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Fr. Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P.

El Quehacer de la Teología de Olegario González de Cardenal


Capítulo 4: El lugar de la Teología y los lugares teológicos

Cada cosa tiene su lugar propio en el que se gesta, ese lugar le da estabilidad, particularmente al hombre, y le da su
razón de ser, su objeto y su ser. La palabra lugar puede tener tres niveles de significación: de orden físico, intelectual y moral
que respectivamente dan a entender un sitio o emplazamiento, condiciones de posibilidad para poder realizar las acciones
correspondientes a su ser o al ejercicio de una profesión y la misión y responsabilidad de una persona. A los seres corporales,
como es el hombre, el lugar otorga origen y confiere consistencia permanente, lo precede, es su origen, pero no determina la
persona y su destino.

Cada oficio material, cada misión espiritual y cada profesión tienen un lugar exterior o enclave dentro de una
organización mecánica y técnica de la vida humana. De igual forma se da un lugar interior al que hay que responder como
condición para alcanzar los fines a los que se tiende. Y un lugar interno, que se constituye en la actitud que debe tomar el
sujeto que intenta alcanzar un fin determinado. Preguntar por el lugar de la teología es preguntar por las realidades a partir de
las que nace y con las cuales debe perdurar en comunicación permanente; luego por el emplazamiento físico, el ámbito
espiritual y social en el que ella se ejerce y finalmente por las determinación culturales y religiosas del sujeto que le hacen
posible una reflexión fusta respecto del objeto sobre el que versa y de cumplir los fines que se propone.

Al hablar de lugar exterior, se ha tenido un desafío fecundo en el camino teológico a través de la historia, se
evidencia en el enclavamiento dentro de las universidades, sin embargo, paralelamente se presentaba la tentación de perder la
identidad de la teología al tratar de igualarse a la lógica y racionalidad de las otras ciencias. El lugar interior es la ley o
exigencia propias del quehacer teológico. El discernimiento de este aspecto y la visión del recorrido de la teología desde sus
inicios hasta nuestros días, permitirá depurar caminos sin rumbo y acoger senderos que lleven a metas fecundas. A partir de
estas visiones se debe llegar al lugar interno del teólogo: su actitud personal y su forma permanente de corresponder a lo que
tal misión exige, a la luz de su origen y de sus fines.

Karl Barth enumera algunos fundamentos sobre los que la teología debe apoyarse, las fuentes de las que nace, el
ámbito de respiración en el que debe vivir y ejercitarse, ellos son: la Palabra, los testigos, la comunidad y el Espíritu Santo.
Allí donde no están presentes estas cuatro realidades, no hay lugar para la teología, faltan sus condiciones de posibilidad, las
fuentes de las que mana su agua viva.

Nuevamente, al preguntar sobre los lugares de la teología es preguntar sobre qué es y para qué es. Es la pregunta
sobre cuáles han sido los emplazamientos, instituciones, escuelas de ciencia o de vida, a partir de las cuales ha nacido ese
saber sobre Dios a lo largo de la historia del cristianismo y que han servido de garantía para que sea oída la revelación, surja
la fe y una y otra se elaboren intelectualmente en una reflexión coherente y significativa para quienes la oyen e iluminadora
de lo que la experiencia histórica de cada generación ofrece como alimento de la imaginación e inteligencia, voluntad y
esperanza.

A la luz de su historia, tres han sido los lugares privilegiados en los que institucionalmente, la teología ha nacido y
se ha ejercitado: la liturgia, el templo y el monasterio (para mejor acoger, asimilar y pensar las realidades salvíficas); la
universidad (la razón teológica acredita su fundamento, su razonabilidad y la forma en que da cuenta de las exigencias
humanas en niveles a los que no llegan otras ciencias) y la plaza pública (lugares en donde se agitan las situaciones que
preocupan a la sociedad). La teología no puede nunca prescindir de ninguno de estos ambientes, allí debe cumplir su misión
de anuncio y testimonio.

¿Cuál es el lugar originario de la teología? en donde la Palabra de Dios es dirigida al hombre, es correspondida por
él, donde el hombre dirige su palabra a Dios en oración, piensa desde Él y sobre Él, para luego ver todo el resto de la realidad
en la luz de esa palabra divina asumida en la reflexión humana. Por lo tanto, el remoto origen de la teología es la misma
Palabra de Dios, dirigida al hombre y conjugada con la palabra del hombre. Los hombres pueden hablar de la divinidad como
objeto porque previamente Él ha hablado de sí mismo por sus obras en el orden de la naturaleza y de la gracia, y en ese
sentido, antes que objeto, es sujeto de la teología, previamente Dios ha pensado al hombre en palabras exteriores y en
rumores interiores.

