Sunteți pe pagina 1din 223

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.


Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro.
También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en
redes sociales y ayudándolo a promocionar su libro.
¡Disfruta la lectura!

Staff
Moderación De Traducción
Jessibel

Traducción
Jessibel

Moderadora De Corrección
Yess

Correctoras
Jessibel
Tamij18

Lectura Final
Jessibel

Diseño
Jessibel

Dedicatoria
A Simon (Argie Sokoli)
Te. Quiero.

Índice
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Agradecimientos

Sinopsis
No conocía la oscuridad y la maldad que se escondía dentro de mi,
hasta que tuve que matar para sobrevivir. Forzado a convertirme en
mi peor enemigo. Con demasiada sangre en mis manos, estaba
sorprendido y aún pude ver mi propia piel.
Maté.
Torturé.
Amé...
Jugué a ser Dios mientras me podría en el infierno. Florecer en
control y poder era la única manera que sabía cómo vivir. No tenía
otras opciones.
Si tú no eras mi amigo, eras mi adversario.
Si tú no estabas conmigo, estabas en mi contra.
Traidores, los llamaba. No habían líneas imaginarias. Las crucé
todas. Sin límites. Sin segundas oportunidades. Sin perdón.
No para mi.
Ni para ellos.
Ni para todos.
Solo para ella...
Ella me amó. Siempre convencida de que era un santo, nunca creyó
que era solo otro pecador.
Un maldito monstruo.

Hasta que fue demasiado tarde.

Excepto que yo no escogí esta vida. Me. Escogió.


Pasado

Prólogo
Traducido por Jessibel
Corregido por Tamij18

Voy a contarte una historia.


Es oscura.
Es brutal.
Es jodidamente real.
Con el fin de que entiendas mi presente, quién soy, y en qué me
he convertido…
Necesitas entender mi pasado.
La maldad no siempre se esconde en las sombras, en la
oscuridad. La mayor parte está a la intemperie, a simple vista.
Poseyendo al hombre que menos esperas. Ves, nunca imaginé otra
vida hasta que hice una para mí. Para ese momento, estaba
demasiado lejos sumido en la oscuridad total. Exactamente de la
manera que estaba destinado a ser.
Nadie podía tocarme.
Nadie jodía conmigo.
Yo. Era. Invencible.
Nada más…
Nada menos.
Cuando soñaba con el amor verdadero, el de las almas gemelas,
mi otra mitad, el de ella, la crueldad de mi vida me golpea de vuelta
a la realidad, haciendo de eso solo un sueño. Uno que fácilmente
podía convertirse en una pesadilla.
Mi peor jodida pesadilla.

Cada recuerdo, el bueno, el malo, el entremedio. Todos los te


amos, cada último de los te odio, su corazón y su alma que rompí,
hice añicos y destrocé, a lo largo de los años que me perteneció.
Su placer.
Su dolor.
Fue todo parte de mi, forjado tan profundo en mi piel, donde
ella siempre estará grabada. Mi historia va a hacer que me odies tanto
como ella lo hace, pero así lo quiero.
No estoy buscando redimirme.
No estoy buscando tu perdón.
No merezco el tuyo como no merezco el de ella.
Estoy lejos de ser el héroe de esta historia.
Estoy más cerca del villano.
Pensarás de mí como el villano.
Excepto que soy mucho peor.
Soy el maldito monstruo.
Y, estoy perfectamente bien con ello.

Te reto a que me ames…


Como hizo ella y probablemente lo hace todavía.

No digas que no te advertí.


1
Traducido por Jessibel
Corregido por Tamij18

Damien
Agarré mi rifle Remington .223, sujetándolo firmemente en mi
alcance. Sintiendo la veta de la madera descansando de forma segura
bajo mis dedos. Estaba listo para disparar, totalmente concentrado
en lo que tenía que hacer a continuación. Saliendo de todo a mi
alrededor, esperando el momento de tomar mi oportunidad. Una
poderosa emoción, una que no podría empezar a describir,
inmediatamente se apoderó de mí. Lo sentí en el fondo de las raíces
de mi núcleo.
Yo era un hombre.
Un hombre llevando el maldito convoy.
Exactamente cómo nuestro temerario dictador, Emilio Salazar,
había hecho hace treinta y nueve años.
—Compañeros, compañeros, queridos, compañeros —anunció,
tomando su lugar detrás del podio en el escenario. Silenciando el
gran estadio al aire libre, donde miles y miles de sus compatriotas
socialistas estuvieron presentes. Incluyendo a mi padre, el hombre
que era la mano derecha de Salazar, y yo.
La multitud se quedó mirando el escenario improvisado situado
enfrente del masivo edificio de hormigón de color amarillo empañado
con agujeros de balas y banderas cubanas. Ellos prestaban atención
a cada última palabra que salía de los labios de nuestro querido
dictador con grandes ojos, como siempre lo hicieron. Escuchaban
con atención mientras él declaró el día de hoy, 26 de julio de 1992 el
trigésimo noveno aniversario de su primer ataque monumental en la

segunda instalación militar más grande en Santiago de Cuba: el


cuartel Moncada. La misma estructura exacta de color amarillo que
se elevaba detrás de nosotros.
Me quedé allí con orgullo y honor, vestido con uniforme militar
idénticos a los que los Salazar llevaba de vuelta en ese día. Colocando
estratégicamente las botas de combate negras en el mismo lugar que
se encontraba cuando comenzó su movimiento revolucionario. Lo
supe entonces tanto como yo hubiera sabido en mis últimos
dieciocho años de vida. Quería todo lo que tenía.
El respeto.
El poder.
El control.
Admirando el líder que hace casi cuatro décadas había
organizado su propio golpe de estado junto con otros ciento treinta y
cinco radicales. El que hizo reconocer su maldita presencia.
Declarando la guerra.
Poco hizo el presidente en ese momento al saber que Emilio
dedicaría toda su sangre, sudor y lágrimas en los próximos cinco
años y medio para cumplir su única promesa de una vida mejor.
Clamando por más ciudades, tomando las vidas de los miles que
estaban en su camino, y cada vez más potente hasta que finalmente
no tuvo más remedio que renunciar a detener el derramamiento de
sangre.
Jodido marica.
Emilio puede haber perdido la batalla ese día en 1953, pero el
fracaso no tenía importancia para él o para nosotros. Lo único que
importaba era que finalmente ganó la maldita guerra.
El resto es historia.
—Quería escribir este discurso para evitar la emoción derivada
de esta ocasión —profesó Salazar en español, mirando en todo el
vasto espacio. Haciendo deliberadamente el contacto visual con la
gente en la multitud, lo que les permitió sentirse como individuos en
lugar de un mar de cuerpos. Creó una conexión profunda que nadie
podía comprender a menos que entendieron que...
Para su pueblo.

Sus hombres.
Especialmente para mi.
Emilio Salazar era Dios.
No podía dejar de pensar en la última vez que estuve aquí, hace
tan sólo unas pocas semanas. Una memoria que llevaría a la tumba.
El silencio era ensordecedor cuando el coche aceleró por la
carretera vacía, a donde diablos íbamos ese día. Solo me quedé
sentado en el asiento trasero junto a Salazar mientras el chófer
conducía uno de sus vehículos personales de prestigio. Su equipo de
seguridad describe hábilmente el perímetro, conduciendo delante y
detrás de nosotros con algunos coches esparcidos al lado. A pesar de
que estábamos acorralados con guardias armados, Pedro, un hombre
de seis pies y cuatro de estatura, doscientas veinte libras de puto
ladrillo, aún nos acompaña en el asiento delantero de nuestro vehículo.
Por no mencionar, que estaba atado también. Que había estado
cargando un arma de fuego desde que era chamaco, un niño de doce
años de edad, que estaba lejos de lo normal en Cuba. Salazar se había
asegurado de ello. Su primera orden del día después de su revolución
era despojar a cada uno de sus armas de fuego. Era más fácil
controlar a los disidentes que todavía estaban en contra de él, si no
podían defenderse. Yo era la excepción a la regla, dada la elevada
posición que mi padre llevó a cabo en el régimen de Salazar. No tenía
más remedio que transportarla. Él fue el capitán del ejército de Emilio,
lo que le hizo en gran parte un maldito objetivo como el propio Salazar.
Mi padre siempre decía que vine a este mundo pateando y
gritando, haciendo que mi presencia fuese conocida, una fuerza a
tener en cuenta. Un prodigio nato dispuesto a luchar por un propósito.
Aunque hubo un proyecto obligatorio a partir de los diecisiete a
veintiocho años de edad, lo que la mayoría de los hombres temían, me
rompí el trasero asegurando graduarme un año antes.
Voluntariamente me inscribí para servir a mi país el día que cumplí la
mayoría de edad. La mayoría de los hombres sólo sirven sus
requeridos dos años, pero había dejado claro a mi padre que la milicia
era mi carrera. Haciendo de él un orgulloso hijo de puta.
—Damien —Salazar se dirigió a mí, rompiendo el silencio.
—Sí, señor —respondí, dándole toda mi atención.

—Relájate, no necesita formalidades en este momento. Hay una


razón por la que pedí que vinieras conmigo, y no era para que pudieras
besar mi trasero.
Sonreí, asintiendo.
—¿Te das cuenta que te conozco desde el día en que naciste? La
zorra de tu madre te empujó fuera de su vagina y te abandonó como
si significabas nada. La maldita sin corazón se fue, sin más, y salió a
plena luz del día del hospital, después de dar a luz. Sin mirar atrás.
Dejando que fueras criado por tu padre, uno de los pocos hombres en
el que realmente puedo confiar.
Entrecerré los ojos, tratando de averiguar a dónde iba con esto.
Mi padre no habló de mi madre muy a menudo, y nunca me preguntó
por ella. Salazar fue como mucho, un modelo a seguir en mi vida como
mi padre, ambos hombres de honor a quien admirar. Prefiero haber
sido criado de la forma en que estaba, que por la mujer que todo el
mundo afirmaba que era una zorra. Pero aún así, me encontré
escuchando con atención, como si sus palabras fueran una pieza del
rompecabezas que nunca supe que necesitaría ponerlas juntas.
—El único papel que necesita una mujer en la vida de un hombre
está en el dormitorio. Los hombres son los que hacen que el mundo
gire. Los hombres como nosotros, no son seguidores, somos malditos
líderes que tomamos, luchamos, y matamos por nuestra cuenta.
Protegemos con nuestro último aliento, si es necesario. Es por eso que
otras personas temen a Cuba. ¡Maldito imperialismo yanqui y su
mierda liberal! Conozco el camino correcto de la vida, y tú también. Lo
hago por mi gente, por mi país. Se lo debo a ti, a ellos, a todo el mundo.
América, con su codicia y la falta de normas sociales, no es una forma
de vida. Tomo a los ricos para dar a los pobres, porque es mi maldito
trabajo. Damien, un día, un maldito día, vas a estar donde estoy, y
vas a mostrar al mundo que el comunismo es la única forma de vida.
En ese preciso momento, el coche hizo una parada completa en
frente del formidable edificio amarillo y blanco. El cuartel de Moncada.
Su personal de seguridad comprobó el perímetro, abriendo las puertas
a nuestro vehículo, una vez que era seguro para nosotros salir. Seguí
de cerca detrás de Salazar, ansiosamente a la espera de lo que
vendría a continuación.

—Tienes dieciocho años ahora, eres un hombre. —Un puto


hombre, dijo—. Entre más viejo eres, Damien, más me veo reflejado en
ti. Es por eso que te traje aquí —dirigió, moviendo la cabeza hacia el
lugar donde estábamos—. Me quedé aquí hace treinta y nueve años
con una sola visión, un sueño de lo que podría hacer con mi país, y
quiero que TU recrees ese sueño.
Estaba congelado en el lugar, mirando directamente a sus ojos.
Sin esperar las siguientes palabras que salieron de su boca. Mantuvo
la cabeza en alto y habló con convicción. —Damien, quiero que seas
yo.
El sonido de la voz de Salazar me trajo de vuelta al presente y
sacudió lejos mis pensamientos, sin querer faltarle el respeto a mi
líder.
—Nuestro pueblo ha esperado este aniversario con amor,
entusiasmo, alegría y fervor. Por mí y por los compañeros que todavía
están vivos, es una experiencia muy especial encontrarnos aquí con
el pueblo de Santiago de Cuba todos estos años posteriores. Para
celebrar la acción en la que nuestra generación abrió el camino hacia
la liberación final de nuestra patria. Ninguno de los predecesores en
la larga lucha de nuestro pueblo por la independencia, la libertad y
la justicia han tenido tal privilegio. —Emilio hizo una pausa y respiró.
Permitiendo que sus palabras se hundieran una vez más en las
profundidades de nuestras almas.
—Es apropiado que rindamos un homenaje respetuoso a los que
nos han mostrado el camino. A los que, desde 1868 hasta hoy, han
mostrado a nuestro pueblo los caminos de la revolución, lo que hizo
posible con el costo de su sacrificio y heroísmo. A menudo
experimentando solamente la amargura del fracaso y sintiéndose
incapaz de superar la infinita brecha, aparentemente inalcanzable,
entre sus esfuerzos y sus objetivos. Teníamos que ir a través de estos
años primitivos de enriquecedoras experiencias inimaginables para
adquirir los conocimientos y madurez, que sólo la escuela de la
revolución puede enseñar. Todo era como un sueño entonces.
Muchos de nuestros contemporáneos, aún totalmente escépticos de
que el destino de nuestra nación puede y debe cambiar
inevitablemente, estaban muy lejos como para llamarlos soñadores,
pero yo sabía mejor. Los dirigí a este día. ¡Los llevé a esta libertad! —

gritó, levantando su brazo derecho hacia arriba en el aire. Haciendo


enloquecer a la multitud mientras las palabras de Salazar inundaba
los altavoces, haciendo eco en las paredes de hormigón. Filtrándose
en los poros de cada hombre, mujer y niño presente.
Vi y escuché, sintiendo como si él sólo estaba hablando a mí.
Me fascinó de una manera que sólo Emilio Salazar siempre tuvo.
Yo quería más.
Yo quería todo.
Los militares armados levantaron sus fusiles en el aire,
mientras yo seguía a la espera. Pronto sería mi tiempo para probar
que podía llenar los zapatos de nuestro líder. Él, personalmente, me
eligió por una razón y una sola razón; sabía que podía hacerlo sentir
orgulloso. Mientras Salazar continuó su discurso y habló sobre los
acontecimientos históricos de ese día, sus palabras llegaron a mí, la
mayoría eran de cómo un hombre verdadero se veía por primera vez,
no en qué lado puede vivir mejor, sino de qué lado se encuentran sus
funciones y eso era lo que determinó las leyes del mañana.
Yo era ese hombre.
Me entrenaron para ser ese soldado. Ese guerrero. El que
sangró por mi patria.
Morir por mi puto líder.
Mi deber era mi país.
Servir a Emilio Salazar en todo lo que podía. Exactamente como
mi padre y los hombres Montero hicieron por él.
—¡Patria o muerte, venceremos! —Salazar gritó en el micrófono
para que todos puedan disfrutar, pero se sentía como si estuviera
realmente hablando sólo a mi. Sus últimas palabras fueron mi señal
para entrar en acción.
Mis pies se movían por su propia voluntad, arrastrando mi
trasero hacia el edificio Moncada, disparando mi rifle. Disparos tras
disparos sonó con mi caravana constante detrás de mí, siguiendo mi
ejemplo. El objetivo de nuestros rifles fueron hacia el cuartel,
entrelazando la estructura con nuestras balas, imitando los tiros de
1953 que todavía estaban incrustados profundamente en las paredes
de hormigón. Todo lo que podía oír eran los sonidos de los disparos

haciendo eco en el edificio cuando parte del público continuó yendo


salvaje. Mis hermanos de las fuerzas armadas se unieron a la
recreación, haciendo sonar sus rifles. Sólo añadiendo el impulso
encerrado a mi alrededor. La adrenalina bombeó tan malditamente
duro a través de mi cuerpo, mientras que las botas golpeaban contra
el pavimento, un paso tras otro. No podía subir las escaleras y al
interior del cuartel lo suficientemente rápido.
Mi corazón latía rápidamente, lo encontré casi difícil de respirar.
Mi mente y mi pecho se movían con cada movimiento que hacía,
escalando con cada disparo que salió del rifle. Yo era un hombre
poseído en una misión, y nadie me detendría. Para la mayor parte
esto era sólo una representación, pero para mí era mucho más. Fue
la primera vez en mi vida que me sentí...
Malditamente importante.
Contra viento y marea, nadie podría quitar eso de mí. Era mío.
Junto con el futuro de lo que me había convertido.
El Santo…

2
Traducido por Jessibel

Damien
—Lo hiciste bien, hijo —mi padre reconoció, agarrando mi
hombro después de que el desfile y la fiesta había comenzado.
Estábamos de pie al lado del escenario, mirando los fuegos artificiales
apagarse.
Asentí con la cabeza, él trató de ocultar la sonrisa de
satisfacción en su cara. Mi padre era un militar, de principio a fin.
Sólo podía recordar un puñado de veces que alguna vez lo vio sonreír
o reír. Contuvo sus emociones como un escudo, diciendo que era más
fácil para los enemigos identificar tus debilidades si las llevas en tus
mangas. Te podría convertir en un objetivo en el momento que
capturan una bocanada de sentimientos, cazando una maldita bala
y ganando un lugar seis pies bajo tierra.
Al día de hoy, no sabía si iba a ser considerado como uno de
sus puntos débiles o simplemente su hijo. El afecto físico era también
un concepto perdido en mi casa. Cuando era un niño, una vez le
pregunté por qué nunca hubo abrazos o amor en nuestro hogar. Su
respuesta fue—: Porque no estoy criando un maldito marica. Estoy
criando a un hombre.
Fue la primera y última vez que le hice esa pregunta.
Las únicas mujeres en mi vida fueron las que trabajaron para
nosotros. Tenía un gran respeto por todas ellas, en especial por
nuestra ama de llaves, Rosario. Ella era lo más parecido a una madre
que he tenido. Cuando era más joven, solía estar alrededor de ella
todo el tiempo, pero a medida que pasaban los años, no era necesaria
en nuestra casa tan a menudo.

