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F R A C AZUL.
Es propiedad do. Miguel Guijarro.
ÍNDICE:.
Páffs.
INTRODUCCIÓN 5
CAPÍTULO I.—Influencia perniciosa dol frac azul 13
CAP. II.—A los soñadores de provincias 24
CAP. III.—La víspera do un gran dia 31
CAP. IV. ~ Los tomates del señor marqués de Baldivia 39
CAP. V.—Un préstamo sobro un drama inédito 48
CAP. VL—Donde Klías sacude el polvo de sus zapatos, como San Vi-
cente Ferrrer 57
CAP. VIL—Donde Elias echa de menos los espejos de Venècia 67
CAP. VIII.—Ingenuidad inconveniente 78
CAP. IX.—Escenas de telón adentro 88
CAP. X.— lil cerebro y el corazón 101
CAP. XI.—Poesía nocturna 110
CAP. XII.—Enriqueta 117
CAP. XIII.—Sola en el mun-lo 12&
CAP. XIV.—Los estudiantes del café de Minerva 137
CAP. XV.—La loca de la buhardilla 147
CAP. XVI.—Los bohemios. Escenas nocturnas IñG
CAP. XVII.—Rasgos típicos 167
CAP. XVIII.—Donde Elias gasta toda su fortuna en un almuerzo 177
CAP. X I X . - E 1 primer editor do Elias 185
CAP. XX.—Cuestión de honra 196
CAP. XXL —Una musa de once arrobas 201
"700 ÍNDICB.
CAP. XXII.—Metamorfosis de un poeta 214
CAP. XXIII.—La Albufera de Valencia 221
CAP. XXIV.—Donde Elias ve por última vez á la musa del .Idear 232
CAP. XXV.—Donde Elias encuentra el cadáver de un bobemio 215
CAP. XX VI.—Un traductor, un editor y un primer actor 25(5
CA P. XXVII.—I.os anuncios teatrales y el coche do alquiler 2~2
CAP. XXVIII.—La Providencia en forma de corista de zarzuela 283
CAP. XXIX.—Noche toledana 2U
CAP. XXX.—Un encuentro inesperado 302
CAP. XXXI.—líl autor de El hombre de mundo 311
CAP. XXXII.—La lectura del drama de Elias 319
CAP. XXXIII.—Otra puerta corrada 328
CAP. XXXIV.—Rasgos típicos 339
CAP. XXXV.—San Agustín.—El Saladero.—Un presbítero 316
CAP. XXXVI.—Diez monedas de cinco duros, y diez bohemios para
una berlina ele dos asientos ¡)á(¡
CAP. XXXVII.—La pianista, el barítono y la pootfca 3(58
CAP. XXXVIII.—Las cucas 377
CAP. XXXIX.—La rifa, el rosario do la aurora y el celador de policía. 385
CAP. XL.—Una perspectiva de diez dias en el Saladero 393
CAP. XLI.—Las primeras notas de una gran sinfonía 100
CAP XLIL—151 lii uno de Riego -112
CAP. XLIir.-Una hala perdida -122
CAP. XLIV.—Momentos de terror 129
CAP. XI.V. - La poesía en mitad del arroyo 443
CAP. XLVL—Ilusiones de color de rosa, oreadas per el soplo de la
muerte 4!>1
CAP. XLVIL—Un alma que se pierde en lo infinito, acompañada de
una melodia de llecllioven 404
CAÍ». XLVIII.—Una anécdota do Sócrates 472
CAP. XLlX.—Una improvisación de la fuerza do seiscientos reales.... 4°1
CAP. L.—La luz en los ojos y la esperanza en el alma 489
CAP. LL—La gloria de bastidores 498
CAP. LII.—¡Ecce homo! 502
CAP. LIIL—ligo sum 507
CAP. LIV.—LOS editores.—El Saladero 514
ÍNDICE. 701
CAP. LV.—La Providencia en forma de billetes de Banco 521
CAP. LVI.—La ola de sangre 526
CAP. LVIL—Un amigo que so marcha al otro mundo 533
CAP. LVIII.—Donde Elias se olvida de la literatura por la caza 513
CAP. LIX.—La vida salvaje 549
CAP. LX.—Donde Elias tuvo un pensamiento provechoso 553
CAP. LXL—El libro por el teatro • 559
CAP. LXII.—Un recuerdo al eminente actor don Julián Hornea 564
CAP. LXIIL—Donde Elias enseña su fe do bautismo 583
CAP. LX1.V.—Doude continúa la narración 592
CAP. LXV.—Una madre 604
CAP. LXVI.—La pereza Gil
CAP. LXVII.-La niña enferma 621
CAP. LXVI1L—Un mal rato 628
CAP. LXIX.—Nuevos disgustos 649
CAP. LXX.—Donde continúan los disgustos 659
CAP. LXXI.—Donde se prueba que no es conveniente hablar de los
muertos 670
CAPÍTULO ÚI.T.MO.—La visita de un gran actor 683
INTRODUCCIÓN.
1
Con el nombre de bohemios designan los franceses, y es una denomina-
ción que se ha hecho general en Europa, a esos hijos del genio que, abando-
naudo' la paz de sus hogares, se trasladan á las grandes capitales en busca
de un nombre y una fortuna, sin más patrimonio que sus esperanzas y su
fuerza de voluntad.
INTRODUCCIÓN. IX
ESCRICH.
EL FRAC AZUL.
CAPITULO PRIMERO.
I n f l u e n c i a p e r n i c i o s a <lel f r a c a z u l .
II
III
IV
VJ
Vil
VIII
XI
XIV
ÏI
' Bretón de ios Herreros. /:'/ Ponía y U Beneficiada, acto prir&cra, Mcenr
tercera.
4
¿6 ltL FllAC AZUL.
Por no contradecir al inmortal Homero, so deja que Apolo,
las nueve hermanas y su nodriza Eufeme vegeten en las pen-
dientes embalsamadas del Parnaso, entonando cantos de dolor
por la muerte de Aquíles.
Entonces se dedica un recuerdo al primer poeta español
que, lejos de su patria, pobre desterrado, vivió largo tiempo
en los fértiles valles que riegan las eternas nieves de la sierra
de Anahuac'.
Entonces los pequeños soñadores de provincias recuerdan
constantemente estos cuatro versos del inmortal soñador que
cantó á Granada:
III
1
Méjico.
'- José Zorrilla.
EL FRAC AZUL. 27
IV
VI
VII
II
ViriaíO; oi cruzar las vegas que no/.? oenpan, detuvo sus
hnostca triunfadoras, embelesado de la dulzura de aquel clima,
y sento" sobre aquella tierra privilegiada su cuartel de invierno.
Después Ataúlfo, cuando la invasión de los bárbaros, no
pudo contener un grito de entusiasmo viendo aqnnllas fértiles
campiñas.
—Acampemos aquí,—dijo ásus soldados.—Bajo este cielo
sixi nubes, sobre campo de flores, .silo puede existir la feli-
cidad.
Luego ios voluptuosos, los fanáticos hijos de Agar con-
quistaron estas hermosas vegas, dándoles el nombre de valle*
de la ilusión.
En fin, querido lector, Ja patria nativa dn Elias es una her-
mosa jaula de oro, colocada en medio de mi jardín, donde el.
perfume embriaga y el brillo de Jas flores seduce. Nada tan
poético, nada tan hermoso; pero según la opinión de algunes
viajeros ilustres, los pájaros no corresponden á la jaula.
Demos per sentado que el lector habrá comprendido que
la patria de Elias fué Valencia del Oid, que según afirma el
reverendo padre maestro fray .Francisco Diago, es jia mejor
tierra del mundo, porque en ella se encuentran reunidos todos
los dones que la naturaleza esparció por el universo.
