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JUAN SEBASTIÁN VARGAS RAMÍREZ 2150017

EJERCICIO FINAL DE ESCRITURA


IV. FASTIDIO
77-152 Orgullo
“La curiosidad no es más que vanidad. Por regla general sólo
se quiere saber para hablar de ello, de lo contrario no
viajaríamos por mar para no decir nunca nada del viaje y por
el mero placer de ver, sin esperanza de no poder explayarnos
sobre lo que hemos visto.” Pascal, Pensamientos.

A mediados del s. XIX la prensa mostró el surgimiento de las ideas liberales como “una
gran revolución que se está efectuando en el mundo”1. Éste medio escenificó la aparición
de las ideas liberales convirtiéndolas en protagonistas de la proscripción del despotismo,
una oportunidad que se difundió “por todas partes” y que logró transformar naciones y
destruir tronos, abriendo una ventana al “imperio de la libertad”. Dichas ideas aseguraron el
bienestar de los pueblos. Los lenguajes de la época auguraban un cambio de generación, lo
que produjo que desapareciese aquella que “ligaba al mundo a las rutinas consagradas por
la tradición” a favor del surgimiento de una nueva “educada en los principios”, libre de
preocupaciones del Antiguo Régimen y con “derecho a decidir sobre sus intereses”.
Las voces de los medios pusieron en evidencia la disputa sobre la facultad de gobernarse
existente entre dos posturas: por un lado aquellos que “gobernaban con la ilusión del
derecho divino” y que apelaban a su sangre para decidir sobre el provenir de los demás, por
otro, la nueva generación; los primeros les pronosticaron a los segundos “ruina y desastres”
si decidían lanzarse en innovaciones. Por su parte, los segundos no temían a dichas
amenazas, puesto que se encontraban seguros de los efectos de los principios que
predicaban, “despreciando las cobardes predicciones” de aquellos que persisten en un
“mundo estacionario” y que no tienen confianza en esperar a la “civilización” y “las luces”.
La prensa caracterizó a la nueva generación como la “llamada a mejorarlo todo”, la
sustituta de la pereza por la industria y el comercio, la reemplazante de los “delirios del
fanatismo” por los “consejos de la tolerancia”, destructora de “los privilegios de la
aristocracia” delegando en su función a la “igualdad de la democracia”. De modo específico
los redactores de El Siglo (1848)2, única prensa acá analizada, se incluyeron como

2
Todas las columnas del periódico El Siglo son de carácter anónimo y se encuentran escritas en
primera persona del plural, por ende, al referirse al dueño del artículo se hablará de los editores, los
escritores, los autores, los redactores, los columnistas, etc.
miembros de esta generación, identificando entre sus funciones el gestar una regeneración
social que permita que los hombres lleguen a la felicidad en la tierra producto de la
“inteligencia” con la cual los dotó “el creador”.
A la hora de poner la vista sobre la Nueva Granada, la prensa describió a la sociedad como
quien “duerme en una ociosidad indolente”; no obstante, en dicho sueño proyecta “épocas
de ventura” cercanas. El sueño de esas épocas era velado y trabajado por “inteligencias
superiores”, “almas generosas y nobles” y una juventud brillante”. Los escritores de El
Siglo hicieron un llamado de auxilio y cooperación para que esta “empresa grandiosa”
llegue a lo que se propone, siendo éste el motivo que los ha llevado a redactar el periódico
y el motivo por el cual van a levantar “la enseña de los principios” en medio de los “delirios
de los bandos”3, referenciando a los partidos políticas. Los autores de este diario abandonan
las causas de los “partidos”, siendo “independientes” gracias a sus posiciones y sus
opiniones, producto de su convicción. También dejan en claro que no se acogieron a los
“extravíos y exigencias” de los partidos, sino que pertenecieron a las causas comunes de “la
libertad, la filantropía y la civilización”. Las causas anteriores debían, en palabras del grupo
redactor, “acogernos a todos”, es decir, independientemente de la “bandera” que se haya
defendido en otros tiempos. Los “principios” debían ser un vínculo de unión, olvidando con
ello sus “divisiones”, recordándolas tan sólo para “amentarlas y tener presente la
experiencia de sus extravíos.
La prensa se auto-referenció identificando a los columnistas como los “sacerdotes de la
civilización”, tarea suya era dar a conocer a los hombres sus derechos, educándolos en los
medios para alcanzarlos, instruyéndolos en su uso para el bien. La tarea de los escritores,
desde su postura, era una tarea “filantrópica”, de “orden y paz”, a la cual debían ser fieles,
para así, promover mejoras sociales de todo “género”, plantando en los hombres los
“principios” de “fraternidad y tolerancia”. Los difusores de las ideas en la prensa se
miraban a ellos mismos como “hombres positivos” que no creían que algunos de sus
“principios”, como la “libertad y la democracia”, se sostuviesen a partir de las arengas
contra la tiranía, ni con el favorecimiento de los intereses de “las masas”, ni profiriendo
renglones de amor a “principios liberales” que no fuesen justificados con acciones. No se
percibían como parte de las “filas de opositores” críticos contra todo aquello que fuese
producto del poder, así como tampoco fueron “lisonjeros” de los gobernantes. Al respecto,
sus funciones son elogiar los actos del pueblo cuando estos sean propios de elogiar, es
decir, “justos y racionales”, y censurarlos cuando estos sean propios de censurar, es decir,
de tinte “mala y errónea”4, haciendo lo mismo con los actos del gobierno.

3
Hasta acá, todas las referencias pertenecen a: Prospecto. En: EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p.
1.

