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Ediciones Le Monde diplomatique “el Dipló”

Capital intelectual
Serie La media distancia

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Serie La media distancia | 3

¿Existe la clase obrera?

Paula Abal Medina


Ana Natalucci
Fernando Rosso

Prólogo
Mario Wainfeld

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© de la presente edición, Capital Intelectual S. A., 2017

Capital Intelectual S. A. edita, también, el periódico mensual


Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
Director: José Natanson

Coordinadora de la Colección Le Monde diplomatique:


Creusa Muñoz
Director de la Serie La media distancia: Martín Rodríguez
Diseño de tapa: Cristina Melo
Diagramación de interior: Carlos Torres
Corrección: Alfredo Cortés
Comercialización y producción: Esteban Zabaljauregui

Paraguay 1535 (C1061ABC), Ciudad de Buenos Aires, Argentina


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www.editorialcapin.com.ar

Suscripciones: secretaria@eldiplo.org
Pedidos en Argentina: pedidos@capin.com.ar
Pedidos desde el exterior: exterior@capin.com.ar

Edición: 2.000 ejemplares


ISBN 978-987-614-532-9

Hecho el depósito que ordena la Ley 11.723


Libro de edición argentina. Impreso en Argentina
Printed in Argentina.

Todos los derechos reservados.


Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento sin el permiso escrito de la editorial.

Abal Medina, Paula


¿Existe la clase obrera? / Paula Abal Medina; Ana Natalucci;
Fernando Rosso. - 1a ed., Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Capital intelectual, 2017.
160 p.; 22 x 15 cm - (La media distancia; 3)
ISBN 978-987-614-532-9
1. Política Argentina. 2. Ciencias Sociales y Humanidades.
I. Natalucci, Ana II. Rosso, Fernando III. Título
CDD 320.982

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Índice

Presentación:
Que la hay, la hay
José Natanson y Martín Rodríguez 9

Prólogo:
Apuntes para un prólogo
Mario Wainfeld 13

Los movimientos obreros organizados


de Argentina (2003-2016)
Paula Abal Medina 21

El sindicalismo peronista durante
el kirchnerismo (2003-2015)
Ana Natalucci 63

A la izquierda de la pared. Sindicalismo e


izquierda en el movimiento obrero argentino
Fernando Rosso 125

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Presentación
José Natanson y Martín Rodríguez

Que la hay, la hay

¿Existe la clase obrera? ¿Qué pasó con la clase obrera argenti-


na? ¿Cuántas capas tiene o cuántos segmentos? Los estatales,
los bancarios, los camioneros, los que se movilizan contra el
“impuesto al salario”, las miles de familias que viven de la re-
colección de cartón, los cooperativistas que exigen una ley de
emergencia social, los docentes, los jóvenes incorporados a las
empresas autopartistas, los metalúrgicos que ganan como un mé-
dico, ¿se puede decir que todos pertenecen a la misma clase?
¿Quién los representa? ¿Los respectivos gremios? ¿La UOM y
SMATA? ¿El peronismo? ¿El griterío televisivo? En un país de
realidades y percepciones simultáneas, donde un porcentaje ma-
yoritario de la población, en torno al 80 por ciento, se autopercibe
de clase media, en un país con un tercio de su población en la
pobreza, con casi 40 por ciento de informalidad laboral, ¿existe
aún la clase obrera? Esa es la pregunta.
La vieja clase obrera define hoy una nueva pirámide social,
una pirámide social obrera, compuesta por una base sufrida,
atomizada y que lucha por encontrar el modo de tramitar su
representación, integrada por los grupos más excluidos de tra-
bajadores informales, beneficiarios de planes sociales, inmi-
grantes recién llegados de la periferia nacional, inmigrantes

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recién llegados de los países vecinos. Este silencioso subsuelo
de la patria convive –¡dentro de la misma clase social!– con
una cúspide que se parece mucho, muchísimo, a la clase me-
dia. Pero que no es. Un tornero podrá ganar como un médico
pero carece de su capital patrimonial, educativo y relacional:
ninguno hereda un departamento de dos ambientes en Paler-
mo ni tuvo una familia que lo sostuviera mientras estudiaba ni
dispuso de la red de contactos esenciales para insertarse en el
mundo profesional. Comparte con sus compañeros de clase el
nivel educativo, la residencia suburbana, la familia numerosa,
la memoria migratoria cercana.
Y el peronismo históricamente fue un gran promotor de
la movilidad social ascendente como un recorte poderoso de
identidad de los sectores populares, como si en su despliegue
hubiera producido clase media (por lo menos en el sentido bá-
sico de nivel de ingresos) y simultáneamente hubiera recortado
la identidad política popular distinguiendo en la clase media
su enemigo, su otro. El peronismo amplió el mercado interno,
incorporó masas al consumo, y a la vez mantuvo en su esencia
plebeya un reflejo cultural defensivo. Sin embargo, la identi-
dad kirchnerista en sus contornos, narrativas y biografías fue
un gran movimiento nacido de los valores progresistas de la
clase media, encarnando la tradición de la izquierda peronista.
Y el PRO, también nacido de los sectores medio-altos de esa
clase, se consolidó como su contracara perfecta. Progresismo y
liberalismo: en el corazón de la clase media, organizan de algún
modo el clivaje político contemporáneo, aunque sea en forma
enmascarada y compleja.
Y entonces, ¿existe la clase obrera? Para responder a esta
pregunta es necesario ver en los pasajes de nuestro vocabulario
político habitual, donde se habla cada vez más de “sectores” que
de “clases”, una imprecisión deliberada: la disolución de la con-
tradicción entre capital y trabajo como triunfo de un nuevo tipo

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de sociedad, más atomizada y desregulada. ¿El orden democrá-
tico quiso ser la paz de los cementerios clasistas? Tal vez quiso,
tal vez no pudo.

Preguntas

En el primer libro de la serie La media distancia exploramos


qué había ocurrido con los gobiernos de izquierda en América
Latina, su avance y retroceso casi simultáneos, en busca de un
balance provisorio sobre una experiencia social y estatal que
no podía tirarse por el balcón. Luego, en el segundo volumen
de la serie indagamos la nueva sensibilidad de y hacia la clase
media en Argentina, el modo sorprendente en que se configuró,
por amor o rechazo, un nuevo mapa de pasiones entre izquierda
(peronista) y clase media. Y en ese orden pensamos que la poli-
tización de las capas medias se hizo visible en la escena pública
como casi ninguna otra cosa y a través de muy diversas formas:
desde las “plazas del pueblo” de las militancias urbanas hasta la
movilización de los becarios del CONICET, desde la televisión
politizada con sus paneles progresistas y reaccionarios hasta la
“militancia en las redes”.
Es en este marco que nos formulamos la pregunta que da tí-
tulo a este libro –el tercero de la serie– a partir de la intuición de
que resulta difícil analizar la experiencia política de los llama-
dos “sectores populares”, aquellos que en las últimas décadas
sufrieron el impacto de las políticas económicas neoliberales y
desreguladoras bajo el efecto de una (cada vez mayor) hetero-
geneidad en su composición, a pesar incluso de las políticas de
carácter popular y reparador desplegadas durante los gobiernos
kirchneristas.
Aún entre imaginarios partidarios en pugna (peronistas, pro-
gresistas, liberales), la política se obstina en trazar una noción

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social de progreso en base al viejo ideal aspiracional de pleno
empleo (fordista). Sin reparar en los cambios registrados en las
tramas productivas, en fenómenos sociales como la feminiza-
ción del trabajo y en el impacto revolucionario y devastador que
la globalización, la deslocalización y la mecanización generan
sobre la economía, la política sueña con un mundo que ya fue,
mientras en el seno de la “experiencia de clase”, en la trama
misma del Estado e incluso en la realidad de muchas empresas
se han ido abriendo caminos y conflictos novedosos: desde la
revitalización de un sindicalismo clasista de creciente protago-
nismo hasta la creación de nuevos sindicatos ahí donde no había
reconocimiento gremial, de la incorporación de trabajadores jó-
venes a los clásicos repertorios de acción sindical, de las nuevas
experiencias autogestionarias a la recuperación de la centralidad
política de los gremios industriales que el menemismo parecía
haber condenado al último cajón del escritorio.
Con este nuevo título de La media distancia nos propone-
mos construir en el abanico rico de autores un mosaico de las
realidades y desafíos que se les presentan en la actualidad a los
pobres, a los trabajadores y a los sindicatos argentinos.

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Prólogo
Mario Wainfeld*

Apuntes para un prólogo

Juan Domingo Perón, que algo tenía que ver con esos asuntos,
decía a veces que la columna vertebral del (de su) movimien-
to era la clase trabajadora. En otras ocasiones le atribuía ese rol
al Movimiento Obrero Organizado (MOO). El único presiden-
te argentino ungido tres veces en elecciones libres quizás no se
equivocaba ni contradecía. Adecuaba su discurso a las notables
peripecias de la vida política. No era un científico social sino un
político en acción, protagonista durante tres largas décadas. Aco-
modar la narrativa al contexto es, en tales casos, una necesidad y
no (siempre) una inconsecuencia.
De cualquier modo, en los mejores tiempos del General, con
pleno empleo y afiliación masiva, la clase trabajadora y el movi-
miento obrero estaban más imbricados, eran más homogéneos.
Hoy en día, como explican José Natanson y Martín Rodríguez
en la Presentación de este volumen, la clase obrera existe, malgré
tout. Añadamos que el movimiento obrero también pero, ay, ya
no son lo que eran. Abordarlos es, entonces, más peliagudo.

* Periodista, abogado, docente universitario, escritor.

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Sigamos con argentinos venerables. Jorge Luis Borges
–¿quién si no?– escribió un prólogo de prólogos. Dictaminó que
ese ¿género, accesorio, adefesio? “en la triste mayoría de los ca-
sos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fú-
nebres y abunda en hipérboles irresponsables”. Fea la actitud,
sugería Borges quien conservaba la esperanza porque el prólogo
“cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del
brindis; es una especie lateral de la crítica”. Quien esto escribe
se siente tentado de elogiar, sin hipérboles ni ambages, a Paula
Abal Medina, Ana Natalucci y Fernando Rosso (en prolijo orden
alfabético que coloca a las mujeres primeras).
Varias virtudes enaltecen sus ensayos y los diferencian grata-
mente de la vocinglería mediática o del encierro académico. No
se conforman con clichés o eslóganes ni se dedican a un objeto
de estudio microscópico. Arriesgan, investigan y no se cuidan
demasiado de tomar partido, claramente a mi ver, en dos de las
tres piezas. No diré cuáles porque el spoiling no es lo mío y por-
que sintetizar trabajos tan abarcantes frisa con desnaturalizarlos.
Volvamos a la o a las columnas vertebrales.

Por lo pronto, ya no hay “solo una clase de hombres, los que


trabajan” como rezaba un bello apotegma justicialista.
Se piden disculpas por las repeticiones de vocablos de la
próxima frase, en aras de la brevedad. Cada vez hay más traba-
jadoras y cada vez hay más trabajadorxs que no trabajan. No es
un oxímoron (ojalá lo fuera) sino una descripción de una realidad
planetaria y creciente.
Millones de personas bregan por ser explotadas, antes que
incluidas (al menos cronológicamente).
Son a la vez ilustrativas y simbólicas las escenas de quie-
nes arriesgan sus vidas en pos de ser el último orejón del tarro

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capitalista. Se exponen atravesando mares y océanos, desafian-
do murallas, alambres de púas, represiones legales o físicas. Y
afrontando la segregación, el odio y la agresión de otras personas
ligeramente menos oprimidas.

Ser trabajador y “estar en relación de dependencia”, regresan-


do a la Patria Chica, es una circunstancia envidiable. Ser trabaja-
dor y trabajar, otra forma de sobrevivir. Ser trabajador y no tener
un laburo, una contingencia en ascenso estadístico, estructural en
muchas historias de vida.
La clase existe pero se fragmenta y diversifica. El (ornito-
rrínquico) modelo sindical argentino pervive pero expresa a una
parcialidad, en cierto sentido privilegiada, aunque conviene no
exagerar la gravitación de ese rasgo.
Brotan de ese tronco o de otras tradiciones luchas, experien-
cias y organizaciones alternativas. Sus raíces ya son hondas pero
varias experiencias fértiles y potentes datan de este siglo. Pueden
ser críticas, hostiles, aun antagónicas frente al sindicalismo tradi-
cional pero recogen parte de sus pilares o modos de obrar.
Los trabajos de Abal Medina y Rosso examinan una parte
importante de esas experiencias, que vienen sucediendo ahora
mismo, lo que los distancia garbosamente del academicismo del
pasado, de la minucia o de la nada.
Natalucci clava más la mirada en el MOO tradicional. Pero
nuestros tres Virgilios no se condenan ni confinan a un sector,
mestizan sus ensayos, navegan.

Entre los libros que nunca he escrito hay uno que describe
las metamorfosis de la clase trabajadora narrando sus moviliza-

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ciones, marchas, concentraciones, actos, ocupaciones del espacio
público a partir del 17 de octubre de 1945.
Escudriñaría a “las y los que van”, sus edades, conchabos, te-
rritorios de origen y de adopción, rama de actividad, color de tez,
niveles de ingresos y cien etcéteras. Una especie de crónica mez-
clada con informe impresionista, un Bialet Massé “de parado”.
Difícil que cometa ese opus pero, si lo hiciera, los tres ensa-
yos que prologo serían aportes esenciales.
Seguramente, me remitiría al hecho originario. Con manifes-
tantes que navegaron de las provincias a los suburbios y de estos
a la Plaza. Hombres, en proporción elevadísima, conchabados en
la industria. Con un abanico salarial notablemente corto, medido
con los parámetros actuales. Con gustos y preferencias cultura-
les, deportivas, alimenticias y de género menos sofisticados que
los del siglo XXI. Era clavado encontrar una clase ahí. Lo nota-
ban quienes participaban y se enamoraban sabiamente de Perón,
quienes los empleaban y odiaban al Hombre, al líder popular en
ciernes.
Antes de ser mayor de edad, abogado, periodista (onda década
del 60) fui a Plaza Once con un compañero del secundario a una
movilización peronista. A verla, no a intervenir. Con la laxitud e
imprecisión que dan los años, creo que no eran tan distintos de
aquellos del 45. Ni tan distintos a los que los miraban desde la
Recova. Para aquellos, palos, rebencazos, gases y cosacos (poli-
cías a caballo) embravecidos. Separados por una suerte de valla
invisible, como en una película de Luis Buñuel, los ciudadanos-
testigos se les parecían aunque los distanciaban el compromiso
y la política.
En la imperfecta experiencia personal (y con el hiato ineludi-
ble de la dictadura) pude ver-leer otra conformación de la clase
en el acto de cierre de campaña del peronismo el 28 de octubre
de 1983, con palco en el Obelisco y una muchedumbre inacaba-
ble en la Avenida 9 de Julio. Herminio Iglesias, el candidato a

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gobernador bonaerense que el justicialismo eligió para regocijo
del radicalismo alfonsinista, llegó al frente de una columna de de-
cenas (o cientos) de miles de personas. En ese momento los des-
cribí para una publicación militante efímera y olvidada como “los
condenados de la tierra”. Pobres de toda pobreza, enflaquecidos,
con contados dientes, tan distintos a los muchachos y muchachas
peronistas que unidos triunfaron.
La combinación entre trabajadores con acceso a una vida
digna o al menos pasable y otros muy relegados también se hizo
patente en las movilizaciones congregadas por Saúl Ubaldini.
Precursor polifacético, intuitivo y asistemático Saúl hizo base en
San Cayetano, interpeló trabajadores agremiados y pobres de todo
pelaje y actividad. Fue profeta sencillo de la verba del papa Fran-
cisco, amasó un mix de religiosidad popular y peronismo. Sincré-
tico a carta cabal, merece una mirada a fondo, un reconocimiento
histórico en la vasta acepción de esas dos palabras. Y, claro que
sí, otro libro que no he escrito y que espera quien se haga cargo.
La Marcha Federal de 1994, en pleno despliegue del neolibe-
ralismo, hizo converger desde todas las provincias a una “nueva”
clase trabajadora. Registrados o informales, de industrias tradi-
cionales, de ensamblaje, peones de campo, micro emprendedo-
res y hasta efímeros empresarios de remiserías o quioscos que se
“desclasaron” por un lapso breve. Los despedidos flamantes eran
multitud, acaso por primera vez en la historia.
Al 2000-2001 le “cabe” la segunda tanda. El gobierno del pre-
sidente Macri va construyendo la tercera, con saña tenaz.
Los piquetes de los movimientos de desocupados serían otro
capítulo. Primero los surgidos en la devastada población de ciu-
dades petroleras, lejos del centro político del país. Luego, los co-
nurbanos de La Matanza o zonas aledañas, con otros recorridos
laborales y linajes políticos.
La suma de jóvenes complejizó el fenómeno. La participación
en jornadas épicas y sangrientas (19 y 20 de diciembre de 2001,

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masacre de Avellaneda) sumaría luchadores y hasta mártires mi-
litantes y casi pibes a la historia del movimiento popular. Los
habría desocupados, organizados, autogestionarios o tentados de
vincularse a la política social estatal. También sindicatos de nue-
va hechura, como SIMECA.
El 25 de mayo de 2006 el presidente Néstor Kirchner convocó
a un acto en la Plaza histórica al que concurrieron sindicatos tra-
dicionales y revitalizados tanto como gentes de “los territorios”
y organizaciones sociales. Unos llegaron por la Diagonal Sur, or-
ganizados, muchos con ropas de trabajo, encolumnados con sus
gremios. Los otros, entrando por la Diagonal Norte, aportaron las
presencias de familias enteras. Las diferencias saltaban a la vista
aun del sociólogo menos avisado. Fue el clímax del kirchneris-
mo, tal vez, o una síntesis de la alquimia que intentó. Y que, opi-
na este cronista, consiguió concretar durante un lapso apreciable,
en la relativa medida que permite la historia.
Otras experiencias son insumo central de los tres ensayos de
este libro. Las empresas recuperadas, el sindicalismo alternati-
vo de las comisiones internas radicalizadas, nuevas formas de
explotación, la Central de Trabajadores de la Economía Popular
(CTEP). La nómina es incompleta, ya lo verá el lector.
La acción directa amplió el repertorio sin abandonar del
todo los formatos tradicionales. Como en todo el globo, la le-
sividad de las medidas de fuerza contra la patronal fue dismi-
nuyendo. Se trasladó a otros espacios y a otros destinatarios,
usualmente otras personas de a pie. Los cortes de ruta promo-
vidos por sindicatos o trabajadores de una o dos empresas se
inscriben dentro de esa tendencia. Hay un buen inventario en
las páginas por venir. Mutará en cuestión de meses porque la
lucha continúa y, todo lo indica, se acentuará con el correr de
la etapa macrista.

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Este prólogo se ha bifurcado y extendido bastante. Los ex-
cesos son falla del autor. El interés que tenga, mérito de Abal
Medina, Natalucci y Rosso.
El debate sobre qué es un intelectual interpeló a pensadores
tan diversos como Jean Paul Sartre, Arturo Jauretche, Pierre
Bourdieu o Aldo Rico. Sin ánimo de competir con tamaños refe-
rentes añado que, a mi ver, intelectual no es quien piensa (todxs
lo hacemos, más o menos), o quien piensa mucho (¿los neuróti-
cos?) sino quien hace pensar a los demás. Su labor está lograda
cuando amplía la mente, el saber y los horizontes de cualquiera,
aunque no comparta sus premisas, valores o ideología. Resuelto
de modo simplote: intelectual es quien “suma”, “abre la cabeza”
incluso a los que piensan distinto. O no habían pensado, todavía.
Hete ahí el mayor mérito de lo que usted está por leer, si lo
hace en el orden propuesto. Por eso, desafiando a Borges –al fin y
al cabo un gorila egregio, insuperable en ciertas ligas, profano en
todo lo que venimos contando– le propongo un brindis simbólico
por lo que llegó a sus manos. Y, valga la paradoja, hago mutis
para que se levante el telón.

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Paula Abal Medina

Los movimientos obreros organizados


de Argentina (2003-2016)

Introducción

¿Existe la clase obrera? La clase obrera acumuló varias décadas


de ninguneo en Argentina y en el mundo. Ya al calor de las su-
blevaciones europeas de los sesenta, muchos rabiosos se habían
decepcionado por su integración al capitalismo. A sus ojos, la
clase obrera perdía el estatuto de sujeto de la historia y pasaba a
ser calificada como “la pesada retaguardia” (1).
En el Tercer Mundo, formas heterogéneas y brutales de do-
minio forjaron un sujeto popular que los grupos dominantes y
sectores de izquierda tradicional vieron más similar a una masa,
incluso a un malón, que a la clase del auténtico proletariado. Le
fond de l’air est rouge, el documental de Cris Marker, retiene la
centralidad de aquel sujeto y la riqueza política de los tiempos
turbulentos que respondieron a los procesos revolucionarios, a
los movimientos de liberación nacional y a las experiencias de
nacionalismos populares, con una espeluznante violencia repre-
siva que terminaría por desembocar en el relato del “fin de la

1 Castoriadis, Cornelius (2009:89), “La revolución anticipada”, en Morin, E; Lefort, C.,


y Castoriadis, C., Mayo del 68: La brecha, Nueva Visión, Buenos Aires.

¿Existe la clase obrera? 21

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Historia”. Para entonces se consolidaba el capitalismo financiero
transnacional ostentando un nuevo orden laboral. La deslocaliza-
ción geográfica de la producción y la tercerización laboral pro-
vocaron niveles elevados de desempleo, formas heterogéneas de
precarización del trabajo, un aumento de la desigualdad social
entre trabajadores y, por supuesto, el debilitamiento de las orga-
nizaciones sindicales.
Frente a la magnitud de esta ofensiva podríamos formular la
pregunta contraria: ¿cómo es posible que los sectores populares
lograran en Argentina una existencia como clase? Y me refiero
a la clase, rememorando a Sartre (2), como un sistema en movi-
miento que logra contrarrestar la dispersión pasiva –el modo de
existencia subordinado– con aparato institucionalizado y acción
directa. Un movimiento dirigido, intencional y práctico, de ac-
ción cotidiana, que fue capaz de reconstruir formas organizati-
vas. Podríamos trazar una línea de acumulación nombrando tres
figuras: la soledad del desocupado, la acción directa y disruptiva
de puebladas y del piquetero, y la institucionalización débil e in-
cipiente del trabajador de la economía popular. Este trayecto no
es el de “la clase obrera va al paraíso”, sino más bien el paso entre
el hambre y la supervivencia. Simultáneamente es también el de
emergencia de un “otro movimiento obrero” que fue verificando
que sus niveles de organización producen un poder social con el
cual, pese a la brutal asimetría de fuerzas, logra visibilidad, efec-
tivizar algún derecho y crear otros, incluso ir “embocando” al-
gunas de las piezas de una nueva institucionalidad popular, cuya
forma política, su hechura final, desconocemos. Es usual escu-
char, al conversar con referentes de cooperativas o territorios, una
apreciación sobre el alto nivel de participación en movilizaciones
o medidas de fuerza: “¡Es simple! Se participa muchísimo porque

2 Sartre, J-P (1995), Crítica de la razón dialéctica, Losada, Buenos Aires.


Sartre, J-P, Problemas del marxismo I, Página /12- Losada, Buenos Aires.

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se viene comprobando que si nos movemos con todo consegui-
mos lo que queremos, porque tienen miedo al descalabro”, decía
un referente de cooperativas de cartoneros. Este avance social fue
provocando un rechazo muy profundo en las dirigencias de sec-
tores dominantes y en segmentos significativos de la población
que contribuye a explicar el triunfo electoral de un gobierno de
derechas como el de Cambiemos.
La segunda recomposición popular que tuvo lugar reciente-
mente en Argentina es la que registra un actor social clásico, el
sindicalismo, y los sectores a los que representa: los trabajadores
asalariados registrados. Los capítulos de esta secuencia son más
conocidos: crecimiento del empleo, intensificación de la negocia-
ción colectiva, recuperación del poder adquisitivo de los salarios
y del poder económico de las organizaciones sindicales.
El paso de la resistencia a la acumulación, de los dos movi-
mientos obreros mencionados, se produce durante un ciclo po-
lítico que se desarrolla como contra-tendencia en muchos paí-
ses de América Latina y que Emir Sader ha caracterizado como
“gobiernos posneoliberales”. Pablo Stefanoni, en un libro de esta
misma serie, ¿Por qué retrocede la izquierda?, sostiene que más
allá de sus ambigüedades, estos gobiernos podrían asociarse a la
izquierda en función de un triple pacto: “un pacto de consumo
(mercado interno), un pacto de inclusión (políticas sociales), un
pacto de soberanía (independencia respecto de Estados Unidos,
nuevos alineamientos internacionales)” (3).
En Argentina este proceso fue expresado por el kirchnerismo
y se prolongó en el gobierno a lo largo de tres mandatos, con-
secutivos, entre el 2003 y el 2015. Durante su desarrollo quiso
revivir la alianza social del peronismo, alcanzó logros significa-

3 Stefanoni, Pablo (2016), “¿Alba o crepúsculo? Geografías y tensiones del ‘socialismo


del siglo XXI’”, en ¿Por qué retrocede la izquierda?, Le Monde diplomatique, Capital
Intelectual, Buenos Aires.

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tivos, pero tropezó con las marcas duraderas que el neoliberalis-
mo imprimió a la estructura social y política en Argentina, y por
consiguiente a las formas de organización y representación de los
sectores populares.
El politólogo brasilero André Singer (4) caracteriza el tiempo
de gobiernos del lulismo del siguiente modo: “Salen burguesía
y proletariado, entran ricos y pobres”. Y se interroga: ¿quiénes
fueron los destinatarios del lulismo?, ¿proletariado o subproleta-
riado?, ¿los trabajadores o los pobres?
La polémica resulta productiva, es posible que permita expli-
car muchos de los desencuentros entre gobiernos posneoliberales
y organizaciones sindicales de sus países. En Argentina la pre-
gunta por los destinatarios podría ser parafraseada en estos térmi-
nos: ¿los trabajadores asalariados registrados o los trabajadores
pobres? Posiblemente más sustantiva aun resulte la pregunta por
el lugar ocupado por las organizaciones del campo popular: las
del “movimiento obrero organizado” y las del “otro movimiento
obrero”. Por un lado las políticas de gobierno, por otro lado el
gobierno y el vínculo entre Estado y clases trabajadoras. Objeto
-sujeto; destinatarios-protagonistas; políticas públicas-institucio-
nalidades populares. Si la transformación social se origina en un
lado o en el otro, desde arriba o desde abajo, en ambos, o en
el entremedio… es una polémica que supera el planteo de este
escrito. Finalmente, ¿cómo se transformaron los movimientos
obreros con la conquista del tiempo posneoliberal y cuáles son
las posibilidades de que converjan y se potencien para oponerse a
las políticas regresivas del actual gobierno y para crear una nueva
alternativa?
El presente artículo propone una reflexión en torno a los in-
terrogantes anteriores con la siguiente organización expositiva:

4 Singer, André (2012), Os sentidos do lulismo. Reforma gradual e pacto conservador,


Comphania das Letras, São Paulo.

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inicia con un balance de las políticas de los gobiernos kirchneris-
tas bajo el título “La restitución que no alcanzó”. Posteriormente,
aborda el devenir de las formas de organización en relación con
la realidad viva de los trabajadores para pensar las conquistas y
límites de los movimientos obreros. Finalmente, los dos últimos
apartados identifican, bajo la forma de digresiones, dos dilemas
transversales a los intereses y deseos del conjunto de las clases
populares: “vivir mejor, vivir bien”; “combatir, domar o erosio-
nar al capital”.

La restitución que no alcanzó (5)

Néstor Kirchner (NK) llega al gobierno en mayo de 2003. Su


figura no constituía una excepción en el descrédito generaliza-
do de la representación política. No accediendo convalidado por
una mayoría electoral, su gestión se orientó a construirla. Dos
acciones políticas sobresalen: restituir y desagraviar. Verbos que
expresan lo novedoso de la irrupción del kirchnerismo en la polí-
tica argentina luego de casi tres décadas con abrumadora mayoría
de impulsos en sentido inverso. A modo de ejemplo: restituir la
negociación colectiva y el salario mínimo vital y móvil; desagra-
viar ordenando bajar el cuadro del genocida Videla del Colegio
Militar o reparar con el pedido de perdón en nombre del Estado
Nacional por el terrorismo de Estado a las víctimas y a la socie-
dad argentina en su conjunto.
Una nostalgia anidó en el kirchnerismo originario: “Que vuel-
va el tiempo feliz de la sociedad de pleno empleo peronista: Esta-
do fuerte, sindicatos poderosos y empresarios nacionales”.

5 Algunos fragmentos del presente apartado y del que se titula “Primera digresión a
propósito del consumo” fueron publicados originalmente en Nueva Sociedad, N° 264,
“Proletarios del mundo… ¿y ahora? Empleo, sindicalismo y globalización”, julio-agosto
de 2016.

¿Existe la clase obrera? 25

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El impulso inicial que habilitó realidad y ensoñación estuvo
dado por la mega-devaluación realizada por el fugaz gobierno
previo de Eduardo Duhalde que implicó cuantiosas transferencias
para los exportadores y generó márgenes amplios para alentar la
puja salarial. NK interpretó la oportunidad y alentó la puja con
varios decretos de incremento salarial de sumas fijas que bene-
ficiaron en mayor medida a los trabajadores registrados más em-
pobrecidos. Asimismo acompañó, y podríamos decir que hasta
celebró, los conflictos laborales de los trabajadores registrados y
convencionados. Los dos más resonantes fueron los que involu-
craron a los trabajadores del subte y los paros activos, con tomas
de edificio, de los trabajadores telefónicos. Conflictos que, mira-
dos con detenimiento, volvían patente la complejización no sólo
de la trama laboral sino también la del sindicalismo (6).
El desempleo que había alcanzado niveles sin precedentes en
la historia nacional, superando en 2002 la tasa del 21%, se re-
duce de manera persistente hasta 5,9% en octubre de 2015. La
disminución del desempleo se sostuvo pese a crisis financieras
internacionales de envergadura como la que se originó en 2008
en Estados Unidos.
“Le estamos ganando la batalla al desempleo, estamos vol-
viendo a construir la palabra “trabajo” […] Cuando veo los gorri-
tos amarillos de los trabajadores de la construcción me emociono
y lloro porque sé que con esos gorros vuelve el trabajo, vuelve el
pan a la casa, vuelve la alegría a la familia, vuelve la esperanza
a la sociedad. Claro que sueño decirles a los argentinos, cuando
esté terminando mi mandato, que estamos en menos de un dígito
de desocupación; es mi gran sueño”, decía NK a mediados de
2005 en un acto en La Matanza.

6 Para reconstruir la conflictividad de los telefónicos y de los trabajadores del subte se


recomienda la lectura de las columnas dominicales del periodista Mario Wainfeld, en el
diario Página /12.

26 Ediciones Le Monde diplomatique / Serie La media distancia

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Durante aquellos primeros años la vuelta de los sindicatos, de
la negociación colectiva (7) y del conflicto laboral era festejada
como evidencia irrefutable de la ruptura con el pasado, lo que lle-
vó a soslayar las persistencias que se expresaban, por ejemplo, en
el modo en que la desigualdad se instaló en el mundo del trabajo
como síntoma de una estructura productiva desmembrada. En el
mismo sentido fueron minimizados las dificultades y los límites
propios del sindicalismo para expresar el conjunto heterogéneo
de realidades del trabajo. Aun en el contexto de crecimiento eco-
nómico con creación de empleo y de un gobierno, como lo ex-
presara tantas veces NK, que no sería neutral en conflictos que
involucraran derechos de los trabajadores.
El empleo no registrado descendió desde el 48,5%, su pico
máximo en 2003, hasta el 34% en 2010. Tras este descenso sig-
nificativo quedó prácticamente estancado hasta el 2015. Publi-
caciones elaboradas por el Ministerio de Trabajo nacional (8)
muestran que la atención gubernamental sí estuvo puesta desde
el principio en esta problemática y que a raíz de ello se im-
plementaron diversas medidas que lograron resultados desta-
cables. Sobresalen dos nuevos regímenes laborales (9): el de
trabajadores agrarios, sancionado a fines de 2011, y el de tra-

7 La negociación colectiva, prácticamente paralizada durante toda la década de los no-


venta, recibió un impulso impresionante: en 2015 se homologaron alrededor de 2.000
convenios y acuerdos colectivos.
8 Recomiendo, por la información que contienen y por la discusión que plantean, los
doce números de la Revista de Trabajo elaborada por el Ministerio de Trabajo, Empleo
y Seguridad Social de la Nación, publicados entre 2005 y 2015, y también el documento
de trabajo publicado en ocasión del Bicentenario: Trabajo y Empleo en el Bicentenario
(2003-2010). Disponible en español y en inglés en http://www.trabajo.gob.ar/trabajoyem
pleoenelbicentenario/
9 Ley 26.727 sobre el Régimen del Trabajo Agrario. Creación del RENATEA. Y la Ley
26.844, Régimen Especial de Contrato para el Personal de Casas Particulares. Existen
varios antecedentes de reformas parciales e intervenciones de concientización y control
previos a la sanción de estos regímenes que van generando las condiciones para el cambio
legislativo y que tuvieron incidencia en la disminución del no registro antes de que se
sancionaran estas leyes.

¿Existe la clase obrera? 27

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bajadores de casas particulares, en su mayoría mujeres, vigente
desde marzo de 2013 (10); actividades ambas en las cuales se
concentran muy elevados niveles de no registro y precarización
del trabajo.
Tras una década de crecimiento del empleo, de mayor gra-
vitación de los sindicatos y de implementación de políticas es-
pecíficas diseñadas para reducir el no registro, al menos uno de
cada tres trabajadores asalariados no se encuentra inscripto en la
seguridad social.
El cuadro se agrava si se tiene en cuenta la injerencia del
cuentapropismo de oficio y subsistencia (11), la tasa de no regis-
tro en unidades productivas con menos de cinco empleados (12)
y la infiltración de la tercerización laboral en el conjunto de las
actividades económicas.