III
Pasando, pues, por alto épocas que de ninguna utilidad son
en este libro, nos trasladaremos al dia ocho de Abril de mil
ochocientos cincuenta y tres.
EL FUAC AZUL. 33
IV
—Es decir que tú, que eres quien lia puesto el tema para
la poesía...
—Me presentaré con las manos en el bolsillo, y les diré:
Amigos mios, estas reuniones literarias van á terminar muy
en breve, pero yo no las olvidaré nunca. Si mañana los quis-
quillosos abonados del teatro Principal aplauden mi drama,
entonces me marcbo á Madrid.
Pedro soltó una ruidosa carcajada y pregunté:
—Pero ¿qué diablos vas á hacer en Madrid?
—Lo que lian becbo otros,—-contesté Elias con natura-
lidad.
—¿Lo has reflexionado bien? ¿Sabes á lo que te expones?
—Chico, hace dos meses, desde el día que presenté mi dra-
ma á la empresa, que no pienso otra eos». No ignoro que si
voy á Madrid á conquistarme una posición y me hundo, como
otros muebos, mis amigos de la infancia no han de perdonar-
me el atrevimiento; y cuando regrese cabizbajo y mollino, me
darán, una silba á toda orquesta. Pero descuida: ya be tomado
mis medidas; y si eso sucede, no será mi patria la que pre-
sencie mi amargura y vea mis lágrimas. Cuando .-jalga de sus
muros, como San Vicente Ferrer, sacudiré el polvo de mis za-
patos.
—Creo que haces mal, querido Elias, en abandonar lo
cierto por lo dudoso,—dijo Pedro con gravedad impropia de su
carácter decidor y chancero. — Aquí tienes amigos que te apre-
cian, familia que te quiere, y cuentas ademas con la amistad
del marqués de Baídivia, que puede sirte útil. Piénsalo bien,
piénsalo bien. El paso que te propones dar es arriesgado y
puede comprometer tu porvenir.
Br, FBAC AZUL. 35
VI
T
x
III
IV
V
Elias, que habia escuchado la entusiasta perorata del mar-
qués de Baldivia, así que observo el apetecido punto final,
exhaló un suspiro tan profundo, can prolongado, tan melan-
cólico, que el marqué* no pudo móuos de levantar la cabeza y
preguntarle:
—¡Hombre! ¿A. qué viene ose suspiro?
—¡Ay, señor marqués! ¡Yo quisiera ser uno de esos to-
mate.-";!
El aristócrata abrió ios ojos para mirar fijamente al poeta.
Eu aquel momento recordó que alguna vez habia tenido
á Elias por loco, y le pareció muy natural la pasada sos-
pecha.
—Paes sí, señor marqués,—volvió á decir el poeta, sin
darle tiempo á que le dirigiera la palabra; quisiera ser am.
de e$os tomates, para ir á Madrid.
VI
Vil.
VIH
IX
i/ce .si te h; de ser franco, vale bien 'poca cosa. Por lo demás,
siempre puedes coatar con mi amistad.
Elias sintió que las lágrimas pugnaban por asomar á sus
ojos.
XI
sus dramas á una empresa; pero ¡ay! los dramas del joven
poeta no valían para el señor marques lo que uno de los pre-
ciosos tomates que admiraba.
El aristócrata dió la preferencia á las berzas sobre los ver-
sos da Elias.
Tai. vez nn lo faltaba razón.
CAPITULO V.
Un p r é s t a m o s o b r o u n <lra»i« ine-dito.
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
' I¿) que Armaba esta carta, secretario entonces de¡ citado titulo, ya, no
•rusta; y rae lio propuesto no consignar en astas páginas ningún nombre
sin la competente autorización para ello, pues así me lo tiene encargado mi
amigo Elias.
C A P Í T U L O VI.
Por entonces,
II
111
IV
VI
Vil
1
Jlanuel Pastrana, adornas de su carácter simpático, su distinguida
educación y la nobleza de sii^ sentimientos, os cazador; y Elias no puedo
menos d« Humarle su hermano.
EL i'iUC AZUL. 63
vjir
IX
XI
XI
ÍI
III
IV
Al llegar á la embocadura de la calle del niiamo nombre
se apeó dol macho con el auxilio de Castalloío, pues uo quería
que los madrileños le vieran ridiculamente encaramado sobre
el poderoso mulo.
Elias era un inocente, en cuja imaginación se hallaban
vivas todavía las necias preocupaciones de provincias. Pobre
átomo perdido, ó por mejor decir, arrojado á la ventura en
medio de aquel inmenso mar humano, creyó que la gente de
Madrid iba á formar muy mala opinión de su talento, al
verle entrar por sus calles caballero en un macho.
Poco a poco se fué convenciendo de que en la corte cada,
individuo sigue la senda que Dios le depara, sin ocuparse
del que camina á su lado, ni importarle un comino atropellar
al que va delante.
A la subida do la empinada calle de Atocha, y frente
por frente del Colegio de San Carlos, se halla el parador de-
San Blas.
Toda la recua dio de cabeza en los pesebres del citado
parador.
El poeta siguió también á los herbívoros, y aunque no
dio de narices en la cuadra, se halló de mimos á boca en la
cocina, donde observó, con gran asombro, que mientras el
arriero era objeto de las caricias, halagos y cumplidos de la
posadera y las criadas, á él le dejaban en un completo y des-
consolador olvido.
1ÏL FRAC A'/UI,. "71
VI
VII
VIII
Encaminábase el poeta á casa del conde, cuyas señas se
hallaban consignadas en la carta, cuando al volver el esoui-
nazo de la calle de Santa María, se vio detenido de pronto en
su marcha, y oyó una vocecita dulce y penetrante que le gri-
taba:
—¡Eh! ¡Caballero! ¡caballero! ¡Por Dios, m imantelcta, que
no tengo otra!
Buscó el neófito á la propietaria de aquella voz, y encon-
tróse con una joven que, riéndose con toda la boca, procuraba
desenredar el fleco de su manteleta de uno de los botones de
su frac.
—¡Ah!—exclamó Elias con entonación alegre.—Cuando
un mortal tiene la suerte de enredarse con un serafín, debe ser
de buen agüero.
—¿Soy yo el serafín?—preguntó la joven con desenvoltura
y continuando su tarea.
—¿Quién lo duda? Al ménoe, yo siempre los he visto pin-
tados con unos ojos como los de usted.
—Entonces, seré un serafín buhardillero, como dicen en
La Redoma encantada,
—¿Sabe usted, joven, que sería un placer para mí que le
costara á usted un siglo desenredar el fleco de su manteleta
de los botones de mi frac?
¡Áh! ¡Cuánto lo siento!—exclamó la joven con burlona
entonación.—Ya está desenredado.
Y soltando una^carcajada, continuó su camino, dejando al
poeta absorto y confundido.
HI. FRAC AZUL. 75
Elías tuvo el mal pensamiento de seguir las huellas de la
burlona joven, pero dsta desapareció en un angosto portal de
la calle de Santa Polonia.
—¡Áh!—se dijo.—¿Si será vecina mia?
Y olvidando el amor de la mujer por el amor de la gloria
que llenaba feu corazón, se encaminó á casa del conde de
San Luis.
IX
t u s ó n n i i l c i l i n o o n v o n tonto.
II
III
IV
VI
E s c e n a s do t o l o n adentro.
II
III
IV
VI
Vil
VIH
IX
XI
XII
131 oorclbro y ol o o r o z o n .
