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Staff
Moderación De Traducción
Jessibel
Traducción
Jessibel
Moderadora De Corrección
Yess
Correctoras
Jessibel
Tamij18
Lectura Final
Jessibel
Diseño
Jessibel
Dedicatoria
A Simon (Argie Sokoli)
Te. Quiero.
Índice
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Agradecimientos
Sinopsis
No conocía la oscuridad y la maldad que se escondía dentro de mi,
hasta que tuve que matar para sobrevivir. Forzado a convertirme en
mi peor enemigo. Con demasiada sangre en mis manos, estaba
sorprendido y aún pude ver mi propia piel.
Maté.
Torturé.
Amé...
Jugué a ser Dios mientras me podría en el infierno. Florecer en
control y poder era la única manera que sabía cómo vivir. No tenía
otras opciones.
Si tú no eras mi amigo, eras mi adversario.
Si tú no estabas conmigo, estabas en mi contra.
Traidores, los llamaba. No habían líneas imaginarias. Las crucé
todas. Sin límites. Sin segundas oportunidades. Sin perdón.
No para mi.
Ni para ellos.
Ni para todos.
Solo para ella...
Ella me amó. Siempre convencida de que era un santo, nunca creyó
que era solo otro pecador.
Un maldito monstruo.
Pasado
Prólogo
Traducido por Jessibel
Corregido por Tamij18
1
Traducido por Jessibel
Corregido por Tamij18
Damien
Agarré mi rifle Remington .223, sujetándolo firmemente en mi
alcance. Sintiendo la veta de la madera descansando de forma segura
bajo mis dedos. Estaba listo para disparar, totalmente concentrado
en lo que tenía que hacer a continuación. Saliendo de todo a mi
alrededor, esperando el momento de tomar mi oportunidad. Una
poderosa emoción, una que no podría empezar a describir,
inmediatamente se apoderó de mí. Lo sentí en el fondo de las raíces
de mi núcleo.
Yo era un hombre.
Un hombre llevando el maldito convoy.
Exactamente cómo nuestro temerario dictador, Emilio Salazar,
había hecho hace treinta y nueve años.
—Compañeros, compañeros, queridos, compañeros —anunció,
tomando su lugar detrás del podio en el escenario. Silenciando el
gran estadio al aire libre, donde miles y miles de sus compatriotas
socialistas estuvieron presentes. Incluyendo a mi padre, el hombre
que era la mano derecha de Salazar, y yo.
La multitud se quedó mirando el escenario improvisado situado
enfrente del masivo edificio de hormigón de color amarillo empañado
con agujeros de balas y banderas cubanas. Ellos prestaban atención
a cada última palabra que salía de los labios de nuestro querido
dictador con grandes ojos, como siempre lo hicieron. Escuchaban
con atención mientras él declaró el día de hoy, 26 de julio de 1992 el
trigésimo noveno aniversario de su primer ataque monumental en la
Sus hombres.
Especialmente para mi.
Emilio Salazar era Dios.
No podía dejar de pensar en la última vez que estuve aquí, hace
tan sólo unas pocas semanas. Una memoria que llevaría a la tumba.
El silencio era ensordecedor cuando el coche aceleró por la
carretera vacía, a donde diablos íbamos ese día. Solo me quedé
sentado en el asiento trasero junto a Salazar mientras el chófer
conducía uno de sus vehículos personales de prestigio. Su equipo de
seguridad describe hábilmente el perímetro, conduciendo delante y
detrás de nosotros con algunos coches esparcidos al lado. A pesar de
que estábamos acorralados con guardias armados, Pedro, un hombre
de seis pies y cuatro de estatura, doscientas veinte libras de puto
ladrillo, aún nos acompaña en el asiento delantero de nuestro vehículo.
Por no mencionar, que estaba atado también. Que había estado
cargando un arma de fuego desde que era chamaco, un niño de doce
años de edad, que estaba lejos de lo normal en Cuba. Salazar se había
asegurado de ello. Su primera orden del día después de su revolución
era despojar a cada uno de sus armas de fuego. Era más fácil
controlar a los disidentes que todavía estaban en contra de él, si no
podían defenderse. Yo era la excepción a la regla, dada la elevada
posición que mi padre llevó a cabo en el régimen de Salazar. No tenía
más remedio que transportarla. Él fue el capitán del ejército de Emilio,
lo que le hizo en gran parte un maldito objetivo como el propio Salazar.
Mi padre siempre decía que vine a este mundo pateando y
gritando, haciendo que mi presencia fuese conocida, una fuerza a
tener en cuenta. Un prodigio nato dispuesto a luchar por un propósito.
Aunque hubo un proyecto obligatorio a partir de los diecisiete a
veintiocho años de edad, lo que la mayoría de los hombres temían, me
rompí el trasero asegurando graduarme un año antes.
Voluntariamente me inscribí para servir a mi país el día que cumplí la
mayoría de edad. La mayoría de los hombres sólo sirven sus
requeridos dos años, pero había dejado claro a mi padre que la milicia
era mi carrera. Haciendo de él un orgulloso hijo de puta.
—Damien —Salazar se dirigió a mí, rompiendo el silencio.
—Sí, señor —respondí, dándole toda mi atención.
2
Traducido por Jessibel
Damien
—Lo hiciste bien, hijo —mi padre reconoció, agarrando mi
hombro después de que el desfile y la fiesta había comenzado.
Estábamos de pie al lado del escenario, mirando los fuegos artificiales
apagarse.
Asentí con la cabeza, él trató de ocultar la sonrisa de
satisfacción en su cara. Mi padre era un militar, de principio a fin.
Sólo podía recordar un puñado de veces que alguna vez lo vio sonreír
o reír. Contuvo sus emociones como un escudo, diciendo que era más
fácil para los enemigos identificar tus debilidades si las llevas en tus
mangas. Te podría convertir en un objetivo en el momento que
capturan una bocanada de sentimientos, cazando una maldita bala
y ganando un lugar seis pies bajo tierra.
Al día de hoy, no sabía si iba a ser considerado como uno de
sus puntos débiles o simplemente su hijo. El afecto físico era también
un concepto perdido en mi casa. Cuando era un niño, una vez le
pregunté por qué nunca hubo abrazos o amor en nuestro hogar. Su
respuesta fue—: Porque no estoy criando un maldito marica. Estoy
criando a un hombre.
Fue la primera y última vez que le hice esa pregunta.
Las únicas mujeres en mi vida fueron las que trabajaron para
nosotros. Tenía un gran respeto por todas ellas, en especial por
nuestra ama de llaves, Rosario. Ella era lo más parecido a una madre
que he tenido. Cuando era más joven, solía estar alrededor de ella
todo el tiempo, pero a medida que pasaban los años, no era necesaria
en nuestra casa tan a menudo.
Cuando él...
Cuando él...
No importaba una mierda.
Todos los ojos estaban siempre en él, no importa qué.
La vida que viví fue una envidiable. No muchos hombres
podrían decir que el líder de nuestro país también fue un segundo
padre para ellos.
—¿Cómo te sientes? —Salazar cuestionó, caminando hacia mi
padre y yo—. Déjame adivinar, importante, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, incapaz de formar palabras. No me
sorprendió que sabía lo que sentía, él podría leer todo el mundo como
un maldito libro.
—Eres importante, Damien. Por eso te elegí, y es hora de que
reconozcas eso. Es tu momento para probarte a ti mismo ante tu
líder. ¿Me entiendes?
—Emilio…
Con una mirada, Salazar se volvió hacia mi padre sin habla. Por
una fracción de segundo, juro que vi el temor crecer en los ojos de mi
padre, pero tan rápido como apareció, se había ido. Reemplazado
rápidamente con su natural actitud solemne. Inmediatamente me
pregunté si sólo lo imaginé.
—Con el debido respeto, Emilio, Damien es meramente un...
—Damien puede responder por sí mismo —interrumpí
crudamente a mi padre, hablando en tercera persona. Me puse de pie
y di un paso delante de él. Consiguiendo estar directo frente a su cara
hasta que mi pecho tocó el suyo. Hablé con convicción—. ¡No necesito
que respondas por mí, nunca! No soy un niño —afirmé, inclinando la
cabeza hacia un lado, sin frenar. No pensé dos veces antes de ponerlo
en su lugar, repitiendo las palabras de Emilio de nuevo a él—. ¿Me
entiendes?
Salazar sonrió, entrecerrando los ojos a mi padre.
—Él puede ser tu hijo, Ramón, pero permítanme que les
recuerde que responde a mí, al igual que tú. A la mierda su rango. Él
me demostró esta noche que está más que listo. Él viene con
nosotros, y es una orden. ¡Vamos!
Cuando nos dirigimos a su limusina, todavía estaba agitado con
mi padre. No sabía lo que me molestó más, el hecho de que él no
pensaba que yo era capaz de lo que el maldito Salazar quería que
tomara parte. O el hecho de que todavía sentía que estaba
preocupado por mí. Pasamos por algunas calles poco iluminadas, la
tensión en la limusina era tan espesa que se podía cortar con un
cuchillo. El silencio era casi insoportable. Hice todo lo posible por
ignorarlo mirando por los cristales tintados para pasar el tiempo, a
la espera de llegar a nuestro destino final. Había otros tres del equipo
de seguridad unidos a nosotros, entre ellos Pedro. No pude dejar de
notar que mi padre aún tenía que hacer contacto visual conmigo. Su
mirada no había cambiado de sus manos cruzadas delante de él.
Sumido en sus pensamientos que sabía que no tenía nada que ver
con mi arrebato.
Volví mi atención de nuevo a la carretera, aún sin saber dónde
diablos íbamos. Pasamos árbol tras árbol, haciendo difícil de ver
nuestro camino. Desenfocando en el fondo. Desapareciendo en la
distancia. Ignoré mis pensamientos amenazantes, centrándome en la
adrenalina corriendo por mis venas. Intentando duramente de
mantenerlos a raya. La última cosa que quería era que confundieran
mi ansiedad por miedo, o peor aún, demostrar que no estaba
preparado para esto.
Cuando en realidad, esto era todo lo que quería.
