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Originalmente en Laberinto
Curaduria-Medina4
2.- Donde quiera que apareció la noció n de curador fue para instigar conflicto, deseo,
ansiedad, posibilidades y crisis. La palabra “curador” quedó inscrita, en América
Latina, con la obsolescencia de las prá cticas expresionistas, humanistas y líricas que
habían sobrevivido en el continente ya por el tradicionalismo de los circuitos
regionales o bajo el amparo de pensarse como una estética de resistencia frente al arte
del imperialismo. A la vez, aparece con la formació n de una variedad de modos de
autorreflexió n, que han hecho de la tarea curatorial un quehacer que expone
pú blicamente sus contradicciones.
5.- Desde el punto de vista de una sociología de las profesiones, la implantació n del
curador plantea una perturbació n de la divisió n del trabajo y de la topografía de los
saberes. El curador simboliza una cierta “desprofesionalizació n”, que corre en sentido
contrario del sentido comú n que piensa que todo nuevo oficio implica el avance de
una cada vez mayor especializació n de los saberes científicos o técnicos. Uno de los
elementos má s perturbadores de la funció n del curador es que combina de modo
casuístico tareas, saberes y poderes que bajo la mentalidad modernista, debieran
haber sido ejercidas por gremios independientes y especialistas “objetivos”. En tanto
el universo conceptual modernista suponía que las tareas del crítico de arte,
historiador, museó grafo, artista, comisario de exhibiciones, connoisseur, restaurador,
administrador cultural, productor de cine, sparring, y activista cultural no podían
mezclarse, la curaduría es frecuentemente un Frankenstein ad hoc de esas
modalidades.
6.- Aun cuando hoy hay una pandemia de posgrados de curaduría, el sistema artístico
sigue siendo un paraíso de improvisados. Pero es la informalidad —donde para ser
curador casi basta con declararse como tal— uno de los principales antídotos contra
la neutralizació n de una cultura gozosamente volá til.
8.- Hay dos cuestiones que hacen de la curaduría un dispositivo renuente al ideal de
pureza crítica del intelectual del siglo XX. Por un lado, el territorio de sus operaciones
es el pensamiento y la acció n sobre lo particular, lo que lo liga al campo de juicios
reflexivos que inventó la estética moderna. Por el otro, no es un ejercicio puro de
crítica: deriva de una negociació n con poderes, saberes, poéticas y pú blicos. El
curador no puede escoger no negociar. Pero puede aspirar a jamá s negociar el modo
en que negocia.
9.- Con todo, la curaduría puede ser fiel a su etimología derivada de la noció n de
“cuidar”, y aspirar a ser una cierta clase de servidumbre. Alguien debe abanicar al
artista, darle agua, y proveerlo de una silla, para luego provocarlo con una idea,
mostrarle un dilema, o convocarlo a donde no pensaba ser llamado. Que haya
relaciones de complicidad entre curadores y artistas es parte esencial del juego. Pero
se equivoca quien piensa que esas relaciones pueden progresar como una aplicació n
de justicia universal. Con frecuencia, las relaciones culturales no pueden evitar operar
bajo el signo de cierto abuso. A lo má s que el curador puede aspirar, frente a
instituciones, mercados y discursos absurdos, es conseguir un cierto abuso mutuo.
Contemp(t)orary: Once tesis
9. “las artes” aparecen fusionadas como una prá ctica que rechaza cualquier
intento de especificació n por encima de las micronarrativas que cada
movimiento produce en su desarrollo. Sin embargo, siguen imperando las
narrativas circulares que denotan lo contemporá neo como una revolució n que
nunca acabó de realizarse.
10. El arte como el ú ltimo radicalismo político e intelectual. El arte contemporá neo
como el campo de refugiados del radicalismo moderno. Las instituciones y
estructuras de poder del arte contemporá neo funcionan como conciencia
autocrítica de la hipermodernidad capitalista.
2. El á gora simbó lica. Crear y recrear lo pú blico. Define divisiones y conflictos, eje
de las pasiones y sensaciones de masas. El diario como lugar de batalla retó rica
y política.
4. Por y contra el pú blico. El acto de la crítica es un criterio que emerge por esa
escritura para que los demá s lo adopten como suyo. La renuncia total a la
norma estética y abstracta no deja a la producció n artística en manos de la
relatividad. Se ha pasado del espacio o del á gora a la reflexió n intramuros de la
producció n artística.
La producció n crítica desde las posiciones mismas de los artistas y críticos. Eso
plantea una “distancia” respecto a una ideología que determinaría el lugar desde
donde se elabora la crítica. Contagio revolucionario, no adoctrinamiento rebelde.
Divisió n social del trabajo: divisió n de actividades, hace aparecer al crítico de arte
como un error o equívoco en el camino, bajo el supuesto de la preparació n académica
para la vida (sic.)