II
III
IV
teligencia. ¿Por qué han silbado? ¿Por qué han demostrado tan
rudamente su reprobación? ¿No era bastante el silencio ó la
indiferencia para hundir la obra? ¿Es que es mala, que carece
de sentido común, do lógica, o' que está por encima del públi-
co que no la comprende? El autor esperaba un gran éxito, y
ha tenido una silba ruidosa. ¿En qué consiste esta equivoca-
ción tan grande? Todo el mundo estaba entusiasmado, do telón
adentro, con la obra que se ensayaba; la creían de un éxito
seguro,- la juzgaban de repertorio; no ya solamente su autor
y sus amigos, sino los mismos actores que tomaban parte en
su desempeño, hombres prácticos en la escena, creían firme-
mente que iba á causar un alboroto. Y sin embargo, el pú-
blico la ha rechazado. {Misterio incomprensible! ¡Problema que
aún no ha resuelto ningún preceptista, y ante el cual incli-
naron la frente Esquilo, Plauto, Terencio, Eurípides y todos
los grandes hombros quo desde entonces hasta nuestros dias
se han dedicado á la difícil carrera de la escena! El autor de
la obra que se ha representado esta noche esperaba un gran
éxito y contaba con el dinero que debía producirle su drama.
¿Qué le ha valido? Un gran disgusto, y seis meses, tal vez un
año, de desvelos, de afanes, de noches de insomnio, perdidos,
jugados á una carta caprichosa que se llama estreno. ¡Eso debe
ser horrible!
Y Elias se estremeció, como si hubiera sentido resonar en
sus oídos los trompetazos del ángel del Apocalipsis; 6 lo que
es lo mismo, como si el público estuviera silbando su primera
obra en aquel momento.
EL FRAC AZUL. 105
VI
VII
¡Pobre Elias!
Veinte años han transcurrido desde aquella noche en que
sintió conmoverse su cráneo á impulsos de la más terrible de
las emociones; de esa tempestad que sentimos dentro de nos-
otros y que conmueve las más delicadas fibras del corazón; de
esa tempestad en que la esperanza lucha con el desaliento, la
fe con la duda, el alma con la materia. Veinte años han trans-
currido desde entonces, y si hoy le dijeran: «¿Quieres la fortu-
J3L FRAC AZUL. 107
VIII
JX
I»oesía n o c t u r n a .
II
III .
1
Kste polo está puesto en música por mi leal amigo e! maestro dor;
José Rogel.
15
114 KL FRAC AZUL.
La vecina, después de enterarse de la tranquilidad de la
noche, cerró la ventana y comenzó á disponer una mesa; es
decir, extendió sobre ella una servilleta y colocó algunos
platos.
El poeta, viendo^que los vecinos se disponían á cenar, re-
cordó que él no habia cenado; olvido imperdonable que co-
menzó á reprenderle de un modo desvergonzado el estómago.
VI
VII
VIII
ïfini·Iriuota.
II
III
IV
Otras veces el entusiasmo del maestro Iznardi se dedicaba
á Mozart, y entonces, en su opinión, no habia en el mundo
musical nada comparable con el Don Juan, Las bodas de.
Fígaro y La clemencia de Tito.
—¡Ah!—exclamaba.—¡Mozart, el músico más grande de
la tierra, el prodigio más asombroso del arte! A los doce años
escribió', por encargo del emperador de Alemania, una ópera,
Frinta, y ya entonces habia asombrado á Francia, á Ingla-
terra y á Alemania.
Otras veces el entusiasmo del viejo Iznardi recaía en Bee-
thoven; porque para él la música clásica, ó sabia, existia so-
lamente en Alemania.
120 SL Fií.VC A2UL.
VIII
IX
S o l a cii ol m u n d o .
11
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
II
Elias entró en el café y buscó con la vista á sus amigos
hasta que la voz de Joaquin le advirtió que se hallaba en la
mesa más próxima al piano.
Los dos amigos se abrazaron oordialmente, y después de
las preguntas de rutina, entablaron el siguiente diálogo:
—¿Conque, según me ha dicho Alejandro, tú sigues en
tus trece, quieres ser poeta?—preguntó Joaquín.
—Sí, chico, sí; estoy resuelto,—contestó Elias.
—Pues cuenta conmigo; yo soy el amigo de todos, ya lo
sabes. Como no necesito á nadie, adquiero relaciones con rapi-
dez, y entre mis amigos cuento algunos actores. Lucharemos
y venceremos; no te apures; el porvenir es nuestro. En cuanto
al presente, mi padre me remite con una exactitud admirable
setecientos reales al mes. Inútil es decirte que mi modesta
pensión de estudiante es tuya; estamos á mediados de mes y
me quedan cuatro duros; dispon de ellos á tu antojo, pnes
para nada me hacen falta. Tengo pagada la mensualidad á la
patrona, y un poco de crédito con los mozos de este café. ¡El
mundo es nuestro!
Y Joaquin, con su proverbial aturdimiento, dio un pune-
tazo sobre la mesa, y continuó:
—¡Mozo, dos copas de rom! ¡Y tú, maestro, toca el himno
de Riego ', en celebridad de la entrada de un genio en este
1
Por entonces, el himno (le Hiego no se tocaba en ninguna parte de
España más que en el cafó do Minerva; la policía toleraba ese patriótico
desahogo á los estudiantes. Hoy, por el contrario, en España se puede tocar
todo.
EL FRAC AZUL. 139
III
IV
VI
VII
VIII
IX
II
IV
Aquel cuadro respiraba ternura filial. Era imposible con-
templarle sin sentirse conmovido.
]50 EL FRAC AZUL.
Juan, arrodillado junto al jergón de su madre, con los ojos
fijes en ella y llenos de lágrimas, era el mártir del hogar, la
víctima del infortunio.
Jamas he visto otro rostro que representara Ja resignación
con tonos y tintas tan suaves, tan característicos.
Ángel de la tierra, corazón sencillo, alma virgen, la vida
para él no había sido otra cosa que un gemido de dolor; pero
la fe, ese fuego santo y vivificador, residia en su pecho, dán-
dole fuerza para sufrir los terribles golpes de la desgracia.
VI
VII
VIII
II
III
IV
VI
:
Fragmento de una oda de nuestro amigo Florencio Moreno Godino,
titulada Un la plana.
EL FRAC AZUL. 163
VII
—¡Hurra!
—¡Bravo!
—¡Hossanna! ¡Aleluya!
Todas estas exclamaciones se escaparon de los pechos de
los bohemios, interrumpiendo con ellas el silencio de la noche.
—Le admitimos en el gremio,—añadió Ploro.
—¡Eres de los nuestros!
—Sí, pero vamos á cenar.
166 EL FKAC AZUL. .
VIII
Xíassros típicos.
II
III
Cuando sus amigos le reprenden su incomprensible indo-
lencia, Floro les contesta-con admirable naturalidad:
—¿No trabajáis vosotros? Pues ¿para qué he de trabajar
yo? Nadie tiene derecho ú lo necesario mientras yo carezca
de- lo superfino.
22
170 EL FltAC AZUL.
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
II
III
IV
¿Qué has sido tú, pobre amigo mió, cruzando esta senda
de espinas en la vida? Una víctima más del trabajo; un grano
de arena perdido en ese inmenso y tempestuoso mar de la po-
lítica.
¡Ah! Yo te vi exhalar el último aliento; yo presencié hora
iras hora tu larga agonía. Todos cuantos te rodeábamos vela-
mos escrita en tu expresivo semblante una palabra fatal: la
muerte; todos, menos tú, que soñabas con la vida; menos tú,
que á medida que el cuerpo perdia el vigor y la fuerza, ibas
180 BL FRAC AZUL.
VI
VII
VIII
IX
T<:i p r i m e r e d i t o r d o E l i a s .
III
IV
VI
VII
Una tarde Elías se encaminaba á casa de Joaquín en bus-
ca de los garbanzos cotidianos, cuando en la calle de Relatores
tuvo la feliz ocurrencia de detener su paso delante del escapa-
rate de una librería.
