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INSTITUTO DIOCESANO DE CATEQUESIS

SAN PÍO X
DIÓCESIS DE SAN LUIS

TEOLOGÍA I

APUNTES DE CÁTEDRA

El Misterio de la iglesia
La Constitución del Vaticano II sobre la iglesia (Lumen Gentium) ha de ser considerada como la
piedra angular de todos los decretos publicados. Los demás textos, incluso el de Liturgia, que
cronológicamente es anterior, se apoyan, directa o indirectamente, sobre éste.

Sus ochos capítulos se pueden reducir a cuatro binomios, caracterizados por su relación respectiva a
las notas de la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica:
1. El Misterio de la unidad Divino-Humana.
2. El Misterio de la Apostolicidad jerárquico-comunitario
3. El Misterio de la Santidad ya poseída y siempre anhelada.
4. El Misterio de catolicidad peregrinante y escatológica.

La Iglesia y la Santísima Trinidad.


Los números 2, 3 y 4 de la Lumen Gentium constituyen una unidad perfecta de doctrina y se
adentran en lo más profundo del misterio de la Iglesia. Es en la Trinidad donde la Iglesia tiene su
primer origen, donde subsiste en su vida más oculta y a donde tiene que volver en la consumación de
los tiempos.

I El Padre Eterno y su designio Universal de Salvación:


“No vayáis a creer dice Orígenes, que es únicamente desde la venida del Salvador en carne cuando
yo llamo a la Iglesia su Esposa, Ella lo es desde el nacimiento del género humano y la creación del
mundo. Más teniendo a Pablo por guía, yo descubro todavía mucho más arriba el origen de este
misterio, concretamente antes de la constitución de este mundo”. Y una oración nos recuerda;
“ Antes del origen del mundo, Señor, la Iglesia se iba sin cesar preparando en tu presencia”. El
mundo fue creado con vistas a la Iglesia. “A todos los elegidos, el Padre, antes de todos los siglos los
conoció de antemano, y los predestino ha ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea
el primogénito entre muchos hermanos. (Rom. 8, 29). Y estableció convocar a quienes creen en
Cristo en la Santa Iglesia.

La pre ordenación del Padre recorre a lo largo de las diversas fases históricas de la humanidad:
-En el comienzo del mundo la Prefiguración.
-En la historia de Israel la Preparación.
-En la era del Espíritu Santo la Institución.
-Al fin de los siglos la Consumación.

Los elegidos de Cristo no son sólo los que fueron santificados después de su venida, sino todos los
que desde la creación del mundo han visto, como Abraham, el día de Cristo y lo han saludado con
transportes de gozo divino.

Todos juntos dice San Agustín somos el cuerpo y miembros de Cristo. No solamente nosotros los
habitantes de estos lugares, sino los de todas las partes, no solamente nuestros contemporáneos, sino
¿Qué digo?....desde el justo Abel hasta el fin de los siglos, mientras haya hombres que den y que
reciban la vida, todos los que atraviesan esta existencia en la justicia…todos estos reunidos forman el
único Cuerpo de Cristo. La Iglesia que aquí prosigue su peregrinación no es más que una con la
Iglesia del cielo donde los ángeles son nuestros conciudadanos…¡Así se va haciendo la única Iglesia
la ciudad del gran Rey! Abel fue el comienzo de la ciudad de Dios. La Iglesia no estuvo ausente de
los comienzos de la humanidad: Abel fue su primer santo, también él fue inmolado en testimonio de
la sangre del Mediador que había de venir, esta sangre que un hermano impío derramara un día.

1- La Preparación
La preparación propiamente dicha de una intimidad superior entre Dios y los hombres empieza en el
mundo con la vocación de Israel y se va realizando en el Antiguo Testamento. La Iglesia existe a
título de anuncio de una plenitud que se ha de realizar por la Encarnación del Verbo. La ley Antigua
es la prefiguración, la Nueva es cumplimiento. La Ley dice San Hilario, había sido promulgada con
vistas al futuro y encerraba en sí la imagen de la verdad futura. La salvación estaba como escondida
en la Antigua Alianza y ahora resplandece en plena luz por Cristo.
Llegado lo nuevo lo antiguo queda sobrepasado. Seguir aferrado a la preparación cuando el
cumplimiento está ya realizándose, es según San Pablo el error y la desgracia del judaísmo, se había
presentado ya en imagen, pero esta imagen se ha desvanecido ya cuando llegó la verdad.

