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Denis Diderot |1

Universidad de El Salvador

Facultad Multidisciplinaria de Occidente

Departamento de Ciencias Sociales Filosofía y Letras

Departamento de Letras

Tema: Guía de Género Ensayo Aplicada a la Obra “Carta Sobre los Ciegos Para Uso
de los que Ven” de Denis Diderot

Cátedra: Estudios Culturales II

Lic.: Roberto Gutiérrez

Estudiante: Carnet:

Mendoza Turcios, Katherine Gabriela MT13009

Martes 14 de abril del 2020


Denis Diderot |2

“Carta Sobre los Ciegos Para Uso de los que Ven” de Denis Diderot

Guía de Género Ensayo

Grupo #11
Denis Diderot |3

I. Preliminares

Identificar y contextualizar la obra


Carta sobre los ciegos para uso de los que ven cuyo título original en francés es “Lettre
sur les aveugles à l’usage de ceux qui voient” es un ensayo de Denis Diderot publicado por
primera vez en Londres en 1749. Se trata de un escrito filosófico en formato de carta en el
que por primera vez el autor sostiene una posición claramente materialista y atea. Aunque
no aparece el nombre de la mujer destinataria de la carta, se supone que se trata de la
escritora feminista Madeleine de Puisieux con quien Diderot sostuvo una relación amorosa
entre 1745 y 1750, seguida de una larga amistad y correspondencia hasta más allá de 1768.
El tema de la ceguera, en torno al cual se construye la argumentación filosófica
desarrollada en este ensayo, no es en absoluto original de Diderot y fue tratado repetidas
veces en el «siglo de las luces». El texto de esta carta se estructura en tres partes. Diderot
comienza relatando su visita al ciego de Puisaux, cuya ceguera es de nacimiento. La
segunda parte de la carta se dedica a analizar el caso del matemático Nicholas Saunderson,
un destacado profesor de Oxford e inventor también ciego. En la tercera y última parte,
reflexiona y toma posición en el debate acerca del problema de Molyneux.
Además de ser una carta enjundiosa en su contenido filosófico y con proposiciones
juiciosas sobre aspectos de la física, la moral y la metafísica de la ceguera, Diderot logra en
este ensayo una solución más exacta, más precisa, y al mismo tiempo más general al
famoso problema de Molyneux, que las que habían expresado Hobbes y Condillac. Sin
embargo, lo que escandalizó a la censura religiosa es el relato de que Saunderson, ciego de
nacimiento, rechazara escuchar las palabras del sacerdote en el lecho de muerte por
considerarlas algo completamente ajeno a sus percepciones.
Esto, unido a la postura materialista defendida en todo el ensayo, hizo que el escrito se
considerara una escandalosa y manifiesta postura ateísta de Diderot y le costó que se dictara
una orden de detención en su contra. Fue conducido a la Bastilla, donde permaneció
encarcelado tres meses y diez días. Durante 29 días se lo mantuvo incomunicado, sin libros,
lectura ni luz y sometido a apremiantes interrogatorios. Finalmente, y debido a que el
gobierno aprobaba la edición Encyclopédie, cuya impresión estaba retrasándose por causa
de la detención de Diderot, fue puesto en libertad.
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II. Nivel inmanente