Nadie como Farocki ha podido especificar el modo en que la visualidad está imbricada
en los juegos del poder, no como resultado de una generalizació n teó rica, sino en la
filigrana de la investigació n en detalle. El momento culminante de Creía ver
prisioneros (2000) consiste en el registro de la intervenció n de los guardias de la
prisió n de má xima seguridad de Corcoran, California, quienes ponen fin a una pelea
entre los reclusos de bandas chicanas con el disparo a uno de los presos. Como
Farocki apunta “el campo visual y el campo de tiro son iguales”.
Al pasar revista a toda clase de “imá genes operativas” (imá genes que carecen de
efectos retó ricos pues su principal propó sito es introducir informació n a un proceso
técnico), Farocki ha hecho evidente la homología que existe entre los procesos
militares, perceptuales, industriales y cognitivos que en conjunto avanzan hacia un
nuevo paradigma maquinal de la visió n.
Todas sus operaciones artísticas estaban definidas por el hecho de ocupar un espacio
institucional clá sico de lo que Michel Foucault definió como “heterotopías”: espacios
que cada civilizació n designa como “fuera de todos los espacios”, aunque sean
plenamente localizables, e instituciones “dominadas por una sorda sacralizació n”.
Operar acerca, dentro y desde la morgue, desde ese “espacio del afuera”, permitió a
Margolles realizar una “heteropología”: una descripció n o lectura de un territorio que
aparecía como “una contestació n, a la vez mítica y real, del espacio de la vida
“Lo que queda” es reelaborado por la artista a fin de remitirlo, como se traslada el
cuerpo mismo al cementerio, al terreno pú blico de la cultura, claro está que por la
pregnancia de una intervenció n bajamente material. La sangre y el lodo impregnados
en telas son rehumectados y recuperados en la sala de exhibició n. Los fragmentos de
vidrio se incrustan en joyas idénticas a aquellas que demandan los jerarcas de las
organizaciones criminales. Las frases que acompañ an las ejecuciones se “tatú an” en
los muros o se bordan en oro sobre la tela con sangre, a fin de establecer una fricció n
entre el lujo, la codicia y el peculiar orden moral que, supuestamente, procura cada
ejecució n. Todo esto es, en suma, la utilizació n del espacio artístico para desplegar la
compleja economía de abyecció n y deseo que borbotea como homicidio pertinaz.
Bien vista, la fricció n que la obra de arte contemporá nea establece entre los
fragmentos y episodios de lo social que absorbe e incorpora, y su destino consistente
en parasitar o intervenir espacios, circuitos sociales, afectos colectivos y discursos
pú blicos, negocia un rol que es todo menos la representació n, pues las operaciones
estéticas pierden su cará cter inerte e ideal de no-cosas, y el registro que ellas dan de
“la realidad” ya jamá s puede estabilizarse como un dato de la conciencia. En medio de
la confusió n entre crítica y afirmació n, ese no-producir y no-consumo no tiene nada
que enseñ ar: su designio es perturbar epistemologías y prá cticas.
Este “casi nada” de “lo que queda” es probable que ni siquiera alcance a percibirse
como “obra de arte”. Lo mismo da: lo que importa es que el artefacto agite ese
fantasma. Del mismo modo, su valor como indicio es má s bien exiguo. La violencia
trasladada só lo indica que allá sigue la violencia.
Exterior interiorizado.
Lo que se expresa en esa ruptura del discurso es el desgaste de la escena pú blica, tanto
su degradació n como saturació n, y por tanto la banalidad de involucrar al arte como
medio de opinió n o movilizació n.
Cuestionamientos:
Podemos agregar que lo que parece suceder así fuera de la ideología (con má s
exactitud en la calle) pasa en realidad en la ideología. Lo que sucede en realidad en la
ideología parece por lo tanto que sucede fuera de ella. Por eso aquellos que está n en la
ideología se creen por definició n fuera de ella; uno de los efectos de la ideología es la
negació n prá ctica por la ideología del cará cter ideoló gico de la ideología: la ideología
no dice nunca “soy ideoló gica”. Es necesario estar fuera de la ideología, es decir en el
conocimiento científico, para poder decir: yo estoy en la ideología (caso realmente
excepcional) o (caso general): yo estaba en la ideología. Se sabe perfectamente que la
acusació n de estar en la ideología só lo vale para los otros, nunca para sí (a menos que
se sea realmente spinozista o marxista, lo cual respecto de este punto equivale a tener
exactamente la misma posició n). Esto quiere decir que la ideología no tiene afuera
(para ella), pero al mismo tiempo que no es má s que afuera (para la ciencia y la
realidad).
Catá logo como instrumento del manejo de la exposició n y los efectos posteriores
Libro-retrospectiva
¿Cuá l es la relació n entre libro y pieza u obra? ¿No cumple la funció n del pie de foto?
El acomodo histó rico de la modernidad, empero, está en crisis. Pérdida del monopolio
de la historia del arte del artista. Otras disciplinas entran en acció n: corte
interdisciplinario y ruptura de línea cronoló gica evolutiva. Contra el relato
autorreferencial del arte.