En estas primeras fases ( prefiguración y preparación), debemos notar que el esbozo constituye ya
una cierta realización, sin la cual sería imposible extender la voluntad divina de salvación universal a
la generaciones anteriores a Cristo.

La Iglesia es la única capaz de procurar la salvación, su influencia se ejerce antes de su institución


completa y definitiva, del mismo modo que actualmente, desborda los límites de su área visible.

2- La Institución
La Institución propiamente dicha de la Iglesia, lo mismo que su revelación, se realizan por la efusión
del Espíritu Santo.

3- La Consumación
La única fase que queda por venir es la de la consumación de la gloria, cuando llegue el momento
del triunfo definitivo.

He aquí como aparece el Padre en el origen de la Iglesia, y como a esta retorna, finalmente al Padre,
de donde salió. Visión grandiosa, en la que toda la historia Sagrada, con su predestinación en Cristo
y su retorno al Padre aparecen dando unidad histórica y teológica a todas las fases por las que va
pasando la Iglesia.

Con este desarrollo de fases en que el decreto del Padre se va realizando, éste aparece al principio y
al fin de la Iglesia con sus características de primer principio de la Trinidad y último fin al que el
Hijo por el Espíritu Santo conduce todo el orden del universo elevando en Cristo a ser Iglesia.
Se atribuye por eso al Padre: el consejo, el decreto, la elección, la llamada o vocación. El mismo
nombre de Ecclesia viene de con-vocación, de asamblea reunida porque ha sido llamada a reunirse
por el Padre. La Iglesia es entonces la asamblea de los llamados por el Padre a ser reunidos en el
Hijo y por el Hijo y así poder recibir el Espíritu Santo.
Durante su militancia en la tierra su estatura es aún imperfecta, sólo en parte la Iglesia realiza su
definición.

II El Hijo su Misión y su Obra

Al Hijo pertenece poner en ejecución el plan de salvación de su Padre. Este es el motivo de su


misión. El punto de partida de esta misión es el amor que inspira al Padre el predestinarnos
desde toda la eternidad a la filiación divina por nuestra unión con el Hijo por excelencia.
Vino por tanto el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la creación del
mundo y nos predestino a ser Hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en El todas
las cosas.

La Sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo, simbolizan el comienzo y crecimiento
de la Iglesia. Y yo cuando fuera levantado en la tierra, atraeré a todos a mí.la crucifixión es una
elevación, que preludia, aquí en la tierra, su triunfo al menos para los que tienen fe, así todos
son atraídos.

La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la


cruz, por medio del cual Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.
Y al mismo tiempo, la unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está
representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico.

III El Espíritu Santo, la Santificación de la Iglesia

El Espíritu Santo es ante todo enviado, de ahí que todas sus funciones haya que entenderlas
como una misión que recibe del Padre y del Hijo: Yo regaré al Padre y os enviaré otro Paráclito,
que permanecerá con vosotros para siempre,… Cuando viniere el Paráclito que yo os enviaré
desde el Padre. (Jn. 15, 26)

El espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo, así se comprende que el Padre haya
decretado que la misión plena del espíritu Santo no pudiera verificarse sino cuando el Hijo ha
sido plenamente justificado por la glorificación de su humanidad. Así dijo el Señor; Os conviene
que yo me vaya, porque si no me fuere el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me fuere os lo
enviaré. (Jn. 16, 7)

El Espíritu Santo ha sido enviado a fin de Santificar la Iglesia. El es el espíritu de vida, como una
fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Existe una profunda simbiosis: Espíritu
santo-Iglesia, así lo recuerda el credo: Creo en el Espíritu santo, la Santa Iglesia. Santo-Santa. La
iglesia es Santa por el espíritu que la anima.