4
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: Prospecto. En: EL SIGLO. 08,
junio, 1848. No. 1, p. 2.
SOBRE LAS CANDIDATURAS Y LAS ELECCIONES EN LA NUEVA GRANADA,
1848.
La prensa de 1848, en general, se encargó de la difusión de propagandas a favor de las
diferentes candidaturas a la presidencia del país, cuyas elecciones serían al año siguiente
(1849). Los redactores de El Siglo denunciaban que la candidatura del General López
aparecía en diversos diarios como favorecida por otro candidato, Florentino González, lo
cual fue desmentido inmediatamente por sus partidarios. Además de la práctica anterior,
frecuente en los medios de la época, existieron otros “arbitrios” adoptados para
“popularizar” las candidaturas, como por ejemplo: “asegurar que el candidato que se quiere
favorecer es el más popular, y que los otros no tienen ningún séquito”. Con lo precedente,
la prensa se dedicaba a “engañar” a los electores, principalmente de las provincias,
“haciéndoles creer que van a perder sus votos si no los dan por el hombre que se dice
aceptado en todas las provincias”. Los periódicos manipuladores consideraban que los
electores eran “tan tontos para dejarse embaucar por esas supercherías”, negando su voto
por quien en verdad pueda manejar la “cosa pública”. El periódico El Siglo instó a sus
lectores (electores de la Nueva Granada) a hacer caso omiso a las “mentiras de los
intrigantes” y a sus escritos, los cuales buscaban conducirles por caminos confusos, siendo
propios de hombres sin posición. Al respecto, los aspectos que dicho periódico solicitó que
se tuviesen en cuenta a la hora de ejercer el voto eran: un hombre que pueda “gobernar
vuestro país con prudencia y justicia”, además de “mejorar la condición”.
El Siglo llamó la atención de las prácticas populistas de los demás periódicos donde, en
cada uno de ellos, el candidato propuesto por cada escritor era descrito como el “más
popular” en cada territorio donde se publicara. Lo anterior creó dudas al respecto de la
veracidad de la información publicada por muchos medios por parte del grupo editor. Los
productores del texto destacaron que dichos engaños no los convencen como antes, cuando,
en tanto granadinos, eran “novicios en materia de elecciones”; no obstante, en dicho
momento ya se sienten “veteranos”, debido a lo cual, tanto ellos como cada elector, tenían
la capacidad de votar por el hombre que mejor manejase la “cosa pública”5. Para los
escritores, el “partido seguro” para cada votante era elegir al hombre que tuviese mayor
claridad en sus ideas al respecto de cómo “gobernar” la “República” 6. La presidencia debía

5
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: Inmoralidad eleccionaria. En:
EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 2.