No afectó nuestra relación, sin embargo, me puse en contacto


con ella cada vez que podía. Su casa siempre se sintió más como mi
propia, que en la que vivía con mi padre. Era mi parte favorita de la
semana, ponerme al día con ella con una taza de café y sus tortitas
casera de morón. El esposo de Rosario murió a una edad muy joven,
y ella nunca se volvió a casar. No tuvo hijos propios, pero ella siempre
me dijo que aunque Dios no la bendijo con sus propios hijos, él le dio
a mí. El afecto que carecía de mi padre, Rosario lo compensó por diez
veces. Ella me conoce de toda la vida.
En lo que se refiere a las chicas, no tenía tiempo que perder en
ellas. Tampoco me importa un carajo la mierda que viene junto con
las citas y el sexo femenino. Las mujeres eran complicaciones
innecesarias. Un soldado no perdía el tiempo en el amor o lo que
implicaba.
Sin embargo, estaba agradecido y aprecié lo que la vida me dio.
El mundo en el que nací. No había otra forma de vida para mí. Esto
fue todo lo que había conocido. Había asistido a las mejores escuelas,
recibí la mejor educación, y sabía más sobre el mundo que la mayoría
de los hombres de mi edad. Era fluido en cinco idiomas, incluyendo
el Inglés, el idioma de los Yanquis.
Nunca buscaba nada.
Mi corazón se endureció para ocultar cualquier emoción, como
si nunca hubiera existido en mi cuerpo. Ya estaba condicionado para
la batalla. Aprendí cómo disparar un arma de fuego en el momento
en que tenía cinco años, entrenado para luchar y matar con mis
propias manos antes de que entré en la escuela secundaria. Pero a
pesar de todo eso, nunca presencié cualquier acto de violencia real.
A pesar de que sólo fuimos mi padre y yo, habíamos llegado a
través de cientos de hombres en mis dieciocho años de vida.
Parcialmente siendo criado en hogares de Salazar, debido al hecho
de que mi padre casi nunca dejó su lado. Era la norma para ver a
Emilio Salazar a puerta cerrada, el poder y el control que tenía eran
las cosas que necesitaban para ser admirado. Cuando entraba en
una habitación, todo el mundo dejaba de hacer lo que estaban
haciendo y esperaban. Cuando habló, escucharon. Cuando se movió,
observaban cada uno de sus pasos.
Cuando él...

Cuando él...
Cuando él...
No importaba una mierda.
Todos los ojos estaban siempre en él, no importa qué.
La vida que viví fue una envidiable. No muchos hombres
podrían decir que el líder de nuestro país también fue un segundo
padre para ellos.
—¿Cómo te sientes? —Salazar cuestionó, caminando hacia mi
padre y yo—. Déjame adivinar, importante, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, incapaz de formar palabras. No me
sorprendió que sabía lo que sentía, él podría leer todo el mundo como
un maldito libro.
—Eres importante, Damien. Por eso te elegí, y es hora de que
reconozcas eso. Es tu momento para probarte a ti mismo ante tu
líder. ¿Me entiendes?
—Emilio…
Con una mirada, Salazar se volvió hacia mi padre sin habla. Por
una fracción de segundo, juro que vi el temor crecer en los ojos de mi
padre, pero tan rápido como apareció, se había ido. Reemplazado
rápidamente con su natural actitud solemne. Inmediatamente me
pregunté si sólo lo imaginé.
—Con el debido respeto, Emilio, Damien es meramente un...
—Damien puede responder por sí mismo —interrumpí
crudamente a mi padre, hablando en tercera persona. Me puse de pie
y di un paso delante de él. Consiguiendo estar directo frente a su cara
hasta que mi pecho tocó el suyo. Hablé con convicción—. ¡No necesito
que respondas por mí, nunca! No soy un niño —afirmé, inclinando la
cabeza hacia un lado, sin frenar. No pensé dos veces antes de ponerlo
en su lugar, repitiendo las palabras de Emilio de nuevo a él—. ¿Me
entiendes?
Salazar sonrió, entrecerrando los ojos a mi padre.
—Él puede ser tu hijo, Ramón, pero permítanme que les
recuerde que responde a mí, al igual que tú. A la mierda su rango. Él

me demostró esta noche que está más que listo. Él viene con
nosotros, y es una orden. ¡Vamos!
Cuando nos dirigimos a su limusina, todavía estaba agitado con
mi padre. No sabía lo que me molestó más, el hecho de que él no
pensaba que yo era capaz de lo que el maldito Salazar quería que
tomara parte. O el hecho de que todavía sentía que estaba
preocupado por mí. Pasamos por algunas calles poco iluminadas, la
tensión en la limusina era tan espesa que se podía cortar con un
cuchillo. El silencio era casi insoportable. Hice todo lo posible por
ignorarlo mirando por los cristales tintados para pasar el tiempo, a
la espera de llegar a nuestro destino final. Había otros tres del equipo
de seguridad unidos a nosotros, entre ellos Pedro. No pude dejar de
notar que mi padre aún tenía que hacer contacto visual conmigo. Su
mirada no había cambiado de sus manos cruzadas delante de él.
Sumido en sus pensamientos que sabía que no tenía nada que ver
con mi arrebato.
Volví mi atención de nuevo a la carretera, aún sin saber dónde
diablos íbamos. Pasamos árbol tras árbol, haciendo difícil de ver
nuestro camino. Desenfocando en el fondo. Desapareciendo en la
distancia. Ignoré mis pensamientos amenazantes, centrándome en la
adrenalina corriendo por mis venas. Intentando duramente de
mantenerlos a raya. La última cosa que quería era que confundieran
mi ansiedad por miedo, o peor aún, demostrar que no estaba
preparado para esto.
Cuando en realidad, esto era todo lo que quería.
Los únicos sonidos que podía oír eran los neumáticos a través
de la ruta inestable, los latidos de mi corazón, y los pensamientos en
mi mente. Ni una sola persona se movió una pulgada en todo el
camino mientras la limusina continuó por su camino inestable.
Oscurecía cuanto más tiempo manejamos, agitando las
preocupaciones mixtas en el estómago, preguntándome cuándo
carajos llegaríamos allí. Los barrios comenzaron a ser más rural y en
mal estado con cada minuto que pasaba. A pesar de que había
llevado mi arma desde mi duodécimo cumpleaños, esta podría ser la
primera vez que no me habría importado tener que usarla. Mis
pensamientos incesantemente cambiaron por lo que pareció ser una
décima vez.

Me obligué a mantener mi mierda junta. La quietud inquietante


no estaba ayudando a mi disposición. Sentí mis nervios
arrastrándose una vez más, añadido a las interminables preguntas
de las que sabía nunca conseguiría respuestas. Los faros de la limo
brillaban por la carretera oscura hasta que finalmente todos los
árboles de repente desaparecieron, y fue entonces cuando me di
cuenta de que estábamos en un rancho. Debíamos haber estado, al
menos, a una hora de la ciudad, conduciendo en lo que se consideró
el campo, los barrios pobres. Ahora que la luna llena no estaba
bloqueada por los árboles, resplandecía brillante contra el cielo
oscuro, iluminando un gran pedazo de tierra. Una pequeña casa
deteriorada, de pie en medio de la tierra, de estilo finca parecía que
colapsaría en un día de viento. El revestimiento de madera estaba
hecha jirones, con partículas de pintura esparcidas a lo largo del
peligroso porche. Había un granero en el extremo posterior en la
misma condición, cubierto por árboles y más acres de tierra.
Estábamos en el medio de la maldita nada.
Tan pronto como el conductor frenó delante de la casa, mi padre
abrió la puerta, como si no pudiera salir de la limusina con la
suficiente rapidez. Salazar y sus hombres no estaban muy por detrás
de él. Instintivamente puse la mano en el arma antes de salir al aire
húmedo.
Esperando.
Vigilando.
Preparado.
El equipo de seguridad de Emilio formó una barricada en la
puerta principal, mi padre estaba en el medio, protegiendo a Salazar
justo detrás de él. Las armas en la mano y dirigidas a la entrada,
anticipando la señal de nuestro líder.
La secuencia de eventos que ocurrieron después sucedió tan
rápido, a pesar de que toda la noche parecía reproducirse en cámara
lenta.
Salazar deliberadamente asintió a mi padre, sin tener que
repetir dos veces. Desenfundó sus armas, dio un paso atrás, y
estrelló su pie en la puerta. El sonido de los gritos de una mujer llamó
mi atención en primer lugar, era imposible no escucharla. Ellos

hicieron eco a través de la noche y cruzaron los acres de tierra


abierta.
Observé los ojos negros y dilatados cuando los hombres de
Salazar, incluido mi padre, se precipitaron en la casa, sin dar a nadie
dentro la oportunidad de correr o esconderse. Para buscar seguridad.
Nada.
En ese momento, llegué a estar plenamente consciente de que
esto era una experta emboscada, una que se había llevado a cabo
muchas, muchas veces antes de esta noche. Mi cuerpo se movía de
forma voluntaria como si estuviera siendo arrastrado por un hilo,
cruzando el maltratado umbral. Más charla estridente sonó,
deteniéndome en seco. Me quedé congelado en el lugar, de repente
mis pies quedaron pegados al maldito suelo, olvidando por un
momento todos los años de entrenamiento que había tenido.
Rápidamente me quité de encima la confusión, fijándome en cada
detalle como el soldado experto que era.
Había trozos de madera de la puerta principal repartidos por
todo el vestíbulo. Una tabla volcada en medio de los escombros.
Vidrios rotos de un jarrón con flores mariposas, rojas y blancas,
pisoteadas por todo el suelo desgastado. Las fotos familiares que
habían caído de las paredes tras el impacto, que casualmente
estaban allí con caras sonrientes mirando hacia mí a través de piezas
rotas.
La ironía no pasó desapercibida para mí.
Mi padre y sus hombres no vacilaron, ni siquiera por un jodido
segundo, entrando en acción. Cada uno de ellos tomó lo que parecía
ser miembros de una familia amorosa. Mi padre agarró con fuerza a
los hombros de un hombre mayor, bruscamente arrancándolo lejos
de lo que supuse era su esposa y su pequeña hija. Él rogó por su vida
y luchó por liberarse, estirando sus agitados brazos de una a la otra,
y orando a Dios que no las hiriera. Debe de haber estado a finales de
sus sesenta, a juzgar por su pelo gris y aspecto frágil. No había
ninguna necesidad de asalto grave que mi padre le estaba
entregando. El hombre habría ido voluntariamente, hecho cualquier
cosa para salvar la vida de sus amados.

—¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡No las lastimes! —Bramó—: ¡Por


favor! ¡Te lo ruego! ¡No les hagas daño! —dijo, en un tono que resonó
profundamente en mi interior cuando mi padre dio un puñetazo en
el lado del torso del hombre. Haciendo que cayera de dolor.
Pedro contuvo a la joven que no podría haber sido mayor que
yo, mientras ella gritó—: ¡Papi! ¡Papi! ¡Papi! ¡Por favor! ¡Papi! —El
temblor de su voz me hizo enfermar del estómago.
Dos de los guardias vigilaban por la puerta destrozada, más
cerca de mí. Ni siquiera perturbados por la escena vil que se
desarrollaba frente a ellos, como si fuera nada fuera de lo normal,
sólo otra noche rutinaria en el trabajo. Mis ojos se dirigieron al último
guardia que tenía un apretón de muerte en la madre, sosteniéndola
tan fuerte que pensé que sus brazos se romperían directamente fuera
de sus órbitas.
Viéndola luchar contra él, queriendo desesperadamente correr
hacia su familia. Ambos guardias sujetaron a las pequeñas mujeres
como si estuvieran sosteniendo de vuelta a un par de hombres de
doscientas libras, en lugar de un par de mujeres frágiles.
Maltratándolas a propósito, tomando ventaja de la jodida situación.
—¡Por favor! ¡Déjalas ir! ¡Soy yo a quien quiere! ¡Por favor!
¡Simplemente déjalas ir! —declaró el hombre mayor sin descanso,
respirando a través de la agonía de lo que estaba ocurriendo delante
de él. Él trató de luchar contra mi padre con toda la fuerza que pudo
reunir, arañando, empujando, azotando su cuerpo por todas partes.
Mi padre envió un golpe tras otro a un lado de la cabeza por cada
palabra que salía de sus labios ensangrentados. Ni una sola vez
silenció sus peticiones por sus vidas.
—¡NO! ¡No le hagas daño! ¡Por favor! ¡No hagas daño a mi
marido! ¡Te daremos lo que quieras! ¡Por favor, no le hagas daño! ¡Por
favor! ¡Te lo ruego! ¡Ten piedad! —gritó la mujer de más edad,
mientras un sinfín de lágrimas corrían por su rostro. Una detrás de
otra sin fin, reflejando las expresiones exactas sobre la cara de su
hija adolescente.
—¡Te amo, Julio! ¡Te amo con todo mi corazón! —agregó, dando
el infierno de una gran pelea.

—¡Cierra la boca! —rugió Salazar—. ¡Cierra sus malditas bocas!


¡AHORA! ¡Basta de teatro!
Sin perder tiempo, mi padre arrastró al hombre a una silla
cercana y le dio un puñetazo en la cara hasta que estuvo casi
inconsciente. Pendiendo de un hilo. Provocando un rastro de sangre
a rezumar de la cara maltratada. Su cabeza cayó hacia adelante
mientras su cuerpo se encorvó, entrando y saliendo de su
inconsciencia. Ya sin oponer resistencia. Mi padre entonces tiró de
su bolsillo trasero bandas de sujeción, usándolas para asegurar las
manos del anciano a la espalda y los tobillos a las patas de la silla.
Los dos guardias, que seguían sujetando a la mujer cautiva, no
se molestaron en atarlas. Sabiendo que no tenían que hacerlo,
porque las mujeres no eran desafío alguno para ellos. Les dieron
cachetadas un par de veces, haciendo de sus cuerpos frágiles aún
más débiles por la fuerza de sus golpes. Sosteniendo sus cabellos,
tirando de sus cabeza hacia atrás antes de colocar los cañones de
sus armas de fuego a los lados de sus sienes. Eso fue todo lo
necesario para mantenerlas sin habla, casi sin ser capaz de
mantenerse a sí mismas por más tiempo.
Tragué saliva cuando mi mirada en blanco encontró su
expresión sádica. Estaban exhibiendo su práctico trabajo. Llevando
sus nudillos ensangrentados con orgullo.
Sin remordimientos.
Sin culpa.
Yo no podía dejar de mirar de regreso a mi padre, el capitán del
puto ejército de Emilio Salazar, el hombre que siempre me enseñó
que las mujeres eran diferentes.
No eran parte de la batalla.
No eran casualidades.
No eran prisioneros de guerra.
Nuestros ojos se encontraron a través de la distancia entre
nosotros, todo tenía sentido ahora. Su mirada me dijo todo lo que no
se podía hablar. Su preocupación, su necesidad de hablar por mí, su
vergüenza y remordimiento actualmente comiéndolo vivo.
Todas eran mentiras de mierda.

—Damien —Emilio dijo en voz alta, llevando mi mirada hacia él.