La tradición cristiana también a atribuido al Espíritu Santo la función de vivificar no solamente


las almas, sino también los cuerpos, siguiendo a san Pablo; Porque si el espíritu del Padre que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, El mismo resucitará vuestros cuerpos
mortales a causa del espíritu que habita en vosotros. (Rom. 8, 11)

El cuarto concepto fundamental en la vida cristiana es el de inhabitación. No sabéis que


vuestros miembros son templos del espíritu Santo que está en vosotros y que habéis recibido
de Dios, no siendo ya vuestros.

La Iglesia custodia infaliblemente la verdad recibida y esto no por propia virtud, sino en virtud
de la asistencia del Espíritu Santo.

La función del Espíritu Santo en la Iglesia no consiste en aumentar las verdades, estas ya han
sido entregadas por Cristo, y el mismo Cristo dice refiriéndose a esta doctrina, que el Espíritu
Santo lo recibirá de El. La función del Espíritu Santo, es pues, la de asistir infaliblemente a la
Iglesia para que guarde fielmente e interprete sin posibilidad de error el depósito de la
revelación que le confió Cristo.

El Espíritu Santo unifica a la Iglesia de dos modos: en el orden exterior del ministerio y de la
jerarquía y en el orden interior de la comunicación de la gracia.

El Espíritu Santo es quien provee a la Iglesia con la donación de carismas, de dones y de frutos.
Distintas operaciones realizadas por un solo Espíritu. (Icor. 12, 4)

Su presencia produce en la iglesia una perennidad siempre joven. Así lo decía San Ireneo; De la
Iglesia recibimos la predicación de la fe y bajo la acción del espíritu de Dios, la conservamos
como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad, licor que se rejuvenece y hace
rejuvenecer incluso el vaso que lo contiene. La iglesia es gracias al Espíritu Santo, una
institución permanente, pero sin envejecimiento alguno.

El espíritu santo clamo en nosotros Abba Padre, como conoce nuestra debilidad, está
sosteniendo la Iglesia para que sepamos orar como se debe. Hasta que finalmente, llegado el
tiempo de la Parusía, vuelve insistentemente a clamar con los mismos gemidos inenarrables;
Ven Señor Jesús. (Apoc. 22, 17)

Cuando San Juan, en esta última página del Apocalipsis une al Espíritu con la Esposa, la Iglesia,
en este supremo clamor: Ven, no hace más que recapitular toda la doctrina sobre la acción
continua, potente y eficaz del espíritu Santo sobre la Iglesia, en su origen, en su desarrollo y
en su consumación en la gloria.

Los cuatros primeros parágrafos de la Lumen Gentium termina con un recuerdo tan denso
como conciso de este hecho, La Iglesia Fruto de la Trinidad. La expresión es de San Cipriano; La
iglesia es el pueblo unificado que participa en la unión del padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La unidad de la Iglesia no se puede comprender sin la Trinidad.

Dice San Juan Damasceno, creemos pues, en la Iglesia de Dios, Una, Santa, Católica y
Apostólica, en la cual recibimos la doctrina, conocemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y
somos bautizados en le nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo.

Cuando sobre la base de la sagrada Escritura, los primeros teólogos y luego los grandes
escolásticos fundaron su doctrina de la Creación saliendo de Dios y volviendo a El, pusieron
expresamente este ciclo en relación con las personas divinas. El influjo vital brota del Padre,
como de su fuente, hacia el Hijo, y por éste hacia el Espíritu que une Padre e Hijo en una
común caridad.

Tertuliano dirá de la Trinidad que es la sustancia de la Iglesia, añadiendo que donde están los
tres.... allí está la iglesia.

La iglesia Sacramento de Cristo

Definimos usualmente sacramento, como signo sensible eficaz de la gracia, y entendemos así
a los siete sacramentos.

El signo sensible nos abre camino a lo espiritual tomando nuestra mano carnal. desde un orden
de cosas que están en nuestro poder, saltamos a otro orden totalmente imprevisto.