10 Alrededor de un millón doscientas mil mujeres se desempeñan como trabajadoras en


casas particulares. A principios de la década los niveles de no registro fueron cercanos al
noventa por ciento. Las políticas implementadas entre 2003 y 2015 permitieron duplicar
el registro de la actividad. Se recomienda la lectura de Francisca Pereyra y Ania Tizziani,
“Experiencias y condiciones de trabajo diferenciadas en el servicio doméstico”, Revista
Trabajo y Sociedad, Santiago del Estero, invierno de 2014. Disponible en http://www.
unse.edu.ar/trabajoysociedad/. Este artículo brinda elementos para analizar los avances
en materia de registro y derechos de las trabajadoras domésticas y los problemas para el
acceso efectivo a estos derechos que tienen las trabajadoras domésticas a tiempo parcial.
11 El cuentapropismo crece en números absolutos durante el ciclo de gobiernos kirch-
neristas pero decrece en términos relativos casi 3 puntos porcentuales entre 2003 y 2011.
Pasando de 20,6% a 17,7%. En el cuarto trimestre de 2010 el 55% del total de trabajadores
independientes no realizaba aportes a la seguridad social y dentro de este agregado el 65%
percibía menos de mil pesos mensuales. Monto muy bajo si se tiene en cuenta que en 2010
el salario mínimo era de mil setecientos cuarenta pesos. Mara Ruiz Malec, Juliana Persia
e Isidoro Sorokin, Trabajo no registrado y protección social en Argentina, Secretaría de
Política Económica y Planificación del Desarrollo, enero de 2015. Disponible en www.
economia.gob.ar/peconomica/basehome /DT%2003_trabajo%20no% 20registrado_16.pdf
12 En el tercer trimestre de 2012, la tasa de empleo no registrado ascendía al 70% en
las unidades productivas con hasta 5 empleados. “Y el 44% de empleo no registrado se
localiza en unidades productivas que emplean a todo su personal por fuera de la normativa
laboral, lo cual implica que se encuentran al margen de gran parte, o de todas, las normas
legales que regulan sus operaciones económicas”, MTEySS, Trabajo no registrado. Avan-
ces y desafíos para una Argentina inclusiva, septiembre de 2013. Disponible en https://
www.cta.org.ar/IMG/pdf/trabajo_no_registrado.pdf.

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Álvaro García Linera caracteriza del siguiente modo la trama
productiva boliviana: “Un sistema productivo dualizado entre un
puñado de medianas empresas con capital extranjero, tecnología
de punta, vínculos con el campo económico mundial, en medio de
un mar de pequeñas empresas, talleres familiares y unidades do-
mésticas articuladas bajo múltiples formas de contrato y trabajo
precario a estos escasos pero densos núcleos empresariales” (13).
En Argentina difieren las magnitudes, la intensidad de la des-
igualdad y la sedimentación de los procesos de precarización del
trabajo. Sin embargo, la estructura productiva nacional comparte
la tonalidad boliviana.
Tal como lo afirma García Linera una cuestión crucial es
comprender el modo de vinculación, las formas de jerarquiza-
ción y subordinación de los diferentes segmentos productivos, y
cómo empresas de altísima concentración logran acrecentar sus
rentabilidades y expulsar su riesgo a través de la subordinación
de ese mar de pequeñas empresas. La paradoja, para ponerlo en
términos resonantes, de las grandes marcas de moda abastecién-
dose a través de talleres textiles clandestinos.
En su tratado Idea de pintores, escultores y arquitectos, Fede-
rico Zuccaro sostiene: “A nuestro arte de la pintura pertenecen no
sólo la consideración de las cosas pintadas sobre la pared o sobre
el lienzo, sino también la consideración del propio lienzo y la pa-
red misma, materia de esta forma” (14). Esta doble consideración
tendría lugar unos años después, promediando el primer mandato
de Cristina Fernández de Kirchner (CFK).
CFK asume la presidencia en diciembre de 2007 y gobierna
durante dos mandatos consecutivos. Hacia 2009 se produce un
cambio en la caracterización del mundo del trabajo realmente

13 Álvaro García Linera, Sindicato, Multitud y Comunidad. Disponible en http://


bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/coedicion/linera/6.1.pdf
14 Citado en Francÿs Alis (2015), Relato de una negociación, Museo Tamayo - MALBA.

¿Existe la clase obrera? 29

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existente. Tras la estatización del sistema jubilatorio se imple-
menta el Plan Ingreso Social con Trabajo (conocido como Ar-
gentina Trabaja) que promovió la organización en cooperativas
de trabajadores sin ingresos formales para realizar tareas de
mantenimiento y mejoras en la infraestructura de sus barrios y
comunidades de pertenencia. En el discurso de lanzamiento del
programa en la Casa Rosada, CFK dijo:

Ustedes saben que siempre hemos concebido lo que es un plan de


país, un proyecto de país, de industrialización, de valor agregado,
de generación de trabajo, de empresas, el mejor combate contra la
pobreza y lo hemos demostrado con los resultados de un país reci-
bido con un cuarto de su población en situación de desocupación
que hoy está en una desocupación de menos de un dígito.
Pero también es cierto que es necesario abordar situaciones
desde desarrollo social en materia directa en el mientras tanto,
porque tantos años de tragedia social van creando lo que deno-
minamos núcleos duros de pobreza, que no hay posibilidad de
abordarlos desde el crecimiento de la política económica o de la
actividad económica, sino que requieren un tratamiento integral
y especial, pero no bajo la forma de te doy plata y no rendís
cuentas, sino bajo la forma de organización social (15).

En el mismo año, el Poder Ejecutivo implementa la Asigna-


ción Universal por Hijo para la Protección Social (AUH) cuyo
objetivo central es garantizar un ingreso mínimo a niños cuyos
padres no tuvieran una inserción ocupacional registrada y por lo
tanto no accedieran a la asignación por hijo estipulada en el régi-
men contributivo de asignaciones familiares (16). Actualmente la

15 Palabras de CFK durante el lanzamiento del Plan Ingreso Social con Trabajo. Disponi-
ble en http://www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/21305-blank-42382375
16 Los beneficiarios de la AUH son todos aquellos niños, niñas y adolescentes menores
de dieciocho años (o sin límite de edad cuando se trate de un niño discapacitado) que no
tengan otra asignación familiar prevista por la Ley 24.714 y cuyos padres o tutores <<

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AUH da cobertura a alrededor de 3,5 millones de niños/jóvenes
distribuidos en 1,8 millones de hogares. Diversos estudios mues-
tran su efectividad para reducir la indigencia y la pobreza.
Finalmente el Monotributo Social (17) se orientó también a
estos mismos segmentos de trabajadores impulsando, a través de
una pequeña contribución, el paulatino registro de las economías
de los barrios empobrecidos tras décadas de neoliberalismo. Los
inscriptos en este régimen podrían emitir facturas, ser proveedo-
res del Estado y, de acuerdo a la normativa, ingresar al sistema
previsional y acceder a las prestaciones de las obras sociales del
sistema nacional de salud.
Sin pretender exhaustividad sobre las políticas vinculadas al
trabajo, encaradas por las gestiones kirchneristas, me interesa
destacar dos grandes etapas. La primera apuesta fue poner en fun-
cionamiento los resortes que otrora habían sido efectivos para el
conjunto. Se registraron logros muy significativos que ya hemos
repasado, aunque una parte extensa de la realidad permaneció
relativamente ajena. El capitalismo creó una inmunidad nueva y
en este sentido las formas previas de intervenir la relación entre
capital y trabajo desde el Estado se han vuelto parcialmente es-
tériles. En la segunda etapa, en especial a partir del año 2009, la
intervención se dirigió directamente a brindar alguna cobertura a
los hogares de los millones de trabajadores informales y pobres.
Sin embargo, una antinomia compleja entre los trabajadores
del techo y los trabajadores del piso se instaló durante el final

>> sean: trabajadores no registrados o del servicio doméstico; que perciban una remune-
ración menor al Salario Mínimo Vital y Móvil; desocupados, trabajadores de temporada
(en los meses de reserva del puesto de trabajo); monotributistas sociales. Información
disponible en Observatorio de la Seguridad Social, abril de 2012.
17 El Monotributo Social entró en vigencia a mediados de 2004 pero durante varios años
se mantuvo con niveles muy bajos de adhesión. La información sobre su evolución no
resulta accesible. Sin embargo, se pudo constatar, a partir de declaraciones de funciona-
rios del Ministerio de Desarrollo Social, que se produce un crecimiento de los inscriptos
a partir de 2009, alcanzando la cifra de 350.000 monotributistas sociales a fines de 2010.

¿Existe la clase obrera? 31

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del kirchnerismo con consecuencias negativas para el campo
popular. La antinomia no es caprichosa, encuentra en la des-
igualdad social del mundo del trabajo su principal fundamento.
Sin embargo, tal como reflexionó Guillermo O’Donnell (18), las
fricciones que pudieran existir en los planos estructural y corpo-
rativo no deberían impedir la constitución de un sujeto social en
el plano político-ideológico en el cual las organizaciones tras-
cienden el interés puntual para, a través de articulaciones, impli-
carse en alguna propuesta de organización política y económica
de la sociedad en su conjunto. La ruptura entre el sindicalismo
moyanista y el gobierno de CFK se inscribe en la antinomia
antedicha pero se comprende por el empobrecimiento del plano
político-ideológico que tiene lugar durante los últimos años del
ciclo kirchnerista.
En los inicios del kirchnerismo, Hugo Moyano (HM) había
sido reconocido como el dirigente sindical capaz de reunir dos
fuentes de legitimidad: 1) líder callejero de la resistencia frente a
la pobreza, la precarización y el desempleo que provocó el neoli-
beralismo en los noventa y, 2) dirigente peronista de un sindicato
poderoso, con elevado poder de movilización. Gremio que, ade-
más, brindó cobertura sindical a trabajadores tercerizados y de
tan bajos salarios como los barrenderos (19), quienes habían que-
dado “a la intemperie” como consecuencia de la tercerización, en
los municipios más populosos, de la recolección de residuos y de
la limpieza de calles (20).

18 O’Donnell, Guillermo (2008), Catacumbas, Buenos Aires, Prometeo.


19 Para profundizar en esta cuestión recomiendo el riguroso trabajo de investigación
realizado por Gabriela Pontoni en su tesis de doctorado: Relaciones laborales en la Ar-
gentina. El caso camioneros (1991-2011), Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Buenos Aires.
20 Lo que significó una mejora sustancial de las condiciones de trabajo y de vida de estos
trabajadores, tal como destacaron los titulares de diarios durante el 2010 cuando los ba-
rrenderos, encuadrados en el convenio colectivo del Sindicato de Camioneros, alcanzaron
los diez mil pesos mensuales.

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Fue así como HM se convirtió en secretario general de la Con-
federación General del Trabajo (CGT) a partir de 2005, y desde
allí ofició como un importante aliado del gobierno nacional. Sin
embargo, a medida que se desarrollaban los años de gobierno de
NK y, luego de CFK, las reivindicaciones y principales demandas
de la CGT tendieron a quedar restringidas a la representación de
la parte de la clase trabajadora registrada y convencionada. Por
este motivo, la ruptura de Moyano con el gobierno se desencade-
na cuando CFK desoye la exigencia de disminuir la carga tributa-
ria (impuesto a las ganancias) que afecta sobre todo al segmento
de los empleados con salarios más elevados (21), quienes aun ubi-
cándose entre los más beneficiados, no dejaban de tener ingresos
de asalariados. La consigna “el salario no es ganancia” fue la
base de estos reclamos. Finalmente, HM terminó conduciendo
la CGT más como líder camionero que como representante del
conjunto de la clase trabajadora corroída por la pobreza y la des-
igualdad social legadas por el neoliberalismo; con la consiguiente
reducción del todo a la parte.
La segunda cuestión que interfiere en la ruptura se relaciona
con la delicada ecuación entre poder gremial y poder político.
Con el kirchnerismo en el gobierno, el sindicalismo no logró
protagonizar la década. Sin embargo, el gobierno de NK, más
preocupado por los pesos específicos de los actores históricos,
reservó un lugar importante para el sindicalismo. Tras la inespe-
rada muerte de NK, en octubre de 2010, se escuchó cada vez más
fuerte entre los principales dirigentes del “moyanismo”: “Con
el peronismo los trabajadores fuimos la columna vertebral del

21 Aludiendo a las medidas de fuerza del sindicalismo moyanista contra su gobierno,


CFK dijo: “El mundo está al borde del Titanic. Este bote en el que está Argentina es de
todos. Y veo que los principales beneficiados están tratando de pinchar el bote con la lógica
del escorpión. El 19 por ciento de los trabajadores se queda con el 41 por ciento. Y el 81
por ciento con el 59 por ciento. El 81 por ciento de los trabajadores registrados no llega a
los mínimos imponibles. ¿Cómo se reparte?”, junio de 2012.

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Movimiento, ahora queremos ser la cabeza”. Para CFK esta as-
piración resultó una provocación intolerable que terminó de con-
sumar el angostamiento de las bases de sustentación popular de
su gobierno (22).

Las organizaciones I: el sindicalismo

El sindicalismo logró importantes avances durante los años de re-


cuperación del empleo. A principios de siglo el temor al desem-
pleo monopolizaba la realidad del trabajo. Recuerdo que en ese
entonces realizaba una encuesta a trabajadores jóvenes de grandes
supermercados y la constatación más significativa, además del
miedo al despido, era la ajenidad de los trabajadores respecto de lo
sindical. Muchas palabras no tenían significado para los trabaja-
dores: convenio colectivo, paritaria, delegado, negociación colecti-
va. La jerga sindical se había desvanecido. Actualmente es una es-
cena mucho más usual en los lugares de trabajo la discusión sobre
lo negociado en cada paritaria y la realización de comparaciones
con otros gremios que alcanzaron mejores o peores condiciones.
El sindicalismo recuperó de este modo una mayor presencia coti-
diana en los establecimientos y en la vida de los trabajadores.
Antes de ahondar en el tiempo reciente resulta conveniente
realizar una breve retrospectiva para identificar los componentes
más salientes del mundo sindical. Dos agrupamientos sindicales
fueron los que encarnaron la resistencia a las políticas neolibe-
rales de los noventa, y pese a su desacuerdo sobre el modelo
sindical, protagonizaron grandes acontecimientos en unidad de
acción como la Marcha Federal en 1994. Nos referimos a la Cen-

22 Recomiendo la lectura del artículo de Ana Natalucci, en este mismo libro, por la rigu-
rosidad con la que reconstruye los motivos que incidieron en la ruptura de una parte del
sindicalismo peronista con el gobierno de CFK.

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tral de Trabajadores de la Argentina (CTA), fundada en 1992,
fundamentalmente integrada por sindicatos estatales y, a raíz de
la caracterización “la nueva fábrica es el barrio”, la inclusión
de movimientos territoriales que nuclearon a los trabajadores
desocupados e informales y crearon formas organizativas para
la supervivencia (tomas de tierra, comedores, emprendimien-
tos productivos populares, entre otras). Luego el Movimiento
de Trabajadores de la Argentina (MTA) (23), disidencia al in-
terior de la histórica CGT, constituido formalmente en febrero
de 1994, que logró combinar una crítica político-ideológica de
fondo al neoliberalismo con una enorme capacidad de moviliza-
ción. Esta corriente interna fue integrada por numerosos sindi-
catos, algunos grandes y realmente poderosos como los gremios
del transporte bajo el liderazgo de Juan Manuel Palacios y Hugo
Moyano y, en términos generales, por sindicatos y dirigentes
con una coherencia de lucha en otros momentos difíciles de la
historia obrera.
Otro sector sindical, el que hegemonizó la CGT durante la dé-
cada de los noventa, se concentró en lo que la politóloga Victoria
Murillo denominó como supervivencia organizativa, “basada en
la defensa de sus privilegios organizacionales y la formación de
empresas sindicales surgidas de las reformas de mercado” (24).
Mayoritariamente estos sectores sindicales funcionaron como
una oposición abierta o agazapada al kirchnerismo. Para carac-
terizar la índole de su posicionamiento político-sindical me per-
mito transcribir las declaraciones del entonces secretario general
del Gremio Luz y Fuerza frente a la pregunta de un periodista
sobre qué haría el sindicalismo si el gobierno nacional se decidía

23 Recomiendo el libro de Nelson Ferrer, El MTA y la resistencia al neoliberalismo en los


90, Dos orillas, Buenos Aires.
24 María Victoria Murillo, “Cambio y continuidad del sindicalismo en democracia”,
Revista SAAP, Vol. 7, Nº 2, noviembre de 2013. Disponible en http://www.saap.org.ar/esp/
docsrevista/revista/pdf/7-2/murillo.pdf

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a intervenir en el sistema de las obras sociales de salud (cuyos
fondos son administrados por los sindicatos):

Mirá, esto te lo dice Oscar Lescano, publicalo bien grandote y


no lo digo por Lescano, lo digo por todos, porque conozco el
sentimiento de cada secretario general: el día que nos quieran
tocar las obras sociales, estatizarlas, privatizarlas o querer ha-
cerles cualquier cosa, les vamos a declarar la guerra total, van a
tener que matarnos a todos (25).

Un ejemplo descarnado de un sindicalismo que se define


como factor de poder, a secas, y que por ello afirma que le resulta
indiferente si la intervención del gobierno es para estatizar el sis-
tema (para crear por ejemplo un sistema más igualitario) o para
privatizarlo (creando uno más regresivo). Este referente sindical,
ya fallecido, no es una excepción sino que ilustra una parte de la
realidad del sindicalismo nacional.
En una entrevista realizada por la Revista Crisis (26), aludien-
do a esta misma cuestión, el dirigente camionero Hugo Moya-
no (HM) afirmó: “Sería complicado que se repita lo que ocurrió
con algunos sindicatos en los noventa: organizaciones sindicales
ricas con sus trabajadores empobrecidos”. El líder sindical, pro-
tagonista de la resistencia del MTA, inscribe su preocupación en
una caracterización del actual gobierno de Mauricio Macri como
“gobierno de empresarios”.
Más allá de estas divisiones, con fundamentos muy nítidos
vinculados al lugar del sindicalismo frente a las reformas neoli-
berales previas, durante los años kirchneristas la mayoría del sin-

25 Diario La Nación, 20 de octubre de 2012. Se puede profundizar sobre esta cuestión


en Paula Abal Medina, “Las formas políticas del trabajo”, Revista Anfibia, Buenos Ai-
res, 2016. Disponible en: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/las-formas-politicas-del-
trabajo/#sthash.beB9cnx3.dpuf
26 Revista Crisis, Número 25, junio de 2016. Disponible en http://www.revistacrisis.com.
ar/notas/un-camion-agazapado

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dicalismo materializó avances para sus trabajadores y un fortale-
cimiento económico de sus organizaciones. Los avances no sólo
tuvieron que ver con la mejora del poder adquisitivo del salario
de los trabajadores registrados, sino que también aumentó la co-
bertura de la negociación colectiva. Es decir que el sindicalismo
logró expandirse.
Si así es el panorama general, dos problemas de fondo mos-
traron los límites del sindicalismo como forma organizativa del
trabajo. Aquí nos detendremos en las consecuencias del desman-
telamiento de la representación sindical en los lugares de trabajo.
En el siguiente apartado retomamos los límites del sindicalismo
para representar al “otro movimiento obrero”.
El desmantelamiento de la organización gremial en los esta-
blecimientos empresarios no es reciente, sino más bien un ob-
jetivo cumplido por la última dictadura militar. Una encuesta
realizada en el año 2005 (27) permitió constatar que en aproxi-
madamente el 86% de las empresas no existía ninguna instan-
cia de representación directa de los trabajadores. Y que el 61%
de los trabajadores se desempeñaba en empresas que no tenían
delegados gremiales. Asimismo una revisión de las reformas de
estatutos de diferentes sindicatos mostró que la tendencia de las
cúpulas sindicales ha sido restringir las competencias y prerroga-
tivas de los delegados de establecimiento en la vida sindical (28).
La combinación de estructuras sindicales poderosas con una
expandida organización gremial en los lugares de trabajo había
habilitado, desde el primer peronismo, la gravitación de los tra-
bajadores en la escena social y política del país. La coexistencia
no estuvo exenta de tensiones; incluso en muchos momentos pro-

27 Módulo especial incorporado a la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) del Minis-


terio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación.
28 Paula Abal Medina y Nicolás Diana Menéndez, Colectivos resistentes, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2011.

¿Existe la clase obrera? 37

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dujo fuertes enfrentamientos al interior de la clase trabajadora.
Sin embargo, la efectividad del modelo sindical argentino residía
en su doble fuente: simultáneamente estructuras poderosas y una
expandida organización en los lugares de trabajo (29).
En la práctica los delegados y las comisiones internas funcio-
nan como figuras de contrapeso, evitan el cierre de los sindicatos,
llevan realidad viva del trabajo a los edificios y a los escritorios
sindicales. Contrastan las negociaciones por arriba con las con-
diciones de vida de trabajadores concretos. A su vez la acción
sindical en cada establecimiento se fortalece con la acumulación
lograda por los sindicatos y se encauza en una estrategia de con-
junto, evitando librar, en cada conflicto y fragmentariamente,
“batallas finales” que pudieran significar un retroceso para los
trabajadores. Los delegados ejercen entonces una representación
puntual pero con las espaldas de una estructura sindical que con-
densa un proceso largo de acumulación popular.
Un equilibrio precario, una tensión productiva, cuyo soste-
nimiento garantizó conquistas sociales y fuerza transformadora,
la articulación virtuosa entre un sindicato con poder económico
(traducido en clubes, hoteles, obras sociales, propuestas cultura-
les y educativas para los trabajadores y sus familias) con poder
gremial (capacidad efectiva para la puja distributiva y para mejo-
rar las condiciones de trabajo) y, en consecuencia, poder político.
Me gustaría retomar aquí, de manera puntual, la caracteriza-
ción que realiza Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita
y de la CTEP, sobre el actual mundo del trabajo:

Decimos que la clase trabajadora está dividida en tres pedazos:


la crema, la leche y el agua. La crema en una sociedad como la
nuestra es hasta el 20% de los trabajadores, trabajadores inte-

29 Tan significativa resultó la organización de la trama productiva que sostuvo la Resis-


tencia desde el 55 con el peronismo proscripto y los sindicatos intervenidos.

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grados, los trabajadores reconvertidos, como dicen ellos. Son
estos trabajadores que consumen, que compran dólares. Des-
pués está otro sector que sí es bastante más grande, que es la
leche, que sí es el sector de trabajadores no reconvertidos. Mu-
chos de la UOM, de textiles, no reconvertidos. Finalmente están
los trabajadores de la economía popular. Ejemplos: fábricas re-
cuperadas, cooperativas, los cartoneros… Un trabajador de los
primeros cobra por encima de las veinte lucas, los otros estarán
de veinte a ocho, a siete, o a cinco, y después una gran masa de
la economía popular, de trabajadores que son improductivos en
términos capitalistas, que tienen otro tipo de producción que es
difícil de comprender para el capitalismo (30).

Es evidente que la “crema” se benefició con el modelo de


recuperación del empleo y de la negociación colectiva, aquel que
CFK refería en su discurso como el proyecto de país. También
es posible constatar el avance social del “agua” a costa del largo
proceso de organización que asumieron los trabajadores haciendo
primero la fábrica en el barrio, piquetes en la ruta y luego organi-
zándose para la acumulación en el Estado, a través de cooperati-
vas y proyectos económicos populares.
Mucho más complejo y errático ha sido el devenir de la “le-
che”: los trabajadores precarizados, tercerizados, subcontrata-
dos, eventuales. Por ejemplo, los trabajadores jóvenes que rotan
indefinidamente entre trabajos inestables y mal remunerados:
un local de ropa, un shopping, un call center, una empresa de
comidas rápidas o un supermercado. Los trabajadores de las
cadenas, como se define el colectivo activista chainworkers.
Pero lo cierto es que la “leche” abastece también el corazón

30 Entrevista realizada por Beltrán Besada y Paula Abal Medina a Emilio Pérsico en
marzo de 2016. Fragmentos publicados en el ensayo “Las formas políticas del trabajo”,
Revista Anfibia (http://www.revistaanfibia.com/ensayo/las-formas-politicas-del-trabajo/)
y en La Negra del Sur (www.negradelsur.com)

¿Existe la clase obrera? 39

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del “proyecto de país” en las grandes empresas de la actividad
industrial. La paradoja de la “leche” es que no estuvo completa-
mente a la intemperie, como el “agua”. Su cobertura es, técnica-
mente, el sindicalismo. Una institucionalidad debilitada por las
transformaciones capitalistas de la producción, por el retroceso
organizativo en los lugares de trabajo y por la consolidación de
algunas grandes estructuras sindicales como factores de poder
económico “a secas”.
Aunque, vale la pena apuntar, que no carecemos de ejemplos
auspiciosos de des-precarización, y de sustancial mejora de las
condiciones de trabajo de la “leche”, en sindicatos tan heterogé-
neos como los que representan a trabajadores aceiteros, del sub-
terráneo y camioneros.
En términos más generales, podemos concluir que las mejo-
ras tendieron a llegar “desde arriba” y se centraron mucho más
en el logro de aumentos salariales que en revertir la desigualdad
de condiciones de trabajo que existe tanto al interior de los esta-
blecimientos como esparcida por las cadenas “invisibles” de la
tercerización laboral.
Dada la injerencia que la legislación nacional (vigente por
décadas) otorga al poder gubernamental en la vida sindical, es
posible sostener que durante el ciclo de gobiernos kirchneristas
los esfuerzos no se dirigieron a promover “procesos desde abajo”
como contrapeso de las cúpulas sindicales que protagonizaron la
etapa de “organizaciones enriquecidas y trabajadores empobreci-
dos”. Es probable que haya predominado una actitud conserva-
dora por el temor al crecimiento de sectores de izquierda radical
(trotskistas en varios casos) que venían ganando cierto lugar en
la organización de los trabajadores precarizados (31) en empresas
de las que los sindicatos se habían retirado.

31 Para profundizar en el crecimiento de la izquierda en empresas recomiendo la lectura


del artículo de Fernando Rosso en este mismo libro.

40 Ediciones Le Monde diplomatique / Serie La media distancia

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Finalmente, habría que evaluar si la elevada creación de
nuevos sindicatos durante los años kirchneristas es un indicio
auspicioso que se relaciona con el vertiginoso crecimiento del
empleo y con un contexto político que dio cobertura a las inicia-
tivas colectivas de los trabajadores o “un tiro por la culata” a la
fortaleza del modelo sindical argentino, por no haber profundi-
zado procesos de democratización de los sindicatos a través de
la recuperación de poder gremial con delegados y comisiones
internas, creando incluso otras figuras sindicales en actividades
donde la fuerza centrífuga del capitalismo neoliberal pulverizó
los colectivos de trabajadores (32). El número de 3.373 gremios,
actualmente vigentes (33) podría ser la combinación de dos ma-
les: fragmentación sindical con persistencia del sindicalismo
empresario.

Las organizaciones II: El otro movimiento obrero

En Argentina, como en otros países de la región, se constata un


rechazo muy profundo a políticas como la AUH y, en mayor me-
dida, a Planes como el “Argentina Trabaja” o el “Ellas hacen”.
“Planero” es la clasificación que vino a reemplazar a “piquete-
ro”, “negro” o la más antigua “cabecita negra”. También se utili-
za la expresión “negros planeros”.

32 “Los/as trabajadores y el imperativo de transformación social de la Argentina”. El


documento fue publicado, en versión completa, en el semanario Miradas al Sur en ocasión
del 1º de Mayo de 2012. Disponible en: www.primerodemayo12.blogspot.com.ar
33 Consulta realizada el 8 de febrero de 2017 en el buscador de Entidades Sindicales del
Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación. Del total de 3.373 entida-
des gremiales: 1.706 son entidades inscriptas y 1.667 cuentan con personería.
Véase también Nicolás Balinotti en el diario La Nación del 28 de septiembre de 2015
(disponible en www.lanacion.com.ar/1831783-se-crean-60-gremios-por-ano-y-temen-
una-mayor-conflictividad-para-2016) y el ensayo de Nicolás Damín en la Revista Anfibia:
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/3259-gremios/

¿Existe la clase obrera? 41

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Durante los primeros años del kirchnerismo esta reacción per-
maneció difusa y desarticulada pero fue creciendo y arraigando
socialmente. Así como durante la década del noventa los discur-
sos dominantes ensayaron diversas formas de enfrentar el par
incluidos-excluidos con el objetivo de, en primer término, imple-
mentar reformas de flexibilización laboral (incluidos privilegia-
dos), luego, con la permanencia de tasas elevadas de desempleo
el objetivo fue responsabilizar individualmente a los desocupados
por no conseguir trabajo (excluidos obsoletos) para, finalmente,
con la organización del sujeto piquetero, estigmatizarlos y repri-
mirlos (excluidos violentos) (34). Durante los últimos años del
kirchnerismo, como reacción a su política social y al crecimiento
de organizaciones territoriales, fue construyéndose la antinomia
de “trabajadores que se rompen el lomo-planeros que viven del
Estado”. Un intenso murmullo social nos permite retomar los tér-
minos en los que son definidos: “Los que reciben planes, vagos,
quieren vivir de arriba, vivir de ‘nosotros’ que trabajamos y pa-
gamos nuestros impuestos”.
Un elemento central que genera la repulsa de los planeros es
que no se comportan como “asistidos”:

Este camino ya lo hemos iniciado, desde abajo y a los poncha-


zos, a mano y sin permiso. No fue la virtud sino la necesidad
la que nos llevó a juntar cartones, recuperar fábricas, defender
nuestra tierra, abrir mercados populares, producir artesanías,
pelear por programas sociales, crear miles de cooperativas. So-
mos los que frente a la miseria nos fuimos inventando algún la-
buro en la villa, en el barrio, en la calle, en el pedacito de tierra
que nos dejaron; somos los cinco millones de trabajadores ar-
gentinos que no tenemos derechos laborales, que sobrevivimos
hacinados en las barriadas populares, que no somos tenidos en
cuenta en las grandes decisiones nacionales; somos lo que falta.

34 Abal Medina (2011), Ser sólo un número más, Biblos, Buenos Aires.

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Somos lo que falta porque sabemos que no hay justicia social
si todos los trabajadores no tenemos poder ni derechos, porque
esta justicia no va a caer como maná del cielo, porque no hay
justicia social sin poder popular. El poder económico quiere
hacernos creer que estamos de más; les decimos: ¡acá ninguno
sobra: somos lo que falta! Y que lo escuchen. (35)

Las líneas anteriores son un fragmento de una declaración


realizada por la Confederación de Trabajadores de la Econo-
mía Popular (CTEP) y me hicieron recordar al alfarero negro
de Ceará, personaje de una leyenda del norte brasileño –narrada
por Eduardo Galeano en Historia de la resurrección del papaga-
yo (36)– que hace, con las penas, la forma colectiva de un nuevo
tiempo.
La CTEP fue creada en el año 2010. En un principio, estos tra-
bajadores quisieron constituir un sindicato nacional e integrarse
a la CGT. La negativa de la CGT impidió que su incorporación
prosperara en aquel entonces. Durante el 2011 realicé entrevistas
a una docena de dirigentes sindicales, la mayoría había integra-
do el MTA, o se identificaba con la tradición expresada por este
movimiento. Registré los términos con los cuales pensaban una
incorporación de ese sector a la Confederación y sus represen-
taciones más amplias sobre estos trabajadores. Aquí sólo podré
formular una ajustada síntesis de elementos comunes o salientes:
expresaban compromiso con la realidad de estos “sectores em-
pobrecidos”, en muchos casos se los llamaba “hermanos” pero
no los representaban como trabajadores en sentido estricto; eran
grupos a los que la CGT debía ayudar pero que no integraban
el mismo “nosotros”; mayormente no se los reconocía como un

35 1º de mayo de 2013. En conmemoración de los 45 años del Documento del 1º de Mayo


de la CGT de los Argentinos. Disponible en http://ctepargentina.org/104/
36 Hace unos meses releí esta historia, con mis hijos, en una edición bellísima de Libros
del Zorro Rojo que se ilustra con imágenes de esculturas en madera de Antonio Santos.

¿Existe la clase obrera? 43

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sujeto organizado, algo que también quedaba de manifiesto con
la monopolización del término Movimiento Obrero Organizado;
en algunos casos se identificaban los “movimientos sociales”
como su espacio de pertenencia; al consultar en forma directa
por su incorporación a la CGT, surgían dos preocupaciones para
justificar la negativa: por un lado, la Confederación no puede
incorporarlos porque significaría avalar la ilegalidad, ya que
todos estos trabajadores tienen ingresos por debajo del salario
mínimo; por otro lado, destacaban riesgos que habían quedado
de manifiesto con la fractura de la CTA, por haber mezclado
en la central sindicatos con movimientos sociales y, a juicio de
los dirigentes, estos últimos son incontrolables, en especial en
elecciones, porque nadie puede saber ni cuántos ni quiénes son
porque forman parte de una economía no registrada. En aque-
llos meses de 2011, coincidentes con la fractura de la CTA, los
dirigentes realizaban espontáneamente balances sobre el modelo
sindical de la central. Sobre este punto las posiciones se encon-
traban más divididas: algunos dirigentes reconocían en la CTA
una experiencia valiosa de resistencia al neoliberalismo que
había logrado expresar a los trabajadores desocupados, incluso
formulado esto último como autocrítica a la CGT. Otros, en
cambio, invalidaban la experiencia porque la CTA había con-
fundido momento coyuntural, de derrota del movimiento obrero,
con modelo sindical. De este modo había cristalizado la derro-
ta. Como exponente extremo de esta posición, Piumato afirmó:
“Hicieron la central de la derrota”.
La discusión sobre el carácter coyuntural o estructural de la
crisis del empleo continúa vigente y es motivo de fuertes contro-
versias, produce dilemas y ambigüedades que condicionan tanto
el accionar sindical como la definición de política pública. Un
vaivén argumentativo entre ambas posiciones es la antesala de la
definición de políticas tales como la AUH o el Argentina Trabaja.
En el mismo discurso de lanzamiento de este último, CFK osci-

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laba entre la definición del “proyecto de país”, de un lado, y estas
políticas para los núcleos de pobreza. A continuación desarrolla-
ba posibles esquemas de financiamiento para la AUH sostenien-
do que luego de confirmar si existían los fondos para financiarla,
recién sería posible pensar “si es más conveniente la asignación
universal, si esto no precariza al trabajador, si no crea un mundo
dividido, independientemente de la discusión, lo primero que te-
nemos que saber es qué recursos vamos a necesitar”.
En definitiva, no pudiendo asegurar su incorporación a la
CGT, la nueva entidad gremial adoptó la forma de una Confede-
ración. La sede central se encuentra ubicada en el barrio porteño
de Constitución, a pocas cuadras de la estación, donde la ciudad
se pone vertiginosa, masiva, amontonada y colorida. Es un sin-
dicato pero se ingresa sin ceremonia de anuncio ni autorización.
Entrás y punto. En mi caso buscaba a Rafael, del Movimiento de
Trabajadores Excluidos (MTE). Y Rafa estaba en la CTEP pero
como había al menos otro Rafa, anduve paseando y abriendo
puertas equivocadas, como espiando un espacio íntegramente en
acto: varias reuniones transcurrían en simultáneo y las escale-
ras como un conmutador desde donde se gritaban nombres de
pila y apodos de militantes que subían y bajaban. En pantallazos
aprecié tendencias: rincones más guevaristas, los bien peronis-
tas sumando foto de Francisco y también kirchneristas: Néstor y
Cristina, leyendas en cuadernos o termos como “Nunca menos”
o “La patria es el otro”. Como en las calles lindantes –rebalsadas
de manteros, feriantes y vendedores ambulantes– adentro había
otro hervidero. El de la política como necesidad. Rafa –a quien
finalmente encontré– decía: “Acá hay algo que está a flor de piel:
la organización resuelve. De hecho, cuando hay conflicto de car-
toneros en la ciudad, si hay 5.000 se mueven 4.400, es decir, se
mueven todos”.
Actualmente, la CTEP está organizada en ocho ramas: carto-
neros, indumentaria, campesina, motoqueros, vendedores ambu-

¿Existe la clase obrera? 45

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lantes, programas sociales, artesanos y feriantes (37). Y está inte-
grada por grandes organizaciones territoriales y políticas como el
Movimiento Evita, el Movimiento Popular La Dignidad, el MTE,
el Comedor Los Pibes, el Movimiento Nacional Campesino In-
dígena. Que sus organizaciones son grandes se constató el 7 de
agosto de 2016, día de San Cayetano, durante el cual realizaron
una movilización desde Liniers hasta Plaza de Mayo. Aquel día
la CTEP movilizó junto a Barrios de Pie y la Corriente Clasista
y Combativa. A partir de este acontecimiento muchos dirigentes
sindicales confirmaron que la CGT no tenía el monopolio efec-
tivo del Movimiento Obrero Organizado. Poco tiempo después,
las puertas del histórico edificio de Azopardo al 800 se abrieron
para recibirlos en una larga jornada durante la cual se desarrolló el
Encuentro Mundial de Movimientos Populares, promovido por el
papa Francisco, que mixturó algunos símbolos e idearios que hasta
entonces se repelían: los anfitriones habían apostado dos giganto-
grafías de Rucci y varias imágenes católicas y los asistentes mul-
tiplicaban las estampas del Che y Evita en remeras y banderas de
organizaciones como La Dignidad, la CCC y el Movimiento Evita.
Cada uno de los paneles del encuentro se integró con dirigentes
sociales de idearios heterogéneos y monseñores. Finalmente, la
CGT se llenó de mujeres trabajadoras, militantes sociales de los
barrios, que en las mesas del final de la jornada, cuando ya el nú-
mero flaqueaba, subieron al escenario y oficiaron como oradoras.
Varios acontecimientos más replicarían convergencias de este tipo
durante el segundo semestre de 2016, en movilizaciones, acuerdos
políticos y legislativos, y en declaraciones públicas. El mundo sin-
dical parece estar ensanchándose, con muchos más trabajadores
adentro, bajo tres estructuras gremiales: CGT, CTEP y CTA.

