Sunteți pe pagina 1din 7

Es interesante mencionar los aportes de E.

Porge en su artículo “La transferencia a la cantonade”


en relación al quehacer del analista. Porge escribe: “La novela familiar es una manera de
restablecer el pedestal de donde los padres han caído. EI analista es llevado a cubrir la misma
función, a restablecer una transferencia puesta a prueba y es lo que hace en el mejor de los
casos”. El síntoma del niño se transforma en un saber supuesto que el niño ocultaría y que, en
algunas ocasiones, desencadena en los padres un pedido hacia el analista respecto de algo que él
debería descubrir. Doble lugar para el analista, para quien la transferencia se jugará tanto con los
padres como con el niño. La presencia del niño en un análisis plantearía cierta diferencia respecto
de la del adulto. Según Eric Porge la transferencia en el niño es “a la cantonade”. Esta expresión
fue utilizada por Lacan en el Seminario 11 para designar el singular modo de dirigirse del niño.
Lacan dice que el niño tiene un modo de hablar particular. Utiliza ese término (“a la cantonade”)
extraído del lenguaje teatral para dar cuenta de la forma en que el niño se dirige a un personaje
que no está en escena, pero que sin embargo necesita de otros que estén allí junto a él
compartiéndola. El niño por estructura y para avanzar en su estructuración, necesita de los adultos
y muchas veces éstos trastabillan en sus funciones, por ese motivo en el análisis, el niño le hablará
a sus padres a través de su analista y éste será el nuevo receptor de lo que los padres recibieron
con anterioridad pero no decodificaron. Lacan plantea que el niño no le habla a nadie en
particular, habla en alta voz dirigiéndose a “un buen entendedor”. Si los padres abandonan este
lugar se interrumpe la transferencia y el mensaje deja de ser escuchado al ser percibido como si
fuera dirigido contra ellos. El analista, utiliza la técnica del juego como puente para acercarse a sus
pacientes, conocerlos y comprender la problemática o sintomatología que los aquejan y son
fuente de sufrimiento. Respeta los tiempos internos de cada niño, adoptando roles y reglas que en
cada partida se despliegan, teniendo en cuenta que cada paciente es un sujeto único e irrepetible,
inmerso en un espacio y un tiempo sociocultural y familiar del cual forma parte desde su
nacimiento. El niño le demanda a un analista que sea simplemente “un buen entendedor”.

::Especificidades de la clínica con niños de orientación freudiana-lacaniana.

AGUSTIN CIUFFOLI

En la práctica con niños, al igual que con adultos, existen diversas teorías que dan cuenta de un
modo particular de intervención, por lo que es necesario asumir una determinada postura.

El abordaje psicoanalítico, en esta cuestión, realiza un gran aporte, plantea ciertas particularidades
que es fundamental tener en cuenta en la clínica. A pesar del gran desarrollo teórico y práctico
logrado hasta el momento, al psicoanálisis con niños todavía le queda mucho por explorar.
Desde el enfoque freudiano-lacaniano no hay nada que impida que un psicoanálisis se lleve
adelante con un niño. Sin embargo el trabajo presenta dificultades específicas con respecto a la
entrada, la demanda, la interpretación y la terminación del tratamiento.

Para los post-freudianos existe una especialidad del psicoanálisis con niños, que tiene
implicaciones preventivas además de curativas, con influencia en la educación, la pediatría y la
medicina en general. Anna Freud sostenía una idea de profilaxis, por lo que no hacía una
separación muy precisa con respecto a lo que es la Pedagogía. Se inclinaba a la educación, a la
correcta organización de la personalidad del niño. Como dice Di Ciaccia, “es la autora que en el
campo del psicoanálisis tentó de establecer una cierta relación interdisciplinaria entre pedagogía y
psicoanálisis: cada analista debía ser un educador y cada educador debía ser un analista. El
analista reuniría en su persona dos misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de analizar y
educar a la vez, permitir y prohibir al mismo tiempo, librar y volver a coartar simultáneamente”[1].
Para Anna Freud el superyo del niño es muy débil y no puede controlar sus instintos, por lo que el
analista deberá ser su guía educativa.

La tarea del psicoanálisis lacaniano no es profiláctica, de adaptación o de curación. Se hace


hincapié en acompañar al niño y lograr en él esclarecimientos sobre las cosas que vive. El objetivo
es develar la verdad de cada sujeto, conocer el deseo propio; y una de sus metas es lograr un
cambio de posición subjetiva que permita ubicarse de manera distinta frente a las cosas que
acontecen.