6
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: Inmoralidad eleccionaria. En:
EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 3.
entenderse, no como un puesto apremiante sino un trabajo donde se vela por las
necesidades e intereses de la “patria”. Para los redactores de El Siglo, lo precedente era lo
único a tener en cuenta a la hora de elegir un mandatario, puesto que si el servir a la patria
era el objetivo predilecto, el presidente probaría su aptitud para hacerla mayor.
“¿Quién debe ser electo presidente de la Nueva Granada?” para el grupo redactor de El
Siglo esta es la pregunta que se hacen los “buenos”, pese a que ya no poseen mayor
esperanza al respecto. Sobre este tema, otras prensas del momento ejercieron una labor
peyorativa contra los “primeros varones”, siendo medios para transportar “negra calumnia”,
“rencor maligno” mientras “vomitan injurias” contra los ya mencionados. Al respecto, los
ciudadanos, en donde se contaron a sí mismos los redactores, estaban llenos de “vanidad” y
“envidia” que no permitían la defensa de los hombres, por el contrario, tan sólo ayudaban a
“infamarlos” a partir de “nuestros escritos” o hacían caso lo propio con su silencio. Ante
este panorama, los columnistas de El Siglo se quejan de su propia omisión de actos para
con el bien de la “patria”, haciendo un llamado a todos los hombres para que acepten su
posición y velen por la misma.
Para muchos hombres de la época, según lo relata la columna, era fácil dar respuesta a la
pregunta por el quién debe ser electo, bastando con unas pocas cualidades “liberal”,
“patriota” y “honrado”. No obstante, los redactores consideran que el “porvenir y la gloria”
de la “República” (compuesta, según la fuente, por “dos millones de granadinos”) debe ser
mejor evaluada. Pese a esto, había otros hombres con opiniones aún más deplorables sobre
el quién debía dirigir el país. Dichos hombres pensaban que las elecciones debían ser
regidas por los intereses personales, votando por “aquel que más me quiera a mí”. Luego, la
presidencia en la época era considerada, en algunos casos, un “premio”, mientras que para
otros un “negocio”. Los autores invitan a que los ciudadanos se apersonen de sus
responsabilidades como hombres de “este siglo” (refiriéndose al XIX) y de “esta tierra
republicana y libre”. Por tanto, deben dejar de lado los deseos y sus “simpatías”, por el
contrario se debe fomentar la meditación detenida sobre estos asuntos y un “patriotismo
severo”.
Existían diversos hábitos de los ciudadanos que condicionaban su forma de percibir las
elecciones y los hombres que se presentaban en ellas, olvidando los intereses de la patria y
dejándose guiar por sus agrados, la “estatura” y los “modales”. Oculto en los anteriores
intereses se encontraba la identificación con un “partido fuerte”. Para los miembros de El
Siglo: “los que ven en la elección una cuestión de personas, no merecen ser combatidos:
ellos se combaten a sí mismos”. De igual forma argumentaban que un hombre valía muy
poco en cuestiones electorales; no obstante, en cuanto adquirían relaciones con los
“partidos políticos” (como representantes de “principios”) obtenían una gran relevancia
dentro de la dicotomía entre el “bien y el mal”. Los candidatos eran los “estándares” que
agrupan diversas opiniones, diversos anhelos y deseos, sean personales o de un “partido
nacional”.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS
Los problemas presentados anteriormente fueron, según los redactores, producto de un
conflicto entre “dos partidos extremos”, de los cuales, uno busca triunfar sobre el otro, a la
par que el que está arriba desea conservar el poder. Lejos de este conflicto se encuentra otro
“partido”, el cual no deseaba beneficios propios sino tan sólo el triunfo de “los principios”.
Dicho partido tenía por meta mejorar las relaciones existentes entre los dos bandos,
reconciliando así al pueblo granadino. Metaforizaban los escritores que, mientras ambos
bandos gritaban “¡Partido! ¡Partido!”, este tercero gritaba “¡Patria! ¡Patria!”. Al respecto,
este tercer “partido” tenía por principios la “paz, la libertad y la industria”, entendiendo esta
última como un medio, siendo el fin el gozo de la nación. El tercer bando poseía una fuerte
fe en sus prédicas, ya que sus “principios” funcionaban a modo de armas, con las cuales
creían poder “salvar” la República. Al presentar su causa como una causa impersonal,
alejada de los diversos representantes que tenían los grupos políticos, los columnistas
dieron cuenta de algunos candidatos a la presidencia de la república para el siguiente
periodo electivo, tales como: Caro, Cuervo, Gori, Ospina y González.
La política de la época puede ser entendida bajo un halo fuerte de representatividad pues,
como lo develaron los escritores, “señalar a los hombres es señalar a sus principios y sus
medios”, bajo los cuales intentaban llevar al país camino a una senda de felicidad. Es
importante recalcar que, para los autores, los “partidos” sólo se forman producto de los
“grandes intereses sociales”. Bajo su misma opinión, la política no debe estar reservada tan
sólo para hombres de “buenas cualidades”, sino para aquellos que tienen “principios
políticos” fuertes. Estos últimos se alzaban como el “signo” o “bandera”, capaces de ejercer
el gobierno de un “pueblo libre”. Dicho representante no debía estar exento de sus
amistades, sin embargo, no podía confundir éstas con aquellos que gobiernan al país, con lo
cual, los escritores ahondaban en su postura, dejando fuera de la política todo tipo de
intereses personales, tanto del elector como del elegido. El grupo redactor distinguía, en
este mismo caso, entre la amistad, la cual se formaba por los lazos, y entre los “partidos”,
los cuales se formaban por “la identidad de los principios”.
Sobre los partidos que agrupaban a la “muchedumbre”, decían los columnistas que podían
más que las relaciones personales por más numerosas que sean. Inclusive, para ellos, no era
necesario el conocimiento directo de un representante de ciertas ideas para que éstas
conquistaran a los hombres, queriendo delegarles a dichos hombres las funciones del
gobierno de la República, tan sólo bastante con escuchar a oídas su opinión sobre las
“grandes necesidades sociales”, los “grandes intereses de la patria”. Las amistades suelen
ser débiles y escazas, mientras que los “partidos” cuando se basan en “principios” son
“fuertes y numerosos”. La prensa de la época develaba que el principio por el cual se rige el
poder político se podía sintetizar en la máxima: “el gobierno pertenece a los partidos”, los
cuales tienen el “derecho” y el “deber” de luchar pacíficamente por él. No podía pensarse,