37 Recomiendo la lectura de los cuatro cuadernos de la CTEP, elaborados por Juan


Grabois y Emilio Pérsico: 1. Nuestra realidad, 2. Nuestra organización, 3. Nuestros obje-
tivos, 4. Nuestra lucha.

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Sobre el final del gobierno de CFK quedó claro que las orga-
nizaciones del otro movimiento obrero tendieron a quedar “atra-
padas” en el Ministerio de Desarrollo Social. Reconocidos como
sujetos organizados ya no serían “los asistidos” pero su condi-
ción de pobres solaparía la de trabajadores. El 9 de diciembre de
2015, un día antes de la entrega del mando al nuevo presidente
Mauricio Macri (MM), el gobierno de CFK tuvo el propósito de
aprobar a través de una resolución del Ministerio de Trabajo, el
otorgamiento de la personería social a la CTEP (38). Una institu-
cionalidad débil (en comparación con la personería gremial exi-
gida por la propia organización) que de todas formas significaba
para la CTEP un punto de acumulación, a mitad de camino, en el
trayecto de pobres a trabajadores.
Finalmente, antes de concluir el apartado, quisiera presentar
brevemente otras dos concepciones sobre los sectores populares
más empobrecidos a partir de referencias a Daniel Arroyo y a
Carlos Pagni.
Daniel Arroyo, especialista en temas sociales del Frente Reno-
vador, ha dedicado muchos años a realizar investigaciones sobre
los problemas que sufren los sectores populares a raíz de la crisis
del empleo: “En definitiva, los trabajadores no registrados, los
que hacen changas, los que tienen planes sociales y los que bus-
can trabajo y no encuentran, forman parte de una gran masa si-
lenciosa e invisible de argentinos a los que casi nadie representa y
a los que casi nadie reconoce como lo que son: trabajadores” (39).
Por lo general acompaña este tipo de intervenciones públicas con
el señalamiento de un indicador “preocupante”: los jóvenes ni-ni,

38 Lo inexplicable, según cuestionan algunos dirigentes de la CTEP, es que un olvido “ad-


ministrativo” (que Freud bien podría haber clasificado como olvido de propósitos) impidió
volver efectiva la personería social, la que finalmente fue reglamentada tras la asunción
de Mauricio Macri.
39 Daniel Arroyo en diario Clarín, “La Argentina invisible y el drama del trabajo infor-
mal”, 26 de septiembre de 2016.

¿Existe la clase obrera? 47

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que ni estudian ni trabajan. Defiende para ellos “el derecho a un
primer empleo en blanco y junto con eso una red de tutores con el
cura, el pastor y la maestra. Hay jóvenes a los que les falta el mé-
todo y les cuesta trabajar 8 horas porque no vieron a su padre o a
su abuelo hacerlo. Lo tercero es que hay que crear 200 centros de
atención de adicciones […] Lo que genera actividad económica
no genera trabajo. Las inversiones que va a conseguir el gobierno
van a ser para soja, para minería y para el sector financiero. Lo
que es altamente rentable no genera empleo. Eso es así en Amé-
rica Latina diría, hay un descalce. Si el Estado no compensa, no
hay solución”. (40)
Sus intervenciones combinan tres grandes ideas-fuerza: una
mirada miserabilista (41) sobre los trabajadores aludidos, que fo-
caliza más fuertemente en la descomposición que en la recompo-
sición social, luego un recorte sobre la peligrosidad de los jóve-
nes ni-ni y finalmente promueve una acción de salvación (con la
maestra, el cura, el pastor, el Estado compensador).
Por último el actual proyecto de los sectores dominantes, que
busca recomponerse a través del gobierno de MM, también se
posiciona en este debate. Carlos Pagni, columnista del diario La
Nación y conductor en el canal Todo Noticias, explicita dicho po-
sicionamiento con meridiana claridad en una editorial que titula
“Política y pobreza” (42). La cito extensamente:

La política social fue tercerizada en organizaciones que po-


dríamos decir privadas, que son los movimientos sociales. El
kirchnerismo decidió trasladar o delegar en los movimientos
sociales buena parte de la asistencia a los pobres. No sólo en

40 Entrevista realizada a Daniel Arroyo por el periodista Diego Genoud. Disponible en La


política online, 6 de septiembre de 2016.
41 Svampa, Maristella (2008), Cambio de época, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
42 Editorial de Carlos Pagni en el programa televisivo Odisea Argentina que conduce en
canal TN, 26 de septiembre de 2016.

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las intendencias, en las gobernaciones sino que les transfirió
a movimientos, como el Movimiento Evita o la Tupac Amaru,
parte de la acción social […] El gobierno actual [se refiere al
de MM] está frente a una encrucijada que no sabemos cómo va
a resolver: va a seguir tercerizando la política social o se va a
hacer cargo el Estado de algo que se debería haber hecho cargo
siempre.
A esto se suma una disputa por la representación de los po-
bres. El sindicalismo sufrió un trauma importantísimo en el año
2001: el boom de la desocupación […] que le hizo perder canti-
dad de afiliados que son los que terminaron alimentando como
desempleados o informales los movimientos sociales. Lo que
hay ahora es la intención del Movimiento Obrero Organizado
de recuperar la representación de todos, entre comillas, despo-
seídos. Sobre todo porque hoy el trabajador formal es ya un pri-
vilegiado […]
A todo esto se le agrega una última novedad que es la partici-
pación de la Iglesia… Detrás de esta configuración está la mano
de Bergoglio quien muy probablemente aspire a que los movi-
mientos sociales se integren al mundo del trabajo formal, algo
muy distinto de esta idea de generar un submundo de pobres con
sueldo y obra social de gente que no saldría nunca después de
esa condición. Entre otras cosas porque para salir de esa condi-
ción habría que revisar las rigideces y los privilegios del mundo
del trabajo formal. En el fondo hay una contradicción entre los
intereses del que representa al trabajador formal y el que repre-
senta al desocupado. En gran medida el desocupado es desocu-
pado porque ese otro mundo es muy cerrado y muy rígido.

Hasta el momento es posible afirmar que el macrismo, algo


desorientado con la expansión de la movilización social y los
acuerdos políticos que posibilita, no ha intentado un tipo de ajus-
te clásico de reducción directa de los costos de la política social.
Pero es difícil que pueda estabilizar un nuevo poder si no logra

¿Existe la clase obrera? 49

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avances respecto de este mandato de “regresar a los pobres al
lugar del que nunca deberían haber salido”: beneficiarios de la
política social. Es este el sentido crucial y más novedoso de la
editorial de Pagni llamado Política y Pobreza. Intervenir en la
dicotomía asistido-organizado para que los “pobres” vuelvan a
comportarse como asistidos y no como un sujeto político (43).
El segundo planteo de la editorial se inscribe en la ya remani-
da dicotomía incluidos privilegiados-excluidos. Como reacción
a la posibilidad de que se expanda el campo político-ideológico
con las articulaciones de la “crema”, la “leche” y el “agua”. Por
ello intenta azuzar la contradicción al interior de la clase trabaja-
dora. Su apelación a las reformas de flexibilización laboral es un
eco de lo que el Fondo Monetario Internacional exigía a Argenti-
na y otros países de la región, en 1993:

Un desempleo alto y en aumento no se debe a una competencia


excesiva ni al ritmo vertiginoso de las innovaciones tecnológi-
cas. Es más probable que sea obra de mercados de trabajo in-
flexibles y de la falta de competencia […] La solución del des-
empleo persistentemente alto debe buscarse principalmente en
el área de las políticas estructurales. Hay que efectuar reformas
que aumenten la flexibilidad de los trabajadores y de los merca-
dos –sobre todo los de trabajo– […] debe impedirse que como
consecuencia del poder de mercado de las personas actualmente
empleadas –“los elementos internos”– el nivel del salario real
sea demasiado alto para que los desempleados –“los elementos
externos”– puedan encontrar trabajo. [Unas líneas después, se
acusa a quienes defienden] “la rigidez de la normativa laboral”

43 La determinación es de tal magnitud que el gobernador de Jujuy hace encarcelar a la


principal líder de la Tupac Amaru de la provincia de Jujuy: Milagro Sala, dilapidando la
principal novedad, haber llegado al gobierno a través de las urnas. La Tupac Amaru es la or-
ganización del otro movimiento obrero jujeño. Es tan grande y fuerte que llegó a constituir-
se en la tercera empleadora de dicha provincia, después del Ingenio Ledesma y el Estado
provincial. Para mayor información sobre la causa de Milagro Sala ver los artículos de H.
Verbitsky del 28 de febrero, 6 y 13 de marzo de 2016, publicados en el diario Página /12.

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[y de esta forma sólo imponen] “un beneficio social para los re-
cursos humanos empleados, que quedan protegidos de la com-
petencia de los desempleados, y no para toda la sociedad”.

Primera digresión a propósito del consumo:


¿vivir mejor o vivir bien?

Una anécdota, que difunde con perspicacia un importante colum-


nista del diario Página /12, Mario Wainfeld, aporta elementos
significativos que aún no mencionamos:

Este cronista se cruzó con el presidente, Néstor Kirchner, en un


pasillo de la Casa Rosada. Sacó un papelito del bolsillo y me
preguntó si conocía cuántos splits se habían vendido durante su
mandato. Este diario [se refiere a Página /12] lo ignoraba con
holgura, se le espetó una cifra millonaria. Sin tomar aire, Kirch-
ner estimó cuántos habrían sido adquiridos por gentes de clase
alta o media alta. Los restó del total y concluyó que tantísimos
hogares de clase media baja o trabajadora habían tenido por
primera vez un aparato de aire acondicionado en su casa en el
transcurso de su gobierno. Multiplicó la cifra por cuatro o cinco
(familia tipo) y remató: “Millones de personas que por primera
vez no se mueren de calor en verano. ¿Y sabe cuánto pagan de
electricidad?”. Eso sí era público, muy poco. “Por eso, porque
hay millones de laburantes que viven mejor, tenemos tanto apo-
yo. Y por eso hay tantos que nos detestan”. (44)

La expansión de la demanda interna aumentando el poder de


compra de las clases populares ha sido un denominador común

44 Mario Wainfeld, “Splits y ventiladores”, Página /12, Buenos Aires, 7 de diciembre


de 2008. Anécdota que reenvía al proceso de surgimiento del consumidor obrero durante
el primer peronismo que se reconstruye mediante una novedosa y exhaustiva revisión de
documentos históricos en el libro de Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron
de compras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2014.

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de muchos de los gobiernos heterodoxos que gobernaron la re-
gión en los últimos 10/15 años. Con estas experiencias América
Latina creó una estrategia de desconexión frente a la austeridad
que impartían los gobiernos europeos mientras descargaban el
ajuste sobre los países más débiles de la Unión Europea y sobre
el conjunto de los trabajadores. Ese proceso que Anderson califi-
có como de “excepción global” inició su fase descendente.
La condición de posibilidad que permitió el aumento del
consumo no residió únicamente en la voluntad política y en la
organización popular nacida de las diversas resistencias al neoli-
beralismo. Una condición paradojal de coyuntura global habilitó
recursos para financiar el proceso distributivo en una ecuación de
suma positiva del tipo “ganan todos”: el denominado boom de los
commodities vinculado con actividades extractivas.
La paradoja residió en que la mayor disponibilidad de recur-
sos que se volcó hacia los sectores populares agravó el persistente
problema de las estructuras productivas desequilibradas –proble-
ma al que se refirió Marcelo Diamand en la década de 1970– ya
que profundizó la asimetría entre poder agropecuario y poder
industrial.
La anécdota de los aires acondicionados condensa a la vez
la fuerza de la transgresión subjetiva que significa replicar cier-
tos modos de consumo de los sectores de mayores recursos, pero
también un extravío. El consumo de electrodomésticos no fabri-
cados en Argentina o con alta incidencia de componentes extran-
jeros también agravó el persistente problema latinoamericano de
la restricción externa. En un artículo que reconstruye los diversos
elementos que intervienen en la actual crisis política brasilera,
Perry Anderson afirma:

La compra de productos electrónicos, de electrodomésticos y


vehículos despegó (los autos a través de estímulos fiscales),
mientras que el suministro de agua, las carreteras pavimenta-

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das, los autobuses eficientes, el tratamiento de aguas servidas,
las buenas escuelas y hospitales fueron descuidados. Los bienes
colectivos no tuvieron una prioridad ni ideológica ni práctica.
Así que junto a necesarias, y genuinas mejoras en las condi-
ciones de vida, el consumismo en su sentido más deteriorado
se propagó por toda la jerarquía social, desde una clase media
abarrotada, incluso para estándares internacionales, de revistas
y centros comerciales (45).

Esta reflexión es interesante para diferenciar cierta singularidad


del proceso nacional que combinó consumo popular largamente
postergado, con un “consumismo de tipo capitalista” como el que
alude Anderson, pero que también produjo inversiones en determi-
nados bienes públicos (como la mejora sustancial de la infraestruc-
tura educativa, la extensión de la red de agua potable y de cloacas,
la duplicación de kilómetros de autopistas/autovías y en general la
fuerte extensión de caminos, entre otras) (46). Finalmente, es igual-
mente cierto que la falta de vivienda, la desigualdad en el acceso
a la salud y un transporte público deficiente continuaron siendo
problemas para las grandes mayorías trabajadoras de Argentina.
Queda, sin embargo, pendiente el balance de esta ecuación.
“Los trabajadores tenemos que vivir bien, no mejor. Porque
vivir mejor no tiene fin y por eso no puede ser un parámetro que
incluya a los 40 millones”, sostiene Emilio Pérsico, sintonizando
con la perspectiva comunitarista de movimientos bolivianos.
Cada vez más movimientos y organizaciones populares defi-
nen el “consumismo” como una barrera cultural para potenciar

45 Perry Anderson, “Crisis en Brasil”, Viento Sur, mayo de 2016, págs. 4-5 Disponible en
www.vientosur.info/IMG/ article_PDF/article_a11235.pdf
46 Se recomienda el siguiente documento de la Dirección de Programación de la Inver-
sión Pública y Análisis de Proyectos, La inversión pública 2003-2010. Una herramienta
para el desarrollo, Ministerio de Economía y Finanzas Públicas. Disponible en http://cdi.
mecon.gov.ar/bases/docelec/fc1217.pdf

¿Existe la clase obrera? 53

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procesos de mayor igualdad social. Y en este marco se consolida
el cuestionamiento a un neo-desarrollismo, que muchas veces lo-
gra filtrarse en el ideario de gobiernos nacional-populares, crean-
do un bienestar que no transforma las condiciones estructurales
de vida de los trabajadores.

Segunda digresión sobre las luchas populares:


¿combatir, domar o erosionar al capital?

En un artículo reciente Erik Olin Wright (47) define cuatro formas


históricas de lucha anticapitalista a través de los siguientes ver-
bos políticos: destruir, domar, escapar y erosionar el capitalismo.
“Destruir” remite a la tradición revolucionaria inspirada funda-
mentalmente en los escritos de Marx y Lenin, y las revoluciones
comunistas del siglo XX: construir un mundo nuevo sobre las
cenizas del viejo. Estas experiencias no sólo perdieron vigencia
sino que pusieron de manifiesto los límites de las rupturas sis-
témicas. “Domar” refiere a las experiencias de las socialdemo-
cracias europeas vigentes durante la denominada “Edad de Oro”
del capitalismo. Proyectos que buscaron contrarrestar los peores
efectos del capitalismo con regulación y redistribución. Sin em-
bargo, la globalización neoliberal logró neutralizar durante las
últimas décadas la efectividad construida por las instituciones del
bienestar social desatando una nueva voracidad. Lo que pondría
de manifiesto la dificultad para sostener la estrategia de domesti-
cación en el largo plazo. “Escapar”, abordada con cierto desgano
por el autor, se expresa en especial en microalternativas y en la
creación de entornos protegidos de las lógicas de dominación del
capitalismo. Movimientos anticonsumistas con consignas como

47 Erik Olin Wright (2016), ¿Destruir, domar, escapar, erosionar? Cómo ser un anticapi-
talista hoy. Disponible en http://www.sinpermiso.info/textos/la-clase-importa

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“Do it yourself”, mercados del trueque y experiencias de coope-
rativismo social son algunas de las experiencias concretas, des-
estimadas por su carácter individualista y débil. “Erosionar” se
basa en la siguiente idea: los sistemas económicos son mezclas
complejas de muchos tipos diferentes de estructuras económi-
cas y relaciones sociales. La lógica de producción capitalista se
combina con otras no capitalistas. Lo que habilita la creación de
alternativas de relaciones económicas más democráticas e igua-
litarias en las grietas del sistema “hasta el punto de que estas
formas puedan extenderse y desplazar al modo capitalista de su
papel dominante”. “Erosionar” es una acción que se desarrolla
por tendencia y no por ruptura. Las propuestas de política pre-
figurativa, crear instituciones anticipadoras como experimentos
viables que podrían eventualmente reemplazar la estructura do-
minante de la sociedad (48), tiene similitudes con este planteo. En
lo que respecta a Olin Wright concluye postulando, a partir de
la noción de utopía real, la combinación erosionar-domar: “La
visión de abajo arriba, centrada en la sociedad del anarquismo,
con la visión de arriba abajo, la lógica estratégica estatalista de la
socialdemocracia”.
La clasificación del estadounidense Olin Wright es útil para
alimentar la discusión política actual, y éste seguramente haya
sido su objetivo, aunque ignora la complejidad y la riqueza de las
teorizaciones y experiencias políticas latinoamericanas recientes
ya que no las discute y ni siquiera las menciona.
En enero de 2015 García Linera pronunciaba un discurso so-
bre el socialismo comunitario del vivir bien: “El socialismo es
el campo de batalla dentro de cada territorio nacional entre una
civilización dominante, el capitalismo aún vigente, pero decaden-
te, enfrentado contra la nueva civilización comunitaria emergente

48 Grubacic, Andrej, “El socialismo libertario para el siglo XXI”, en Lilley, Sasha (2016),
Combatiendo al capital, Octubre-Eduvim.

¿Existe la clase obrera? 55

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desde los intersticios, desde las grietas y contradicciones del pro-
pio capitalismo. Es la vieja economía capitalista aún mayoritaria,
gradualmente asediada por la nueva economía comunitaria na-
ciente […] Socialismo es desborde democrático, es socialización
de decisiones en manos de la sociedad auto-organizada en movi-
mientos sociales […] Un Estado de los Movimientos Sociales, de
las clases humildes y menesterosas”.
Aquí el binomio domar–erosionar requiere una especifica-
ción, podemos redefinirlo como acción comunitaria–acción es-
tatalista, pero la diferencia fundamental es que tiene un sujeto
que organiza ambas acciones políticas: los movimientos sociales
de las clases humildes. Diez años antes, en el 2005, García Linera
formuló el siguiente interrogante: “¿Serán los movimientos so-
ciales simples mecanismos de contención del poder de las elites,
o parte minoritaria de la nueva estructura de poder, o bien parte
hegemónica, dirigente del nuevo sistema estatal?” (49)
En nuestro país resuenan algunas de estas ideas y son for-
muladas especialmente por las dirigencias de varias de las or-
ganizaciones que integran la CTEP. La gravitación que tuvo el
modelo de industrialización en el proyecto político del peronis-
mo produce dinámicas discursivas que no se escuchan entre sí.
Algunos sectores del kirchnerismo incurrieron en una suerte de
automatismo: “la industrialización es el indicador del desarrollo
por excelencia”. Lo que no entraba en este círculo virtuoso de
“proyecto de país” fue registrado desde el 2009-2010 y se dise-
ñaron nuevos derechos y programas destinados a responder a los
núcleos rebeldes de pobreza.
El peronismo nacional popular había partido de un boceto
algo diferente: industrialización con protagonismo de los traba-

49 Álvaro García Linera, “La lucha por el poder en Bolivia”, en Horizontes y límites del
Estado y el poder, La Paz, Muela del Diablo, 2005. Disponible en http://bibliotecavirtual.
clacso.org.ar/ar/libros/coedicion/linera/7.2.pdf

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jadores, una industrialización disputada, con sujetos organizados.
Incluyendo la cuestión de la burguesía local, el enfrentamiento
con la UIA y la constitución de la CGE. El protagonismo de los
trabajadores se tradujo en el sideral aumento de la afiliación sin-
dical, la expansión de delegados y comisiones internas, en defi-
nitiva la conversión de un sindicalismo como factor de presión a
un sindicalismo como factor de poder.
En este sentido es posible sostener que en el final del mandato
de gobierno de CFK, hubo sectores que concibieron la transfor-
mación más como consecuencia de una enorme determinación
gubernamental que como resultante del despliegue de fuerzas de
sujetos organizados disputando el sentido de la acción estatal.
En uno de los documentos fundacionales de la CTEP hay un
recuadro en letras grandes que dice: “Desarrollo y Crecimien-
to no es igual a Trabajo y Dignidad”. Incorporar allí la palabra
“Desarrollo” busca expresamente contravenir un sentido común
celebratorio de la industrialización a secas.
En una larga entrevista realizada por la Revista Crisis (50),
Emilio Pérsico expone estos problemas. Por momentos exacer-
ba la idea de derrota de los trabajadores y entonces desestima
la efectividad del modo en que el peronismo revolucionario
imaginó la destrucción del capitalismo a través de la consigna
“combatir al capital”. En otras partes de su reflexión cuestiona
al “progresismo burgués” (clasificación que extiende al kirchne-
rismo) y termina subestimando, por su fracaso en el largo plazo,
la acción política estatal que pone límites a la lógica capitalista.
Y por ello las formas locales de “domar” al capitalismo termi-
nan siendo asimiladas a “más capitalismo”. En cualquier caso
Pérsico, como exponente de la experiencia de la CTEP, también
define que la acción de erosionar tiene que ser parte de la nue-

50 Entrevista a Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro, “Puchero a la Evita”, Revista


Crisis, 2016. Disponible en http://www.revistacrisis.com.ar/notas/puchero-la-evita

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va estrategia de los trabajadores: “Hoy tenemos un problema,
estamos convencidos de que esta idea del crecimiento econó-
mico, esta idea de la industrialización, esta idea del consumo,
esta idea de la repartija del producto bruto entre los trabajadores
no resuelve el problema de la justicia social, muchas veces lo
empeora […]. Porque las recetas anteriores estaban para un ca-
pitalismo que hoy no existe. Hay que construir un modelo alter-
nativo nuevo. Llamalo socialismo del siglo XXI, comunidad in-
doamericana como los bolivianos, socialismo comunitario como
en Ecuador. Nosotros acá en Argentina decimos que hay que
construir dos procesos económicos diferentes, y empezamos a
hablar de una teoría nueva también, que no es destruir el capita-
lismo sino erosionar el capitalismo, porque hoy no lo podemos
destruir. Siempre hubo intentos de lucha, como decía nuestra
Marchita, de combatir al capital. Sin embargo, hoy nadie quie-
re combatir al capital. Hoy quieren atraer al capital. Incluso en
nuestro proyecto no está la idea de combatir al capital. Tenemos
esta otra idea que es erosionarlo, que quiso hacer Chávez que es
por un lado hago mucho capitalismo con estas empresas y por
otro lado, voy construyendo una sociedad más justa a un costa-
do. Lo mismo que quiso hacer el Evo; qué casualidad que todos
quisimos hacer lo mismo, llegamos al mismo razonamiento. ¿Es
el modelo para el futuro? No lo sé. Empieza a haber pequeñas
puntas, pequeñas luces en los trabajadores. Tampoco sé si las
herramientas de lucha que estamos hoy desarrollando son las
herramientas del futuro. Es un proceso. Hemos abierto un nuevo
proceso de enfrentamiento en el mundo de los trabajadores”.

A modo de cierre

El 2016 puede ser definido como un año de fuerte densidad


de movilizaciones populares. Por un lado, la proliferación de

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conflictos puntuales a raíz de despidos y otras formas de vul-
neración de derechos laborales que alcanzaron una adhesión
significativa y visibilidad social. Por otro lado, se desplegaron
movilizaciones de enorme masividad que dejaron al descubierto
singularidades sociales sustantivas, por las organizaciones par-
ticipantes, por los espacios y repertorios de lucha, las consig-
nas, subjetividades políticas, incluso fisonomías y pertenencias
sociales (51): la del 24 de marzo, la conmemoración del 1º de
mayo, la movilización del 7 de agosto, y la del Colectivo Ni una
Menos del 19 de octubre.
La movilización del 24 de marzo, por la Memoria, la Verdad y
la Justicia, con los organismos de derechos humanos desbordados
por el número y el bullicio de las columnas pertenecientes a orga-
nizaciones juveniles, sindicales, territoriales, culturales, convir-
tiéndose además en la movilización más intergeneracional dada
la enorme participación de grupos familiares completos. La con-
memoración del 1º de mayo: la manifestación de las estructuras
sindicales. Funcionó como una rotunda demostración de fuerza:
federal, ordenada, sin improvisaciones, con los conductores en
el palco, las banderas y las grandes columnas. Con una impronta
masculina y una cierta ostentación de masculinidad. Esta vez con
una considerable unidad de acción entre los agrupamientos de las
CGT y de la CTA. La movilización del 7 de agosto, quizás la más
sorprendente, se congregó en Liniers en torno a San Cayetano y
marchó por 13 kilómetros, hasta Plaza de Mayo. Es la marcha de
los trabajadores más empobrecidos. Actualizando la consigna de
Paz, Pan y Trabajo, sumando la de Tierra, Techo y Trabajo, y mix-
turando íconos religiosos, populares, políticos y revolucionarios.
El papa Francisco, Evita, santos paganos y el Che. Sus columnas,
más silenciosas, repletas de mujeres, bebés a upa de niñas con

51 Abal Medina, P. (2016), Movilización y reunificación. Disponible en https://www.


agenciapacourondo.com.ar/secciones/relampagos/20409-movilizacion-y-reunificacion

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hermosos peinados y mujeres amamantando, carritos cargados
de abrigos, las ollas populares, las parrillas interminables que ga-
rantizaron los choripanes para recuperar fuerzas tras una jornada
larga, cansadora y festiva. La Confederación de Trabajadores de
la Economía Popular, la CTEP, fue la protagonista. La jornada del
19 de octubre se desencadenó condenando la violación y asesi-
nato de Lucía Pérez, una adolescente de 16 años. Fue convocada
por el colectivo Ni una menos. La jornada se inició con una me-
dida inédita: un paro de actividades de las mujeres trabajadoras,
que se extendió por una hora en los lugares de trabajo y puso de
manifiesto otra fuente de desigualdades estructurales del mundo
del trabajo: la de ingresos y condiciones de trabajo entre hombres
y mujeres. Y posteriormente culminó con una manifestación pro-
tagonizada por mujeres mayormente vestidas de negro, en duelo
por el femicidio, con pocas banderas y bajo miles de paraguas
durante una jornada inolvidable.
Estas movilizaciones fueron reconocidas socialmente, es decir
que fueron acontecimientos con gravitación política, pero fun-
damentalmente se vieron entre sí. Lo que funcionó potenciando
diversas dinámicas de articulación entre sujetos sociales. La más
importante de 2016 fue la que se produjo entre las organizaciones
sindicales y las del otro movimiento obrero (ya nos referimos a
ello más arriba). El 2017 suma la convergencia entre el Colectivo
“Ni una menos” que convocó a un paro para el 8 de marzo, por
el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y exigió el apoyo de
las centrales sindicales del siguiente modo:
Reunidas en asamblea multitudinaria, conformada por un hete-
rogéneo conjunto de mujeres autoconvocadas y organizadas en
diferentes ámbitos sindicales, sociales, estudiantiles y políticos,
exigimos a las centrales sindicales que garanticen el paro de
mujeres, lesbianas, transexuales y travestis, convocado para el 8
de marzo, en conmemoración del Día Internacional de la Mujer
Trabajadora y en un contexto de políticas de ajuste contra nues-

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tros derechos y nuestras vidas. Pedimos que se incluya la agen-
da del movimiento de mujeres en las negociaciones paritarias y
los conflictos sindicales y sociales.

El apoyo del conjunto de las organizaciones de los movimien-


tos obreros (CGT, CTEP y CTA) no se hizo esperar. Esta conver-
gencia es un indicio más del despliegue de fuerzas sociales que
tiene lugar en nuestro país y de los reacomodamientos, mestiza-
jes, articulaciones y posicionamientos en un año, el 2017, con
elecciones nacionales de medio término y un contexto interna-
cional que Nancy Fraser caracteriza con lucidez como “el ocaso
del neoliberalismo progresista” (52).
Finalmente cabe destacar que la proliferación y el sosteni-
miento de conflictos puntuales, las grandes movilizaciones y los
procesos de articulación de sujetos mostraron cierta efectividad,
al menos en dos sentidos. Por un lado, provocaron ciertas apertu-
ras en el plano político partidario que en sus inicios pareció mu-
cho más proclive a adaptarse al nuevo escenario y negociar con
el macrismo. En segundo lugar, los movimientos obreros organi-
zados pudieron sostener –con movilización callejera, articulación
y acuerdos parlamentarios– dos reivindicaciones: la sanción de la
Ley de Emergencia Social y la reforma del impuesto a las ganan-
cias. Por último, hasta el momento [marzo de 2017] mostraron
capacidad para obstruir las reformas de flexibilización laboral.

52 Fraser, Nancy (2017), The end of progressive neoliberalism, Dissent, 2 de enero de


2017. Disponible en https://www.dissentmagazine.org/online_articles/progressive-neoli-
beralism-reactionary-populism-nancy-fraser

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Ana Natalucci

El sindicalismo peronista durante el


kirchnerismo (2003-2015) *

Introducción

El convulsionado inicio del siglo XXI para Argentina y para la
región transformó radicalmente el clima de época. En un proceso
a dos tiempos, la dinámica política había cambiado por completo.
El primero, en enero de 2002, y luego de doce días de inestabi-
lidad política debido a la imposibilidad de designar al sucesor
de Fernando de la Rúa, la Asamblea Legislativa nombró como
presidente provisional a Eduardo Duhalde. Esto significaba que
había ganado una fracción del capital por sobre otra, los sectores

* Este artículo presenta los resultados de la investigación “Las dimensiones políticas del
proceso de revitalización sindical (2003-2014)” desarrollada entre 2012 y 2016 en el marco
de mi trabajo como Investigadora del CONICET. Durante estos años, me pregunté por la
acción política del sindicalismo peronista, explorando sus marcos de alianzas, su partici-
pación en el kirchnerismo como movimiento y en los procesos electorales. En términos
metodológicos, tomé la premisa indicada por Bruno Latour (2005) de “seguir a los acto-
res”, es decir no se trataba de tomarlos sólo como informantes sino fundamentalmente de
indagar en sus propias explicaciones acerca de cómo actuaron y cómo esas acciones se
conformaron en parte de su existencia colectiva. Para la escritura del artículo se utilizaron
los siguientes materiales: fuentes primarias elaboradas por las organizaciones, entrevistas
en profundidad y observaciones de participantes en eventos públicos. Las entrevistas se
realizaron entre 2012 y 2016 a dirigentes y cuadros intermedios de sindicatos. Asimismo,
se hicieron algunas entrevistas abiertas a funcionarios de alto rango nacional. Sus voces
se incorporaron en el texto con la modalidad de cursiva y en otros casos como cita textual.

