un cubo pequeño de
arena, llega una amiga de la mamá y ésta va a buscarlo, perturbando el trabajo que
realiza, para mostrárselo a su amiga. En el ambiente del niño interviene siempre este
ser poderoso, que dispone de su existencia sin consultarle, sin considerarle,
demostrando que las acciones del niño no tienen valor alguno, mientras que en su
presencia el adulto no interrumpe a otro adulto, aunque sea un criado, sin decir:
“Haga el favor” o “Si pudiera”…. El niño siente que es un ser distinto de los demás, de
una inferioridad especial, que le sitúa por debajo del resto del género humano.

Cuando el niño no llega a cumplir con las expectativas de los padres, en lugar de
conservar el sentimiento de su dignidad, lleva en sí mismo una convicción obscura de
inferioridad y de impotencia. En efecto, para asumir cualquier responsabilidad, es
preciso tener la plena convicción de que es el dueño de sus propias acciones y tener
confianza en sí mismo.

El desaliento más profundo es el originado por la convicción de la “impotencia”.


Se destruye la posibilidad del esfuerzo antes de que éste pueda entrar en acción y
de ello viene el sentimiento de incapacidad. El adulto ataca continuamente en el niño
el sentido del esfuerzo, cuando humilla el sentimiento de su propia fuerza, y le
convence de su incapacidad. En efecto, el adulto no se contenta con impedir las
acciones del niño, le dice “Tu no puedes hacer esto, es inútil que lo intentes”, y
cuando no se trata de personas educadas, añadirá: “Estúpido, por qué intentar esto,
¿no ves que no eres capaz de hacerlo?” esta manera de obrar no ataca sólo el trabajo
o la sucesión de actos, obra contra la misma personalidad del niño.

Este procedimiento arraiga en el alma del niño la convicción de que no sólo sus
actos no tienen valor alguno, sino que también su personalidad es inepta e incapaz de
actuar. Así se engendra el desaliento y la falta de confianza en sí mismo. Pero si el
adulto persuade al niño de que la imposibilidad reside en él, se forma una niebla que
turbia las ideas, una timidez, una especie de apatía y un temor que se convierte en
constitutivos y todas esas cosas juntas construyen aquellos “obstáculos interiores”
que el psicoanálisis califica de “complejo de inferioridad”.

A este complejo pertenecen la timidez, la incertidumbre en las decisiones, el


retroceso súbito ante las dificultades y las críticas, las exteriorizaciones de la
desesperación y el llanto que acompaña a todas esas penosas situaciones.
Por el contrario, en la “naturaleza normal” del niño se presenta como uno de los
caracteres más sorprendentes, la confianza en sí mismo, la seguridad de sus propias
acciones.

EL MIEDO

El miedo es otra desviación, se considera como uno de los caracteres naturales


del niño. Cuando uno dice que el niño tiene miedo, se entiende aquel miedo ligados a
una perturbación profunda, independiente de las condiciones del ambiente y que
forma parte del carácter.

Son niños sumisos, parecen rodeados de una aureola angustiosa de miedo.


Otros, fuertes y activos, aunque se presentan valerosos en el peligro en
determinados casos, sufren miedos misteriosos, ilógicos e invencibles. Estas
actitudes pueden interpretarse como consecuencia de profundas impresiones
recibidas en le pasado: como por ejemplo, el miedo a atravesar una calle, el temor de
encontrar el gato debajo de la cama, el miedo a ver una gallina, etc., estos son
estados próximos a la fobia que la psiquiatría ha estudiado en los adultos. Todas
estas formas de miedo existen especialmente en los niños que “dependen de los
adultos” y el adulto aprovecha del estado nebuloso de la conciencia del niño, para
inducirle artificiosamente temores de entes vagos, que actúan en las tinieblas, para
obtener la obediencia. Esta es una de las más nefastas defensas del adulto contra el
niño, agravando el temor natural originado por la noche, poblándola de imágenes
terroríficas.

El “estado de miedo” es distinto del miedo derivado del instinto de


conservación ante un peligro. Esta última especie de miedo normal es menos
frecuente en los niños que en los adultos. Parece que en el niño el valor para afrontar
el peligro, proporcionalmente, es más desarrollado que en el adulto. Los niños se
exponen constantemente al peligro.