Los únicos sonidos que podía oír eran los neumáticos a través
de la ruta inestable, los latidos de mi corazón, y los pensamientos en
mi mente. Ni una sola persona se movió una pulgada en todo el
camino mientras la limusina continuó por su camino inestable.
Oscurecía cuanto más tiempo manejamos, agitando las
preocupaciones mixtas en el estómago, preguntándome cuándo
carajos llegaríamos allí. Los barrios comenzaron a ser más rural y en
mal estado con cada minuto que pasaba. A pesar de que había
llevado mi arma desde mi duodécimo cumpleaños, esta podría ser la
primera vez que no me habría importado tener que usarla. Mis
pensamientos incesantemente cambiaron por lo que pareció ser una
décima vez.
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Traducido por Jessibel
Damien
La niña de inmediato comenzó a gritar y revolverse en los brazos
de Emilio. Su largo cabello castaño estaba pegado a los lados de las
mejillas hinchadas. Un sinfín de lágrimas corrían por su bonita cara
magullada mientras luchaba con el monstruo que invadió su casa en
medio de la noche. Salazar no le prestó ninguna atención, divertido
por el giro de los acontecimientos. No pensé dos veces en ello,
sacando mi arma y apuntando directamente en medio de la frente de
su padre. Nunca rompí mi mirada intensa con Salazar.
Entrecerré los ojos, hablando con convicción—: Voy a tirar del
puto gatillo yo mismo tan pronto como dejes que las mujeres salgan
de forma segura.
Emilio sonrió, grande y ampliamente. Mirando hacia abajo a la
niña que ahora estaba mirándome con un nuevo sentido de
esperanza en sus ojos de color marrón oscuro.
—No trates de ser el puto héroe en esta historia, Damien. Sólo
hay una cosa que hay que aprender de esta noche. La única manera
de hacer pagar a un hombre por sus pecados... es siempre a través
de los que más ama.
Su madre empezó a derrumbarse, gritando y tratando de abrirse
camino libre. Haciendo todo en su poder para salvar a su hija.
Mientras que el padre estaba pidiendo por su vida desde su silla.
Rogando con todo dentro de él para dejar que sus hijas se fueran.
No me alteré, apunté la pistola en el hombro del hombre y apreté el
gatillo.
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Traducido por Jessibel
Amira
—Amira! ¡NO! ¡Corre! —gritó papi, pero apenas podía oírlo sobre
la conmoción.
No quería que se molestara conmigo.
No quería ser una niña mala.
No quería dejar a mi familia.
Escuché los gritos y los fuertes disparos. Mirando el dolor y la
agonía que estaban pasando.
Dolía en todo mi cuerpo.
Lo sentí en cada última pulgada de mi piel.
Podía escuchar sus gritos cada vez que cerraba mis ojos. Viendo
sus caras sangrientas cada segundo del día. Reviviendo cada ruego,
cada bala, y cada marca en sus cuerpos maltratados.
Sentí todo.
En mi mente, cuerpo y alma.
Me escondí durante lo que parecieron horas, siendo testigo de
todo a través del pequeño agujero en el armario de la cocina. Siempre
había sido mi escondite favorito mientras jugaba a las escondidas
con Teresa. Nadie me encontró cuando me escondí allí. Contuve la
respiración para no hacer ruido. Me asomé a la sala de estar, donde
muchos monstruos torturaban a mi familia. Eran los hombres
desagradables de los que mi padre me dijo que me escondiera
semanas antes. Quería cerrar los ojos como si estuviera viendo algo
esquivando la mano grande del hombre cuando voló por mi cara. Tan
pronto como mi espalda chocó con el pecho sólido de alguien, me di
la vuelta en sus brazos y luché.
—¡No! ¡No! ¡No! —Grité, rudamente tratando de luchar contra
él. Sacudiendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante.
—¡Cálmate! —Instó, envolviéndome en nada más que la sangre
de mi hermana. Fue entonces cuando supe que era Damien.
No podía respirar. No podía dejar de luchar. Me estaba
ahogando, ahogada más profundo en mi desesperación. En los
recuerdos que me acechaban cuando estaba despierta y me
aterrorizaban cuando traté de dormir.
—¡Te odio! ¡Deseo que todos se mueran! —Grité histérica.
Estaba hiperventilando al punto en que mi visión era irregular. Mis
cuerdas vocales se sentían como si estuvieran ardiendo—. ¡No me
toques! —grité con todas mis fuerzas, continuando mi asalto.
Golpeé por toda su cara, el pecho y en cualquier lugar que pude
con él todavía sosteniendo mi cuerpo agitado. Él no me bloqueó, no
me detuvo. Me dejó enviar cada golpe, exactamente como dejó a
Teresa. Sabiendo que se lo merecía y más.
—¡Esto es tu culpa! ¡Tú hiciste esto! ¡Asesino! —rugí,
empujándolo y golpeándolo duro, más rápido, dejando que mi
adrenalina pateara con toda su fuerza. Mis ojos vieron rojo, y mi
cuerpo estaba enfermo por la rabia y el deseo de desmoronarme.
—¡Tú zorra! —El hombre a quien golpeé entre las patas se burló.
Agarrando a Yuly, tratando de tirar de ella fuera de mi alcance
mortal.
—¡NO! ¡POR FAVOR, NO! —Supliqué, agarrándola tan fuerte
como pude—. ¡Ella es todo lo que tengo! ¡POR FAVOR!
Su vestido se desgarró y su brazo se desprendió, haciendo que
los hombres riesen más duro a medida que lamentaba otra vida que
ellos estaban a punto de tomar lejos de mí.
—¡POR FAVOR! —bramé.
Ahora él estaba sosteniendo a Yuly mientras me miraba a los
ojos, arrancando la cabeza de su cuerpo.
Para mí.
5
Traducido por Jessibel
Damien
No lo pensé dos veces.
Tomé una caja de cerillos al final de la mesa, trazando la tira,
viendo la chispa final. Tomando un segundo para oler el azufre antes
de tirar el palo en el suelo. Iluminando la miserable casa con el fuego.
Estaba en lo correcto, sólo tomó segundos para que la delgada
madera de mierda se prendiera en fuego. Las llamas naranjas y rojas
se apoderaban de la matanza, encendiendo la sangre, borrando la
noche como si nunca hubiera pasado.
Tomé una última mirada a su pequeño cuerpo sin vida tirado
en el suelo delante de mí. Recordando la mirada en sus ojos cuando
la pistola fue dirigida directamente a su cara, antes de que ella dio
su último suspiro. No había nada que pudiera hacer más.
Lo hecho, hecho está.
Esta era mi vida...
Ahora, para siempre, y todos los días en medio.
Salí de la casa completamente atontado, mientras las llamas
estallaron detrás de mí. Envolviendo la cabaña, quemando los
cuerpos de la familia amorosa que una vez vivió allí.
Su sangre estaría eternamente en mis manos.
—¿Qué carajos? —Cuestionó Salazar, ladeando la cabeza hacia
un lado. Estaba apoyado en su limusina con mi padre y Pedro a su
—¿Yuly? —Por fin habló. Con los ojos llenos de lágrimas frescas,
sin poder creer lo que estaba viendo. Ver la pequeña muñeca restauró
una pequeña parte de lo que quedaba de su corazón.
Asentí sin saber qué más decir, o cómo hacer todo esto más fácil
para ella. La muñeca era lo único que tenía de su vida anterior. No
hacía mejores las cosas por cualquier medio, pero tenía la esperanza
de que le proporcionaría un poco de comodidad.
Algo...
Cualquier cosa...
Para ella mantenerse con vida.
Nuestros ojos nunca se desviaron unos de otros cuando ella,
vacilante, tomó la muñeca. Tomándola de mis manos.
—Muñeca, no voy a hacerte daño —dije sinceramente—.
Tendrás que confiar en mí.
Ella me miró y luego hacia abajo a su muñeca con mucha
confusión en su mirada. Insegura de qué pensar ni qué hacer. En
busca de Yuly para algunas respuestas. Tenía que darse cuenta de
que no tenía otra opción. Al final del día, yo era su única esperanza.
La sacaré de aquí a regañadientes si tengo que hacerlo, y creo que
una parte de ella ya era consciente de ello.
—Nos tenemos que ir. —Traje a su atención de nuevo a mí.
—¿A dónde? ¿A dónde voy? —Susurró lo suficientemente fuerte
para escucharla.
—Deja que yo me preocupe por eso. —Me puse de pie,
extendiendo mi mano para que ella la tomara.
Su mirada se movió a mi mano y luego hacia abajo a su regazo,
donde los polluelos todavía estaban acostados.
—Ellos pueden venir también —respondí a su pregunta no
formulada. Listo para hacer todo lo necesario para conseguir sacarla
de allí.
Miró hacia mí, entrecerrando los ojos. Tratando de averiguar.
Juntando las piezas faltantes del rompecabezas extendidas justo en
frente de ella.
6
Traducido por Jessibel
Amira
Seguí a Damien dentro de la casa a la que me trajo, tratando de
mantener mis lágrimas a raya. Asustada de que estaba a punto de
dejarme aquí con una mujer extraña y nunca más lo volvería a ver.
No sabía por qué sentí tal apego emocional hacia un hombre que sólo
había acabado de conocer.
Un completo desconocido.
Cuando levantó la pistola a mi cara por segunda vez esta noche,
por una fracción de segundo pensé que realmente iba a matarme.
Pero no lo hizo. Trasladó su arma a la izquierda y apretó el gatillo,
golpeando la pared en su lugar. Presionándome de inmediato para
que escapara por la puerta trasera. Me ordenó a correr al establo tan
rápido como pude y permanecer allí hasta que regresara por mí.
No lo pensé dos veces. Corrí a través del campo abierto que solía
traerme tanta felicidad. Esperando a mi papi para perseguirme y
hacerme cosquillas en el suelo. Pero esos días se han ido. La luz
encendida dentro de mí fue extinguida por el mal. No miré hacia
atrás, hasta que estuve sola en el granero. Viendo el único hogar que
había conocido arder en un montón de cenizas en frente de mis ojos.
Estaba asustada.
Estaba sola.
Odiaba estar sola.