Desde la calle oímos los acordes de una sonata de Mozart e inmediatamente pensamos en las
personas que, detrás de la pared la ejecuta. Nuestra vida es un bosque de signos, palabras,
gestos, objetos, personas, se cruzan en nuestro trajín cotidiano, con el extraño poder de
llevarnos a nuevas realidades.

Lo propio del signo es conducir a otra cosa que a sí mismo.


El sacramento es signo sensible eficaz de la gracia, santifica a los hombres. En realidad todo
signo tiene cierta eficiencia, cuando miro una foto de mi madre, este signo tiene una
verdadera eficacia, me trae un recuerdo querido.

Pero la operación se realiza en un orden estrictamente psicológico, emocional e intencional.


La eficacia del sacramento es tan absolutamente real como su presencia sensible, el bautismo
lava los pecados efectivamente, no sólo simboliza esa purificación sino que también la realiza.

Cristo Sacramento del Padre

Estás característica del sacramento, se realizan de un modo especialísimo cuando se trata de


Cristo, el gran sacramento del Padre. Cristo es el sacramento original, el sacramento por
eminencia.

Dice un teólogo contemporáneo; Jesucristo en su Encarnación, en su vida culta y pública, en su


muerte en Cruz y en su Resurrección es el Sacramento Original y quien lo administra es Dios-
Padre, mientras la gracia salvífica otorgada por el sacramento es el Santo Espíritu de Dios.
San Agustín Había escrito no hay otro sacramento de Dios sino Cristo.
Cristo es el Verbo de Dios hecho carne. Por la carne llegamos al Verbo, ya tenemos claramente
el carácter de signo. Palabra de Dios descubre a la Trinidad, pero al mismo tiempo la en-cubre
bajo el velo carnal: A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único que está en el seno del Padre,
ése nos lo ha dado a conocer.

Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro (Jn. 5, 37) Aquel que ha
venido de Dios ha visto al Padre (Jn. 6, 46) Porque nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt. 11, 27) Quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn. 14, 9)

Exhaustivamente subraya San Pablo el puesto sacramental de Cristo en la obra salvífica de Dios:
Por Cristo Dios nos escogió antes de la creación del mundo, por Cristo nos ha predestinados a
ser hijos suyos adoptivos. En Cristo por su sangre logramos la Redención y el perdón de los
pecados, En Cristo se propuso restaurar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, por
Cristo hemos sido predestinados...

En Cristo fuisteis Sellado con el Espíritu Santo (Ef. 1, 3-14)


En Cristo se manifiesta la gracia salvadora de Dios. Su humanidad es el instrumento unido a la
divinidad, su presencia visible nos lleva al amor de lo invisible.
Cristo aparece así como el sacramento efectivo de todo el plan salvífico.

La iglesia Sacramento de Cristo

Cristo, sacramento único del Padre, por su resurrección y glorificación, se hizo invisible a fin de
enviar el Espíritu Santo. Por el Espíritu Santo, Cristo glorioso sigue presente en el mundo. Su
presencia se hace histórica y sensible por medio de la Iglesia y de los signos sacramentales que
ella contiene. La Iglesia como plenitud de Cristo por ser su Cuerpo y su Esposa es la
continuación terrestre de Cristo glorificado, Sacramento originario.

Así como Cristo prestó un cuerpo a Dios para consumar la redención, así también la Iglesia
ofrece un cuerpo a Cristo para continuar su Encarnación durante toda la historia.
El Verbo sigue haciéndose carne cotidianamente en la iglesia y ésta, como Cristo va de agonía
en agonía y de resurrección en resurrección, testimoniando el principio interior que la hace ser
lo que es.

La iglesia es por consiguiente, Cristo que sigue viviendo, Cristo perene. Esta es la verdad que
derribó a Saulo del caballo, “.Yo Soy Jesús, a quien tú persigues.”
Varias veces señala la constitución Lumen Gentium esta realidad: La iglesia es en Cristo como
un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano. L.G. nº 1 Dios formó una congregación...y la constituyó Iglesia a fin de que
fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera L.G. nº 9.
La Iglesia es sacramento de Cristo por su realidad misma divina-humana.

Cristo el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa,


comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la
verdad y la gracia a todos.

