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Introducción a una introducción

Francisco Estrada V.

“Nemo auditur propriam turpitudinem allegans”


Digesto

“scire leges non esse verba earum tenere, sed vim ac potestatem"
Celso, Instituciones

“Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere”


Digesto
El curso Introducción al derecho tiene como propósito entregar las herramientas básicas
para el estudio del derecho, pero en el momento actual está llamando a cumplir además
otras funciones.

La primera, me parece, es servir de introducción al proceso de enseñanza del derecho


que durará los siguientes próximos cinco años, al menos. Y esto implica la
familiarización con un conjunto de palabras, textos y prácticas que probablemente
resultan ajenos al acervo cultural de los estudiantes. El Derecho – como ocurre con la
gran mayoría de las disciplinas- exige un uso técnico de expresiones que, existiendo en
el lenguaje común, coloquial, usado por la generalidad de una comunidad, poseen al
interior de la disciplina jurídica, sentidos y significados muy distintos a los que se
manejan vulgarmente. Una primera tarea del proceso de aprendizaje, entonces -una
nada de fácil- es procurar desaprender los sentidos y significados de palabras y
expresiones para que, en vez, se aprendan los nuevos sentidos, usos y acepciones. Es
preciso -tanto para docente como para alumnos- ser conscientes de este tráfico.

Una segunda función del curso es servir de introducción a la práctica profesional del
derecho. Dado el perfil de egreso de la carrera, hay una elección por una marcada
orientación al ejercicio profesional. De ahí que cierto énfasis por la filosofía del derecho
como el lenguaje y el contenido predilecto del curso introductorio debe ser moderado a
fin de no incurrir en eso que Nussbaum llama el abuso de la filosofía en la enseñanza
del derecho.1

En las líneas que siguen vamos a delinear estas tareas haciendo pie en un texto estupendo
de los profesores Agüero y Coloma.2

Las palabras en la enseñanza del derecho

En el principio era el verbo, las palabras. Premunidos de ellas ingresan a la sala de clases
profesor y alumnos, aunque estos últimos parecen inconscientes de este equipamiento.
Las palabras son lo primero que en el estudio del derecho provoca desazón: numerosas
palabras nuevas, algunas incluso en otro idioma, en una lengua muerta – o inmortal-, el
latín; otras tantas que se emplean en un sentido diametralmente distinto al acostumbrado
hasta el último día de vacaciones y que cuesta instalarlas con su nuevo significado en el
edificio que internamente hemos construido.

1
Nussbaum, M. (2009). “El uso y el abuso de la filosofía en la enseñanza del derecho”. Academia, 14.
2
Coloma, Rodrigo, & Agüero San Juan, Claudio. (2012). “Los abogados y las palabras: una propuesta
para fortalecer competencias iniciales en los estudiantes de derecho”. Revista de derecho (Coquimbo), 19 (1),
39-69. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-97532012000100003
Y con las palabras vienen algunos rasgos de ellas que hasta ayer tenían poca o nula
relevancia: hay palabras que connotan; es decir, que su aparición en medio del discurso
evoca inmediatamente a otros nombres, otros hombres, otras mujeres, otras épocas,
otros contextos, lo que Kundera denominaba el río semántico3, en una formidable
novela.
Otro rasgo que emerge novedoso es la precisión letal de las palabras en el campo
jurídico. El mayor dolor de cabeza para los estudiantes de exámenes. En muchos casos
reemplazar un verbo o un sustantivo con otro que parece similar nos lleva a kilómetros
de la respuesta correcta y le puede costar la libertad a un defendido o perder un caso.
Y, junto a los otros rasgos, cobra relevancia la polisemia de algunas palabras muy
empleadas, que exigen toda la concentración para poder distinguir el sentido en qué se
usa en este caso, en esta frase, en este discurso. Hay términos tan cargados que requieren
mucha agudeza -y el diccionario o la app respectiva- para poder detectar cuál de los
sentidos debo emplear para decodificar el mensaje que me quieren transmitir, sobre todo,
si el código a veces es inefable, y es portado por vía informales, propias del capital social
o cultural.