Agarré un martillo y la única linterna que teníamos, sin querer
encender las luces del granero y atraer la atención no deseada. Recogí
mis polluelos preferidos en la cesta de bramante de Mami, utilicé la
escalera para subir y esconderme en el desván. Le di una patada
habitación estaba justo al otro lado del pasillo y podía ir por ella si
necesitaba algo, sin importar la hora. Simplemente asentí de nuevo,
exhausta y abrumada. Sintiendo como si fuera otra persona que ya
había dejado su vida atrás.
Ella me abrazó fuertemente, besando la parte superior de mi
cabeza, y me dio las buenas noches. Dio una última mirada alrededor
de la habitación como si tuviera que hacerlo, luego se fue y utilizó el
baño en el pasillo, solucionando mis asuntos como si se tratara de
cualquier otra noche. Cepillé mis dientes con el cepillo que Rosario
había dejado fuera para mí y enjugué. Evitando el espejo a toda costa.
Abrí un poco la puerta del baño cuando terminé. Asomándome
al pasillo oscuro, todavía no estaba segura de lo que me rodeaba,
antes de hacer mi camino de regreso a mi habitación. Agarré a Yuly
tan duro como pude para mayor comodidad. Tan pronto como entré,
me detuve en seco cuando lo vi. Inmediatamente preguntándome de
dónde venía.
Damien.
Estaba de pie en el centro de la habitación, sosteniendo la cesta
de los polluelos, esperándome. No sé qué se apoderó de mí, pero
suspiré de alivio y corrí hacia él. Lanzando mis brazos alrededor de
sus piernas tan fuerte como pude, sin sentirme tan sola nunca más.
No pude contener las lágrimas por más tiempo. Lloré en sus
pantalones vaqueros, dejando ir hasta la última emoción que todavía
había reprimido dentro de mí.
Él estaba ahí.
Él estaba realmente allí conmigo.
No lo estaba imaginando.
Su brazo se envolvió alrededor de mis hombros, abrazándome
de vuelta. Lo apreté fuerte. Sollozando más duro.
—Shhh... Muñeca. Estoy aquí. Shhh... Está bien, estoy aquí.
En ese momento con él, algo me dijo que por primera vez en su
vida... Él no se sentía tan solo tampoco.
7
Traducido por Jessibel
Damien
Cuatro. Años.
Cuatro malditos años habían pasado desde que me enfrenté a
la realidad brutal de mi maldita vida. El verdadero significado de lo
que el comunismo y nuestro gobierno representaba.
Corrupción.
Salazar destruyó nuestra nación y completamente degeneró el
pueblo cubano. Le molestaba la clase alta, a quien él creyó vender
sus almas a los yanquis capitalistas. Sólo servía a los intereses de los
ricos y oprimió a los pobres. Odiaba todo lo que Estados Unidos
simbolizaba. Sobre todo su forma capitalista e imperialista de la vida.
Excepto que Emilio Salazar era un hombre extremadamente
inteligente y carismático. Él se enfocó primero en los pobres y sin
educación, les garantizó todo gratis. —Yo quería lo que tenía, pero no
quería trabajar para ello —era su lema. Prometiendo a todos la
igualdad, fue la forma en que triunfó en primer lugar. Usando el
hecho de que la población de clase baja era mucho más grande que
las clases medias y altas. Salazar sabía que no conocían nada mejor,
por lo que tomó ventaja. En sus ojos, no era más que el maldito
moderno Robin Hood, tomando a los ricos para dárselo a los pobres.
Todo fue una sarta de mentiras.
Un cuento que le dices a un niño por la noche.
En el momento en que puso un pie en la oficina, todos los ricos,
los profesionales educados huyeron de Cuba. Encontraron refugio en
otros países, incluyendo el lado opuesto. El único país que Emilio
e incluso los colegios, donde creía que los rebeldes estaban vigilando.
Orquesté pelotones de ejecución, arrancando a civiles de la cama en
medio de la noche. Ordenándoles a ponerse enfrentan de la pared
para que pudiera, disparar en sus espalda. Haciendo mucho más
fácil matar a varios traidores a la vez.
Fui testigo y participé en todo.
En algún lugar a lo largo del camino en los últimos cuatro años,
me detuve de sentir, de pensar, de soñar con otra vida. Me convertí
en un ser insensible a todo. Ahora, hice lo que estaba ordenado a
hacer, sin darle un segundo pensamiento.
Llegando a ser tan temido como el propio Salazar.
La parte más jodida de todo esto fue que tomé placer en ello. La
manzana nunca cae lejos del árbol, y yo no era la maldita excepción.
Te sorprenderías de lo que la mente humana era capaz de hacer
cuando no tenía otra opción. Sólo los más fuertes sobrevivieron, y yo
siempre salí con vida.
No sabía que la oscuridad y el mal se ocultaba dentro de mí
hasta que tuve que matar con el fin de prosperar en esta vida. El
control, el poder, los pecados de todo eran tan adictivos como
agobiantes. Consumiendo hasta la última parte de mi ser.
Convirtiéndome en el puto monstruo que me entrenaron ser.
Infligir tortura mental a los prisioneros era una cosa normal.
Una táctica que disfruté participar en mayor parte. Durante la última
semana, había pasado mis mañanas con el preso, Vicente Reyes,
prisionero 95708. Fue condenado a veinte años de cárcel por matar
a un puñado de soldados cubanos. Necesitábamos los nombres de
los hombres que orquestaron el ataque terrorista, y él aún tenía que
darnos siquiera uno.
Asentí con la cabeza a los guardias de la prisión cuando hice mi
camino dentro de la sala de interrogatorios por séptimo día
consecutivo, despidiéndolos. Vicente estaba sentado a la cabecera de
la larga mesa rectangular, colocada en medio de la habitación.
Renunciando a su asiento habitual en el lado en el que había estado
sentado durante nuestros encuentros anteriores. Su mirada cambió
inmediatamente de sus muñecas esposadas a la caja en mis manos.
Esperando.
Su curiosidad era cada vez más evidente con cada minuto que
pasaba. Yo sabía lo que estaba tratando de hacer. Leer el lenguaje
corporal de un sospechoso era un talento que había perfeccionado a
lo largo de los años. Nada se me escapaba. Podía ver la forma en que
su dedo índice de la mano derecha se contrajo ligeramente cada
pocos segundos. Cómo apretó su mandíbula mientras los músculos
de su cuello se tensaron. No importa lo duro que trató de evitarlo,
pude ver su pulso superado rápidamente a partir de la distancia
visible entre nosotros. Vicente quería aparentar ser muy fuerte e
imperturbable, pero podía oler su miedo a una milla de distancia. Sin
embargo, tenía que dar crédito a quien se debe, el hombre tenía
malditas agallas, sentado en paralelo a mí.
Él estaba tratando de retratar nuestro interrogatorio como una
especie de lucha de poder ese día. Estaría mintiendo si dijera que no
estaba jodidamente divertido por su disposición. El hijo de puta no
había cooperado, ni siquiera con la electrocución o la privación de
alimentos durante semanas al mismo tiempo. Haciéndolo morir de
hambre hasta que era todo piel y malditos huesos. Fatigado hasta la
mierda por los golpes diarios, el trabajo duro, y el aislamiento
solitario.
Nada de eso estaba funcionando. Así que decidí llevar un regalo.
Sonreí, colocando la pistola sobre la mesa con el cañón
apuntando directamente a él, estableciendo la caja negra a su lado.
Con indiferencia me desabroché la chaqueta militar antes de tomar
asiento en el lado opuesto de él. Me recosté en mi silla de madera,
poniéndome cómodo. Notando que sus ojos no había vacilado del
paquete, ni siquiera por un segundo. No le hice caso, queriendo
construir la anticipación. Golpear al hijo de puta algunas muescas
antes de entregar mi golpe final.
—¿Qué crees, Vicente? ¿Que ibas a ser un soldado valiente?
¿Acabar con la revolución? ¿Con Salazar? Atentando ir en contra de
tu gobierno, en contra de tu país. En contra de tu propio pueblo...
Matar a los verdaderos soldados que estaban luchando por su
revolución.
No dudó en confesar—: Absolutamente. Lo haría de nuevo, si
tuviera otra oportunidad —espetó con una sádica sonrisa dibujada
en su rostro.
8
Traducido por Jessibel
Amira
Me senté en la repisa de mi rincón de lectura en la sala de estar,
con la espalda contra las cómodas almohadas y Yuly a mi lado.
Fracasando rotundamente en mantener la concentración en la tarea
a mano. Los deberes. Mi mente bailaba de un pensamiento al azar a
otro.
—Amira, mamita, te has sentado junto a la ventana todas las
noches a las cinco en los últimos cuatro años. ¿De verdad crees que
creo que estás estudiando? —preguntó Rosario con humor en su
tono.
Sonreí con dulzura, mirando hacia ella.
—Estoy estudiando, mamá Rosa. Resulta que me gusta
sentarme al sol mientras lo hago.
Ella asintió con indiferencia a la ventana a mi lado, afirmando
lo obvio—: Está lloviendo y sombrío fuera hoy.
—Oh, sí... sabía eso. Esto es sólo mi rutina. Ya sabes cómo soy,
un animal de costumbres. Me gusta que las cosas permanezcan
coherentes y esas cosas. Eso es todo.
Ella arqueó una ceja, ladeando la cabeza hacia un lado.
—Puedo ser vieja, pero no soy estúpida, Amira. Sé que está
esperando a Damien. Estableciste ese como tu lugar desde el primer
día que Damien te trajo a casa. ¿Por qué crees que construyó este
rincón para ti? Él sabe que siempre vas a estar esperando por él. Le
trae consuelo.
Sonreí más amplio. Me trajo consuelo esperar por él también.
Damien construyó el espacio para mí hace tres años, cuando cumplí
ponía de pie con los brazos rectos a los lados y una mirada severa en
el rostro.
Trataba de no reír hasta que imitaba su voz profunda, diciendo
cosas al azar como—: Hola, mi nombre es Damien y camino como si
tuviera un palo en el trasero. No tengo sentido del humor. Y todo lo que
quiero es que Amira estudie, para que tenga la mejor educación y
crezca hasta ser la mujer más inteligente del mundo. Pero ella es más
lista que yo, simplemente no lo he admitido en voz alta todavía.