Más la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo, la asamblea
visible y la comunidad espiritual, la iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes
celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una
realidad compleja que esta integrada de un elemento humano y otro divino. L.G. nº 8.
Se equivocarían gravemente lo que intentaran separar una Iglesia carismática o la Iglesia del
Espíritu, que sería la verdaderamente fundada por Cristo, de otra Jurídica o institucional, la
Iglesia del derecho, que sería obra de los hombres y simple efecto de contingencias históricas.
Sólo lo hay una Iglesia. Cristo fundó una sola Iglesia; visible e invisible, con un cuerpo
jerárquico y organizado, con una estructura fundamental de derecho divino, y una íntima vida
sobrenatural que la anima, sostiene, vivifica.

Estos elementos humanos y divinos, están unidos intrínsecamente, simplemente yuxtapuestos


no engendrarían ninguna unidad. Aquí en cambio estamos en presencia de una unión
indisoluble que puede ser comparada, a justo título, al misterio de la Encarnación del Verbo.

Con esto abordamos un tema de teología de insondable belleza, el paralelismo entre la unión
hipostática y la realidad divino humana de la iglesia. Dice Lumen Gentium:
Por eso se la compara a la Iglesia, por una notable analogía, al misterio del Verbo Encarnado,
pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como el instrumento vivo de
salvación único indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia
sirve al Espíritu Santo, que vivifica para el acrecentamiento de su cuerpo.

Como en Cristo hay dos naturalezas la humana y la divina, análogamente, podemos referirnos
al existencia en la Iglesia de un elemento humano y un elemento divino. A nadie se le oculta la
evidencia de esta parte humana. La Iglesia, en este mundo, está compuesta de hombres y para
hombres y al decir hombres es hablar de posibilidad de grandezas y de mezquindades, de
heroísmos y claudicaciones.

Si admitiéramos sólo esta parte humana de la Iglesia no la entenderíamos nunca, porque no


habríamos llegado a la puerta del misterio.

Todos nosotros aunque seamos muchos formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos
recíprocamente miembros los unos de los otros. (Rom. 12, 5) ¡Qué luminosa es nuestra fe!
Todos somos en Cristo, porque El es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia.

Dice San Agustín; Y desde entonces Cristo entero esta formado por la cabeza y el Cuerpo,
verdad que no dudo que conocéis bien. La Cabeza es nuestro mismo salvador, que padeció
bajo Poncio Pilato, y ahora, después que resucitó de entre los muertos, está sentado a la
diestra del Padre. Y su cuerpo es la Iglesia. No esta o aquella Iglesia, sino la que se halla
extendida por todo el mundo. ni es tampoco la que existe entre los hombres actuales, ya que
también pertenecen a ella los que vivieron antes que nosotros y los que han de existir después,
hasta el fin del mundo. Pues toda la Iglesia, formada por la reunión de los fieles son miembros
de Cristo, posee a Cristo por Cabeza, que gobierna su cuerpo desde el cielo. Y, aunque esta
cabeza se halle fuera de la vista del Cuerpo, sin embargo, está unida por la unidad.

Un gran pensador contemporáneo dice; La Iglesia no es una institución imaginada y construida


por los hombres, sino una realidad viva. ella vive todavía a través del tiempo, se desarrolla
como todas las realidades vivas, cambia, y sin embargo, en su realidad más profunda, es
siempre la misma y su núcleo más íntimo es Cristo. Mientras sigamos considerando la Iglesia
sólo como una organización, como un aparato burocrático, como una asociación, no tomamos
frente a ella una postura justa. La Iglesia, en cambio, es una realidad viva, y nuestra relación
con ella debe ser también vida.

no se puede separar la Iglesia visible de la Iglesia invisible. La Iglesia es a la vez, cuerpo místico
y cuerpo jurídico. por el hecho mismo de que es cuerpo, la Iglesia se discierne con los ojos,
enseño león XIII. En el cuerpo visible de la Iglesia, en el comportamiento de los hombres que lo
componemos aquí en la tierra, aparecen miserias, vacilaciones, traiciones. Pero no se agota ahí
la Iglesia, ni se confunde con esas conductas equivocadas, en cambio, no faltan aquí y ahora,
generosidades, afirmaciones heroicas, vida de santidad que no producen ruido, que se
consumen con alegría en el servicio de Dios y de los hermanos en la fe y de todos los hombres.
Incluso en el caso, en que, las claudicaciones superasen numéricamente las valentías, quedaría
aún esa realidad mística, clara, innegable, aunque no la percibamos con los sentidos, que es el
Cuerpo de Cristo, el mismo señor Nuestro, la acción del espíritu Santo, la presencia amorosa
del Padre.