Fue la primera vez que sentí como si estuviera realmente
mirando a él. El verdadero. Nuestro temeroso dictador se apoyó
contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, una pierna
sobre la otra. Sin un cabello fuera de lugar, su uniforme militar
intacto, y una expresión de suficiencia difusa a través de su maldita
cara. Pero eso no es lo que llamó mi atención. Fue el fuego en sus
ojos, quemando mi alma.
Estaba disfrutando con esto tanto como sus hombres.
Del poder.
Del control.
De la pelea que trajo a la casa de esta familia.
—Sé lo que estás pensando —reconoció, asintiendo hacia mí—.
Las cosas no son siempre de la forma en que parecen. Puedo ver el
juicio en tus ojos, irradia de tu cuerpo. ¿Te atreves a juzgar al líder
que ha hecho otra cosa que convertirte en un hombre? Hice de
nuestro país lo que es hoy, ¿y estás de pie allí y me cuestionas?
¿Estás cuestionando tu lealtad hacia mí, por un par de zorras y un
maldito viejo? ¿Eh? —Se apartó de la pared, colocando las manos en
los bolsillos de sus pantalones. Lentamente caminó hacia donde mi
padre se quedó con el hombre mayor que todavía estaba luchando
para mantenerse alerta.
—No he dicho una palabra —simplemente afirmé, observando
todos sus movimientos.
—No tienes que hacerlo. Tú ves, Damien, una vez fui como tu.
Parpadeé, tomando sus palabras, siendo totalmente consciente
de mi entorno. De cómo los guardias se mantienen perturbando a las
mujeres, corriendo su armas bajo sus pechos, el estómago y sus
muslos. Haciendo que sus rasgados camisones endebles se adhieran
a su piel sudorosa. Presionando sus miembros en el trasero,
haciendo a propósito que sus cuerpos se balanceen aterrorizados en
contra de ellos. Los únicos sonidos que se oían eran sus bajos
gemidos sutiles, sabiendo que ellos probablemente no las dejarían
salir vivas de aquí. Los hombres que estaban de guardia por las
puertas a la espera de su maldito turno. Jugué mi parte, actuando

como si no me di cuenta de los actos invasivos. Dando al monstruo


de pie delante de mí exactamente lo que él deseaba.
El respeto.
—Quería proteger a mi país, quería la libertad para todo mi
pueblo, quería una vida donde todos eran iguales. Yo…
—Todo el mundo, excepto tú —interrumpí, de pie más alto, sin
dar marcha atrás.
Sonrió, mirándome hacia arriba y abajo.
—Y tú. ¿Qué? ¿Crees que no eres tratado diferente?
¿Cumpliendo con los estándares más altos? ¿Con privilegios dados
que muchos morirían por ellos? Oh, vamos, Damien... mírate en el
maldito espejo. Eres tan malditamente como yo. Siempre lo has sido
y siempre lo serás. Debería estar agradecido de mí, sin duda. ¡El
hombre que te ha dado todo! —siseó, haciendo que las mujeres
gritasen en respuesta—. No hay nada atravesando tu pequeña mente
que no podía estar más equivocada. ¿Ves a este hombre? —Él
rudamente agarró el pelo del padre, tirando hacia atrás para que
pudiera ver su rostro destrozado—. ¡Este hombre es un puto traidor!
—¿Qué ha hecho? ¡¿No pagar sus malditos impuestos porque
tenía que alimentar a su familia?! —escupí la verdad, la que había
estado escondiendo de mí toda mi vida.
Emilio ladeó la cabeza hacia un lado, una vez más, mirándome
de arriba abajo con una mirada que nunca había visto antes.
—Estaba trabajando con el enemigo para derribarme. ¡Él y un
grupo de otros traidores estaban teniendo reuniones en esta casa!
¡Organizando mi muerte para derribar todo por lo que he trabajado
toda mi vida! ¿Y sabes lo que hacemos a los traidores? —Se detuvo,
empujando al hombre lejos, causando a su silla tambalearse.
Un extraño silencio llenó la habitación mientras caminaba
hacia las mujeres, sonriendo de oreja a oreja. Utilizando el efecto que
evocó en las mujeres indefensas. Ambas intentaron débilmente ir
hacia atrás, lejos de él, sólo hundiéndose más en el agarre dominante
de los guardias. Salazar no dudó, tirando de la adolescente lejos de
sus secuaces.

—¡NO! —chilló la madre con un grito estridente que siempre me


perseguiría.
Esa noche y sus palabras cambiarían quién era yo, y todo en lo
que creía por el resto de mi vida.
Todo comenzó con...
Tres simples palabras.
—Les haremos pagar.

3
Traducido por Jessibel

Damien
La niña de inmediato comenzó a gritar y revolverse en los brazos
de Emilio. Su largo cabello castaño estaba pegado a los lados de las
mejillas hinchadas. Un sinfín de lágrimas corrían por su bonita cara
magullada mientras luchaba con el monstruo que invadió su casa en
medio de la noche. Salazar no le prestó ninguna atención, divertido
por el giro de los acontecimientos. No pensé dos veces en ello,
sacando mi arma y apuntando directamente en medio de la frente de
su padre. Nunca rompí mi mirada intensa con Salazar.
Entrecerré los ojos, hablando con convicción—: Voy a tirar del
puto gatillo yo mismo tan pronto como dejes que las mujeres salgan
de forma segura.
Emilio sonrió, grande y ampliamente. Mirando hacia abajo a la
niña que ahora estaba mirándome con un nuevo sentido de
esperanza en sus ojos de color marrón oscuro.
—No trates de ser el puto héroe en esta historia, Damien. Sólo
hay una cosa que hay que aprender de esta noche. La única manera
de hacer pagar a un hombre por sus pecados... es siempre a través
de los que más ama.
Su madre empezó a derrumbarse, gritando y tratando de abrirse
camino libre. Haciendo todo en su poder para salvar a su hija.
Mientras que el padre estaba pidiendo por su vida desde su silla.
Rogando con todo dentro de él para dejar que sus hijas se fueran.
No me alteré, apunté la pistola en el hombro del hombre y apreté el
gatillo.

—¡NOOOOOO! —las mujeres gritaron al unísono, luchando con


todas las últimas fuerzas que tenían para ir a él.
—¡La próxima bala es a través de su corazón! —Grité,
necesitando conseguir mi punto de vista—. ¡Ahora deja que se vayan!
—¡Retírate de una maldita vez, soldado! —Salazar ordenó,
sabiendo que no tenía más remedio que escuchar.
Por primera vez en mi vida, luché una batalla interna entre lo
que era correcto y lo incorrecto. Bajé mi arma, tratando como el
infierno de no dejar que el caos nublara mi juicio. Salazar estuvo
sobre mí en tres pasos con la niña a cuestas, arrancando el arma de
mis manos. Arrastrándola para ponerse de pie frente a él,
estableciendo el frío metal en el lado de la cabeza en su lugar. La
colocó de forma segura entre nosotros, a pocos pasos de mí. Los ojos
de la niña decían todo, intensificando con cada segundo que pasaba
como una bomba de tiempo.
Miedo.
Dolor.
Muerte.
—Es hora de que seas hombre de una maldita vez y me
demuestres a quién apoyas. ¡Dónde quedan tus deberes, porque,
¡Patria o muerte, venceremos! —Con eso, él la empujó tan fuerte
como pudo en mi dirección, lo que hizo que perdiera el equilibrio.
Ella gimió cuando la tomé en mis brazos a media caída.
Apoyando su pequeño cuerpo contra mi pecho. Nuestras caras
estuvieron a pulgadas de distancia mientras ella instintivamente
trató de luchar en contra. No es que podía culparla, yo era sólo otro
villano en sus ojos.
—¡Toma control de ella! ¡Muéstrale lo que hacemos a los
malditos traidores! ¿Me entiendes? —Emilio rugió, haciendo su lucha
contra mí aún más difícil.
No podía hacerlo, tomé cada golpe que ella envió. Permitiendo
que sintiera algún consuelo que podía ofrecer, aunque fuera sólo por
unos segundos. Era lo menos que podía hacer. Ella comenzó a
golpearme más y más duro cuando se dio cuenta que no iba a

detenerla, no me estaba defendiendo. Estaba dejando que ella tuviera


su momento.
—¡Ahora es el momento de demostrar realmente tu lealtad a mí!
¡Muéstrale a quién ella sirve!
Cuando no hice lo que él quería, Salazar crudamente la arrancó
de mí por el pelo con repulsión en sus ojos. Sus manos
inmediatamente fueron a la cabeza donde la había sostenido,
haciendo una mueca de dolor. Arañando con sus dedos mientras la
arrastró hacia los guardias de la puerta. Sus piernas se agitaban
detrás de ella, tratando de tomar el control, de levantarse de manera
constante, pero fallando miserablemente.
Su padre comenzó a agitarse, tratando desesperadamente de
escapar de la silla, más fuerte, más rápido, casi derribándola. La
sangre que brotaba desde el agujero de la bala en el hombro no lo
detuvo. Mientras que su madre hizo lo mismo con el puto guardia.
Fue entonces cuando crucé mi mirada con los ojos de mi padre,
su mirada me pedía que lo perdonara. Que tuviera piedad de él
también.
—Esto es lo que hacemos a los hombres que nos traicionan,
Julio —Emilio dijo el nombre del padre en un tono amenazante que
hizo que mi cuerpo se estremeciera. Asintió con la cabeza a uno de
los guardias que cuidaba la puerta, y la entregó ante él en su lugar.
Como si él no quería ensuciarse las manos de la suciedad, como si
fuera un pedazo de basura.
—Haz lo mejor, zorra. Nadie puede oírte aquí —el guardia
provocó, tirando de ella hacia el pequeño sofá destartalado en el
salón—. Me encanta cuando gritan —agregó.
—¡No! —gritó ella, lanzando patadas patéticamente alrededor de
todo su cuerpo, pateando y gritando con todas sus fuerzas mientras
repetía—: ¡Por favor! —una y otra vez. Con la esperanza de que en
cualquier momento iba a despertar de esta horrible pesadilla. Que
Dios la salvaría de este infierno—. ¡No! ¡No! ¡No! —Continuó gritando
en vano, haciendo reír a todos y yo estaba malditamente enfermo.
Emilio asintió a mi padre, ordenándole en silencio terminar con
el anciano. Lo hizo, enviando con fuerza la empuñadura de su arma
hacia abajo, en la parte posterior de su cuello. Tirándolo al suelo con

la silla. El guardia que sostenía a la madre, tapó su boca para


amortiguar sus gritos, pero no detuvo la lucha contra él hasta que él
le dio un puñetazo en el estómago. Enviándola a sus rodillas.
Sus secuaces arrancaron las bragas de la chica, lanzándolas al
suelo. Su camisón ya estaba roto, dejándola expuesta y
prácticamente desnuda. Él la empujó sobre el brazo del sofá,
empujando su cabeza en el cojín, y sujetándola. Haciendo sobresalir
su trasero en el aire.
—¡Ya es suficiente! —Gruñí, mi pecho subiendo y bajando. No
podía ver esto por más tiempo.
—¿Qué, Damien? Es una chica hermosa, ¿verdad? ¿No deseas
la primera probada de su sexo? Es una zorra al igual que su madre
—Emilio gruñó.
—¡Que te jodan! —siseé, mis manos se cerraron en puños a los
costados.
Antes de que tuviera la última palabra, me golpeó con la fría
culata de la pistola, ladeando mi cabeza. Mi cabeza se batió de lado
por el fuerte impacto de su golpe. Fue la primera vez que Salazar
alguna vez me golpeó.
—¡Te he dado todo, muchacho! ¡¿Vas a dejar que este traidor te
quite todo en lo que crees?! ¡Tal vez deberías dejar de agacharte y
tomar su lugar! —Amenazó, moviendo la cabeza—. No, eso no es la
forma en que esto irá. ¡Muéstrale a este hijo de puta que no hacemos
y no vamos a permitir traidores en nuestro país! ¡Él tomó de nosotros,
por lo que ahora ha llegado el momento de tomar de él! ¡Toma a su
hija! Lo harás justo delante de él y le haces ver. ¡Pagará por sus
pecados! ¡Nadie nos traiciona!
No me moví, escupiendo una bocanada de sangre en el suelo
cerca de mis pies, cuando la joven volvió la cabeza del cojín del sofá.
Mirando fijamente a mis ojos, rogándome para salvarla.
Salvarlos.
—¡Sé un puto hombre! ¡Ella no es nada! ¡Toma el control! ¡Sé
que está en ti, al igual que está en mí y tu padre! —Sin permitirme la
oportunidad de responder, él simplemente levantó el arma y apuntó
en el centro de mi frente. Gruñendo, agregó—: ¡Es por eso que te
elegí! ¡Ahora hazme orgulloso de una maldita vez!

No vacilé, gritando—: Entonces, ¡tira del puto gatillo!


Él se echó hacia atrás, completamente atrapado con la guardia
baja ante mi respuesta. Si esta noche demostraba cualquier cosa
para él, era el hecho de que no quería que le pase nada a las mujeres,
y el hijo de puta lo utilizó en mi contra. Al instante movió mi arma,
apuntando a la madre y apretó el gatillo.
—¡NO! —Grité, a punto de correr en su ayuda cuando ella sufrió
en agonía, pero Pedro tomó agarre de mí. Bloqueando mi cuerpo en
su lugar.
—La próxima bala es a través del corazón de ella —declaró
Emilio, lanzando mis palabras hacia mí—. ¡Hazlo o ella muere!
¿Quieres ser responsable de tomar la madre de esta chica? ¿Qué
clase de monstruo eres? —se burló en un tono condescendiente,
sonriendo maliciosamente.
Mis ojos se encontraron con la mirada de la chica hacia mí por
una fracción de segundo antes de que ella los cerró apretados, como
si le dolía mirarme. Apartando la cara en derrota. Pedro empezó a
caminar hacia adelante, llevándome con él de buena gana. No tenía
sentido resistirme, Emilio me tenía justo donde quería.
Prisionero.
Una vez que estuvimos lo suficientemente cerca, él me empujó
con fuerza hacia la chica. Me manejé a mí mismo contra la parte
posterior del sofá antes de que mi peso cayera hacia adelante,
aplastando su estructura. Su cuerpo se sacudió tan jodidamente
duro contra mi pecho, sollozando para sí misma. Toda la lucha que
tenía antes se había ido, y yo resistí la necesidad de luchar por ella.
Los dos sabíamos muy bien que si lo hiciera, le costaría a su madre
la vida. Y, probablemente, también la nuestra.
—Shhh… —susurré lo suficientemente cerca de la oreja, donde
nadie podía oír. Los lamentos de su madre por la bala llenaron la
habitación, por lo que fue más fácil ser discreto. Traté de estabilizar
su respiración, calmándola todo lo que podía—. Shhh… —repetí
varias veces hasta que comencé a sentir su calma. Giró un poco la
cabeza, con los ojos perdidos en ambos.
Con labios temblorosos, murmuró—: Soy virgen.
Y con una mirada triste, respondí—: Yo también.

Sólo para ese momento en el tiempo, nos miramos el uno al


otro, los dos tratando de meternos en ese espacio vacío en el interior
de nuestras mentes.
Para ocultar.
Para buscar refugio dentro de nosotros mismos, siendo la única
manera de poder sobrevivir a esto. Ahogando la agitación en erupción
por todas partes, ahogando los gritos con nuestros pensamientos
plagados. Las súplicas desaparecieron en la distancia, mientras
visiblemente luchábamos con nuestras emociones en conflicto.
—Por favor, Dios —rezó ella, por yo no sé qué.
Después de esta noche, estaba convencido de que Dios no
existía.
Al menos no...
Para mí.
—¿Cómo te llamas? —Pregunté con ternura—. ¿Cuál es tu
nombre?
—Teresa —ella respiró, mirando fijamente a mis ojos, con
atención en busca de algo detrás de mi mirada.
—Perdóname, trataré de no herirte —dije sinceramente—, Lo
siento, trataré de no hacerte daño. —Reflejando su intensa mirada,
aparté un mechón de pelo de su cara con el dorso de mi mano.
Permitiendo a mis dedos permanecer en su piel suave y
aterciopelada.
Ella rápidamente se alejó de mi caricia, entrecerrando sus ojos.
—Haz lo peor, muchacho. El tiene razón. Eres igual que él. La
única diferencia es que eres un monstruo que no se conoce todavía.
Lo sabe y lo ha aceptado, y después de esta noche, también lo harás.
Solo hazlo. Deja de pretender ser algo que no eres.
Me eché hacia atrás como si me hubiera golpeado, devastado
por la realidad de sus palabras. Por los restos del hombre que pensé
que estaría muerto después de esta noche. No habría nada de mí.
Tenía que apagar mi humanidad para empujar a través de esto o no
lograríamos salir con vida. Lo que sucedió después fue como si
estuviera teniendo una experiencia fuera del cuerpo.

Yo estaba allí... pero no estaba.