Era aquél el establecimiento de un editor modesto y poco
entusiasta por el arte, que vivia imprimiendo y dando ú luz
con extremada oportunidad aleluyas y romances de ciego.
Elias, á traves de los cristales, se puso á contemplar aque-
lla biblioteca del pueblo, aquellos anales del crimen, que los
ciegos, con su proverbial desenvoltura, transmiten á voz en
grito por las calles y plazuelas á los que tienen ojos y no sa-
ben leer.
Las aleluyas del Valle de Andorra, la Vida del hombre
malo, la de Don Perlimplin, El mundo al revés, El roman-
ce del Pulgón, Pierre* y Magalona, y otros mil modelos de
aquella seleeta literatura, sugirieron una idea feliz á nuestro
poeta, y después de agradecerse él mismo aquella idea con
una sonrisa, abrió la puerta de cristales y encajóse resuelta-
mente en la librería.
VIII
IX
XI
XII
XIII
C u e s t i ó n d e Uortr».
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
U n a m u s a cltt o n c e ari'oTJas.
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
Motainorl'ósJs d o u n p o e t a .
n
La juguetona y popular musa del Júcar, el gran versifi-
cador, el poeta José, que escribió la célebre oda á la Puerta
del Sol, ya no existe. Sus restos descansan en el modesto ce-
menterio de un pueblo, bajo la fria losa de mármol que con
su sencillo epitafio indica que allí se bailan las cenizas de un
hombre, durmiendo el sueño sin fin de la eternidad.
¡Pobre Pepe!
Elias no te olvidará nunca; y aunque han pasado muchos
años, aún se deleita en recitar tus inspirados versos y en leer
tus picantes cartas.
¿Y cómo pueden olvidarte nunca aquellos jóvenes poetas,
que estaban orgullosos de tu amistad y admiraban tu genio y
tn inspiración?
Tú eras para ellos un maestro y un padre al mismo tiem-
po; y á la par que los convidabas á tomar un biftek, les hacías
comprender que nada hay tan bello en poesía como la senci-
llez del lenguaje y la difícil facilidad que tú tan perfecta-
mente poseías.
III
IV
VI
VII
VIII
t*i A l b u f e r a d e "Valencia.
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
XIV
¡Pobre poeta!
Se había apoderado de su espíritu una monomanía reli-
giosa que consumió rápidamente su fuerza vital, conducién-
dole al sepulcro algunos dias después de aquella tarde en que
fué á visitarle Elias.
Si hubiesen existido por entonces conventos en España,
José habría terminado sus dias en una celda.
Si algunos años antes le hubiesen dicho que experimen-
taría un cambio tan notable en su carácter y en sus ideas,
sin duda se habría reído: pero el tiempo es padre de grandes
verdades, y cuando el hombre aparta los ojos de la tierra y
los fija en el cielo, la nueva luz penetra en su cerebro, y suele
hacer del pecador arrepentido un Ignacio de Loyola ó un de-
mente.
XV
p o n d o E l í a s o n c u o n t r a e l c a d á v e r do u n b o U c m l o .
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
XIV
Un t r a d u o t o r , u n e d i t o r y u n p r i m o r actor.
II
III
IV
1
Cuando Elias deeia esto, no se conocía aún en España el género bufo,
a
l que, desgraciadamente, tanto se ha aficionado el público.
2
Ifoltaiw.
262 EL KWAO AZUL.
—Guillen de Castro dio con su drama Las mocedades del
Cid un pensamiento que inmortalizó á Corneille, y Alarcón
con su comedia La verdad sospechosa, dio asunto al célebre
Moliere para que escribiera El Mentiroso. Pero no es esto lo
extraño y lo ridículo, sino que algunos autores franceses han
traducido á su idioma comedias españolas, y no pocos traduc-
tores españoles han vertido después esos arreglos al castella-
no, por no tomarse la molestia de estudiar el teatro español.
El famoso Eugenio Scribe, el que durante veinte años surtió
con sus obras el teatro francés, tradujo á su leDgua una co-
media de Calderón de la Barca, titulada El secreto á voces, y
un español vertió al castellano esa traducción, y la puso el
nombre de El guante y el abanico. El público la aplaudid,
lo celebró y exclamó: «¡Oh! ¡El teatro francés! ¡Ah! ¡Qué
gran hombre es Scribe! ¡Qué ingeniosa comedia! ¡Qué viveza!
¡Qué detalles!»
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
I .
III
IV
VI
1
Cosme de Oviedo, comediante famoso, que nació en (¡ranada en el si-
glo XVII, fué el primero que puso carteles para anunciar las funciones tea-
trales; invención que ha dado pingües resultados á las empresas y graves
disgustos á los actores modernos, por la colocación de sus nombres en los
repartos de las comedias y en las listas de formación de compañía.
276 JJL FJRAC AZUL.
VII
VIII
IX
efecto que el que produce una butaca cuando nos hallamos fa-
tigados.
Elias abrazó á Joaquín.
XI
XII
Llegaron á Vallécas.
El coche se detuvo en la casa de postas, pero la diligencia
que buscaban no estaba allí.
Preguntó Elias al zagal, que fumaba pacíficamente, sen-
tado en el pojo de la puerta, y éste le dijo:
—¡Ah, sí! Se ha roto el eje; pero el señorito viene equi-
vocado; eso no ha sido en Vallécas.
—¿Pues dónde ha sido?
—A tres leguas de aquí; en Arganda del Rey.
—Gracias, amigo,—repuso Elias.
Y dirigiendo la palabra al cochero, continuó:
—¡Muchacho, arrea!
•—Pero señorito, ¿adonde vamos?—preguntó el cochero con
asombro.
284 JSL FKAC AZUX.
—A Arganda del Rey. ¿No lo has oido?
—Yo no puedo pasar de Vallécas.
—¿Cómo que no puedes pasar de Valle'cas? ¿Crees que no
se te ha de pagar tu trabajo?
—No, no es eso; sino que las bestias están desfallecidas.
Cuando usted me ha tomado iba á remudar; ya ve usted que
cuatro leguas de ida y cuatro de vuelta...
—Sí, son ocho. ¡Arrea! ¡arrea!
—No puede ser.
—El cochero tiene razón,—dijo Joaquín mezclándose en
la contienda.
—¿Conque en resumen,—volvió á decir Elias,—hemos lle-
gado hasta aquí para quedarnos con la misma incertidumbre?
—El zagal debe estar enterado de lo ocurrido; pregun-
témosle,—repuso Joaquín, asomando la cabeza por la porte-
zuela del coche.
Elias se dirigid al zagal y le habló de este modo:
—Diga usted, buen amigo, ¿sabe usted qué ha sucedido
á la diligencia?
—Nada,—respondió el joven;—que se ha roto el eje tra-
sero, y el coche se quedó sentado en el suelo.
—¿Y ha habido alguna desgracia entre los viajeros?
—¡Ca, no señor! Al contrario: la avería ha servido de dis-
tracción; y en cuanto el herrero componga el eje, tornarán á
emprender el camino.
—¿Podrá tardar mucho todo eso?
—No señor.
—¿Pero cree usted que es prudente esperar aquí la dili-
gencia?
BL FRAC AZUL. 285
II
III
IV
VI
VII
Xocho toledana.
II
III
IV
-No late,—jijo.
EL KB.VO AZUL. 295
T,o moribunda y débil luz de un candil alumbraba la té-
trica escena que vamos á bosquejar.
En mitad de aquella reducida pieza veíase á la desgracia-
da loca, tendida, con los brazos abiertos, la cabeza en el suelo
y los desnudos pies sobre el miserable jergón.