entonces, un presidente sin un “partido fuerte” que lo avalase, y por ende, el presidente a
ser elegido debía ser el representante de un “partido numeroso”7 que intentase reunir en él a
toda la nación. Para los redactores, el presidente no podía ser un hombre que poseyera
grandes y fuertes opositores que le impidieran llevar a cabo sus objetivos básicos de
gobierno.
Según las voces de El Siglo todos los partidos deseaban “la felicidad” de la Nueva Granda,
no obstante, como se explicó antes, existían dos “partidos fuertes” en lucha. Para ellas, si
“el gobierno pertenecía a los partidos” era necesario hacer un examen de sus “tendencias”,
sus “doctrinas” y sus “jefes”, a fin de intentar encontrar entre ellos un hombre que pueda
representar los intereses y verdaderas necesidades de la patria. En lenguaje, los redactores
fueron justos con los tres “partidos”, anticipando que todos deseaban el “mayor bien
posible” para la Nueva Granada, es decir, hacerla “rica”, “floreciente” y “poderosa”.
Ninguno poseía, para ellos, malas intenciones. Los escritores hacían énfasis en que, si bien,
los fines de los tres partidos existentes eran los mismos, divergían en los medios para
alcanzarlos. Por su parte, el “pueblo granadino” tenía el derecho de hacerse al lado de todos
y cada uno, para que éstos le cuenten sus proyectos, puesto que cada ciudadano también
tenía interés en distintos medios para conseguir los bienes comunes. Por los motivos
anteriores, los autores de las notas de El Siglo veían necesario analizar los diversos medios
que empleaban los partidos, los cuales fueron presentados de la forma dada a continuación.
La terna de opciones políticas de la época, que exponía el grupo redactor, deseaba
establecer “la más completa liberad y vigorizar la democracia”. La distinción en los medios
constaba, en especial, en la velocidad y afán con que se deseaban llevar a cabo los
objetivos. Luego, entre los tres, los primeros consideran a la “igualdad” su “dogma”,
llenándose de ira al ver la lenta marcha del país hacia sus brazos. Su deseo se vio
corrompido por el vicio de querer “igualar” a todos los granadinos, en todos los sentidos.
Al respecto, los escritores criticaron dichas medidas por diversos motivos: en primera
instancia, la velocidad con que se desea alcanzar cambios, pues elevar a “los que están
abajo” requiere de “tiempo y meditación”; luego, intentando tomar el camino más corto, se
veían seducidos a “rebajar” a “los que están arriba” para hacerlos “iguales” a los inferiores.
Dicho primer partido odiaba a aquellos que ostentaban la riqueza en una sociedad desigual,
odio cimentado en motivos erróneos. Para este primer partido la “democracia” consistía en
esa “fantástica igualdad” tanto en la patria y en el mundo, en la cual se debía privar a
aquellos que tenían algo para igualarlos en pobreza con los que no poseían nada.
El grupo redactor de El Siglo mencionaba que los periódicos propios del primer partido
evidenciaban la afinidad entre sus miembros y los “asesinos del Congreso de Venezuela”,
lo cual no halla una referencia inmediata. Se declaraba, además, que no eran creyentes en
las diferencias raciales (teniendo en cuenta el contexto de la época) y, por ende, en ningún
7
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: ¿Quién debe ser electo
presidente de la Nueva Granada? En: EL SIGLO. 22, junio, 1848. No. 2, p. 1.
tipo de diferencia entre los hombres. Para los redactores, la igualdad que deseaba lograr
este partido pasaba por una “tiranía execrable de la mayoría bárbara” las cuales buscaban
aplastar a las “minorías ilustradas”, lo que sólo conduciría, en caso hipotético, a una
igualdad en “miseria”, pobreza, “degradación” y “carencia”. Los partidarios de este
movimiento juzgaban como culpables de sus querellas a los grandes propietarios y a todo
aquello que haya adquirido algún beneficio o fama, sin importar si es fruto de sus virtudes o
talentos. Estos mismos señalaban a sus opositores bajo los pseudónimos de “oligarcas,
aristócratas, monarquistas y traidores”. Dichos señalamientos solían hacerse para enemistar
a los hombres de poder con los “conciudadanos”. Por lo anterior, decían los autores, eran
capaces de inculpar de “traidores” a los hombres que gobernaron y gobiernan al país,
sembrando un halo de inestabilidad en la opinión pública. La cualidad de “traidores” era
otorgada por supuestos “planes de monarquía”, con el objetivo de verlos caer del poder y
entregarlos al “holocausto” de la “igualdad fantástica” que habían convertido en su dogma.
La base de la igualdad de éste partido era la destrucción, es decir, derrumbar las
“reputaciones” e “influencias” que se oponían a su “sistema de nivelación universal”,
luego, éste era el modo bajo el cual los “hombres inferiores”, que eran siempre mayoría en
la sociedad, podían sentirse grandes. Los escritores metaforizaron lo precedente haciendo
alusión a un bosque donde los árboles más grandes son talados para que los arbustos sean
perceptibles. Dicho partido poseía aires violentos, producto de “hombres exagerados”,
encasillando a todo pensar diferente al suyo como “partidario del despotismo”,
“monarquista” y, como ya se había mencionado entre tantos calificativos, “traidores”. El
tercer partido, el cual era visto por sus partidarios (los autores de estas columnas) como un
punto de referencia para evaluar a los otros dos, no podía simplemente aceptar las ideas del
primero, puesto que no desea hacer causa común con personas que, en medio de sus
pasiones, “se pintan con los colores más detestables”.
Según lo afirmaban los redactores, los miembros de este primer partido buscaban en su
candidato características como la “probidad”, el “valor” y el “patriotismo”. No buscaban
una persona capacitada para labores administrativas por miedo a que presentara un rechazo
frente a los “planes de nivelación”. “No han querido un jefe, apenas han querido una
bandera”. Los redactores no pretendían con esto hacer una crítica a los hombres valerosos y
patriotas, de los cuales, mencionaban, hay centenares en los “cuarteles”, quienes lucharon
por lo ideales de la patria a costa del “hambre, el cansancio, la fatiga” y el “terror”. Estas
cualidades, aunque “buenas e indispensables” estaban muy lejos de ser las suficientes para
el direccionamiento de la República. Dichas cualidades son “brillantes” pero “comunes”
teniendo un valor de “cero” en lo respectivo a las cuestiones eleccionarias, mientras no sean
acompañadas por otras “esenciales” al “primer magistrado de una nación” 8. La presidencia
debía, a razón de los escritores, constituir una “obligación” para aquél que el pueblo
considere apto para dirigirlo. En su opinión, el presidente debe ser el primer “servidor” del