Los niños dentro de nuestros ambientes aprenden a ser prudentes y a


conducirse por la vida en una forma precoz, por ejemplo poder usar cuchillos sin
cortarse y siendo precavido, etc. Es decir, controlar los actos, para implantar una
forma de vida serena y superior. La normalización no consiste en desafiar el peligro,
sino en desarrollar una prudencia que permita actuar entre los peligros,
conociéndolos y dominándolos.
LAS MENTIRAS

Esta es una de las principales desviaciones. Esconde el alma y estas envolturas


son muy variadas: hay una gran diversidad de mentiras que tienen importancia y
significado muy diverso. Es importante distinguir entre las mentiras normales y las
mentiras patológicas. Antiguamente, la psiquiatría se encargó de estudiar la mentira
vesánica, es decir, incorregible, ligada al histerismo: de las que adquieren tal
proporción que el lenguaje se convierte en un tejido tupido de mentiras.

La mentira puede ser una verdadera invención: la necesidad de decir cosas


fantásticas, las cuales tienen el sabor picante de poder ser creídas como verdaderas
por los demás: no por intención de engañar ni por interés personal. Es una verdadera
forma artística, como la de un actor que encarna un personaje.

Estas mentiras son casi opuestas a otras, inspiradas por la pereza, para no
tener que pensar en cuál sería la verdad, “por que sí”.

Algunas veces la mentira es la consecuencia de un razonamiento malicioso. Los


niños débiles, intentan por el contrario construir apresuradamente las mentiras,
como un reflejo defensivo, sin la colaboración de su inteligencia, ni la menor
intervención de la imaginación. Son las mentiras ingenuas, desorganizadas,
improvisadas y más aparentes, con las que combaten los educadores, olvidando que
representan precisamente la defensa más clara contra el adulto. Las acusaciones que
el adulto hace en estos casos al niño, resultan de inferioridad vergonzosa, de
indignidad por tales mentiras; se derivan de una simple comprobación de que estas
mentiras revelan a un ser inferior.

La mentira es uno de los fenómenos ligados a la inteligencia, característicos de


la infancia todavía en formación. En nuestras escuelas normalizadotas, el alma del
niño se despoja de sus deformaciones, mostrándose natural y sincera. La mentira no
es una desviación que desaparece como por encanto. Es necesario una reconstrucción
más que una conversión: es decir, la claridad de ideas, el sentido de la realidad, la
libertad del espíritu y el interés activo por las cosas elevadas, forman el ambiente
apto para la reconstrucción de un alma sincera. La vida social se halla completamente
sumergida en la mentira.

Una de las contribuciones más brillantes aportadas por el psicoanálisis a la


historia del alma humana, es la interpretación de los disfraces del subconsciente. Son
los disfraces del adulto y no las mentiras del niño. El disfraz es la mentira del
sentimiento, que el hombre construye en sí mismo para poder vivir o sobrevivir en el
mundo, en el cual sus sentimientos puros y naturales estarían en contraposición. Y
como no es posible vivir constantemente en un estado de conflicto, el ánimo se
adapta.

Uno de los disfraces más singulares es el que adopta el adulto con relación al
niño. El adulto sacrifica las necesidades del niño a las suyas propias; pero no viene en
estado de reconocerlo, porque sería intolerable.

La mentira es el disfraz del espíritu que facilita al hombre la adaptación a las


desviaciones organizadas en la sociedad, transformando lentamente en odio lo que
era amor. Esta es la mentira tremenda, oculta en los pliegos más recónditos del
subconsciente.

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CONSTRUCCION DEL CARACTER

CARÁCTER Y SUS EFECTOS EN LOS NIÑOS


La educación del carácter era el punto esencial de la vieja pedagogía, una de
sus finalidades principales. Se limitaba a decir que la educación mental y la práctica
no bastaban, y que había que considerar además esta incógnita, esta X indicada por la
palabra carácter. Se da valor a cierto orden de cosas, como las virtudes: valor,
constancia, seguridad de lo que uno debe de hacer, relaciones morales con los
semejantes, porque en la cuestión del carácter tiene gran importancia la educación
moral.

En los estados infantiles, los cuales son pasajeros y se limitan a la adquisición


de un carácter determinado. Una vez desarrollado este carácter, cesa la sensibilidad
correspondiente. Cada carácter se establece con auxilio de un impulso, de una
sensibilidad pasajera.

No se ha construido un concepto definido que pueda ser aceptado por todos los
científicos. En cambio estos presienten la importancia de este conjunto, intuido, que
se llama carácter. Bajo esta palabra se han considerado elementos físicos, morales e
intelectuales; la voluntad, la personalidad y la herencia. Todos parten del hombre,
bien como figura abstracta, bien como persona concreta. En el conjunto hay un salto
de la herencia a la formación de la personalidad, y queda un vacío inexplorado.