Vagamente oí a Salazar burlase—: ¡Tú, marica! ¡Ni siquiera
puedes tener una erección! ¡Hazlo ahora! Estoy perdiendo la maldita
paciencia!
Otra bala voló hacia la madre, apenas omitiendo la cabeza en
ese momento.
Más gritos.
Más risas.
Más pecados que yo tendría que pagar.
Sabía que Teresa me podía sentir por todas partes, y estaba
apenas incluso tocándola, indignada por lo que estaba haciendo. Con
lo que tenía que hacer. Podía sentir una quemadura palpitante
irradiar a través de todo su cuerpo a partir de la pérdida repentina
de aliento. El aire fue eliminado de ella con mi peso que descansaba
sobre su espalda.
Aspiré el aire que no estaba disponible para tomar. La bilis
subió por la garganta. El control, el poder, la sensación de su
apretado sexo envuelto alrededor de mi miembro, se deslizó
lentamente, encontrando su camino dentro de mí.
Perturbando mi mente.
Traté de acallarla, obligándome a no sentir otra cosa que el acto
vicioso que estaba haciendo.
De repente me di cuenta que las lágrimas corrían por mi cara.
Mis labios temblaban, mis dientes castañeteaban, y mi visión se
volvió negra, parpadeando por las manchas blancas. Cuando ella
movió sus caderas, instintivamente las agarré con fuerza, lo que la
hizo gemir de dolor inesperado.
—No te muevas —rechiné a través de una mandíbula apretada,
incapaz de controlar las sensaciones de su estimulado sexo,
necesitando controlar el ritmo de nuestro acto pecaminoso.
Odiándome más por ello. Era demasiado para mí, despertando una
bestia, un lado oscuro de mí que no sabía que existía.
Aprisionando mi cuerpo, mente y alma.

Podía sentir su virtud, su maldita inocencia en mi miembro;


sólo añadió a las emociones en conflicto agitadas en mi mente. Con
cada empuje, sentí los demonios que eternamente me perseguirán.
Atormentándome hasta el día de mi muerte, hasta que tomé mi
último aliento. No anduve en el valle de las sombras de la muerte esa
noche...
Ahora viviría allí.
Residiendo de forma permanente dentro de mí.
De donde nunca lograría salir con vida.
Todo fue demasiado; las voces, las órdenes, las malditas
sensaciones. Mis caderas comenzaron a moverse por su propia
voluntad, como si fuera un maldito hombre poseído.
El pecador se hizo cargo, mientras que el santo se sentó en
silencio a su lado.
Mis dedos se apretaron, clavando las uñas en su carne,
tomando mi velocidad. Empujando dentro de ella más duro, más
rápido, más fuerte. Mi visión atravesó el túnel, y juro que la oí gemir
sobre la locura dentro y alrededor de mí. Sólo tentando al demonio
aún más, haciendo caer mi cabeza hacia adelante sobre su cuello.
Cerré los ojos con fuerza. Viendo destellos del rostro lloroso de
Teresa, sangre...
Tanta maldita sangre.
Sacudí las imágenes tan pronto como se acercaban, el santo
derrotando al pecador, tirando de mí hacia la luz. Finalmente
tomando posesión de mis acciones. El control de mi vida. Tenía que
poner fin a esto, incapaz de seguir arrastrando otra vida al infierno
junto con la mía.
Justo cuando estaba a punto de terminar...
Oí el grito del padre de la chica—: ¡Amira! ¡NO! ¡Corre!
Instintivamente me di vuelta al guardia a mi derecha, agarró la
pistola de su funda, y apuntó en la dirección de la figura oscura a mi
lado. Encontrándome cara a cara con una niña cuyo amplios ojos
marrones ahora estarían grabados en fuego en la oscuridad de mi
vida.
Sabiendo que vio todo.

Miré alrededor de la habitación, necesitando ver a través de sus


ojos. Su madre estaba allí tendida, sangrando, todavía tratando de
formar gritos que salieron como susurros. Su padre atado a una silla,
pidiendo frenéticamente que corriera. Su hermana inclinada sobre
un sofá, llorando incontrolablemente conmigo todavía dentro de ella.
Con la pistola todavía firmemente en mis manos, apunté a la
cabeza, con el objetivo de matarla.
Inmediatamente bajé el arma, sintiendo el monstruo que sabía
que era. Ajusté mis pantalones, mirando hacia arriba, justo a tiempo
para ver a Salazar levantar la pistola delante de él.
—¡Nooooo! —Grité, corriendo hacia él.
Él no vaciló.
—¡No hay trato! —Abrió fuego alrededor de la habitación,
matando a Teresa en primer lugar. Queriendo que sus padres la
vieran morir, sin importar qué.
La atrapé antes de que cayera al suelo con un golpe duro,
tirando de mí con ella. Sosteniendo su cuerpo sin vida en mis brazos,
apliqué presión a la herida de bala en el pecho.
—¿Qué diablos hiciste? —Pregunté frenéticamente, mirando
fijamente a la cara sin vida de Teresa, la chica que acababa de
conocer.
La agonía de su padre trajo mi atención de nuevo a Salazar.
Terriblemente vi cuando él asesinó a su madre al lado, haciendo que
el hombre presenciara a su familia siendo sacrificada ante sus ojos.
—Patria o muerte, venceremos —fueron las últimas palabras
que escuchó antes de que Salazar lo mató a quemarropa. Poniendo
fin a la “teatralidad”, como él lo llamó.
Una vez más aspiré por el aire que no estaba disponible para la
toma, cada disparo resonó profundamente en mi interior. Mi pecho
se movía con cada respiración asfixiante ante la matanza a mi
alrededor. Ahogado en la devastación de toda vida brutalmente
arrancada de este mundo. Miré a la chica en mis brazos otra vez, su
sangre inocente estaba en mis manos.
Junto con su familia.

Tragando duro, fulminé con la mirada a Emilio con nada más


que el odio y el remordimiento en mis ojos.
—Teníamos un trato —me sacudí, penosamente tratando de
reunir mis palabras.
Mis emociones.
El soldado se había ido.
Desapareció en la noche como si nunca hubiera existido, para
empezar.
Salazar rió entre dientes—: Hijo de puta, ni siquiera te viniste
—escupió sádicamente. Asintió con la cabeza a la niña que se quedó
allí paralizada con su muñeca apretada en su mano. Como si
estuviera sosteniendo su posesión más preciada. Todo el color
desapareció de su cuerpo, estaba en estado de conmoción. Sus ojos
traumatizados conectados con los míos, al instante en busca de
respuestas a preguntas que nunca sería capaz de darle.
Una lágrima escapó, cayendo lentamente por el lado de su cara,
a la barbilla, y en el suelo. Ondulando en la sangre de su hermana.
Juro que podía probar...
Su dolor.
Su pérdida.
Su futuro cambió para siempre.
—Es tuya ahora —agregó Emilio, lanzando mi arma hacia mí.
Asintiendo con la cabeza a la pequeña niña, él habló con convicción—
: Ella puede ser tu recordatorio diario de la familia que tomaste de
ella y lo que sucede cuando me traicionan.
Fue entonces cuando me di cuenta de que perdí más que mi
vida esa noche.
Perdí mi maldita alma.

Todo en nombre del comunismo. Y un hombre más malo que el


mismo diablo.

4
Traducido por Jessibel

Amira
—Amira! ¡NO! ¡Corre! —gritó papi, pero apenas podía oírlo sobre
la conmoción.
No quería que se molestara conmigo.
No quería ser una niña mala.
No quería dejar a mi familia.
Escuché los gritos y los fuertes disparos. Mirando el dolor y la
agonía que estaban pasando.
Dolía en todo mi cuerpo.
Lo sentí en cada última pulgada de mi piel.
Podía escuchar sus gritos cada vez que cerraba mis ojos. Viendo
sus caras sangrientas cada segundo del día. Reviviendo cada ruego,
cada bala, y cada marca en sus cuerpos maltratados.
Sentí todo.
En mi mente, cuerpo y alma.
Me escondí durante lo que parecieron horas, siendo testigo de
todo a través del pequeño agujero en el armario de la cocina. Siempre
había sido mi escondite favorito mientras jugaba a las escondidas
con Teresa. Nadie me encontró cuando me escondí allí. Contuve la
respiración para no hacer ruido. Me asomé a la sala de estar, donde
muchos monstruos torturaban a mi familia. Eran los hombres
desagradables de los que mi padre me dijo que me escondiera
semanas antes. Quería cerrar los ojos como si estuviera viendo algo

de miedo, y quería hacer que desaparezca. Como si sólo fuera un mal


sueño del que pronto iba a despertar. Pero cada vez que mis ojos se
escondieron en la oscuridad, sólo empeoró mis pensamientos. Sin
saber lo que iba a ocurrir a continuación. Haciendo más difícil de
controlar mis emociones y el miedo. Tuve que ver no importa qué.
Era la única manera de que sería capaz de mantener mi promesa a
papi.
Mi mirada aterrorizada voló al hombre entrando en la sala de
estar. El monstruo, sostuvo a mi familia como rehenes, Damien. No
podía apartar los ojos de aquel hombre alto que estaba parado a unos
pies de distancia de mi lugar secreto. Aún escondida detrás de la
puerta del armario de madera delgada. Llevaba uniforme militar
como los hombres que vendrían a recoger nuestra comida cada mes.
Me di cuenta de su comportamiento al instante. Pude ver algo
diferente en su mirada color miel. La forma en que miraba a mi
familia, cómo sus manos se movieron ligeramente con su sincera
expresión. La forma en que estaba en la puerta, sin moverse una
pulgada. Observando todo reproducirse en frente de él, exactamente
cómo estaba yo.
Él no era como ellos.
Ellos eran monstruos en sus ojos también.
Oré en silencio para que él fuese el salvador de mi familia. Se
había convertido en el héroe en esta pesadilla. Cuanto más miraba,
más me daba cuenta de que él era apenas tan víctima como toda mi
familia. No quería hacer esas cosas horribles.
Estaba luchando por sus vidas, mientras que escondí la lucha
por la mía.
Más gritos.
Más disparos.
Más...
Más...
Más...
—La próxima bala es a través del corazón de ella. ¡Hazlo o ella
muere! ¿Quieres ser responsable de tomar la madre de esta chica?
¿Qué clase de monstruo eres?

Quise gritar—: ¡Él no es un monstruo, tú eres! —Pero en cambio,


escondí mi cara en el cuerpo de mi muñeca Yuly. Era demasiado
difícil seguir viendo su dolor. Mi corazón roto ahora estaba en mi
garganta con bilis, pero la tragué de nuevo. Cubrí mis oídos con las
manos, tratando de ahogar los lamentos de mami y la voz del
monstruo. Recordando la última vez que estuve contenta con papi.
—Amira, tengo un regalo para ti —papi reveló, tocando mi punta
de la nariz con el dedo índice. Un gesto que había estado haciendo
toda mi vida. Me tomaba el pelo diciendo que mi nariz crecería como
Pinocho si le decía mentiras. Era su forma de asegurarse de que era
honesta.
Mi padre trabajaba día tras día en el campo, la ciudad, y en
cualquier otro lugar que pudiera conseguir mercancías a cambio de su
trabajo. Lo que sea que eso significaba.
No lo había visto en un par de días, lo que me puso muy triste.
Se sentía como si cada vez que salía para ir a la ciudad a trabajar,
más tiempo le llevó a volver. Odiaba cuando papi se iba, las cosas no
eran lo mismo sin él.
Mami y Teresa lo extrañaban también, pero no como lo hice. Mami
trataría de animarme cada vez que salía, permitiendo que jugara con
los polluelos en el establo. O ella me dejaría correr libre en el campo y
recoger mis flores preferidas, mariposas, para papi. Una delicada flor
blanca con pétalos que formaban la forma de una mariposa. Cuando
estaba en casa, agitaba mis brazos hacia arriba y hacia abajo como si
estuviera volando, y giraba a su alrededor, haciéndolo reír y sonreír.
Esos fueron los mejores días.
Papi sabía que yo no estaba contenta cuando nos dejaba, por lo
que siempre iba a tratar de traer un regalo, para compensar su
ausencia. Sabiendo que era raro para nosotros recibir algún regalo, a
menos que fuera nuestro cumpleaños o un día de fiesta. No importa lo
grande o pequeño que era, yo apreciaba todo lo que siempre me dio
porque venía de su buen corazón.
El mismo corazón que tenía en mi cuerpo. Papi era mi héroe, y yo
lo quería mucho.
Con los ojos muy abiertos, vi cuando se puso de pie y me mostró
lo que escondió detrás de su espalda durante todo este tiempo.

—Papi —jadeé—. ¡Me trajiste una! —Salté arriba y abajo,


incapaz de controlar la emoción corriendo por mi cuerpo.
Él sonrió maliciosamente, entregando la muñeca hacia mí. Nunca
tuve una muñeca antes. Había estado preguntando por una, debido a
que Claudia trajo la suya a la escuela hace dos años. Diciendo que su
papi la encontró en el autobús. En secreto, deseaba que la mía fuera
encontrada en el autobús también. Él sabía que era todo lo que quería.
Los juguetes eran difíciles de conseguir. Difícilmente alguna vez
obtuve alguno ya que todos los bienes de Cuba procedían de la Unión
Soviética, quienes no tenían mucho para gastar. Además, los Estados
Unidos no quiere ayudarnos más. Al menos eso es lo que oí que los
amigos de papi dicen cuando llegaban de visita con todos sus mapas
y papeles. Pasaban horas y horas hablando de impresiones políticas
y corrupción. Dos palabras de las cuales aprendí el significado a partir
del único diccionario que tuvimos en la escuela, al día siguiente.
Cuando le pregunté sobre ello a papi, unos días más tarde, él me
dijo que no me molestara con América. Sólo estaban haciendo todo lo
posible para hacer que Emilio Salazar se entregara y renunciara. Me
hizo prometer que nunca mantendría el odio para cualquier persona en
mi corazón; sólo da lugar a cosas malas. Amar a todos por igual,
especialmente a los que más lo necesitaban. Me dijo que a veces había
gente en nuestro mundo que sólo eran almas perdidas y necesitaban
de nuestra ayuda para encontrar su camino.
Sonreí grande y amplio, de forma instantánea abracé la muñeca
tan fuerte como pude. Mostrando lo mucho que la quería. La llevé hasta
mi cara cuando había terminado de tomar un buen vistazo a ella. La
muñeca de Claudia tenía un rasguño en la cara y le faltaban sus
zapatos y las cintas del pelo. La mía era perfecta, su largo pelo marrón
y ojos marrones oscuros eran exactamente como los míos. Llevaba un
vestido blanco que fluía hasta los pies, con zapatos brillantes negros.
No había una marca en ella, parecía nueva. Inmediatamente me
pregunté a dónde papi la consiguió, pero nunca le pregunté.
No pude contener mi felicidad, enfatizando—: ¡Oh, papi! ¡La amo!
¡La amo tanto! —Animé, abrazándola cerca de mi corazón otra vez,
necesitando sentir que ella estaba realmente allí.
Ella era realmente mía.

Antes de darle otro pensamiento, abordé las piernas de papi.


Apretándolas en un gran abrazo, fuerte. Con la esperanza de que
pudiera sentir todo el amor y el aprecio en mi abrazo.
—¡Gracias! ¡Ella nunca se irá de mi lado! Ahora, no tengo que
estar triste cuando te vayas, papi. Siempre estarás conmigo a través
de ella —solté, conteniendo las lágrimas. Estaba tan abrumada. No
podía creer que me consiguió una muñeca.
Tampoco dudó para sostenerme en sus brazos, llegando a mi
nivel en cuclillas. Me colocó delante de él para que pudiera ver su
rostro. Tenía lágrimas en sus ojos, con una expresión que nunca había
visto antes.
Mi corazón se contrajo.
—Papi…
—Amira... —Hizo una pausa, como si estuviera tratando de
reunir sus fuerzas para decirme algo. Esto no se sentía bien, mi papi
era la persona más fuerte que conocía, nunca lloraba.
Aparté mi brazo, poniendo la mano en el lado de su cara. Acaricié
su mejilla, tratando de darle el valor que necesitaba para seguir
adelante.
Funcionó. Él persuadió—: Necesito que me prometas algo.
Asentí fervientemente, con ganas de hacer algo para eliminar la
mirada de su cara. Estaba lastimando a mi corazón.
—Necesito que escuches lo que digo. Necesito que seas mi niña
buena y me escuches, ¿de acuerdo?
—Papi, me estás asustan…
—Si algunos desagradables hombres malvados alguna vez
entran en esta casa, Amira, y oyes gritos y cosas malas… —dudó de
nuevo, haciendo que mi corazón latiese más rápido. Sus palabras no
salieron tan rápido como los pensamientos que corrían por su mente
—. Si te enteras de algo fuera de lo común, mamita, y te sientes con
miedo... Necesito que me prometas que te vas a ocultar.
Di un paso hacia él.
—Papi…

Me detuvo en seco, me mantuvo estable en el lugar que


necesitaba para mirar a mis ojos.
—¿Me entiendes, Amira?
¿Por qué me escondería si estaba asustada? Nunca tuve que
hacerlo antes. Siempre perseguí a los monstruos en mis pesadillas.
¿Tal vez él me necesitaba para ahuyentar a sus monstruos también?
—¿Me entiendes? Te escondes —reafirmó, como si supiera lo que
estaba pensando.
Asentí con la cabeza, incapaz de decir las palabras.
—Amira, promételo... me juras que vas a esconderte de los
hombres malos. No importa qué, te ocultas. Y te ocultas hasta que no
escuches otra palabra o gritos —exigió, a pesar de que su boca estaba
temblando. Sus ojos sostenían tanta tristeza.
—Pero, papi, qué si...
—¡Nada! ¡Te ocultas! —Ordenó en un tono duro, haciéndome
saltar. Nunca me gritó antes—. No importa lo que escuches o lo mucho
que duela lo escuchas... te ocultas, mamita. Por favor... prométeme que
te ocultarás —rogó, con la voz entrecortada.
Mordí mi labio, conteniendo las lágrimas. No quería que me viera
llorar. Él ya estaba lo suficientemente triste. Siempre escuché lo que
dijo mi papi porque yo era su niña buena. No quería decepcionarlo o
defraudarlo.
Me puse de pie erguida, queriendo ser su valiente Amira.
Necesitando ser fuerte por ambos.
—Lo prometo, papi. Prometo que me ocultaré. Me esconderé y no
saldré hasta que sea seguro, ¿de acuerdo? No voy a salir hasta que
me digas que es seguro, ¿de acuerdo? Me dirás que salga, ¿verdad
papi? ¿Me prometes que vendrás a buscarme? ¿Después de que los
monstruos se hayan ido? —pregunté con labios temblorosos y mi voz
entrecortada.
Mi corazón estaba hecho añicos.
Con lágrimas cayendo de sus ojos, él simplemente dijo—: Te amo,
mi pequeña sombra. No importa qué, siempre estaré contigo. —Él puso
una mano sobre el corazón y la otra en mi muñeca—. Aquí.