8
Es de recalcar que la palabra nación no se había usado a lo largo del texto, ya que el lenguaje de la
época parece tener preferencia por la acepción: República.
pueblo, su “honra” consiste en servirle de la mejor manera posible; sin embargo, sólo reside
en los electores la decisión de a quién “investir” con tan grandes responsabilidades. A la
hora de tomar estas decisiones los electores deberían tener presente, según los escritores:
“las capacidades del hombre”, “el partido que representa” y el bienestar que pudiese brindar
al pueblo.
Este “partido” descrito era regido, según la columna, por José Hilario López, por tanto,
sería sumamente perjudicial para el bien de la República que él llegase a gobernarla, lo cual
no restaba méritos a su figura. Los redactores se exoneraban de la culpa ante cualquier
inexactitud de la “pintura” hecha hasta aquí sobre el “primer partido”, ya que sus principios
fueron extraídos de los discursos que ellos mismos pregonaban en sus periódicos y obras.
Además de las razones dadas anteriormente, el grupo redactor aseguró que existía un
motivo más, con un peso mayor para no decantarse por esta facción: “el partido que ha de
oponerse al General López” era fuerte por número, riqueza e inteligencia. Luego, “los
partidos” de “Gori, Cuervo y Ospina” se unirían para defenderse de los ataques que puedan
provenir del “partido” de López, puesto que éste les resultaba poco confiable. No obstante,
sin necesidad de recurrir a tensiones externas, las mismas “pasiones” de los copartidarios de
López servirían para generar una crisis en su gobierno. Por ende, para los redactores, no
sería “patriota” el apoyar los al candidato López; por un lado, porque sus “principios” no
atañen a la “generalidad de los granadinos”; y, por otro, porque su administración sería
“violentamente combatida”, producto del odio guardado por el otro partido para con ellos.
Los redactores hacían una invitación a analizar las “peculiares circunstancias” de la Nueva
Granada en dicha época, las cuales apuntaban en su totalidad a la necesidad de una “cordial
reconciliación”, antes que favorecer las simpatías por un “antiguo y honrado veterano”,
justificando así el proyecto novedoso que representa el partido al cual ellos defienden. Al
“partido del General López” le es imposible la reconciliación por la gran carga pasional con
que están influenciados sus dogmas e ideario político.
El segundo de los “partidos”, si bien deseaba también la “prosperidad de la patria”, diseñó
para su alcance medios opuestos. Deseaba la “liberad” y para conseguirla veía necesaria la
creación de un “Senado aristocrático”, el cual destruiría la “igualdad” y el “gobierno
representativo”. Guardaba a la “paz” como el más grande ídolo, oponiendo a ésta todo tipo
de “desorden”. Dicho partido buscaba la protección de sus ideas en la “masa”, por lo cual
tuvo que halagar sus más descabelladas pasiones en varias ocasiones. Juzgaban los
escritores de fanáticos a ambos partidos, al primero como un “fanatismo nivelador de sus
contrarios” (por una “igualdad imposible), mientras que al segundo como un “fanatismo
destructor de sus criaturas” (por una “seguridad imposible”), por motivo de haber traído a
los jesuitas. Sintetizaban los autores su posición sobre el segundo partido así: “La seguridad
es su fin, el orden su medio, la religión su instrumento”.
Así, ambos partidos, según lo narran, se odiaban “por necesidad”; “se hacen mutuas
cortesías, mientras cada uno medita la destrucción de su antagonista”. En el combate
directo que se llevaba a cabo en el plano de la política, el primero arengaba por la
“libertad”, designando a su contrario como “aristócrata”, mientras que el segundo, clamaba
“religión” y tachaba a los primeros como “herejes”. En dicho combate, describen los
columnistas, ambos partidos se encuentran “igualados” ya que han sabido adaptarse a los
medios que usan los unos, creando a partir de ello una disculpa para su “error”. No
obstante, apresuraban a señalar los redactores que no sólo se disputaba por el poder político
de la época, inclusive si éste no estuviese en juego la lucha continuaría. No se riñe sólo por
la “diferencia primitiva de los principios”, ni por “los medios empleados”: existen “triunfos
antiguos”, es decir, rencores no olvidados y una tradición que se niega la olvida, por tanto,
el fuego de la lucha lo aviva la “venganza”.
Los miembros del grupo redactor de El Siglo advertían que, pese a lo anterior, la “parte
pasional” de los “partidos” no era la más numerosa. Cuando se empezaban a alejar del
centro se perdía el “color” hasta confundirse y dar origen a una “tercera entidad política”, la
cual guardaba relaciones con ambos partidos, pero no formaba parte de ninguno, ni era
propiedad de ellos. Cada partido tenía representantes del ámbito intelectual y del ámbito
pasional, en el primero eran, respectivamente, “Rojas y Obando”, mientras que en el
segundo se encontraban “Ospina y Gori”. Por su lado, Ospina fue el inventor del “Senado
núcleo” y responsable del regreso de la “Compañía de Jesús”, mientras tanto Gori se
convirtió en el enemigo máximo de los “facciosos”. Por el otro partido, Rojas se había
encargado de dividir a la sociedad en dos facciones, creando odios y rivalidades entre ellas:
por un lado “los amigos del despotismo” y, por otro, “los amigos de la libertad”. Obando,
desde el exilio en el Perú, alentaba los deseos de “venganza, sangre y exterminio” siendo
sus palabras replicadas por sus simpatizantes granadinos. Para los redactores, si bien se
podían encontrar diversos peros en cada uno de los candidatos hasta ahora mencionados,
por lo menos Ospina y Gori representan en algo a sus partidos, no obstante, la designación
del General López como líder del suyo no tiene mucho sentido, pareciendo más un
“capricho de la suerte”.
Para los redactores los granadinos “nos hallamos en una dura alternativa”. En su decisión
se cuestionaban que, así como López tendría una fuerte oposición representada por la unión
del bando contrario, Gori y Ospina también lo tendrían por parte del bando contrario. Según
el pronóstico de los escritores [no muy lejano de la realidad, por cierto], el partido cuyo
candidato no obtuviese las elecciones se unirá con los enemigos del envestido para atacarlo.
Así, a los granadinos solía unirlos el “odio” y la “derrota” antes que el “amor” y los
“triunfos”. Los escritores consideran que el ascenso de cualquiera de los dos partidos era un
peligro para la “República”, bien sea el triunfo encabezado por los “conservadores”
(segundo partido) o por los “niveladores” (primer partido). No obstante, según lo aclaraban
en sus columnas, los hombres que representaban a los diversos partidos no obraban por
mala fe, ni se odiaban entre ellos, sino que repudiaban los “principios” del otro, ya que
consideraban que los suyos eran los únicamente verdaderos y “la verdad detesta la
mentira”. Producto, igualmente, de su “raza” las “cuestiones de partido” se convierten en
odios e inestabilidades. Siendo así, la “reconciliación”, necesidad básica y contextual del
panorama político y social de la época, no podría ser llevada por ninguno de los bandos, “ni
manchado con la sangre de los partidos”, pues los enfrentamientos entre estos y las huellas
de odio y venganza que han dejado, sólo podían seguir dividiéndolos más. Con lo anterior,
los columnistas no buscaban crear prejuicios sobre los líderes partidistas, ya que, al ser
granadinos, eran por naturaleza “generosos y patriotas”.
Ya que era imposible que cualquiera de los dos bandos extremos supliera las necesidades
más inmediatas, los columnistas instaban a la población a “darle el mando a otro partido
que los estime a todos”, el cual no debía pertenecer a otro partido, pero a su vez sí
pertenecer a todos los neogranadinos. El partido por el cual deberían votar los granadinos,
por opinión de los redactores, era aquel que funcionase como “vínculo de unión”, inclusive
veían en él cierto carácter sagrado encomendado por un destino supra-humano, asegurando
