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El populismo en la política brasileña.

-Weffort

A partir de 1930 el populismo expresa el periodo de crisis que atraviesan a la oligarquía y


liberalismo, siempre ligado hacer historia de Brasil; y también expresa la democratización del
Estado que debió apoyarse en algún tipo de autoridad de autoritarismo, ser autoritarismo
institucional de la dictadura de Vargas, sea el autoritarismo paternalista o carismático de
posguerra.

El populismo fue también una de las manifestaciones de la fragilidad política de los grupos
urbanos dominantes cuando éstos intentaron reemplazar a la oligarquía en los puestos de
mando político de un país tradicionalmente agrario.

Resultado de un periodo de crisis, por un lado, y terminado por las peculiaridades de ser por
otro, el populismo, sin ninguna duda, sirvió para manipular a las masas, pero esa manipulación
nunca fue absoluta. El populismo fue una manera determinante y concreta de manipulación de
las clases populares, pero de la misma manera representó un medio de expresión de sus
inquietudes. Es un mecanismo a través del cual los grupos dominantes ejercían su dominación
y, a la vez, un medio de amenazar potencialmente esa dominación. Pero el populismo tiene
raíces sociales más profundas y la restitución de su unidad en tanto fenómeno social y político
plantea un problema.

1. La crisis de la oligarquía y las nuevas clases.

La revolución de 1930 abre la crisis del sistema de poder oligárquico, estableció después los
primeros años de la República. En primer lugar, se trata de la decadencia de los grupos
oligárquicos en tanto factor de poder. Se vieron obligados a abandonar las funciones de
dominación pública para subsistir en las sombras. Por otro lado, observa a partir de 1930 una
tendencia a la ampliación institucional de las bases sociales del Estado. La participación de las
clases medias y de los sectores de la burguesía ligados a la industrialización en el proceso que
condujo a la crisis del régimen oligárquico. La participación política de las clases populares
tiene mucho que ver con las condiciones en las que se instala nuevo régimen y con la
incapacidad de las clases medias de reemplazar a la oligarquía las funciones del Estado. Los
sectores industriales fueron tal vez los mayores beneficiarios de los cambios políticos que se
produjeron después de 1930.

La burguesía industrial, como fuerza política industrializada, estuvo prácticamente ausente de


los procesos revolucionarios. La política económica del gobierno revolucionario, repercusiones
internas de la gran crisis de 1929, tuvo como uno de los resultados el estímulo del desarrollo
industrial. La reorientación de la economía brasileña hacia la industria dependerá menos de
una política consciente de industrialización que de ciertas circunstancias estrechamente
asociadas a los efectos internos de la crisis. La crisis de la economía agraria es, en primer lugar,
un simple reflejo de la disminución de los estímulos del mercado externo y la política
gubernamental consistió, en lo esencial, en transferir hacia el conjunto del país las pérdidas
provocadas en el cultivo del café, su principal producto de exportación.

La ausencia de los grupos industriales en la revolución de 1930 será confirmada, más tarde,
por su incapacidad para asumir responsabilidades políticas en el nuevo régimen. A pesar del
crecimiento del sector empresarial en el curso de éste periodo, se muestra cómo los actuales
empresarios no se identifican subjetivamente con el gobierno, y cómo se sitúan
subjetivamente junto al pueblo.
De las clases medias, constituidas en su mayoría por funcionarios públicos militares y
profesionales liberales, surgen los líderes más radicales de las insurrecciones de la década
1920. Ellos representan también la parte más influyente de la opinión pública que buscan
dirigir con el objetivo de aplicar los principios liberales consagrados en la Constitución de 1891.
Las clases medias buscaban obtener las garantías para el sufragio, hasta entonces manipulado
de manera fraudulenta, y en moralizar las costumbres políticas. Sin embargo, las clases medias
no demostraron poseer aquella vocación de poder que les habría permitido transformar el
movimiento de 1930 en el punto de partida de un nuevo régimen coherente con sus
aspiraciones liberal-democráticas.