Para los lacanianos el psicoanálisis presenta una unidad, o sea que no hay especialidad en
psicoanálisis para niños, pero sí hay cuestiones específicas que se repiten: en general la demanda
de análisis no parte del niño, al menos no de manera directa, ya que tal vez no pueda hablar
acerca de su sufrimiento pero sí puede manifestarlo en su comportamiento cotidiano; y
usualmente son traídos por los padres que sienten que no son capaces de lidiar con la situación
(aunque muchas veces se trata de padres que se sacan la responsabilidad de encima y envían a su
hijo al psicólogo para que este lo “arregle”).

Acerca de aquellos que hacen la consulta Alba Flesler indica, “Los otros, los que demandan, los
que llegan a la consulta no son un obstáculo en nuestra práctica, sino una razón de estructura. Es
por la vertiente del saber que los padres nos suponen sobre niños, que llega el niño a la consulta.
Ellos consultan en el límite de su función y le otorgan un supuesto saber de niños al analista de
niños, es decir, el analista está supuesto saber por los padres que ubican en él la forma hipotética
del Otro, allí donde no se sienten capaces de sostenerlo en el intercambio con el niño. Dicen de su
incapacidad de autorizarse en una función, por lo que es importante tener en cuenta la
transferencia con ellos en el sentido de devolverlos a su función. La cura en ese sentido estaría
terminada, cuando el niño y sus padres pueden retomar esta constitución del Otro entre ellos, sin
analista”.[2]

Pero la demanda no sólo puede venir de los padres, sino también de algún maestro, médico,
pariente, vecino, etc. que lo sugirió o directamente lo impuso. Se trata de aquellas terceridades
que intervienen donde los padres no hacen lugar al juego.
Aparece entonces, según Marité Ferrari, “la posibilidad de la transferencia como obstáculo para la
dirección de la cura. Todo el tiempo nuestras intervenciones pivotean sobre la dificultad de estar
atentos a maniobrar con los adultos a cargo del pequeño para que sigan trayéndolo a análisis. En
el trabajo con niños no sólo contamos con momentos donde el pequeño se niega a venir porque
se enoja con el analista, o se aburre, o prefiere hacer otra cosa. También nos encontramos con
demandas o planteos del lado de los padres, o de la escuela, malos entendidos, reclamos,
decepción, que llevan a veces a las interrupciones del análisis”.[3]

La dependencia propia del niño con respecto a sus padres plantea una dificultad en el análisis, ya
que si bien estos últimos deben involucrarse y colaborar, muchas veces son los que obstaculizan el
tratamiento. Por lo que el analista debe decidir a quién tomar en análisis, debe escuchar y no debe
cometer el error de aliarse con los padres dejándose seducir con su demanda, o constituyéndose
en enemigo del niño. Si bien en muchos casos, los que realmente necesitan de la atención
psicológica son los padres, cuando el niño manifiesta un padecer es preciso brindarle la atención
necesaria para que pueda superar la situación traumática que le tocó vivenciar.

Los motivos de los padres o adultos a cargo para hacer la consulta, no necesariamente coinciden
con aquello que inquieta al niño, ya que los que consultan siempre piden algo para ellos mismos.
Ferrari nos introduce en la peculiar “posición del analista de niños en cuanto a la cuestión de tener
que vérselas con dos demandas, la que se le dirige desde el lugar de los padres, que vienen a
consultar con el niño, y las del mismo niño. Demanda esta última indispensable para el
establecimiento transferencial necesario para que un análisis sea posible”.[4]

Como se puede observar en el artículo Exigir el síntoma de Patrick Monribot, es necesario plantear
el enigma en el niño que es traído por sus padres y que se va sin preguntarse nada acerca de si
mismo, porque para él puede que no haya nada que ande mal. Surge la necesidad de un
desplazamiento para que el niño se interrogue. No hay síntoma porque no hay interrogación. Si no
se localiza el sufrimiento del niño, no hay por donde entrar al trabajo analítico, por lo que el
analista deberá sancionar y reconocer lo que viene del niño, su palabra.