El color amoratado de su rostro, la crispatura de sus ma-
nos; todo, en fin, demostraba que aquella infeliz habia sufri-
do, sola y abandonada, una agonía violenta.
Adornas, veíase en su boca un mendrugo de pan, como si
le hubiera sobrecogido la. muerte cuando estaba comiendo con
aquel apetito voraz que. tanto desconsolaba á su hijo.
VI
VII
VIII
IX
XJn o n c a M t r o inesporaío.
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
II
III
IV
VI
VII
VI
VII
VIH
IX
XI
O t r a p u e r t a oorrarta.
II
III
IV
Nada más çdinodo, más barato, ni más útil; sirve para todo
como el dinero.
Este mueblo es ingenioso, sobre todo en Madrid, donde las
casas no cuentan con mucho terreno de sobra.
Terminada la mudanza, Elias poseía un capital de veinte
duros; por el pronto podia hacer frente á las necesidades de la
vida, ó por mejor decir, tenia cubierto el presupuesto durante
un mes.
VI
VII
VIII
IX
R u s s o s l.íplcos.
II
III
IV
•11
CAPITULO XXXV..
TI
III
IV
VI
VII
Dio?: m o n e d a s d o ¡i c i n c o d u r o s , y d i o x b o h e m i o s para
tina b e r l i n a do dos a s i e n t o s .
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
Elias subió las escaleras con la misma rapid.-z que las ha-
bía bajado, refirió á su familia en dos palabras el feliz éxito
de la oda, dejó aquel puñado de oro y volvió á bajar.
—¡A la fonda de Perona!—dijo el presbítero al cochero.
Arrancó el penco, y poco después el poctü y su nuevo
protector se hallaban en dicha fonda, sentados delante de do?
cubiertos de doce reales.
¡Oh! ¡Cuánto se come por tres pesetas en Perona cuando
se tiene hambre!
Ni un solo plato se desperdicia; porque en ciertos perío-
dos de la vida, ol estómago del hombre tiene fc voracidad de!
tiburón.
La carne de vaca á la jardinera, con muchas zanahorias y
BL FRAC AZUL. 363
XI
XII
t i a p i a n i s t a , ol b a r í t o n o y l a p o e t i s a . — C o n c i e r t o c a s e r o .
II
III
JV
Comenzó el concierto.
¡Bienaventurados los sordos!
Aquel piano hacía quince siglos que no habia dado ni un
céntimo de ganancia á los afinadores.
La parte del teclado correspondiente á las dos octavas del
filtro, indudablemente se encontraba en un estado lastimoso,
pues sonaba de una manera infernal, mientras las octavas
ííi'ave y aguda correspondían con alguna afinación á los es-
fuerzos de la profesora.
El piano de doña Celsa pudo muy bien en sus mocedades
?
er un mueble decente; pero en la época del citado concierto
e
ra un anciano achacoso que ;í fuerza de desbravar las apor-
eadoras manos de mil aprendices de la ritmopca, habia dicho:
"¡No puedo más! ¡Haced de mí lo que queráis!»
372 lií. KK/.C AZUL.
VI
Vil
1
La poetisa se llamaba Jeroma; pero pareciéudole prosaico este nombro,
lo habia italianizado á su manera.
374 Ei, FKAC AZUL.
VII
Las señoras, sobre todo, eran las que mantenían más ani-
mada la conversación.
Parecía increíble aquel lujo inagotable de verbosidad; in-
dudablemente habían estado toda la semana sin hablar, según
la prisa que se daban en mover la lengua.
VIII
IJUÜ cucas.
II
III
IV
II
III
IV
VI
Vil
• VIII
II
TIT
IV
II
.CIUDADANOS:
III
IV
VI
VI
VII
E l b l m n o d» R l o a o .
II
111
IV
VI
«ESPAÑOLES:
VII
VIII
IX
XJna lóala p c r a i a a .
II
ÍII
IV
VI
Todos lo* amigos volvieron los ojos con terror; pero re-
puestos in media 'amento de !a doloropa sorpresa, se lanzaron
i la escalera.
Robarlo y un camarero del café salieron, á la calle, con-
Jucieado felizmente hasta el portal al desgraciado Ángel y
al hombre herido, el cual pocoa momentos después era un ca-
dáver.
Ángel, jóvon entusiasta por la libertad, murió son la mv •
ri.sa en los labios. Tal vez cu el instante que la bala homicida
rpsgó m carne, pensaba en el. desenlace do la soñada reso-
lución, curo primer preludio había sido para él un cántico de
muerte.
Tal YC¿ la sangre de aquel roortir que se proponía salvar,
le recordaba las ilustres jornadas que consigna la historia, re-
gadas con la sangre de los amigos de la democracia.
428 Ef, FRAC AZUL.
Vil
Momontus de t e r r o r .
II
III
IV
II
III
IV
llixsion.es d o c o l o r d e r o s a , o r e a d a s Jiov oï s o p l o
de la m u e r t e .
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
II
111
IY
VI
VII
VIH
D n a a n é c d o t a ele S ó c r a t e s .
II
Dejando la mansión de los muertos, «ntremos de nuevo en
el mundo de los vivos, nues para derramar lágrimas no hace
falta ir al cementerio.
80
474 EL FRAC AZUL.
III
IV
Vil
Una i m p r o v i s a c i ó n dio l a f u e r z a d e s e i s c i e n t o s r e a l e s .
II
III
Que un poeta sea cojo, pase; que sea jorobado, lo mismo
da; que sea tuerto, también, porque al fin, le queda un ojo;
pero ¡ciego!... Eso ya es más grave.
Verdad es que Tamíris, Terésias, Homero y Mil ton canta-
ron sus sublimes versos sin ver la luz del sol; pero de éstos
entran pocos en libra, como se dice vulgarmente.
Lo más probable que le podia suceder á Elias, quedándose
ciego, era pedir limosna.
—Si al menos supiera tocar la guitarra...—decia nuestro
poeta á los amigos que le visitaban.—Sería un consuelo; pero
siempre be sido tan torpe para la música, que ni esa espe-
ranza me queda.
Otras veces, afectando una alegría que estaba reñida con
la profunda tristeza de su alma, exclamaba:
—¡Ah! Lo tínico que me consuela es que, estando ciego,
no veré más al mediquillo que ha tenido la habilidad de exten-
der una noche eterna en derredor mió.
IV
VI
VIII
II
¡Pobre Fernando!
¡Tú dejaste de existir cuando apenas comenzaban á caer-
sobre tu frente los laureles que la sociedad dedica al genio!
¡Tú bajaste á la tumba cuando los perfumes de la popularidad
y la gloria arrullaban tus sueños de artista!
Aún estaban muy lejos las canas de tus cabellos; aún en
tu simpático y expresivo rostro no habia impreso la primera
arruga el cansado dedo de la vejez, cuando el soplo devastador
de la muerte se introdujo en tu generoso y entusiasta corazón
y suspendió los latidos de la vida.
Yo, que en nombre de Elias, para quien fuiste un hermano-
cariñoso, te dedico estas líneas; yo, que he llorado tu muerte
como todos los que aman al arte; yo, tu hermano del corazón,
quisiera dedicarte un poema de ternura, de sentimiento, de ca-
riño, de inmensa gratitud.
La Parca traidora salió de la mansión de las sombras para
herirte en el momento más grande, más sublime de tu vida
artística; cuando tu genio iba á desplegar sus poderosas alas,
sobre la escena; cuando tu nombre era pronunciado con admi-
ración'por todos los amantes del arte.
¡Pobre Fornando!
Si en la mansión de los justos hay un lugar destinado &
EL FRAC AZDX. 491
III
IV
un poco el balcón, y la luz del cielo hirió las pupilas del poe-
ta, produciéndole un placer inmenso. ,
¡Veia, sí, veia! La eterna sombra que por espacio de dos
meses le habia envuelto, comenzaba á disiparse.
