Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
— 99 —
Clark Ashton Smith
— 100 —
La llegada del Gusano Blanco
ollas desde el mar y la vertió sobre las cenizas y las ascuas para poder
aproximarse a los cadáveres. Cuando el humo y el chisporroteo cesa-
ron, el mago se acercó. Al hacerlo, sintió un frío intenso que hizo
que comenzaran a dolerle las manos y las orejas, un frío que incluso
atravesaba su manto de pieles. Acercándose aún más, tocó uno de
los cuerpos con la punta del índice, y a pesar de que sólo apretó el
dedo ligeramente y lo separó con rapidez, le quemó como si fuera
una llama.
Evagh estaba atónito, porque la condición en la que se encontra-
ban aquellos cadáveres era algo totalmente nuevo para él, y no había
nada en sus conocimientos de brujería que pudiera iluminarle.
Aquella noche, de regreso a su hogar, quemó en cada puerta y
ventana resinas que desagradaban profundamente a los demonios
del norte. Después leyó con diligente cuidado los escritos de Pnom,
que recopilaban exorcismos poderosos contra los blancos espectros
del polo. Tenía la impresión de que estos espíritus habían ejercido su
poder sobre la tripulación de la galera, pero poco más pudo diluci-
dar sobre los efectos de tal poder.
Aunque había un fuego encendido en la estancia bien nutrido de
gruesos troncos de pino y cornicabra, un frío mortal comenzó a
invadir el aire hacia la medianoche. Y los dedos de Evagh se entume-
cieron sobre las hojas de pergamino, de manera que apenas podía
volverlas. Y el frío continuó agudizándose, ralentizando su sangre
como si su cuerpo estuviera en contacto con el hielo, y sintió en su
rostro el aliento de un viento gélido. Sin embargo, las pesadas puer-
tas y las ventanas con resistentes vidrios estaban totalmente cerradas
y el fuego ardía con fuerza bien alimentado de troncos.
Entonces, con los ojos entre párpados rígidos, Evagh vio que
aumentaba la iluminación en la habitación con una luz que se cola-
ba por las ventanas orientadas al norte. Era una luz pálida, y pene-
traba en la habitación con un gran haz que se derramaba directa-
mente donde él estaba sentado. Y la luz hirió sus ojos con un gélido
resplandor, y el frío se agudizó, como si formara un todo con el res-
plandor, y el viento sopló con más fuerza en la oscuridad, pero ahora
— 101 —
Clark Ashton Smith
— 102 —
La llegada del Gusano Blanco
— 103 —
Clark Ashton Smith
este motivo: porque sólo los hechiceros más poderosos son elegidos
y exonerados.
Evagh no salía de su asombro, pero al ver que ahora podía tratar
con hombres que eran como él mismo, comenzó a interrogar minu-
ciosamente a los dos magos de Thulask. Estos se llamaban Dooni y
Ux Loddhan, y estaban muy versados en las tradiciones de los dioses
antiguos. No le dijeron nada sobre Rlim Shaikorth, pero reconocie-
ron que servían a Rlim Shaikorth con la veneración que se le otorga
a un dios, después de haber repudiado cualquier atadura que los
uniera a la humanidad. E informaron a Evagh de que debía partir
con ellos inmediatamente ante Rlim Shaikorth y realizar el debido
rito de obediencia y aceptar el vínculo de alienación.
Así pues, Evagh marchó con los magos de Thulask y fue condu-
cido a una gran cumbre de hielo que se elevaba desafiante bajo el sol
y que sobresalía de entre todas sus hermanas. El pináculo estaba
hueco y, tras escalar a su interior por unos peldaños de hielo, llega-
ron finalmente a los aposentos de Rlim Shaikorth, que era una
cúpula circular con un bloque de hielo redondo en el centro que for-
maba un estrado.
Al contemplar a la entidad que ocupaba el estrado, el pulso de
Evagh se paró durante un instante por el terror, y, tras ese terror, sin-
tió una profunda arcada a consecuencia de la gran repulsión que le
embargó. No existía en el mundo nada tan repugnante como Rlim
Shaikorth. Tenía cierto parecido a un grueso gusano blanco, pero su
volumen era mayor que el de un elefante marino. Su cola enroscada
era tan gruesa como los pliegues intermedios de su cuerpo, y su
parte frontal se elevaba del estrado con forma de disco redondo, y
sobre este se marcaban unas vagas facciones. En medio del rostro
una boca se curvaba de lado a lado del disco, abriéndose y cerrándo-
se incesantemente sobre unas fauces pálidas sin lengua ni dientes.
Dos cuencas oculares se abrían una junto a la otra sobre las planas
fosas nasales, pero en las cuencas no había ojos, y en su interior apa-
recían intermitentemente glóbulos de una materia de color sangre
con la forma de globos oculares, y los glóbulos manaban y goteaban
— 104 —
La llegada del Gusano Blanco
sobre la tarima. Y del suelo de hielo se alzaban dos masas con forma
de estalagmitas, moradas y oscuras como vísceras congeladas, crea-
das por el incesante goteo de los glóbulos.
Dooni y Ux Loddhan se postraron y Evagh consideró oportuno
seguir su ejemplo. Tendido sobre el hielo, escuchó el chapoteo de las
gotas rojas como pesadas lágrimas, y entonces, en la cúpula por
encima de él, le pareció oír una voz, y la voz era como el sonido de
una catarata oculta en un glaciar hueco y cavernoso.
–Oh, Evagh –dijo la voz–. Os he preservado de la catástrofe de
los otros, y os he hecho como los que moran en los límites del frío e
inhalan el vacío sin aire. Los inefables conocimientos serán vuestros,
y también las artes que están más allá de la conquista mortal, si sólo
me adoráis a mí y os convertís en mi siervo. Conmigo viajaréis al
centro de los reinos y las islas de la Tierra, y veréis caer sobre ellos el
blanco manto de la muerte que despide la luz de Yikilth. Nuestra
llegada traerá la escarcha eterna a sus jardines, e infligirá en la carne
de los hombres el rigor de los abismos transárticos. Podréis contem-
plar todo esto, formando un todo con los señores de la muerte,
sobrenaturales e inmortales, y al final regresaréis conmigo a ese
mundo más allá del polo en el que está mi imperio eterno.
Al ver que no tenía otra elección, Evagh declaró su deseo de ren-
dir culto y veneración al pálido gusano. Siguiendo las instrucciones
de sus compañeros hechiceros, realizó ritos no apropiados para ser
referidos aquí, y prometió solemnemente someterse a la inefable
alienación.
Extraña fue la travesía, porque parecía que el gran iceberg estaba
guiado por algún hechizo, avanzando constantemente contra viento
y marea. Y siempre, mientras navegaban, el gélido esplendor que
desprendía Yikilth arrasaba todo a su paso, incluso a bastante dis-
tancia. Adelantaban a orgullosas galeras y sus tripulaciones eran ful-
minadas a los remos. Los bellos puertos de Hiperbórea, bulliciosos
con el tráfico marítimo, quedaban en silencio cuando pasaba el ice-
berg. Vacías quedaban las calles y los muelles, paralizados los embar-
ques en los puertos, cuando la luz blanca llegaba y se marchaba. Los
— 105 —
Clark Ashton Smith
— 106 —
La llegada del Gusano Blanco
— 107 —
Clark Ashton Smith
— 108 —
La llegada del Gusano Blanco
— 109 —
Clark Ashton Smith
— 110 —
La llegada del Gusano Blanco
— 111 —
Clark Ashton Smith
— 112 —
La llegada del Gusano Blanco
— 113 —
Clark Ashton Smith
— 114 —