1. Cuál es el asunto de la obra:


En su curiosa Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, Diderot le cuenta a una
dama ilustrada los últimos avatares de un problema filosófico sobre la experiencia de los
sentidos. Varias preguntas pueden vincularse a la tradición del problema: ¿cómo sentimos?;
¿qué relaciones hay entre nuestros sentidos y las ideas que formamos?; si tuviéramos más o
menos sentidos, ¿pensaríamos de otra forma, con otras ideas?; ¿puede una idea ser lo
contrario de una imagen?
Sin embargo, la ficción de la carta, su intensidad narrativa se impone por largos pasajes
a la discusión filosófica. El mundo de los ciegos se describe como una experiencia vital sin
imágenes que, precisamente, se trata de imaginar. Los ciegos ilustrados, e incluso geniales,
cuyas existencias cotidianas analiza Diderot, son enteramente consecuentes con las
experiencias que han vivido. Así, algunas normas morales pueden ser una abstracción para
ellos, como el cubrirse el sexo, ese punto extremo que el máximo impudor no puede
transgredir en alguien dotado de vista.
El ciego no se ve desnudo. Esa posibilidad de la desnudez absoluta, que llega en la
experiencia ciega más allá de las críticas radicales del pudor social, anuncia otras
destituciones de la moral, otros alegatos contra las mociones vulgares de orden heredadas
como tradición. Entonces llegará el punto álgido de la carta de Diderot, cuando un ciego
filósofo, el más lúcido de todos, habrá de mostrar, con lógica y retórica impecables, la
inexistencia o al menos la innecesaridad de la existencia de Dios. La exaltación de ese
pasaje, que pretende ser una cita traducida, le valdrá al autor tres meses de cárcel por su
“fanatismo”.
Ese ciego matemático y geómetra, que dicta clases de óptica por pura deducción, que
se ha fabricado instrumentos de cálculo para ser usados mediante el tacto, dialoga con un
sacerdote poco antes de morir y se niega a aceptar el consuelo religioso que le ofrecen. Si
es evidente la belleza del mundo, sus maravillas, todo el prodigioso orden que reina en el
universo, argumenta el sacerdote, ¿cómo no va a existir un autor de la naturaleza? y dada la
perfección de la mente humana, que puede comprender tales leyes naturales, ¿cómo pensar
que no haya una inteligencia superior en su origen y dándole un sentido más allá de la
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muerte singular? A lo cual el ciego contesta: el orden es una apariencia; los prodigios sólo
existen porque son visibles; el hombre mismo es una anomalía que logró persistir por obra
del azar.
Ahora, todo adquiere un aspecto de orden porque sólo vemos la persistencia, la
reproducción de ciertas formas vivas que alcanzaron un precario equilibrio. Pero el origen
de cada especie es una pléyade de monstruos, entes destinados a la extinción por fallas que
el azar produce y luego sentencia con idéntica arbitrariedad. Como dice uno de los
epicúreos pastores de Virgilio en las Bucólicas: rara per ignaros errent animalia montis
(“por montes ignotos vagan animales raros”). Y todo animal en su origen es “raro”, cada
especie es una rareza detenida, casual a pesar de que perdure. No hay un plan en el
universo.
El ciego geómetra despliega una mecánica de los átomos inspirada en Lucrecio. Habría
combinaciones y dispersiones de elementos básicos; y la posibilidad de que algunas
combinaciones, formando cuerpos, subsistan o desaparezcan no obedece más que a las
condiciones de cada caso y a la mecánica de un movimiento incesante. ¿Qué es el mundo,
entonces, este mundo de belleza aparente donde la mirada se hipnotiza? Nada más que un
orden momentáneo, un precario equilibrio, una suspensión ilusoria del movimiento infinito
que lleva toda cosa a su destrucción.
El sacerdote, los amigos, la familia del ciego lloran al ver su desesperación absoluta.
Pero no espera, precisamente, nada, de allí su completa tranquilidad. Todavía en el presente
es posible pensar la monstruosidad del origen. Yo mismo, dice el ciego, soy una de esas
anomalías, uno de esos monstruos, fallas en la apariencia de un plan que sólo la pequeñez
humana puede soñar. Porque el momento culminante de la argumentación del ciego se
alcanza con la perspectiva de la mosca, por llamarla de algún modo. Para una mosquita de
la clase de las efímeras, emblema de lo fugaz, que sólo vive un día, cualquier ser, algo,
digamos un hombre, al que viera durante toda su existencia, al que habrían visto también
sus ancestros y al que fueran a ver luego sus descendientes, si imaginamos que las moscas
pudieran transmitirse sus observaciones de generación en generación, necesariamente
concluiría que se trata de un ser eterno, una especie de Dios.
Y la pobre vida mortal, un individuo miserable y destinado a un final próximo quedaría
instalado como lo divino, el universo, el orden permanente. Pero somos esa mosca, creemos
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en la persistencia de las moscas, en la posibilidad de que el mundo permanezca. Si ya es