El inconformismo de las clases medias viene de lejos y se manifestó de diferentes maneras. La


protesta de las clases medias jamás fue capaz de ser verdaderamente eficaz fuera de un cierto
tipo de alianza con un grupo situado en el interior mismo de la oligarquía.

Estos grupos no llegaron a formular una ideología propia; esto es, un programa de
transformación social que expresara un punto de vista original contra el sistema vigente.

La desconfianza en la relación con los políticos fue siempre una de las características del
tenentismo, designación comúnmente aplicada a los movimientos dirigidos por los jóvenes
militares que se constituyeron en los líderes más representativos de las clases medias. Los
tenientes no se mostraron capaces o interesados en construir alianzas efectivas con las masas
populares urbanas o rurales y sus reacciones tendían más hacia un radicalismo romántico que
hacia una política revolucionaria eficaz.

Ellos marcan los primeros años de gobierno revolucionario por su posición de lucha contra las
instituciones oligárquicas todavía existentes, pero no encontraron los medios para llegar al
control del poder.

El movimiento revolucionario tenía objetivos casi exclusivamente limitados a la representación


y a la justicia, consiguió conquistar la simpatía de las masas populares urbanas, pero no llegó a
interesarse por su participación activa. En verdad, la Alianza Liberal sólo aspiraba a atender
una muy pequeña parte las aspiraciones populares. Por otro lado, parecía no tener aún
condiciones para ejercer ellas mismas presiones para obtener una participación autónoma en
el proceso político.

La participación de las masas populares se hará desde arriba hacia abajo. Ésta, una de las
condiciones históricas del régimen y de la política populista vigente, también constituyen un
problema.

La ausencia de las clases populares en el proceso revolucionario no significa de ningún modo


una posición indiferencia en relación a los acontecimientos. La Alianza Liberal era una suerte
de puerto para todos los inconformismos y todas las esperanzas.

La actitud de la Alianza Liberal, tal como se encuentra definida su plataforma electoral, tenía
una orientación totalmente diferente: se buscaba transferir los conflictos sociales de la esfera
policial a la del derecho social. Para las masas populares, la legislación laboral representará la
primera forma en que se expresa su ciudadanía, así como sus derechos de participación en los
asuntos del Estado. Esto será uno de los elementos fundamentales para comprender el tipo de
alianza que establecieron con los grupos dominantes por medio de líderes populistas.

La ausencia de masas en la insurrección no puede ser entonces interpretada como un


indicador de la pasividad global de su comportamiento, sino que ejercían una presión
permanente sobre el estatus quo oligárquico y hasta cierto punto representaban una
amenaza.

2. Estado y clases populares.

La exclusión de las clases populares de los procesos políticos fue una de las características
notorias del régimen derribado en 1930. Si bien el nivel de participación electoral alcanzado en
1950 y 1969 es inferior al número de adultos, conviene subrayar el aumento producido y las
enormes transformaciones que este crecimiento provoca en el proceso electoral. Sin embargo,
sería difícil decir que las masas populares o alguno de sus sectores, hayan logrado participar en
los procesos políticos con un mínimo de autonomía.

Cuando se habla del ascenso político de las masas en el periodo posterior a 1930, hay que
tener en cuenta el hecho de que este ascenso fue condicionado desde su inicio. La promoción
de las masas dependerá de nuevas condiciones específicamente políticas creadas por la crisis
de la oligarquía, fundamentalmente, de la incapacidad manifestada por todas las fuerzas
sociales que componen la Alianza Liberal, para establecer sólidamente la base de una nueva
estructura del Estado.

El nuevo gobierno, formado sobre la base de una alianza tácita entre los grupos de clase media
sin horizontes políticos y algunos sectores de la oligarquía que ocupaban en el antiguo régimen
una posición secundaria, deberá pasar por un largo periodo de inestabilidad.

insurrección del A.N.L. (Alianza Nacional Libertadora) en 1935 dará a Vargas la posibilidad de
consolidarse personalmente como jefe de gobierno apoyándose en las fuerzas interesadas en
combatir la amenaza comunista. Una vez estabilizada la dictadura en 1937, Vargas líquida, en
los años siguientes, el movimiento integralista que, al no poder participar el gobierno, intenta
hacer un motín.