¡Ah! ¡Sólo puede apreciar la belleza del sol el pobre cie-
go que por espacio de algun tiempo se ha visto privado de ad-
mirarla!
La alegría del enfermo fué inmensa, inexplicable.
Su restablecimiento desde entonces fué rápido, aunque le
costaba todos los dias una hora de martirio, mientras le que-
maban la carne que habia crecido sobre el globo del ojo.
Pero ¿qué era este corto martirio, comparado con la eterna
tristeza de su alma durante su ceguera?
VI
exige á los autores que empiezan mucho más que á los auto-
res que acaban; y eso tís natural, porque al poeta dramático
que ha dado, como vulgarmente se dice, mucho dinero á las
empresas teatrales, se le admiten las obras bajo la garantía de
su nombre, sin tener otro juez que el público, aunque esto no
sucede siempre.
Todo esto es lógico, sigue una marcha natural; pero lo que
no se comprende es que cuando los autores adquieren un nom-
bre, cuando pasan el angustioso arenal que conduce al templo
de Talía, cuando son una autoridad en el teatro, se muestran
indiferentes con los autores que humildemente se acercan á
presentar su manuscrito y se encuentran en el caso que ellos
se hallaron.
El corazón humano es un misterio... Pero ¡quién sabe! Tal.
vez sea una pequenez, hija del egoísmo.
La comedia de Elias siguió durmiendo el sueño de la in-
diferencia, bajo el pesado polvo del olvido, en el armario fatal
del teatro del Príncipe.
Todas las instancias y súplicas de Fernando Ossorio se es-r
trellaron contra la rigidez del comité, que le decia:
—La pieza vale poco, no tiene ninguna novedad; hay otras
mejores, y la empresa tiene muchos compromisos.
En una palabra: que se muera de hambre el autor inédito.
VII
G3
CAPITULO LI.
H,a s l o r i a e n t r o toastiiloros.
II
III
j E c o o lxomo!
II
III
IV
VI
Ea-o s u m .
VIII
IX
XI
IL,os o d i t o r o s . — E l S a l a a o r o .
II
III
IV
II
III
IV
No es posible explicar el efecto que producen dos mil rea-
les cuando no se tiene un cuarto, cuando entran en la casa de-
un pobre, llenándolo todo de luz y de alegría.
Fué tal el aturdimiento de nuestro poeta, que no recuerda
nada de lo que hizo aquel dia; pero cree que hasta se puso á
bailar, sobresaltando, y no poco, á su familia, que temió que^
se hubiera vuelto loco.
L a o l a do s a n g r e .
II
III
IV
VI
VII
U n a m i g o q u e so m a r c l i a a l otro m u n d o .
III
IV
VI
VII
Comenzamos á subir á la carrera.
Sólo nos faltarían treinta pasos para llegar al fin de nues-
tro camino.
Yo distinguí perfectamente los ojos de los marroquíes, y
los blancos y apretados dientes de los hijos del desierto, cuan-
do de pronto oí que me llamaban, y volví la cabeza.
¡Ah! ¡Era Pablo! ¡Su presentimiento acababa de cumplir-
se! Una bala le habia traspasado el pecho; el fusil so habia
desprendido de sus manos, y el infeliz, para no caer rodando
al fondo del barranco en las angustias de la muerte, se habia
agarrado á una mata.
Me arrodillé á su lado, y me cogió una mano.
—¿Ves como mi corazón no me engañaba?—me dijo, en-
viándome una sonrisa.
—Aguarda; voy en busca de una camilla,—exclamé.—
Tal vez sea una herida leve.
—No te molestes, Juan; me quedan pocos momentos de
vida. Saca la cartera; dame un retrato que hallarás en ella;
quiero verle por la última vez. La he amado tanto, que todas
sus infamias no han sido bastantes á borrar su imagen de mi
alma.
Yo le obedecí, y con la precipitación la cartera cayó en el
charco de sangre que habia brotado de la herida de Pablo, y
se manchó, como ves.
Mientras tanto, el herido besó repetidas veces el retrato,
manteniéndolo sobre los labios hasta que lanzó el último sus-
piro de su pecho.
EL FRAC AZUL. 541
Después de llamarle por tres veces sin obtener respuesta,
y cuando me convencí de que sólo era un cadáver, alcé los
ojos para mirar adonde se hallaba mi compañía, y vi que ha-
bía desalojado al enemigo de sus posiciones.
Guardó la cartera y el retrato en el bolsillo del poncho, y
fui á reunirme con mis compañeros.
VIII
IX
II
III
IV
L o -ridtt s a l v a j e .
II
III
¡Ah! Si la guerra civil que boy nos devora, esa guerra ci-
vil que nos empobrece y nos deshonra á los ojos de Europa, no
estuviera manchando con lagos de sangre el pintoresco país
que recorrió Elias, ¡cuántas cosas podria decir de la guerra de
los siete años, que no han dicho los historiadores!
Francisquet era un archivo de datos, desconocidos para los
escritores que escribieron la historia de la guerra civil pasa-
da valiéndose de los partes de la Gaceta^ de lo que han que-
rido decirles, y sobre todo, de su criterio político, es decir, de
la exageración, del odio de partido, que hace á un mismo cau-
dillo un Alejandro y un bandido, un héroe digno de la epo-
peja y un asesino digno de la horca.
IV
II
III
IV
VII
II
Las dos primaras novelas que escribió Elias le valieron
poco, casi nada; y aunque se vendieron, con una rapidez poco
común en Espima, muchos miles de ejemplares, el editor no
creyó oportuno demostrar al novelista su gratitud con algun
rasgo de generoso desprendimiento; pero en cambio se compró
un coche con dos magníficas yeguas normandas, montó un es-
tablecimiento nuevo, mandó traer máquinas de Londres para'
la imprenta, y frotándose las manos, se dijo con la satisfacción
dol hombre que camina viento en popa:
—Esto va bien, perfectamente bien. Como Elias me escri-
ba seis novelas del género de líis dos primeras, y no tenga
más exigencias en el precio, creo que antes de dos años habré
hecho un negocio redondo.
Como esto es un caso de conciencia, Elias no quiere entro-
meterse en comen (arios; eso queda á. cargo de esa voz secreta,
de ese juez invisible que todo hombro lleva consigo, y á. quien
damos el nombre de remordimiento.
III
Afortunadamente, Filias comprendió á tiempo que era pre-
ciso aprender un poco de aritmética, y pidió por la tercera
obra cinco veces más que por la primera.
EL FRAC AZUL. 561
IV
Todas sus novelas tienen una tercera parte de original es-
crito en el monte, en la casa de los guardas ó en una choza.
71
562 EL FRAC AZUL.
Siempre que terminaba una obra y se proponia empezar
otra, cuando sus amigos le preguntaban: «¿Qué vas á escribir
ahora?» Elias contestaba:
—Tengo unas cartas en mi poder, las cuales hace tiempo
me han inspirado una novela; pero temo mucho al título, por-
que es de gran compromiso para mis débiles fuerzas. Ademas,
creo firmemente que muchos de los que se suscriben á mis no-
velas, por el fondo de moralidad con que procuro revestirlas,
en cuanto llegara á sus manos la primera entrega de la obra
que deseo escribir, sólo al ver su título, harian con ella un
auto de fe.
II
III
U n r e c u e r d o a l e m i n e n t s a c t o r d o n J u l i á n Rotuna.
II
III
IV
• VI
VII
VII
Ya su juramento escucho,
que nosotros aceptamos;
y él comprenderá, que es ducho,
que si así se la encargamos,
es que la queremos mucho.
No sé si puede venir
este recuerdo a afligir;
mas para mí tanto vale,
que brota del alma, y sale,
y yo le dejo salir.