Mis burlas por lo general terminaban con él haciéndome
cosquillas en el suelo. Utilizando siempre a su favor el hecho de que
él era mucho más grande que yo. Yo lo llamaba abusador, y él me
llamaba mocosa.
Rosario siempre me reprendía por actuar como tonta y
burlarme de Damien, pero pude ver en sus ojos; que en realidad le
gustaba verle reír o sonreír a causa de mis payasadas. Sólo
confirmando lo que supe desde el principio sin tener que preguntarle.
Ella había estado esperando toda su vida por alguien más que ella,
que se preocupara por él lo suficiente como para saber que había algo
más oculto bajo las fatigas, o lo que él pensaba que tenía que ser.
Fuera lo que fuese.
Me exalté cuando oí el golpe de la puerta delantera un poco más
duro de lo habitual. Inmediatamente miré hacia abajo en el
diccionario en mi regazo. Damien quería que conociera varios
idiomas al igual que él. Estaba aprendiendo inglés, francés,
portugués, italiano y español. Pensé que hablaba español
correctamente, así que cuando Damien cortésmente me dijo que no
era la forma correcta o educada de hablar, me avergoncé un poco.
Sabía que él no estaba tratando de herir mis sentimientos, era
consciente de que la escuela a la que asistí en el campo no era ni de
lejos tan hábil como el tutor que contrató para mí. Charo era una de
las más elitistas de Santiago, una dulce mujer mayor que me
recordaba mucho a Rosario. Su pelo siempre estaba recogido en un
moño, con olor a productos recién horneados. Ella estudió en un
internado de Europea. Un lugar donde vivían las monjas, ella lo
llamaba un monasterio.
Damien era muy intenso acerca de mis estudios, siempre
expresando lo importante que era para mí tener la mejor educación.
9
Traducido por Jessibel
Amira
Cuando entré por las puertas giratorias, él estaba de pie en
frente de la estufa, de espaldas a mí.
No vacilé.
—¿Hey, tout va bien? —Le pregunté en francés—: Hola, ¿está
todo bien? —Traté de mantener nuestra calmada rutina normal.
Esperando en silencio hacerlo sonreír, sabiendo que le encantaba
cuando le mostré lo mucho que estaba perfeccionando otro idioma.
—Amira, ¿cuántas veces tengo que decirte que no dejes la
maldita estufa encendida? —espetó en un tono que nunca había
utilizado conmigo antes.
Hice una mueca, completamente sorprendida por su
comportamiento.
—No lo hice... mamá Rosa lo hizo. Ella fue…
—¡Me importa un carajo dónde se fue! —Él golpeó la cuchara de
madera en el mostrador, causando que su espalda se tensase y sus
músculos se contrajeran.
Mis ojos se abrieron, y mi cuerpo se sacudió de nuevo. Aturdida
por el drástico giro de los acontecimientos con su dominante y
exigente presencia controladora cerniéndose sobre la estufa.
—Cuando te digo que hagas algo, espero que me escuches —
ordenó en un tono misterioso, haciendo a mis labios temblar y mi
cuerpo tensarse.
Asentí con la cabeza.
—Yo... yo... yo lo hago. Yo siemp…
y juegas con todas tus malditas muñecas preciosas por las que he
pagado?
Tiró mi nueva muñeca a mis pies, y no pude aguantar más.
—¡Oh Dios mío! ¿Quién eres? —Espeté, aunque ya sabía la
respuesta.
Su mirada se encontró con la mía, finalmente, a excepción de
que no eran los ojos amables que me miraban.
Ellos no estaban familiarizados.
No eran reconfortantes.
Ellos. No. Eran. Damien.
No sólo lo estaba imaginando. No era producto de mi mente.
Nunca había visto esta mirada antes, al menos no en él. Eran oscuros
e intimidantes, vacíos y maléficos. Sólo me recordó al hombre que
tomó mi vida lejos.
El monstruo…
—Mejor aún —agregó, ladeando la cabeza hacia un lado.
Entrecerró su mirada desviada hacia mí—. ¿Por qué no vas a correr
y esconderte? Eso parece ser lo único para lo que eres buena.
El golpe contundente de sus palabras casi me golpeó en el suelo,
sentí que no podía respirar.
Sin aliento por sus acciones.
Asfixiada de sus palabras.
Todo el aire de mis pulmones dejó de existir, emanando dolor.
—Lo sien...
—¡Ahora!
Lo hice.
Me encontré en la emoción pura y el terror, incapaz de alejarme
de él lo suficientemente rápido. Tratando de buscar refugio en
cualquier lugar que pude. Ni siquiera me di cuenta cuando estaba
corriendo hasta que intenté abrir la puerta principal. Sólo para que
inesperadamente se cerrara de golpe desde detrás de mí.
—Amira...
10
Traducido por Jessibel
Damien
—Ricardo y sus hombres debería estar aquí pronto. ¿Estás
listo? —preguntó Emilio, mientras tomaba mi asiento junto a él en la
mesa de conferencias.
Estábamos a punto de tener una importante reunión en uno de
los almacenes más agradables que Salazar poseía en el centro de
Santiago. Emilio tenía sus malditas sucias manos en todo, desde
armas de fuego, drogas, prostitución. Cuando se trataba de Emilio
Salazar, no había nada que no poseyera u operara. Él lo sabía todo,
pero se quedó escondido tras bastidores, orquestando la mierda ilegal
como el titiritero que era. Transportando drogas en cada país con
algunos de los criminales más buscados en todo el mundo. Las
posibles barreras del idioma no importaban. Tan pronto como Emilio
lanzó un fajo de billetes sobre la mesa, de repente todos se entendían
entre sí.
La policía, los abogados, la ley en general, eran una broma.
Eran trozos de papel con el que podrían limpiarse el trasero. Todos
eran turbios como la mierda, metidos en el bolsillo de atrás
exactamente donde les quería. Era la mierda de poca monta en que
se involucró sólo para su disfrute. Otra cosa para pasar su tiempo.
Simplemente asentí.
—Él es un viejo colega mío, ya sabes. Esta es la primera vez que
vamos a hacer negocios en más de cuarenta años. Él vive en
Colombia ahora, y tiene vínculos con todas las personas importantes
de allí. Esto es muy importante para nosotros. ¿Me entiendes?
es esa cara de niño bonito que hace que las mujeres se mojen cuando
te ven llegar... literalmente. Tu reputación te precede, sin embargo.
Ella se puso a horcajadas sobre mi regazo. Moliendo su sexo en
mi miembro al ritmo de la música house. —Puede que sea nueva,
pero por lo que he oído, coges como un hombre de verdad. Soy Lola,
por cierto.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, algo que
Emilio me dijo una vez pasó por mi mente. —Sabía que tu primer
contacto con una mujer te enseñaría a coger como un hombre de
verdad. Aprovechando el dominio que sabía que estaba dormido en ti
durante tanto tiempo. Como te dije antes, a las mujeres siempre les
gusta eso.
No estaba equivocado.
Estar con Teresa me enseñó una cosa y una cosa sola.
Control.
Mi primera vez, dada la jodida situación, no terminó mi deseo
por ello. En todo caso, lo hizo peor. Prosperé en el control tanto como
lo hice en otra cosa. Dentro y fuera de la habitación.
Era sólo quien ahora era.
No sabía cómo carajos coger de cualquier otra manera. Tenía
que dominar en el sexo. Colocándolas donde quería, como quería.
Dictando los movimientos de sus caderas mientras cabalgaban mi
pene, duro y rápido. No hubo besos o dormidas fuera de casa, las
cogí y las hice cogerme. Cuanto más rudo, mejor. Les ordené
mantener la boca cerrada, sin decir ni una palabra sin mi permiso.
Llámalo como quieras, pero era la única manera de que pudiera
evitar ver las imágenes de Teresa. Revivir lo que me vi obligado a
hacer con ella esa noche, todo de nuevo.
No siempre fue sobre mí, sin embargo. Siempre las hacía llegar
al orgasmo, lo cual era probablemente otra de las razones por lo que
me deseaban tanto. No muchos hombres se preocupaban por las
necesidades de la mujer. Sus mentes estaban fijas en el hecho de que
eran prostitutas por una razón.
Especialmente los hombres como yo.
—Te deseo —exhaló, inclinándose para besarme.
11
Traducido por Jessibel
Damien
En el momento en que entré en mi apartamento, era poco más
de las diez de la noche. Había pasado el resto del día penetrando
todos los agujeros de la rubia en la casa de citas. Esperando
enmascarar tomando toda la mierda que ocupaba mi mente. Estaba
emocionalmente agotado, mental y físicamente.
Estaba jodidamente terminado.
Al menos por esta noche.
Mis pies se movían por su propia voluntad a la terraza que daba
al mar. Ansiando el aire fresco, anhelando la tranquilidad que
proporcionó generalmente para mí. Me pasaba horas en la terraza o
en la playa, viendo y escuchando la suave calma de las olas
rompiendo en la orilla. Dando la bienvenida a la cálida brisa salada
saliendo desde el agua. Siempre tuve una manera de calmar mis
nervios, no importa lo que estaba sintiendo, o por lo que pasé, y algo
me dijo que esta noche no sería nada diferente. Me quité la chaqueta,
la puse encima de la barandilla, y enrollé mis mangas. Descansando
los antebrazos en la barra de acero. Tratando de evitar pensar en
todo lo que había sucedido en las últimas trece horas, pero fallando
miserablemente en hacerlo.
Mi mente vagaba sin rumbo mientras tomaba el aire de la noche
y el cielo oscuro. Hipnotizado por los edificios de gran altura que se
alineaban en la orilla, las luces que iluminan las calles, y los coches
conduciendo a lo lejos. Dándome cuenta de cada detalle, necesitando
bajar la adrenalina que siempre me daba el matar a los hombres y
—Ay, Muñeca...