difícil conciliar la verdad del movimiento incesante, la entropía destructiva de la materia,
con las vicisitudes de la historia humana, con los testimonios del arte o la estructura de las
sociedades, más aún habrá de ser indemostrable que una providencia vele por este enjambre
azaroso de vidas momentáneas. El hombre es una imposibilidad que el azar hizo posible.
En cierto sentido, azar puede ser un nombre de Dios, como ya en los atomistas
antiguos podía intuirse, pero con atributos radicalmente distintos a los que acuñara el
cristianismo. En principio, desde el punto de vista de la casualidad, dentro de la materia
informe que origina todas las formas en que permanece por un sistema de ensayos y
errores, no es posible imaginar una simetría buscada, un orden visible que terminara siendo
la imagen de un destino moral para la naturaleza. El ciego afirma, en cambio, que no hay
orden, y si lo hubiera, si es cierto lo que los ojos de los otros atestiguan y no se engañan
como por un espejismo, eso no implica que responda a un plan, que su fuente sea algo más
que el caos del origen precipitándose y alcanzando algunas formas perdurables por la
inercia indetenible de sus elementos.
Pero de alguna manera, usando las imágenes de Lucrecio, el ciego de Diderot dice otra
cosa. En lugar de la ataraxia, la distancia desapasionada ante la vanidad de un movimiento
sin sentido y sin dioses, la meta del geómetra que agoniza es relativizar los prejuicios,
permitir una crítica de los fundamentos de toda moral, que se revela entonces como puro
arbitrio histórico, pura herencia, y se desprende así de cualquier intento de naturalización.
Lo que Diderot arroja al abismo de ese magma de corpúsculos sin inteligencia suprema es
el carácter tradicional del poder clásico, las leyes “naturales” de la monarquía y la religión.
Al menos esta fue la lectura de los censores que lo mandan encarcelar, y que no tomaron en
serio las disculpas del autor ni las observaciones que hace sobre lo insólito de las
deducciones de su personaje.
¿Qué sabe el ciego, more geometrico, más allá de la discusión ilustrada acerca del
sensualismo, es decir, acerca de si las ideas se forman exclusivamente o no por obra de las
sensaciones? Quizás sepa que la sustancia existente no es más que una, como quería
Spinoza, sólo que esa unidad no se ajusta a las categorías del entendimiento, desconoce las
modalidades de la extensión y el pensamiento. Además, esa sustancia única, ilimitada y de
infinitos atributos, tiene una dinámica nihilista, por así decir, se mueve contra todo aquello
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que quiere perseverar en su ser. De todos modos, el punto en común es que un Dios
separado de esa sustancia se vuelve impensable.
Sin embargo, el ciego de Diderot tiene otra experiencia, aparte de su materialismo,
llamémosla una experiencia de lo invisible. Si los que ven la extensión del mundo pueden
engañarse con las apariencias, pueden llegar a creer que están ante la obra de un
pensamiento supremo, que se revela en la belleza y las ilusiones ordenadas de lo natural, el
ciego, que sólo conoce lo tangible, puede palpar el oscuro germen de destrucción que
acecha en cada objeto o ser vivo. La arcilla se deshace entre las manos. Cualquier cambio
de lugar nos pone en otro mundo. La piel suave se marchita y los cuerpos con los que ayer
conversábamos tienen hoy la rigidez de los cadáveres.
El ciego, monstruo profético que viene a anunciar una verdad que todos saben pero que
es imposible aceptar, expresa la resignación definitiva del deseo. Claro que antes ha vivido,
ha soportado su invalidez, ha amado, ha enseñado. Lo rodean en su agonía los amigos, los
hijos. Pero ahora, después de haber superado mil obstáculos, haber inventado formas de
calcular con el tacto, llegando a transformarse en un matemático célebre, ¿qué consuelo le
vienen a ofrecer? Aceptemos la nada, dice, seamos moscas felices de afanarse en sus
búsquedas efímeras.
Que Newton crea en un Dios legislador y regente, autor de reglas matemáticas, el ciego
sabe que el mundo sólo respeta las leyes que el observador formula. Le asombra a Diderot
que el verdadero ciego, el matemático histórico y no su elocuente personaje, diera lecciones
de óptica. En efecto, las leyes del cálculo se lo permitían, el resto era salvar los fenómenos.
¡Lástima que sólo los fenómenos pueden convertirse en experiencia, como las moscas y la
putrefacción!
Contra la perspectiva habitual, casi prejuiciosa, que define a los ciegos por aquello que
les falta, y que se prolonga en nuestro eufemismo de llamarlos “no videntes”, Diderot
procura pensar la interioridad mental de un ser que nunca ha gozado de la vista, la riqueza
de sus percepciones, lo que escucha, lo que toca y lo que huele. Así, el problema abstracto
de Locke y Condillac, que formulaban su pregunta sobre los cuerpos geométricos como si
un ciego de nacimiento que adquiere la capacidad de ver fuera un autómata, una máquina
registradora de percepciones independientes entre sí, se convierte en Diderot en una
rapsodia que recorre diferentes vidas.
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El que ve no define al que no ve como un término marcado a su negación, sino que