La Iglesia es por tato inseparablemente humana y divina.


Es sociedad divina por su origen, sobrenatural por su fin, y por los medios que próximamente
se ordenan a ese fin, pero en cuanto se compone de hombres, es una comunidad humana.
Vive y actúa en el mundo, en comunión con todos los hombres que ya desaparecieron y que se
purifican en el Purgatorio, Iglesia Purgante, o con los que gozan ya de la visión beatífica, Iglesia
triunfante, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí, y
al mismo tiempo trasciende la historia, su fin y su fuerza está en el cielo.

La Iglesia por ser sacramento de Cristo, es una realidad sensible y misteriosa a la vez. De tal
manera es sensible que da pie para la elaboración de una sociología y de una verdadera
historia eclesiástica, con fechas y estadísticas. Como auténtica sociedad se rige por un derecho
público, derecho canónico, similar a otros derechos. Pero es también una realidad misteriosa,
porque su sentido no se agota en números y cálculos humanos. La Iglesia es en sí misma un
Misterio.

El que mira a la Iglesia con ojos nublados por la materia, acaba por negar uno u otro aspecto
de los que la integran, eliminando así su valor sacramental. Algunos niegan el elemento divino,
como en Cristo niegan la Persona divina del Verbo, y dejan en ella sólo el aspecto humano.
Otros quisieran que la Iglesia fuera puramente espiritual, y para ellos toda exterioridad es
sacrílega, de ese modo vacían el Misterio mediante la destrucción de su realidad terrena. La
ortodoxia consiste precisamente en mantener las dos verdades, no mitigando una y resaltando
la otra, sino abrazando las dos, a semejanza de lo que sucede en Cristo, quien no es mitad
hombre y mitad Dios, sino ambas cosas por completo, íntegro y verdaderamente hombre,
íntegro y verdaderamente Dios.

Ser simultáneamente signo y causa de la gracia constituye la esencia misma del sacramento o
del misterio, signo visible de la fuerza divina invisible.
El credo hacemos profesión de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. No hay ninguna otra,
y toda tentativa de disyunción entre la comunidad de gracia y caridad y la sociedad
jurídicamente estructurada ha de ser rechazada. Esta Iglesia se encarna concretamente en la
sociedad dirigida por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.

Dice también el Concilio Vaticano II; Es característico de la Iglesia, ser a la vez humana y divina,
visible y dotadas de elementos visibles, entregada a la acción, presente en el mundo, y sin
embargo peregrina, todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a
lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura
que buscamos.

Los Padres en el último Sínodo extraordinario destacaron la necesidad de enseñar en este


aspecto: “La Iglesia es un Misterio, y este Misterio hunde sus raíces en el Dios trinitario.
La Iglesia en tanto comunión con Cristo, irradia la comunión de la Trinidad. Su misión es ser
sacramento de Dios para conducir a toda la humanidad a la unión con Dios”.

Es necesario, dijo el Cardenal Ratzinger, enseñar a comprender de nuevo la Iglesia como


Misterio, esto es en su ser un instrumento de salvación, que no es obra de los hombres, sino
que proviene de Dios y preexiste al hombre mismo.... El Concilio promulgó sus documentos en
un momento en que se asistía a un proceso de progresiva pérdida de sentido de lo sagrado.
Hoy resurge de nuevo el sentido de lo sacro, pero existe el peligro de que los hombres lo
busquen fuera de la Iglesia, si la Iglesia no sabe mostrar el esplendor de su Misterio.”

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