Además, hay una serie de operaciones que es necesario desarrollar con las palabras:
distinguir, agrupar, generalizar, especificar, definir, analizar.
No hay atajos. El único camino para avanzar decididamente es leer. Y leer mucho. No
hay rincón del vago ni página de internet ni app4 que entrenen el oído y la vista para
estas funciones. La construcción de “criterio jurídico” -lo que el profesor Karl Lewellyn
denominaba “thinking like a lawyer”- exige dedicarle tiempo a este ejercicio tal cual los
deportistas entienden que deben construir rutinas diarias de ejercitamiento.
Exactamente igual.

Dentro de los trabajos con las palabras que más frecuentemente realizarán (y del que en
muchas oportunidades dependerá su evaluación) se encuentran las definiciones. Definir,
dice DLE, es “fijar con claridad, exactitud y precisión el significado de una palabra o la
naturaleza de una persona o cosa.” La definición de definición emplea tres calificativos
en su versión sustantiva: clara, exacta y precisa. La calificación que no emplea es “fácil”.
Son varias las dificultades que plantean las definiciones. El profesor Villavicencio
(teniendo en mente la definición de derecho) lo explica así:

3
“un río semántico distinto: un mismo objeto evocaba cada vez un significado distinto, pero, junto con
ese significado, resonaban (como un eco, como una comitiva de ecos) todos los significados anteriores.
(…) Ahora podemos entender mejor el abismo que separaba a Sabina de Franz: él escuchaba con avidez
la historia de su vida y ella lo escuchaba a él con la misma avidez. Comprendían con precisión el
significado lógico de las palabras que se decían, pero no oían en cambio el murmullo del río semántico
que fluía por aquellas palabras.” La insoportable levedad del ser.
4
Aunque cabe anotar que algunas apps pueden prestar un formidable servicio al aprendizaje. En el curso
recomendamos especialmente dos: DEL (Diccionario del Lengua Española) y Google Translator.
Pero todavía queda por agregar una última dificultad que se conecta con todas las
anteriores: el concepto de definición y los problemas del lenguaje en el que son contenidas
las definiciones. Ponerse de acuerdo en la definición de la definición no es una tarea fácil.
Simplificando la aproximación, suelen distinguirse tres tipos de definición: las
lexicográficas, o sea, el modo o los modos en que una comunidad de hablantes utiliza una
determinada expresión; las estipulativas, es decir, aquellas que atribuyen a una palabra
un sentido diverso al usual o introducen un nuevo término; y las redefiniciones, esto es,
aquellas que a partir del significado usual de una expresión buscan precisar un término.
Los juristas, por su parte, suelen utilizar las definiciones de tres formas: en primer lugar,
como una técnica para describir, introducir, modificar o precisar el significado de ciertas
expresiones; en segundo lugar, como una herramienta de análisis conceptual; y, por
último, como una forma de referirse a las entidades que están detrás de las palabras. Si
esto lo transportamos a la pregunta inicial de qué es el Derecho, habría que señalar que la
definición del Derecho puede verse como una operación lingüística destinada a aclarar los
diversos usos de la expresión “Derecho”; o como una indagación de carácter conceptual
sobre el concepto supremo que logra englobar todos los otros conceptos jurídicos; o, en
tercer lugar, como una investigación dirigida a desentrañar la verdadera esencia del
Derecho. La primera opción es posible pero sus resultados son más bien modestos; la
segunda tiene mucho interés pero su complejidad hace imposible hallar esa definición lo
suficientemente rica para abarcar todo el fenómeno jurídico; y la tercera aparece como un
serio error filosófico ya que las esencias jurídicas que buscamos no existen en ninguna
parte (no existe en realidad, por ejemplo, el legislador racional como tampoco existen los
unicornios por más que sean objetos que podemos crear performativamente a través de
definiciones estipulativas).5

Y para finalizar este apresurado esbozo de los desafíos del trabajo con palabras en el
Derecho nos encontramos, al fin, con la operación de agrupación de palabras por
excelencia, la argumentación, que hoy cuenta con específica atención (hasta con
diplomados) y que cuenta entre sus principales exponentes con el profesor Manuel
Atienza. Para Atienza, argumentar es “un uso del lenguaje que se caracteriza (frente a otros
usos: descriptivo, prescriptivo, etc.) por la necesidad de dar razones: se argumenta cuando se defiende
o se combate una determinada tesis y se dan razones para ello.”6

De todo esto se trata la alfabetización jurídica.