cada ciego, en su particularidad, se afirma en sí mismo, como existencia distinta. Y en el
caso de un ciego filósofo, que se necesitaría para resolver el problema del sensualismo y las
ideas verdaderas, esa existencia afirmativa va a poder pensar y compartir una amplia zona
del saber con cualquier otro, como el geómetra del que venimos hablando. Pero esa verdad
de una experiencia, cualesquiera sean los sentidos a través de los que se haya formado, no
se limita a la abstracción matemática, sino que obtiene de ella un método para razonar y
deducir una visión general de las cosas a partir de algunos datos.
Cuando el geómetra ciego pone el ejemplo de la mosca, minando así la concepción
humanista del tiempo que les da un sentido a las vidas en la historia —sentido que no puede
dejar de ser religioso—, construye una figura donde el insecto insignificante es también un
“ser interior”, una analogía de la mente. El mismo Diderot por momentos parece
describirnos la experiencia ciega como una especie de interior forrado, con mejor acústica
que el de los videntes, y con ciertas cualidades que permiten desarrollar otro tipo de
pensamiento. Los muebles, adornos, instrumentos de medición, mapas, entran a la casa de
la mente a través de las ventanas de los sentidos.
Pero Diderot, con su desfile de ciegos nada patéticos, parece intuir que hay algo más
allá de las sensaciones. Parece admitir que la casa misma tiene una estructura previa a todo
amoblamiento. Desde Platón a Descartes, se pensó que eran las ideas, algunas, o la
capacidad de formarlas o reconstruirlas a partir de huellas indelebles, divinas. Diderot,
cuando señala la necesidad de un lenguaje de signos para los sordomudos, o las ventajas de
que el geómetra hubiese hallado un sistema de notaciones matemáticas para ciegos en lugar
de tener que inventarlo, delata sin llegar a expresarlo que la casa es lenguaje. Los ciegos
entonces, fuera de las diferencias en el tapizado de las paredes y en la disposición de las
aberturas, son nuestros semejantes, y tienen mucho que decir sobre las relaciones entre las
palabras y las sensaciones.
Por otro lado, los ciegos, con su conducta que no se deja guiar por el aspecto, los
indicios de clase, la ropa y la belleza, apuntan hacia una utopía igualitaria, tanto en lo social
como en el ámbito del pensamiento. Por supuesto, no es más que una idealización
momentánea de Diderot, pero todo ideal político en ese tiempo prerrevolucionario era
igualmente una meta inalcanzable que se tomaba como modelo. En cuanto a lo pensable,
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Diderot afirma que un ciego siempre será más realista, tenderá menos a postular la
existencia de seres invisibles, puesto que la invisibilidad es ya una condición para él,
mientras que lo existente debe poder tocarse.
El vidente muchas veces se engaña, cree en cosas que aparecen y desaparecen, juega al
fort-da con lo que desea y que antes era puro tacto. Lo visto asume así el estatuto de
evidencia, como si no pudiera desaparecer en un instante. Mientras que el ciego palpa, se
aferra a la materia, construye una utopía dentro del extraordinario ímpetu con que Diderot
establece continuidades, ideas e imágenes alternadas y mutuamente consecuentes. La
fórmula de esa utopía reza: pensar con las yemas de los dedos, no pintar imágenes
conceptuales en pizarrones de la mente.
Pero el materialismo del joven Diderot, que encuentra en las matemáticas un suelo
consistente y que puede sobrepasar el nivel primario de la idea-sensación, se verá matizado
con el tiempo, sin olvidar la prudencia que lo obliga luego a hablar de manera más
solapada. Aunque no se desentiende del problema de los sentidos y de cómo se forma la
experiencia a partir de ellos, cuando en su vejez le añade un suplemento a la Carta sobre los
ciegos el tono es muy distinto.
La joven ciega, cuya vida cotidiana y cuya educación nos cuenta entonces Diderot,
parece un emblema de la unicidad. El misterio de esa chica, su carácter, su alegría, su
belleza, se esconde más allá de la ceguera que determinó su vida. Ya no asistimos a una
serie de ejemplos, que apenas se esbozan para anularse en rápidas enumeraciones, sino que
el ejemplo de una ciega en particular se transforma en un caso excepcional. La muchacha
ciega es un ejemplo para todos. El afecto con que Diderot la recuerda, muerta en plena
juventud, se trasluce en una serie de anécdotas que parecen reforzar su temprana refutación
de una afirmación de Condillac.
Este había dicho, en el límite de su reducción de toda experiencia a la percepción de
los sentidos, que el hombre siente alegría o dolor por simple contraste. Entonces, si una
vida humana estuviera en un perpetuo sufrimiento y no conociera otra sensación que el
dolor, ese desdichado ser no podría saber que lo es. Tampoco una vida de alegría
ininterrumpida podría ser reconocida como felicidad. Diderot, tras elogiar la retórica de una
de sus principales fuentes filosóficas, se niega a aceptar esas conclusiones. No, dice, ante la
vida entera de sufrimiento, aun sin conocer la alegría o la mera ausencia de dolor, uno
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podría matarse, darle un final cuya simple idea ya se encuentra más allá del infierno
conocido.
Incluso, la noción de un estado anterior, fuera de la memoria y de la conciencia,
también serviría como negación del padecimiento actual. Y al revés, una vida de completa
alegría no sería indiferente. No vinimos al mundo a sufrir, dice Diderot, ni todo lo que nos
complace va a ser pagado con dolor para poder ser percibido. El dolor existe, pero no es
fatal, es una condición que puede reducirse. Y la alegría o el placer son los orígenes de todo
pensamiento que construye algo.
La formación de la muchacha ciega entonces, que por el placer de saber se dedica a las
matemáticas o a la geografía, que por la alegría de escuchar se consagra a la música, es una
prueba de que la existencia puede ser dichosa. La única infelicidad sería no existir, y esa
posibilidad, que me ofrece como espectáculo la muerte de alguien, de otro que yo no soy,
vela con cierta melancolía la mirada del anciano Diderot cuando piensa en la joven ciega y
en sus potencialidades truncadas. ¡Todo lo que hubiera podido hacer, lo que hubiese podido
ser, con tanta energía, tanta necesidad de aprender! Pero enseguida la perspectiva se
invierte: ¡lo que hacía, lo que era, la energía misma que vivía en ella, en su mundo
sonorotáctil sin imágenes pintadas en la mente! Esa es la maravilla invisible.
Y cuando ella decía: “Me parezco a los pájaros, aprendo a cantar en las tinieblas”,
estaba afirmando su propia naturaleza. No le faltaba la vista, tenía una percepción ilimitada
de todo lo que hay. Los recuerdos sobre su vida no podrían resolver el problema de los
sólidos de Locke y Condillac, pero dan una solución de estilo, una escritura de la
experiencia, para pensar la felicidad posible más allá de los sentidos que faltan. Y aunque
no tenga un sentido, la vida única, irrepetible, no puede más que afirmar su felicidad de ser,
cantar en las tinieblas.