Retomamos a Ferrari para adentrarnos en el tema de la trasferencia, “Nos encontramos con que el
analista es quien está dispuesto a intervenir en tiempos instituyentes, en tiempos de constitución
subjetiva, en los avatares de lo preedípico, lo edípico, la latencia, la pubertad. Es decir que son
intervenciones en tiempos en los que se va anillando la estructura nodal, el anillado real,
simbólico, imaginario, que soporta la posibilidad de la estructura neurótica”.[5]

La transferencia, necesaria para que la intervención del analista tenga efecto, en el niño debe ser
creada y sostenida. Distinto de lo que ocurre en el adulto, que se dirige a la clínica psicoanalítica
porque elige el psicoanálisis y cree en él. Hay una ausencia del sujeto supuesto saber, o sea la
suposición de que hay alguien que sabe, hacia el cual parte la demanda.

Lacan, con respecto a la transferencia, propone pensar el valor constructivo de la "neurosis


artificial", nueva, que el sujeto construye con la figura del analista, para poder producir una lectura
diferente, otra versión, que crea una nueva posición subjetiva; ya que según Marité Ferrari, “lo
que se dirime en el análisis, es el modo en el que el sujeto pueda o no encontrarse con alguna de
las claves de su goce, efectuando los cortes necesarios que aseguren la subjetividad, que cifre de
algún modo su goce en el síntoma”.[6]

Es esencial conocer el lugar que el niño ocupa en el discurso de aquel que hace la consulta. Como
indica Alba Flesler, “Con esto romperíamos una creencia de continuidad, al considerar que aquello
que le pasa al niño es una prolongación directa de lo que escuchamos en el discurso de los
padres”.[7]

Antes de nacer, y aún antes de ser concebido, el niño fue pensado, deseado, imaginado por los
padres, por lo que al momento del nacimiento pasará a ocupar este lugar, con la importancia y las
vicisitudes que esto acarrea.

Al decir de Ricardo Rodulfo en “El niño y el significante”, “La cuestión de qué es un niño, en qué
consiste un niño, conduce a la prehistoria, tomándola no sólo en el sentido que Freud le otorga
(primeros años de vida que luego sucumben a la amnesia), sino la prehistoria en dirección a las
generaciones anteriores (padres, abuelos, etc.), la historia de esa familia, su folklore (…) Para
entender a un chico o a un adolescente (de hecho, incluso a un adulto), tenemos que retroceder a
donde él no estaba aún.”[8]

Continuando con Rodulfo, “Atender a la dimensión de la fantasías de los juegos, del grafismo, es
muy importante, pero unilateral si se prescinde de las funciones simbólicas y de lo relativo a la
prehistoria (...) excluyendo la consideración de los discursos que circulan en la familia sobre el
niño, a quién va a sustituir, qué sitios hereda, etc. (...) Lo más terrible que le puede suceder a
alguien es quedarse donde lo pusieron determinados significantes de la prehistoria, incluso
cuando esos significantes aparentemente suenen bien.”[9]

Entonces, es significativo que el tratamiento no quede circunscrito al niño, sino que también se
incluyan a los padres, para así poder producir algún efecto analítico en el discurso familiar. Janin
aporta que “con los niños pequeños son tan importantes las entrevistas vinculares (niño-madre,
niño-padre) como la entrevista familiar, que permiten desplegar en el marco del consultorio la
dinámica de todo el grupo”.[10]

Acerca de las entrevistas preliminares, Ilda Levin comenta lo siguiente, “Debemos escuchar qué
lugar ocupa el niño en la fantasmática materna y paterna. Las entrevistas preliminares y las que
convocamos durante el tratamiento deben poder recuperar para cada sujeto las proyecciones
sintomáticas que aprisionan el niño a tener que representar determinado papel en la
configuración familiar de deseos y de goces bajo el modo de síntomas (...) Deben ser el sitio
adecuado para que en el caso del niño, no siga funcionando como referente puntual de la queja
paterna, puedan surgir las preguntas por la posible responsabilidad de cada uno en los problemas
que están aquejando al niño y que surja la pregunta por los problemas que aquejan”.[11]

Escuchar, junto con el niño, estas verdades acerca del lugar que ocupa el mismo en el discurso
familiar, como síntoma de la familia, puede ser muy incómodo para los padres. Algo que se jugaba
de modo inconsciente, aparece ahora en la conciencia por medio de la culpa y la resistencia, ya
que de alguna manera el síntoma del hijo permitía, a pesar del malestar que implicaba, un relativo
equilibrio familiar. Es fundamental que el niño pase a un plano menos comprometedor, en el
sentido de aquel que condensa los problemas, para poder así dejar de denunciar las verdades de
la pareja familiar y ocupar un lugar más confortable.