—¿Qué? —Ella se volvió hacia mí—. Sabes que no me gusta
dormir sola, Damien. Tú alejas a los monstruos. Además, no necesito
todas esas mantas de mierda que me dan comezón, que Rosario tiene,
tú eres como una manta de calentamiento. Sólo extendida a tu lado,
soy agradable y cálida.
—Amira, no puedes decir cosas así.
Ella arqueó una ceja, rascándose la cabeza.
—No puedo decir cosas así, ¿qué?
—Así —afirmé, apuntando a ella—. Definitivamente no puedes
jurar. Rosario va a lavar tu boca con jabón. Confía en mí, intentó
muchas veces conmigo.
—Entonces, ¿por qué todavía las utilizas?
—Porque soy un hombre —indiqué simplemente—. Eres
demasiado dulce y joven para decir cosas vulgares. Vas a ser una
dama. No quiero oírte jurar de nuevo. ¿Me entiendes?
—Entonces, tal vez no deberías enseñarme tus malos hábitos. —
Ella giró bruscamente, volteando su largo cabello castaño sobre su
hombro, y salió a la terraza—. ¡Tu apartamento es con vistas al mar!
¡Nunca me iré! ¿Recuerdas, Damien? ¿Como te conté que quería tener
una casa como esta también? ¡Al igual que la Sirenita! —exclamó con
entusiasmo, saltando hacia arriba y abajo.
Me apoyé en la puerta de cristal, cruzando los brazos sobre el
pecho, moviendo la cabeza. No podía dejar de estar divertido por su
forma sutil de cambiar de tema.
—Lo recuerdo, Amira. —Y lo hice, fue la única razón por la que
conseguí este lugar—. ¿Qué si vamos a nadar? Rosario trajo un par de
trajes de baño para ti.
Ella suspiró, inclinando la cabeza.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—No sé nadar.
—Bueno, por suerte para ti, lo hago y puedo enseñarte —la
tranquilicé, extendiendo mi mano para que ella la tomara—. Venga.
Serás una sirena en poco tiempo.
Nunca esperé que quien estaba de pie allí lista para la batalla,
al instante vino en mi defensa. Casi golpeando en mi trasero. Debería
haber sabido mejor, pero una vez más...
No lo hice.
Nunca lo hice cuando se trataba de ella.
12
Traducido por Jessibel
Amira
Me quedé de pie allí congelada, dándome cuenta
inmediatamente de lo que acababa de hacer. Revelando mi identidad,
por la que Damien trabajó tan duro para mantener fuera del radar, y
posiblemente poniendo en peligro ambas vidas. Reconocí al hombre
mayor al instante. Él fue el que tomó parte en golpear brutalmente a
mi papi aquella noche hace cinco años. Su cara todavía me perseguía
en mis pesadillas hasta hoy. Excepto que ahora sabía quién era, el
padre de Damien. Ahora podía ver la familiaridad en sus ojos. Los
mismos ojos que contenían todas las verdades de mi salvador. Me
reconoció al instante, el choque era evidente en su rostro. Él me
miraba como si hubiera visto un fantasma.
Dio un paso hacia mí, con la mano extendida como si iba a tocar
mi cara para asegurarse de que era real.
—Tú eres...
Damien de repente apareció de la nada, empujando rudamente
a su padre lejos de mí tan fuerte como pudo. Escudando mi cuerpo
detrás de él.
—Ni siquiera pienses en ello, hijo de puta. No me pruebes —
amenazó, sosteniendo su mano enfrente de él. Su advertencia fue
fuerte y clara.
Mis ojos se abrieron y tragué el nudo en mi garganta, siendo
testigo del otro lado del hombre que yo creía que conocía, por primera
vez en la historia. Había algo depredador sobre la forma en que me
estaba protegiendo con un brazo envuelto alrededor de mi torso, y su
ella? ¿Qué pasa con tu futura esposa? ¿Tus niños? ¿Tienes alguna
idea de la vida que va a tener sin ti?
Me estremecí de vuelta, nunca consideré cualquiera de estas
preguntas. Habíamos estado viviendo en nuestro pequeño mundo, en
el que pensé que volvería a alojarme siempre. Ni una sola vez pensé
que la realidad podría rasgar eso de mí. De nuevo. Miré a Damien
para encontrar refugio en su mirada, como lo había hecho tantas
veces antes. Sus ojos se mantuvieron neutrales. No había
absolutamente ningún cambio en la compostura, lo que hizo que me
preguntara si ya había considerado todas esas preguntas.
—A diferencia de ti, viejo. Protejo lo que es jodidamente mío.
Nada va a pasar con ella y si alguien, cualquiera, tanto como intente
—Damien previno, sacando su arma fuera de la parte posterior de su
uniforme y apuntó al corazón de su padre—, no dudaré en tirar del
puto gatillo —hizo una pausa, dejando que sus palabras
penetraran—. ¿Está claro?
Mi estómago estaba hecho nudos, batiendo con cada tic del
reloj. Sabía que Damien llevaba varias armas de fuego, nunca fue
reservado sobre sus armas. Pero tenía la esperanza de que nunca le
vería señalando a otro ser humano de nuevo. Especialmente su
propia carne y sangre.
Su padre asintió, mirándome. Sintiendo mi ansiedad irradiando
de mi piel.
—Quiero oírte decir las palabras, papá —Damien ordenó, sin
apartar los ojos del hombre delante de él. Aunque sabía que sentía
mi ansiedad también—. No lo pediré de nuevo.
Su mano no se apartó del lado de mi estómago. Su calloso
pulgar tocaba arriba y abajo en mi piel expuesta desde donde mi
camiseta se elevó hacia arriba, dejando la piel de gallina a su paso.
Encendiendo un sentimiento extraño dentro de mi núcleo y un
escalofrío corrió por mi espalda, pero tan rápido como vino, se había
ido. Como si se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se detuvo.
Al principio, pensé que era para aliviar mi preocupación,
proporcionando toda la comodidad que podía.
Aunque ahora, no estaba tan segura.
mí. ¿Crees que puedas hacer eso? —Agregó, haciendo que me sintiera
peor.
Asentí. Asustada de que si hablaba mi voz me traicionaría. Lo
enojaría aún más. Él estaba tratando desesperadamente de no perder
los estribos ante mí otra vez, pero esta vez yo quería. Me di cuenta
en ese mismo momento que me gustaría tener su enojo a su silencio,
cualquier día. Lo vi darme la espalda y caminó erguido hacia su
habitación, cerrando la puerta detrás de él. Se llevó todo dentro de
mí para no correr hacia él. Había sido mi única estabilidad durante
tantos años, que había olvidado valerme por mí misma y no tener el
refugio que siempre me proporcionó.
Me tumbé en el sofá, escuchando la ducha de su baño principal
mientras miraba hacia las puertas del balcón. Esperando que el
sonido del agua y la serenidad del cielo de la noche aliviaría mi mente
inestable. Mis ojos comenzaron el aleteo y lo siguiente que supe es
que debí quedarme dormida.
—¡Amira, corre más rápido! ¡Eres tan lenta! —Gritó Teresa,
corriendo delante de mí.
—¡Soy yo! ¡Soy yo, Teresa! ¡Pero eres demasiado rápida! ¡No
puedo alcanzarte! ¡Ve más despacio! —Grité, tratando de llegar a ella.
—¡No voy a reducir la velocidad, que tortuga! ¡Vamos! —Rió, a
punto de quedarse en nuestra casa.
Los vi antes que ella.
Los monstruos.
—¡NO! Teresa! ¡No corras allí! ¡Por favor, no corras allí! ¡Ellos
están ahí! ¡Puedo verlos! ¡Por favor! —Le supliqué desde la distancia.
Mi voz sonaba tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Hizo eco a
mi alrededor, por lo fue difícil saber si ella me oyó o no. Parpadeé y
estaba de vuelta en el armario cuando tenía nueve años de edad,
excepto que esta vez todo el mundo podía ver dónde estaba escondida.
Todos ellos estaban mirando en mi dirección.
Los brazos de mi familia estaban extendidos hacia mí, mientras
que los monstruos se quedaron allí y rieron.
—Vamos, Amira. No te escondas como lo hacía antes. Ven a estar
con tu familia. Te extrañamos —Teresa susurró en un tono misterioso.
niña. No sabes lo que estás hablando. No hagas que parezca algo que
no soy. Estoy lejos de ser una maldita víctima. No me conoces, Amira.
Si fuera así, no estarías aquí ahora.
—Eso es una mentira de mierda, y lo sabes —expresé con
honestidad, insultándolo por primera vez. Necesitaba conseguir mi
punto de vista.
Se dio la vuelta, apoyando la espalda contra la barandilla.
Cruzando los brazos sobre el pecho con una mirada severa en su
rostro.
—¡Oh! Así que eso es lo que consigue una reacción. Necesito
empezar a jurar más a menudo.
—No me pongas a prueba, Amira. Confía en mí, no te gustará el
resultado.
Tuve el repentino deseo de burlarme de sus tensas palabras en
ese momento, sólo para conseguir que siguiera adelante con esa
amenaza. Queriendo sentir su tacto que era como un hogar para mí.
Pero decidí que ahora no era el momento. Lo sacudí, ganando una
pequeña sonrisa que escapó de sus labios. Él sabía lo que estaba
pensando. Me persuadió para seguir adelante.
—No me importa lo que afirmes. Te conozco, Damien. Puede que
no sepa lo que haces todos los días, pero a quién le importa. Ni
siquiera sé lo que mamá Rosa hace todos los días. Eso no quiere decir
que la conozco menos de lo que te conozco. Puede que sea joven, pero
no soy una niña. Tendré quince en menos de seis meses. Seguro que
suena como una niña para ti, pero eso es sólo porque eres viejo —
bromeé, sabiendo que conseguiría provocarlo. Tenía sólo veintitrés
años.
Se burló dejando escapar una carcajada.
—Conozco al hombre que está aquí. —Puse mi mano sobre su
corazón—. El chico que eres cuando estás conmigo, y eso es todo lo
que importa y esa es la realidad de nuestra amistad. Así que por favor
deja de alejarme. No tengo miedo de ti, Damien. Nunca lo he tenido.
Definitivamente no voy a empezar a rehuir de ti ahora.