2. Cómo se expone el tema: un solo planteamiento, por ejemplos, por anécdotas,


por argumentos, etc.
Por argumentaciones filosóficas. Ya que, Diderot sostiene que la metafísica y la
moral, así como la epistemología que adopta un sujeto dependen de las capacidades
sensoriales que posee. Por ejemplo, la noción del pudor, que según la biblia apareció
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cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, no está entre las preocupaciones del
ciego Puisaux, a quien Diderot entrevista durante la investigación para escribir esta Carta.

3. Hay propósito expreso: instruir, reflexionar, lúdico, etc.


Su propósito expreso es el de reflexionar. Se trata de una teoría que pretende alterar el
orden social, pues si Dios no ha grabado ninguna verdad predeterminada en nuestra mente,
y debemos construir nuestra cosmovisión a partir de nuestro trato con el mundo exterior,
estaremos menos dados a aceptar los dogmas y las creencias generalizadas, entre ellas la
idea de que exista un Dios. La “Carta sobre los ciegos” plantea, durante el relato de la
agonía del matemático ciego Sauderson, esta cuestión, pues un tal reverendo Gervaise
Holmes lo visita en su lecho de muerte para tratar de convertirlo y éste no acepta aun
estando en su último momento.

4. Cómo es el discurso: Sencillo, ampuloso, pretencioso, coherente, enredado, etc.


Su discurso es sencillo, coherente y pretencioso. En dicha obra, se puede apreciar que
Diderot muestra las sensaciones como la fuente del conocimiento humano, y que, estas
nacen como resultado de la acción de los objetos y fenómenos de la naturaleza sobre los
órganos de los sentidos.

5. Hay elementos narrativos: Descripciones, narraciones, argumentaciones,


Diálogos, etc. Cómo se explican estos elementos para esta obra.
Argumentaciones. El argumento que usa es que las maravillas de la naturaleza
constituyen la prueba de que existe un Creador benevolente, un ejemplo: «¡Pero, señor,
deje ese espectáculo maravilloso donde lo encontró, porque no ha sido hecho para mí! Yo
he sido condenado a pasar mi vida en las tinieblas y usted me cita unos prodigios que yo
no puedo entender y que sólo pueden ser prueba para usted y para los que ven como usted.
Si usted quiere que yo crea en Dios, tiene que hacérmelo tocar» (p.36)
Ese argumento no es el único que plantea la “Carta sobre los ciegos para uso de los que
ven”, pero temas como la obtención de conocimiento, el valor de la verdad y la axiología
que se establecen a partir de la invidencia fueron, en esa época de hegemonía eclesiástica,
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opacadas por el escándalo que suscitó semejante declaración agnóstica o claramente atea.
Por ello en la mañana del 24 de julio de 1749 Diderot fue arrestado y encerrado en una
celda del Château de Vicennes, donde permanecería preso durante tres meses.

6. Hay elementos líricos: melancolía, nostalgia, ternura. Para que sirven en la


obra.
Sí hay elementos líricos, se logra apreciar nostalgia y melancolía por parte de Diderot;
especialmente cuando describe a la joven ciega. Estos elementos sirven para que el autor
exprese sus sentimientos y emociones. Comunica las más íntimas vivencias del hombre, lo
subjetivo.
«Tenía el más delicado sentimiento del pudor; y cuando le pregunté la razón: “Es –me
dijo– por los discursos de mi madre: me ha repetido muchas veces que la vista de ciertas
partes del cuerpo incita al vicio y si me atreviera os confesaría que hace poco que la he
comprendido, y que tal vez ha sido preciso que dejara de ser inocente”.
La señorita de Salignac murió de un tumor en las partes naturales internas, que nunca
tuvo el valor de declarar.
Sus vestidos, su lencería, su persona eran de una limpieza mucho más rebuscada
porque, como no veía, nunca estaba segura de haber hecho lo que tenía que hacer para
evitar a los que ven el desagrado del vicio opuesto» (p.72)