(1) Luisa y sus dos hormanas' Leonor y Blanca, quo con Luisa, mi hija política, tto
cuidaron y asistieron en la larga y penosa onfermedad quo sufrí on el Escorial, como
Tcrdaderos ángeles.—(Nota de Julián Romea.)
EL FRAC AZUL.
La resistencia no cabe,
quo á todo imponerse sabe;
y ama el hombro en'su grandeza
y en su dulzura ó fiereza
el pez, el bruto y el ave. .
Es un vago sentimiento
con su fondo de dolor,
y es causa de ese tormento
no haber tenido su amor
la estimación por cimiento.
JULIÁN BOMEA.
Ni á sufrir el varapalo
de que del país ameno
donde brillé Alonso el Bueno,
Nos venga Félix el Malo.
JULIÁN ROMEA.
D o u d o E l i a s e n s e ñ a s u fo do fiautismo.
II
Romea se quedó un momento mirando con fijeza ¡í Elias,
como si quisiera leer en el fondo de su corazón hasta dónde
podria contar con la sinceridad de su ofrecimiento.
En aquel instante toda su vida se hallaba reconcentrada
en sus ojos llenos de luz y de expresión, porque los ojos de
Romea expresaban todo cuanto querían.
Persuadido, sin duda, de que el ofrecimiento de Elias era
verdadero, que nacia del fondo de su alma, le estrechó cariño-
samente una mano, y dijo, sonriéndose de un modo tan dulce
que conmovía:
—¡Gracias! Yo por mi parte haré todo cuanto pueda por
interpretar el papel que usted me escriba, y procuraré que
aplaudan hasta las candilejas.
Y cambiando de entonación, añadió:
—Usted ha escrito un libro lleno de interés y de ternura;
yo la he leido y he llorado. En ese libro hay un tipo del que
yo creo que podría sacar un gran partido en el teatro; es un
pobre maestro de escuela que aborrece á las mujeres por ruti-
na y las ama con todo su corazón sin saberlo; un tipo simpá-
tico, lleno de gracia y de abnegación. ¿Por qué no le toma us-
ted como base de la obra que va á .escribirme?
—No tengo inconveniente.
—Doy á usted entonces doblemente las gracias.
Convenido el primer punto de aquella entrevista, Julián
Romee, y Elias continuaron hablando del arte dramático; con-
versación siempre amena cuando brotaba de los labios del gran
actor.
71
o86 EL FR.\C AZUL.
III
IV
V
Alhambra, pequeño pueblo de la Mancha, nido de águilas
colocado sobre la meseta de su elevado monte, fué el punto de
su elección.
¡Cuántas mañanas el nacimiento del sol le sorprendia, sen-
tado sobre una de aquellas peladas rocas, amontonadas allí sin
duda por alguna erupción de la tierra, á siete mil pies de al-
tura sobre el nivel del mar!
Cuando el hombre se halla sobre un elevado monte, solo
con sus pensamientos, se cree más cerca de Dios, porque el
ruido de los hombres oculta el esplendoroso y tranquilo res-
plandor del cielo.
Elías solia decirse:
—Desde aquí creo que me hallo más cerca de mis hijos.
Los hombres que cruzau por la vega me parecen pigmeos.
A la salida del sol, Valentín, el cazador del pueblo, entraba
á buscarle, y los dos emprendian la jornada en persecución de
las perdices.
VI
VII
La lluvia continuaba.
Cuando Valentín el cazador, en cuya casa estaba hospeda-
do, subió á decirle que era hora de comer, Elias tenia planea-
dos tres libros de su nueva obra.
—¡Hola! ¡hola! ¿Se escribe? — le preguntó el cazador.—
Hace usted bien, porque hoy no se puede salir de caza; pero
lo que es mañana les vamos á dar á las perdices un buen me-
neo, porque la tierra estará húmeda y los perros tendrán más
rastro.
VIII
• LIBRO PRIMERO.
H I S T Ó R I C A . D H TJ1X M U B B T O .
CAPITULO PRIMERO.
gar á la modesta posición que lioy ocupa lia tenido que sufrir,
vuelvo á decirte que antes de lanzarte de lleno en una vida
tan cercada de abrojos, lo medites bien y recuerdes que tienes
en tu pueblo una madre cariñosa y unas hermanas que te es-
peran con los brazos abiertos.
Arturo guardó silencio.
Por espacio de tres horas, embebecido en la narración, no
habia despegado los labios.
Por la calle comenzaban á oirse los mil ruidos de la ma-
ñana, de esa hora sublime que anuncia el trabajo á los pobres,
mientras los elegidos disfrutan del sueño dulce del amanecer.
Yo contemplé á mi amigo, queriendo leer á traves de su
pálida y despejada frente la lucha que mantenia su pensa-
miento. '
Por fin, un profundo suspiro se escapó del pecho de Arturo,
y dijo:
—Te suplico continúes el relato de Elias.
^-¿No te hallas fatigado?
—No. Mientras tengas que referirme algo de la prosa de
la gloria, lo oiré con gusto.
Y sonriéndose amargamente, añadió:
—La historia de Elias, cuya verdadera fe de bautismo co-
mienzo á entrever, purifica mi alma. Te ruego que prosigas.
CAPITULO LXIV.
II
III
IV
VI
VII
VIII
Una madre.
II
III
IV
VI
XA\ p e r e z a .
II
III
IV
VI
VII
VIII
78
618 BL FRAC AZUL.
IX
XI
Irt» n i ñ a enferma.
II
III
IV
VI
Un mal rato.
II
III
IV
VI
VII
—¿Con qué derecho ha escrito usted mi historia?
Estas fueron las primeras palabras que la dueña de la casa
dirigió á Elias.
El novelista comprendió que se hallaba frente á frente de
una adúltera. Era un disgusto más que le proporcionaba el
buen éxito de su obra, y en aquel momento hubiera dado,
como hace decir Luis Olona á uno de sus personajes, cuatro
napoleones por hallarse en la plazuela de Anton Martin.
EL FRAC AZUL. 657
VIII
IX
XI
XII
XIII
Elias prosiguió:
—Conozco, como usted, que muchas mujeres que faltan
á. sus maridos tienen poderosas razones para disculpar esta
falta ante su conciencia, pero no ante la sociedad, porque ante
la sociedad la mujer nunca tiene razón para ser adúltera. Esto
será un egoísmo establecido por los hombres, todo lo que us-
ted quiera; pero, hija mia, la raza blanca así lo ha dispuesto,
y hasta que no vengan sabios legisladores á cambiar el código
social que nos rije, es preciso tener un poco de paciencia. Si
usted y yo hubiéramos nacido con la piel de nuestro cuerpo
bermeja, si fuéramos malayos en vez de españoles, nos pre-
ocuparia poco el adulterio; y ni yo hubiera escrito el libro en
cuestión, ni usted hubiera tenido motivo para creerse aludida,
proporcionándome el gusto de conocerla. Resignémonos, y de-
mos por terminada esta escena.
Magdalena pareció vacilar un momento, pero por fin añadió:
—En hora buena: quiero creer que no ha sido su ánimo
EL FRAC AZUL. 645
XIV
XV
XVI
XVII
K u e r o s tllssívLBtoa.
II
III
IV
VI
VII
VIII
D o n d e c o n t i n ú a n lo* disgustos.
II
III
LV
VI
VII
VIII
D o n d o s e p r u e b a qu.o n o os o o n v o n i o n t e H a b l a r
do l o s m u e r t o s .