La derrota política de las oligarquías en 1930 no afectó de manera decisiva el control que ellas
conservaban sobre la economía. Los grupos oligárquicos que ocupan las nuevas posiciones de
mando son relativamente marginales respecto de la economía de exportación y sus intereses
particulares no podrían servir de orientación a una reorganización global del poder. Por otro
lado, los tenientes perdieron rápidamente las posiciones de influencia obtenidas en las
primeras etapas del movimiento revolucionario.

Por otra parte, ninguno de estos grupos está en condiciones de presentar sus propios intereses
particulares como expresión de los intereses generales de la nación.

Este equilibrio inestable entre los grupos dominantes, esencialmente, la incapacidad de


cualquiera de ellos de asumir, como la expresión de conjunto de la clase dominante, el control
de funciones políticas son los componentes esenciales del populismo. El autor define al mismo
como: la personalización del poder, la imagen (mitad real y mitad mítica) de la soberanía del
Estado sobre conjunto de la sociedad y la necesidad de la participación de las masas populares
urbanas.

La nueva estructura política es profundamente diferente de la anterior por lo menos en un


aspecto: ya no constituye la expresión inmediata de la jerarquía social y económica, ya no es
más la expresión inmediata de los intereses de una sola clase social como lo había sido el
régimen oligárquico.
La dictadura sirvió para consolidar el poder personal de Vargas e imponer la soberanía del
Estado a las fuerzas sociales presentes.

Condicionada desde el comienzo por la crisis interna de los grupos dominantes, las masas
populares urbana penetran en la política brasileña.

El Estado comenzar a actuar como árbitro en una situación de compromiso que, inicialmente
formada por los intereses dominantes, deberá contar desde ahora con un nuevo socio: las
masas populares urbanas. En tanto árbitro, él decide en nombre de los intereses de todo el
pueblo; esto significa que tiende, aún si esto no es siempre posible, a optar por las soluciones
que despiertan menor resistencia o mayor apoyo popular.

De este modo el nuevo régimen no es más oligárquico, si bien la hegemonía social y política de
las oligarquías no fue verdaderamente afectada en el ámbito local y regional en los que se
encuentran de cierta forma representados en el Estado. Se trata de una de un Estado burgués,
sin que pueda hablarse, sin embargo, de una democracia burguesa concebida en la tradición
europea. También se trata un Estado de Compromiso que es al mismo tiempo un Estado de
Masas, expresión de la prolongada crisis agraria, de la dependencia social y económica de la
burguesía industrial y de la creciente presión popular.

Incapaces de legitimar por sí mismos la dominación que ejercen, estos grupos dominantes
necesitarán recurrir a intermediarios que puedan establecer alianzas con los sectores urbanos
de las clases dominadas. Éstos son los límites del populismo:
 Primero, la eficacia del líder populista en las funciones gubernamentales dependerá
del margen de compromiso que exista y de su habilidad de arbitraje.
 En segundo lugar, la manipulación populista estará siempre limitada, por parte de las
masas populares, por la presión que ellas puedan ejercer espontáneamente y por el
nivel creciente de sus reivindicaciones.

3. Presión popular y ciudadanía.

El Estado no inventó una nueva fuerza social únicamente para responder a las necesidades de
su juego interno.

Todas las clases sociales del Brasil fueron políticamente pasivas en los años posteriores a la
revolución de 1930. Es justamente la incapacidad de auto representación de los grupos
dominantes y su división interna lo que permitió la instauración de un régimen político
centrado en el poder personal del Presidente.

Se puede hablar de clases populares o de masas populares, expresiones vagas pero útiles para
captar la homogeneidad posible de este gran conjunto de gente que ocupa los escalones
sociales y económicos inferiores de los diversos sectores del sistema capitalista vigente en
Brasil. Se puede diferenciar, dentro este vasto conjunto, el sector urbano de la masa popular
cuyos rasgos particulares son sus vínculos con la economía urbana y su presencia política.