El niño nos ha enseñado nuevos conceptos sobre la cuestión no definida del


carácter. Nos ha permitido ver la cuestión como construcción natural del carácter y
su desarrollo a través de esfuerzos individuales, que realmente no se refieren a
algunos factores de “educación”, sino que dependen de la energía vital creativa y de
los obstáculos que se pueden encontrar en el ambiente.

Brindamos mucha atención al niño pequeño: al recién nacido, cuyo carácter y


cuya personalidad se hallan a cero, hasta la edad en que empieza a definirse una
personalidad, porque a partir del inconsciente existen sin duda leyes naturales,
comunes a todos los hombres y que determinan el desarrollo psíquico; mientras que
las diferenciaciones individuales dependen en gran parte de las vicisitudes de la vida
en el ambiente, de los rápidos progresos o de las caídas o regresiones, vicisitudes
síquicas que hacen que el individuo avance entre obstáculos que se oponen a la vida.

Este principio debe de ser capaz de orientar las interpretaciones sobre el


carácter a través del desarrollo en las sucesivas edades hasta la madurez del
hombre; por tanto, equivale a considerar la vida que se desarrolla como base esencial
y como guía entre las infinitas variaciones que pueden presentar los individuos en su
esfuerzo de adaptación. Desde el punto de vista de la vida, podemos considerar todo
lo que hace referencia al carácter como comportamiento del hombre.

La vida del individuo se puede dividir en tres períodos:


• De los 0 a los 6 años
• De los 6 a los 12
• De los 12 a 18
Cada período puede dividirse en dos fases secundarias.

El Primer Período es un período de creación: en él encontramos las raíces del


carácter, que desde nacido no lo posee. El período que va del 0 a los 6 años es el más
importante de la vida incluso por lo que se refiere al carácter. A esta edad el niño no
comprende las distinciones entre el bien y el mal.

En el Segundo Período, de los 6 a los 12 años, el niño empieza a ser consciente


del bien y del mal, no sólo de sus propias acciones, sino también de los demás. La
conciencia moral se forma en esta edad, y más tarde conduce a la conciencia social.

En el Tercer período, de los 12 a los 18 años, surge el sentimiento de Amor AL


propio país, el de pertenecer a un grupo y el del honor del mismo.

Aunque el carácter de cada período sea radicalmente distinto del de los otros
dos, cada uno pone los fundamentos sucesivos. Para que se pueda desarrollar
normalmente en el segundo período, es necesario que se desarrolle bien el primero.
Cuanto más cuidemos las necesidades de un período, mayor éxito tendrá el período
siguiente.
El modo en que se desarrolla el embrión se halla condicionado a la concepción.
Luego el niño podrá ser influido, pero sólo por el ambiente, o sea durante la
gestación, por las condiciones de la madre. Si el ambiente es favorable, surgirá un
ser fuerte y sano; de ese modo, la gestación y la concepción condicionan la vida
postnatal.

Hemos señalado el “trauma de nacimiento” y la posibilidad de que ese trauma


dé lugar a regresiones: las características de estas regresiones son graves, pero no
como las del alcoholismo o las enfermedades hereditarias 8epilepsia, etc.)

Durante los dos o tres primeros años actúan sobre el niño influencias que
pueden alterar el carácter en la vida futura: si el niño ha sufrido algún trauma o
experiencia violenta, o ha encontrado obstáculos considerables durante este período,
pueden surgir desviaciones. Por esto, el carácter se desarrolla en relación a los
obstáculos encontrados en la libertad que ha favorecido su desarrollo.

Si los defectos aparecidos entre los 0 y 3 años no se corrigen durante este


período, no sólo permanecerán sino que empeorarán. Todos estos defectos tienen un
reflejo sobre la vida mental y sobre la inteligencia. Los niños aprenden con más
dificultad si en el período anterior no han hallado condiciones favorables para su
desarrollo.

En nuestras escuelas cuando nos llegan niños a los 3 años, casi todos presentan
características no normales, pero corregibles.

Cuando no llega a haber carácter, falta la fuerza propulsaba de la vida. Sólo los
que a través de tempestades y errores de su ambiente, han podido salvar alguna o
todas las dotes fundamentales del carácter, tienen una personalidad.
Desgraciadamente, la mayoría, no la tienen. Ahora no podemos pedirles que se
concentren, porque lo que les falta es precisamente la concentración.

Nada puede realizarse sólo con el tiempo y la paciencia, si no se han


aprovechado las ocasiones que se presentan durante el período creativo.

Traducción hecha por Roxana Cabral.

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