que a los hombres “los quiere acaso reunir la Divina Providencia”. Teniendo en cuenta lo
anterior, los redactores hicieron las siguientes preguntas “¿Cuál es el partido que debe
mandar? ¿Cómo se llama? ¿Quién le representa? ¿Cuáles son sus principios?”. Ante ello, el
autor se respondió a sí mismo: “ese partido muy bien pudiera llamarse el partido
moderado”, siendo representado por todos los hombres que no deseaban ser parte de los
extremos partidistas que dividían la “nación”, pese a tener gratos amigos pertenecientes a
ellos. Así, los autores se dieron en la tarea de explicar los principios del “partido” el cual,
como los precedentes, también desea “igualdad, seguridad, libertad, religión”, que la nueva
granada sea “rica, floreciente y poderosa”; no obstante, consideraba que el medio para
llegar a la conquista de estos objetivos era la “industria”.
Éste, su partido, tenía por fin la “igualdad”, pero ésta no era entendida bajo los argumentos
niveladores. La consigna de igualdad consistía en devolver el “imperio” a las “santas y
sabias leyes”, puesto que no hay nada semejante a las “obras y leyes de la Providencia”. La
igualdad no era, en su época, un asunto novedoso para los partidarios moderados, debido
que ella era “tan antigua como los primeros pobladores del mundo”. La igualdad, para las
voces del partido moderado, no podía tener un significado “absoluto sino relativo”, esto es,
la igualdad que “Dios quiso establecer entre los hombres”. La anterior consistía en la
abolición de las “desigualdades infames y tiránicas” introducidas por las leyes de los
hombres. Para los redactores, la igualdad de su partido (el moderado) consistía en la
“destrucción de este vicio” el cual se fundamentaba en la división social entre “nobles o
conquistadores” y “plebeyos o conquistados”.
La igualdad no podía ser absoluta en tanto que la naturaleza no había creado dos
individuos iguales, ni en lo físico, ni en lo moral. Es esta variedad la que permitía el
“progreso del espíritu” y el poder del hombre. El “gobierno democrático” debe garantizar la
protección de estas desigualdades naturales, las cuales no son sinónimo de la dominación
de los hombres entre ellos. El carácter democrático, para los redactores, consistía en la
apertura de las posibilidades de los individuos, bien sea a “el templo de la ciencia” para su
cultivo por todos, a “la industria” para que todos trabajasen y/o a “las puertas del poder”
para que aquellos que estuviesen capacitados de servir al país, hagan lo propio. Luego, el
“Ser Supremo” adorna a los hombres de diferentes cualidades, lo cual tan sólo permite una
igualdad relativa a él y que esté presta al servicio de los demás. Para el grupo redactor cada
hombre recibe una misión específica por parte del divino. La “libertad” debía darse para
que las inteligencias se cultivaran y se prestaran al servicio de la economía y de la industria.
Es gracias a esta libertad de inteligencia que vienen al mundo hombres de gran talento y
que contribuyen al “progreso, a la riqueza y a la felicidad” 9, entendiendo que estos gozos
son efectos de los avances industriales.
Para los redactores, el hombre estuvo divido durante mucho tiempo en dos clases, producto
de la obra humana, la primera tenía “igualdad de poder y de felicidad”, mientras que la
segunda poseía “igualdad de opresión y de desgracia”. El rompimiento en el s. XVIII de
estas desigualdades es un logro que, a su juicio, la filosofía se otorgó, desconociendo que
“usurpó” sus principios al cristianismo. Posteriormente, los filósofos desacreditaron “las
santas desigualdades” creadas por Dios para “el progreso y la felicidad de la especie
humana”, alzando así una falsa idea de igualdad. La verdadera igualdad consistía, en voz de
los partidarios moderados, en la libertad del individuo, “que cada uno sea hijo de sus obras,
que cada uno sea libre para emplear su trabajo, su inteligencia, según lo juzgue conveniente
para sus intereses”. Por ende, a opinión de sus copartidarios, la igualdad propuesta por los
moderados aseguraba iguales condiciones para alcanzar el poder, los honores y las riquezas.
El partido moderado profesaba, por lo anterior, la defensa a las desigualdades naturales, las
cuales eran, según la voz de sus partidarios, un ramo de la “libertad de industria”, principio
del “partido moderado”. La igualdad entendida así corresponde al “respeto al derecho a la
propiedad”. Los principios de este partido fueron resumidos por los redactores de la
columna en una lista que incluía “honra al mérito; respeto a la propiedad; igualdad;
libertad; religión”. Sin embargo, acusaban la falta de industria del país, lo cual era causa de
que la nación caminase a ciegas tentando planes, leyes y revoluciones vanas.
Los redactores relataban que los hombres solían buscar la desgracia del país en alguna
norma-ley específica o en la falta de hábitos morales, intentando solucionarla alejando al
hombre de la industria. Para ellos, lo anterior correspondía a un gran error, puesto que “el
modo mejor, si no el único” de arraigar en los hombre los hábitos de “orden y obediencia a
las leyes y a las autoridad” es creando en sus almas un amor por ellas, dotándolos de trabajo
para que gocen de los frutes de éste. Ganarse los bienes a partir del esfuerzo físico era
catalogado como un precepto que “fortifica al hombre en la virtud”, ya que el trabajo y la
ocupación alejan al hombre del “vicio”, siendo así un hombre “paciente, sobrio y
laborioso”, incapaz de hacer perjuicio alguno a sus semejantes. “La Industria y la paz” eran
reconocidas por los columnistas como las “mejores bases de la moral de las naciones”. Los
“estorbos” que se oponen a la producción no permiten que un pueblo aproveche todo el
9
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: ¿Quién debe ser electo
presidente de la Nueva Granada? En: EL SIGLO. 22, junio, 1848. No. 2, p. 2.
potencial de la industria, ni promueven grandes motivos de trabajo al hombre, lo cual
también se explica por los pocos derechos de propiedad existentes. Dicha falta de “industria
y seguridad” eran las causas de la pobreza de las naciones y del descontento de sus
habitantes, abandonándose ante las tentaciones de cualquier experimento, motivados a
ejercer cambios constantes sin sentirse contentos con ninguno. Los pueblos, según lo
narrado por los escritores, probaban la “revolución” de la cual solamente se “engendra la
miseria”, creando así una imposibilidad de amar a la “paz”. La industria era concebida por
los autores como la única capaz de purificar estos males.
Según el panorama anterior, los difusores de las ideas moderadas consideraban necesario y
urgente “el fomento de la educación; la mejora de los caminos, (...) el fomento eficaz de la
inmigración; el desencadenamiento de la república en todas sus formas, el respeto
escrupuloso de la propiedad; la recta administración de la justicia”. Las anteriores tesis no
eran consideradas por los redactores como imposibles y mucho menos tediosas, su puesta
en práctica fomentaría el enriquecimiento de “las masas contribuyentes” y del tesoro
nacional. Los columnistas comparaban el caso individual de la “obligación” de los hombres
por trabajar para pagar sus deudas, con la obligación que tienen los países para hacer lo
propio: “y una deuda inmensa abruma a la Nueva Granada, deuda en cuyo pago está
interesado el honor del país y nuestros intereses”. En términos de las deudas que aquejaban
al país, aseguraban que “la falta de industria tiene la culpa”. Sobre el punto previo, tenían fe
los autores en que “la Nueva Granada se basta a sí misma”, pudiendo ocupar el lugar en el
mundo que le pertenece pues “el pueblo granadino es uno de los mejores del tierra”. Los
miembros de El Siglo resumían lo dicho hasta acá recapitulando que los partidarios
moderados deseaban la “libertad” para todos, siendo principio invariable de ésta una
“felicidad de todos”. La “igualdad” es el medio para fomentar la “industria” y el “mérito”.
La “propiedad” era identificada como la causa de la “prosperidad nacional” y la industria la
“base de la moral10.