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devaluadores por sobre los dolarizadores (Castellani y Schorr,
2004) o, en otros términos, los grupos económicos locales por
sobre los acreedores externos y el capital extranjero (Basualdo
E., 2008). La decisión de poner fin al modelo de convertibili-
dad implicaba un intento por rediseñar, aunque sea parcialmente,
el patrón de acumulación (Castellani y Schorr, 2004; Gaggero,
Schorr y Wainer, 2014). Como contracara, los trabajadores y los
sectores más vulnerables vieron contraer significativamente sus
ingresos; al punto que a principios de 2002, el 53% de la pobla-
ción se encontraba bajo la línea de pobreza.
Ahora bien, la crisis de 2001 fue no sólo económica sino tam-
bién de legitimidad, que en el sentido weberiano implica el cues-
tionamiento al régimen político y a las formas de dominación
preponderantes. Es cierto que la clase política había intentado
recomponer el orden político con la asunción de Duhalde, sin em-
bargo por los efectos sociales de la devaluación asimétrica aquel
había desplegado una represión sistemática sobre los sectores
cuya situación había empeorado dramáticamente. La masacre
del Puente Pueyrredón perpetrada por la combinación de fuer-
zas policiales federales y bonaerenses el 26 de junio de 2002 fue
decisiva para el llamado anticipado a elecciones presidenciales.
El segundo tiempo se abrió luego de mayo de 2003 a partir de la
asunción de Néstor Kirchner como presidente. Tanto su gobier-
no como el de Cristina Fernández de Kirchner profundizaron la
estrategia económica neodesarrollista que había implementado
Duhalde. La novedad se orientó a cambios en los modos de domi-
nación política, que modificaron las pautas de interacción entre el
gobierno y los actores sociales, con los respectivos realineamien-
tos organizacionales y reconfiguración del espacio militante.
En el nuevo contexto, por las condiciones abiertas por el neo-
desarrollismo y las oportunidades políticas, los trabajadores for-
males y sus organizaciones recobraron la iniciativa que habían
perdido durante los noventa. De ahí que el problema sindical haya

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sido sumamente debatido en la larga década kirchnerista. A dife-
rencia del período menemista, cuando la discusión se concentró
en las estrategias con que los sindicatos enfrentaban –o participa-
ban de– las reformas de mercado, durante el kirchnerismo se ubi-
có en el registro corporativo, que en jerga académica llamamos
revitalización sindical: cantidad de convenios colectivos homolo-
gados por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social,
conflictividad laboral y afiliación sindical. Sin embargo, luego
fueron incorporándose otras dimensiones analíticas, a saber: ex-
periencias organizativas de las bases, democracia y modelo sin-
dical, politización y recuperación del estatuto de sujeto político.
De acuerdo a este sucinto panorama, el objetivo del artículo
es revisitar el proceso del sindicalismo peronista durante el kir-
chnerismo. ¿Qué dinámica asumió y qué razones fundamentaban
sus acciones? ¿Qué tipo de relaciones entabló aquel sector con el
kirchnerismo y los diferentes actores que lo integraban? ¿De qué
manera se articularon sus demandas obreras con sus expectativas
políticas en el marco de la estrategia neodesarrollista? ¿Esa re-
vitalización implicó una mera actualización del sindicalismo ya
existente o implicó la emergencia de algunas transformaciones? Y
finalmente, ¿cuáles fueron los efectos de este reposicionamiento
en función del proceso de fragmentación significativa que el sindi-
calismo peronista sufrió desde mediados de 2012? Para responder
estos interrogantes nos concentraremos en su reposicionamiento
corporativo, en su dinámica interna y en la reactualizada tensión
corporativa y política. Aunque estas dimensiones no agotan todo
lo que puede decirse sobre el mundo sindical, tienen la virtud de
remitir a un caro problema de la relación sindicatos-peronismo:
esa doble posición de articuladores de demandas obreras y de de-
mandas políticas (Torre, 2006). Esta pregunta no es excluyente del
kirchnerismo; de hacerse un rastreo histórico puede encontrarse en
el momento originario del peronismo, pero por diversas cuestiones
adquirió un estatuto especial durante este período. El argumento

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central es que aquel incentivó un proceso de revitalización acotado
y orientado a la restitución del poder de negociación corporativa
en el marco de su estrategia neodesarrollista. Al mismo tiempo,
y como consecuencia no deseada, contribuyó a la emergencia de
expectativas en torno a la recuperación del poder sindical. Aunque
no todos los nucleamientos lo pensaban de la misma manera, esa
discusión atravesó todo el espacio. Ambas cuestiones produjeron
una tensión entre una dinámica corporativa y otra política que lle-
vó a repensar la estrategia de cada nucleamiento (1).
Son recurrentes las afirmaciones sobre la crisis sindical, cuan-
do no los certificados de defunción. Este artículo es un intento
por analizar la dinámica de un actor imprescindible para entender
los últimos años en la Argentina, atravesada por la desestructura-
ción del mundo del trabajo.

Dos aclaraciones sobre el kirchnerismo

Antes de analizar la dinámica sindical es conveniente hacer dos


aclaraciones sobre cómo entenderemos al kirchnerismo. En pri-
mer lugar, es necesario recuperar la advertencia que realizara
Ricardo Sidicaro acerca de diferenciar la gestión gubernamental
“del conjunto heterogéneo de sectores políticos e ideas identifica-
do con el presidente Néstor Kirchner y con su sucesora y esposa
Cristina Fernández” (2011: 83).

1 Siguiendo a Dawyd (2015), los nucleamientos constituyen espacios de coordinación


o articulación intersindical con relativa estabilidad. En general, están integrados por sin-
dicatos de primer y segundo grado. Desde esta perspectiva, conforman “anclajes institu-
cionales de determinadas identidades” (2015: 18). Sus acuerdos pueden ser estratégicos
o programáticos pero siempre son mayores que los de las CGT ya que son impulsados
por dirigentes que tienen afinidades ideológicas y coincidencias respecto de la estrategia
adecuada para esa coyuntura. En este sentido, suelen funcionar como corrientes internas
en la puja por la dirección y orientación que debe seguir la CGT frente a cada gobierno
(Natalucci y Morris, 2016b).

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Segundo, y en relación con esa premisa, el kirchnerismo fue
un movimiento político surgido de un ciclo de movilización
orientado a un proceso de cambio social que buscaba una rápida
transformación de la estructura institucional que resultaba obso-
leta para procesarlo (Germani, 1966). Originariamente integra-
do por una élite política, nucleada en el FPV y compuesta por
el PJ y el Grupo Calafate. A sabiendas de su déficit de origen
debido a la deserción de Carlos Menem al ballottage (Cheresky,
2004; Torre, 2005) aquella elite apeló a la recreación de una
gramática movimentista de acción colectiva (Pérez y Natalucci,
2012). Esta no implicaba la reedición de la forma peronista clá-
sica, es decir la construcción de un sujeto político representado
en “un dispositivo institucional homogéneo de presión corpora-
tiva y penetración político-institucional” e “integrado por una
comunidad de experiencias de sometimiento e intereses deter-
minados en el mundo del trabajo” (Pérez, 2013: 60), como había
sido el sindicalismo como columna vertebral. La contraparte de
la elite era un movimiento social multifacético y disruptivo que
había renovado sus repertorios de acción y formas de organi-
zación, contaba con una gran capacidad de veto por medio de
la acción directa, pero no tenía posibilidades o recursos para
organizar una oferta electoral. Es decir tenía una capacidad des-
tituyente significativa, pero sin posibilidades instituyentes que
permitieran enfrentar la crisis institucional que había contribui-
do a desatar (Pérez y Natalucci, 2012).
¿Quiénes integraban este movimiento multifacético y disrup-
tivo? Apenas asumió Kirchner hizo una amplia convocatoria a
todo el espectro multiorganizacional: organizaciones autonomis-
tas, de izquierda, del nacionalismo popular, sindicales, de dere-
chos humanos; aquellas que contaban con “capital territorial”
(Ortiz de Rozas, 2013) en el sentido de contar con votos, capaci-
dad de movilización y un pasado de lucha contra el neoliberalis-
mo. Las organizaciones sociales y sindicales que fueron parte del

¿Existe la clase obrera? 67

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kirchnerismo, como el Movimiento Evita, Libres del Sur, la FTV,
el MTA y la CTA, no necesariamente tenían votos propios pero sí
contaban con representación y legitimidad sectoriales, capacidad
de movilización y un pasado de lucha, que le permitía al gobierno
reforzar su oposición a los noventa. Ese capital territorial podía
ser en un barrio o en una fábrica, pero se trataba de organizacio-
nes que habían logrado representar intereses sectoriales ya exis-
tentes y construir nuevas demandas.
De esta forma, el kirchnerismo como movimiento político se
fundó a partir de un convite movimentista a las organizaciones
para consolidar el poder alcanzado en las elecciones; al mismo
tiempo que buscaba compensar el peso que tenía el Partido Jus-
ticialista. Si bien entre ellas tenían puntos de acuerdos estratégi-
cos y programáticos, no eran fuerza propia. Por su parte, la élite
política siguió una lógica decisionista por la cual conservaba el
poder de veto, algo así como el derecho de admisión, al tener el
control de los poderes públicos concentrados en el Estado. Esta
fue una de las razones por las cuales la recreación de la gramática
movimentista –a diferencia del peronismo clásico– tuvo una baja
institucionalización. Luego del fallecimiento de Néstor Kirchner,
esto es entre 2010 y 2015, esa lógica movimentista se modificó
a partir del intento de la élite de ampliar la fuerza propia, que
en muchos casos se erigió en relación de competencia con las
organizaciones ya existentes. Así se configuró un escenario de
progresivo desplazamiento de las organizaciones, que llevó a una
contracción de la base de alianzas y, con ello, a la derrota en las
elecciones parciales de 2013 y las generales de 2015.
Tales fueron las condiciones políticas que posibilitaron el kir-
chnerismo, pero también sus límites, en virtud de lo cual habre-
mos de leer la dinámica sindical.

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Estrategia neodesarrollista y situación
de la clase trabajadora

A partir de mediados de los 70, el capitalismo como forma de


producción atravesó una mutación significativa, afectando el régi-
men de acumulación y de dominación política. Y después, a partir
de los 90, se concretó la transición hacia economías de mercado
y liberalización de la economía; en América Latina esto ocurrió
durante gobiernos presididos por partidos populares con fuertes
vínculos con el sindicalismo. Esta cuestión modificó los patrones
de interacción entre ellos. No todos los sindicatos respondieron de
la misma manera; sin embargo todos perdieron la gravitación que
habían tenido durante el modelo del Estado de Bienestar.
Hacia finales de los noventa, se produjeron graves crisis finan-
cieras que afectaron las economías y sistemas políticos latinoame-
ricanos, la del “tequila” en México en 1995, los episodios en el
Sudeste Asiático y Rusia entre 1997 y 1998, el efecto “caipirinha”
en Brasil en 1998 y el efecto “tango” en Argentina en 2001. Si-
guiendo a Eduardo Basualdo, la crisis de 2001 fue la conclusión
de un proceso que comenzó “tres años antes y provocó una reduc-
ción de aproximadamente el 20% del PBI” (2008: 307) implican-
do la implosión de la convertibilidad y “el agotamiento definitivo
del patrón de acumulación de capital sustentado en la valorización
financiera” (2008: 307). La devaluación alteró notablemente la
redistribución de la riqueza y produjo una debacle en los ingresos,
“en 2002 se registró una reducción de la ocupación equivalente a
800.000 personas en términos absolutos, la desocupación supera-
ba el 20% y más del 30% si le agrega la subocupación. La caída
del salario real […] alcanzó a casi el 30% en 2002 y se deterioró
aun más al año siguiente” (Basualdo E., 2008: 308).
La devaluación implementada en enero de 2002 inauguró una
nueva etapa económica: la posconvertibilidad con una estrategia
predominantemente neodesarrollista. Siguiendo a Bresser-Pereira

¿Existe la clase obrera? 69

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(2007), esta no se trata estrictamente de un modelo económico
dado que no tiene un programa donde se predeterminen objetivos
y metas. Como es sabido, el desarrollismo surgió entre finales de
los 50 y principios de los 60 con la propuesta de “modernizar” las
economías nacionales de los países dependientes. En palabras de
Gaggero, Schorr y Wainer “el Estado desarrollista se apoyaba en
una relación de fuerzas sociales que permitía proteger al mercado
interno e impulsar la diversificación de la estructura productiva a
partir del fomento a la inversión foránea” (2014: 30). El neodesa-
rrollismo más bien se basa en las siguientes premisas: la orienta-
ción de las exportaciones, rechazo al proteccionismo, mercado y
Estado fuerte, disciplina fiscal, administración del tipo de cambio,
intolerancia a la inflación, inversión en innovación empresarial,
apoyo a mercados laborales más flexibles. Para Bresser-Pereira
(2007), se trata de una propuesta a mitad de camino entre el popu-
lismo y la ortodoxia convencional.
Esta estrategia neodesarrollista abrió ciertas condiciones para
un proceso ascendente de crecimiento económico y de genera-
ción de empleo que fue sostenido por la voluntad política de los
gobiernos kirchneristas. Entre otras cuestiones, se reactivó la
producción industrial y la construcción, que impactaron en el
descenso de la desocupación que para 2008 alcanzaba al 8% de
la población económicamente activa. Después de 2003 se crea-
ron cerca de 4 millones de empleos, de los cuales 3 millones
fueron registrados (Basualdo V., 2012). Se produjo una notable
recomposición del salario real promedio, incluso más acelerada
en los empleos no registrados (Basualdo E., 2008). La deroga-
ción de la “Ley Banelco”, la sanción de la Ley Nº 25.877/04
de Ordenamiento Laboral, la creación del Programa Nacional de
Regulación del Registro Laboral, la restitución de las institucio-
nes del sistema de relaciones laborales (convocatoria al Consejo
del Salario Mínimo, Vital y Móvil y negociación colectiva), la
incorporación de los aumentos de salario de suma fija al salario

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básico y el aumento sostenido de las jubilaciones mínimas fue-
ron medidas decisivas para revertir las consecuencias de la crisis
(Basualdo E., 2008), recuperar las capacidades de intervención
estatal en materia laboral (Palomino, 2007) y recrear condiciones
propicias para la acción sindical.
Aun con estos significativos cambios, la distribución del
ingreso no se vio afectada de modo positivo. Según datos pro-
porcionados por Eduardo Basualdo, en 2007, “la participación
de los asalariados en el ingreso (28%) [seguía siendo] signifi-
cativamente inferior a la vigente en 2001 (31%)” (2008: 309).
Esto se explica por la dinámica del PBI que creció a tasas chinas
durante 2002 y 2007 pero desacoplado del salario real. De modo
coincidente, Gaggero, Schorr y Wainer sostienen que durante la
posconvertibilidad se produjo un proceso significativo de con-
centración económica, donde “la participación de la elite empre-
sarial en el Producto Interno Bruto total pasó de un promedio del
14,3% [entre 1993 y 2001] a una gravitación media del 21,5% en
la etapa 2002-2012” (2014: 41).

La clase trabajadora realmente existente

Indudablemente, los cambios aquí mencionados incidieron de


modo significativo en la fisonomía de la clase trabajadora, frag-
mentándola en tipos según su acceso a los derechos laborales –in-
cluida la posibilidad de agremiarse–: trabajadores registrados, los
llamados en blanco, los no registrados, los trabajadores en negro (2)
y los desocupados, cuyos ingresos provienen de planes sociales
y changas. Este colectivo hacia finales del kirchnerismo se auto-

2 Esta es la categoría más controvertida ya que reúne situaciones muy diferentes, tales
como trabajadores en situación de tercerización, flexibilización, precarización, subcontra-
tación, descentralización. Véase Basualdo V. (2012).

¿Existe la clase obrera? 71

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denominó trabajadores de la economía popular (3). La diferencia
entre estos tipos no sólo remite al nivel de ingresos y estabilidad en
sus trayectorias laborales y rutinas que organizan su vida cotidiana
sino también a sus representaciones políticas. Mientras los traba-
jadores en blanco quedaron bajo la órbita de representación de la
CGT, los trabajadores en negro al no poder agremiarse quedaron
prácticamente sin representación, aun con los intentos de ciertos
sectores sindicales que trataron de avanzar en su regulación; el co-
lectivo de desocupados y luego el de trabajadores de la economía
popular quedaron bajo la representación de las organizaciones so-
ciales con capital territorial mencionadas en el apartado anterior.
¿Cómo entender en este marco de fragmentación el interés de
Kirchner sobre la CGT? Sobre este punto vale retomar el concepto
de tasa de afiliación. Es cierto que como señalan Senén González,
Trajtemberg y Medwid (2010) ese concepto suele ser controver-
tido por la diversidad de mediciones que se realizan en diferentes
países y períodos históricos. Para estos autores, “la tasa de sindi-
calización es una herramienta utilizada para medir la densidad sin-
dical en una sociedad y es comúnmente definida como la relación
entre la afiliación real sobre la afiliación potencial” (2010: 32).
Dicho claramente: “indica el grado de penetración de los sindica-
tos sobre la población trabajadora o, desde otro ángulo, el grado de
organización que han logrado darse los trabajadores” (Torre, 1973:
911); por ello permite vislumbrar la representatividad sindical y la
disposición para la acción colectiva que tienen los trabajadores.
Con la salvedad metodológica correspondiente (4), la tasa de
afiliación en 1985 era del 67,5%; en 1990, el 65,6%; en 1995, el

3 Esa heterogeneización ha llevado a algunos autores a pensar en la existencia de varios


movimientos obreros organizados. Al respecto véase el artículo de Paula Abal Medina en
este mismo libro.
4 En el artículo de Senén González, Trajtemberg y Medwid (2010) el lector puede en-
contrar un análisis pormenorizado sobre el debate metodológico alrededor de la tasa de
sindicalización.

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38,7%; en 2000, el 31,7%; en 2005, el 37 %; en 2006, el 39,7%,
y en 2008, el 37,7% (Senén González, Trajtemberg y Medwid,
2010: 40). Estos datos se elaboraron a partir de la Encuesta de
Indicadores Laborales realizada por el MTEySS que registraba los
casos de los trabajadores en blanco del sector privado (2.450.400).
Si bien excluye al sector público, en general la previsión presupo-
ne que la afiliación es más alta. Sin embargo, dada la omisión de
los trabajadores no registrados –alrededor de 2.742.600– Basualdo
E. (2008) estima que la sindicalización para 2006 se ubicaba entre
el 20% y el 25% (5).
Como señalan Senén González, Trajtemberg y Medwid el au-
mento de la afiliación sindical de 2008 respecto de 2005 “signi-
fica una tendencia de recuperación en relación a otros períodos
históricos, en particular los años 1990, y en relación a otros países
desarrollados” (2010: 31). Ahora bien, como indican dichos auto-
res, este dato no alcanza para entender la representación sindical
si no se tiene en cuenta que en países como Argentina es decisivo
relacionarla con el monopolio de la representación que incide di-
rectamente en la extensión de la cobertura de la negociación co-
lectiva.
Para resumir el argumento: si consideramos el conjunto de los
trabajadores en condiciones de afiliarse, y aun con los cambios en
la estructura productiva y ocupacional, puede afirmarse que el sin-
dicato sigue siendo una de las principales herramientas organiza-
tivas (6). El sindicalismo puede no mantener el monopolio sobre la
representación de los sectores populares, pero si lo sigue teniendo

5 La estimación de E. Basualdo (2008) se realiza a partir de la siguiente consideración


de la ocupación de la clase trabajadora: del total de 9.444.456 trabajadores, correspon-
de 2.602.110 a trabajadores registrados del ámbito privado; 2.742.600 no registrados;
1.357.000 empleados públicos y 2.742.746 por cuenta propia.
6 Les agradezco a Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de
la CTA Autónoma, y a Jorge Duarte, director del portal Infogremiales, por las infinitas
explicaciones sobre estadísticas y datos respecto de la situación de la clase trabajadora en
la actualidad.

¿Existe la clase obrera? 73

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sobre los trabajadores formales (7). De ahí el interés de Kirchner
por que el movimiento obrero se incorporara al movimiento po-
lítico. La pregunta pendiente es ¿cómo se integró cada uno, en
especial el sindicalismo peronista, cómo se articulaban entre sí y
cuáles fueron las limitaciones políticas y económicas que surgie-
ron? Mucho se ha enfatizado en el rasgo decisionista de la elite
política, en la lógica movimentista que fundamentaba la alianza
o hasta las subjetividades de los dirigentes, pero se debe sopesar
cuestiones vinculadas a una dimensión estructural y económica.
Al respecto, hay varias cuestiones para mencionar. Primero, la
estrategia neodesarrollista suponía una revisión de la relación con
los actores y las alianzas. En forma sucinta: si el populismo su-
ponía la inclusión por intermedio de organizaciones corporativas
–principalmente los sindicatos–, la ortodoxia convencional se fun-
damentaba en una clase política restringida asociada a unos pocos
grupos económicos nacionales y extranjeros. Siguiendo el razona-
miento de Bresser-Pereira (2007), el neodesarrollismo necesitaba
de una alianza recreada a partir de un consenso intersectorial sobre
algunos lineamientos básicos económicos por parte de un grupo
relativamente amplio que incluyera sectores productivos, de las
clases medias y populares. Respecto de este debate, en el libro que
publicó junto con Di Tella, Después del derrumbe. Conversaciones
entre Néstor Kirchner y Torcuato Di Tella (2003), Kirchner sostu-
vo que había que superar el modelo neoliberal iniciado en 1976 y
consolidado en los noventa. Para esto era necesario reconstruir un
modelo de desarrollo orientado “a la industrialización protegida
por el Estado, por sustitución de importaciones, con subsidios y
dirigismo gubernamental” (2003: 29).
En relación con estas ideas, Gaggero, Schorr y Wainer señalan
la insistencia del kirchnerismo en apuntalar la reconstrucción de

7 Como contrapunto a esta idea, véase el artículo de Fernando Rosso en este mismo
volumen.

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“una burguesía nacional asociada al Estado como forma de re-
cuperar un proyecto nacional y popular” (2014: 13). Para esto se
apoyó en el Grupo Productivo, un agrupamiento informal empre-
sario integrado por el MIN de la UIA, la CAC y la CRA (Dossi,
2012) y por momentos la SRA. Este sector devaluador había ju-
gado un rol importante en la salida de la convertibilidad y presio-
naba por mantener los privilegios que había conseguido. Pero por
otro lado, el gobierno necesitaba de un contrapeso al empresaria-
do, que veía en la CGT, específicamente en la CGT Rebelde que
conducía Hugo Moyano. En este contexto, el gobierno incentivó
un proceso de revitalización para las organizaciones sindicales;
su intención principal se orientaba a la restitución del poder de
negociación corporativo en el marco de su estrategia neodesarro-
llista. En palabras de Kirchner, “los empresarios tienen que maxi-
mizar la ganancia y los dirigentes gremiales tienen que represen-
tar a los trabajadores en la puja por la distribución del ingreso”
(2003: 66). Esa alianza funcionó entre 2003 y 2008 y permitió un
importante crecimiento económico, la dinamización del mercado
interno y la consecuente ampliación del mundo del trabajo.

El agotamiento de la estrategia neodesarrollista

El bienio 2008-2009 marcó un punto de inflexión en el kirchne-


rismo en tanto esa situación donde “todos ganan” mostró los pri-
meros signos de agotamiento, impactando no sólo en esa alianza
económica sino también en la base de apoyos (Wainer, 2016). En
este punto, la contradicción entre capital y trabajo se desplazó
del eje externo al interno (Wainer, 2016). Uno de esos signos
fue el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008; otros
fueron la aceleración de la inflación, la apreciación del peso, la
reducción del superávit fiscal y del superávit de cuenta corrien-
te (Wainer, 2016: 3). Entre otras consecuencias, dejó de crearse

¿Existe la clase obrera? 75

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empleo en el ámbito privado y aunque “el nivel de desocupación
se mantuvo prácticamente inalterado (pasó del 7,3% al 6,9%) los
salarios se incrementaron a un ritmo notoriamente inferior (con
una suba total de 4,4% en todo el período)” (Wainer, 2016: 4). La
principal preocupación del gobierno fue mantener el empleo en
una combinatoria de políticas sociales –como el Programa con In-
greso Social con Trabajo– y laborales, como el Programa de Recu-
peración Productiva, más conocidos como REPRO. Este momento
coincidió con la instalación por parte de la elite de la consigna de
un modelo de crecimiento con inclusión social¸ diferenciada de
la justicia social que reclamaban otros actores del kirchnerismo.
Si la estrategia neodesarrollista había favorecido el creci-
miento económico, incluso el aumento del salario real no por ello
afectó la distribución de la riqueza. Siguiendo a Wainer, entre
2002 y 2008 el proceso de acumulación fue predominantemente
de capital extensivo, basado en la incorporación y reincorpora-
ción de fuerza de trabajo al proceso productivo más que en au-
mentos de la productividad. Esto disminuyó la desigualdad y
mejoró las condiciones de vida de sectores importantes de la po-
blación “hasta que el desempleo encontró su piso (alrededor del
6%-7%)” (2016: 5). Luego, la desigualdad se redujo en función
del incremento de los ingresos, con el “problema que la mejora
en los salarios (reales) comenzó a entrar en contradicción con la
estrategia de acumulación capital extensiva” (2016: 5). Por ello,
para sostener el crecimiento el gobierno acudió al incremento del
gasto público en pos de favorecer el consumo, como subsidios,
incremento del empleo público y políticas sociales.
Como se mencionó, en la tensión entre la elite política, los
demás integrantes del movimiento kirchnerista y de sus bases de
apoyo, especialmente de un sector del sindicalismo peronista que
pujaba por seguir mejorando sus posiciones corporativas, no sólo
hubo cuestiones de índole política, sino también económicas y del
modelo de acumulación. En este contexto debe entenderse que en

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el ocaso del kirchnerismo como proceso se instalara un rechazo cre-
ciente a las políticas sociales, denominadas peyorativamente planes
descansar, o la formulación del reclamo contra el impuesto a las
ganancias que pagaban los trabajadores formales una vez que la
entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner manifestara su
rechazo al proyecto de reparto de ganancias que impulsaba la CGT
en 2012. La estrategia neodesarrollista –tanto en su etapa expansiva
como de agotamiento– tuvo una incidencia fundamental en la reac-
tivación de la dinámica sindical. Pero también fue su límite.

Poder corporativo y poder político

Estas oportunidades económicas y políticas le generaron una se-


rie de dilemas al movimiento obrero: cómo recuperar los dere-
chos cercenados, cómo reconstituir cierta representación sobre
una clase trabajadora heterogénea en el marco de un movimiento
obrero fragmentado. La división de la CGT no es nueva; siempre
han existido fracciones internas. Veamos un poco su dinámica.

El reposicionamiento corporativo (2003-2008)

¿Cuál era el panorama sindical al 2003? Al momento de la


asunción de Kirchner, el movimiento obrero estaba fragmen-
tado en tres centrales: CTA, CGT Azopardo y CGT Rebelde.
En la primera, que presidía Rodolfo Daer (STIA), convivían
tres nucleamientos sindicales con diferencias respecto de su
estabilidad interna: los Gordos (8), los Independientes (UPCN

8 La denominación hace referencia a los gremios del sector terciario con un importante
número de afiliados cotizantes y un volumen de servicios de bienestar social superior al
de otros sindicatos (FATSA, FAECyS, FATLyF, entre otros) (Armelino, 2014). Algunos
de estos gremios como Comercio o Luz y Fuerza han sido inscriptos dentro de lo que se
denomina “sindicalismo empresarial” (Abal Medina, 2011; Haidar, 2015).

¿Existe la clase obrera? 77

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y UOCRA) (9), el MOP de afiliación menemista y Gremios So-
lidarios, que respondían al entonces jefe de Gabinete Alfredo
Atanasof. La Rebelde era más homogénea, conducida por el
MTA (10). Los apoyos a Kirchner atravesaron a las dos CGT. Por
un lado, los Gordos promovían la candidatura de Roberto Lavag-
na; el MOP a Menem y los Gremios Solidarios y Luis Barrionue-
vo (UTHGRA) por su afiliación duhaldista a Kirchner. Por su
parte, mayoritariamente la CGT Rebelde apoyaba a Rodríguez
Saá, sin embargo dirigentes como Ricardo Cirielli (ATPA) y Ri-
cardo Sablisch (APL) se inclinaban por Kirchner (11).
A principios de junio de 2003, Kirchner inició una ronda de
reuniones con diferentes organizaciones. El 5 fue el turno de la
CGT Rebelde. Allí el presidente comentó las primeras medidas
de gobierno y manifestó su deseo por la unificación de las cen-
trales sindicales: “Sería ideal tener a los trabajadores unidos” (12).
El 14 de julio de 2004 en el estadio de Obras Sanitarias se realizó
el Congreso Nacional Ordinario a propósito de la finalización del
mandato de Daer en agosto. En una cláusula votada en el Con-
greso se resolvió postergar por un año la elección del secretario

9 Los Independientes son un grupo de sindicatos (en principio no ligados por sus soportes
organizativos y económicos, incluso con significativas diferencias en sus bases) reunidos
desde los ochenta a fin de encontrar un punto intermedio entre la disputa entre los ubaldi-
nistas y los participacionistas (Fernández, 1985).
10 La CGT Rebelde se conformó en marzo de 2000, para el 16 estaba convocado un
Congreso Normalizador para elegir autoridades debido al reciente cambio de gobierno. En
febrero, De la Rúa había enviado el proyecto de la ley de flexibilidad laboral. Diferencias
irreconciliables en torno al proyecto incidieron en que los Gordos no asistieran al Con-
greso pero sí lo hizo el MTA que eligió las autoridades fundando la CGT Rebelde. Meses
después la CGT Azopardo reeligió a Rodolfo Daer como secretario general. Entrevista a
un dirigente sindical, noviembre de 2016. Para conocer sobre el MTA véase Ferrer (2005).
11 Detalles sobre esa información pueden encontrarse en La Nación, “La CGT busca
un pacto de gobernabilidad”, 09-03-2003 y “Respaldo sindical al candidato de Duhalde”,
21-02-2003. Según Lucca (2014), el apoyo de la CGT Rebelde se debía a la promesa de
Rodríguez Saá de aplicar políticas nacionales y populares y de otorgar a la CGT un lugar
preponderante en el Ministerio de Trabajo.
12 Infobae, “D’Elía apoya a Kirchner pero advirtió que no firma ‘cheques en blanco’”,
06-06-2003.

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general y normalizar el Consejo Directivo, que mayoritariamen-
te estuvo integrado por sindicatos del MTA. La lista Celeste y
Blanca, integrada por Susana Rueda (FATSA y Gordos), Moyano
(CGT Rebelde) y José Luis Lingeri (SGBATOS y MOP), obtuvo
el 87% entre los 1.550 delegados congresales. El 14 de junio de
2005 el Consejo Directivo consagró a Moyano como Secretario
General obteniendo 25 de los 33 votos; los Gordos se ausentaron,
rechazando los cargos aunque manifestaron su permanencia en
la CGT. Por esta razón, Rueda no asumió el cargo de secretaria
adjunta que había sido acordado durante 2004 (13). Asimismo, el
sector que respondía a Barrionuevo tampoco contó con cargos. La
nueva CGT constituía principalmente una expresión de la alian-
za entre la CGT Rebelde y los Independientes que participaban
activamente y con ella la posibilidad de que otros nucleamientos
reivindicaran su pertenencia y negociaran como parte de ella.
La primera ruptura de la CGT se produjo en julio de 2008,
por el conflicto del gobierno con las patronales agropecuarias que
también había partido al PJ (14). Es cierto que hasta entonces no
todos los nucleamientos participaban del Consejo Directivo ni
del Comité Central Confederal pero la diferencia fue que en ese
momento surge otra central, la CGT Azul y Blanca (15) presidida
por Barrionuevo. Mientras tanto la CGT Azopardo acordó la dupla
Moyano-Antonio Caló (UOM) como secretarios general y adjun-
to, respectivamente. El acuerdo fue refrendado en una reunión en

13 Por la cláusula mencionada, las Secretarías Adjunta y Administrativa debían quedar


vacantes para que las ocuparan Rueda y Lingeri (en ese orden) cuando se eligiera el se-
cretario general.
14 Clarín, “Los gremios, divididos por el campo”, 22-07-2008.
15 Según datos proporcionados por Godio la CGT Azul y Blanca “en términos cuantita-
tivos, sólo representa a un 20% de las grandes uniones y confederaciones existentes”. De
esta central participaban: Omar Suárez (marítimos), Angel García (Seguridad), Juan José
Zanola (AB), Raúl Giot (SEC), Horacio Valdés (Vidrios), Luis Campos (Carga y Descar-
ga), Julio Roberti (Petroleros Privados), Fabián Hermoso (Químicos), Vicente Mastrocola
(Plásticos), Oscar Mangone (Gas), Carlos Acuña (SOESGyPE), Carlos Quintana (secreta-
rio adjunto de UPCN) y Abel Frutos (Panaderos).

¿Existe la clase obrera? 79

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la que participaron Andrés Rodríguez (UPCN), Gerardo Martínez
(UOCRA), Armando Cavalieri (FAECyS), José Pedraza (UF) y
Carlos West Ocampo (ATSA), es decir Moyanistas, Independien-
tes y Gordos. Otro punto del acuerdo fue la creación de dos Se-
cretarías (Educación e Industria) para que los Gordos integraran
el Consejo Directivo, sin tener que desplazar a nadie (16). En el
Congreso del 8 de julio fue ratificada la fórmula Moyano-Caló.
Ahora bien, desde ese 2008 emergieron diferentes desavenen-
cias tanto entre los nucleamientos como entre algunos de estos
y la elite kirchnerista. Como se mencionó en un apartado ante-
rior, este momento coincidió con el agotamiento de la estrategia
neodesarrollista y el desplazamiento del conflicto por la distribu-
ción de la riqueza como con las expectativas políticas de ciertos
nucleamientos. En este sentido, el 2008 constituyó un punto de
inflexión, cuyos efectos no se vieron inmediatamente, sino que
tuvieron varias oleadas hasta la ruptura de 2012. Si se mira la
fotografía, en el 2008 Moyano consolidó su liderazgo junto con
las capacidades de los sindicatos en términos de su carácter de
representantes de demandas corporativas. Hasta entonces, se ha-
bían creado puestos de trabajo, los trabajadores habían recupe-
rado poder adquisitivo y derechos y los sindicatos capacidades
y recursos. Fue un momento para proyectar hacia dónde ir tanto
económica como políticamente. En cambio, si se mira el mediano
plazo, en ese 2008 aparecieron algunos elementos que luego se-
rían decisivos para comprender el devenir de la dinámica sindical.