La alfabetización primaria o inicial que les permite dominar el idioma y comunicarse en
contextos cotidianos no es suficiente para que los estudiantes puedan comunicar información
científica dentro de una determinada disciplina. Así, a todo estudiante que ingresa a la

5
Villavicencio, Luis (s/f). Apuntes de clases. Segunda clase de Introducción al derecho I.
6
Atienza, Manuel (2013). Curso de argumentación jurídica. Madrid, Trotta, p. 109.
universidad se le debe enseñar a leer y escribir 'como abogado', 'como físico', 'como profesor'
o 'como médico'. (Coloma y Agüero 2012: 49)
Coloma y Agüero, luego de construir de manera muy completa el problema, proponen
algunas rutas de abordaje. Una de ellas, plantean, es atender a los tres elementos de los
textos jurídicos: código semántico, gramatical y pragmático

Al hablar de código semántico se apunta, por un lado, al dominio de un 'diccionario' de


conceptos especializados y por otro, al conocimiento de los contextos sociales en que el uso del
código se permite o se prohibe. Así por ejemplo, los significados asociados a las palabras 'dolo
y 'culpa' son muy diferentes según sea el tipo de texto y el contexto en que la palabra se use.
Los textos de Derecho Penal de Enrique Cury y de Alfredo Etcheberry las usan (y definen en
sentidos diversos debido a sus distintas adscripciones teórico-metodológicas), el Código Civil
chileno las define en su título preliminar y muchos textos de Derecho Romano las tratan.
Más aún, es común encontrar ambas palabras (en otro sentido) en textos construidos por
psicólogos, trabajadores sociales y periodistas de la crónica roja. ¿Cómo elegir cuál es el
sentido correcto? La decisión del lector es una apuesta basada en el contexto cultural que se
asocia al uso de la palabra. Probablemente, tratándose se lectores legos, la expresión 'culpa
será leída con un significado asociado a su sentido coloquial de 'absolver la culpa o 'echar la
culpa' y no al significado que el autor especialista pretende proyectar. ((Coloma y Agüero
2012: 56)

El código gramatical es el conjunto de estrategias de organización de la información que se


expresan en estructuras discursivas y arguméntales y en marcadores lingüísticos. Conocer la
organización de un texto o discurso supone conocer ya el contexto sociocultural en que se
elaboró y en el cual puede ser leído o escuchado. Así, el dominio de este código implica que el
lector es capaz de comprender cómo se jerarquizan los contenidos y los argumentos mediante
estructuras discursivas o arguméntales. Así como todos sabemos que una novela se ordena en
capítulos y que salvo excepciones -Rayuela de Julio Cortázar es una de ellas- es recomendable
leer el texto según la secuencia de capítulos, por su parte, todos los abogados chilenos saben
que en una sentencia penal, el voto disidente se ubica al finalizar una sentencia, que la
exposición de los hechos da inicio el texto y que si queremos saber cuál fue la decisión debe
leerse primero la parte resolutiva, la cual se ubica a continuación de la parte considerativa.

Además del conocimiento de las relaciones de ordenación, subordinación, coordinación o


adición de información en el texto, un lector que domina la gramática de los textos jurídicos
entiende que un manual de estudio 'se escribe y se lee distinto' que una sentencia judicial, un
auto acordado, un artículo científico o un reglamento. En artículos científicos, por ejemplo,
es obligatorio que el autor exprese su posición y la distinga de otras similares o rivales. En
sentencias judiciales el juzgador debe valorar los medios de prueba; y en los actos legislativos
habitualmente se expresan las valoraciones que inspiran las modificaciones. En todos estos
casos, casi nunca se usan expresiones de valoración que impliquen un alto compromiso
afectivo del autor. La regla gramatical implícita en la cultura jurídica puede expresarse así:
el autor tiene permitido expresar su valoración de forma velada o intelectualizada y tiene
prohibido dejar explícitos sus sentimientos. Por ello, expresiones como: 'me gusta'; 'me
desagrada'; 'no quiero'; 'no me parece'; 'es indeseable' son usos proscritos en los textos
indicados (salvo, por ejemplo, que el autor parafrasee los dichos de un tercero como un
testigo); mientras que, en algunos pasajes de los mismos textos, son permitidas expresiones
tales como: 'no se aprecia daño'; 'se valora un error'; 'se estima como razonable; 'se ha
ponderado'; 'a juicio de este sentenciador', etcétera.