—¿Porqué estás aquí, muñeca? —preguntó de la nada,
cambiando de tema. Removiendo mi mano de su pecho. Estaría
13
Traducido por Jessibel
Damien
—Será mejor que no me estés jodiendo. Esta es una situación
de vida o muerte —dije por teléfono, caminando hacia el muelle.
—Tienes mi palabra —él respondió.
—Tu palabra significa una mierda para mí.
—Mi palabra es todo lo que tengo. No me meto con mujeres o
niños, y no tengo ganas de empezar ahora.
—Así que, ¿el diablo tiene un corazón?
Ignoró completamente mi declaración, continuó—: Álvaro usará
una camisa blanca, pantalones vaqueros, una gorra de béisbol, y una
maldita sonrisa. También tendrá un periódico en la mano. Estaré en
contacto.
—¡Espera! —Enfaticé, sabiendo que estaba a punto de colgar—. Sólo
quería decir gracias... por todo.
—No me des las gracias todavía. Ella no está todavía fuera de
peligro. —Con eso, colgó.
Puse mi teléfono celular en el bolsillo de atrás, llegando al
muelle de Ciudad Mar. Buscando al hombre que él sólo había
descrito hace unos segundos. No pasé mucho tiempo para detectarlo
en el muelle. Estaba apoyado contra un poste de amarre, en realidad
leyendo el maldito periódico.
—¿Álvaro, supongo?
Miró por encima del papel y asintió. Observándome de arriba
abajo, dándose cuenta de mi apariencia.
14
Traducido por Jessibel
Damien
Di la vuelta al mismo tiempo, listo para agarrarla y tirarla sobre
mi maldito hombro si ella trataba de correr. Su mirada aterrorizada
pasó de la embarcación hacia mí y de regreso al barco, por lo que
muchas veces pude apenas mantener el ritmo. Ella no podía decidir
lo que quería ver más.
El barco que iba a llevársela.
O el hombre que la hacía irse en él.
—Muñeca...
—Por favor, no hagas esto —gritó ella, con los ojos llenos de
lágrimas—. Por favor, Damien, te lo ruego. Por favor, no hagas esto.
—Ella sonaba como la niña en pánico que me encontré por primera
vez hace casi seis años.
Rompiendo mi puto corazón oscuro, sin alma.
—Prometo escuchar todo lo que me digas y me ordenes hacer.
Juro que dejaré las burlas. Voy a parar de despertarte en medio de
la noche. Voy a hacer todo lo necesario para que no me envíes lejos
—declaró ella, con la voz profusamente entrecortada. Jadeando por
su próximo aliento.
Me sorprendió que ella logró sacar todo. Las lágrimas
escapaban de sus ojos, cayendo por los lados de su cara, destrozada.
Alimentando la guerra entre lo que era correcto y lo que estaba mal.
Mi corazón luchaba contra mi mente, cuando todo lo que quería
hacer era protegerla.
en peligro también. ¡Por favor, Damien! ¡No puedo hacer esto sin ti!
¡No puedo vivir sin ti! —Repitió, haciendo que llegara dentro de mi
núcleo.
Donde podría vivir eternamente junto con el odio que ya tenía
para mí por todo lo que yo le había costado.
No estaba ni un poco sorprendido por las palabras que cayeron
de sus labios temblorosos. Francamente, me lo esperaba. Estaba más
sorprendido porque tomó su tiempo en decirlo. Pensé que habría sido
una de las primeras cosas que salieran de su boca.
—No puedo ir contigo —dije simplemente, acariciando
suavemente la mejilla con el pulgar. Necesitando sentir su piel contra
mis dedos callosos, aunque fuera sólo por un segundo. La
necesitaba, y era la única manera que podía tenerla. Ella se apoyó en
mi abrazo—. No puedo protegerte más, no todo el tiempo que estés
bajo mi cuidado. Lo siento. Lo siento jodidamente tanto. Pero mi vida
está aquí. Sin ti.
—Bueno, mi vida es contigo, Damien. Podríamos empezar de
nuevo. Donde nadie sabe que estamos. Podríamos ser quien
queremos ser. No hay pasado, no hay secretos. Una vida real…
juntos.
Cada palabra que dijo entró por un oído y salió por el otro. Por
muy tentador que pudo haber sonado, no había una oportunidad en
el infierno que podía darle lo que quería. O necesitaba. No en esta
vida, a pesar de que era el mundo que siempre he querido.
—Es momento para que te vayas.
Ella frunció el ceño, inclinando la cabeza en derrota. Sintiendo
como si yo estaba haciendo nada más que rechazarla. Lo cual no
podría haber estado más lejos de la verdad. Mi mano temblaba de su
estremecimiento tan jodidamente duro, al menos eso es lo que me
dije.
—¿Dónde? ¿A dónde voy a ir?
—La lancha te va a transportar a los cayos de Key West, Florida.
Habrá una furgoneta negra esperando sólo por ti, listo para llevarte
a Miami. Te llevará de manera segura a una iglesia donde hay una
familia amorosa esperando para recibirte. Tienen una bonita casa,
dos hijos, un maldito perro. Todos los gastos serán atendidos. He
15
Traducido por Jessibel
Amira
Me senté en la cama, dándome cuenta de mi entorno. Desde los
cuadros de las paredes, el edredón debajo de mí, los muebles oscuros
que se alineaban en la habitación. Mis ojos no podían concentrarse
en una sola cosa por mucho tiempo, dolía demasiado. No sé cuánto
tiempo pasé allí en ese mismo lugar, hundiéndome más y más en el
colchón, incapaz de moverme. Congelada en el lugar.
Lo amaba.
Lo odiaba.
Dos sentimientos contradictorios que mi corazón no podía
soportar. Sobre todo lo amaba todavía, pero quería odiarlo aún más.
Me abracé con mis brazos alrededor de mi torso, temblando de
frío, o tal vez era por mi corazón estar en pedazos. La ausencia de su
calor que me trajo tanta seguridad había desaparecido. Me senté allí
en estado de conmoción, tratando de conseguir entender en mi
cabeza por qué me hizo esto, a nosotros. ¿Por qué consideró que fue
la mejor decisión para mí? Como si yo era todavía una niña y no podía
pensar por mí misma. Sentía cada emoción y algo más, sentada en
el cuarto oscuro. Parecía tan extraño, tan desconocido o tal vez era
sólo yo. Sintiendo como si tuviera años y años de edad en un corto
período de tiempo.
¿Qué iba a hacer ahora?
Estaba perdida, sin saber qué lado estaba arriba, abajo, a la
izquierda o derecha. Estaba confundida y desorientada en medio de
mis propios pensamientos. Una vez más, el santuario en mi mente
En ese momento.
En ese minuto.
Lo besé.
A pesar de que no tenía ninguna experiencia, conocimiento, ni
nada de lo que estaba haciendo. No pude evitarlo. Tenía que sentir
sus labios sobre los míos. Tenía que mostrar, demostrar que me
amaba tanto como yo. Él estaba demasiado temeroso de pensar, de
sentir, de actuar, así que lo hice por él. Queriendo que finalmente me
viera como la joven que era, y no la niña que salvó.
No necesitaba salvarme más.
Él lo hizo.
En el momento que separé mis labios, él rudamente agarró mi
pelo por el rincón de mi cuello. Crudamente tiró de mi cabeza hacia
atrás y fuera de su boca. Jadeé, sintiendo la intrusión en mi cuero
cabelludo en una sensación celestial y pecaminosa. Mi pecho subía
y bajaba mientras miraba fijamente a sus ojos oscuros y dilatados,
de una manera fascinante. Cautivando hasta la última parte de mí,
desde la cabeza hasta las punta de los pies, y todo lo que estaba
haciendo era mirarme. Aferrándose a mi centro de la manera exacta
en que estaba agarrando mi pelo. No me moví ni una pulgada.
Aterrorizada de que si lo hacía, él se detendría y nunca llegaría a
experimentar que me mirase así de nuevo.
—Por favor —jadeé por no sé qué.
Provocando. Tentándole. Rompiéndolo.
Y entonces lo vi.
Claro como el agua.
La cuerda delgada de la que habló minutos atrás, se rompió.
Fue ruidoso.
Fue caótico.
Era todo lo que alguna vez quise.
Él.
Gruñó desde lo profundo de su pecho, chocando su boca con la
mía. Agarrando el lado de mi cara con las manos, mordiendo mi labio
Quería que nos amoldara en una sola persona, para siempre, una
parte de uno al otro. Mi cuerpo se curvó en el suyo mientras mi
lengua inexperta empujó en su boca, causando que gimiera al sentir
mi sabor. Intenté seguir todas y cada una de las iniciativas que me
estaba dando. Orando para hacerle justicia, teniendo el mismo efecto
en él que tenía en mí.
—Damien… —gemí, causando que se alejara simultáneamente.
Él soltó mis muñecas, y gemí por la pérdida de su calor,
mientras colocó sus manos a los lados de mi cara. Enjaulada con sus
brazos, todo se sentía bien y no quería salir. Él se mantuvo por
encima de mí, jadeando en busca de aire. Ambos de nosotros
tratando de encontrar nuestro rumbo. No quería abrir los ojos,
aterrada de que esto sería una ilusión de mi mente enferma de amor.
No fue hasta que finalmente los abrí que vi lo que necesitaba tan
urgentemente ver.
Amor.
Su amor por mí.
Tan rápido como lo vi, se dio la vuelta y se fue. Plenamente
consciente de que bajó la guardia, dejándome entrar. Por primera vez
en su vida, yo lo controlé. Aunque fuera sólo por unos minutos.
Petrificándolo más de lo que nada lo había hecho en mucho
tiempo.
Él era mío.
Y siempre había sabido eso...
16
Traducido por Jessibel
Amira
Después de nuestro beso, se fue. No sentí la necesidad de
seguirlo, sobre todo porque sabía que una parte de mí todavía
persistía en su boca. Solo me acosté de nuevo en su cama, me puse
cómoda, frotando sin cesar mis dedos por los labios hinchados.