INTERVENCIÓN DEL ESTADO: LO RELIGIOSO


Bajo el juicio de los redactores, los Estados “meten mano en negocios donde su
intervención no es necesaria”. El gobierno gobernaba mal en tanto que intentaba controlar
toda esfera, es decir, gobernaban demasiado. Al respecto, no había consideración por los
“intereses de los particulares” en la cual “intervenía” el mecanismo de acción de la
autoridad. En su opinión, el individuo, guiado por su inteligencia, hace mejores “arreglos”
que el más sabio de los gobernantes. Uno de los vicios monárquicos que para la fecha no se
había podido extirpar, era la “manía de reglamentarlo todo”, la cual era producto del
“deseo” del dirigente del “Estado” de controlar todo interés social. La postura de los
10
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: ¿Quién debe ser electo
presidente de la Nueva Granada? En: EL SIGLO. 22, junio, 1848. No. 2, p. 3.
redactores se manifestaba como adversa a dicha manía, negando que el ciudadano tuviese
que consultar a un ente superior para definir sus intereses. Por ende, se proponían “trazar
los límites de la intervención de los gobiernos en los negocios de los habitantes de un país”,
partiendo del estudio de un país cualquiera cuyas instituciones son “democráticas”, ya que
comprendían que “el mundo entero marcha hacia la democracia, y dentro de pocos años
este sería el único gobierno posible entre todas las naciones”. Los escritores eran
conscientes que su planteamiento no sería del agrado de todos, tachando de forma indirecta
a sus opositores como “los que tengan predilecciones monárquicas”, eliminando
posibilidades de posturas terceras e intermedias.
Una sociedad “bien gobernada”, para los redactores, era aquella que velaba por los
intereses generales, atendiendo los negocios exclusivos de las “secciones de la nación”, a la
par que permitía al individuo “amplia libertad” para manejar sus propios asuntos, los cuales
debían ser de carácter privado. Por tanto, les resultaba “absurdo” el que las “leyes
generales” se aplicasen para modelos específicos y locales, caso tal de los “intereses
municipales”, ya que estos divergían dentro del “país” teniendo en cuenta factores como la
“posición geográfica” y las “costumbres de sus habitantes”. Por lo anterior, para ellos no
podía existir tan sólo una idea de “democracia nacional”, era necesario también una
“democracia municipal”.
El periódico El Siglo, a lo largo de sus columnas, ha venido hablando de una serie de
verdades que son, en su fecha, reconocidas por todos los “hombres ilustrados del mundo” y
por las mentes brillantes destinadas al gobierno de las sociedades. Dichas verdades o
principios no tenían caso de demostración para los redactores; en contraparte, decidieron
señalar aquellos ámbitos en los cuales los gobiernos no debían “intervenir”. Producto de la
costumbre y la tradición de varios siglos, se ha hecho creer a las masas, a “aquellos que no
piensan y meditan”, a “los que aceptan las cosas porque existen”, que dicho Estado debe ser
interventor. Indicaron los redactores que los gobiernos “siempre” han intervenido en los
“negocios” de la “religión”, dictando los diversos ministros que las preceptuaran, haciendo
de éstos “funcionarios públicos mixtos”. Acusaban que estas prácticas convertían a los
funcionarios en “instrumentos de fines políticos”, eliminando el carácter natural de la
misión que deben traer sobre la tierra (de carácter religioso únicamente). Dicha
intervención sobre la religión fue catalogada como una “conducta absurda”, siendo un
“error perjudicial” que conduce a otros más. Los columnistas tomaron partido afirmando
que debe ser un “dogma político” el que todos los miembros de la sociedad posean un
manifiesta “libertad religiosa y de cultos”, las cuales el gobierno no debe intentar
“reglamentar”, ya que estas prácticas conllevan “gobernar las consciencias”.
Dentro de la misma posición de los autores se encontraba el otorgar responsabilidades y,
por tanto, libertades a los “creyentes”: deben ser ellos quienes se encarguen de las
cuestiones de la fe, es decir, deben indagar sobre manera en la cual se consigue la “vida
eterna”, por su parte, el gobierno debe quedar relegado a asegurar que “los hombres sean
felices sobre la tierra”. Los diferentes creyentes de las diversas fes podían ser, según el
grupo redactor, “buenos ciudadanos” y, por tanto, convivir, amarse, “trabajar, producir y
enriquecerse, y contribuir a dar gloria, riqueza y poder a la nación”, valores y principios
que son asignados a “los buenos ciudadanos”. “Los principios de la libertad” y la naturaleza
de la “democracia” son acordes a la nula intervención del gobierno en materia religiosa,
permitiendo que los creyentes obren en lo propio según les convenga.
Si bien, lo anterior se decía en un carácter general, en el caso específico de la Nueva
Granada, el grupo redactor de El Siglo proponía la siguiente pregunta sobre su contexto y
situación actual “¿Debe subsistir la ley de patronato, deben subsistir las disposiciones que
dan fuerza de ley a los institutos de regulares, y autorizan el uso de la fuerza pública para
hacer cumplir deberes religiosos y de conciencia?”, siendo estas las manifestaciones
inmediatas del dominio del gobierno sobre el ámbito religioso en la época. Dentro de la
posición de los redactores, la respuesta es un no rotundo, catalogando a esas normas como
“absurdas” e “injurias a la libertad”, un “contrasentido en la democracia” y a una sociedad
que “pretende” ser gobernada por los “principios liberales”. Las leyes que se han
mencionado eran consideradas buenas en sociedades que las han obedecido por costumbre
y tradición, reflejos de los intereses de “déspotas” y “clases privilegiadas”, las cuales se
habían otorgado la facultad de “dictar leyes”. Los redactores hicieron un llamado a
“libertarnos”, en plural, rápidamente de dichas prácticas.
Desde el periódico se instó a los religiosos a que ejercieran sus cosas a su conveniencia y
que cumplan sus deberes por mandato de la conciencia y no por la obligación de otras
fuerzas externas. Reclamaron que el “poder temporal” no debía intervenir en la relación
entre “el hombre y su creador”. Existió un señalamiento a otras prácticas específicas, que se
suponen frecuentes en la época, fuertemente criticadas por ellos, tales como: “nombrar
obispos y curas”, “meter a bayonetazos a los conventos a los frailes que se salgan de ellos”,
“prestar mano fuerte para que se exijan contribuciones a favor de los ministros del culto” y
“convertirse en congregación de propaganda para hacer predicar una religión a los que
tienen otra”. Al respecto, los escritores contrapusieron dos ideas (favoreciendo la primera):
“el culto libre” el cual atañe al tributo directo al creador, frente a “la forzosa obligación” de
cometer acciones religiosas bajo el mandato de la ley del gobierno.
Los anteriores fueron catalogados por los redactores como “nuestros principios”, estando
ellos seguros de que su cumplimiento y cuidado podría llevarlos al final de las disputas
entre la “autoridad temporal” y la “autoridad espiritual” así como también a la solución de
otras cuestiones discutidas en la época, por ejemplo: “cuestiones de jesuitas”, “de frailes” y
“de monjas”, las cuales dividían a la sociedad y, además, “quitan el tiempo” para realizar
otras actividades. La culpa de estos problemas era de los gobiernos por querer inmiscuirse
en “lo que no se puede y no se debe gobernar”. Problemas como éstos suponían, para los
columnistas de El Siglo, caer en errores frecuentes, y, para abandonarlos, consideraban
necesario buscar la “fuente del mal” para luego “restañarla”11 en su comienzo para que no
11
Restañar: Según el Diccionario de la lengua española de la RAE 1. cubrir o bañar con estaño por
segunda vez. 2. Detener una hemorragia o el derrame de otro líquido.
cause más males. Los escritores suponían que sus principios podrían causar sorpresa en la
“gente rutinera y estacionaria”, recalcando que no les importaba lo que puedan generar,
puesto que toda “verdad” causa “espanto y alarma”. Caracterizaban sus razones como
“independientes y superiores a las preocupaciones vulgares”, las cuales producirían “el bien
de la humanidad”.
Teorizaban los redactores que si un gobierno desea ser intervencionista no puede
reglamentar sino un solo culto, no todos, lo cual lo llevará a ser “intolerante por necesidad”,
puesto que, reglamentando las prácticas de un culto por ley, le prestará “protección
especial”. Lo anterior supone una “exclusión indirecta” a los demás. Afirmaban que lo
precedente hace del culto predilecto un “medio” del gobierno, lo cual, a la par que
“desnaturaliza” la religión aceptada, ofende a las otras. En el mismo momento en que un
gobierno interviene en asuntos religioso, todo aquel regente eclesiástico adopta el carácter
de “agente político de este gobierno”, mezclando así algo temporal (lo referente al Estado),
dejando en descuido a lo sacro, pasando a ser el Estado gobernado por una “teocracia”.
Para los redactores, “la teocracia es un mal gobierno, es el peor de todos” ya que facilita el
dominio de la República y de las libertades públicas. Producto de lo anterior, consideraban
que “la religión debe ser libre” alejándose de ser un “negocio de competencia del
gobierno”12, ya que lo previo garantizaba que los actos religiosos serían hechos pro una
reglamentación y no por la expresión verdadera del amor divino. En este punto los
columnistas consideraban necesario pasar al ámbito de la acción, instando a los individuos
a “derogar la ley del patronato”, así como cualquier reglamentación que haga de la religión
un negocio del Estado. Lo propuesto se justificaba como una defensa a las “instituciones
democráticas”, ya que el patronato era una herencia del “despotismo colonial”, el cual
podía funcionar para dar legitimidad a un rey, mas no para consolidar los derechos de un
pueblo. Si ésto no cesaba, consideraban los escritores que el nombre de “democracia”
resultaría “vano”, en tanto que se trataría de un gobierno regido por una “demagogia y
teocracia”, que lejos de causar bien alguno causaría malestar.
Sin detener su análisis ahí, los redactores también hicieron referencias al comportamiento
de los individuos libres dentro de un gobierno que asume como parte de sus competencias
el vigilar que el culto no perturbe negocios temporales. Dichas prácticas deben realizarse
dentro de “casas” y “templos”, no siendo realizadas, en ninguno de los casos, en espacios
“destinados para el uso de todos los hombres”, es decir, “públicos”, ya que solo
interrumpen el trabajo de “quienes no están interesados en ellos”. Para lo anterior estaban
destinados los diferentes espacios de los templos, “sin hacernos tomar parte de negocios
que no nos interesan” bajo la mirada de los redactores. También se pretendía hacer una
crítica contra ciertos tipos de acciones fanáticas, expresadas, por ejemplo, en: “que no dé

12
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: El gobierno y los negocios de
su competencia (primer artículo). En: EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 3.
campanazos para advertir a los que fanáticos que insulten o apedreen al que no se quite el
sombrero cuanto están diciendo una misa en cualquier parte”. En su conclusión, deseaban
los redactores (o el autor específico de esta columna, quien habla en voz de todos), que el
gobierno se desprenda de la “intervención indebida”13 en los negocios religiosos,
atendiendo aquellos que le competen y tiene a la mano.