II
III
IV
perdonen el mal rato que, sin querer, les he causado, y les su-
plico que tengan un poco de paciencia; que esperen á la con-
clusión de la obra, que yo les aseguro que entonces, al saber
lo que ahora ignoran, no tendrán motivo de queja, y seguiré
siendo, como ustedes han dicho, halagando mucho mi decoro
de escritor, su autor favorito. En cuanto al sepulturero, pue-
den ustedes asegurarle también que yo no le he ofendido, como
podrá ver al final de mi obra, y que me sería muy desagrada-
ble tener un mal encuentro con él.
Se miraron los tres, demostrando la extrañeza que las pa-
labras de Elias les causaba, y uno de ellos dijo:
—No comprendemos á usted.
—Pues por hoy no puedo explicarme más. Vuelvo, por lo
tanto, á rogar á ustedes que tengan un poco de paciencia.
—Lo peor de todo es que el sepulturero está hecho uno. fu-
ria,— añadió el otro,—y jura y perjura que ha de matar á
usted.
Elias miró al que acababa de hablar, y observando la más
sencilla buena fe impresa en su semblante, repuso:
—Y con justicia que le sobra, pues en mi libro sa ataca su
proverbial honradez de sepulturero; pero ustedes deben tran-
quilizar su belicoso entusiasmo, persuadiéndole que muy en
breve podré demostrarle que le he ofendido sin querer.
—Eso no es tan fácil,—repitió el mismo,—tratándose de
un hombre rústico y terco á quien le han dicho que en un li-
bro que usted ha escrito se asegura que él roba las botas y
otras prendas de ropa á los muertos, y, lo que es peor, un li-
bro en donde se hace una pintura exacta y fiel de su persona.
Elias maldijo la casualidad que habia guiado la pluma de
67(5 EL FRAC AZUL.
VI
VII
VIII
Arturo se levantó tarde; vino á buscarme á mi despacho,
donde yo le estaba esperando para almorzar. De su rostro ha-
bían desaparecido un tanto la palidez y las sombrías tintas
con que la noche pasada se habia presentado en mi casa.
EL FRAC AZUL. 681
—¿Qué tal, se ha dormido bien?—le pregunté.
—Perfectamente.
Y estrechándome la mano cariñosamente y sonriéndose,
añadió:
—He reflexionado detenidamente, y estoy resuelto á aban-
donar la poesía por las leyes. Me marcho á mi pueblo, pues
conozco que no tendría bastante valor para sufrir todo lo que
tú has sufrido. Mi madre y mis hermanas te lo agradecerán
cuando les refiera el motivo de esta retirada. Ademas, he cal-
culado mis fuerzas, y conozco que siempre sería un escritor
adocenado, lo cual es sinónimo de morirse de hambre. Prefiero,
puesto que soy abogado, lo poco que me produzcan mis plei-
tos, á lo inseguro que pueda ofrecerme la literatura.
XI
L a v i s i t a do u.n a r a n a c t o r .
III
IV
VI
VII
VIII
RETRATOS A LA PLUMA.
FIN DB LA OBHA.
ÍNDICE:.
Páffs.
INTRODUCCIÓN 5
CAPÍTULO I.—Influencia perniciosa dol frac azul 13
CAP. II.—A los soñadores de provincias 24
CAP. III.—La víspera do un gran dia 31
CAP. IV. ~ Los tomates del señor marqués de Baldivia 39
CAP. V.—Un préstamo sobro un drama inédito 48
CAP. VL—Donde Klías sacude el polvo de sus zapatos, como San Vi-
cente Ferrrer 57
CAP. VIL—Donde Elias echa de menos los espejos de Venècia 67
CAP. VIII.—Ingenuidad inconveniente 78
CAP. IX.—Escenas de telón adentro 88
CAP. X.— lil cerebro y el corazón 101
CAP. XI.—Poesía nocturna 110
CAP. XII.—Enriqueta 117
CAP. XIII.—Sola en el mun-lo 12&
CAP. XIV.—Los estudiantes del café de Minerva 137
CAP. XV.—La loca de la buhardilla 147
CAP. XVI.—Los bohemios. Escenas nocturnas IñG
CAP. XVII.—Rasgos típicos 167
CAP. XVIII.—Donde Elias gasta toda su fortuna en un almuerzo 177
CAP. X I X . - E 1 primer editor do Elias 185
CAP. XX.—Cuestión de honra 196
CAP. XXL —Una musa de once arrobas 201
"700 ÍNDICB.
CAP. XXII.—Metamorfosis de un poeta 214
CAP. XXIII.—La Albufera de Valencia 221
CAP. XXIV.—Donde Elias ve por última vez á la musa del .Idear 232
CAP. XXV.—Donde Elias encuentra el cadáver de un bobemio 215
CAP. XX VI.—Un traductor, un editor y un primer actor 25(5
CA P. XXVII.—I.os anuncios teatrales y el coche do alquiler 2~2
CAP. XXVIII.—La Providencia en forma de corista de zarzuela 283
CAP. XXIX.—Noche toledana 2U
CAP. XXX.—Un encuentro inesperado 302
CAP. XXXI.—líl autor de El hombre de mundo 311
CAP. XXXII.—La lectura del drama de Elias 319
CAP. XXXIII.—Otra puerta corrada 328
CAP. XXXIV.—Rasgos típicos 339
CAP. XXXV.—San Agustín.—El Saladero.—Un presbítero 316
CAP. XXXVI.—Diez monedas de cinco duros, y diez bohemios para
una berlina ele dos asientos ¡)á(¡
CAP. XXXVII.—La pianista, el barítono y la pootfca 3(58
CAP. XXXVIII.—Las cucas 377
CAP. XXXIX.—La rifa, el rosario do la aurora y el celador de policía. 385
CAP. XL.—Una perspectiva de diez dias en el Saladero 393
CAP. XLI.—Las primeras notas de una gran sinfonía 100
CAP XLIL—151 lii uno de Riego -112
CAP. XLIir.-Una hala perdida -122
CAP. XLIV.—Momentos de terror 129
CAP. XI.V. - La poesía en mitad del arroyo 443
CAP. XLVL—Ilusiones de color de rosa, oreadas per el soplo de la
muerte 4!>1
CAP. XLVIL—Un alma que se pierde en lo infinito, acompañada de
una melodia de llecllioven 404
CAÍ». XLVIII.—Una anécdota do Sócrates 472
CAP. XLlX.—Una improvisación de la fuerza do seiscientos reales.... 4°1
CAP. L.—La luz en los ojos y la esperanza en el alma 489
CAP. LL—La gloria de bastidores 498
CAP. LII.—¡Ecce homo! 502
CAP. LIIL—ligo sum 507
CAP. LIV.—LOS editores.—El Saladero 514
ÍNDICE. 701
CAP. LV.—La Providencia en forma de billetes de Banco 521
CAP. LVI.—La ola de sangre 526
CAP. LVIL—Un amigo que so marcha al otro mundo 533
CAP. LVIII.—Donde Elias se olvida de la literatura por la caza 513
CAP. LIX.—La vida salvaje 549
CAP. LX.—Donde Elias tuvo un pensamiento provechoso 553
CAP. LXL—El libro por el teatro • 559
CAP. LXII.—Un recuerdo al eminente actor don Julián Hornea 564
CAP. LXIIL—Donde Elias enseña su fe do bautismo 583
CAP. LX1.V.—Doude continúa la narración 592
CAP. LXV.—Una madre 604
CAP. LXVI.—La pereza Gil
CAP. LXVII.-La niña enferma 621
CAP. LXVI1L—Un mal rato 628
CAP. LXIX.—Nuevos disgustos 649
CAP. LXX.—Donde continúan los disgustos 659
CAP. LXXI.—Donde se prueba que no es conveniente hablar de los
muertos 670
CAPÍTULO ÚI.T.MO.—La visita de un gran actor 683
COLOCACIÓN DE LAS LÁMINAS.
l'ágs.