Los marcadores argumentativos también son usados de forma diferente según sea la
gramática del texto. El significado asociado a la expresión 'Por tanto' en los escritos judiciales
es muy diferente a la que se le otorga en contextos académicos en donde es muy escaso su uso.
Del mismo modo, conectores como: 'porqué'; 'pues'; 'ya qué'; 'además'; 'entonces'; 'por ello';
'ahora bien'; 'sí, y solo si'; 'sin embargo'; 'más o menos' entre otras, permiten asociar la
información precedente con la que les sucede transmitiendo significados de causalidad,
concatenación, separación, adición, oposición o de proximidad. Debido a su impacto, los
académicos cuidan bastante el uso de estos marcadores en la escritura de las conclusiones de
un artículo científico. Difícilmente una investigación cualquiera concluirá usando la
expresión 'más o menos', que significa aproximación y relatividad en lo que se dice. En su
lugar, el autor privilegiará el uso del 'porque' que resulta útil para establecer relaciones de
causalidad y, a la vez, para comunicar seguridad en aquello que se está diciendo

El dominio de los códigos pragmático y sociocultural supone identificar la fuerza que se asocia
a cada texto y, a la vez, el rol que el texto cumple en la comunidad jurídica y en otras
comunidades. El lector que domina estos códigos conoce los efectos y las consecuencias que se
derivan de las palabras y puede reconstruirlos. Parafraseando a J.L. Austin, el lector avezado
puede hacer cosas con palabras. Por ejemplo, el lector formado en la filosofía analítica capta
rápidamente que en libros como 'Distinguiendo' de Riccardo Guastini o 'Sobre el Derecho y
la Justicia' de Alf Ross se persiguen fines distintos que los que se asocian a las Explicaciones
de Derecho Civil Chileno y Comparado de Luis Claro Solar, al Tratado de Derecho Penal
de Hans-Heinrich Jescheck o incluso a la Teoría de la Argumentación Jurídica de Robert
Alexy. En los primeros se privilegia la función descriptiva del lenguaje por sobre la
prescriptiva; en los segundos, en cambio, y a veces de manera indirecta, se pretende influir en
cómo deben ser las cosas buscando justificar la mejor lectura de las normas vigentes en un
sistema jurídico determinado. El abogado litigante sabe, por su parte, que los fragmentos de
una sentencia deben ser cuidadosamente leídos si se la quiere impugnar y, a la vez es capaz
de reconocer en la ley las enumeraciones taxativas de las que no lo son. Así también el
abogado domina el valor sociojurídico que poseen las sentencias del Tribunal Constitucional
y puede pronosticar el impacto de un Auto Acordado dictado por la Corte Suprema o lo que
implica que en una sentencia que resuelve un recurso de protección exista un voto disidente.
(Coloma y Agüero 2012: 57-58)

Dejo anotadas con largueza las observaciones de Coloma y Agüero porque constituyen
el andamiaje sobre el que profesores y alumnos debemos trabajar para construir el
proceso de aprendizaje.

Termino estos apuntes introductorios con dos listas. Una, con las tareas que involucra
el estudio de textos jurídicos, y otra, un listado - que iremos revisando en sucesivas
clases- de los diferentes tipos de textos jurídicos.

Estudiar, un específico tipo de lectura

1. Identificación de rasgos generales del texto, extensión, estructura, fines.


2. Identificación de contenido relevante.
3. Selección de información.
4. Manejo del texto. Conocimiento (memoria)
5. Comprensión del texto
6. Capacidad de aplicar los conceptos a otros contextos, por vóa del parafraseo, las
preguntas o la ejemplificación.

Los textos jurídicos

"Un texto es una máquina perezosa que espera que el lector haga parte de su trabajo.”

Umberto Eco

1. Manual de Derecho
2. Tratado
3. Diccionario
4. Monografía
5. Paper - Artículo
6. Ensayo
7. Reseña
8. Bibliografía
9. Columna
10. Sentencia
11. Demanda
12. Recurso
13. Minuta de Alegato
14. Proyecto de Ley
15. Comentario a proyecto de ley
16. Comentario de jurisprudencia
17. Cuadro Comparado Proyecto de Ley
18. Ley
19. Reglamento
20. Circular
21. Instructivo
22. Auto acordado
23. Carta al director
24. Contratos
25. Minuta
26. Informe en derecho
27. Documento de trabajo (o de estudio)
28. Código
29. Blog jurídicos
30. Tratado internacional

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