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Así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo
que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las
frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre
lo que se imaginan ser y lo que en realidad son.
"Lo único que sé," dijo Marx, "es que no soy marxista". Esta broma dialéctica de 1870 se ha
transformado en un importante problema político. Desde la muerte de Marx hemos visto
surgir innumerables "marxismos" divergentes y contradictorios entre sí. A un siglo de su
muerte, es oportuno tratar de desenmarañar este nudo, y de establecer criterios para juzgar
las pretensiones al título de marxista y así responder a la pregunta, "¿Cuál es la auténtica
tradición marxista?"
Habrá sin duda algunos que rechacen la validez de la pregunta, contentándose con aceptar
como marxista a todo aquél que elija llamarse así. Por un lado esta respuesta le conviene a la
burguesía y a sus
ideólogos más crasos, ya que les permite condenar a todo el marxismo y a todos los marxistas
por asociación con Stalin y Pol Pot, el carnicero de Camboya. Por otra parte, también le
conviene a los marxólogos académicos, ya que les permite producir numerosas y lucrativas
"guías a los marxistas" ofreciendo resúmenes de todas las escuelas de pensamiento desde los
austro-marxistas hasta los althusserianos.
Una manera de trazar tal línea divisoria podría ser identificar al marxismo con las obras de
Marx y medir a sus sucesores simplemente por su fidelidad a las palabras del maestro. Esta
actitud es escolástica, casi religiosa. No toma en cuenta que el marxismo es, como dijo Engels,
"no un dogma sino una guía para la acción", y que por ende debe ser una teoría viva, capaz de
continuo crecimiento y desarrollo, que tiene que analizar y responder a una realidad
cambiante una realidad que de hecho ha cambiado enormemente desde la época de Marx. Si
bien por razones históricas damos a la teoría el nombre de su fundador, no podemos limitarla
a lo que Marx mismo escribió. Como bien dijera Trotsky, "El marxismo es sobre todo un
método de análisis no del análisis de textos sino del de las relaciones sociales".[1b]
Esta cita de Trotsky se acerca a otra solución al problema aquélla propuesta por el marxista
húngaro Lukács. En su obra Historia y conciencia de clase Lukács pregunta "¿Qué es el
marxismo ortodoxo?" y
responde así:
Supongamos que investigaciones recientes comprueben más allá de toda duda que todos los
postulados de Marx son falsos. Aun si esto se comprobase, todo marxista "ortodoxo" serio
podría aceptar tales pruebas sin reserva alguna y por lo tanto descartar la totalidad de las tesis
marxistas sin tener que renunciar a su ortodoxia en absoluto.[4 ]Pensamos todo lo contrario.
Si, por ejemplo, el capitalismo se transformase en una nueva forma de sociedad burocrática
mundial sin contradicciones ni competencia interna, que excluyese las posibilidades tanto de
socialismo como de barbarie, entonces el análisis de Marx de la dinámica del desarrollo
capitalista se vería claramente refutado, y quedaría demostrado que los que sostenían esta
perspectiva Max Weber, Bruno Rizzi, y James Burnham habían tenido razón. Como dijo Trotsky
al considerar esta hipotética perspectiva, "sólo restaría reconocer que el programa socialista,
basado en las contradicciones internas del sistema capitalista, terminó siendo una Utopía"[5].