Las relaciones políticas que las clases populares urbanas mantuvieron con el estado y con otras
clases fueron esencialmente individuales y contenido de clase en estas relaciones no se
manifiesta de manera directa. Fueron, podría decirse, relaciones individuales de clase.

Vargas, apoyado en el control de las funciones políticas, otorga a las masas urbanas una
legislación que comienza a formularse los primeros años del gobierno provisorio y que se
consolida en 1943. Estas legislaciones fueron una de las primeras conquistas de la revolución
de 1930, continuaron teniendo una incidencia virtual. Por otro lado, la restricción de la
legislación laboral a las ciudades tiene la ventaja satisfacer a las masas urbanas sin intervenir
con los intereses de los grandes terratenientes.

El contenido social de la manipulación ejercida sobre legislación laboral va más allá del mero
juego personal del jefe del Estado, más si éste se presenta ante las masas como un donador y
un protector. Evidentemente, fue sobre actos de esta naturaleza que Vargas construyó su
prestigio y obtuvo la confianza necesaria para hablar en nombre las masas populares.

Una vez establecida la legislación laboral, su reglamentación pasa constituir una función
permanente del Estado. Esto hace que se transfiera en cierta medida al Estado el prestigio que
las masas han conferido a Vargas. El líder populista tiene la posibilidad de donar, sea una ley
favorable a las masas, sea un aumento de salario o, por lo menos, una esperanza de días
mejores.

Lo que cuenta de ahora en más, es el ciudadano que reivindica sus derechos de hombre libre
en las relaciones de trabajo. Lo que esta relación paternalista entre líder y masas contiene
esencialmente, desde el punto de vista político es, a pesar de la asimetría, el reconocimiento
de la ciudadanía de las masas, el reconocimiento su igualdad fundamental del sistema
institucional.

Desde el punto de vista social, la legislación laboral es, por una parte, un mecanismo regulador
de las relaciones entre ciudadanos, empleadores y asalariados. Y, por otra, un mecanismo
regulador de las relaciones entre clases sociales.

En el populismo las relaciones entre las clases sociales se manifiestan, preferentemente, como
relaciones entre individuos. De ahí que el político populista siempre poco interés en ofrecer a
las clases populares que él dirige, la oportunidad de organizarse.

La reivindicación de la ciudadanía, o sea la reivindicación de la participación política en


condiciones de igualdad, es uno de los aspectos fundamentales que la presión popular realiza
sobre el Estado en los últimos años. El ascenso de las clases populares en el plano político está
íntimamente asociado a su irrupción en los planos sociales y económicos. La concesión de la
ciudadanía se ve complementad, en sus efectos político, por la intensidad de los procesos de
urbanización e industrialización.

La masa de emigrantes rurales que obtienen los nuevos empleos, creados por el desarrollo
urbano industrial, dan el primer paso hacia la conquista de su ciudadanía social y política. El
ingreso de los migrantes internos en la vida urbana inaugura su conversión en ciudadanos
sociales y políticamente activos, y disuelve los vínculos tradicionales de lealtad y de
sometimiento a los potentados rurales o a los jefes políticos de los pequeños municipios. Éstas
nuevas masas presionan para lograr su propio ascenso social.

De hecho, una triple presión es ejercida por las masas de migrantes internos: presión para
acceder a los empleos urbanos; presión tendiente a ampliar las posibilidades de consumo; y la
presión que apunta a la participación política dentro de los marcos institucionales. Siempre se
trata de formas individuales de presión.

En efecto, la manipulación de las masas entró en crisis: ésta abrió la vía a una verdadera
movilización política popular, exactamente cuando la economía urbano-industrial comenzaba
a agotar su capacidad de absorción de los migrantes y cuando se restringían los márgenes de la
redistribución económica.
Para comprender las relaciones populistas entre las masas urbanas y ciertos grupos
representados en el Estado, puede pensarse en una alianza tácita entre sectores de diferentes
clases sociales. En ella, la hegemonía coincide siempre con los intereses de las clases
dominantes, no sin dejar de satisfacer ciertas aspiraciones fundamentales de las clases
populares.