Disputas sobre los costos de la crisis

Como se mencionó, la crisis de 2008 y 2009 trastocó la lógica


del conflicto capital-trabajo desplazando el eje desde lo exterior
a lo local. Si hasta entonces había primado una situación donde

16 Página /12, “Moyano cerró con Caló como copiloto”, 04-07-2008.

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todos ganaban, en adelante aparecerían tensiones vinculadas con
quienes pagaban los costos de la crisis o quienes dejaban de ga-
nar. La estrategia de la CGT era avanzar en dos sentidos. Por un
lado, regular la situación de los trabajadores en negro que a su
vez mantuviera las condiciones de los trabajadores en blanco y,
por otro, avanzar en la distribución de la riqueza a partir de acce-
der a las ganancias empresarias.
En agosto de 2008, cuando se discutía la ley de movilidad
jubilatoria, Héctor Recalde, diputado nacional y representante
legal de la CGT, propuso establecer una alícuota del 10% a las
utilidades netas que excedieran el 20% de la facturación de las
empresas vía la creación de un Fondo Empresario Anticrisis. El
cobro de esta tasa fortalecería el sistema previsional y en conse-
cuencia contribuiría a la redistribución de la riqueza. De fondo,
el argumento era que en algunas empresas la relación entre su
rentabilidad y su facturación excedía el 40% mientras que en Es-
tados Unidos o Alemania no superaba el 10% (17). Un proyecto
en el mismo sentido fue presentado por Recalde en abril de 2009
en plena crisis internacional (18).
Durante 2010 las tensiones entre la CGT y la UIA recrude-
cieron. Desde 2009 no se creaba empleo registrado privado y el
nivel de ocupación entró en una meseta. El 18 de mayo de 2010
tuvo lugar una reunión entre la CGT y la UIA. A propuesta de
José Ignacio de Mendiguren se acordó crear un ámbito de debate
“para la defensa de la producción nacional, el poder adquisitivo
de los salarios y el empleo calificado” (19); sin embargo la mis-
ma UIA rechazó los proyectos que habían sido presentados por
Recalde la semana anterior. Esta contradicción se explica por las

17 La Nación, “Recalde propuso gravar la renta extraordinaria”, 26-08-2008.


18 Ámbito Financiero, “Gobierno estudia gravar ‘renta extraordinaria’ a empresas que
ganaron más de 20% en 2008”, 25-04-2009.
19 Página /12, “CGT habrá una sola, pero UIA hay dos”, 19-05-10.

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dos líneas internas que en ese momento tensionaban la estrategia
de la entidad empresarial: por un lado, el sector neoliberal repre-
sentado por Daniel Funes de Rioja (director del Departamento
de Legales) y, por otro, el sector neodesarrollista que presidía De
Mendiguren (secretario). Los proyectos cuestionados por la UIA
eran dos. El primero proponía que las indemnizaciones previs-
tas por el Artículo 245 de la Ley Nº 20.744 se incrementaran al
doble cuando se tratara de una relación laboral que, al momento
del despido, no estuviera correctamente registrada o lo estuviera
de manera deficiente. El segundo apuntaba a la reducción de la
flexibilización de la jornada laboral al promover la distribución
“del empleo existente con más equidad” (20).
El proyecto que enardeció a la UIA fue el presentado en sep-
tiembre de 2010 sobre el “Reparto de las utilidades empresarias
entre los trabajadores”. Presentado en la Comisión de Legisla-
ción Laboral de la Cámara de Diputados del Congreso de la Na-
ción, contó con la firma de varios diputados, entre ellos dirigentes
sindicales: Juan Carlos Díaz Roig, Dante Gullo, Juan González,
Antonio Alizegui, Omar Plaini, Guillermo Pereira, Mario Pais,
Carlos Kunkel, Carmen Nebreda, Octavio Argüello, Arturo Sa-
lim, Roberto Robledo y Ruperto Godoy (Wyczykier y Anigstein,
2013: 12). Lo central del proyecto era que los trabajadores podían
ver los balances de las empresas, conocer la estructura de costos y
participar de las decisiones que tomara el Directorio de cada em-
presa lo cual llevaría a la modificación de la relación de fuerzas
entre sindicatos-empresarios (Merino y Delanino, 2013).
Ese punto era el que generaba mayor rechazo entre los sec-
tores empresariales, no sólo la UIA, sino también la Sociedad
Rural, ADEBA, la Bolsa de Buenos Aires y CAC y Cámara de
Comercio. Los empresarios del sector productivo veían amena-
zada su posición dominante en el modelo de acumulación y la

20 Página /12, “CGT habrá una sola, pero UIA hay dos”, 19-05-10.

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posible configuración de una alianza social que los dejara en
una posición de subordinación (Merino y Delanino, 2013); los
del sector neoliberal advertían sobre los riesgos en el incremento
del poder sindical que ahora apuntaba a ver los balances pero
el paso siguiente podía ser la cogestión; para Funes de Rioja,
los sindicatos ya tenían “el monopolio de la fuerza y ahora bus-
can llevarse puesta la propiedad de las empresas” (Wyczykier y
Anigstein, 2013: 18). Lo cierto es que el proyecto no afectaba la
extraordinaria rentabilidad empresarial y además sólo repercu-
tía sobre unas pocas empresas; la preocupación se orientaba al
avance sindical (21). En cambio, fue apoyado inicialmente por
dirigentes kirchneristas, entre ellos Kirchner (22). Mientras tanto
Moyano aprovechaba los sucesivos lanzamientos regionales de
la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (CNSP) para
difundir el proyecto y reclutar apoyos partidarios. Las presiones
empresarias se agudizaron a propósito de su negativa de asistir
a las audiencias públicas que habían sido convocadas por Re-
calde para el tratamiento legislativo. Luego del fallecimiento de
Kirchner el proyecto se transformaría en un objeto de disputa al
interior del movimiento político.
Durante los últimos días de octubre, sectores empresariales
mantuvieron reuniones, donde participaron Jorge Brito (presi-
dente de ADEBA), Jaime Campos (AEA), Carlos Wagner (CAC),
Eduardo Eurnekian (Cámara de Comercio), Adelmo Gabbi (Bolsa
de Buenos Aires), Hugo Biolcati (Sociedad Rural), Héctor Mén-
dez y De Mendiguren (presidente y secretario de la UIA, respecti-
vamente) (23). Su principal preocupación era si Fernández de Kir-
chner buscaría apoyo en Moyano, si este pasaba a ser “el López

21 Para profundizar sobre las particularidades del proyecto y las posiciones de los diferen-
tes actores véase Merino y Delanino (2013) y Wyczykier y Anigstein (2013).
22 La Nación, “Kirchner respaldó el reparto de ganancias entre trabajadores”, 10-09-10.
23 La Nación, “Moyano buscó acercarse a la UIA y se reunió con Méndez”, 29-10-10.
Para una reconstrucción pormenorizada de esos días véase Natalucci y Morris (2016a).

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Rega de Cristina”, en referencia al siniestro funcionario de María
Estela Martínez de Perón (24), incrementando su poder en el con-
texto de las discusiones por la distribución de la renta empresaria.
El 31 Moyano convocó a Méndez y De Mendiguren a la sede de
la Federación Nacional de Trabajadores Camioneros (FNTC) para
descomprimir las tensiones, donde fue acordada la postergación
del debate sobre el reparto de utilidades empresarias (25).
En pos de consolidar su liderazgo Fernández de Kirchner in-
tervino en el debate. En principio, el 19 de noviembre, en su dis-
curso de cierre en la 16ª Conferencia Industrial organizada por
la UIA, Fernández de Kirchner sostuvo que la economía no se
regía por leyes y por ello la participación en la distribución de
las ganancias no podía ser impuesta por “el Estado por la fuerza
a través del Parlamento”, sino que debía ser acordada en cada
negociación colectiva donde se discutiera la rentabilidad según
las ramas de actividad (26). Además convocó a participar “en el
diálogo social tripartito: Estado, trabajadores y sector empresa-
rio” ya que “los 40 millones de argentinos [no podían ser] rehe-
nes de prácticas que no le hacen bien al país y mucho menos a la
actividad económica”. Era necesario darle “racionalidad institu-
cional y legal a la puja distributiva” (27) . El 23 de ese mes tuvo
lugar la 58º Convención Anual de la CAC; allí los empresarios
advirtieron sus preocupaciones acerca del avance gremial y la
necesidad de mantenerse unidos (28). Por su parte, Fernández
de Kirchner reiteró su propuesta del Acuerdo Tripartito. El 6 de

24 La Nación, “Temen que Moyano emerja como sostén”, 28-10-10.


25 Página /12, “UIA, CGT y el consenso”, 31-10-10.
26 Página /12, “Una mano a los empresarios y otra a la CGT”, 20-11-10. El discurso com-
pleto puede consultarse en: http://www.anibalfernandez.com.ar/index.php/component/con-
tent/article/50-presidenta-de-la-nacion/854discurso-dela-presidenta-cristina-fernandez-de-
kirchner-en-la-uia. Para un análisis del acercamiento de Fernández de Kirchner a la UIA
véase Wyczykier y Anigstein (2013).
27 Página /12, “Una mano a los empresarios y otra a la CGT”, 20-11-10.
28 Página /12, “El diálogo en construcción”, 24-11-10.

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diciembre, Moyano sostuvo que el Acuerdo Tripartito no podía
“limitarse a un acuerdo de precios y salarios” (29), por ello la
participación de la CGT estaba supeditada a que se incorporaran
al debate temas como el aumento del mínimo no imponible del
impuesto a las ganancias, la fijación de un mayor tope salarial
para otorgar asignaciones salariales y el proyecto sobre reparto
de utilidades empresarias (30). Este fue el último intento de por
lo menos un sector del sindicalismo por discutir la distribución
de la riqueza con los empresarios. Ante la evidente imposibilidad
de avanzar en este sentido, la estrategia se volvió más defensiva;
en este contexto, se consolidó la demanda por la reducción de la
carga impositiva en relación al pago del impuesto a las ganancias
que pagan los trabajadores con determinados ingresos. Es decir,
se produjo un proceso de retracción de las demandas, donde el
conflicto se mantuvo en la lógica de la disputa distributiva (Co-
rral y Wyczykier, 2016). Incluso, en momentos posteriores esas
demandas eran tan específicas que se canalizaron por medio de
la CATT, un nucleamiento de gremios del transporte que estaban
en las dos CGT (31).
A partir de 2011, la discusión cambió por completo a raíz de
un conflicto sectorial a fines de enero en la regional San Loren-
zo de la CGT, causando pérdidas millonarias (32). El gobierno
responsabilizó a Moyano por su cercanía con el secretario gene-
ral de la regional, Walter Cabrera (SMATA) (33). En adelante la

29 Página /12, “Juego de ajedrez antes de negociar”, 8-12-10.


30 La Nación, “Moyano le suma presión al Gobierno”, 8-12-10.
31 La CATT nucleaba a 36 gremios del sector del transporte tanto terrestre como maríti-
mo y aéreo. Entre ellos, lo integraron la UTA, AAA, Dragado y Balizamiento, Camioneros.
SUTPA, ASFA, por momentos La Fraternidad. Lo ha conducido Juan Carlos Schmid del
sector moyanista.
32 La Nación, “Por séptimo día un paro afecta al puerto de Rosario”, 01-02-11; “Se agra-
va el bloqueo en los puertos”, 28-01-11.
33 La Nación, “Bloquearon los puertos cerealeros”, 27-01-11.

¿Existe la clase obrera? 85

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disputa se concentraría en los aumentos salariales en función de
la inflación.
Estos fueron los límites a la recomposición corporativa del
sindicalismo, atravesados por cuestiones políticas e inter-sindi-
cales. Al respecto, el planteo tanto por el reparto de utilidades
como por el impuesto a las ganancias contaba con una limitación
interna: no todos los trabajadores recibirían sus beneficios, mu-
chos se desempeñaban en el ámbito público y de los que estaban
en el privado no todos pertenecían a esas empresas que el proyec-
to afectaba. Lo mismo pasaba con el impuesto al trabajo, como
lo llamaban los dirigentes, el cual sólo tributaba el 10% de los
trabajadores. Otra consideración en este registro se relaciona con
los efectos de la crisis internacional; sectores representados por
la UOM, SMATA o UTA contaban con los REPRO como meca-
nismos de preservación de empleos y niveles salariales. De esa
manera, empezó a reforzarse el siguiente imaginario: que la CGT
–o su conducción– representaba sólo a los trabajadores en blanco
y, de estos, a un sector.

El poder político

Hemos mencionado que el kirchnerismo como movimiento


propició una lógica movimentista donde las diferentes organiza-
ciones ocupaban un rol representando a diferentes fracciones de
los sectores populares. La elite necesitaba suplir las maltrechas
capacidades estatales después del proceso de liberalización de la
economía y de descentralización del Estado y las organizaciones
que detentaban capital territorial. Sin embargo, la conformación
de aquel como movimiento político no estuvo definida exclusiva-
mente por la intención de su elite, sino que también intervinieron
las experiencias y expectativas de las organizaciones. De acuerdo
a esta premisa, tanto la elite política como el sindicalismo com-
partían el objetivo del necesario reposicionamiento corporativo

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en la puja distributiva. Sin embargo, al devenir del proceso y,
seguramente como consecuencia no deseada para la elite, algunos
nucleamientos sindicales generaron expectativas relacionadas
con recuperar su estatuto de sujeto político. Dado que la figura
de la columna vertebral aparecía como la articuladora de la ac-
ción sindical vale preguntarse qué implicaba para ese sector del
sindicalismo recuperar el poder político y cómo se procesaron
políticamente los conflictos.
La tensión entre la intención de la elite y las expectativas del
actor sindical fue profundizándose en los procesos electorales
y culminó con la ruptura del movimiento obrero organizado a
mediados de 2012 y de un sector de éste con el kirchnerismo.
En este momento, la demanda de participación política se for-
muló como el salto a la política (Natalucci, 2015; 2016). Esta
demanda no era exclusiva de las organizaciones sindicales ni
significaba lo mismo para todas, algunas pretendían mayor pro-
tagonismo político, otras mayor participación en la estructura
estatal. Pero todas compartían una percepción negativa sobre
su desempeño electoral. Según datos proporcionados por Farías
Guizzo (2015) en las elecciones de 2005, 2007, 2009 sólo un
dirigente de la CGT fue electo diputado nacional (34): Francis-
co Gutiérrez (UOM), Octavio Argüello (FNTC Zona Norte) y
Omar Plaini (SIVENDIA) respectivamente. En 2011 fueron dos
dirigentes: Carlos Gdansky (UOM y CGT La Matanza) y Fa-
cundo Moyano (SUPTA y Juventud Sindical); sólo este último
respondía al moyanismo. Las organizaciones sociales en dichas
elecciones tuvieron entre 3 y 5 candidatos y La Cámpora 4 o
5. Vale aclarar que estos fueron los candidatos que lograron su
banca, integraron listas aunque no en puestos expectantes.

34 El trabajo de Farías Guizzo (2015) toma como referencia los diputados nacionales por
la provincia de Buenos Aires, que por la cantidad de votos del FPV y por el debate de la
CGT es un buen parámetro. Asimismo, vale aclarar que en cada elección era elegido un
dirigente de la CTA por el mismo distrito.

¿Existe la clase obrera? 87

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Es decir, la percepción de las organizaciones acerca de que
tenían vedada su participación en las instancias electorales se fue
profundizando y con ella fortaleciendo el pedido de recuperar
el cupo del 33% de representación sindical en las candidaturas
internas y generales. El contraste con los ochenta –como otro
período de recomposición– era significativo (35). La búsqueda de
poder político era compartida ampliamente por los diferentes nu-
cleamientos, pero se superponía con otras visiones acerca del mo-
vimiento obrero. Mientras algunos –como los Gordos– adherían
a la idea de un grupo de interés orientado a conseguir mejoras
salariales y de condiciones de trabajo, otros aspiraban a recuperar
el estatuto político de los sindicatos, esto es, a resindicalizar el
peronismo –moyanistas– (Schipani, 2012). Este último objetivo
derivó en dos estrategias; por un lado, los sucesivos intentos por
incrementar la cuota sindical con el horizonte del 33% histórico,
para esto se crearon dos nucleamientos sindicales en 2009 y, por
otro, la ocupación de cargos en el PJ. Ahora bien, esta idea no
significaba lo mismo para todos los dirigentes. Para todos impli-
caba recuperar su función como articulador de demandas obreras,
opinar en el rumbo del modelo económico y participar política-
mente. Sin embargo, para unos la intención era ganar posiciones
de poder tanto a nivel ejecutivo como legislativo, para otros al-
canzaba con ser parte de una estrategia movimentista.
Esta tensión entre lo corporativo o sectorial y lo político o
universal no fue específica de esta etapa, más bien está presente

35 Siguiendo a Gutiérrez si se analiza “la composición del bloque peronista de la Cámara


de Diputados entre 1983 y 1999, la retirada sindical de la vida partidaria afectó no sólo a
las 62 Organizaciones Peronistas sino también al conjunto de las organizaciones sindica-
les” (1998: 4). Entre 1983 y 1985, había 28 diputados de origen sindical, que “equivalía
aproximadamente al 25% de los miembros del bloque” (1998: 4). En el período 1985-1987
ese porcentaje aumentó al 26,73%. En 1987 se inició la “caída creciente y generalizada
de la participación sindical peronista en la Cámara de Diputados […] 23,30% en 1987,
19,17% en 1989, 15,20% en 1991, 9,37% en 1993, 7,69% en 1995 y 5,88% en 1997”
(1998: 8-9).

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en cualquier construcción política de tipo movimentista y lo es-
tuvo en el momento constitutivo del peronismo. ¿Qué implicaba
esa tensión? ¿De qué se trata reconstituirse como la columna
vertebral?

Cuestiones de la lógica movimentista:


tensiones entre lo corporativo y lo político

Recapitulando sobre la trayectoria del sindicalismo, a par-


tir de su momento de institucionalización en 1945 se empren-
dió un esfuerzo por compatibilizar la defensa de los intereses
de sus representados con las responsabilidades derivadas de su
participación en la coalición de gobierno y en el peronismo.
Esa conciliación nunca ha sido fácil, por ello Torre sostiene que
los dirigentes han “encontrado más fácil tratar con un gobierno
adverso que con un partido amigo devenido oficialista” (2006:
125). Haciendo una breve historización, el peronismo constituyó
un punto de inflexión radical para el movimiento obrero debido
a tres factores: la satisfacción de demandas obreras (Murmis y
Portantiero, 2007), la interpelación estatal debido a un proceso
acelerado de cambio estructural y la emergencia del colectivo de
trabajadores sin experiencia sindical previa (Germani, 1966) y,
por último, la estrategia de la vieja guardia sindical de asociarse
con la élite militar que buscaba en la movilización de los sectores
populares su base de apoyo (Torre, 2006). La intervención de
Perón sobre el mundo del trabajo no se limitó solamente a la sa-
tisfacción de las necesidades sectoriales, sino que les ofreció “un
bien simbólico de consecuencias duraderas: su reconocimiento
como miembros plenos de la comunidad política” (Torre, 2012:
21). En este marco, se conformó un tipo de experiencia sindical
en el cual las organizaciones no sólo se erigían como represen-
tantes de demandas obreras sino también como representantes de
esas demandas políticas.

¿Existe la clase obrera? 89

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Esta doble lógica en el comportamiento de los trabajadores
ha implicado dos cuestiones. Por un lado, la necesidad del pero-
nismo como partido emergente de absorber las demandas obre-
ras para ampliar sus bases sociales y potenciar sus capacidades
de gobierno (Torre, 2012). Por otro, al interior del movimiento,
una tensión entre lo corporativo y la política, es decir por la con-
ducción del proceso. Vale recordar que desde 1945 y sobre todo
desde 1946 se plantearon disputas entre la vieja guardia sindical
y Perón por la fundación del Partido Laborista. Según Mackinnon
(2002), esa tensión encontró como solución precaria una distri-
bución interna del poder plasmada en el 33% para cada rama.
Luego de 1955, con el peronismo proscripto y la consolidación
de la estrategia vandorista de golpear para negociar, aquella idea
se reforzó bajo la figura de columna vertebral. Los sindicatos
aportaban los fondos para las contiendas electorales, los contac-
tos políticos y empresariales, en sus sedes se elaboraban las listas,
que a su vez integraban, y los militantes participaban de las cam-
pañas. Esta característica, la vigencia de un mercado de trabajo
relativamente equilibrado y el monopolio del peronismo sobre el
mundo popular fueron decisivos para la conservación del poder
sindical en contextos políticos adversos. Esta lógica primó hasta
1976, suspendida abruptamente por la dictadura militar.
En los ochenta se produjeron cambios significativos tanto por
el proceso de apertura democrática como por los cambios inter-
nos en el peronismo. Respecto de este último punto hay que se-
ñalar que la derrota electoral en 1983 se produjo a nivel nacional,
en el subnacional el peronismo logró varias gobernaciones y una
importante representación legislativa, dejando como perdedores
a los sindicalistas. Cuando los legisladores y gobernadores reno-
vadores ganaron la conducción partidaria modificaron la Carta
Orgánica, el principal cambio fue la elección directa por parte de
los afiliados a los candidatos para cargos electivos y autoridades
del partido (Mustapic, 2003) quebrando la tradición movimen-

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tista del peronismo en cuanto a la distribución interna (Levitsky,
2003). Según el consenso académico, en adelante el partido se or-
ganizó en torno a lo territorial más que a una estructura corpora-
tiva, sea la rama política, sindical o femenina. Gutiérrez sostiene
que en 1988 se consolidó el proceso iniciado en 1983 “la desin-
dicalización partidaria del peronismo, esto es, el desplazamiento
del sindicalismo peronista de la conducción partidaria” (1998: 1).
Sin embargo, cuando se reconstruyen los imaginarios de los
actores puede observarse que esa distribución es un objeto de
disputa que va mutando según los diferentes períodos. Está claro
que en los noventa los sindicatos adoptaron una lógica defensiva
en algunos casos y corporativa en otros; pero en el kirchnerismo
emergieron otras discusiones. Para resumir, ese debate se dio en
un contexto donde los sindicatos no conservan el monopolio de
la representación sobre el mundo popular, sino que la comparten
–y muchas veces en competencia– con dirigentes territoriales y
políticos. También es cierto como bien señala Meler (2014) que
la cuota del 33% sólo se cumplió en circunstancias específicas,
pero no por eso dejó de estar presente en el imaginario sindical.
Moyano tal vez haya sido el dirigente que más insistió en esta
idea; recurrentemente ha sostenido: “En otras épocas, a los traba-
jadores nos habían robado el partido, dejando de lado que somos
la esencia del movimiento. Pero por más que lo intenten, jamás
van a lograr hacernos a un lado” (36).

Estrategias organizativas

Entre las estrategias para mejorar sus posiciones políticas, un


sector del sindicalismo impulsó dos organizaciones. Una de ellas
fue la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (CNSP)

36 Esa declaración la formuló en el Primer Encuentro Nacional de la Juventud Sindical


realizado en abril de 2011 en Chapadmalal.

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el 18 de septiembre de 2009 en la ciudad de Mar del Plata. Su
objetivo era reunir a las organizaciones sindicales peronistas en
una “corriente político-sindical que contribuya a la reorganiza-
ción del Movimiento Nacional y Popular como eje articulador
de los intereses nacionales, la garantía de políticas de Estado y
la determinación de una agenda construida por los argentinos y
para los argentinos” (37). En términos programáticos, la CNSP
recuperaba como principal cuestión la Justicia Social, a la que
entendían como la creación de pleno empleo, plena educación,
plena salud y plena alimentación; reivindicaban el trabajo antes
que las asignaciones universales.
En su documento fundacional se reivindicaban experiencias
organizativas pasadas que permitían inscribir a la nueva organi-
zación en cierta tradición del movimiento obrero tales como el
programa de La Falda (1957) y el de Huerta Grande (1962), la
declaración del 1º de Mayo de 1968, el Acta de Compromiso del
8 de junio de 1973, los veintiséis puntos de la CGTRA y las lu-
chas del MTA, asentadas sobre tres nodos históricos: José Igna-
cio Rucci –por su lealtad a Perón–, Saúl Ubaldini –por el reposi-
cionamiento del sindicalismo en los ochenta y su enfrentamiento
a la política anti-obrera del alfonsinismo– y Hugo Moyano y el
MTA –como símbolos de la lucha contra el neoliberalismo–. Es-
tas experiencias además avalaban la expectativa de participación
del sindicalismo, es decir no sólo la acción gremial, sino también
la lucha política.
El peronismo era entendido como un movimiento de libera-
ción nacional antes que como una máquina electoral. La cons-
trucción de poder popular debía hacerse en conjunto con los
movimientos sociales y otras fuerzas políticas recreando así una
perspectiva movimentista de la construcción política. En este sen-

37 Declaración de Mar del Plata de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista.

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tido, para dirigentes de la CNSP ésta era “una amenaza al pejotis-
mo. Y entonces, positiva porque sería movimentista” (38).
El kirchnerismo era reivindicado en tanto había propiciado
que los trabajadores recuperaran tanto el poder adquisitivo de los
salarios como el protagonismo. Moyano en su discurso de cierre
del Encuentro sostuvo que había que apoyar “la política que nos
ha permitido volver a creer no solamente en nuestro país sino
en nosotros mismos” (39). Es decir, el kirchnerismo era como
el proceso por el cual no sólo se habían recuperado los derechos
perdidos en los noventa, sino también la posibilidad para que las
organizaciones sindicales se reposicionaran en el espacio político
y en definitiva como una oportunidad identificatoria. De hecho,
actos como el del 30 de abril de 2009 sobre la Avenida 9 de Julio
en la Capital Federal, cuya convocatoria alcanzó 300 mil mani-
festantes, demostraban “que la dirigencia sindical ha recuperado
la credibilidad de sus trabajadores”. La tarea en adelante apunta-
ba a reconstruir la legitimidad social que veían perdida. La CNSP
se proponía construir “una línea que vuelva a seducir a los jóve-
nes, al resto de nuestros compatriotas, al país y al conjunto de la
clase trabajadora”. Recuperar la “capacidad de movilización y de
enamoramiento con la gran causa del pueblo argentino que es el
peronismo” (40).
Parte de la propuesta de la CNSP incluía a las nuevas ge-
neraciones que habían conseguido su primer trabajo durante el
kirchnerismo. En una referencia directa a los jóvenes se los con-
vocó…
A ser el presente además del futuro. A tomar la posta y adoc-
trinarse porque la realidad exige preparación y convicción. A

38 Entrevista a un dirigente sindical, octubre de 2016.


39 Discurso de Hugo Moyano en el cierre del Encuentro realizado en Mar del Plata. De-
claración de Mar del Plata de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista.
40 Declaración de la CNSP, 18 de septiembre de 2009.

¿Existe la clase obrera? 93

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romper con la política del toma y daca. A quebrar la lógica del
puntero, del internismo sectario. A reventar los odres viejos con
el vino nuevo de la mística militante.

La conformación de la CNSP fue fundamental para crear


las condiciones de posibilidad para la emergencia de la primera
juventud sindical, pero también lo fue el conflicto con la 125,
no sólo porque de alguna manera forzó a tomar una posición
más clara respecto del gobierno y de su política, sino porque fue
decisivo para conocerse con otros gremios. En palabras de un
dirigente:

Yo creo que el tema de la 125, del conflicto con el campo, si


bien ya adheríamos al gobierno, a Néstor, a Cristina, fue un
quiebre en muchos compañeros. Ese no fue un momento para
tibiezas, para ambigüedades, había que estar de un lado o del
otro drásticamente… Y en ese andar de la 125 nos encontramos
con muchos jóvenes laburantes de otros sindicatos que estaban
en la misma que nosotros y que no teníamos como juventud
trabajadora de la CGT una organización de organizaciones que
nucleara a la juventud de todos los sindicatos. (Entrevista a un
dirigente de la JS, mayo de 2012.)

En este marco, a fines de 2009, dirigentes juveniles de SI-


VENDIA, SUPTA, SADOP y UEJN realizaron una primera con-
vocatoria. En el marco de un plenario de la CNSP en un predio
del SMATA, el 27 de diciembre la JS realizó su primera reunión.
En su documento fundacional “A los jóvenes de nuestra patria”
manifestaron:

Somos jóvenes militantes de diferentes organizaciones peronis-


tas que, desde el orgullo de sabernos parte de la clase trabaja-
dora, venimos a reforzar el mandato que el Movimiento Obrero
organizado expresó en la histórica jornada del 30 de abril sobre
la 9 de Julio. […] Nos convoca la coherencia y la lucha de esos

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dirigentes y de la juventud de ayer y de hoy, quienes en la oscu-
ra década de los noventa resistieron contra el embate neoliberal
y no claudicaron en sus principios. Hoy, los trabajadores argen-
tinos debemos tener la madurez necesaria para ser no sólo la
columna vertebral sobre la cual se erigieron los días más felices
del pueblo argentino, sino la cabeza que encamine el destino de
la Patria hacia la Justicia Social, la Independencia Económica,
la Soberanía Política y la Unidad Latinoamericana. […] Con-
vocamos a todos los sectores juveniles a la lucha contra todos
los intereses sectarios y conservadores que intentan subyugar a
nuestro pueblo. A pelear contra el hambre, la miseria y la ex-
plotación, y en favor de la salud, la educación y el trabajo para
todos. Sabemos que éste es el camino, y también sabemos que
es nuestro rol como juventud trabajadora ser usina permanente
de doctrina, de iniciativas y de proyectos, proponerlos a nues-
tros dirigentes a nivel nacional, y si es necesario movilizarnos
en la calle, para que definitivamente se instale la Justicia Social
en Argentina.

El principal acuerdo sintetiza las figuras de “jóvenes” y “tra-


bajadores” que elegían organizarse en sus puestos de trabajo. En
la presentación del primer número de la revista oficial, Común y
Corriente, se autodefinían de la siguiente manera:

Hace unos meses un grupo de compañeros jóvenes de distin-


tos gremios creímos que era necesario empezar a juntarnos
[…] para participar activamente en la vida política de nues-
tro país. Así, de a poco, fue surgiendo esta idea de tomar la
iniciativa y conformar un nuevo espacio político llamado Ju-
ventud Sindical. […] Modestamente creemos que los jóve-
nes trabajadores que nos encontramos organizados dentro de
nuestros gremios y a su vez, en la CGT, tenemos una mirada
generacional propia que nos gustaría compartir con todos los
jóvenes de nuestro país. (Revista Común y Corriente, Año 1,
Nº 0: 5)

¿Existe la clase obrera? 95

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En términos del proceso de identificación y construcción de la
representación hay dos aspectos para considerar (41). El primero
alude a la apropiación de la entidad “jóvenes” que les permitió
a las JS auto-atribuirse en un rol de agente de cambio al interior
del sindicalismo (Galimberti, 2016). Es decir, se reivindicaba a
la juventud como el alma de los sindicatos ya que portaba vitali-
dad y activismo y en consecuencia un capital político específico
para la acción y organización. Pero la juventud señalaba también
la diferencia generacional entre viejos y jóvenes, entre aquellos
dirigentes ya consolidados y quienes integraban las JS. Desde
la perspectiva sindical, “la juventud constituye el comienzo de
una carrera sindical, en el sentido de un proceso biográfico, un
momento de ingreso, desarrollo, inflexión y salida y, a la vez, un
proceso identitario, en tanto otorga sentido a quienes acceden
en ella” (Damin, 2014: 3. Cursivas en el original). Esta carrera
implica una sucesión de instancias que se van recorriendo, como
ser trabajadores, delegados de base, participar en actividades for-
mativas en la seccional zonal de su organización sindical y en
la sede central y, en muchos casos, llegan a representarlas ante
la CGT, los partidos políticos y el Estado (Damin, 2014) (42).
En este sentido, los jóvenes inician su carrera sindical sin yux-
taponerse con otras generaciones. El segundo aspecto remite a
la entidad “trabajadores”, es decir las JS no aspiraban a confor-
marse en una juventud más en el espacio kirchnerista, sino que
su particularidad consistía en ser “la juventud del sindicalismo”

41 Por cuestiones de espacio no podremos explayarnos en el proceso de despliegue te-


rritorial de la JS ni tampoco en la emergencia de espacios que no respondían a la JS de la
Corriente, sino que incluso se constituyeron frente a ella como antagonistas. Para salvar la
diversidad de experiencias en algunos fragmentos hablaremos de juventudes sindicales en
plural. Sobre esta cuestión véase Natalucci y Galimberti (2015) y Galimberti (2016). Para
un análisis de las dimensiones en extenso véase Natalucci y Galimberti (2015).
42 En algunos sindicatos que integraron las JS esto era parcialmente diferente, entre ellos
SUTPA, SUTAT o Unión Informática, debido a su reciente conformación y a la novedad
de su actividad económica su dirigencia era mayoritariamente juvenil promediando los
25-35 años.

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y desde esa identidad pensaban aportar tanto al proceso político
como a la renovación de las prácticas sindicales.
Ser “jóvenes” y “trabajadores” debía permitir dinamizar el
proceso político y favorecer el trasvasamiento generacional. Ha-
bía que aprovechar el sentido positivo que se le atribuye a la ju-
ventud para instalar temas y problemas. En palabras de uno de
sus dirigentes, la Juventud tenía que “darle dinámica al proceso
político” (43). En este marco, impulsaron debates interesantes en
torno al modelo sindical, la participación política de los traba-
jadores y su potencial de representación. Desde esta convicción
diseñaron su estrategia de coordinación con otras organizaciones
kirchneristas, como La Cámpora o la JP Evita, que les permi-
tieron participar de campañas como “Pintar 1.000 escuelas”, las
movilizaciones a favor de la sanción de la Ley de Servicios Au-
diovisuales o escraches a los grupos mediáticos concentrados (44).
Respecto de la cuestión identitaria hay que mencionar que la
elección del nombre fue objeto de controversia tanto en la con-
formación de la Juventud Sindical de la Corriente a fines de 2009
como en la de la Juventud Sindical Peronista a fines de 2012. El
primer nombre como puede observarse era “Juventud Sindical”,
la discusión en ese momento tenía que ver con si prescindir de la
palabra “Peronista” para evitar las referencias a la experiencia se-
tentista. Al respecto, un dirigente manifestó que al mismo tiempo
que pensaban en “un reconocimiento al peronismo, a la cuestión
generacional [no podían] tener la miopía histórica de fomentar
contradicciones y divisiones de hace 40 años” (45). Este era un
acuerdo extendido entre los integrantes de la JS. Sin embargo,
cuando se conformó la CGT Alsina y se resolvió reunificar a las
juventudes de esos gremios el debate se orientó en otro sentido

43 Entrevista a un dirigente de la JS, octubre de 2012.


44 Por la ruptura de la CGT Azopardo, la JS de la Corriente dejó de participar de esas
acciones. La JSP, inscripta en la CGT Alsina, mantuvo esa estrategia.
45 Entrevista a un dirigente de la Juventud Sindical, mayo de 2012.