Saboreándolo todo de nuevo, y ni siquiera él estaba allí. Pensé en
Damien de una manera que nunca hice antes, y puso una sonrisa en
mi cara. Un tipo diferente de sonrisa. En ese momento, me sentí
mayor. Más madura en mi piel de quince años de edad. Era
sorprendente cómo un beso podría cambiar al instante a una chica,
y yo no era una excepción.
El sonido de los pasos de Damien al final del pasillo, de vuelta
a su habitación, me sacó de mis deseables pensamientos placenteros.
Al instante me di la vuelta sobre mi lado, poniendo la espalda hacia
la puerta. Fingiendo que estaba durmiendo. Le oí arrastrando los
pies, abriendo y cerrando cajones. Haciendo su camino hacia el
cuarto de baño y encendiendo la ducha. Había algo malicioso sobre
saber que Damien estaba a pocos pies de distancia desnudo,
vulnerable y expuesto. La sensación envió un cosquilleo a todo tipo
de lugares inexplorados en mi cuerpo, mente y alma. Me emocionó,
llenando mi mente con pensamientos que nunca consideré antes de
esa noche.
La puerta del baño se abrió minutos más tarde, y Damien salió
llenando el espacio con vapor y su masculino aroma fresco. Cerró
todas las persianas y cortinas, asegurándose de que el amanecer de
la madrugada desapareció, y posiblemente, el mundo también.
17
Traducido por Jessibel
Damien
Entré en la casa de Rosario con mi chica, Evita, aferrada a mi
brazo. Nerviosa, jugueteando con un mechón de pelo rubio. Fue la
primera vez que estaba introduciendo una mujer a mi familia. Entre
ella y Rosario montando constantemente en mi trasero, con ganas de
conocerse una a otra durante el último año y medio, no tenía más
remedio que finalmente ceder. A pesar de que era la última maldita
cosa que quería hacer. No me malinterpreten, me encantaba Evita,
ella era dulce, divertida, humilde. Por no mencionar, que era
jodidamente preciosa. Era cinco pies y seis de estatura y tenía largas
piernas.
El problema reside en no querer hacer daño a Amira más. Ya
había hecho lo suficiente de eso para toda la vida. Desde la noche en
que entró cuando estaba con Evita hace más de un año, Amira
oficialmente retrocedió. Ella dejó de llamar, de visitar, y preguntar a
Rosario por mí. Cada vez que había llegado a visitar, ella ni siquiera
estaba alrededor, o no salía de su habitación. Cuando lo hizo, era
como si yo no estuviera allí. Ya no era el centro de su mundo, y no
tenía nadie a quien culpar sino a mí mismo.
Sólo había una cosa que quedó jodidamente claro después de
que ella se bajó del barco, hace más de dos años. La única manera
de poder protegerla era permanecer jodidamente lejos de ella. Estaba
más segura sin mí constantemente en su vida, fantaseando acerca
de mí en situaciones que nunca ocurrirían en la realidad. No había
manera en el infierno que podríamos estar juntos. Mi vida giraba en
torno a Emilio Salazar, y traté durante demasiado tiempo para hacer
No pude.
No es que no traté. Era algo que siempre será una parte de mí,
no importa lo mucho que quería dejarlo a un lado. A Evita le
encantaba cuando la tomaba, la dominaba, controlaba hasta la
última parte de su cuerpo, mente y alma. Así que no fue un problema.
Al menos no para ella.
—¡Damien! ¡Ahí estás! Tarde como siempre —Rosario saludó
cuando nos vio entrar en la sala de estar, tirando de mí en un abrazo
apretado.
La besé en la mejilla, retrocediendo. Evita se apretó alrededor
de mi brazo. Apartando el pelo en mi cara, anuncié—: Rosario, esta
es...
—Sé quién es —interrumpió ella, agarrando los hombros de
Evita para echar un buen vistazo en ella. Gracias a Dios, le advertí
que Rosario era como mi madre y ella era tan cariñosa como vieron—. He
oído hablar mucho de ti, Evita. Eres tan hermosa como sabía que
serías.
—Muchas gracias. He oído mucho de ti también. Es tan
maravilloso conocerte por fin —respondió Evita, besando la mejilla
de Rosario.
—Tenemos mucho para ponernos al día. He estado preguntando
a Damien durante meses para lograr que te trajera, pero lo conoces...
es terco como una mula.
Evita sonrió, mirando por encima de mí.
—¿Así que no soy la única que piensa eso?
La miré fijamente, haciendo que ambos sonriéramos. Tratando
de enmascarar el deseo de mirar al alrededor por Amira, en silencio
esperando que ella no estuviera aquí, pero al mismo tiempo,
deseando que sí lo hiciera. Ni siquiera podía recordar la última vez
que la vi. Pasé por su decimoséptimo cumpleaños, pero ella estaba
por ningún lado. Como si supiera que iba a venir.
Eternamente sintiéndome también.
—Sé que Damien dijo de no hacer una gran cosa acerca de tu
llegada, Evita, pero lo siento... no me pude resistir. Invité a algunos
amigos, puede que tenga un cerdo en el horno, y hay posiblemente
Se había ido.
18
Traducido por Jessibel
Damien
Nos quedamos allí perdidos en el tiempo, atrapados en la
mirada del uno al otro por lo que pareció toda una vida. Necesitaba
reaccionar, pero no podía apartar los ojos de ella. Había madurado
mucho desde la última vez que la vi. Estaba casi irreconocible. Ya no
era una niña, sino una mujer. Mis botas estaban pegadas en el
espacio donde estaba de pie, mientras el caos estalló a nuestro
alrededor.
Y no estaba hablando de la celebración.
De mi control...
Pasó mucho tiempo desde que desapareció.
—Amira —gritó Rosario, haciendo que todos giraran a mirarla.
Ella fue la primera en romper nuestro trance, como un estado
de la mente, sacudiendo la cabeza cuando Rosario corrió hacia ella.
—Hola, mamá Rosa.
—Mamita, ¿está bien…?
—Por supuesto —ella respiró, falsamente sonriendo—. Sólo
pensé en pasar a saludar a todo el mundo en mi camino al cine. Por
el ruido, supongo que hice bien. —Ella devolvió su mirada sobre
nosotros, y fue sólo entonces que me di cuenta de que Evita estaba
en mis brazos, mirando a Amira. Haciendo la situación aún más
difícil.
—¡He oído que las felicitaciones están a la orden! —Ella se
convenció, caminando hacia nosotros.
19
Traducido por Jessibel
Damien
Levanté a Evita, llevándola por encima del umbral de nuestra
suite de luna de miel.
—¡Damien! ¡Bájame! —Rió ella, disfrutando cada segundo de
nuestro sagrado día.
Nos casamos a las seis de la tarde en la catedral de San
Cristóbal, La Habana. Donde no podrían haber estado más de veinte
personas en la asistencia. Emilio y Rosario fueron, por supuesto,
sentados frente y al centro en el lado del novio para la boda. Mi padre
estaba en guardia con Pedro y algunos otros en las entradas, para mi
desaprobación. No invité al maldito bastardo. Entre los invitados se
encontraban algunos conocidos míos de la escuela que hice a lo largo
de casi seis años. El lado de la novia incluía algunos de los amigos
de Evita y algunos otros visitantes aleatorios. El resto de los bancos
estaban ocupados con los colegas de Emilio, quien insistió que
necesitaba ser invitado a las tácticas de negociación. Como mi boda
se convirtió en un debate político estaba más allá de mí.
Durante la ceremonia, mis ojos cambiaron al primer banco.
Esperando a que la única persona que realmente quería apareciera.
Aunque sabía que no podía estar allí por razones obvias, algo me dijo
que no habría llegado incluso si hubiera podido. No había visto a
Amira desde la última vez que ella se alejó de mí, hace más de un
año. Respetaba su petición y oficialmente la dejé ir. Mantuve las
distancias a toda costa, pero continué asegurándome de que se
quedó fuera del radar de Emilio. Todavía visitaba a Rosario de vez en
cuando, para ponerme al día con ella. Haciendo todo lo posible por
evitar los momentos en los que Amira fue alrededor cada vez que me
presenté. Dejé de preguntar por ella después de unos pocos meses,
sin tener idea de lo que iba a hacer, aparte de que ella todavía vivía
con Rosario, y por lo que yo sabía, no tenía ninguna intención de
mudarse. A pesar de que había pasado más de medio año desde que
legalmente se convirtió en un adulto, cumpliendo los dieciocho años.
Ella nunca estaba lejos de mi mente, y sabía que nunca estaría.
Un día, mientras hacía compras, no pude evitarlo, le compré una
muñeca como en los viejos tiempos con una tarjeta en su cumpleaños
que decía: Esto me recuerda a tiempos mejores. Feliz cumpleaños,
Muñeca. Ella nunca contestó, no es que esperaba que lo hiciera.
No podía creer que tenía casi veintiocho años de edad y estaba
casado con una mujer que se había convertido en una parte muy
importante de mi vida. Tiré a mi nueva novia en la cama, flotando
por encima de ella. Ella me observó con una mirada codiciosa cuando
me quité la chaqueta y aflojé mi corbata. Lanzando ambos a la cama
junto a ella. Ella agarró la larga pieza de seda que acababa de
eliminar, extendiéndola delante de ella y arqueando una ceja. Sus
ojos siguieron el movimiento de mis manos mientras me
desabrochaba la camisa de vestir, tirando de ella hacia fuera de mis
pantalones para abrirla. Puse mis manos en los bolsillos, no estaba
listo para darle lo que ella quería.
Al menos, no hasta que rogó por ello.
—¿Quién dijo que yo era tuyo? —pregunté, sonriendo.
—Pensé que lo tuyo es mío ahora. ¿No es esa la forma en que el
matrimonio va?
—¿Quieres decir, lo que es tuyo es mío y lo que es mío es mío.
Tú incluida.
Ella se sentó en sus rodillas, tirando la corbata alrededor de mi
cuello.
—¿Quiere decir que no eres mío, entonces?
—Soy tuyo. —Me incliné hacia delante, corriendo lentamente
mis labios contra los suyos. Tentándola con mi lengua.
—Te amo, Damien.