La teología surge a partir de una naturaleza que se comprende como creación y de una creación que se acoge como
revelación. Dentro de ambas, el hombre se acoge a sí mismo como lugar de revelación y sujeto de percepción que se articulan
en pensamiento, palabra y acción. También el hombre reconoce en la creación la obra y la presencia del creador porque Él
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mismo ha impreso en sus criaturas la impronta de su ser, es decir, es ontológicamente revelante. Ahora bien, es con el
hombre con quien Dios se relaciona con amor, de esta forma, el hombre está llamado a corresponder con este mismo
sentimiento en su respuesta. A tal actitud se le llama fe, el lugar concreto donde Dios y el hombre se encuentran. De este
modo, una verdadera teología es en la que el hombre no solo cuente con una palabra suya sobre un Dios posible e hipotético,
sino sobre un Dios real, esto remite a la revelación y a la fe previas. Por lo tanto, Dios y revelación, fe y teología se auto
implican mutuamente.

Pero no basta sólo con la revelación exterior de Dios en sus múltiples formas hasta consumarse en la encarnación del
Hijo, para que exista verdadera teología, a ella tienen que advenir el dinamismo, luz e impulso del Espíritu Santo que la
hagan translúcida, pensable y vivible, preguntar por el lugar de la teología viene siendo lo mismo que preguntar por el tiempo
y lugar de Jesús, que son, precisamente, el lugar y tiempo del Verbo Encarnado, porque esa Palabra divina se ha hecho
hombre, tiene un nombre y un rostro, es personalmente la síntesis de todas las manifestaciones divinas en el mundo.

Cada generación histórica necesita una palabra sobre Dios y esta no puede nacer en cualquier lugar, ni ser expresada
con cualquier mediación conceptual o institucional. Por esto, a lo largo de la historia se han presentado una serie de
protagonistas y emplazamientos sucesivos de la teología, la cual ha nacido en diversos contextos: la escuela de los apóstoles,
existencias personales, escuelas creadas por filósofos cristianos, cátedras episcopales, monasterios, escuelas de las catedrales,
colegiatas y parroquias, las facultades de teología en la universidad, etc. Estos lugares e instituciones, pese a su diversidad y
complejidad, sin embargo no recogen todos los mandaderos de teología que de hecho ha habido en la historia de la Iglesia, el
pueblo con su instinto de fe ha mantenido en alto ideas religiosas que el poder, la ciencia o la política intentaban anular y ha
suscitado esperanzas nuevas que teóricamente no existían o parecían inaceptables. En estos contextos también se presenta el
pluralismo, asimilado como una sinfonía de múltiples voces que cantan y entonan al unísono al único Dios, cada una de las
formas de teología es un nuevo acceso a la totalidad del Misterio. La teología encuentra su lugar donde encuentra a Dios:
liturgia, Sagrada Escritura, testigos autorizados, concilios, situaciones históricas y el hombre mismo.

La teología siempre se comprendió a sí misma como ciencia teórica en un sentido y práctica en otro, ella tendrá
acentos diversos según las finalidades que se proponga el teólogo: teórico-especulativa; moral-práctica o soteriológico-
escatológica. Queriendo cumplir la tarea de mostrar el evangelio particular de Jesús como fuerza de salvación universal, han
nacido diversas teologías en distintos lugares. Cada lugar lleva consigo su lenguaje, protagonistas, género literario,
determinación del objeto, finalidad espiritual, predilección pastoral, consecuencias sociales, presupuestos, etc. Por ejemplo la
teología monástica tiene en la Biblia y en la liturgia el nutriente de su quehacer en cuanto a su sabiduría, mientras que la
teología escolástica se afirma desde la determinación teórica de las cuestiones en cuanto a ciencia.

A partir del siglo XVI, se presenta el problema no de lo que hay que creer sino la cuestión del lugar donde se puede
encontrar el Evangelio auténtico y quién tiene la autoridad para definir los contenidos y exigencias de la fe. Se presentan,
entonces, reflexiones sobre los lugares teológicos en cuanto a la teología sistemática. Se resaltan autores como Melanchthon
(elabora una nueva síntesis del cristianismo en donde la Biblia es el punto de partida de la teología, alejándose y condenando
las cuestiones escolásticas) y el dominico Melchor Cano (distingue lugares propios y ajenos de la teología donde se puede
encontrar la revelación normativa de Dios para los hombres).

La teología de la liberación ha puesto un nuevo acento en la inserción eclesial con una reflexión teológica en donde
los pobres son considerados nuevo lugar teológico donde Dios se revela hoy. En los lugares de sufrimiento y de injusticia es
donde debe estar la Iglesia para hacer oír su voz liberadora y cumplir su misión evangélica, porque la inteligencia que razona
no puede separarse de la vida y las circunstancias reales de las personas. Ésta teología recupera un elemento de la praxis
evangélica: el seguimiento de Cristo.

Finalmente, se hace una reflexión sobre la concepción de los signos de los tiempos, categoría fuertemente
influenciada por el Concilio Vaticano II, convirtiéndose en clave de la elaboración teológica y de la acción pastoral de la
Iglesia en su relación con el mundo. Se entienden como la llamada de la historia a la Iglesia para que cumpla su servicio
profético al mundo. Estos no es que se constituyan lugares propiamente dichos de la teología, ya que son muy variables en el
tiempo, pero sí son llamados de atención que la Iglesia recibe para responder, desde el Evangelio a circunstancias
particulares.

Referencia Bibliográfica: González, O (2008). El quehacer de la Teología. Salamanca: Sígueme.

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