¿Existe la clase obrera? 97

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ya que no sólo había que diferenciarse de la JSP setentista, sino
de la JS de la Corriente; por ello en palabras de un dirigente in-
corporaron la palabra “Peronista” como un modo “de volver a los
orígenes” (46).
En función de su estrategia pueden identificarse cuatro etapas
de las JS.
La primera coincide con su proceso formativo, iniciada a fines
de 2009 e implicó la reunión de trabajadores de diferentes gre-
mios en una construcción de tipo inter-sindical. Fue un momento
de mucho debate ya que había que resolver muchas cuestiones, el
nombre, las referencias históricas desde las cuales hacer política,
etc. Es interesante destacar que la primera aparición pública de
la JS fue la participación en la marcha del 24 de marzo de 2010,
en conmemoración de la última dictadura militar; su presencia
era significativa ya que marcaba un claro quiebre de la posición
que había adoptado el movimiento obrero hacia los organismos
de derechos humanos. Reivindicar el carácter obrero de muchos
detenidos-desaparecidos no sólo reposicionaba a la organización
sino que permitía releer la historia reciente.
La segunda etapa coincide con su proceso de crecimiento.
Extendida entre 2010 hasta mediados de 2011, se decidieron dos
aspectos de su dinámica interna. Vale aclarar que desde su inicio
estuvo bajo la conducción de Facundo Moyano y aunque su de-
signación no fue producto de una instancia electiva, contaba ini-
cialmente con la legitimidad necesaria. Por esta característica, la
generación de ciertos mecanismos de legitimidad interna cobraba
mayor importancia. Una de las decisiones fue que la organización
no iba a seguir la estructura tradicional sindical, es decir por se-
cretaría, sino que tendría unos pocos núcleos que agilizarían el
proceso de crecimiento y desincentivarían disputas por la ocupa-
ción de los cargos. De esta manera, se crearon las áreas de Orga-

46 Entrevista a un dirigente de la JSP, noviembre de 2016.

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nización, Prensa y Finanzas; si bien en un inicio había mayor di-
versidad de procedencias en sus conformaciones, luego se dio un
proceso de centralización en dirigentes del SUTPA. Aunque esta
decisión era coherente con conformar una organización política
y no una gremial, requería sostener las instancias de socialización
interna y de espacios de debate que permitieran contener a todos
los sectores, objetivo no siempre posible debido a la dinámica co-
yuntural. Aun con esa novedad, se generalizó una percepción de
decisionismo que generó ciertas reticencias a la conducción, en
un marco donde ya existía una mirada negativa sobre este proceso
de avance del moyanismo sobre algunas estructuras sindicales,
que era manifestada por los actores como cazar en el zoológico,
frase con la cual algunos sectores de la CGT caracterizaban el
crecimiento del OSCHOCA: en vez de afiliar a trabajadores no
sindicalizados, disputaba por medio de la figura del encuadra-
miento, trabajadores afiliados a otra organización (47).
La segunda decisión fue no seguir la organización sindical por
regionales sino por secciones electorales, fundamentada sobre el
interés de la JS de reposicionarse como actor político y jugar en
las elecciones de 2011. La propuesta era desarrollar un trabajo
territorial-político en las diferentes jurisdicciones; así se extendió
a Córdoba, Mendoza, San Juan, Misiones, Tucumán, La Pampa,
Entre Ríos, Corrientes, Salta y principalmente en la provincia de
Buenos Aires, en la Primera Sección Electoral (San Martín, Mal-

47 Los conflictos por encuadramiento fueron bastante comunes durante el kirchnerismo;


sin embargo es muy difícil tener datos certeros sobre cuántos trabajadores se incluyeron
y de qué manera se vieron afectados los sindicatos. Benes y Fernández Milmanda (2012)
denominan esta estrategia como “expansión horizontal”. Es interesante observar que los
autores señalan que esa expansión fue acompañada por un proceso de implantación del
gremio en los lugares de trabajo, entre otras cuestiones se vio reflejado en el aumento de la
cantidad de delegados y en el nivel de militancia. Sin dudas, esto ha tenido repercusiones
positivas en la representatividad de Moyano al interior del sindicato. Otro dato importan-
te es que muchos de estos trabajadores pertenecían a gremios presididos por los Gordos
–principalmente FAECyS– por lo que sus condiciones salariales y laborales mejoraron
sustancialmente con el nuevo encuadramiento.

¿Existe la clase obrera? 99

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vinas Argentinas, Tigre, Vicente López, Morón), la Tercera (Al-
mirante Brown, Avellaneda-Lanús, Berisso, Ensenada, Quilmes,
Lomas de Zamora), la Quinta (Mar del Plata), la Séptima (Azul)
y la Octava (La Plata). Este fue un punto controversial y no re-
suelto con otras JS, principalmente con la de La Plata, Berisso
y Ensenada, que bregaban por el respeto a las particularidades
locales (Galimberti, 2016).
En esta segunda etapa se delineó la fisonomía de la JS, esto
es, una organización integrada por jóvenes trabajadores, con una
estrategia política que articulaba una base sindical con una cons-
trucción territorial y una apuesta política pensada en función de
su horizonte de expectativas, que era la justicia social. La prin-
cipal consigna de este momento fue: “La justicia social no se
debate, se conquista. Y se conquista en la calle, en los barrios y
en los establecimientos de trabajo”.
Ahora bien, las decisiones tomadas sobre la dinámica interna
que aparecían como el potencial terminaron transformándose en
un obstáculo. En otras palabras, desde el punto de vista de un
observador, estas dos decisiones constituían una novedad y avizo-
raban una interesante posibilidad de renovación de las prácticas
sindicales que permitieran recrear la maltrecha representación y
legitimidad sindical. Sin embargo, para muchos de los involucra-
dos estas formas eran extrañas a sus tradiciones. Al respecto hay
que mencionar un detalle importante, algunos sindicatos (SUPTA,
SUTAT, Unión Informática) se conformaron paralelamente y en
virtud de la JS, sus ramas de actividad novedosas y sus dirigentes
jóvenes les permitían darse la posibilidad de crear experiencias
originarias. Pero muchos otros espacios de juventudes, como el
de SMATA, La Fraternidad, SADOP, la UOM, cargaban con las
tradiciones de sus propios gremios. Entonces si bien la mayoría de
los integrantes de la JS compartían una experiencia laboral recien-
te, que coincidió con la creación de puestos de trabajo durante el
kirchnerismo, diferían en el tipo de socialización sindical.

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La tercera etapa se extendió desde mediados de 2011, cuando
se daría el salto a la política, concretamente la posibilidad que
algunos de sus dirigentes ocuparan puestos expectantes en las
listas del FPV para las elecciones generales de octubre, donde se
renovaban cargos legislativos y ejecutivos en todos los niveles.
El acuerdo inicial era que algunos dirigentes de la JS integraran
las listas en puestos expectantes, Facundo Moyano como can-
didato a diputado nacional, Federico Sánchez –responsable de
Organización de la JS– como diputado provincial por Buenos Ai-
res (ambos de SUPTA) y otros dirigentes en listas de concejales
municipales. Estos acuerdos sólo fueron respetados en el caso de
Moyano y en el de unos pocos concejales donde la decisión final
sobre la conformación de la lista recayó sobre el intendente; esto
implicó que muchos candidatos quedaran en puestos fuera de las
expectativas electorales. Como ya se mencionó en otro apartado,
esta cuestión se inscribía en una discusión mayor entre el sindica-
lismo peronista y el kirchnerismo, donde las JS quedaron sujetas
a la estrategia que definiera el nucleamiento sindical de pertenen-
cia. Esta etapa se cerró entre mediados de 2012 a propósito de la
ruptura de la CGT.
La última etapa se inició con esa ruptura. Por un lado, la JS de
la Corriente se disolvió como organización. Recapitulando, du-
rante 2012 mantuvo su construcción territorial y política. Incluso
realizó un nuevo acto en el Luna Park a propósito de conmemorar
la desaparición de Felipe Vallese, considerado el primer obrero
detenido-desaparecido. La ruptura con el kirchnerismo era de-
masiado reciente y aún estaban en disputa las responsabilidades;
en el acto de cierre, Facundo Moyano expresó: “No somos ombli-
guistas ni sectarios; somos peronistas y movimentistas. Sabemos
que con nosotros solos no alcanza, el problema es que hay algu-
nos que creen que sin nosotros se puede”.
La reconfiguración de la CGT Azopardo y su crítica evalua-
ción de su participación en las elecciones de 2011 no llevaron a

¿Existe la clase obrera? 101

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que la JS de la Corriente desestimara su demanda del salto a la
política, sino a buscar alianzas con sectores partidarios donde
poder canalizarla. Así se produjo el acercamiento de Facundo
Moyano al Frente Renovador, presidido por Sergio Massa, por el
cual renovó su banca como diputado nacional en 2015. La JS de
la Corriente se disolvió en tanto su acción cobraba sentido en la
lógica movimentista que había constituido al kirchnerismo como
movimiento político.
Por otro lado, esa experiencia de la JS había dejado ciertas
percepciones acerca del potencial que podía tener. Por ello luego
de la conformación de la CGT Alsina a principios de octubre de
2012 se decidió organizar la Juventud Sindical Peronista. Como
ya se mencionó incorporar la palabra “Peronista” implicaba un
retorno a los orígenes. Conducida desde esa fecha hasta agos-
to de 2016 por Hernán Escudero –secretario adjunto de SADOP
Capital Federal–, estaba integrada principalmente por jóvenes
pertenecientes al SMATA, UTA, UOM, La Fraternidad, llegando
a un total de 40 gremios (48). Con la premisa “Los sindicatos los
discutimos desde adentro”, su estrategia se orientó al sindicalis-
mo y a la discusión de ciertas prácticas en pos de la renovación.
En este marco, esta nueva generación ganó la conducción de ocho
gremios. Su extensión territorial se organizó por regionales, al
igual que la CGT, en esta retomaron las relaciones que se ha-
bían construido anteriormente con La Cámpora y el Movimiento
Evita; además establecieron vínculos con la CTEP en función de
repensar la situación de los trabajadores.
La diferencia fundamental que moldeó la práctica organizati-
va remitía a la definición sobre el kirchnerismo y el movimiento
nacional. En palabras de uno de sus dirigentes, los jóvenes a dife-
rencia de los dirigentes sindicales tenían un posicionamiento más
claro sobre el gobierno de Cristina:

48 Entrevista a un dirigente de la JSP, octubre de 2016.

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Lo que nosotros sí veíamos es que el sector de la Juventud no
quería no bancar el proyecto político, es decir, queríamos estar
adentro del proyecto, militar (49).

Acerca de la percepción de que La Cámpora como fuerza pro-


pia ocupaba todo el espacio kirchnerista disponible hay un punto
que es importante. Se trata de la percepción que las dirigencias
tenían sobre sus bases; en palabras de un dirigente:

Nosotros teníamos la percepción a través de los compañeros la-


burantes, los delegados, los compañeros más de base, que había
un gran grupo de trabajadores jóvenes muy involucrados con el
proyecto nacional. Más allá de sus conducciones sindicales.

En relación con esta posición en el Documento “Nuestro mo-


delo sindical” publicado el 23 de diciembre de 2013 hay una clara
reivindicación del modelo económico “de crecimiento con inclu-
sión social” cuyo eje llevó a la defensa de los intereses de los
trabajadores, mejores salarios y condiciones dignas laborales.
Esto es importante de considerar porque no sólo cuentan las
percepciones de los diferentes sectores sindicales sobre las impli-
cancias de participar del proyecto nacional y popular, sino tam-
bién el posicionamiento de sus bases y cuánto el kirchnerismo
había influenciado. En muchos sectores, determinadas políticas
nacionales fueron realmente transformadoras, mientras que otras
se limitaron al mejoramiento de ciertas condiciones. Para algunas
actividades hubo un reconocimiento simbólico que fue retribuido
con apoyo político. Entonces, para algunas experiencias el kirch-
nerismo constituyó una identidad desde la cual hacer política y,
en esto, la obediencia a sus cúpulas no era de tipo vertical; para

49 Entrevista a un dirigente de la JSP, octubre de 2016.

¿Existe la clase obrera? 103

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otras, aquel era un momento de un ciclo mayor del peronismo y
en consecuencia el lazo bases-dirigentes era más fuerte. Estos
contrastes no sólo fueron decisivos para la ruptura de 2012 sino
que significaron un quiebre más profundo en los alineamientos
sindicales, cuya densidad quedó en evidencia durante el proceso
de unidad de 2016.

La estrategia partidaria (50)

En febrero de 2008, Kirchner mantuvo varias reuniones con


dirigentes sociales y sindicales para informarles que había de-
cidido impulsar el proceso de normalización del PJ. En función
de este objetivo, el 7 de marzo se realizó un encuentro en Parque
Norte; entre las definiciones se decidió su candidatura como pre-
sidente y fundamentalmente la reformulación de la Carta Orgá-
nica. Por esto, el Consejo Nacional tendría 55 integrantes y la
Mesa Directiva 28 habilitando un mayor número de cargos para
repartir. La fecha del Congreso se fijó para el 14 de mayo (51).
Ese día, Kirchner asumió como presidente, los vicepresiden-
tes fueron los gobernadores Daniel Scioli y Jorge Capitanich y
como vicepresidente segundo Moyano. Caló –en ese entonces se-
cretario adjunto de la CGT– fue elegido secretario gremial. Esta
conformación a priori reposicionaba a los sindicatos e igualaba
con la elite política. Una vez normalizada la estructura nacional
se avanzó sobre la provincial. El 30 de noviembre de ese año
se realizaron las elecciones internas, por las cuales el entonces
vicegobernador, Alberto Balestrini, accedió a la presidencia que
asumió el 15 de diciembre (53). Por el contrario, las vicepresi-
dencias y secretarías no fueron sometidas a votación, sino que

50 Para una descripción pormenorizada véase Natalucci y Morris (2016a).


51 Página /12, “La lista de Kirchner para la conducción del PJ”, 16-03-08.
52 La Nación, “Balestrini fue elegido titular del PJ bonaerense”, 30-11-08.

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fueron designadas por Kirchner; a Moyano le correspondió la vi-
cepresidencia primera (53). De esta manera, el posicionamiento
de Moyano excedía el plano nacional y lograba hacer pie en el
provincial.
La situación empezó a complicarse luego de que el kirchne-
rismo perdiera las elecciones de 2009. Moyano, a diferencia de
otros dirigentes, estaba bien posicionado en parte por el acto que
había realizado poco antes para avalar la candidatura de Kirchner
como diputado por la provincia de Buenos Aires. Dicho breve-
mente, el 30 de abril de 2009, el camionero organizó un acto en
la Av. 9 de Julio, donde se concentraron alrededor de 300 mil
personas. Explicitó su apoyo a la candidatura de Néstor Kirchner,
sostuvo que en esas elecciones estaban en juego “las conquistas
de los trabajadores” y por eso llamó a votar por el proyecto que
lideraba Fernández de Kirchner (54). Inmediatamente después de
las legislativas de 2009, Kirchner renunció a la presidencia; Scio-
li ocupó su lugar hasta noviembre cuando por medio de una mo-
ción (de la que Moyano formó parte) consiguieron que siguiera
al frente del PJ nacional (55). No obstante, esta estabilidad duró
poco tiempo. El 7 de abril de 2010, Balestrini sufrió un acci-
dente cerebrovascular; por orden jerárquico debía reemplazarlo
Moyano, pero no contaba con el apoyo de los intendentes del
conurbano bonaerense nucleados en la FAM. Como respaldo, el
27 se realizó una reunión del PJ nacional con la presencia de
todas sus autoridades, incluido Kirchner. Además de este, hubo
dos eventos más que despertaron resquemores en los intendentes,
en lo que calificaban como un avance sindical sobre la estructura
partidaria. Uno de ellos tuvo lugar el 2 de junio a propósito de un

53 Página /12, “Asunción en el PJ”, 15-12-08; La Nación, “El PJ bonaerense va a unas


internas con final cantado”, 30-11-08.
54 La Nación, “Moyano: ‘Votemos el proyecto nacional que encarna Cristina Kirchner’”,
30-04-09.
55 Página /12, “Clamor para que Kirchner continúe en el PJ”, 05-11-09.

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acto de la CNSP en Burzaco, Lanús, donde empezó a instalarse el
rumor sobre una posible candidatura de Moyano como goberna-
dor para las elecciones de 2011 (56). La segunda ocurrió el 21 de
julio, cuando la cúpula cegetista le pidió a Moyano que asumiera
la presidencia partidaria (57). Pese a estas reticencias, Moyano
logró imponerse como presidente provisional el 24 de agosto; en
su discurso mencionó: “No hay posibilidades sectoriales de tener
éxito si el proyecto nacional no lo permite. No hay un proyecto
sindical, no hay un proyecto municipal ni provincial si no hay
proyecto nacional y popular” (58).
En estas circunstancias se llega a octubre de 2010, cuando en
cuestión de días la dinámica política tomó un giro inesperado.

La ruptura

Pasos previos

El principal evento político de la CNSP fue el acto en el esta-


dio de River Plate el 15 de octubre de 2010 a propósito del Día
de la Lealtad. Este acto condensó todo lo que hemos dicho hasta
ahora. Por un lado, las disputas con la UIA y sectores empresa-
rios por la cuestión de la distribución de la riqueza. Por otro, las
tensiones en el seno del PJ. Y por último, discusiones internas en
la CGT sobre la orientación del acto. Inicialmente, estaba previs-
to como uno más de la CNSP en su estrategia para posicionarse
internamente y al mismo tiempo diferenciar la política gremial

56 La Nación, “Aliados del camionero lo quieren como gobernador”, 02-06-10.


57 Vale aclarar que las disputas entre Moyano y los intendentes no sólo tenían relación
con el PJ, sino también con los contratos por servicios de recolección de residuos, que
implicaban una erogación significativa para los presupuestos municipales. Página /12,
“Con agenda bonaerense”, 21-07-10.
58 Página /12, “Vamos a fortalecer al PJ bonaerense”, 25-08-10.

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de la partidaria, sobre todo respecto del uso de los instrumen-
tos organizativos. Sin embargo, debido a presiones internas en
la central y de dirigentes políticos se definió que fuera la CGT
quien convocara al acto (59).
El acto fue multitudinario, los organizadores calcularon la
presencia de 150 mil personas. La consigna convocante había
sido “La Hora de los Trabajadores” parafraseando la famosa
frase de Perón “La Hora del Pueblo”. Se hicieron presentes los
gremios cegetistas, la JS de la Corriente, intendentes y dirigentes
políticos. En su discurso, Moyano planteó dos ejes. El primero
fue el pedido a legisladores para que aprobaran el proyecto de
ley de reparto de las utilidades empresarias: “Apoyen la ley de
participación en ganancias, los trabajadores lo necesitan. Algunos
dicen que no se puede aplicar, pero jamás han ganado tanto dine-
ro las empresas como en estos últimos años” (60). El segundo eje
se orientó a los trabajadores, a quienes llamó a “dejar de ser un
instrumento de presión para ser un instrumento de poder”, había
que “concientizar políticamente a los trabajadores para tener a un
trabajador en la Casa de Gobierno”; “¿Por qué vamos a renunciar
a la política?” (61). Con ambos, el dirigente reforzaba su posición
tanto como representante de esos trabajadores que tenían derecho
sobre las ganancias que contribuían a generar y como agente po-
litizador de las organizaciones sindicales.
Fernández de Kirchner, quien habló después, visiblemente
molesta, sostuvo que ya había un trabajador en la Casa de Go-
bierno ya que ella trabajaba desde su juventud. Y sin aludir de
modo explícito al proyecto de reparto de utilidades, instó a man-

59 En palabras de un dirigente esas dos presiones vinieron desde dos lados: “Desde el
kirchnerismo, qué sería el kirchnerismo que le costó siempre el movimiento obrero ¿no?
Y desde… llamémosle, el sindicalismo que quiere construir lo político desde su kiosco”.
Entrevista de la autora, octubre de 2016.
60 Página /12, “No es coloquio de Idea, es el de la lealtad”, 16-10-10.
61 La Nación, “Moyano llenó River y pidió un esfuerzo por los jubilados”, 16-10-10.

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tener la paz y cooperación con los empresarios. Este fue el último
acto sindical de este tipo al que Fernández de Kirchner asistió.
Cuando sucedió el fallecimiento de Kirchner el 27 de octubre
la suerte de la CNSP estaba echada producto de las presiones de
sectores kirchneristas anti-CGT, de sectores sindicales más PJ que
movimentistas y por la incipiente fricción Moyano-Fernández de
Kirchner. El desgaste se coronó con la campaña anti-sindical que
montaron por ese entonces los medios a partir de tres aconteci-
mientos: el asesinato de Mariano Ferreyra por una patota de la
UF el 20 de octubre; segundo, la activación de la causa conocida
como la “Mafia de los medicamentos”, donde ya estaba detenido
el secretario general de la AB, Juan José Zanola y era investiga-
da, entre otras, la obra social del sindicato de Camioneros con
la responsabilidad de Liliana Zulet (esposa del dirigente sindi-
cal); tercero, la instalación de un imaginario que igualaba a la
dupla Martínez de Perón-López Rega con Fernández de Kirchner-
Moyano. Ciertos sectores de la elite kirchnerista aprovecharon la
oportunidad para “poner en caja a Moyano [que se] había pasado
de rosca” al pretender que un trabajador llegara a ser presidente o
a la presidencia del PJ nacional (62). Esto coincidió con la decisión
de ampliar la fuerza propia. Estas cuestiones se vieron reflejadas
en las declaraciones de Fernández de Kirchner sobre la necesaria
cautela sindical al momento del conflicto por el lugar que tuvie-
ron las organizaciones para las elecciones de 2011.
El desplazamiento sindical para esas elecciones también lo
vivieron organizaciones sociales y hasta los intendentes. De he-
cho, a contramano de la discusión que habían tenido con Moyano
al momento de su asunción como presidente del PJ-PBA, inten-
taron un acercamiento para que el camionero funcionara como
contrapeso a la elite de cara a las elecciones. Su preocupación era

62 La Nación, “Teme la Casa Rosada que se tense la relación”, 8-12-10.

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que la candidatura de Fernández de Kirchner fuera acompañada
en cada uno de los distritos de listas colectoras, por las cuales se
habilitaba a dirigentes a competir por las intendencias, sin soca-
var los votos para la presidencia (63). Por ese entonces, los inten-
dentes repetían: “¿No es el jefe del PJ bonaerense? Algo debería
decir” (64). Desde este momento, todas las discusiones giraron en
torno a qué lugares ocupaban en las listas y cómo participaban
de la campaña electoral. En el acto organizado el 1º de Mayo, y
al que Fernández de Kirchner no asistió, Moyano sostuvo: “Los
trabajadores podemos reclamar algún cargo en las listas ¿por qué
no? No estamos sólo para votar” (65).
Los acontecimientos se aceleraron a propósito del cierre de
las listas. El 21 de junio, Fernández de Kirchner anunció que se
presentaría por su reelección. El 26 era el plazo reglamentario
para la presentación de los candidatos legislativos; en los días
previos se habían generado rumores que la CGT tendría “4 luga-
res expectantes” a nivel nacional, pero cuando se conocieron las
listas el desconcierto fue significativo (66). Schmid fue despla-
zado del tercer al sexto lugar de la lista de diputados nacionales
por la provincia de Santa Fe y Piumato fue colocado en el mismo
lugar por la CABA; ambos renunciaron a su postulación por con-
siderarla insuficiente (67). Daniela Taboada y Carlos González,

63 La posible candidatura que más reticencias despertaba era la de Martín Sabatella como
gobernador. En la reunión del PJ de febrero de 2011, Plaini declaró: “Nosotros somos el
Partido Justicialista. No tenemos nada que ver con otros partidos. Nuestro compromiso es
avanzar en la profundización de este proyecto y para eso vamos a estar en todos los actos
en los que sea necesario. Vamos a aportar donde tengamos que aportar”. La Nación, “El PJ
evitó hablar de las colectoras y anunció ‘apoyo total’ a Cristina y Scioli”, 18-02-11. Véase
Natalucci y Morris (2016a).
64 La Nación, “Los intendentes presionan a Moyano”, 09-02-11.
65 Página /12, “Con casi todo el gabinete en el escenario”, 30-04-11.
66 La Nación, “Piumato: ‘Cristina no tuvo en cuenta al movimiento obrero para defender
el modelo’”, 27-06-11.
67 La Nación, “La CGT logró apenas dos lugares y casi no asiste al acto en Olivos”,
26-06-11.

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que iban a ser candidatos por Chubut y Chaco respectivamente,
finalmente no fueron incluidos. Sólo dos lugares fueron otorga-
dos al sindicalismo: Carlos Gdansky (UOM) –que no respondía
a Moyano– fue incorporado en el cuarto lugar en la lista de can-
didatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires
y Facundo Moyano en el undécimo lugar (68).
La relación ya se mostraba tensa, Moyano no asistió al bunker
el día de las elecciones ni tampoco a la asunción presidencial el
10 de diciembre. En su discurso, Fernández de Kirchner reiteró
que había libertad de huelga pero no de extorsión en alusión a
los conflictos recientes de trabajadores petroleros y docentes (69).
El 15 de diciembre, a propósito del festejo por el Día del Ca-
mionero en el Club Huracán, Moyano contestó lo siguiente: “Los
trabajadores no extorsionan a nadie, los trabajadores reclamamos
legítimamente” (70). Aprovechó para insistir con la ley de reparto
de utilidades empresarias, la suba del mínimo no imponible para
el impuesto a las ganancias, subas salariales, la deuda que el go-
bierno tenía con las obras sociales sindicales y pidió por el control
de la inflación y la universalización de asignaciones familiares.
Sobre las elecciones dijo que el 54% de los votos del FPV pertene-
cían a los trabajadores y no a los chicos bien de La Cámpora (71).
A continuación, caracterizó al PJ como una “cáscara vacía” y re-
nunció a los cargos partidarios nacional y bonaerense. La ruptura
era un hecho y se concretaría a mediados de 2012.

68 La Nación, “La CGT logró apenas dos lugares y casi no asiste al acto en Olivos”, 26-
06-11. Vale aclarar que F. Moyano recibió el apoyo de Scioli para ser diputado, primero
estaba en el cuarto puesto, luego en el octavo y finalmente en el undécimo. Esta situación
se replicó en las listas a nivel provincial y local.
69 La Nación, “Con la mira en la economía, la Presidenta advirtió a los gremios”,
11-12-11.
70 La Nación, “Dura réplica de Moyano a Cristina: ‘Nosotros no extorsionamos’”, 15-
12-11.
71 La Nación, “Dura réplica de Moyano a Cristina: ‘Nosotros no extorsionamos’”, 15-
12-11.

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El proceso de ruptura

El proceso de división de la CGT se inició cuando los Gordos


y los Independientes impugnaron ante el Ministerio de Trabajo
de la Nación la decisión tomada por el Consejo Directivo el 24
de abril en la cual se fijaba el 12 de julio para la realización del
Congreso Nacional Ordinario para la elección de autoridades (72).
El argumento que esgrimieron era que el quórum era falso y que
la composición de aquel órgano no respetaba la normativa. El
Ministerio resolvió a favor de la impugnación para obligar a las
partes a llegar a un acuerdo pero el moyanismo rechazó la reso-
lución y siguió adelante con el cronograma que había dispuesto.
Entre fines de abril y fines de mayo, la discusión se concentró
en acusaciones cruzadas entre Moyano, los Gordos y los Indepen-
dientes. Como es sabido, entre ellos siempre habían existido dife-
rencias. Con los primeros éstas tenían relación fundamentalmente
con los conflictos por disputas de encuadramiento sindical. Las
críticas de los Independientes estaban dirigidas a cómo Moyano
había manejado la relación con el gobierno. Ambos compartían
cuestionamientos al estilo de conducción de Moyano. En cual-
quier caso, todas contribuyeron a socavar su legitimidad interna
como secretario general. El 23 de mayo se realizó el Comité Cen-
tral Confederal donde debían registrarse los delegados; poco an-
tes el Consejo Directivo había aprobado la incorporación de 30
gremios que podía modificar el equilibrio de fuerzas. El sector
antimoyanista no sólo no asistió, sino que realizó una reunión pa-

72 Vale aclarar que las reuniones entre los Gordos y los Independientes habían empezado
el 18 de octubre de 2011. La primera se realizó en la sede de UPCN, entre otras cuestiones
se discutió el proceso de sucesión y la fecha de realización del Congreso Confederal que
debía realizarse a mediados de 2012. Ambos rechazaban la posibilidad de que Moyano
siguiera al frente de la CGT, el punto de desacuerdo radicaba en el momento en que debía
abandonar su cargo. Los Gordos, encabezados por Cavalieri y Oscar Lescano, proponían
el abandono anticipado, mientras los Independientes –Rodríguez y Lingeri– sostenían el
cumplimiento de los plazos formales. Página /12, “Los Gordos, sin acuerdos”, 19-10-11.

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ralela donde levantaron la candidatura de Caló como secretario
general. La discusión derivó en acusaciones cruzadas; frente a las
críticas por su personalismo Moyano les recordaba su participa-
ción durante las reformas de mercado en los noventa. Consignas
como “Siempre estuvimos del mismo lado. Del lado de los traba-
jadores” y “A los 90 no volvemos más” de la JS de la Corriente
intentaban reforzar la coherencia y el pasado de lucha de Moyano.
El escenario se complicó a fines de junio cuando Moyano en
un límite no claro entre Camioneros y la CGT convocó a un paro
para el 27 de junio, el principal motivo era el estancamiento res-
pecto de la distribución de la riqueza durante los años previos.
Frente a este hecho, un sector del MTA integrado por FOETRA,
FATEL, SADOP, FATIDA, UOMA, SATSAID, FATPREN, Ca-
pitanes de Ultramar y SECASFPI-ANSES que se desprendió del
MTA y se denominó “Núcleo MTA” elaboró el documento “No
adherimos al paro porque defendemos el Proyecto Nacional y
Popular”. En este se cuestionaba la oportunidad del paro y se su-
brayaba que los tiempos de la profundización serían fijados por el
gobierno. Los trabajadores organizados integrantes del proyecto
nacional sólo podían defenderlo. Al respecto, hicieron un llama-
do a tener “gestos de grandeza, de desprendimientos”, para que
“ningún interés sectorial –mucho menos personal– pueda alejar-
nos de la cuestión principal: Reconstruir una Argentina que nos
contenga a todos y nos proteja definitivamente de los embates
de un establishment que nos quiere reimponer el colonialismo”.
La ruptura de la CGT se formalizó el 12 de julio. La lista en-
cabezada por Moyano y Guillermo Pereyra (Sindicato de Petróleo
y Gas Privado Río Negro, Neuquén y La Pampa) obtuvo 1.009
votos sobre 1.013 votos conformando la CGT Azopardo. Los
acompañaban en el Consejo Directivo Abel Frutos (FAUPPA),
Julio Piumato (UEJN), Juan Carlos Schmid (Sindicato de Dra-
gado y Balizamiento), Sergio Palazzo (AB), Gerónimo Venegas
(UATRE), Omar Plaini (SIVENDIA), Amadeo Genta (SUTEC-

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BA), Facundo Moyano (SUTPA), Nelson Farina (FATUN), Al-
berto Murúa (UOYEP) y Miguel Paniagua (SUTEP).
El 3 de octubre se realizó el Confederal de la fracción oposi-
tora al moyanismo. La lista que encabezaba Caló contó con 1.424
votos sobre 1.427. La CGT Alsina –cuyo nombre provenía de
la calle donde estaba radicado su edificio– contaba con mayor
cantidad de congresales definidos por la cantidad de afiliados
de cada gremio adherente, justificación para el reconocimiento
de la personería gremial. Formaron parte de la conducción An-
drés Rodríguez (UPCN), Omar Viviani (taxis), Gerardo Martínez
(UOCRA), Armando Cavalieri (FAECYS), Ricardo Pignanelli
(SMATA), Héctor Daer (ATSA), Oscar Lescano (Luz y Fuerza),
José Luis Lingeri (SGBATOS), Omar Maturano (La Fraternidad),
Víctor Santa María (SUTERH), Jorge Lobais (AOT), Sergio Ro-
mero (UDA), Marcos Castro (Capitanes de Ultramar), Omar
Suárez (SOMU), Roberto Fernández (UTA), Noé Ruiz (AMA),
Norberto Di Próspero (APL), Horacio Ghilini (SADOP) y Carlos
Sueiro (SUPARA).
El proceso de ruptura permitió delinear los estilos organiza-
tivos de cada CGT. Dirigentes de la CGT Alsina cuestionaban
abiertamente la cuestión partidaria. Por ejemplo, Omar Matura-
no (La Fraternidad) criticó que el sector moyanista haya creído
que “la central obrera era un partido político” (73); Caló dijo que
“Nosotros estamos para solucionar los problemas gremiales,
profesionales y otros compañeros quieren hacer un partido po-
lítico” (74), y Rodríguez (UPCN) sostuvo que su sector entendía
que el rol de la CGT era “reconstruir su poder gremial [y no]
un agrupamiento ideológico o político” (75). Como contracara,
Plaini sostuvo que “aquellos que dicen que el sindicalismo ar-

73 Página /12, “La CGT según sus protagonistas”, 11-07-12.


74 Página /12, “‘Quieren hacer un partido político’”, 23-11-12.
75 Página /12, “‘Quieren hacer un partido político’”, 23-11-12.

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gentino debe ser un sindicalismo solamente de reivindicaciones,
no conocen la historia o la están falseando: todos sabemos que la
dirigencia peronista siempre ha participado políticamente” (76).
En relación con esto último aparecía la novedad de esta rup-
tura: la desarticulación del nucleamiento del MTA que coincidía
con esa premisa que ponía en palabras Plaini. En esta dirección,
este proceso deja entrever una crisis más profunda del sindicalis-
mo respecto de su rol en un proyecto nacional y popular y cuáles
son los márgenes disponibles para ceder beneficios corporativos
en pos del éxito de aquel y cuánto pueden resignarse las expec-
tativas políticas. Hasta este momento, el MTA tenía un acuerdo
sustancial respecto a que una dimensión imprescindible de la ac-
ción sindical era lo corporativo. ¿En qué sentido?

[En suponer que el] movimiento nacional genera cuerpos or-


gánicos, como puede ser el sindicalismo, capaces de pelearse
con las corporaciones. El movimiento obrero es una corpora-
ción en el sentido de que nosotros no somos una ONG, no es
una relación individual del trabajador con el poder, somos una
corporación. En el sentido de una construcción del poder co-
lectivo. […] el movimiento obrero con poder debía haber sido
una virtud para la alianza cuando tenías que pelearte con los
grandes (77).