No fue hasta esa noche que me di cuenta... que nunca prometió


que vendría a buscarme. No sabía cuánto tiempo me quedé en las
sombras del armario, pero se sentía como la eternidad. Cuando
saqué mis manos fuera de mis oídos, todo lo que podía oír eran la
risa de los hombres. Moví a Yuly de mi cara, mirando a través del
pequeño agujero en el gabinete de nuevo. Todo lo que veía ahora era
la espalda de Damien. Él estaba detrás de Teresa, se inclinó en el
cojín del sofá delante de ella. Estaba moviendo sus caderas como si
estuvieran jugando una especie de juego de baile.
Cuando Damien ordenó, No te muevas, a Teresa, salí del
escondite. Hice mi camino fuera de la seguridad del pequeño espacio
tan silenciosamente como pude, necesitando ir a buscar ayuda.
Agarré a Yuly cerca de mi pecho, esperando que cubriera los sonidos
de los latidos de mi corazón rápidamente. Pensando que tal vez
pudieran oírlo. Di un suspiro de alivio cuando salí fuera de la cocina
sin ser vista. Caminé suavemente por el pasillo, donde no me podían
ver y no podía verlos. Parando cuando oí a Teresa hacer un ruido que
sonaba como un grito de dolor, pero de comodidad también.

Oí a papi gritar mi nombre, desde la silla a la que estaba atado,


antes de que se diera cuenta de lo que había hecho. Era demasiado
tarde para dar marcha atrás. La pistola en la mano de Damien ahora
apuntaba directamente hacia mí. Nunca había visto una pistola de
cerca. Instintivamente me abracé a Yuly más fuerte.
Los segundos se convirtieron en minutos y los minutos parecían
horas mientras estaba allí, anticipando lo peor.
Los siguientes momentos de mi vida ocurrieron en cámara
lenta. La locura estalló en nuestra casa una vez llena de amor, pero
no escuché una palabra salir de la boca de nadie. Los sonidos de mi
corazón latían sin control en mi pecho, haciéndose cargo de mis
sentidos. Mis oídos zumbaban de las palpitaciones, y mi visión cavó
un túnel. Las palabras de papi desde hace unas semanas, se
mezclaron con los gritos de mi nombre, interpretado como un disco
rayado en mi subconsciente.
—Amira, prométeme... prométeme que te ocultarás. No importa
qué, te ocultas. Y te ocultas hasta que no escuches otra palabra o
gritos.

Podía sentir mi cuerpo colapsar y mi mente entrar en un lugar


oscuro dentro de mí, en el que nadie podía hacerme daño. Disparos
tras disparos sonaron, haciendo que mi cuerpo se sacudiera con
todos y cada uno de ellos. Los casquillos de balas empezaron a caer
al suelo seguido de sus cuerpos. Me sentí como si estuviera ahogada
por las emociones que he sentido en una fracción de segundo.
Lamento.
Dolor.
Enfado.
Esperanza.
Todos ellos golpeando a la vez, como si la almas de mi papi,
mami, y hermana se aferraron a la mía para salvar su vida. No creía
que era posible sentir tanto y no morir físicamente junto con ellos.
Yo estaba.
Yo había.
Había una línea imaginaria que tiraba desde lo profundo de mis
huesos. Lo sentí desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Fueron
destellos de la vida que no era la mía nunca más. Mi pasado se
burlaba de mí y me reconfortaba al mismo tiempo.
Mi visión se aclaró repentinamente cuando oí débilmente—: Es
tuya ahora. Ella puede ser tu recordatorio diario de la familia que
tomaste lejos de ella, y lo que sucede cuando me traicionan.
Todos los recuerdos de la noche se vinieron abajo,
enterrándome entre los escombros de su sangre. No podía respirar,
mirando a los ojos del hombre que pensé que iba a salvarnos a todos.
Estaba aterrada de que si miraba lejos, él desaparecería. Una gran
parte de mí no quería que se fuera. Yo sabía que si lo hacía, estaría
a solas con sólo mis pensamientos y sentimientos. Necesitando
físicamente morir con ellos.
Junto con las pesadillas a las que nunca sobreviviría.
Cuanto más fijamente miraba a sus ojos, más fuerte eran sus
pensamientos internos. Repitiendo... —Lo siento, lo siento. Lo siento
—una y otra vez sin final a la vista.
Esto no era una pesadilla.

Esta era mi realidad ahora.


El monstruo en la noche salió de mi casa. Cruzando el umbral
mutilado que ellos tan fuertemente derribaron, con dos de sus
hombres a su lado. La casa que él destruyó con nada más que
corrupción, violencia y asesinato. Ni una sola vez miré hacia atrás en
la realidad que ahora era mi vida.
Fui la primera en romper la intensa mirada de Damien,
cambiando mi mirada a mi hermana, a mi padre, y mi madre...
No estaban sonriendo.
Ellos no estaban riendo.
No se movían.
No hubo alma, vida, ni amor.
Nada.
Todos ellos estaban muertos.
La cadena que me conectó con el hombre llamado Damien se
rompió...
Y corrí.
Corrí con el puro impulso hacia mi padre, corriendo tan rápido
como mis piernas me permitirían ir. Cayendo de rodillas en toda la
sangre que salía de su rostro irreconocible y cuerpo.
—¡Papi! ¡Tienes que despertar! —persuadí, poniendo mi mano
temblorosa por todos lados sin saber dónde parar la hemorragia—.
Por favor... papi... tienes que ayudarme a despertar a mami y a
Teresa... No puedo hacer esto sola... así que despierta ahora, ¿de
acuerdo? —Tiré mis brazos alrededor de su cuerpo, protegiéndolo del
sangrado, con Yuly entre nosotros. Cerré los ojos tan fuerte como
pude. Lloré sobre su cuerpo, moviéndolo con tanta fuerza para que
despertara—. ¿Recuerdas que me prometiste llevarme a la ciudad?
Íbamos a ver el mundo ¿Recuerda, papi? Me prometiste…
Él no se movía.
No estaba despertando.
No había nada que pudiera hacer.

—¡Lo siento, papi! Lo siento, no me quedé escondida. Por favor...


no te enojes conmigo... sigo siendo tu niña buena, ¿verdad?
—Él está muerto, niña estúpida. Tu familia está muerta. ¿Qué
se siente ser un jodido huérfano? —uno de los guardias gritó desde
el otro lado de la habitación.
Poco a poco me senté y me quedé enraizada en mi lugar,
mirando a los cuerpos sin vida. Recibiendo sus palabras. Había
demasiada sangre por todo mi cuerpo y en Yuly, ni siquiera podía ver
mi piel. Bajé la cabeza, demasiada culpa y remordimiento golpeó más
duro que todo lo que había experimentado antes.
¿Tal vez si me hubiera quedado oculta todavía estarían vivos?
Nuevas lágrimas escaparon de mis ojos, y tomó todo en mí para
no continuar pidiendo su perdón.
—Te he hecho una pregunta —el hombre escupió, haciendo que
mirase hacia él a través de las rendijas de mis ojos hinchados.
—Te odio —le susurré tan bajo que no podía oír.
—¿Qué fue eso? No puedo oír el sonido de tus gemidos
patéticos.
—Dije —me puse de pie erguida con Yuly, mi mano apretada en
un puño—, ¡TE ODIO! —siseé, acusando a los dos hombres al lado
de Damien en el habitación. Golpeando, lanzando puños,
empujándolos tan fuerte como pude. Haciendo que se rieran de mí.
Eso sólo alimentó más mi odio.
Luché con toda la fuerza que había dejado dentro de mi concha
hueca, sin soltar a Yuly. Necesitando su comodidad para seguir
adelante. Empujé, lancé palmadas y golpeé a los asesinos, con ganas
de hacerles daño. Golpeando con mi puño en su pecho duro como
una roca, sin prestar atención al dolor punzante que atravesaba mi
mano. No era nada en comparación con el cuchillo en mi corazón.
Sólo quería que muriesen también. Le di un rodillazo al hombre más
grande entre las piernas, tan fuerte que cayó hacia atrás en el cristal
roto, haciendo una mueca al instante por el dolor.
Levantó su mano instintivamente en el aire a punto de darme
una palmada en mi cara, pero un fuerte brazo alrededor de mi
estómago, tiró de mí hacia atrás. Levantándome del suelo,

esquivando la mano grande del hombre cuando voló por mi cara. Tan
pronto como mi espalda chocó con el pecho sólido de alguien, me di
la vuelta en sus brazos y luché.
—¡No! ¡No! ¡No! —Grité, rudamente tratando de luchar contra
él. Sacudiendo la cabeza hacia atrás y hacia adelante.
—¡Cálmate! —Instó, envolviéndome en nada más que la sangre
de mi hermana. Fue entonces cuando supe que era Damien.
No podía respirar. No podía dejar de luchar. Me estaba
ahogando, ahogada más profundo en mi desesperación. En los
recuerdos que me acechaban cuando estaba despierta y me
aterrorizaban cuando traté de dormir.
—¡Te odio! ¡Deseo que todos se mueran! —Grité histérica.
Estaba hiperventilando al punto en que mi visión era irregular. Mis
cuerdas vocales se sentían como si estuvieran ardiendo—. ¡No me
toques! —grité con todas mis fuerzas, continuando mi asalto.
Golpeé por toda su cara, el pecho y en cualquier lugar que pude
con él todavía sosteniendo mi cuerpo agitado. Él no me bloqueó, no
me detuvo. Me dejó enviar cada golpe, exactamente como dejó a
Teresa. Sabiendo que se lo merecía y más.
—¡Esto es tu culpa! ¡Tú hiciste esto! ¡Asesino! —rugí,
empujándolo y golpeándolo duro, más rápido, dejando que mi
adrenalina pateara con toda su fuerza. Mis ojos vieron rojo, y mi
cuerpo estaba enfermo por la rabia y el deseo de desmoronarme.
—¡Tú zorra! —El hombre a quien golpeé entre las patas se burló.
Agarrando a Yuly, tratando de tirar de ella fuera de mi alcance
mortal.
—¡NO! ¡POR FAVOR, NO! —Supliqué, agarrándola tan fuerte
como pude—. ¡Ella es todo lo que tengo! ¡POR FAVOR!
Su vestido se desgarró y su brazo se desprendió, haciendo que
los hombres riesen más duro a medida que lamentaba otra vida que
ellos estaban a punto de tomar lejos de mí.
—¡POR FAVOR! —bramé.
Ahora él estaba sosteniendo a Yuly mientras me miraba a los
ojos, arrancando la cabeza de su cuerpo.

—¡NO! —Grité lo suficientemente fuerte como para romper el


vidrio, llegando a ella antes de que la lanzó a través del cuarto.
Como si ella no era nada.
Cuando ella era todo para mí.
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio tanto! —Sollocé, luchando contra
los brazos de Damien. Llevé mis manos hasta su cuello, rasgando
con mis uñas hasta el pecho. Dejando un rastro de sangre a su paso.
Necesitaba llegar a Yuly.
Damien tiró de mí al suelo con fuerza como una muñeca de
trapo, golpeando mi cabeza con un golpe seco. Me estremecí por el
impacto de su fuerza.
—¡Tú maldita perra! —Damien rugió, mirándome con odio en
sus ojos. Su comportamiento rápidamente cambiante—. ¡Déjanos,
AHORA! ¡Me haré cargo de esta pequeña perra!
—Debería golpearla directamente para que obedezca —dijo uno
de los hombres enfurecido, saliendo por la puerta con el otro hombre.
Dejándonos solos.
—¡Dije que la tengo! ¡Ahora lárgate de aquí!
Antes de darle otro pensamiento, Damien sacó la pistola de la
parte posterior de su uniforme. Fue entonces cuando otra realidad
brutal me golpeó.
Yo. Estaba. Equivocada.
Tan equivocada...
El monstruo no se había ido, estaba de pie justo enfrente de mí.
Apretando el gatillo. Acabando con todo...

Para mí.

5
Traducido por Jessibel

Damien
No lo pensé dos veces.
Tomé una caja de cerillos al final de la mesa, trazando la tira,
viendo la chispa final. Tomando un segundo para oler el azufre antes
de tirar el palo en el suelo. Iluminando la miserable casa con el fuego.
Estaba en lo correcto, sólo tomó segundos para que la delgada
madera de mierda se prendiera en fuego. Las llamas naranjas y rojas
se apoderaban de la matanza, encendiendo la sangre, borrando la
noche como si nunca hubiera pasado.
Tomé una última mirada a su pequeño cuerpo sin vida tirado
en el suelo delante de mí. Recordando la mirada en sus ojos cuando
la pistola fue dirigida directamente a su cara, antes de que ella dio
su último suspiro. No había nada que pudiera hacer más.
Lo hecho, hecho está.
Esta era mi vida...
Ahora, para siempre, y todos los días en medio.
Salí de la casa completamente atontado, mientras las llamas
estallaron detrás de mí. Envolviendo la cabaña, quemando los
cuerpos de la familia amorosa que una vez vivió allí.
Su sangre estaría eternamente en mis manos.
—¿Qué carajos? —Cuestionó Salazar, ladeando la cabeza hacia
un lado. Estaba apoyado en su limusina con mi padre y Pedro a su

lado. Los otros guardias ya estaban esperando en el interior del


vehículo.
—¿Qué? —respondí.
—¿La Niña? ¿La mataste? —preguntó.
—Dijiste que era mi responsabilidad. ¿Qué jodidos haría yo con
una niña?
—Damien, era una niña. No necesitabas… —mi padre comenzó.
—¿No necesito hacer qué? —interrumpí, dando un paso hasta
su cara por segunda vez en la noche—. Lo siento, no sé cómo nada
de esto funciona. Mi padre debe haber olvidado mencionar que era
un asesino a sangre fría. ¿No es esto lo que querías?
¿Entrenarme todos estos años, preparándome para convertirme en
un soldado? Hice lo que tenía que hacer. Ante mis ojos, ella era una
jodida responsabilidad. ¿Quieres que abra la boca a cualquier
persona que la escuche? Porque estoy tan seguro como la mierda que
no. Le hice un favor, ella está con su familia ahora. Es el lugar donde
pertenece.
Salazar estrechó sus ojos hacia mí, sonriendo.
—Un santo en un minuto, un pecador al siguiente. Ves,
Damien, tú y yo no somos tan diferentes del todo. Eres un maldito
elemento peligroso, un comodín. Siempre he admirado eso de ti.
Nunca se sabe lo que vas a hacer. Manteniendo las cosas
interesantes.
Lo miré de arriba abajo, repitiendo sus palabras—: Patria o
muerte, venceremos.
—Debiste haber visto cómo derribó a la perra —Pedro se echó a
reír—. Te permitimos conseguir tu primera muerte, hijo de puta, de
la forma en que debe ser siempre. Pero la próxima vez... tenemos que
ver.
Emilio sonrió, continuando hacia su limusina.
—Se hace más fácil, solo pregunta a tu padre, pero a diferencia
de él, no recoges perros callejeros —rió, acercándose a mí, y resistí el
impulso de preguntarle a qué se refería.
—Sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que vieras las
cosas a mi manera. Eres un verdadero cubano. Un maldito soldado,