7. El lenguaje: Prosa o verso


El lenguaje utilizado en la obra es en prosa. Ya que, Diderot utiliza un lenguaje
narrativo. Esto puede ser apreciado al principio de dicha carta, donde él empieza narrar a
una señora que no tiene una identidad y donde habla del comportamiento experimental de
los ciegos ante la realidad. Todo esto comienza a través de preguntas en donde va
recogiendo grandes cantidades de sabidurías por parte de las respuestas que dan las
personas no videntes.
«Como me temía, señora, la ciega de nacimiento, a quien el señor de Réamur acaba
de quitar la catarata, no os enseñará lo que deseabais saber; pero lo que no se me ocurrió
es que no sería ni por vuestra culpa ni por la de ella. Requerí personalmente a su
benefactor, a través de sus mejores amigos, mediante cumplidos; no conseguimos nada, y
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el primer aparato se levantará sin vos. Personas sumamente distinguidas han tenido el
honor de compartir su rechazo con los filósofos: en una palabra, sólo ha querido que
cayera el velo ante algunos ojos sin consecuencias» (p.9)

II. La literariedad del discurso

1. El extrañamiento: Explicar de qué manera se logra este efecto, que emociones


se alcanzan por este medio al leer esta obra.
El fenómeno de extrañamiento es percibir las cosas de otra manera por medio de la
desautomatización (o desfamiliarización) del entorno. Como técnica literaria, el
extrañamiento consiste en ofrecer por medio del lenguaje literario una nueva perspectiva de
la realidad. Dicho de otro modo, lograr que el lector perciba como extraño lo conocido. Por
tanto, el extrañamiento se puede apreciar en la obra de Diderot con los contextos
inhabituales de ciegos y no de personas que normalmente logramos leer o imaginar en
obras.
«Llegamos a casa del ciego sobre las cinco de la tarde y lo encontramos ocupado en
hacer leer a su hijo con los caracteres en relieve: no hacía más de una hora que estaba en
pie; porque habéis de saber que su jornada empieza cuando termina la nuestra. Sus
costumbres consisten en vacar en sus asuntos domésticos y trabajar mientras que los
demás descansan. Lo primero que hace es ordenar todo lo que se ha desordenado durante
el día; y cuando su mujer se despierta, suele encontrar la casa arreglada. La dificultad que
tienen los ciegos en encontrar cosas extraviadas les hace amigos del orden y me he dado
cuenta de que los que están en su círculo familiar comparten esta cualidad, ya sea por el
buen ejemplo que dan, o por un sentimiento de humanidad hacia ellos» (p.10-11)

2. La deshabituación: Explicar de qué manera se logra este efecto, porqué parece


creíble lo leído.
En la deshabituación el lector se da cuenta de que lee algo distinto al ver temas
presentados en contextos diferentes a los acostumbrados y empieza a percibir las cosas de
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otra manera. Es por eso que, la historia que se narra en “cartas para los ciegos”, viene a ser
creíble, ya que es la primera obra original de Diderot, y su publicación en 1749 le valdrían
varios meses de prisión en Vincennes; desde entonces el joven filósofo se volvería un
acérrimo defensor de la libertad de palabra y de publicación, sin descuidar el arte de la
prudencia, la reticencia y la máscara. Retomando viejas cuestiones planteadas por Berkeley,
Locke, Condillac y otros, Diderot penetra aquí filosóficamente en el mundo de los ciegos,
con un ensayo inspirado y fascinante.
IV. Análisis Extrínseco