INTERVENCIÓN DEL ESTADO: LO ECONÓMICO


Bajo el relato de los redactores de “El Siglo”, el contexto europeo afronta un grave
“malestar” experimentado, principalmente, por las “clases trabajadoras”, producto de una
“ausencia de trabajo”. Lo precedente procuró a los gobiernos la idea de que dicho ámbito
debía ser reglamentado por medio de la fundación de “talleres nacionales”, proporcionando
empleo a quien no lo hallase en la “industria privada”. Lo anterior, estaba acompañado de
una “propaganda en favor de los obreros” la que conllevó a que los gobiernos
reglamentasen las jornadas laborales y demás situaciones a partir de una regla general. Los
columnistas calificaban lo anterior de “absurdo”, puesto que no creían que lo expuesto
debiese ser una “competencia del gobierno”. La intervención en materia económica se
convertía en un error que conduciría a otros cada vez más perjudiciales. Una libertad en la
industria y el comercio permitía una “producción sin trabas”, estableciendo alianzas
verdaderas con el mundo. Bajo su opinión, en un ningún país podía faltar el trabajo ya que
“siempre habrá demanda de la producción nacional”, lo cual exigiría el uso constante de la
mano de obra. La “única medida efectiva” para ocupar a las “clases trabajadoras” consistía
en “dejar libre la producción y dejar libres los medios de cambiarla”.
Ante la creación de “talleres nacionales” producto de la falta de oferta de empleo en los
“talleres de los particulares”, era, para los redactores, justo hacerse la pregunta del “¿Por
qué no la encuentran?”. Al respecto, inculpaban a la falta de producción nacional, lo cual, a
su vez, era producto de la exclusión de la producción extranjera del mercado interno. A la
hora de plantear soluciones, opinaban los redactores sobre el contexto europeo, que no eran
necesarios “nuevos disparates” como los “delirios del comunismo”; por el contrario, lo
único que se necesitaba era “libertad” en la producción, quitándole los “estorbos que la
embarazan” dando así ocupación a los desempleados, lo que proporcionaría “riqueza, paz y
bienestar” a los países. Los “talleres nacionales” se encargarían de la fabricación de
productos iguales a los de los “talleres privados”, compitiendo con ellos y vendiéndolos a
términos similares. Por tanto, la demanda de estos productos ya era existente, por lo cual
los privados podrían encargarse de suplir dicha demanda sin necesidad de nueva
competencia que requeriría el contrato de más trabajadores. Especulaban los redactores con
que puede que uno de los fines del gobierno fuese ofrecer un precio más económico de la
13
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: El gobierno y los negocios de
su competencia (primer artículo). En: EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 4.
mercancía producida, lo cual, en su opinión, sería una “concurrencia nociva a la industria
nacional”.
Si bien, lo descrito anteriormente no ocurría en la Nueva Granada, los redactores se
apresuraron a rechazar las medidas “absurdas que deshonran la civilización”, puesto que los
gobiernos americanos solían seguir el ejemplo de las “naciones ilustradas”, argumentando
que no existía motivo alguno para poder justificar las medidas que se estaban tomando.
Invitaban a su vez a las “naciones” europeas a que “deroguen sus leyes de navegación” y
que “dejen libre el acceso a sus puertos por buques de todos los estados”, a la par que
“destruyan los derechos protectores” y establezcan el “libre cambio”. Sólo bajo las formas
descritas anteriormente, consideraban que las “masas conducidas a la revolución por el
hambre”, esos “proletarios” encontrarían trabajo y se “moralizarían” ganando dinero,
debido que “ganando se moraliza el hombre” pues el “trabajo es una de las bases más
sólidas de la moral”. No consideraban justificación alguna en el fijar las horas que los
obreros debían trabajar en un taller, ya que estas “reglas generales” no aceptaba las
diferencias entre los hombres, bien sean “fuertes” o “débiles”, lo cual tan sólo podía ser
regulado por el “hombre industrioso”.
Ante las arengas de los europeos de que dichos hombres industriosos abusan de las jornadas
laborales de los obreros, culpan los redactores de El Siglo a la misma protección de las
industrias nacionales, la cual le da a los talleres y sus dueños la condición de
“monopolista”, formando así una “clase privilegiada”, amparada por las leyes. Luego, “es
el gobierno quien abusa” al omitir la posibilidad de nuevas libertades con sus leyes
maquilladas de aparente “filantropía”, contrarias a los “principios”. Los gobiernos suponían
que los particulares no eran capaces de llevar acabo ciertas labores, cuando en realidad las
ejercían mejor que ellos. Estas razones que sostenían las trabas en la industria y el comercio
eran “miserables” a ojos de los escritores, con lo que deseaban demostrar que errores de
este tipo son cometidos en todo tipo de gobierno. Algunos de los fallos que, a su juicio, se
cometían en la Nueva Granada, eran, por ejemplo, la concesión de “primas a los que
exporten ciertos productos”. A su vez, también señalaban su reprobación por el “diezmo”,
el cual califican de “la rémora de la producción”14.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

14
Desde la cita anterior hasta acá todas las referencias pertenecen a: El gobierno y los negocios de
su competencia (segundo artículo). En: EL SIGLO. 29, junio, 1848. No. 3, p. 4.
 ¿Quién debe ser electo presidente de la Nueva Granada? En: EL SIGLO. 22, junio,
1848. No. 2, p. 1-4.
 El gobierno y los negocios de su competencia (primer artículo). En: EL SIGLO. 08,
junio, 1848. No. 1, p. 3-4.
 El gobierno y los negocios de su competencia (segundo artículo). En: EL SIGLO.
29, junio, 1848. No. 3, p. 4.
 Inmoralidad eleccionaria. En: EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 2-3.
 Prospecto. En: EL SIGLO. 08, junio, 1848. No. 1, p. 1-2.

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