y estoy jodidamente orgullosos de tenerte conmigo. —Lanzó el brazo


por encima del hombro, me tiró en su costado—. Este es sólo el
comienzo. Esta noche fue nada comparado con lo que tengo en el
almacén para ti. Vas a lograr grandes cosas con mi guía. Antes de
que te des cuenta, serás igual que yo. Todo lo que has querido, por
lo que has sido entrenado, se hizo realidad esta noche, Damien —
afirmó, señalando a sus hombres—. Ahora, nos vamos de aquí y deja
que estos traidores se pudran en el infierno, al que pertenecen.
Di un paso en el vehículo, tomando asiento en el mismo lugar
que tenía cuando llegamos. Me hundí en el cuero negro e incliné la
cabeza hacia atrás contra el reposacabezas. Alcancé a ver mi cara
entre las llamas, reflejada en el cristal tintado. Ya no reconocí al
hombre mirando hacia mí, mientras observaba la casa reducida a
cenizas.
—¿Cómo se siente tener tu primer contacto con una mujer? ¿Su
sangre virgen en tu miembro? A ella le encantó. No dejes que te
engañe, sé que escuchaste los gemidos de la perra. Un pequeño
consejo para la próxima vez, se siente mucho mejor cuando
realmente te vienes —Salazar se burló, haciendo reír a todos junto
con él. Excepto mi padre, él estaba perdido en sus pensamientos.
Mirando por la ventana tintada.
Me burlé—: Creo que a diferencia de todos los hombres en esta
limusina, puedo penetrar durante más de cinco minutos.
Todos rieron con más fuerza, tirando sus cabeza hacia atrás.
Salazar me entregó una botella de bourbon y tomé con avidez,
inhalando la quemadura del líquido ardiente con placer. Quería
olvidar. Quería fingir que esta noche nunca sucedió.
Sabiendo que estaba lejos de acabar.
No sabía cuánto tiempo pasó antes de que la limusina se detuvo
fuera de mi casa.
—Duerme un poco. Tienes que estar de pie mañana temprano
en la mañana. Llega a mi casa a las siete —instruyó Emilio,
sacándome de mi vacío estado de trance.
Le di una breve inclinación de cabeza y salí, dándome cuenta
de que era el único que salió del vehículo, cuando se alejó. Negué con
la cabeza, imperturbable. No era raro para mi padre permanecer al

lado de Salazar, dejándome valerme por mí mismo. Excepto que esta


vez, no tenía nada que ver con sus deberes y lealtad a nuestro líder.
Él me estaba evitando deliberadamente.
Avergonzado. Plenamente consciente del maldito monstruo que
hizo.
Yo.
Sacudí los pensamientos, haciendo mi camino al interior.
Establecí lo que tenía en el mostrador, me fui directamente a la
ducha, con uniforme y todo. Tratando de enjuagar los recuerdos de
la noche que siempre sería una parte de mí. Dejé que el agua caliente
quemara en mi piel, necesitando sentir algo, cualquier cosa, otra vez.
Observé toda la sangre de la vida que había tomado, arremolinarse
alrededor del desagüe.
Fuera de la vista, pero nunca estaría fuera de la mente.
Después de que el agua se tornó fría, salí. Ocupándome de
algunos asuntos antes de saltar en mi coche y conducir en la noche.
No pasó mucho tiempo hasta que llegué a mi primer destino,
corriendo por los escalones de la entrada y llamando a la puerta. Ella
respondió de inmediato, mirando confundida.
—Necesito tu ayuda —afirmé en pocas palabras, entregando lo
que llevaba.
Ella no preguntó nada, dándome la espalda una vez que había
terminado. La besé en la mejilla y tan rápido como había llegado, salí.
Las calles estaban oscuras y vacías, y recibí la soledad. La
tormenta en mi mente se había ido y regresado, pero el viento se
mantuvo mientras conduje por el carril de la memoria. Aparqué mi
coche en el camino de grava justo después de la una de la mañana.
Apagué el motor, pero dejé las luces encendidas para ver a través de
toda la neblina y el polvo que caía del cielo de la noche.
Tomé una respiración profunda para calmar mis nervios antes
de salir de mi coche. Me aseguré de tomar lo que estaba establecido
en el asiento del pasajero, lo metí en la parte de atrás de mis
vaqueros, justo al lado de mi arma. El hedor que persistía en el aire
inmediatamente agredió mis sentidos, pero no presté ninguna
atención. Estaba demasiado centrado en la responsabilidad que
todavía tenía. Un pie delante del otro, fui caminando hacia mi

propósito. Escuchando nada más que los restos carbonizados bajo


mis botas y el silbido del viento en los árboles. Sonidos débiles de lo
que estaba por venir.
Nunca he creído en tener un enlace con alguien, nunca pensé
en el futuro o el destino o cualquiera de esa basura. Nunca consideré
estar atado a un alma a través de una conexión que no tiene ningún
sentido. Aunque en el segundo que entré en ese granero, sabía
exactamente dónde ella podría estar escondida.
Como si su corazón estaba ahora ligado al mío.
Encendí la luz tenue, iluminando el espacio abierto de la
estructura decrépita. Di un paso más en el granero para echar un
vistazo rápido alrededor. Estaba bastante vacío a excepción de
algunas viejas herramientas agrícolas en la pared más alejada y
barriles de heno dispersos en toda la zona.
La escalera hasta el pajar yacía parcialmente rota en el suelo.
Como si hubiese sido golpeada con el pie, fuera de la cornisa a la que
una vez estuvo asegurada, por encima de mi cabeza. No podía evitar
reírme cuando establecí la parte intacta de la madera astillada contra
la viga de soporte más cercana, en la esquina. Di dos pasos a la vez,
llevé mi cuerpo de seis pies y cuatro pulgadas hacia arriba, dejando
libre el espacio que faltaba para subir al desván a buscarla.
Una sensación inmediata de orgullo se apoderó de mí mientras
me abría camino hasta allí. Otra maldita sensación que no tenía
sentido para mí. Yo no tenía idea de quién era, pero ya tenía un
vínculo emocional con ella. Orgulloso como el infierno que ella era lo
suficientemente inteligente como para tratar de descarrilar a
cualquiera que viniese a hacerle daño de nuevo. Moví unos barriles
de heno fuera del camino, empujándolos sobre el borde de la
buhardilla para despejar el pequeño espacio.
Lo siguiente que vi me dolió de maneras que no creía que fuera
posible. No después de lo que había presenciado y participado en esa
noche. Estaba sentada en la esquina trasera, con las rodillas
apretadas contra su pecho. Ambos brazos bien envueltos alrededor
de sus piernas, enjaulando un par de polluelos en su regazo.
Sosteniendo un martillo en su agarre tan jodidamente fuerte que sus
nudillos se habían vuelto blanco.

—Jesucristo —exhalé, percatándome de la sangre seca de su


padre por toda su cara y el cuerpo. La forma en que ella no se movía,
allí sentada como un ratoncito asustado. No me había mirado ni una
vez, su mirada estaba fija hacia fuera delante de ella.
Perdida.
Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero no sabía por
dónde empezar. Había tanta mierda por decir, tantas explicaciones y
disculpas que hacer, pero no con suficiente tiempo para
enmendarlos. Estaba congelado en frente de ella, imaginando la vida
que nunca tendría. Los los recuerdos que siempre la atormentaría
por años. Cualquier error o lamento que puede estar sintiendo. Todo
se precipitó sobre mí, acumulado en la parte superior de mi
conciencia. El peso me sofocaba como si estuviera siendo enterrado
vivo. La rabia y adrenalina todavía bombeaba a través de mis venas,
quemando hasta el punto de dolor.
Odiándome aún más por lo que había hecho.
—Amira… —persuadí, levantando mis manos delante de mí en
rendición cuando me agaché a su nivel. Necesitando que entendiera
que no iba a hacerle daño más de lo que ya había hecho.
Nada.
Pude ver la noche destellar ante sus ojos sin final a la vista.
Hasta el último segundo de ello reproduciéndose delante de ella sin
ningún lugar para ocultarse en este momento.
—Amira, mi nombre es Damien. ¿Puedes mirarme por favor?
Necesito que me mires... ¿Puedes hacer eso por mí?
Ella tomó aire, saliendo de golpe de su peor pesadilla. Volviendo
la atención a mi mirada, como si ella sólo se dio cuenta de que estaba
allí con ella. Inmediatamente se deslizó hacia atrás, más lejos de mí
y en la pared, como si estuviera tratando de moldearse a sí misma en
la madera. Sus labios no dejaban de temblar, mirándome con los ojos
muy abiertos, petrificados. Ella levantó su mano temblorosa en el
aire, y me mostró que tenía un arma.
Su comportamiento rompió lo que quedaba de mi maldito
corazón. Replicando con la imagen de ella allí de pie traumatizada
frente a mí, mientras que su hermana Teresa yacía muerta en mis
brazos.

La vida que fue arrebatada de Amira con tanta dureza, de forma


tan violenta, tan injustamente.
Como si ambos nunca dejamos el lugar de los hechos.
—Está bien... ¿recuerdas? Te dije que corrieras al granero y te
ocultaras, y que volvería a por ti.
Ella se encogió, cerrando los ojos. Hundiéndose más en el
abismo donde su mente se había ido, con ferocidad movió la cabeza
hacia atrás y adelante.
—Amira, tengo algo para ti, mira... Por favor, muñeca, ayúdame
para que pueda ayudarte —expresé.
No supe lo que me poseyó para llamarla así, pero tan pronto
como lo dije, ella comenzó a abrir lentamente sus ojos como si trajera
algún tipo de memoria para ella. Nuestros ojos se encontraron
mientras apretaba su muñeca en la parte de atrás de mis vaqueros.
Después de que ella salió de la casa, por la puerta trasera,
donde nadie podía verla correr a esconderse, agarré las partes rotas
de su muñeca y las escondí debajo de mi uniforme. Nadie se dio
cuenta, sin embargo ¿por qué iban a hacerlo? Había jugado mi
maldita parte perfectamente.
Una vez que llegué a casa, me di una ducha, más que todo por
su bien. Lo último que quería era que me viera en la misma postura
que tenía antes de salir. Cubierto de sangre de su hermana. No pasó
mucho tiempo para llegar a casa de Rosario para que pudiera arreglar
y limpiar la muñeca. Dándole un aspecto casi tan bueno como si
fuera nueva.
Amira observaba con cautela mientras sacaba el muñeco de
detrás de mi espalda, colocándola poco a poco entre nosotros. Esta
fue mi última gota de esperanza, rezando en silencio para que ella
supiera que esta era mi forma de extender una especie de rama de
olivo a ella.
Donde ella pudiera encontrarse conmigo en el medio para tratar
de reparar el futuro de la vida de ambos. Iba a estar en su vida, si
ella quería que estuviera o no.
Haría las cosas más fáciles si ella lo permitía.

—¿Yuly? —Por fin habló. Con los ojos llenos de lágrimas frescas,
sin poder creer lo que estaba viendo. Ver la pequeña muñeca restauró
una pequeña parte de lo que quedaba de su corazón.
Asentí sin saber qué más decir, o cómo hacer todo esto más fácil
para ella. La muñeca era lo único que tenía de su vida anterior. No
hacía mejores las cosas por cualquier medio, pero tenía la esperanza
de que le proporcionaría un poco de comodidad.
Algo...
Cualquier cosa...
Para ella mantenerse con vida.
Nuestros ojos nunca se desviaron unos de otros cuando ella,
vacilante, tomó la muñeca. Tomándola de mis manos.
—Muñeca, no voy a hacerte daño —dije sinceramente—.
Tendrás que confiar en mí.
Ella me miró y luego hacia abajo a su muñeca con mucha
confusión en su mirada. Insegura de qué pensar ni qué hacer. En
busca de Yuly para algunas respuestas. Tenía que darse cuenta de
que no tenía otra opción. Al final del día, yo era su única esperanza.
La sacaré de aquí a regañadientes si tengo que hacerlo, y creo que
una parte de ella ya era consciente de ello.
—Nos tenemos que ir. —Traje a su atención de nuevo a mí.
—¿A dónde? ¿A dónde voy? —Susurró lo suficientemente fuerte
para escucharla.
—Deja que yo me preocupe por eso. —Me puse de pie,
extendiendo mi mano para que ella la tomara.
Su mirada se movió a mi mano y luego hacia abajo a su regazo,
donde los polluelos todavía estaban acostados.
—Ellos pueden venir también —respondí a su pregunta no
formulada. Listo para hacer todo lo necesario para conseguir sacarla
de allí.
Miró hacia mí, entrecerrando los ojos. Tratando de averiguar.
Juntando las piezas faltantes del rompecabezas extendidas justo en
frente de ella.

—Me prometes... ¿prometes que no vas a hacerme daño? ¿Estoy


segura contigo? De los monstruos…
Por tercera vez esta noche, sentía como si otra bala golpeó mi
maldito corazón. Así que, simplemente respondí—: Estás a salvo
conmigo, Muñeca.
Ella asintió con la cabeza como si me creyó, colocando los
polluelos en la cesta a su lado. Sin decir una palabra mientras agarró
con cautela mi mano para salir de este lugar de una vez por todas.
La llevé en mi espalda para bajar por la escalera, diciéndole que
esperara por mi mientras iba de vuelta para agarrar el cesto de los
polluelos.
Se sentó en el asiento trasero abrazando la muñeca con fuerza,
derramando algunas lágrimas por la vida que dejaba atrás. De vez en
cuando, nuestras miradas se encontrarían en el espejo retrovisor, y
le ofrecería una leve sonrisa para su consuelo. Limpió algunas
lágrimas derramadas y volvió a observar por la ventana. Cuando nos
encontramos con el camino principal para salir del maldito infierno,
finalmente dejó que el agotamiento la derrumbara.
Una vez más conduje a la única casa que alguna vez había
conocido realmente. Justo después de las dos de la mañana, Rosario
abrió la puerta sorprendida, parpadeando su bruma del sueño.
Siendo despertada por mí por segunda vez en la noche. Ella echó un
vistazo a mí y luego a la niña cubierta de sangre seca, quien se
ocultaba detrás de mis piernas. Su cara estaba metida en su muñeca
y en los polluelos.
Rosario no dudó, al instante la recibió—: Adelante.

6
Traducido por Jessibel

Amira
Seguí a Damien dentro de la casa a la que me trajo, tratando de
mantener mis lágrimas a raya. Asustada de que estaba a punto de
dejarme aquí con una mujer extraña y nunca más lo volvería a ver.
No sabía por qué sentí tal apego emocional hacia un hombre que sólo
había acabado de conocer.
Un completo desconocido.
Cuando levantó la pistola a mi cara por segunda vez esta noche,
por una fracción de segundo pensé que realmente iba a matarme.
Pero no lo hizo. Trasladó su arma a la izquierda y apretó el gatillo,
golpeando la pared en su lugar. Presionándome de inmediato para
que escapara por la puerta trasera. Me ordenó a correr al establo tan
rápido como pude y permanecer allí hasta que regresara por mí.
No lo pensé dos veces. Corrí a través del campo abierto que solía
traerme tanta felicidad. Esperando a mi papi para perseguirme y
hacerme cosquillas en el suelo. Pero esos días se han ido. La luz
encendida dentro de mí fue extinguida por el mal. No miré hacia
atrás, hasta que estuve sola en el granero. Viendo el único hogar que
había conocido arder en un montón de cenizas en frente de mis ojos.
Estaba asustada.
Estaba sola.
Odiaba estar sola.
Agarré un martillo y la única linterna que teníamos, sin querer
encender las luces del granero y atraer la atención no deseada. Recogí
mis polluelos preferidos en la cesta de bramante de Mami, utilicé la
escalera para subir y esconderme en el desván. Le di una patada

antes de meterme detrás de una pila de heno, a la espera. Era mi


segundo escondite favorito, a menudo pasaba tiempo allí cuando
papi estaba ausente. Esperé por lo que pareció una eternidad,
tratando de encontrar consuelo a través de mis bebés peludos, pero
las imágenes de la noche no me dejaban en paz.
Una pesadilla de la que no podía despertar.
Ahora no.
Jamás.
Por lo tanto, continué esperando, cayendo en un estado de
aturdimiento similar, mis ojos estaban dispuestos a permanecer
abiertos. La siguiente cosa que supe, fue que una figura sombría de
gran estatura se agachó justo enfrente de mí. Como si él apareció de
la nada. Al principio, pensé que lo estaba imaginando. No fue hasta
que oí que me llamó Muñeca y decir que tenía algo para mí, que me
di cuenta de que era real. Por alguna razón, la imagen de él en ese
mismo momento trajo el recuerdo de cuando papi dijo que tenía un
regalo para mí.
No había bondad en sus ojos, su mirada nunca vaciló en la mía
mientras lentamente colocó a Yuly entre nosotros. Mostrándome que
la había fijado y limpiado, dándole un aspecto perfecto otra vez.
Para mi.
Le creí cuando dijo que estaba a salvo en su cuidado, era por
eso que no quise que se marchara. No quiero ser una niña asustada,
trayéndome a este nuevo mundo sola.
En cierto modo, yo era todo lo que quedaba.
Olí a la mujer antes de sentir que se agachó frente a mí en el
sofá, trayéndome de vuelta al presente. Ella olía a galletas y miel, me
recordaba a mi mami.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó en voz baja.
—Amira —susurré en mi muñeca, insegura de mi nuevo
entorno.
—¿Qué tienes ahí, Amira? ¿Me puede mostrar? —preguntó ella
con la voz muy suave, frotando mi espalda.
—Yuly.