En la actualidad, en la familia el niño está en posición de ser el objeto “a” porque no se cría más
según el ideal de padre y madre como cabezas de familia (ideal propio de la modernidad), sino que
la familia se consolida alrededor del niño, como objeto a partir del cual todos gozan. Entonces el
niño pasaría a cumplir la función de salvar a los padres y unir a la familia, y por ende se convertiría
a menudo en el síntoma de los padres o de la familia, y es desde luego al que se debe curar.

Según Lacan, el síntoma se figura como forma de funcionamiento, indica la forma de gozar. Es
imprescindible averiguar quién sufre para saber de quién es síntoma el niño. Esta es la dificultad
que plantea el síntoma, ya que aparece en primer lugar como síntoma de otro, por lo que hay que
llegar al del niño.

En Dos notas sobre el niño, Lacan afirma que “el síntoma del niño está en condiciones de
responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar (...) El síntoma puede representar
la verdad de la pareja familiar”. Añade que “la articulación se reduce en mucho cuando el síntoma
que llega a dominar compete a la subjetividad de la madre (...) el niño se convierte en el objeto de
la madre, realiza su presencia como el objeto “a” en el fantasma. Satura de esta manera el modo
de falta en el que se especifica el deseo de la madre”.[12]

En un principio dijimos que el psicoanálisis con niños era posible y que constaba de ciertas
especificidades. Siguiendo esta línea, se puede nombrar otra característica particular, y es que no
es posible pedir a un niño que asocie libremente. Es necesario proveerse de un medio acorde con
sus manifestaciones naturales y espontáneas, tales como el juego y el dibujo, para poder así
interpretar analíticamente el discurso y el actuar del niño durante una sesión.

Los síntomas, sueños y fantasías ocuparán un lugar importante dentro del proceso analítico,
puesto que son formaciones a partir de las cuales se manifiesta el inconsciente infantil. Suele
predominar el modo de representación visual y motor, y hay un máximo valor de la palabra en
relación al acto, por lo que la lectura de acciones, gestos y dibujos es fundamental.

Con respecto al trabajo en la clínica, Beatriz Janin relata, “No creo que un niño sepa mágicamente
de qué se trata lo que le proponemos si no le explicamos. La idea de trabajar juntos me aparece
central y uso el término trabajar para no ubicar el juego como un objetivo, sino como un medio
(...) Los niños hablan de su sufrimiento del modo en que pueden…en tanto haya alguien que esté
dispuesto a escucharlos”[13]. En los casos que la subjetividad se vea obturada, el juego resulta ser
el mejor recurso para trabajar con un niño que no puede hacer propio el registro de lo simbólico.
Permite tomar una postura activa, creativa, y ofrece una salida a lo programado y esperado.

Manifestaciones tales como el juego o el dibujo pueden mostrar cuál es el problema del niño
desde el punto de vista del niño. Beatriz agrega, “Debemos ofrecerles material adecuado (que en
verdad puede ser cualquier cosa con la que puedan dibujar, jugar o modelar). Y mostrarnos
nosotros dispuestos a escucharlo, a meternos en su mundo, a tomar enserio lo que dice y a creer
lo que nos cuentan”.[14]
El juego, el dibujo o el hablar deben ser recibidos por el analista del mismo modo que el relato de
un sueño o un síntoma. Levin propone que “el dibujo sea considerado como un jeroglífico, una
letra que está ahí para ser leída, pero cuya significación en principio desconozco”.[15]

La interpretación de la que se valen algunos post-freudianos, tales como Anna Freud y Melanie
Klein, es del tipo de una traducción de lo que expresa el niño para arribar a lo que se esconde
detrás de la fantasía. Se traslada la fantasía a la realidad. Intenta hacer conciente lo inconsciente,
poner un coto pulsional. Utilizaban el juego para que los niños desplieguen sus síntomas y
fantasmas en sesión. Aunque seguido a esto se introducía sentido a cada juego, fijando así el
síntoma (S1=S2). Lacan, por su parte, deja a S2 como una incógnita para que se puedan seguir
agregando nuevos sentidos, que retornan a S1.

Lacan advierte que con la traducción se fija el sentido del goce, cuando en realidad de lo que se
trata es de crear nuevos sentidos. Es típico de los post-freudianos introducir sentido a cada
síntoma, sin tener en cuenta que al introducir sentido se fija el síntoma. Entonces el analista
deberá escuchar y observar lo desplegado por el niño en el dibujo y el juego. Estos tienen la
particularidad de dar a ver, de mostrar, de decir, de poner al alcance del analista un saber, que de
otro modo no se podría haber obtenido. Es fundamental no adherir de manera precipitada un
significado a aquello observado, para que puedan ir transcurriendo nuevos sentidos, y poder así
aprehender el modo en que el niño está implicado en el deseo de sus padres, ya que del lugar que
ocupe va a depender su estructuración como sujeto, su destino psíquico.