1. Identificación y contextualización del autor


Escritor y filósofo francés, nacido en Langres (en el departamento de Haute-Marne) el
5 de octubre de 1713 y fallecido en París el 31 de enero de 1784, que fue uno de los
intelectuales franceses más representativos del espíritu de la Ilustración, y llegó a dirigir la
obra magna de todos ellos: la Enciclopedia. Su obra es un elogio a la "libre circulación de
ideas". Como buen ilustrado, piensa que se puede hablar de cualquier tema, por
escandaloso que parezca, si se razona con rigor y honradez. Para reproducir el debate y el
intercambio de ideas, Diderot recurre en muchas de sus obras a la exposición en forma de
diálogo.
Vida
Su padre, que pertenecía a la burguesía artesana, era un famoso fabricante de cuchillos
y navajas. Los miembros de estas capas medias de la burguesía de provincias eran, por lo
general, muy religiosos. El joven Denis fue educado por los jesuitas, primero en su ciudad
natal y luego en París; su padre tenía la esperanza de que siguiera la carrera eclesiástica.
Pero el futuro escritor, tras acabar sus estudios, permaneció en París sin decidirse a hacerse
cura. Dudaba también sobre qué ocupación concreta iba a desempeñar, pues sentía mucho
interés por las materias más diversas.
Su padre, al tener conocimiento de que no quería entrar en la vida religiosa, se enfadó
con él y dejó de enviarle dinero. Para sobrevivir en París, Diderot, que ya era un erudito, se
dedicó a traducir obras al francés. Empezó así a colaborar con muchas editoriales, en las
que, además de traducciones, se le pidió que elaborase catálogos. Pronto consiguió ganarse
la vida con lo que obtenía de su pluma, pues también sacó buenos beneficios de su
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capacidad para escribir discursos que otros tenían que pronunciar. Con estos trabajos
consiguió sobrevivir, aunque sin grandes lujos. Obtuvo el título de maestro de Artes y
Oficios (por su habilidad como traductor) y se casó con Antoinette Champion, con la que
no fue un buen esposo: no sentía ningún cariño hacia ella, y mantuvo relaciones amorosas
con muchas otras mujeres.
Obra
Diderot fue un intelectual completo y polifacético. Escribió obras de carácter literario
(novelas, cuentos, ensayos y piezas teatrales) y también textos filosóficos en los que
defendió la importancia de la razón. Como buen ilustrado, Diderot criticó la influencia que
hasta entonces había tenido la religión; y elogió la capacidad del hombre para razonar por
su propia cuenta sobre cualquier tema, sin necesidad de ser guiado por las doctrinas
religiosas.
Diderot escribió obras literarias y otros textos de diversa naturaleza (filosóficos,
históricos y científicos). En todos sus libros demostró la misma mentalidad, bien
representativa de la Ilustración: su deseo de acabar con las fuerzas poderosas que venían
sometiendo al hombre desde hacía muchos siglos (la monarquía absoluta y la autoridad
religiosa).
Pensamiento: Concepción de la naturaleza
Diderot se mueve entre un deísmo naturalista (en Pensées philosophiques) y un ateísmo
radical, motivado por todas las monstruosidades que se descubre en el campo de la
naturaleza (Lettre sur les aveugles), dentro de una teoría probabilista y en parte
evolucionista. Afirma, en efecto, que el orden de los cuerpos orgánicos se explica con base
en la infinita multiplicidad de experimentos que la naturaleza ha ido realizando. Por otra
parte, la teoría de la generación espontánea de los gérmenes, defendida por muchos
biólogos, no hacía necesaria para él la idea de la creación.
Rechazó el modelo mecanicista de la naturaleza por no considerarlo capaz de explicar
los fenómenos relativos a la vida, siendo éste el problema que más ampliamente trató en sus
escritos filosóficos. En este campo llegó a la conclusión de que la vida es el resultado de un
cierto grado de organización de las partículas materiales. La culminación de esta
organización da lugar a la conciencia y al pensamiento. Un organismo está compuesto de
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microorganismos, que se mantienen unidos en la formación de un organismo viviente a la


manera de un enjambre de abejas.
Determinismo y libertad
Diderot se opuso a toda concepción rígida y determinista en el campo de la moral. El
hombre tiene la capacidad de dominarse a sí mismo y de dominar a la naturaleza, al menos
en la medida en que ésta lo domina a él. Además, defiende los valores de la felicidad
terrena y natural, cuyo único límite es el bien general. Este pensamiento moral lo expone
también en sus obras literarias, a veces no exento de un toque de humor y de sarcasmo.
Todas estas doctrinas no tienen en Diderot carácter definitivo. Se rebela siempre contra
todo dogmatismo, incluso en el seno mismo de la Ilustración, prefiriendo armarse de un
cierto escepticismo, y dejando siempre abierto el camino hacia todo tipo de investigación.
2. Cómo se ubica la obra leída entre las otras obras del autor
Este libro fue dirigido a su misteriosa “señora”. A finales de 1740, al mismo tiempo en
el que se dedicaba a “Enciclopedia”, el escritor y filosofo Denis Diderot, aunque se centra
en las ciencias experimentales, dejó a un lado la investigación filosófica para observar la
operación de un ciego de nacimiento que le llevó a querer ver la evolución sobre la relación
entre lo que se ve y lo que es. Es por eso que, esta obra se ubica entre una de las
controversiales de Diderot, llegando al punto de ser apresado por las autoridades porque se
decía que era un hereje por ser ateo y demostrar que la naturaleza es parte esencial de la
vida del hombre en su ser y sentimientos.
Sus opiniones radicales le valieron medidas de represión. Diderot reconocía la
existencia objetiva de la materia eterna en movimiento. Es por ello que se baso de en esta
obra para expresar la frase «El pensamiento es una forma evolucionada de la sensibilidad
de la materia a fuente del conocimiento humano reside en las sensaciones engendradas
por la acción de los objetos y de los fenómenos de la naturaleza sobre los sentidos. No sólo
las sensaciones, sino también los conceptos y los juicios más complejos reflejan la
conexión objetiva, real, de los fenómenos» (Diderot, 1778)