Ahora bien, a diferencia de otros sectores como el sindicalis-


mo empresario –valga el oxímoron– o corporativos en una lógi-
ca más facciosa, postulaban que el sindicalismo también estaba
para hacer política desde la perspectiva de que los problemas
gremiales se resolvían desde lo político. ¿Qué significaba hacer
política? ¿Se trataba de ser la columna, la cabeza? Y en térmi-

76 Página /12, “Un camión donde no todos viajan cómodos”, 15-07-12.


77 Entrevista a un dirigente sindical, octubre de 2016.

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nos de estrategia, ¿alcanza con ser parte de la base de alianzas o
bien es necesario intervenir en las instancias donde se toman las
decisiones?

La emergencia de varios nucleamientos

Esas discusiones decisivas para la ruptura dieron a su vez lu-


gar para la creación de otras instancias organizativas. Por un lado,
el 5 de julio de 2012 se fundó el MASA conformado por 26 gre-
mios (78). En su documento fundacional “Unidos o dominados”
se presentaban como una corriente interna de la CGT que se rei-
vindicaba como los que habían peleado contra el neoliberalismo
a través del MTA. Había una clara reivindicación del kirchneris-
mo en tanto había transformado “sus reivindicaciones utópicas”
en políticas concretas. Su horizonte de acción era la CGT con el
objetivo que recuperara “todos sus ámbitos orgánicos de parti-
cipación democrática, para garantizar la más amplia, pluralista
y federal representatividad de los trabajadores de todo el país, y
cerrar definitivamente los ciclos de conducciones paternalistas,
autoritarias y personalistas”. Asimismo, expresaban que ante los
“ataques reaccionarios”, la CGT no podía “adoptar una posición
neutral o indiferente –y mucho menos de oposición– ante la polí-
tica y la suerte de un Estado que contempla el bienestar de los 40
millones de argentinos”. La estrategia a seguir era la de “una au-
tonomía constructiva”. En el corto plazo, el objetivo del MASA
era apoyar la candidatura de Caló como secretario general que
ya promovían los Gordos, los Independientes y que contaba con
el aval de la elite. El lanzamiento del MASA se fortaleció por

78 Esos gremios eran: UOM, UTA, FOETRA, SADOP, FATPREN, SPT, La Fraternidad,
APL, FATIDA, AAA, Capitanes de Ultramar, SOMU, FONIVA, FATFA, UOMA, PECIFA,
UECARA, AATRAC, SECASFPI, Capitanes y Baqueanos Fluviales, Obreros y Emplea-
dos Fotógrafos, Supervisores de Jaboneros y Perfumistas. Sobre ese proceso véase Nata-
lucci y Morris (2016b).

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el respaldo público de funcionarios del gobierno que declaraban
que el nuevo sindicalismo debía estar a tono con los cambios pro-
ducidos en los últimos años en la estructura productiva en alusión
directa al crecimiento industrial.
Por su parte, el moyanismo presentó en un acto en el Luna
Park el 8 de mayo el CET, espacio que para las elecciones de
medio término de 2013, que el kirchnerismo perdería, entabló
una alianza con el frente Unidos por la libertad y el trabajo, cuyo
primer candidato para diputados de la PBA fue Francisco de Nar-
váez. Como resultado electoral obtuvo el 5,43% de los votos; su
fracaso no sorprendió a nadie, de alguna manera era previsible si
se tenía en cuenta que se había priorizado un criterio excesiva-
mente instrumental omitiendo la brutal distancia ideológica, polí-
tica y cultural de ambos espacios. El CET ha sido poco estudiado,
pero sin dudas una pregunta abierta es si intentó luego del fracaso
de la estrategia movimentista volver a una posición cercana al
laborismo que pregonaba la Vieja Guardia Sindical a principios
de 1946. La JS de la Corriente, como se mencionó, se disolvió y
el SUPTA se incorporó al Frente Renovador liderado por Sergio
Massa. ¿Renunciaban al movimentismo antes que a la política?
El último espacio organizativo de este momento fue la Co-
rriente Político Sindical Federal creada a fines de 2014. Su com-
posición era principalmente de gremios del interior sobre todo
del cordón industrial de Campana, San Lorenzo, Rosario y Cór-
doba. En marzo de 2015 en el marco de un encuentro se elabora
la “Declaración de Córdoba” donde se postula la necesidad de
discutir un programa del movimiento obrero. No es casual que
gremios como los de Gráficos sean parte protagónica del espacio,
en un intento por refundar la tradición de Raimundo Ongaro y el
programa que enarboló en su momento la CGT de los Argentinos.
Ese programa planteaba la necesidad de militar por un gobierno
favorable a los trabajadores y de profundizar el proyecto nacional
y popular, por lo que se sumaron a la campaña de Daniel Scioli,

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candidato del FPV en 2015. En agosto de 2016, el “Núcleo del
MTA”, la Corriente Político Sindical Federal y la AB formaron
la Corriente Federal de Trabajadores. Este espacio reclamaba un
lugar en el triunvirato y ante la negativa rechazó los cargos ofreci-
dos en el CD. Aun así ha permanecido en la CGT optando por un
estilo más combativo reclamando un plan de lucha frente al avan-
ce ortodoxo del gobierno nacional. Por el contrario, este espacio
parecía mantener una lógica movimentista frente a la discusión
con el moyanismo y de opción política frente a la CGT Alsina.

Reflexiones finales

A lo largo de este extenso artículo hemos intentando dar cuenta


del proceso del sindicalismo peronista durante el kirchnerismo.
Son tantas las dimensiones para considerar como complejo ha
sido este proceso. Entender el movimiento obrero y su relación
con el kirchnerismo supone considerar que no se trataba de un
actor compacto, sino que siempre han existido nucleamientos
internos.
Durante el kirchnerismo no todos pensaron de la misma ma-
nera la recuperación del poder corporativo y el poder político
ni la relación entre ambos poderes. Algunos mantuvieron sus
posiciones corporativas, mientras otros se arriesgaron a recupe-
rar el estatuto de sujeto político que el sindicalismo perdió en el
proceso de la Renovación Peronista de los ochenta. No puede
ignorarse que los obstáculos con que se encontraron en el proceso
no sólo tuvieron relación con su dinámica, sino con la estrategia
neodesarrollista, sus límites y las transformaciones de la estruc-
tura productiva y la creciente heterogeneización de la clase tra-
bajadora. La dinámica política también complejizó el escenario
cuando desde la elite se realiza el convite movimentista sin que
esto implicara reeditar las formas ni las institucionalidades que

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suponía el movimentismo clásico, es decir, guardarse el derecho
de admisión sin estar dispuesto a restituirles a las organizaciones
sindicales su reclamado estatuto de sujeto político. No podemos
saber con certeza en qué medida la reducción de la base de alian-
zas incidió en el proceso electoral; lo cierto es que después de
2011, y de cómo se interpretó ese 54% que obtuvo Fernández de
Kirchner, el FPV ha perdido las elecciones de 2013 y 2015.
En la Introducción se plantearon dos preguntas que es opor-
tuno traer a colación, ¿la mentada revitalización sindical implicó
una mera recuperación del poder corporativo del sindicalismo en
su forma ya existente o más bien aparejó la emergencia de al-
gunas transformaciones? En cualquiera de los dos casos, ¿cómo
entender sus efectos en función del escenario de fragmentación
significativa que el sindicalismo peronista ha sufrido desde me-
diados de 2012? En principio, corresponde decir que la fragmen-
tación no constituye en sí misma un problema como tampoco
significa nada bueno a priori la idea de unidad.
Respecto de la primera pregunta, hay una novedad para des-
tacar de este período respecto de los anteriores: las organizacio-
nes sindicales han intentado superar las posiciones corporativas
y avanzar hacia formas de representación, esta conducta no im-
plica que hayan relegado las demandas de aquellos que ya re-
presentaban, sino que intentaron convertirlas en formas políticas,
en eso que llamaban el salto a la política. Esa tensión entre lo
corporativo y lo político no implica necesariamente la elección
de uno u otro, sino más bien la conjugación de ambos aspectos
en determinadas coyunturas. Esa tensión no se expresaba en una
situación de confrontación entre dos actores fijos que confrontan
por el poder ya establecido. Se trataba en todo caso de dos lógi-
cas presentes en las relaciones al interior del espacio a partir de
las cuales las organizaciones articulaban, competían, conciliaban
y hasta cedían en sus demandas sectoriales en pos del proyecto
nacional.

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Ahora bien, en este camino se abrieron interesantes discu-
siones sobre qué significa tener una estrategia corporativa, ha-
cer política, cuál es la relación con otros actores en una alianza
policlasista y cómo representar a las bases. Por ahora pareciera
que de ese debate en vez de síntesis, lo que hubo fue una frag-
mentación significativa que se expresó no sólo en la ruptura de
2012 sino también en las dificultades que ha tenido el proceso
de reunificación durante 2016, cristalizado en la conformación
de un triunvirato por cuatro años considerando que el de 2004
era por el plazo de uno. De todas maneras esto no implica que
esa discusión se haya diluido, más bien pareciera estar en laten-
cia. Y en ese caso, tal vez las preguntas no sean las mismas pero
sí pueden encontrarse algunos debates derivados. Un dato es la
cuestión de la representación: qué representante representaba a
sectores representados. Por primera vez la cúpula de la CGT re-
conoció que sólo representa a un sector de la clase trabajadora
y que era necesario tender lazos con los movimientos sociales
que representan a otros. Acciones como las reuniones en la CGT
y marchas callejeras podrían vislumbrar cambios respecto de la
representación de los sectores populares en un contexto donde
ninguna organización tiene el monopolio.
La forma que asume hoy la siempre actualizada premisa de
“crisis sindical” es la aparente incapacidad de la CGT de dar
respuesta a la ofensiva conservadora que impulsa el gobierno
nacional. Algunos indican que el problema es la fragmentación,
que la diversidad de la composición del triunvirato lleva a la neu-
tralización de todos. Puede ser, pero no sería la primera vez que
eso sucede. Además, si se observan los procesos de movilización
de las últimas décadas no siempre la CGT ha actuado como la
vanguardia, aunque ha tenido un rol decisivo. Otros indican que
es la falta de programa lo que lleva a la aparente inacción del
sindicalismo. No creo que ese sea el punto central ya que en la
mayor parte de la historia eso no sucedió y no implicó la acción

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sindical. Mi hipótesis se inclinaría por pensar que se trata de un
momento de procesamiento de las increíbles transformaciones
societales, y en particular de la clase trabajadora cuyo proceso
de heterogeneización se consolidó de una manera significativa
durante el kirchnerismo.
Para finalizar, queda agregar que no ha sido mi intención ha-
cer atribuciones de valor al proceso sindical de la larga década
kirchnerista, ni creo que sea función de los trabajadores acadé-
micos juzgar si los actores actúan bien o mal. Más bien intenté
seguir esa premisa que propone Beverly Silver en su libro For-
ces of Labor. Workers’ movements and globalization since 1870
(2003) acerca de que nunca en las cuestiones sindicales hay plena
novedad o plena repetición, de lo que se trata es de encontrar las
especificidades que suceden en un período determinado partien-
do del supuesto que mientras haya capitalismo habrá formas de
resistencia.

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Fernando Rosso

A la izquierda de la pared
Sindicalismo e izquierda en el movimiento
obrero argentino

Se le atribuye a Juan Carlos Portantiero la sentencia que asegura


que al peronismo “le sobran sindicatos y le falta burguesía nacio-
nal”. Esta aserción se puede hacer extensiva al conjunto del país,
si se tiene en cuenta su configuración de clases y la compleja
densidad de su sociedad civil.
La clase obrera existe mucho más de lo que sus organizacio-
nes sindicales tradicionales le permiten existir.
En Argentina hay nada menos que cerca de 3.400 gremios que
se reparten en partes casi iguales entre los que tienen personería
gremial y los “simplemente inscriptos”.
En términos de cantidad de trabajadores, más allá de las diver-
gencias y polémicas por las estadísticas, es irrefutable que hubo
una recomposición social cuali y cuantitativa de la clase trabaja-
dora en la última década.
Según los registros administrativos del Sistema Integrado
Previsional Argentino (SIPA) que surgen de la declaración que
realizan los empresarios del país sobre su planta de empleados,
entre el subsuelo de la catastrófica crisis de 2002 y el año 2012
se crearon casi tres millones de puestos de trabajo privados
registrados.

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Otras cifras del Ministerio de Trabajo informan que el em-
pleo registrado del sector privado pasó de 3,5 millones de tra-
bajadores en 2002 (había alcanzado 4,1 millones en 1998) a 6,4
millones en 2014.
La tasa de desempleo, que en los momentos más dramáticos
de principios de siglo alcanzó el 25%, se redujo hasta ubicarse
por debajo del 7%. La desocupación, luego de la recuperación
tras el derrumbe de la convertibilidad, siguió un parámetro simi-
lar al del resto de las economías sudamericanas: prácticamente
todas desde 2006 tienen tasas de un dígito.
La administración de Mauricio Macri elaboró un nuevo
índice que mide la totalidad del empleo registrado. Según el
flamante informe de Situación y Evolución del Total de Tra-
bajadores Registrados elaborado por la Subsecretaría de Po-
líticas, Estadísticas y Estudios Laborales, en octubre de 2016
se contabilizaron 12 millones de trabajadores registrados. Este
total se encuentra conformado por los asalariados del sector
privado y público, los autónomos y monotributistas (incluyen-
do los monotributistas sociales) y los empleados de casas par-
ticulares.
Con el agregado de más de un tercio de trabajadores no re-
gistrados y 1 millón 200 mil desocupados, la masa total alcanza
los 18 millones de personas. La clase trabajadora, junto con sus
familias, conforman la inmensa mayoría nacional.
En cuanto a las características del empleo creado durante es-
tos años, el índice de los no registrados bajó entre 2003 y 2007,
de casi el 50% al 40% del total de asalariados, y desde ahí más
gradualmente hasta anclarse en el 34%. La magnitud del empleo
calificado como “en negro” o informal es sorprendentemente
alta, luego de uno de los ciclos de crecimiento más importantes
de la historia argentina.
Por estas condiciones estructurales de un tercio de la clase tra-
bajadora, hay quienes hablan de la existencia de un nuevo “pre-

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cariado” o un colectivo de trabajadores informales estructurales,
muy distinto y separado del conjunto (1).
Este retorno del movimiento obrero, que trajo consigo una
revitalización de la actividad sindical, se produce con niveles de
fragmentación inéditos en la historia de la condición obrera en
Argentina.
Además, hay un límite dado por otro aspecto de la calidad del
trabajo que se creó en el último período: las normas troncales de
la flexibilización laboral aplicada en los años 90 se mantuvieron
en lo esencial y la precariedad acompañó a los nuevos y viejos
trabajadores.
Las condiciones de posibilidad para esta recuperación gene-
ral y contradictoria del empleo (y de la clase obrera) estuvieron
dadas por la devaluación de inicios de siglo que produjo una
caída brusca de los costos salariales medidos en dólares. Por
ejemplo, para el sector industrial (una rama clave, junto a la
construcción, en la creación de empleo de los primeros años
del kirchnerismo), la devaluación supuso una caída del costo
salarial en dólares de aproximadamente el 75%. En este terreno,
como explicó José Natanson para la llamada “nueva derecha”, el
proyecto kirchnerista también fue posneoliberal en varios aspec-
tos: porque vino después del neoliberalismo y porque se asentó
sobre su estructura.
La ventaja en costos y la transferencia de recursos del tra-
bajo al capital se combinaron con un ciclo favorable de la eco-
nomía mundial por el boom de las commodities y la elevada
capacidad ociosa registrada en 2002 que permitieron un dadi-
voso usufructo de posibilidades para incrementar los niveles
de producción (y ganancias) sin necesidad de realizar fuertes
inversiones.

1 En un apartado del recomendable trabajo que se publica en este libro, Paula Abal Medi-
na analiza ese universo al que engloba dentro del “otro movimiento obrero”.

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Todos estos factores configuraron un círculo “virtuoso” y
crearon condiciones que fueron aprovechadas por los sucesivos
gobiernos kirchneristas para administrar la crisis y estabilizar
la convulsiva situación del país en el pos-2001 y tuvieron como
consecuencia una reconfiguración del mundo de los trabajadores.
Al comenzar 2017, en el tiempo que lleva la nueva gestión
del PRO, según lo reconocido oficialmente por el Ministerio
de Trabajo, hubo alrededor de 100 mil despidos entre privados
y públicos. Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y
Censos (INDEC) en su primer indicador sobre desocupación del
gobierno de Macri aseguró que se disparó hasta un 9,3%, y desde
que llegó Cambiemos a la Casa Rosada en diciembre de 2015,
creció un 3,5%, es decir, unos 450 mil desocupados nuevos. La
misma cifra maneja la CGT; uno de los triunviros que conducen
la central, Juan Carlos Schmid, aseveró que se perdieron 400 mil
puestos de trabajo.
Con este marco y todos estos límites, la recomposición so-
cial de la clase trabajadora es innegable y tuvo su reflejo en el
aumento de la densidad de los gremios: la cantidad de afiliados
a la UOM, por ejemplo, pasó de 90 mil a 250 mil entre 2003 y el
2016, mientras que los afiliados a SMATA pasaron de 50 a 100
mil en el mismo período, y en el caso de la construcción el salto
fue de 60.000 a más de 300.000 (2).
Esta reconfiguración trajo como resultado el desplazamiento
de la protesta que había tenido como protagonistas a los movi-
mientos de desocupados (“piqueteros”) en el período anterior,
corriendo el eje hacia la conflictividad sindical y de los trabaja-
dores ocupados. La gravitación de la clase trabajadora en la vida
nacional no encuentra su límite en su existencia sociológica sino

2 La manifestación superestructural de este cambio en la disputa política dentro del pe-


ronismo es trabajada pormenorizadamente por Ana Natalucci en el trabajo que también
se publica en este libro.

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en el conservadurismo de sus dirigentes, condicionados también
por la dependencia estatal y la regimentación de las organizacio-
nes sindicales.
Como en muchos países del mundo “occidental”, desde la se-
gunda mitad del siglo XX la estatización y regimentación de los
sindicatos es una realidad en Argentina.
Mediante la Ley 23.551, el Ministerio de Trabajo y la Justicia
regulan fuertemente las actividades gremiales y los sindicatos son
dependientes de los fondos que recauda compulsivamente el Esta-
do, para su subsistencia. Esto implica necesariamente una presión
hacia la pasividad conservadora de la dirigencia y acentúa sus ras-
gos burocráticos y de subordinación al Estado y a los gobiernos.
Además, la Ley de Asociaciones Sindicales garantiza el férreo
control por parte de las cúpulas sobre el conjunto de la vida inter-
na de los gremios.
Sin embargo, pese a todos estos límites, los sindicatos tienen
una naturaleza paradójica que responde a su propia función. El
teórico marxista Perry Anderson lo definió de la siguiente ma-
nera en un texto que ya tiene cincuenta años pero que mantiene
su vigencia: “Pero, al mismo tiempo, a causa de la naturaleza
paradójica del sindicalismo –un componente del capitalismo
que por su naturaleza lo es también antagónico– ni siquiera los
peores sindicatos suelen ser meras organizaciones de adaptación
a la situación imperante. Si lo fueran, a la larga perderían sus
miembros por no obtener ventajas económicas” (el destacado es
del autor) (3).
La complicidad que tuvo el grueso de la dirigencia sindical
tradicional en la pérdida de conquistas y derechos de la década
del 90 y su perpetuación al amparo del Estado, incluso sobrevi-

3 Perry Anderson, “Las limitaciones y posibilidades de la acción sindical”, Revista Pen-


samiento Crítico, La Habana, 1968.

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viendo relativamente al “Que se vayan todos”, hace que su do-
minio esté en el presente más garantizado por la coerción y el
favoritismo estatal que basado en el consenso de sus bases. En
algunas organizaciones (como los mecánicos de SMATA) esto se
manifiesta de manera cruda mediante el totalitarismo sindical; en
otras posee contornos más mediados.
Sin embargo, el sistema del unicato sindical está en crisis his-
tórica y es cuestionado por arriba y por abajo. En los intersticios
y las grietas de ese régimen, cuando los trabajadores recompu-
sieron su fuerza y recuperaron grados de subjetividad, re-emergió
la izquierda sindical, acompañando un fenómeno que fue califi-
cado alternativamente como sindicalismo de base, sindicalismo
combativo, sindicalismo clasista o, simplemente, sindicalismo de
izquierda.
Este ensayo trata de ese fenómeno y de sus diferentes mani-
festaciones y etapas en la última década, así como de algunas
hipótesis de evolución futura.

Sindicalismo de base

En un trabajo sobre la conflictividad sindical en el período que


abarca desde el temprano 2004 hasta 2007, la investigadora Ma-
ría Celia Cotarelo llega a la conclusión de que “la mayor parte
de estos hechos –sindicales– (más del 60%) son convocados por
las conducciones de los sindicatos que integran ambas centrales.
Sin embargo, se observan dos rasgos que aparecen con renovada
fuerza en el período: la realización creciente de asambleas para
la toma de decisiones en las luchas y una importante parte de
éstas organizada y encabezada por conducciones sindicales –co-
misiones internas, cuerpos de delegados, seccionales de sindica-
tos y algunos sindicatos locales y federaciones– que se plantean
como alternativa y en oposición a las conducciones de los sindi-

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catos nacionales –tanto los que integran la CGT como la CTA–,
desde una posición que reivindica una tradición antiburocrática
y clasista” (4).
Este sindicalismo alternativo en algunos casos se manifestó
al inicio del período como presión para perforar el techo de los
acuerdos salariales en paritarias o mejorar las condiciones de tra-
bajo en los convenios, luego se caracterizó por la recuperación
de organizaciones de base siguiendo la tradición de la famosa
“anomalía argentina”.
Finalmente, en el último período, progresó haciendo sinergia
con la irrupción política de la izquierda clasista en la escena na-
cional de la mano del Frente de Izquierda y de los Trabajadores.
En su corta pero intensa historia parió fenómenos como las
experiencias más radicales del movimiento de fábricas recupe-
radas o la concentración de conflictos que tuvieron como es-
cenario a la autopista Panamericana en el conurbano norte de
la provincia de Buenos Aires. Y siempre estuvo marcado por el
sello indeleble de la unidad del fracturado movimiento obrero,
sin distinción de convenio o estatus: efectivos, contratados, ter-
cerizados o “en negro”.
La socióloga Paula Lenguita analizó las causas de esta reno-
vación sindical de los años kirchneristas y el renacimiento de una
tendencia de izquierda en el movimiento obrero: “Por consiguien-
te, en el marco de ese doble efecto, entre el conservadurismo de
los referentes sindicales y las armas formativas de la izquierda
para la militancia sindical, se fue constituyendo la nueva iden-
tidad gremial. En general, la expresión política de la renovación
de las bases sindicales adquiere contornos ‘antiburocráticos’, o

4 María Celia Cotarelo (PIMSA) (2007), “Movimiento sindical en Argentina 2004-2007:


¿anarquía sindical?”, XI Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Departa-
mento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Tucumán, San Miguel
de Tucumán.

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definidos como ‘clasistas’ en los casos de dirigentes con orienta-
ciones partidarias de izquierda” (5).
Podemos tomar tres conflictos testigo que se convirtieron en
símbolos de una primera etapa de este nuevo sindicalismo anti-
burocrático, combativo o clasista y que tomaron notoriedad en la
vida pública: la huelga telefónica con toma de edificios del año
2004, el ruidoso conflicto del Hospital Garrahan del 2005 y la
lucha de los trabajadores del Subterráneo de Buenos Aires por
recuperar la jornada de seis horas de trabajo (también del 2004)
que contorneó al nuevo cuerpo de delegados, luego conocidos
como los “metrodelegados”, enfrentados a la conducción de la
Unión Tranviarios Automotor (UTA).

Los metrodelegados por las seis horas

Las crónicas periodísticas informaban que “la huelga se sos-


tiene con piquetes en las cabeceras de cada línea. En las estacio-
nes Constitución, Congreso de Tucumán, Plaza de los Virreyes,
Primera Junta y Lacroze grupos de trabajadores permanecen en
el lugar y, cada vez que una formación intenta salir, se arrojan a
las vías para impedirlo. La empresa denunció el bloqueo de los
túneles, pidió la intervención de la Justicia para desalojar a los
huelguistas y envió telegramas de despido”.
Corría el año 2004 y los trabajadores del Subterráneo se lan-
zaron al paro rechazando un acuerdo que había firmado la direc-
ción de la UTA y por el reclamo de la reinstalación de la jornada
de seis horas de trabajo. Luego de una lucha que abarcó cuatro
días de paro completo (en Semana Santa) y la ocupación de las
estaciones cabecera, los trabajadores consiguieron un triunfo:
recuperaron las seis horas para todos los sectores, lograron re-

5 Paula Lenguita, “Revitalización desde las bases del sindicalismo argentino”, Revista
Nueva Sociedad, marzo-abril de 2011.

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trotraer los despidos resueltos por la empresa Metrovías como
represalia al paro y que se los reconociera como parte en las ne-
gociaciones. Años más tarde encararán la formación de un nuevo
sindicato, la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el
Premetro (AGTSyP) cuya simple inscripción será reconocida re-
cién al final del segundo gobierno de Cristina Fernández.
“La pelea por las seis horas culmina en 2004, después de que
se había aprobado en la Legislatura una ley a su favor que fue
vetada por el ‘progresista’ Aníbal Ibarra. Luego del veto hubo
una fuerte represión en la Legislatura, estuvo la huelga de cua-
tro días y logramos que se regimente la jornada de seis horas”,
recuerda Claudio Dellecarbonara, actual delegado de la Línea
B y miembro de la Comisión Directiva de la AGTSyP por la
minoría.
Y agrega: “En ese momento estaba muy presente todo el pro-
ceso del 2001, todas nuestras peleas de aquella época estaban
acompañadas de mucha solidaridad de los usuarios y vecinos.
En esa huelga del 2004, la de Semana Santa, venían vecinos a las
cabeceras de las líneas a traer comida, sándwiches, para que no-
sotros resistiéramos la huelga, que no nos quebraran por hambre.
Estaba todavía presente el ‘Que se vayan todos’ y era muy solida-
ria la población. No sólo los trabajadores, sino la clase media que
había salido al grito de ‘Piquete y cacerola, la lucha es una sola’.
Durante todo ese período, al comienzo de la década del 2000
tuvimos mucho acompañamiento, mucha solidaridad”.
Las seis horas de trabajo, un reclamo generalizado en los
gremios del transporte, había sido una conquista histórica en el
Subterráneo que se perdió con la privatización. A partir de su
recuperación, los “metrodelegados” pasaron a ser una referen-
cia ineludible del nuevo sindicalismo antiburocrático, hasta que
luego de la conformación del sindicato (2009), una mayoría de la
conducción se acercó al kirchnerismo. Sin embargo, la tendencia
de izquierda clasista mantiene un peso importante en esa rama

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estratégica de los servicios del transporte metropolitano que cada
día traslada a 1,5 millones de personas en la capital del país.

Huelga y toma de telefónicos

En octubre de 2004 se inicia una discusión por la recomposi-


ción salarial en el gremio telefónico (Foetra Buenos Aires); con
paritarias vencidas, las empresas no tenían ninguna propuesta.
Luego de un período de conciliación obligatoria dictado ante la
sola amenaza de tomar medidas de fuerza y sin haber alcanzado
un acuerdo, se inicia un plan de lucha con paros escalonados bajo
la forma de asambleas permanentes y se votan quince cortes en
distintos lugares del Gran Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma
que se realizan en las puertas de las empresas Telefónica y Tele-
com. Participan masivamente todos los telefónicos, mostrando
una impronta de las bases que hacían más activo el plan de lucha
de lo que los dirigentes se habían propuesto. Sin respuesta, se
avanza en la toma de edificios, entre ellos, el que está ubicado
en Corrientes y Maipú en el microcentro porteño, el “República”
de Telefónica y otro de Cabildo y Dorrego de Telecom. Desde
esos dos edificios se manejan el conjunto de las comunicaciones
del país y de su funcionamiento dependen, entre otras cosas, el
clearing bancario o la Bolsa de Comercio. Estas tomas se man-
tienen por casi una semana; incluso hasta Hugo Moyano, en ese
momento un pilar central en la coalición político-social que sos-
tenía al nuevo gobierno, se hace presente en uno de los centros
tomados para intentar negociar.
Carlos Artacho, actual delegado del edificio Costanera (Tele-
com) y congresal de Foetra Buenos Aires relata las características
de aquel conflicto: “La huelga del 2004 no fue el inicio de la
recomposición de la lucha salarial que había empezado en 2003,
pero sí fue el pico más alto de la lucha por recuperar el salario que
se había perdido en décadas. La huelga tuvo un acompañamiento

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de más del 90% del personal efectivo sindicalizado y no sindica-
lizado. Esto se dio en un momento de apertura de paritarias donde
el límite que ponía el Gobierno era del 19% y gremios como Tele-
fónicos, Subte y el Garrahan en su momento, estaban disputando
una paritaria superior. En la huelga del 2004, empezó el reclamo
en octubre-noviembre y terminó casi en diciembre. Se pedía un
25% y se logró un 21, pero con un sector que emergía por iz-
quierda a la dirección sindical que en ese momento conducía este
conflicto y que es la actual dirección de Foetra, dado que lo que
se pedía en la paritaria no era un porcentaje de aumento sino de
‘masa salarial’. Esto significa que la empresa lo puede dar, des-
pués se divide pero no todos quedan con el mismo porcentaje de
aumento. Se generó no sólo una disconformidad por el aumento,
sino también por los métodos. Logramos romper el techo salarial,
pero la huelga fue suspendida un sábado al mediodía en un ple-
nario sin mandato. Esto implicaba que muchos sectores de base
que querían seguir peleando debían suspender sus medidas, sin
haber sido consultados. A los tres días hubo una asamblea general
en Obras Sanitarias, donde un 70% votó afirmativamente aceptar
este acuerdo, pero un sector importante rechazó el método. Esto
hizo surgir un sindicalismo de izquierda que al año siguiente, en
2005, implicó que por primera vez un sector trotskista consiguie-
ra la minoría de congresales en Foetra Buenos Aires (Lista Roja-
Violeta). Fue un símbolo de la etapa y produjo una emergencia de
las bases en los años siguientes (2005-2006-2007)”.

Hospital Garrahan: los “terroristas sanitarios”

A mediados del año 2005, los trabajadores del tradicional


Hospital Garrahan fueron a la huelga. El año anterior, una nue-
va junta interna orientada por la izquierda había derrotado al
oficialismo en las elecciones de delegados. Tras 14 años de
congelamiento salarial, devaluación de por medio, se realiza-

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ron asambleas masivas y paros progresivos que conquistaron un
aumento de alrededor del 50%, aunque no llegaba a los $1.800
que reclamaban, superaba holgadamente la pauta salarial de
esos años.
Vale la pena recordar las palabras del entonces ministro de
Salud de Néstor Kirchner, Ginés González García, para referirse
a los huelguistas: “En el Garrahan hay un grupo salvaje de delin-
cuentes sanitarios que hacen terrorismo, tomando de rehenes a
los chicos”. Consecuentemente con esta policial caracterización
se abrieron causas penales contra los principales referentes que
llegaron a durar, en algunos casos, hasta ocho años.
Fue un conflicto de alta repercusión pública y marcó un hito
para los futuros reclamos, no sólo de los trabajadores estatales,
sino para todo el movimiento obrero. La huelga y la lucha de con-
junto se llevaron adelante con la oposición de las conducciones
de los sindicatos del sector.
Estos tres conflictos fueron en cierta medida fundantes de un
fenómeno que luego se extendería y se expresaría en la “recupe-
ración” de cuerpos de delegados y comisiones internas y hasta
de seccionales sindicales en algunas organizaciones por parte
de nuevos referentes, íntimamente ligados a la izquierda clasis-
ta. Además, derrumban cierto mito construido posteriormente
en torno a la supuesta armonía en la libre discusión paritaria
presuntamente alentada desde el Estado. Cuando los conflictos
rompían los marcos establecidos, el “diálogo” se tornaba mucho
más áspero.
Su localización en la Ciudad de Buenos Aires no parece ca-
sual: fue el epicentro de las jornadas del 2001 y donde se man-
tuvo por mayor tiempo el espíritu levantisco de aquel diciembre
caliente. En cierta medida actuaron como bisagra de una rela-
ción (no mecánica ni lineal) entre aquel proceso y las primeras
expresiones de actividad desde abajo de una nueva clase obrera
revitalizada.