—Lo sé. —Incluso después de todo este tiempo era todavía difícil
para mí decirle que la amaba, pero ella sabía sin embargo.
Ella dio un suave beso a mis labios.
—¿Qué hacemos ahora?
—Trae tu trasero aquí. —La besé.
—¿Qué pasa con mi trasero?
—No está en mi puto pene.
Ella sonrió amplia contra mis labios.
—Oh, va a ser esa clase de noche.
—Los dos sabemos cómo esta noche va a acabar. Con mi lengua
en tu clítoris y tu sexo deslizándose por mi pene.
—Bueno, si ese es el caso, entonces me dejó caer en algo un
poco más cómodo.
De repente la empujé hacia atrás sobre la cama, arrastrándome
hasta su cuerpo.
—Trata de irte. Te desafío.
Pasé las próximas horas teniendo sexo con mi mujer.
Consumando nuestro matrimonio en cada superficie en la suite. Hice
una nota mental para dejar al servicio una gran propina para la
limpieza. Tuvo suerte de que tuve piedad de ella, permitiéndole un
descanso para ir a la ducha. Oí el agua corriendo, y resistí el impulso
de ir a tomarla allí también. En su lugar, fui y tomé las maletas de
mi coche, las dejé en el suelo en el cuarto de baño cuando volví. Dijo
alguna mierda sobre el deseo de vestir algo que ella sabía que
supuestamente me gustaría.
Tiré mi bolsa en la cama, caminé al mini bar, me serví un vaso
de bourbon y a mi novia una copa de champán. Después de veinte
minutos de esperar a Evita, decidí trabajar un poco. Agarré los
archivos que Emilio me dio justo después de la ceremonia y tomé
asiento en la mesa directamente frente al baño, abrí los documentos
uno por uno.
Cada archivo armó una pieza de un rompecabezas del que
nunca supe que era parte. Completamente entendiendo por qué
Emilio fue tan insistente que fuera sobre la carpeta tan pronto como
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Traducido por Jessibel
Damien
Conduje mi coche por las carreteras sinuosas en un estado
vacante. Mi cuerpo estaba rígido, mi cara no mostró ninguna
emoción, y sentí absolutamente nada. Había sido así durante los
últimos seis meses, moviéndome en el piloto automático. No podía
recordar la última vez que dormí durante más de una hora o dos. Mi
mente no paraba de devanar, reproduciendo toda mi maldita vida
cada vez que cerraba los ojos.
Era un torbellino de emociones.
Un catalizador de recuerdos.
Una pesadilla implacable que estaba viviendo en plena luz del
día.
A pesar de mi estado adormecido, todavía fui capaz de
graduarme con las mejores calificaciones de mi clase de la facultad
de derecho, y temprano. Era la única cosa que me mantuvo en
marcha. Me ahogué en el trabajo escolar, las clases, y Emilio.
Llegando al extremo de tomar algunos turnos adicionales en la
prisión para sacar mis frustraciones a través de actos de tortura.
Terriblemente tratando de ir a través de los días y noches. Sabiendo
que nada cambiaría. El día siguiente sería el mismo que el día
anterior. Todos estaban en la repetición constante, a pesar de que
iba adelante en el tiempo. Traté de no pensar en Evita, consciente de
que todo lo que siempre me había dicho era otra mentira de mierda.
No podía soportar ver, sentir u oler su presencia alrededor de mi
apartamento. Me hice cargo de las cosas, de la única manera que
consideré conveniente. Quemé todas sus malditas pertenencias.
Por otra parte, podría haber sido sólo Amira. La única persona
en todo el planeta que me podría hacer caer físicamente sobre mis
malditas rodillas con tan sólo una mirada.
No la merecía.
Nunca pedí por ella.
No podría haber estado más agradecido de tenerla.
Amira no me merecía tampoco, pero ninguna cantidad de
entrenamiento podría jamás echarla fuera de mi vida. Me conformé
con muchas cosas de las que no estaba orgulloso, pero Amira nunca
sería una de ellas. Siempre había sido mi refugio del caos pasando
en mi vida diaria.
Ella fue la excepción.
Ella era mi excepción.
En el fondo esperaba que no estuviera en casa, pero incluso
más allá de eso, oré porque lo hiciera. Mi corazón se aceleró un par
de latidos adicionales cuando salí de mi coche. Una vez más, pensé
en lo poco preparado que estaba realmente para verla. Se sentía como
si había pasado toda una vida desde que habíamos hablado, más de
un año y medio atrás. Este fue el período más largo de tiempo que
alguna vez había estado sin ella. Mi adrenalina bombeó
violentamente a través de mis venas con cada paso que me llevó más
cerca de la entrada.
A ella.
Con una larga respiración profunda tranquilizadora, caminé
por las escaleras hasta el porche y justo cuando estaba a punto de
tocar, la luz se encendió y la puerta se abrió. No estaba esperando
encontrarme cara a cara con Amira. Su expresión me dejó en un
estado de jodida conmoción, sin saber qué decir ni cómo ni siquiera
decirlo.
Por un breve instante, los dos nos quedamos allí sin decir una
palabra. He pasado los últimos seis meses muerto en el interior, y
todo lo que tomó fue un puto momento entre nosotros para sentirme
vivo de nuevo.
Ella era tan jodidamente perfecta.
Tan jodidamente mía.
Su cuerpo.
Su alma.
Su corazón.
Todos ellos volvieron a mí, como si nunca se habían ido para
empezar. Ellos siempre han sido míos.
—Guau... Damien, no puedo... es decir... guau… —ella exhaló,
pasando la mano sobre la caja de calentamiento—. ¿Qué son estas
estrellas? —Preguntó ella en un tono absorto, deslizando la punta de
sus dedos sobre las estrellas azules y luego a la única color plata.
—Nueve niños —dije, con una sonrisa leve, esperando una
sonrisa de ella.
Obtuve una mirada condescendiente, en su lugar. —¿Por qué
hay sólo una de plata?
—Los azules son todos los chicos.
Y allí estaba. La risa que me ayudó a pasar tanta jodida mierda.
Al día de hoy era el sonido más dulce que había oído nunca. Casi
había olvidado cómo sonaba, y eso era algo que nunca quise olvidar.
Incluso si fue rápidamente silenciado, fue suficiente para llevarla por
mucho, mucho tiempo.
—Gracias, Damien, pero nada de esto cambia nada. No puedes
llegar hasta aquí después de un año y medio con un presente y
pensar que todo está bien. No es así. Traté de llamarte, me detuve en
tu apartamento a pesar de que me prometí que nunca pondría un pie
allí de nuevo. Pero lo hice por ti. Estaba preocupado por ti. Quiero
decir, no puedo imaginar lo que se siente perder a tu esposa. Debido
a un accidente de coche entre todas las cosas.
Mantuve la compostura, sabiendo que era una mentira que
Rosario le dijo. Simplemente declaré —: No estamos hablando de ella.
—Lo sé... lo entiendo... Amar a alguien y...
—Te amo, Muñeca. Siempre te he amado, y siempre lo haré. —
Fue la primera vez que había expresado esas dos palabras con ella
en voz alta. Tenía que decirlas, finalmente. Se quedaron en estado
latente, reprimidas en mí por el tiempo que había estado en mi vida.
Ella no trató de ocultar la expresión conmovedora en su cara en ese
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Traducido por Jessibel
Amira
Coloqué su regalo en mi mesita de noche, mirando las estrellas
en el techo por no sé cuánto tiempo, cuando finalmente me separé
para ir a la ducha. Estaba más confundida ahora por su inesperada
visita de lo que estaba antes de que incluso se presentó en mi puerta.
Su repentina presencia abrió viejas heridas, y me sentí como si me
estaba rompiendo de nuevo. Había llegado a aceptar lo que había
sucedido entre nosotros, pero nunca lo había olvidado. Estaba
sanando hasta que apareció, dolorosamente rasgando tiritas de mi
piel ya sensible. Tomando lejos cualquier progreso que había hecho.
Eso es lo que pasa con Damien, era una paradoja de contradicciones.
Sus palabras siempre hablaban una cosa, pero sus acciones siempre
demostraron otra.
Me quedé bajo el chorro de agua tibia, reflexionando sobre todo
de la noche, hasta que el rocío se volvió frío. Agarré una toalla, la
envolví alrededor de mi cuerpo mojado e hice mi camino de regreso a
mi habitación. Sólo quería pasar la mierda y evitar cualquier emoción
conflictiva que parecía agitarse siempre dentro de mí.
Por primera vez en años, entré en la habitación en la que una
vez compartimos, con nada más que las constelaciones de la vela
iluminando la habitación. Deteniéndome justo fuera de la puerta
para darme cuenta de la figura sombría que vagaba libremente.
Damien estaba allí, a pesar de que lo vi salir. Estaba de pie en
el centro de la habitación, mirando alrededor del espacio.
Observando cómo nada en mi habitación había cambiado, a pesar de
todo lo que entre nosotros había.
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Traducido por Jessibel
Damien
Te dije desde el principio de mi historia que no era nada más
que un jodido monstruo.
Al menos ahora, no me puedes llamar mentiroso...
Continuará…..
El Pecador (Saint-Sinner 2)
Agradecimientos
Boss man: Las palabras no pueden describir cuanto te quiero.
Gracias por SIEMPRE ser mi mejor amigo. No podría hacer esto sin
ti.
Mamá: Gracias por SIEMPRE estar ahí para mi, sin importar qué.
Eres mi mejor amiga.
Heather Moss: ¡¡Gracias por todo lo que haces!! ¡No sabría qué hacer
sin ti! ¡Eres. La. Mejor. Asistente. Del. Mundo! ¡¡Nunca me dejas!! XO
Silla Webb: ¡Muchas gracias por tus ediciones y formatos! ¡Lo amo y
a ti!
Erin Noelle: ¡Gracias por todo lo que haces! ¡¡Y por tu edición!!
Argie Sokoli: No podría hacer esto sin ti. Eres mi persona elegida.
Tammy McGowan: ¡Te quiero! Has estado conmigo por tanto tiempo
y no podría esta más agradecida por ti.
A TI.
Mis lectores.
¡¡GRACIAS!!
Sin ti…
No sería nada.