4. El estado en crisis.

La presión popular es, ciertamente el hecho político nuevo de la etapa democrática que se
inicia en 1945.

La presencia las masas populares significó la frustración definitiva de las esperanzas liberales
de la clase media que, desde antes de 1930, deseaba establecer una democracia pluralista al
sentido clásico. La joven democracia brasileña tendrá como sustento el mismo compromiso
social vigente antes de 1945: ella funda su legitimidad sobre las masas urbanas y sobre sus
jefes, los líderes populistas.

Por primera vez en historia de Brasil, las masas urbanas aparecen libremente en el escenario
político. Una vez terminada la dictadura, termina también el monopolio ejercido por Vargas
sobre la manipulación de la opinión popular.

La continuidad del mismo esquema de poderes se expresa, por ejemplo, en el hecho de que el
sistema de partidos se basaba sobre dos grupos creados por Vargas al tiempo al término del
régimen dictatorial. El PSD consigue mantener por muchos años un control de la clientela de
varias áreas rurales del país. El PTB, mucho menos eficaz en relación a sus objetivos de
movilización popular, funcionó sobre todo como un aparato personal de su fundador. El tercer
gran partido, la UDN se apoyó principal, aunque no exclusivamente, sobre grupos urbanos de
clase media.

Los golpes de Estado se presentan desde los primeros años de democracia como un recurso al
cual la derecha amenaza a recurrir para reparar la pérdida de su gravitación electoral y para
neutralizar los mecanismos institucionales que abren paso a la presión popular.

En los últimos años de este período democrático, en particular después de la renuncia de


Quadros, la presión popular sobre la estructura de las instituciones se hace cada vez más
fuerte.

Por un lado, el proceso de industrialización, aunque se había intensificado partir de 1950, no


logró resolver las limitaciones impuestas por el sector exportador de productos primarios y
tendió a debilitarse. Por el otro, el desarrollo industrial pasó a depender cada vez más de los
capitales extranjeros sin que se constituya un grupo de empresarios capaz de formular una
política independiente de esos intereses.

Comenzaron a surgir formas de acción popular diferente: huelgas frecuentes, los grupos
nacionalistas, la movilización de la opinión pública. Estos hechos anuncian la emergencia un
movimiento popular de un nuevo estilo. Este movimiento planteaba problemas cuya
soluciones implicaban cambios de base en la composición de las fuerzas sociales en que se
apoyaba el régimen.

Se había iniciado el desplazamiento de uno de los elementos básicos de la estructura de poder,


la gran propiedad, lo que el populismo nunca había usado intentar.
Aún en la fase final del período democrático, el marco político general continuó siendo el del
populismo. Ninguno de los grupos dominantes era capaz de ofrecer los apoyos indispensables
para una política de reformas, incluso cuando se puede admitir que alguno se habían sacado
provecho de la misma. Todos se volvían hacia el Estado y, más de una vez, las masas populares
se perfilaron como la gran fuerza social capaz de proporcionar las bases a esa política del
Estado mismo. En esta nueva situación era el Estado el que tenía la responsabilidad de resolver
los intereses en juego. Ahora era necesario que el Estado probara su soberanía frente a esos
grupos dominantes.

La importancia política de las masas había dependido siempre de una transacción entre los
grupos dominantes, y esa transacción se encontraba ahora en crisis. Si las masas sirvieron
como fuente de legitimidad del Estado, esto sólo puede haber sido posible mientras estuvieron
contenidas dentro un esquema de alianza policlasista, lo cual las privaba de su autonomía.

El gran compromiso social sobre el cual se apoyaba el régimen se vio así condenado por todas
las fuerzas sociales que lo componían: por la derecha y por las clases medias aterrorizadas ante
la presión popular en aumento; por los grandes propietarios atemorizados ante el debate de la
reforma agraria y la movilización las masas populares, por la burguesía industrial temerosa
también de la presión popular, ya vinculada a través de algunos de sus sectores más
importantes a los intereses extranjeros.

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