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La anomalía argentina

Como sucedió históricamente en nuestro país, la irrupción de la


izquierda o del sindicalismo combativo se produjo a través uno
de los eslabones débiles de la cadena de regimentación sindical:
las comisiones internas y los cuerpos de delegados.
En el texto antes citado, Perry Anderson analiza esta tenden-
cia general para referirse al movimiento obrero inglés, pero que
en cierta medida es universal: “En la medida en que la función
sindical no es realizada por las direcciones de los sindicatos, la
contradicción entre el capital y el trabajo va descendiendo en je-
rarquía hasta llegar al nivel de planta o al interior de la fábrica y
es ‘usurpada’ por el representante obrero ante la administración”
(los destacados son del autor) (6).
El historiador Adolfo Gilly definió que esa dinámica tomó en
el movimiento obrero argentino un rasgo “institucional” en los
orígenes del peronismo y la calificó como una “anomalía”: “Esa
anomalía consiste en que la forma específica de organización sin-
dical politizada de los trabajadores al nivel de la producción no
sólo obra en defensa de sus intereses económicos dentro del siste-
ma de dominación –es decir, dentro de la relación salarial donde
se engendra el plusvalor–, sino que tiende permanentemente a
cuestionar (potencial y también efectivamente) esa misma domi-
nación celular, la extracción del plusproducto y su distribución
y, en consecuencia, por lo bajo el modo de acumulación y por
lo alto el modo de dominación específicos cuyo garante es el
Estado. […] En las fábricas y lugares de trabajo, retomando sus
viejas tradiciones de autoorganización y al margen de directivas
específicas de ninguna fuerza política y mucho menos del mismo
Perón, los trabajadores designan delegados que los representan,

6 Perry Anderson, op. cit.

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por departamento, sección o grupo de trabajo (grupo homogéneo,
según la nomenclatura italiana), constituyen con ellos cuerpos de
delegados que deliberan como parlamentos internos de la empre-
sa y eligen comisiones internas que conforman su representación
central permanente al nivel de empresa” (7).
A su turno, la investigadora canadiense Louise Doyón, estu-
diosa de los orígenes del sindicalismo argentino, también tomó
nota de este peculiar fenómeno: “Este patrón centralizado de
autoridad estaba, empero, contrabalanceado por la existencia de
las comisiones internas. Aunque no estaban reconocidas por el
marco legal, su multiplicación a lo largo de las empresas del país
por la presión obrera garantizó la presencia sindical dentro y no
sólo fuera del lugar de trabajo, siendo éste otro rasgo distintivo
del sindicalismo argentino” (8).
Todos refieren al período de estructuración del movimien-
to obrero tal como lo conocemos en la actualidad, engendrado
bajo el primer gobierno del general Perón. La contracara de la
regimentación estatal que implicó la sindicalización masiva y la
entrada de la clase obrera a la vida política argentina fue la “re-
signación” a la existencia de comisiones internas y cuerpos de
delegados que eran considerados hasta tal punto una “anomalía”
que no tuvieron estatus legal en la legislación laboral del primer
peronismo.
Esas organizaciones de base cumplieron un rol fundamental
en varios períodos de la historia: desde el cuestionamiento y la
oposición activa al Congreso de la Productividad de finales del
segundo gobierno de Perón, pasando por la resistencia luego del
golpe “Libertador” (conocida como “Resistencia Peronista”) has-

7 Adolfo Gilly, “La anomalía argentina (Estado, corporaciones y trabajadores)”, en Pablo


González Casanova (coord.), El Estado en América Latina. Teoría y práctica, México,
Siglo XXI, 1990.
8 Louise Doyon, “La formación del sindicalismo argentino”, en Juan Carlos Torre
(coord.), Nueva Historia Argentina. Los años peronistas, Sudamericana, 2002

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ta las Coordinadoras Interfabriles que en los convulsivos años 70
pusieron en vilo el dominio patronal en las fábricas, así como la
hegemonía de las conducciones tradicionales de los sindicatos
hasta el golpe cívico-(49) militar de 1976 (9).
La lista de organizaciones de este tipo que se “recuperaron”
en la última década es larga y abarca empresas privadas o públi-
cas, de la industria o de los servicios estratégicos, con avances
y retrocesos, pero con una presencia permanente. Seguidamente
damos un pantallazo, que no pretende ser exhaustivo, para enten-
der la dimensión que tiene este fenómeno.
Ejemplos relevantes en los servicios son los cuerpos de dele-
gados del mencionado Subterráneo de Buenos Aires (y el nuevo
sindicato), del Ferrocarril Sarmiento (y la seccional Haedo de la
Unión Ferroviaria) o de la estratégica Línea 60 de colectivos que
recorre el tramo que une Constitución en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires con la zona norte del conurbano. En los aero-
puertos, especialmente en Aeroparque, el sindicalismo antiburo-
crático tiene peso entre los delegados de la empresa LATAM y la
tercerizada Falcon.
En la industria, las comisiones internas de las fábricas de la
alimentación (Kraft, hoy Mondelez Pacheco; Stani, hoy Monde-
lez Victoria; Pepsico Snacks) son parte de un universo más amplio
que conforma la oposición que tiene el 40% de apoyo en el sindi-
cato (STIA) que conduce Rodolfo Daer. La comisión interna de la
autopartista Lear (contra la cual el sindicato SMATA y la empresa
organizaron una “guerra” que culminó en un importante conflicto
en 2014), la comisión interna de la gráfica ex-Donnelley (que
luego del cierre pasó a una experiencia de gestión obrera), que
también es parte de la oposición de izquierda en el gremio gráfi-

9 Dos interesantes libros dan cuenta de estos períodos: Alicia Rojo (comp.), Cien años de
historia obrera en Argentina 1870-1969, Ediciones IPS, 2016, y Ruth Werner y Facundo
Aguirre, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, Ediciones IPS, segunda edición,
2016.

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co junto con otras empresas influenciadas por la izquierda como
AGR-Clarín o Interpack.
La comisión interna de Fate, en el gremio del neumático, que
llevó primero a la recuperación de la seccional San Fernando del
sindicato (SUTNA) en un proceso que finalmente conquistó, en
2016, la conducción del sindicato nacional que estaba en manos
de una de las tendencias de la Central de Trabajadores Argentinos
(el único sindicato industrial bajo su órbita). La comisión interna
de la fábrica Guma (jaboneros) en la provincia de Córdoba se
sumó recientemente a ese universo. La comisión interna de la
fábrica Coca Cola-Planta Alcorta en el barrio de Pompeya que es-
tuvo en manos de la izquierda desde el 2013-2015 o la comisión
interna de Alicorp (ex Jabón Federal) en el oeste del conurbano,
los delegados en la emblemática Cresta Roja en el sur bonaerense
que inauguró la conflictividad obrera en la era Macri.
Entre los trabajadores y las trabajadoras de la educación, se
destacan las nueve seccionales del sindicato docente de la pro-
vincia de Buenos Aires (Suteba) en manos de la Corriente Mul-
ticolor (un frente de varias tendencias de izquierda), entre ellas,
la perteneciente al distrito más poblado de la provincia: La Ma-
tanza. Además, el sindicalismo antiburocrático conduce varias
seccionales de Aten (docentes) en Neuquén; Ademys, uno de los
gremios de los maestros de la Ciudad de Buenos Aires y la Aso-
ciación Gremial Docente de la UBA.
Entre los trabajadores estatales también hay una extendida
presencia del sindicalismo combativo en las organizaciones de
base: las juntas internas de los ministerios del Gobierno Nacional
como Hacienda y Trabajo, la junta interna del INDEC que resis-
tió la violenta intervención del gobierno anterior, algunas otras
del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Dirección General
de Música y Promoción Social) o el IOMA (la obra social más
importante en la provincia de Buenos Aires) y el Ministerio de
Educación en La Plata, entre otros.

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El Sindicato de Obreros y Empleados Ceramistas de Neuquén
con eje en cerámica Zanon, es otro de los gremios industriales
relevantes que además da cuenta de que no es un fenómeno re-
ductible al Área Metropolitana de Buenos Aires.
Entre los trabajadores de prensa, no puede dejar de nombrarse
al nuevo sindicato (SIPREBA), formado a partir de la conquista
de internas y delegados de los distintos medios que terminó en
una nueva organización alternativa a la vieja y vaciada UTPBA.
Son puntos sobresalientes de un espectro amplio que se ex-
tiende transversalmente en todo el movimiento obrero, en mu-
chos casos con delegados de hecho o de derecho, activistas o re-
ferentes que tienen su identidad en esta corriente.

Laboratorio Panamericana

En un reportaje para la Revista Anfibia, el intelectual y ex director


de la Biblioteca Nacional, Horacio González, se interrogó retó-
ricamente: “Si no, ¿para qué estamos acá? Si no, me voy a otro
lado, me voy a cortar la ruta Panamericana. Llevo en mis oídos la
música más maravillosa, un corte en la Panamericana”.
Hablaba del rol de los intelectuales ante el poder, incluso fren-
te a los gobiernos a los que adhieren.
A su vez, la Carta Abierta Nº 17 del colectivo intelectual que
apoyaba al kirchnerismo, afirmaba: “Siempre la realidad se juega
a varias puntas y en diversos paños. Si en Wall Street observa-
mos, bajo el poderoso influjo de un nombre que provocó novelas,
películas, teorías económicas y metáforas diversas sobre el ca-
pitalismo, la nueva actuación de un dominio financiero aliado a
perfeccionados roles de viciadas prácticas judiciales; a miles de
kilómetros de distancia, en el escenario social, comunicacional
y de circulación de nuestra ruta Panamericana, vemos una dis-
cusión ostensible sobre los derechos sociales que emanan de las

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diversas situaciones que se producen ante decisiones de gerencias
empresariales. Wall Street y la Panamericana son dos teatros po-
líticos que pueden pensarse conjuntamente”.
Lo interesante o más relevante de las dos afirmaciones es el
desplazamiento territorial del conflicto social que se percibía
desde la cima del mundo intelectual. El nuevo epicentro era la
autopista Panamericana y sus cortes de ruta que hacían sonar los
acordes de la más maravillosa música de estos tiempos o simbo-
lizaban el polo opuesto, nada menos, que de Wall Street.
Efectivamente, la recomposición social de la clase obrera
desplazó el escenario y tuvo un territorio por excelencia para el
despliegue de la protesta obrera a la zona norte del conurbano
bonaerense y especialmente en los bloqueos de la Panamericana.
Allí inauguraron los piquetes industriales los trabajadores de
Kraft (hoy Mondelez Pacheco) en 2009. El largo conflicto contra
los despidos, con no pocas escenas “bélicas”, de los trabajadores
de la autopartista Lear en 2014, también tuvo a la Panamericana
como territorio de esa disputa con piquetes móviles y hasta el
famoso “gendarme carancho”.
Poco antes los trabajadores de la autopartista Gestamp habían
bloqueado la ruta en reclamo contra las suspensiones y los des-
pidos, en el marco de un conflicto que terminó con algunos acti-
vistas subidos al famoso “puente grúa”, paralizando el conjunto
de la fábrica y la producción de las terminales de Volkswagen,
Ford y Peugeot.
Varias empresas del Parque Industrial de Pilar (PIP) también
protagonizaron conflictos y cortes en la Panamericana. En el PIP
trabajan unas 15 mil personas y diariamente concurren otras 10
mil en calidad de proveedores, transportistas, clientes y visitas:
las obreras de la autopartista Kromberg & Schubert cortaron la
ruta en 2013.
En abril del 2014, los gráficos de WorldColor también mon-
taron su piquete en la autovía. Reclamaban contra el desalojo de

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la fábrica que luego del cierre pusieron a producir bajo adminis-
tración obrera, siguiendo el ejemplo de sus hermanos de la ex-
Donnelley. Los gráficos de esa empresa, hoy cooperativa Mady-
Graf, tuvieron sus propios cortes, pero además dijeron presente
en muchos otros, movidos por el principio de la solidaridad.
Más hacia el norte, los trabajadores de Tenaris-Siderca cor-
taron la autopista contra los despidos en el km 80 a la altura de
Campana.
En esa misma región, tres años antes, cerca de la emblemática
Villa Constitución, los 900 obreros de Paraná Metal bloquearon
durante dos semanas la ruta, cuando el empresario Cristóbal Ló-
pez se hizo cargo de la empresa con pretensión de despedir a gran
parte del personal.
A los conflictos mencionados se pueden añadir: la temprana
lucha de los obreros del neumático de Fate (2007-2008) que tam-
bién subieron a “la Pana”; la autopartista mexicana Metalsa (des-
pidió a 300 operarios en un año, incluyendo delegados); las lu-
chas y la nueva comisión interna de la autopartista Pilkington o la
pelea todavía en curso contra el vaciamiento de PepsiCo Snacks.
Pero los piquetes en la Panamericana no se redujeron a los
obreros industriales. Los choferes de la Línea 60, perteneciente a
la empresa Dota-Monsa, que tiene su recorrido desde Constitu-
ción hasta el partido de Escobar, tuvieron 40 días de conflicto en
2015 y subieron tres veces a la autopista, la última con una batalla
campal que los enfrentó a la Gendarmería Nacional.
Y hasta los y las docentes del partido de Tigre subieron a la
Panamericana a la altura de la Ruta 197 en abril de 2015 para
reclamar por el pago de sueldos adeudados o mal liquidados por
el Gobierno anterior.
Finalmente, la Panamericana fue escenario también de los pi-
quetes “interfábricas” de los sectores referenciados con el sindi-
calismo combativo y antiburocrático en los paros nacionales que
signaron a la segunda administración de Cristina Fernández. Pun-

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to de encuentro y diferenciación con las direcciones nacionales de
los sindicatos y su administración gradualista de la conflictividad.
Un “intelectual orgánico” de los dueños del país tomaba nota
de este último hecho como dato político y novedad sindical, con
motivo del paro nacional del 10 de abril de 2014. Rosendo Fraga
escribía su balance de la huelga en el diario La Nación, ese mis-
mo día antes de que termine la jornada: “Lo más novedoso es la
participación activa del sindicalismo ‘clasista y antiburocrático’,
organizado como fuerza nacional en marzo de este año y que,
antes de que Moyano y sus aliados definieran la fecha, ya ha-
bían convocado su primera protesta nacional con movilizaciones
y cortes de ruta en todo el país, para el 9 de abril. Quizás lo más
novedoso sea esta convergencia. Este sector, que en los lugares de
trabajo está en conflicto permanente con el sindicalismo peronis-
ta, ha coincidido con él por primera vez. El sindicalismo opositor
peronista ha aportado el paro y el clasista, los piquetes. El prime-
ro destaca la decisión de los trabajadores de sumarse al paro rela-
tivizando la importancia de los cortes de rutas, y el segundo –en
cambio– destaca la importancia de la movilización” (10).
Seguramente, el autor de la nota desconozca la tradicional tác-
tica de “frente único” (golpear juntos, marchar separados), que es
una “novedad” en la tradición de la izquierda tan vieja como su
propia historia. Pero al margen de esto, reafirmaba la entidad del
sindicalismo combativo como una realidad que había hecho oír
su voz unificada en una jornada nacional del movimiento obrero.
En las páginas de la “Tribuna de Doctrina” alertaba sobre lo que
consideraba la peor de las combinaciones.
Todas estas manifestaciones con mayor o menor influencia
estuvieron ligadas a la izquierda política o sindical que le dio
impulso, orientación o apoyo.

10 Rosendo Fraga, “Moyano y sus aliados salen fortalecidos”, La Nación, 10/04/2014.

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Ocupar, producir, resistir

Otro fenómeno que irrumpió en el 2001 y que se desarrolló, en


varios casos emblemáticos, bajo el empuje de la izquierda fue el
de las fábricas o empresas recuperadas. En la Ciudad de Buenos
Aires son muy reconocidos el Hotel Bauen, ubicado en pleno
centro, y la textil Brukman, en el barrio de Balvanera.
En el país existen 367 empresas “sin patrón” que emplean a
15.948 trabajadores. El 50% se encuentra en el Área Metropoli-
tana de Buenos Aires (AMBA) y los rubros más frecuentes son el
metalúrgico (19%), alimentación (13%), gráficas (10%), textiles
(7%) y gastronomía (6%).
La mayoría están en la región que fue el centro neurálgico de
las protestas del 2001, y su crecimiento vertiginoso se produjo
luego de aquellos acontecimientos: se pasó de 35 empresas re-
cuperadas en funcionamiento antes del 2001 a las 367 que están
activas en la actualidad.
Hoy son reconocidas dos experiencias destacadas, ligadas
intrínsecamente al sindicalismo combativo o de izquierda, que
además son empresas importantes en sus respectivos rubros: la
emblemática cerámica Zanon en la provincia de Neuquén y la
experiencia más reciente de la cooperativa gráfica MadyGraf en
la zona norte del conurbano bonaerense.
La fábrica de cerámicos fue inaugurada en 1979 por el em-
presario italiano Luigi Zanon y en los 90 el entonces presidente
Carlos Menem llegó a participar de la inauguración de una sec-
ción en la planta neuquina que la convirtió en la fábrica de porce-
llanatto más grande y moderna de Latinoamérica.
A mediados de aquella década, los obreros del Parque Indus-
trial de Neuquén llamaban a los ceramistas “el rebaño” porque no
había protestas ni huelgas en la fábrica tumba. La patronal inclu-
so había implementado ropas de distinto color para cada sector
de modo que los trabajadores no se mezclaran. Esto comenzó a

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cambiar en 1998 cuando la Lista Marrón, integrada por trabaja-
dores sin filiación política y Raúl Godoy (militante del PTS, hoy
legislador provincial por el Frente de Izquierda), ganó las eleccio-
nes para la Comisión Interna.
En el año 2000, la patronal presentó un “recurso preventivo
de crisis”. Las condiciones de salubridad eran pésimas. En junio
de ese año, el joven Daniel Ferrás fallece de un paro cardíaco en
el vestuario sin que la fábrica cuente con los medios para aten-
derlo. La huelga en rechazo a ese hecho pasó a la historia como
“de los 9 días” y consiguió que se instale una ambulancia, una
comisión obrera de seguridad e higiene y el pago de todos los
días caídos.
En diciembre de ese año, las cuatro fábricas (Cerámica Neu-
quén, Zanon, Del Valle y Stefani en Cutral Co) votan masiva-
mente a la Lista Marrón y se recupera el Sindicato de Obreros y
Empleados Ceramistas de Neuquén (SOECN).
Entre abril y mayo del año 2001 intentan suspender al perso-
nal por “falta de insumos” y se da una huelga histórica de 34 días,
luego de la cual la patronal retrocede y abona los salarios caídos.
Después de esta experiencia se renueva la Comisión Interna. En
septiembre, la empresa comienza el lockout patronal. El 1º de
octubre comienza la ocupación de Zanon. Los obreros primero
“custodian” la fábrica y luego de un fallo de la jueza Elizabeth
Rivero de Taiana que declara el lockout ofensivo y autoriza la
venta del stock para pagar los sueldos adeudados, los obreros
comienzan con la venta de cerámicos, pero sin poner todavía la
fábrica a producir.
En marzo los obreros de Zanon ponen en funcionamiento cua-
tro hornos y reanudaron la producción de la fábrica, creando tam-
bién nuevos puestos de trabajo, incorporando a los integrantes de
las organizaciones de desocupados.
Consolidada la gestión obrera y alejada la amenaza de des-
alojo por el apoyo popular, los obreros intentan avanzar en su

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reclamo de expropiación de la fábrica. Juntan 20 mil firmas para
un proyecto de Ley de Expropiación sin pago, el cual es presen-
tado en mayo de 2006 en la Legislatura provincial. Finalmente la
Legislatura vota una Ley de Expropiación con avenimiento, que
no es el proyecto original del SOECN pero es un reconocimiento
de la legitimidad de la gestión obrera.
La lucha de los ceramistas tendrá nuevos hitos entre 2010 y
2017. En el año 2010 los obreros de Cerámica Stefani de Cutral
Co toman y ponen a producir la fábrica ante el abandono em-
presario, situación que se repetirá en el año 2014 con Cerámica
Neuquén, fábrica ubicada al lado de Zanon.
La continuidad de la gestión obrera durante más de 15 años
plantea un problema que las empresas “normales” resuelven con
el apoyo de los gobiernos y los bancos: la necesidad de renovar
la maquinaria. Al volverse obsoletas las máquinas, se multipli-
can los problemas para garantizar la producción, por lo que los
obreros y obreras ceramistas vienen realizando distintas medi-
das de lucha y gestiones ante los gobiernos nacional y provincial
para obtener un crédito que les permita encarar la renovación
tecnológica.
Por el escenario de sus mega-recitales de solidaridad pasa-
ron artistas reconocidos nacionalmente como León Gieco, Raly
Barrionuevo, La Renga o Ataque 77 o bandas internacionales
como Manu Chao y Ska-P. Intelectuales como James Petras o
Naomi Klein destacaron la experiencia en sus reflexiones y vi-
sitaron la fábrica.
De “rebaño” patagónico a ejemplo internacional de un fenó-
meno inédito en el mundo.
A miles de kilómetros de Neuquén, en la localidad bonaerense
de Garín, el 12 de agosto de 2014 los obreros de la fábrica Don-
nelley, cuya interna estaba dirigida por la combativa agrupación
Bordó encontraron en el portón de la fábrica una nota colgada
con el aviso de que, a raíz de una supuesta crisis, la empresa deja-

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ba de funcionar. Los trabajadores no sólo desconfiaban del aviso
en sí (no tenía sello, ni firma y era una simple fotocopia) sino de
lo que los entonces gerentes consideraban una crisis. Donnelley
tenía como clientes a las revistas más importantes del país como
Gente, Para Ti, Paparazzi, Billiken y la folletería de Carrefour y
Musimundo. La producción no había disminuido en el último
período.
Se habló de “quiebra fraudulenta” hasta desde el Gobierno
Nacional. La Justicia, en un trámite express, acató la solicitud de
quiebra de la empresa cuando ésta, a todas luces, funcionaba con
normalidad. La entonces presidenta Cristina Fernández señaló
por cadena nacional la relación de la imprenta de capitales esta-
dounidenses con el fondo buitre NML, cuya figura más conocida
es el famoso Paul Singer; e incluso amenazó con la aplicación de
la Ley Antiterrorista.
Desde el primer momento del conflicto, los trabajadores ocu-
paron la fábrica y tuvieron la decisión de mantenerla en funcio-
namiento y produciendo. Fue así que los gráficos de la imprenta
de Garín conformaron la Cooperativa MadyGraf.
En septiembre de 2016, la Cámara de Diputados de la Legisla-
tura provincial dio media sanción a la Ley de Expropiación de la
fábrica que está a la espera de la aprobación definitiva.
El movimiento de fábricas recuperadas, la ocupación de las
empresas para ponerlas a producir bajo la gestión de los propios
trabajadores quedó en la memoria colectiva y con estos ejemplos
vivientes como una posibilidad legítima de una respuesta ante las
crisis que empujan a cierres y a la condena de la desocupación.
La legitimidad para esta respuesta a los cierres en momentos de
crisis se constata nuevamente en el presente, cuando algunas em-
presas importantes realizaron despidos masivos, fueron ocupadas
por sus trabajadores: la gráfica AGR Clarín con un duro conflicto
a principios de 2017, la metalúrgica Bangho o la Textil Neuquén.
Más allá del destino y los resultados de cada una de estas luchas

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en particular, “ocupar, producir y resistir” está entre las opciones
que residen en la experiencia reciente de una parte importante de
la clase obrera y especialmente de aquella que se moldeó con la
referencia del sindicalismo combativo y la izquierda clasista.

Sindicalismo y política con clase

“El año 2012 introdujo un cambio de escala para el sindicalismo


de base y la izquierda”, escribe la politóloga Paula Varela que
hace años viene estudiando el fenómeno. Además de la consu-
mación de la ruptura entre el gobierno nacional y Hugo Moyano
y el paro del 20 noviembre de ese año, destaca el factor político
de la constitución del Frente de Izquierda y de los Trabajadores:
“La constitución del FIT y su visibilidad en la escena electoral,
produjo un fortalecimiento de la extrema izquierda en el ámbito
sindical” (11).
En un reportaje para La Izquierda Diario, el periodista y ana-
lista político Mario Wainfeld recalca que son visibles “los avan-
ces que hubo [de la izquierda NdR] dentro del movimiento obrero
y sindical en delegados de base, sectores de delegados en general,
representaciones; creciendo en general de abajo hacia arriba o
manifestándose en conflictos específicos me parece que es muy
interesante”. Confirma, desde su visión, lo que venimos acen-
tuando: “Me parece que son referencias –y no quiero equiparar–,
como han sido históricamente en general, la historia de los dele-
gados de base o de fábrica en muchísimas etapas de Argentina”.
Y certeramente agrega que todo este proceso “no está escin-
dido de la representación política, porque en muchos casos hay
ligazones y vasos comunicantes.”

11 Paula Varela, “La disputa por la dignidad obrera. Sindicalismo de base fabril en la zona
norte del conurbano bonaerense 2003-2014”, Imago Mundi, 2015.

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El Frente de Izquierda y de los Trabajadores que conforman
el Partido de los Trabajadores Socialistas, el Partido Obrero e
Izquierda Socialista emergió con relativa fuerza en 2011, dio otro
salto en 2013 y se terminó de consolidar, además de renovar, en
2015. Con una bancada de cuatro diputados nacionales y una
veintena de legisladores y concejales en todo el país, se convirtió
en una referencia ineludible para quienes analizan el mapa polí-
tico argentino.
El FIT tiene su mayor visibilidad en los candidatos más po-
pulares (Nicolás del Caño, Myriam Bregman que encabezaron la
fórmula presidencial o Néstor Pitrola, entre otros, a lo largo del
país). Sin embargo, el impacto en el mundo de los trabajadores
y especialmente en la politización del sindicalismo combativo es
menos visible, pero no menos real.
Claudio Dellecarbonara grafica un poco la evolución de esta
relación entre los trabajadores del subte: “En un momento hubo
un quiebre en una parte de los trabajadores, porque los primeros
años del Frente de Izquierda no fueron muy buenos en cantidad
de votos y el relato kirchnerista había entrado bastante en el subte
(acompañado por el accionar de algunos dirigentes del viejo cuerpo
de delegados como ‘Beto’ Pianelli y otros). Pero con el correr de los
años eso fue cambiando, con todas las medidas que fue tomando
el gobierno anterior, incluso contra los trabajadores del subte. Lo
más recordado fue el discurso de la presidenta burlándose de las
enfermedades laborales como la ‘tendinitis’ en un acto público, ha-
ciéndonos quedar como vagos. Todo eso empezó a hacer mella en
trabajadores que le habían tenido alguna confianza y comenzaron a
escuchar las ideas de la izquierda. Entonces, hubo un quiebre en la
lógica del relato kirchnerista que hizo que el FIT tuviera cada vez
más votos. En las últimas elecciones de 2015, de 3 mil trabajadores
del subte, entre 300 y 350 (alrededor un 10%) votaron al FIT”.
Gabriela Macauda, secretaria adjunta del Suteba-Tigre en
manos de la izquierda, también relata un fenómeno similar: “En

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Tigre hay unos 3 mil docentes y nosotros calculamos que unos
300 votaron al FIT, aunque no todos son activistas o participan de
las actividades gremiales”.
Mientras que Javier “Poke” Hermosilla, referente de la opo-
sición en la alimentación y obrero de Kraft (Mondelez Pache-
co) acentúa que “en Kraft, ese cálculo es del 20%”, tomando en
cuenta la totalidad de los 2.200 obreros y obreras que trabajan en
la alimenticia.
No hay una relación mecánica entre la esfera sindical y la po-
lítica en aquellos lugares donde se desarrolló una experiencia de
sindicalismo combativo ligado a la izquierda. Sin embargo, tam-
poco hay una independencia absoluta: en los lugares de trabajo
donde existen esos referentes, la influencia política de la izquier-
da es marcadamente superior a la media de la región. Esto pone
un límite a cierta lectura histórica que sostiene que los trabajado-
res pueden encumbrar delegados de izquierda para defender sus
intereses, pero luego votan a partidos tradicionales para la acción
política. No lo desmiente totalmente, pero lo niega en parte. La
influencia no se reduce al plano sindical; el apoyo político es un
dato de la realidad.
A fines de 2016, el FIT realizó un acto en el estadio abierto de
Atlanta y reunió a unas 20 mil personas. Desde hacía por lo me-
nos tres décadas la izquierda radical no realizaba un acto político
de esa magnitud. Un componente esencial de la concentración
lo conformaron referentes sindicales, delegados o simplemente
activistas que realizaron su experiencia con la izquierda durante
todos estos años en distintas ramas del movimiento obrero.

1989-2001-2017

La etapa abierta por la llegada de Mauricio Macri al gobierno


nacional encuentra, entonces, a la clase trabajadora con una re-

¿Existe la clase obrera? 151

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composición de sus fuerzas sociales, una revitalización de la ex-
periencia sindical y presencia de la izquierda clasista.
Esto marca una diferencia con los fines de ciclo producidos
en la posdictadura, como el que terminó con la experiencia alfon-
sinista y de la Alianza (continuidad del menemismo): la clase tra-
bajadora arribó a esos acontecimientos con derrotas y retrocesos
fuertes en su historia reciente y con fuerzas reducidas. Además,
las crisis catastróficas que signaron aquellas transiciones facili-
taron los ajustes que vinieron luego, hecho que no llegó a suceder
hacia finales del kirchnerismo. La economía acumuló un fuerte
deterioro y marcados desequilibrios pero no llegó a estallar. El
dilema actual de Macri se reduce a: ¿cómo ajustar sin crisis?
O más precisamente, cómo llevar adelante el ajuste que recla-
man los empresarios, porque ajustar está ajustando. Pero al uni-
verso patronal, nacional o extranjero, parece que no le alcanza;
de ahí que la lluvia de inversiones no ha tenido lugar y no llegó
ni siquiera a garúa.
En aquellos tumultuosos finales de los gobiernos anteriores,
la izquierda reflejaba más o menos mecánicamente ese retroceso
e impasse del movimiento obrero, que además tenía un carácter
internacional.
En su Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista,
el sociólogo Adrián Piva (12), brinda algunas pistas para entender
la mecánica de los fines de ciclo en la posdictadura y el rol que
cumplieron el movimiento obrero y la izquierda.
Analiza las condiciones que hicieron posible el consenso me-
nemista y las razones de por qué la clase obrera no pudo responder
o evitar la avanzada sobre sus derechos y conquistas históricas.
Desde el punto de vista de Piva, la hegemonía menemista fue
una “hegemonía débil”, basada en lo que llama un “consenso

12 Adrian Piva, Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista, Buenos Aires,


Biblos, 2012.

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negativo”. Se refiere a que la génesis de ese consenso residía
en un elemento sobresaliente: el latigazo hiperinflacionario. La
impotencia del movimiento obrero y la estrategia “vandorista”
de su dirección para responder a la hiperinflación en los últi-
mos años del alfonsinismo permitieron que actuara como factor
disciplinante. A este factor se le fueron agregando a lo largo
de la década, la desocupación y la fragmentación de la clase
trabajadora, como otros elementos coercitivos que facilitaron la
estabilidad neoliberal.
Esos tres componentes disciplinantes (hiperinflación, desocu-
pación y fragmentación) habilitaron el consenso. Aunque tam-
bién fueron necesarias derrotas duras entre las que el autor ubica
a la privatización de las empresas telefónicas y de los ferrocarri-
les, conflictos a los que considera como las derrotas “testigo”. O
sea, entre coerción/coacción y consenso, media también el cam-
bio de la relación de fuerzas.
En el 2001, nuevamente una crisis de distinta naturaleza pero
de no menos profundidad actuó como disciplinadora en el marco
de una clase trabajadora ampliamente fragmentada, con altos ni-
veles de desocupación y organizaciones con densidad y fuerzas
disminuidas.
El plan de “salvación nacional” que encabezó Eduardo Duhal-
de con eje en la devaluación y que provocó un saqueo al salario,
fue habilitado por la crisis.
Si durante el menemismo la clase obrera retrocedía en fuerza
estructural y, sobre todo, en subjetividad –fenómeno que marcó
las formas de la lucha en el desenlace del 2001–, en la última
década la reestructuración social y, sobre todo, la subjetividad,
fueron en sentido contrario.
El consenso kirchnerista estuvo basado no en las derrotas,
sino en las posibilidades de un crecimiento económico y en lo
que en términos gramscianos puede denominarse una operación
de “pasivización” del país que estalló. Ahí está la raíz de la nece-

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sidad de responder y dialogar con la agenda que dejó la crisis y
las jornadas del 2001.
Esta combinación de factores produce un resultado peculiar,
reuniendo condiciones que no se producían hace mucho tiempo.
Nadie puede asegurar de antemano que esta presente dispo-
sición de fuerzas tenga garantizado un éxito para enfrentar o de-
tener un plan clásicamente neoliberal como el que se propone,
con todas las “gradualidades” del caso, el gobierno de Macri.
Ese veredicto sólo puede darlo la lucha. Pero si la única verdad
es la realidad, ésta muestra una relación de fuerzas diferente a lo
conocido en las últimas décadas.

¿Nuestros años sesenta?

Las comparaciones siempre son limitadas (y algunos dicen que


“odiosas”) y mucho más cuando se trata de períodos separados
por un tiempo largo y cambiante. Sin embargo, utilizadas en su
justa medida, pueden ser útiles para pensar el presente y sobre
todo el futuro.
En la actualidad, el grado de recomposición de la fuerza de la
clase obrera que venimos describiendo y su retorno como sujeto
social y político, puede emparentarse con el movimiento obre-
ro de la segunda mitad del siglo pasado y especialmente de los
años sesenta. Ese es el género próximo. La diferencia específi-
ca (y no es un dato menor) es la fragmentación y las divisiones
impuestas por el neoliberalismo que no fueron revertidas en los
últimos años. Hay otras divergencias importantes, como el marco
internacional, la radicalización que introducía un proceso como
la Revolución Cubana en el continente y un mundo muy distinto
al de aquellos años.
Pero si miramos desde el punto de vista de las múltiples expe-
riencias de lucha, podríamos remontarnos a ese período antes del

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Cordobazo: variados métodos de acción, desde tomas de fábricas
hasta huelgas duras por sector, recuperación de organizaciones
y crecimiento de la influencia de la izquierda sindical y política,
combinado con una ubicación “colaboracionista” del grueso de
la dirigencia sindical.
La última década estuvo signada también por múltiples
experiencias: fábricas o empresas ocupadas, cortes de ruta,
huelgas no menos duras, recuperación de comisiones internas
y ascendencia creciente de la izquierda, no sólo en el terreno
sindical, sino también político. Desde el punto de vista de las
conducciones, el grueso estuvo hasta el presente entre eso que
el inefable Jorge Asís llamó “dadores voluntarios de gobernabi-
lidad”. Macri tuvo el dudoso mérito de convertirse en el primer
gobernante no peronista que evitó un paro general en el primer
año de su gestión.
También existió la experiencia del movimiento piquetero (no
incluido en este ensayo), pero que con sus vaivenes de resisten-
cia y cooptación, es parte de la práctica de la clase trabajadora
argentina.
Como se ha dicho epigramáticamente, el gobierno de Cam-
biemos es todo lo neoliberal que le permite la relación de fuerzas.
Tiene un programa global de ajuste estructural pero con un eje
central: cumplir con una tarea “histórica” del país patronal que
es bajar el valor del salario y cambiar las condiciones de trabajo
de la clase trabajadora como forma de superar la crisis. El relato
en pos de la competitividad y la productividad se reduce a este
objetivo estratégico.
La presentación por parte del mismo Macri de la firma del
convenio flexibilizador con los dirigentes del sindicato de petro-
leros para la explotación del yacimiento no convencional de Vaca
Muerta tuvo la forma protocolar de un acto “de Estado”, y ese
solo hecho demuestra la importancia estratégica que tiene para
el Gobierno.

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Los 60 fueron años de preparación, se cocinó a fuego lento el
movimiento obrero que irrumpió con toda su potencialidad una
década después y, en última instancia, contra el que se organizó
el golpe de Estado.
“Nuestros años 60”, si verdaderamente lo fueron o aún lo son,
también contuvieron un cúmulo de experiencias que configura-
ron una nueva clase trabajadora (y una izquierda clasista) que se
pondrán a prueba en los años por venir en su capacidad de resis-
tencia y contraofensiva.
Lo que se puede afirmar, por ahora, es que, pese a las tantas
muertes decretadas de la clase obrera (y con ella de la izquierda),
con transformaciones y cambios, el verdugo sigue en el umbral y
la clase trabajadora argentina continúa empecinada en ser, en el
fondo, el verdadero hecho maldito del país burgués.

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¿Existe la clase obrera?
Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2017
en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Gerli, Lanús,
Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Opcional con Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.
Distribuye en Capital Federal y GBA: Vaccaro, Sánchez y Cía. S. A.
Distribuye en interior: D.I.S.A.

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