—Oh, ¿es ese el nombre de tu muñeca? Ese es un nombre


hermoso para ambas hermosa muñeca. ¿Son esos tus polluelos
también?
Asentí.
—¿Cuántos años tienes, Amira?
—Nueve.
—Guau, eres una niña grande. ¿Me puede mostrar tu cara?
¿Puedo ver tus bonitos ojos?
Tragué saliva, levantando la barbilla con timidez.
Ella abrió la boca ligeramente.
—Yo tenía razón. Te ves como una princesa. Mi nombre es
Rosario. Damien es mi familia, ¿así que sabes lo que eso significa?
Negué con la cabeza.
—Eso significa que eres ahora mi familia también.
Miré a Damien donde estaba sentado en el sofá opuesto,
ataviado con los codos apoyados en las rodillas. Viéndonos con un
intenso resplandor. Sus ojos se dirigieron de Rosario, asintiendo a
mí. En respuesta a la pregunta en mi mente no formulada.
Podía confiar en ella también.
—Amira, acabo de hacer un poco de torticas de morón. Esos
son los favoritos de Damien. Qué tal si conseguimos lavarte un poco,
y alguna ropa limpia agradable. Entonces voy a calentar algo de
comida y llenar un vaso grande de leche para ti. ¿Qué te parece?
Extendí mi cesta de polluelos, preguntando en silencio qué
hacer con ellos.
Ella sonrió con amor, apartando algunos mechones de pelo de
mi cara como papi solía hacer.
—No te preocupes por tus polluelos, estarán aquí cuando
vuelvas. Lo prometo.
Mis ojos se encontraron con Damien durante unos segundos y
él simplemente asintió con la cabeza, una vez más, aliviando mis
preocupaciones.
Él estará aquí también.

Ella abrió la ducha en el baño, ayudando a limpiar toda la


sangre de mi cabello y el cuerpo. Me hizo sentir cómoda y no tan sola
cuando ella me contó todo sobre su vida. Dónde nació, cómo conoció
a Damien, el nombre de su marido, que había muerto de repente. Me
dijo que no importaba que se hubiera ido porque siempre viviría en
su corazón.
Ella me agradó.
Fue difícil no hacerlo.
Dejó uno de sus camisones en el lavabo para mí, ya que no tenía
ropa, diciendo que iba a calentar la comida, así estaría lista cuando
terminase. Me vestí, fijé mi mirada en el espejo de cuerpo entero
cuando terminé. La chica reflejada de vuelta a mí parecía diferente,
más vieja, menos inocente y pura. Bajé la cabeza, tomé a Yuly, y
apagué la luz antes de entrar en el pasillo, sin saber a dónde ir.
—¿Quién es ella, Damien?
Seguí la voz de Rosario por el pasillo, escuchando con atención
mientras daba cada paso.
—No hagas preguntas para las que no deseas respuestas,
Rosario.
—Entonces, ¿qué? No pedí alguna pregunta cuando te ayudé a
fijar esa muñeca y limpiarla para ti. Ignorando el hecho de que estaba
cubierta de sangre. Pero ahora, traes esta niña cubierta de sangre a
mi casa, en el medio de la noche. ¿Qué debo preguntar?
—No sé a dónde más llevarla. Estoy en una pérdida aquí
también.
—¿Quién es ella?
Me detuve detrás de las puertas oscilantes de la cocina,
esperando a ver dónde iba esta conversación. Sabía que no tenía que
escuchar a escondidas, pero no pude evitarlo. Tenía que saber lo que
me iba a pasar.
—Ella es mi responsabilidad. Ella es mía —declaró,
agarrándome con la guardia baja.
—¿En qué sentido?

—Ella no es mi hija, Rosario. Me conoces mejor que eso. No jodo


con prostitutas.
—En este momento, siento como que no te conozco en absoluto,
porque todo lo que me estás dando son respuestas vagas.
Él suspiró, tomando una respiración profunda.
—¿Sabías?
—¿Sabía qué?
—¡No juegues juegos de mierda conmigo! —Damien rugió,
golpeando su mano sobre lo que sonaba como una mesa.
Haciéndome saltar—. Mi padre. Emilio Salazar... ¡Mi maldito futuro!
—¡Shhh! Vas a asustar a la niña. Baja la voz y controla tu
temperamento. Algo me dice que no conoce tu mal genio y boca sucia
todavía.
Él se burló.
—Después de lo que ella fue testigo esta noche, son sus
recuerdos los que la van a asustar. Mi temperamento y boca sucia
son el menor de sus preocupaciones. Ahora responde a mi pregunta.
¿Tú sabías?
Ella no dijo nada por lo que pareció un largo tiempo hasta que
finalmente tartamudeó—: Tu padre, él... él es... un buen hombre,
Damien…
—¿En comparación con qué? ¿Eh?
Silencio.
Él sonrió sarcásticamente.
—¿Quién no sabe qué ahora, Rosario?
—Conocer mi pasado no cambia el futuro de esa niña. Yo sé, he
estado en sus zapatos. Tú y tu padre son más parecidos de lo que
tú…
—¡Que le jodan! ¡Al diablo con él y sus mentiras de mierda!
—Eso no es justo.
—¿Quieres saber lo que no es justo? Te voy a decir lo que no es
jodidamente justo... ¿qué pasará con Amira si Salazar descubre que
realmente no la maté? Eso es lo que no es jodidamente justo.

—¿Qué será de mí? —Interrumpí sin pensar, poniendo un pie


en la cocina. Mirando a Damien en busca de respuestas como estuve
haciendo toda la noche.
No dudó en responder—: La misma suerte que encontró tu
familia esta noche.
—Pero... él dijo... el monstruo... él dijo... te dijo... que yo era
tuya... ¿Recuerdas? —Tartamudeé, mi voz temblaba.
—No, Damien, ahí es donde te equivocas —Rosario respondió,
llamando nuestra atención—. Él va a usarla como un peón en tu
contra. Exactamente cómo lo hizo con tu padre.
—¿Es eso lo que ocurrió? ¿Él te utilizó como una…?
—No. No tenía por qué. Él ya te tenía —ella interrumpió a
Damien, haciendo una pausa como si estuviera pensando qué decir
a continuación—. Patria o muerte, venceremos, ¿verdad? Ves, él no
sólo quiere tu lealtad, quiere tu alma. Todos somos prisioneros aquí,
es por eso que vivimos esta vida comunista. Se divierte con el poder.
Cuanto más luches con él, más difícil será después. Me gustaría
saber... le costó la vida a mi marido.
—Rosario…
Ella dio un paso hacia él, lo interrumpió de nuevo. Colocó su
mano en la mejilla en un gesto de amor. Y agregó—: Pero yo no habría
tenido el placer de ayudar a educarte, si las circunstancias fueran
diferentes.
La expresión en el rostro de Damien cambió rápidamente. De
repente comprendí lo que implicaba. Sólo confundiéndome aún más.
Ella lo dejó aturdido, caminando hacia donde yo estaba,
agachándose a mi nivel. Ella sonrió con lágrimas en sus ojos.
—Lo siento mucho, mamita. Sé lo que es perder tu mundo,
cuando toda tu familia lo que quería era darte una mejor. Estás a
salvo aquí de el monstruo, lo prometo.
Asentí con la cabeza, ¿qué otra opción tenía?
Comí en silencio en la mesa de la cocina, oyéndole hablar en la
sala de estar. A pesar de que cuchicheaban, todavía podía oír a
Damien decirle que iba a proveer para mí. Conseguir todas las cosas
que necesitaba de ropa, alimentación y un tutor. Ella le dijo que no

se preocupara por nada de eso ahora, tendrían que pensar en todo


esto con el tiempo, juntos.
Después de devorar mi plato de comida, lo puse en el lavaplatos,
con ganas de unirme a ellos en la sala de estar. Cuando entré, mi
corazón se hundió. Damien estaba por ningún lado.
Rosario estaba sentada, jugando con mis polluelos. Ella quería
darme un rápido recorrido por su casa, mi nuevo hogar como ella lo
llamó. Tratando de hacerme sentir más cómoda y a gusto con la
nueva situación que ahora era mi vida. Apenas le presté atención.
Él se había ido.
Él me había dejado.
Él ni siquiera dijo adiós.
Ella terminó la gira para mostrarme dónde podía dormir,
abriendo la puerta y encendiendo la luz. Era mucho más grande que
el cuarto en mi antigua casa. Un espacio sencillo, con una cama
doble, un armario, y algunas pinturas antiguas en las paredes. Había
un sillón de flores establecido en la esquina cerca de la cama con una
manta tejida drapeada sobre el respaldo y una pequeña mesa de
lectura al lado de él.
—Sé que no es mucho en este momento, pero puedes hacerlo
tuyo. Podemos salir y conseguir algunas decoraciones femeninas, un
edredón, y algunos juguetes para arreglar el espacio —dijo.
Estaba sin palabras, resistiendo las ganas de llorar de nuevo.
No podía creer que me había dejado. Después de todo eso, me
abandonó. Mi dedo trazó un viejo libro con las páginas gastadas,
situado en la mesita.
—Esta era la habitación de Damien cuando se quedaba
conmigo.
Sentí una repentina sensación de tranquilidad, sabiendo que
esta era su habitación. Calmando la soledad en mi corazón.
—Yo solía leer ese libro a Damien cada noche antes de
acostarse, cuando él era un niño. Tal vez podría leerlo para ti en
algún momento.
Sólo la miré, asintiendo. Incapaz de empujar mi tristeza. Dio un
último vistazo antes de dirigirse a la puerta. Me recordó que su

habitación estaba justo al otro lado del pasillo y podía ir por ella si
necesitaba algo, sin importar la hora. Simplemente asentí de nuevo,
exhausta y abrumada. Sintiendo como si fuera otra persona que ya
había dejado su vida atrás.
Ella me abrazó fuertemente, besando la parte superior de mi
cabeza, y me dio las buenas noches. Dio una última mirada alrededor
de la habitación como si tuviera que hacerlo, luego se fue y utilizó el
baño en el pasillo, solucionando mis asuntos como si se tratara de
cualquier otra noche. Cepillé mis dientes con el cepillo que Rosario
había dejado fuera para mí y enjugué. Evitando el espejo a toda costa.
Abrí un poco la puerta del baño cuando terminé. Asomándome
al pasillo oscuro, todavía no estaba segura de lo que me rodeaba,
antes de hacer mi camino de regreso a mi habitación. Agarré a Yuly
tan duro como pude para mayor comodidad. Tan pronto como entré,
me detuve en seco cuando lo vi. Inmediatamente preguntándome de
dónde venía.
Damien.
Estaba de pie en el centro de la habitación, sosteniendo la cesta
de los polluelos, esperándome. No sé qué se apoderó de mí, pero
suspiré de alivio y corrí hacia él. Lanzando mis brazos alrededor de
sus piernas tan fuerte como pude, sin sentirme tan sola nunca más.
No pude contener las lágrimas por más tiempo. Lloré en sus
pantalones vaqueros, dejando ir hasta la última emoción que todavía
había reprimido dentro de mí.
Él estaba ahí.
Él estaba realmente allí conmigo.
No lo estaba imaginando.
Su brazo se envolvió alrededor de mis hombros, abrazándome
de vuelta. Lo apreté fuerte. Sollozando más duro.
—Shhh... Muñeca. Estoy aquí. Shhh... Está bien, estoy aquí.
En ese momento con él, algo me dijo que por primera vez en su
vida... Él no se sentía tan solo tampoco.

7
Traducido por Jessibel

Damien
Cuatro. Años.
Cuatro malditos años habían pasado desde que me enfrenté a
la realidad brutal de mi maldita vida. El verdadero significado de lo
que el comunismo y nuestro gobierno representaba.
Corrupción.
Salazar destruyó nuestra nación y completamente degeneró el
pueblo cubano. Le molestaba la clase alta, a quien él creyó vender
sus almas a los yanquis capitalistas. Sólo servía a los intereses de los
ricos y oprimió a los pobres. Odiaba todo lo que Estados Unidos
simbolizaba. Sobre todo su forma capitalista e imperialista de la vida.
Excepto que Emilio Salazar era un hombre extremadamente
inteligente y carismático. Él se enfocó primero en los pobres y sin
educación, les garantizó todo gratis. —Yo quería lo que tenía, pero no
quería trabajar para ello —era su lema. Prometiendo a todos la
igualdad, fue la forma en que triunfó en primer lugar. Usando el
hecho de que la población de clase baja era mucho más grande que
las clases medias y altas. Salazar sabía que no conocían nada mejor,
por lo que tomó ventaja. En sus ojos, no era más que el maldito
moderno Robin Hood, tomando a los ricos para dárselo a los pobres.
Todo fue una sarta de mentiras.
Un cuento que le dices a un niño por la noche.
En el momento en que puso un pie en la oficina, todos los ricos,
los profesionales educados huyeron de Cuba. Encontraron refugio en
otros países, incluyendo el lado opuesto. El único país que Emilio

despreció tan condenadamente fue a los Estados Unidos. Donde


todavía podían prosperar y vivir su estilo de vida confortable,
trabajando muy duro para ello. Prácticamente diciendo a Salazar que
se fuera a la mierda. Plenamente consciente de que Cuba se volvería
una mierda, sin régimen de clase social.
La revolución de Emilio Salazar no era más que una revolución
de envidia. Su motivo para todo, se derivó del poder. Él prosperó en
el control, usándolo hacia los menos afortunados. En sus ojos, todo
el mundo estaba debajo de él. A su merced. Claro, él quería la
igualdad para todos, pero sólo si el todo se quedó donde pertenecían.
De malditas rodillas, inclinados ante él. Él era un ególatra que odiaba
a su propio pueblo. No había colores. No había opciones. Si no eras
su amigo, eras su enemigo. Si no estabas con él, estabas en su
contra.
Traidores, como él los llamaba.
Tenías que ser tu propio peor enemigo con el fin de sobrevivir a
su infierno.
Marchando en línea.
Siguiendo sus órdenes.
Haciendo el maldito trabajo sucio.
Yo no fui consciente hasta que vi sus verdaderos propósitos. En
ese momento, ya era demasiado tarde para hacer algo. Era mucho
más fácil estar al lado de él que traicionarlo y pagar con mi vida. No
podía hacer eso a Amira, ya había perdido demasiado. No había
manera de que dejaría que me pierda demasiado.
Así que a su vez, pagué con mi alma.
Condenado.
Siendo un monstruo..
Al final del día, ¿qué otra maldita opción tenía yo...? Tenía
veintidós años de edad, con demasiada sangre en mis manos ya. Me
sorprendió que todavía podía ver mi piel.
Maté.
Torturé.