3. Con que escuelas o movimientos se vincula al autor.


Diderot, mantuvo una postura materialista no dogmática, actitud especialmente
evidente en sus obras posteriores. Aunque no era un filósofo dedicado a los problemas
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teóricos fundamentales ni a las reflexiones analíticas sistematizadoras, se le cuenta, sin


embargo, entre los autores filosóficos más polifacéticos e innovadores del siglo XVIII.
Estudió hasta 1732 en la universidad La Sorbona (en francés, La Sorbonne) es la histórica
universidad de París, Francia. Heredera de una costumbre humanista secular, es una
universidad de letras y humanidades de renombre internacional.
Se le vinculaba con el movimiento de La Ilustración. Movimiento cultural e intelectual,
primordialmente europeo, que nació a mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros
años del siglo XIX. Fue especialmente activo en Francia, Inglaterra y Alemania. Inspiró
profundos cambios culturales y sociales, y uno de los más dramáticos fue la Revolución
francesa. Se denominó de este modo por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la
ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón. El siglo XVIII
es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento de la fe en el
progreso. Los pensadores de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía
combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor.
La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos científicos, económicos, políticos y
sociales de la época. Este tipo de pensamiento se expandió en la burguesía y en una parte de
la aristocracia, a través de nuevos medios de publicación y difusión, así como reuniones,
realizadas en casa de gente adinerada o de aristócratas, en las que participaban intelectuales
y políticos a fin de exponer y debatir acerca de ciencia, filosofía, política o literatura.

V. Conclusiones del estudio

La polifacética figura de Diderot, matemático, físico, novelista, crítico de arte,


psicólogo, cuentista, tecnólogo, dramaturgo, se destaca en la historia de la filosofía por una
incesante búsqueda a partir del examen de las facultades cognoscitivas y emotivas del
sujeto. Junto a los finos análisis de sus obras de estética y filosofía del arte, hay que tener
en cuenta principalmente, además del ensayo sobre la interpretación de la naturaleza, su
Carta sobre los ciegos para uso de los que ven.
En esta última obra se plantean algunos de los problemas más debatidos en los siglos
XVII y XVIII acerca del conocimiento sensorial, del origen y la naturaleza de las ideas
abstractas, de la interrelación de los diversos sentidos, de la objetividad de las sensaciones,
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del alcance y las limitaciones del saber matemático y filosófico. Escrita en el estilo ágil e
ingenioso del ensayo iluminista, mantiene el tono epistolar que corresponde a su título, y en
ningún momento el afán pedagógico la hace derivar a la solemnidad académica o la despoja
de su discreta ironía.
Por último, la Carta sobre los ciegos para uso de los que ven constituye uno de los
textos mayores de la Ilustración francesa. Al redactarla, en 1749, Diderot trata, en primer
lugar, de dar razón de una serie de experiencias muy de moda en el mundo intelectual
francés de mitad del XVIII: las derivadas de las primeras operaciones de cataratas, que
proporcionaban la ocasión de comprobar experimentalmente cómo “aprendían” a ver
sujetos que hasta ese momento no poseían del mundo más que percepción táctil.
Es una de esas experiencias “fallida” la que inicia el texto: la recuperación de la vista
por parte de un deudo del señor de Réaumur, que resultó insatisfactoria para los sabios allí
congregados, a causa de un verosímil fraude del experimentador. A partir de ese fracaso
experimental, Diderot se dedica a analizar otros dos casos, de diversa entidad: en primer
lugar, el del ciego de Puiseaux, célebre por sus habilidades y su enorme dosis de sensatez,
que le permite elaborar una teoría espontánea de las sensaciones, en la cual el
enciclopedista ve algo así como un “cartesianismo para ciegos”; en segundo lugar, un caso
de mayor entidad, que ha fascinado a los pensadores del XVIII, el de Saunderson,
matemático ciego, profesor en Cambridge y autor de importantes estudios, entre otras
materias, sobre perspectiva y teoría de los colores.

VI. Bibliografía consultada

Denis Diderot. Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. Traducción y notas de
Silvio Mattoni. Ed. El cuenco de plata. Buenos Aires, 2005.
Denis Diderot, ed. Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. Volumen 1 de la
serie «El laberinto erudito». Buenos Aires: El cuenco de plata.
Diccionario de filosofía y sociología marxista. Iudin & Rosental. Buenos Aires 1959
Gerhardt Stenger, Diderot, le combattant de la liberté, Perrin, 2013. (Traducción)
J. Sarrailh, La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, trad. de A.
Alatorre, Madrid, FCE, 1957.
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Jean Starobinski, Diderot, un diable de ramage, Gallimard, 2012. (Traducción)


Markovits, Francine (2011). Una figura paradójica del siglo de las Luces: el ciego.
Madrid: España.
Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Denis Diderot. En
Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España).

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