Juan Vasen realiza una descripción acerca de la relación del fantasma y el juego, y la capacidad de
este último para remover los síntomas que derivan del fantasma, “el sujeto que está representado
en el fantasma ocupa lugares o ejerce actos o funciones que, por motivos morales o éticos, son
inaceptables para la conciencia. La perversión y el sadomasoquismo son la lógica dominante en el
fantasma. Y lo convierten en una suerte de guión inconsciente para las formas de trato y relación
con otros, para el lazo social. Por eso es ofensivo y fuente de síntomas y trastornos. También ésta
es la razón por la que intervenir en su estructura es tan importante. Las inscripciones y mandatos
inconscientes suelen determinar renuncias y posicionamientos sacrificiales”.[16]

Vasen nos ilumina acerca del por qué se puede intervenir en el fantasma a partir del juego: tienen
una estructura en común: “Los dos se dan como escenas basadas en un guión, que contempla
secuencias, en las que son posibles modificaciones de los personajes, sus atribuciones o sobre la
sintaxis que la sustenta”.[17] Pero si bien tienen una estructura en común, tienen diferencias que
son fundamentales, ya que el comando del fantasma es inconsciente y el del jugar es conciente,
además el fantasma impone modos de goce, mientras que el juego propone a través del “dale
que...” la estructuración de otros mundos lógicamente posibles donde diferentes disfrutes pueden
hacerse un lugar.

Entonces, Vasen va decir que “Lo particular del juego es justamente conmover las rigideces
fantasmáticas (...) A través de ese “reordenamiento” lúdico las presencias atormentadoras pueden
adquirir un carácter más agradable e inofensivo”. Y la técnica sería la siguiente: “Es posible ir
intercalando lúdicamente, otras versiones de los personajes creados bajo la lógica del fantasma
(...) Al quedar en falta los personajes pierden consistencia. La rigidez y la estereotipia se debilitan”.
[18] A estas intervenciones las denominó “inter-versiones” puesto que no se trata solamente de
intervenciones del analista sino que también serían versiones surgidas en el espacio transferencial
analista-analizante.

Algo que no puede dejar de ser tenido en cuenta es un particular modo de expresión que se da en
la clínica, y con mayor frecuencia en la clínica con niños: el acting. Este modo de decir a partir del
cuerpo aparece más que nada en el análisis con niños debido a que los mismos se encuentran en
tiempos de constitución subjetiva, y lo que indica es la certeza de la angustia, que es lo que no
engaña. Como expresa Marité Ferrari, “La equivocidad es propia de la estructura significante, el
significante es equívoco, nos engaña (...) En tanto la angustia no engaña, porque indica allí donde
aparece cierto fracaso en el corte, falta la falta. Allí donde debiera haberse escriturado algún
objeto como faltante, hay una positivación del goce incestuoso, y el acting procura fallidamente un
corte dando a ver esto que debiera haber sido reprimido”.[19] Con respecto a la intervención más
propicia para estos casos, Ferrari enuncia que “La dificultad reside en maniobrar para que la
angustia esquicie al sujeto, para instaurar cierto corte, que posibilite una cesión de goce, del goce
incestuoso que se revela en el polimorfismo infantil”.[20]

El psicoanálisis tiene muy en cuenta los efectos que produce el pago de las sesiones en los sujetos
que están implicados en la misma. El pago es necesario, algo del goce se tiene que ceder para
recuperarlo luego de manera no idéntica. En el caso del analista, paga con su persona y sus
palabras. Claro está que a los niños se les complicaría el hecho de realizar un pago de orden
monetario, por eso un buen recurso es el “pago simbólico” (puesto a prueba por Françoise Dolto,
psicoanalista francesa, discípula de Lacan), en el cual se les pide que busquen o elaboren algún
objeto en particular y lo lleven a sesión, es decir se les encomienda un trabajo.

Por último, la duración del análisis es variable, es a medida del sujeto. En los niños puede llegar a
haber efectos terapéuticos rápidos, mas el análisis debe quedar inacabado para no instalar
fijación, a pesar de que el niño pueda dar a ver, más que su versión del objeto “a”, el modo en que
circula el falo en la estructura familiar. El análisis con niños debe tener este carácter inconcluso
que permita ser retomado más adelante.

S-ar putea să vă placă și