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F. J. Yuste Grijalba.
Médico de Sanidad Nacional.
Hace más de cien años Elie Metchnikoff afirmaba la utilidad de las bacterias acidolácticas
para la salud humana por sus efectos sobre la putrefacción. A partir de entonces,
comienzos del siglo XX, numerosos estudios tanto experimentales como clínicos, han
invadido las revistas más prestigiosas presentando hechos probados, hipótesis y hallazgos
casuales que sostienen la acción preventiva o terapéutica de las leches acidificadas en
buen número de trastornos gastrointestinales, alérgicos y cancerígenos, tanto como en el
estado de salud aumentado el bienestar de los consumidores.
Insistir en que los yogures o las leches fermentadas son nutritivos es un descubrimiento del
Mediterráneo. La clave del problema que nos ocupa es si aportan algo más que sus meros
y obvios valores nutritivos.
Dentro del conjunto de leches fermentadas, el yogur ocupa un lugar preeminente por la
tradición y el volumen de su utilización como alimento. El yogur es “el producto de leche
coagulada obtenido por fermentación láctica mediante la acción del Lactobacillus
bulgaricus y el Streptococcus termophilus a partir de leche pasteurizada, leche
concentrada pasteurizada, leche en polvo entera, semidesnatada o desnatada, suero en
polvo, proteínas de leche y/u otros productos procedentes del fraccionamiento de la leche”.
Los beneficios nutritivos del yogur se derivan, por tanto, de las transformaciones
bioquímicas y permanentes producidas por la acción de las bacterias citadas sobre la
leche, independientes de la viabilidad de los gérmenes que las han provocado; aquellos
son idénticos en los yogures que necesitan refrigeración para su conservación en el tiempo
y en los pasteurizados no necesitantes de refrigeración por no contener gérmenes vivos.
Son beneficios del yogur como producto alimenticio.
Discutibles, negados por muchos estudios, y para mí más que dudosos, son los beneficios
del yogur inherentes a las bacterias que lo han producido que persistiendo vivas son
introducidas en el organismo al tomarlo. Específicos, en consecuencia, de los yogures no
pasteurizados, serían, de confirmarse la viabilidad de estos gérmenes, beneficios añadidos
de los yogures clásicos, sin pasteurizar después de la fermentación de la leche.
El valor de los yogures es innegable por experiencia cotidiana y por evidencia científica.
Actúan en la reducción de la incidencia, duración o severidad de diversas diarreas e
intervienen en las consecuencias mas molestas de la intolerancia a la lactosa.
No existen muchos trabajos que se hayan propuesto investigar los efectos del yogur
teniendo como diana la población sana, la mayor parte de los anuncios lo son extrapolando
los efectos encontrados en los estudios sobre enfermos. En comparación con los
numerosos trabajos que tiene como diana pacientes, hay muy pocas investigaciones de
sus efectos sobre poblaciones sanas, lo cual llama la atención ante la abrumadora
cantidad de anuncios sobre los beneficios para todos de estos productos.
El yogur es un producto de valor alimenticio probado. Contiene los mismos nutrientes que
la leche de partida y proporcionalmente mayor número de sólidos no grasos, proteínas,
hidratos de carbono, calcio y algunas vitaminas de la serie B.
Dos condiciones se apuntan como básicas para que las bacterias citadas y las probióticas
en general, ejerzan su acción benéfica: la adherencia a la pared intestinal y la cantidad de
las mismas que llegan viables a su lugar de acción. Precisamente estas condiciones, que
no son cumplidas por las bacterias estárteres del yogur tradicional, impiden clasificarlas
como probióticas para casi todos los estudiosos.
Los yogures están más que suficientemente acreditados en lo referente a sus propiedades
nutricionales. Su composición en principios inmediatos, minerales y proteínas es conocida
y apreciada, no en vano la dieta láctea es la base de la alimentación de los mamíferos en
sus primeros pasos vitales. Independientemente de que se consuman frescos o
pasteurizados sus efectos son similares sino idénticos. Sus bacterias lácticas productoras
colaborarían, a tenor de sus capacidades enzimáticas, en la digestibilidad y
biodisponibilidad de los lácteos. Incluso los efectos sobre la flora intestinal del yogur puede
explicarse por la acidificación del medio que producen.
Dos trabajos de la doctora Rosa del Campo, investigadora del Hospital Ramón y Cajal son
notables en este último sentido:
En el primero, mediante el análisis cualitativo del perfil electroforético de las bacterias
lácticas intestinales, se observó que el consumo de yogur produce cambios cuantitativos
en el contenido de bacterias lácticas (efecto prebiótico) y se pudo observar una
especificidad individual en la microbiota intestinal de cada individuo que no varía
cualitativamente con la ingesta de yogur, existiendo pocas diferencias entre los yogures
frescos y los pasteurizados: tras el consumo de yogur, se observa una tendencia general al
incremento del número de bandas lacticas detectadas, sin apreciar diferencias entre la
ingesta de yogur tradicional o su equivalente pasteurizado.