Jugué a ser el maldito Dios mientras me estaba pudriendo en


el infierno.
Masacrando a hombres y mujeres. Tomando la vida de
cualquier persona que Salazar dijo que tenía. Sí, Emilio era mi líder,
pero yo no estaba en la grieta de su trasero como todos los demás
estaban. Ni tampoco le besé. Pude haberle pertenecido de una
manera u otra, pero no poseía mis bolas.
Todavía hice lo que tenía que hacer.
Cumpliendo funciones en mis propios términos.
Cuando quería, como jodidamente quería.
Tracé la línea en hacerle daño a un niño. No lo haría, tanto como
tocar un pelo en la cabeza. No después de Amira. Me mantuve firme,
la primera vez que le dije que no, pensé que iba a poner una bala en
mi cabeza, pero en lugar de eso me convertí en su favorito.
Probablemente le recordaba que éramos lo mismo. Todo el mundo
sabía que era el soldado principal de Salazar y no estaba para que
jodieran conmigo. No muchos trataron de todos modos. Sin embargo,
siempre había un hijo de puta, aquí y allí, que quería ser el cabecilla,
y tenía que restablecer la normalidad.
Yo era alfa.
Fin. De. La. Historia.
No me dejaba joder de nadie. Ni siquiera del propio Emilio.
Los delitos variaban de ser tan severos, como alguien tramando
derribar a Salazar, o tan insignificante como una persona decirme
que me fuera a la mierda. El castigo era siempre duro, sin embargo,
no importaba el crimen. Podría ir desde la muerte a la tortura, o el
simple encarcelamiento. Nadie me faltaba el respeto, me aseguré de
ello. No había líneas imaginarias. Yo las había cruzado todas. Sin
límites. Sin segundas oportunidades. Sin redención.
No para mí.
Ni para ellos.
Para cualquiera.
Había planeado y llevado emboscadas contra posibles ataques
extranjeros. Participando de matanzas. Allanando casas, empresas,

e incluso los colegios, donde creía que los rebeldes estaban vigilando.
Orquesté pelotones de ejecución, arrancando a civiles de la cama en
medio de la noche. Ordenándoles a ponerse enfrentan de la pared
para que pudiera, disparar en sus espalda. Haciendo mucho más
fácil matar a varios traidores a la vez.
Fui testigo y participé en todo.
En algún lugar a lo largo del camino en los últimos cuatro años,
me detuve de sentir, de pensar, de soñar con otra vida. Me convertí
en un ser insensible a todo. Ahora, hice lo que estaba ordenado a
hacer, sin darle un segundo pensamiento.
Llegando a ser tan temido como el propio Salazar.
La parte más jodida de todo esto fue que tomé placer en ello. La
manzana nunca cae lejos del árbol, y yo no era la maldita excepción.
Te sorprenderías de lo que la mente humana era capaz de hacer
cuando no tenía otra opción. Sólo los más fuertes sobrevivieron, y yo
siempre salí con vida.
No sabía que la oscuridad y el mal se ocultaba dentro de mí
hasta que tuve que matar con el fin de prosperar en esta vida. El
control, el poder, los pecados de todo eran tan adictivos como
agobiantes. Consumiendo hasta la última parte de mi ser.
Convirtiéndome en el puto monstruo que me entrenaron ser.
Infligir tortura mental a los prisioneros era una cosa normal.
Una táctica que disfruté participar en mayor parte. Durante la última
semana, había pasado mis mañanas con el preso, Vicente Reyes,
prisionero 95708. Fue condenado a veinte años de cárcel por matar
a un puñado de soldados cubanos. Necesitábamos los nombres de
los hombres que orquestaron el ataque terrorista, y él aún tenía que
darnos siquiera uno.
Asentí con la cabeza a los guardias de la prisión cuando hice mi
camino dentro de la sala de interrogatorios por séptimo día
consecutivo, despidiéndolos. Vicente estaba sentado a la cabecera de
la larga mesa rectangular, colocada en medio de la habitación.
Renunciando a su asiento habitual en el lado en el que había estado
sentado durante nuestros encuentros anteriores. Su mirada cambió
inmediatamente de sus muñecas esposadas a la caja en mis manos.
Esperando.

Su curiosidad era cada vez más evidente con cada minuto que
pasaba. Yo sabía lo que estaba tratando de hacer. Leer el lenguaje
corporal de un sospechoso era un talento que había perfeccionado a
lo largo de los años. Nada se me escapaba. Podía ver la forma en que
su dedo índice de la mano derecha se contrajo ligeramente cada
pocos segundos. Cómo apretó su mandíbula mientras los músculos
de su cuello se tensaron. No importa lo duro que trató de evitarlo,
pude ver su pulso superado rápidamente a partir de la distancia
visible entre nosotros. Vicente quería aparentar ser muy fuerte e
imperturbable, pero podía oler su miedo a una milla de distancia. Sin
embargo, tenía que dar crédito a quien se debe, el hombre tenía
malditas agallas, sentado en paralelo a mí.
Él estaba tratando de retratar nuestro interrogatorio como una
especie de lucha de poder ese día. Estaría mintiendo si dijera que no
estaba jodidamente divertido por su disposición. El hijo de puta no
había cooperado, ni siquiera con la electrocución o la privación de
alimentos durante semanas al mismo tiempo. Haciéndolo morir de
hambre hasta que era todo piel y malditos huesos. Fatigado hasta la
mierda por los golpes diarios, el trabajo duro, y el aislamiento
solitario.
Nada de eso estaba funcionando. Así que decidí llevar un regalo.
Sonreí, colocando la pistola sobre la mesa con el cañón
apuntando directamente a él, estableciendo la caja negra a su lado.
Con indiferencia me desabroché la chaqueta militar antes de tomar
asiento en el lado opuesto de él. Me recosté en mi silla de madera,
poniéndome cómodo. Notando que sus ojos no había vacilado del
paquete, ni siquiera por un segundo. No le hice caso, queriendo
construir la anticipación. Golpear al hijo de puta algunas muescas
antes de entregar mi golpe final.
—¿Qué crees, Vicente? ¿Que ibas a ser un soldado valiente?
¿Acabar con la revolución? ¿Con Salazar? Atentando ir en contra de
tu gobierno, en contra de tu país. En contra de tu propio pueblo...
Matar a los verdaderos soldados que estaban luchando por su
revolución.
No dudó en confesar—: Absolutamente. Lo haría de nuevo, si
tuviera otra oportunidad —espetó con una sádica sonrisa dibujada
en su rostro.

Me apoyé en la mesa, arqueando la ceja con mis manos juntas


en frente de mí.
—Un hombre de verdad hubiera hecho el trabajo por primera
vez. Sin necesitar otra oportunidad.
Se encogió de hombros, mordiendo su labio inferior.
—Tu manera anticomunista de la vida no hizo una mierda por
ti, excepto aterrizar tu trasero en la cárcel. Eres una pobre excusa de
hombre. Has fallado a todos, Vicente. A los conspiradores con los que
organizaste este ataque, a tu régimen. —Hice una pausa, permitiendo
que asimilara mis palabras—. Por no hablar de tu familia.
—Mi fami…
—No eres más que una vergüenza para nuestro país. Para los
hijos de tus hijos. Dudo mucho que tus hijos puedan incluso mirar
a su anciano con orgullo en los ojos, sabiendo que es un maldito
fracaso. Descompuesto, tras las rejas. Tus padres están
probablemente moviéndose en sus tumbas por la vergüenza.
Sus puños se apretaron, sus fosas nasales se abrieron, y su
rostro palideció. Mis palabras lo afectaron claramente, mucho peor
que cualquier tortura física que jamás podría infligir. Mi trabajo
consistía en desmoralizar a Vicente, una tarea que ejecuté con
alegría. Romper a un hombre me enaltece de manera que nunca
pensé posible. Empoderó mi rabia, haciéndome sentir como un Dios.
Superior a él y a todos los demás que intentaban ataques contra
nuestro país.
—Lo hice... yo... eso no es... —tartamudeó, incapaz de formar
una frase coherente. Su ego lo estaba comiendo vivo.
—Hiciste mal con tu país, Vicente. Es bueno que no haya
espejos en este infierno. No me gustaría estar contigo y tener que
mirarme cada puto día, sabiendo que soy nada más que un pedazo
de mierda. El fondo del barril. Demonios, todo tiene sentido ahora,
no es de extrañar que tu esposa no luchó demasiado. Había estado
esperando a un hombre real toda su vida.
Él se echó hacia atrás, respirando—: ¿Mi esposa? —Sus
pensamientos maníacos tomaron el control.

Deslicé la caja encima de la mesa, golpeando su brazo que


estaba descansando en la superficie; se detuvo a unas pulgadas de
su cara. Su cabeza voló de regreso sorprendido, mirando fijamente a
mis ojos. Podía ver su ansiedad irradiando de él, alimentando el
demonio dentro de mí.
Tragó saliva, sosteniendo su cabeza en alto. Actuando
imperturbable.
Provocándome.
—Te traje un regalo, y todavía tengo que escuchar que me des
las gracias —me burlé en un tono condescendiente, rompiendo el
silencio repentino.
—¿Un regalo? —preguntó, entrecerrando los ojos. Confundido
y abrumado a la vez.
—¿Hablé claro? Adelante, ábrelo.
Vaciló por un momento antes de levantar las manos
temblorosas para tomar la caja. El pánico se alojó dentro de él con
cada segundo que pasaba. Ya no era el duro hijo de puta que una vez
pretendió.
Cuando empezó a levantar la cubierta, añadí—: Una vez alguien
me dijo que la única manera de hacer pagar al hombre por sus
pecados era a través de los que él más amaba.
—¿Qué carajo? —murmuró conmocionado, agarrando de la caja
el cercenado dedo de una fémina. Reconociendo de inmediato el anillo
de matrimonio de forma destacada a la vista.
Su boca tembló, y su cuerpo se sacudió. Lo vi tragando la bilis
en la garganta. Imaginé que los recuerdos de su día de boda eran
demasiado para él soportar. Las emociones de ver a su hermosa novia
caminando por el pasillo lo estaban perturbando. Lo pude ver en sus
ojos, fue un recuerdo después del otro. Era una locura cuánto
significado un pequeño dedo podría tener. Estaba visiblemente
colapsando.
Era el momento de acabar con él por completo.
—Sé lo mucho que la extrañas. ¿No vas a agradecerme ahora?

Su pecho se hinchó de rabia cuando lanzó el dedo de nuevo en


la caja y empujó lejos. Rápidamente se persignó, con sus muñecas
esposadas.
Me puse de pie, colocando las manos en los bolsillos. Haciendo
casualmente mi camino hacia él.
—El único Dios en esta sala, soy yo. Ahora confiesa los nombres
que quiero, o estaré visitando a tu esposa otra vez. Sólo que la
próxima vez, estará su maldita cabeza en esa caja.
—María... no... por favor, Dios, no… —Él inclinó la cabeza con
la vergüenza y el pesar que quería que sintiera.
—No te preocupes, no gritó demasiado —simpaticé,
inclinándome hacia adelante cerca de su oído—. No con mi miembro
en su boca.
—Tú hijo de pu...
Me aferré crudamente a su garganta, sacudiéndolo hacia atrás
en la silla. Golpeando su cuerpo sobre el suelo cerca de mis botas.
Lo sostuve hacia abajo.
—¿Es ese el agradecimiento que recibo por hacerte llegar un
pedazo de tu esposa?
Al instante agarró mi mano, golpeando sus piernas debajo de
él. Lo tomé por el cuello más fuerte, colocando mi rodilla en el
esternón, apretando el aire directamente de él. Su cara se puso roja
y sus ojos comenzaron a aguarse mientras su vida estaba siendo
drenada de él.
Por mi.
—Alguien tiene que aprender malditos modales, y por suerte
para ti… —Me cerní cerca de su cara—. Sólo soy el hombre que te
enseña. —Y con eso ladeé su cabeza con un frio golpe, derribándolo.
Despertó cuando estaba arrastrando su cuerpo empapado, por
el cuello, fuera del charco detrás de la prisión. Convulsionando,
aspirando el aire que sin piedad le estaba negando. Asfixiándolo con
el agua que ocupaba su garganta y los pulmones. Escupiendo Dios
sabe qué. Se tambaleó para encontrar el equilibrio, cayendo de
rodillas en la turbia orilla. Sus manos estaban esposadas a la
espalda, junto con sus tobillos, lo que no ayudó a su situación actual.

No le hice caso mientras visiblemente luchó, tratando de


soltarse. Confundido por el giro de los acontecimientos. Aún sin
darse cuenta de que no iba a ninguna parte si no quería que lo
hiciera. No había ningún otro lugar en el que él estaría que no fuera
a mi merced. Esperé hasta que se cansó. Hasta que no hubo pelea
en él, y lo único que podía hacer era darse la vuelta y jugar a la
maldita muerte. Estaba acostumbrado a la histeria que llegó junto
con mis actos violentos. Todo era parte del trabajo.
Me incliné hacia delante, cerca de su oído de nuevo. Ladeando
la cabeza hacia un lado, con voz áspera—: Dame los nombres.
Él convulsionó, su pecho subiendo y bajando con cada segundo
que pasaba. Desesperadamente tratando de recuperar su respiración
y permanecer consciente.
—No te he oído —me burlé. Esta vez lo agarré por su cuello,
empujando simplemente la cara de nuevo al agua. Sosteniéndolo
abajo mientras su cuerpo luchaba para liberarse.
Cuando lo arrastré de vuelta, se ahogó—: ¡Mi Señor y Salvador!
Sonreí viciosamente, trayendo su cara justo enfrente de mí para
mirar a los ojos.
—¿Cómo funciona eso para ti? ¿Dónde jodidos está ahora?
Sus oscuros ojos se encontraron con los míos, escupiendo—:
Vas a pudrirte en el infierno por esto.
—Ya estoy allí, hijo de puta.
—¡Hice lo que tenía que hacer! ¡Maté a esos soldados por el bien
de nuestro pueblo! ¡Cualquiera que apoye a Emilio Salazar merece
morir!
—¿Es eso cierto? —reí a carcajadas, arrastrándolo hacia atrás
bajo el agua. Sosteniéndolo hacia abajo por más tiempo. Viendo sus
burbujas de aire subir un poco y distantes entre sí. Esperé, sin
permitir al traidor morir. Ahogándolo una y otra vez al borde de la
muerte, hasta que su cuerpo me suplicó acabar con todo.
—Por favor… —susurró, tratando de recuperar el aliento.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor... ten compasión…

—¿Compasión por un hombre que mató a cinco de mis


hombres? Ojo por ojo, hijo de puta. Cosechas lo que siembras. Tienes
una última oportunidad para confesar los nombres, o mi siguiente
parada será en tu casa. Esperaré hasta que tus hijas estén en casa
esta vez. Siempre quise tener sexo con hermanas —reí entre dientes
endemoniadamente, sintiendo su corazón latiendo contra mi agarre
en su cuello. Sus fosas nasales se abrieron mientras su mente daba
vueltas con la incertidumbre—. Cuenta conmigo, uno... dos... ¡se
acabó el tiempo!
—Maur... su nombre es... Maur... ¡Mauricio! ¡Su nombre es
Mauricio González! —gritó, luego escupió mi cara.
Abruptamente lo dejé ir, causando que se hundiese más en el
agua. Se quedó inmóvil, esperando mi próximo movimiento. Lo miré
a los ojos y asentí hacia el guardia, en silencio le ordené salir de mi
cara.
—Estás...
—Si quisiera tener una conversación, te haría una pregunta.
¡Vete!
Él dio un suspiro de alivio, con cautela se alejó de mí, saliendo
del agua. Di la vuelta una vez que estuvo en la orilla y caminé hacia
Federico, el guardia.
En el último segundo, dije en voz alta—: ¡Vicente! —Se dio la
vuelta mientras poco a poco limpié la saliva de mi mejilla con el dorso
de la mano. Sus ojos se abrieron al instante, al darse cuenta de lo
que estaba ahora sosteniendo.
Incliné la cabeza hacia un lado con los ojos oscuros y dilatados,
le recordé—: Nunca me diste las malditas gracias. —Apreté el gatillo,
volé su cabeza.
Salpicando la sangre y el cerebro detrás de él en la arena.
Inmediatamente llevándolo a unirse a todas las otras almas que he
cobrado en este mismo lugar.
—¿Otro? Jesús, hombre. ¿No podemos mantener a cualquiera
de ellos con vida?
Federico sonrió con indiferencia.

—Alguien tenía que enseñarle algunos modales —declaré


mientras hice mi camino para salir de allí. Era cerca de la hora de la
cena, y necesitaba llegar a Amira antes de las seis; que era nuestra
rutina diaria casi siempre.
Este hijo de puta me hizo perder la noción del tiempo, y odiaba
hacerla esperar. Con la preocupación de que algo malo me pudo
haber ocurrido. Ella era la única luz en mi vida, pero ya no era una
niña. Ya no una niña a la que le podía mentir. Tenía trece años, y
entre más crecía, más fácil era para ella leer a través de mis excusas
de mierda. Empecé a hacer un punto de que la única vez que me vio
fue cuando supe que mis demonios estaban al margen.
Cuando pude ser la persona que necesitaba. El que la salvó, el
que se hizo cargo de ella y la protegió. Sin embargo, reconozco que
fui uno de los hombres que arrebató su mundo. Ella me esperaba,
pero estaba haciendo una apuesta sobre quién se presentó a ella.
Contemplé eso antes de que incluso entré en mi coche.
Amira era la única penitencia que tenía.
Eternamente luchando contra los demonios que ya estaba
ardiendo dentro.

8
Traducido por Jessibel

Amira
Me senté en la repisa de mi rincón de lectura en la sala de estar,
con la espalda contra las cómodas almohadas y Yuly a mi lado.
Fracasando rotundamente en mantener la concentración en la tarea
a mano. Los deberes. Mi mente bailaba de un pensamiento al azar a
otro.
 —Amira, mamita, te has sentado junto a la ventana todas las
noches a las cinco en los últimos cuatro años. ¿De verdad crees que
creo que estás estudiando? —preguntó Rosario con humor en su
tono.
Sonreí con dulzura, mirando hacia ella.
—Estoy estudiando, mamá Rosa. Resulta que me gusta
sentarme al sol mientras lo hago.
Ella asintió con indiferencia a la ventana a mi lado, afirmando
lo obvio—: Está lloviendo y sombrío fuera hoy.
—Oh, sí... sabía eso. Esto es sólo mi rutina. Ya sabes cómo soy,
un animal de costumbres. Me gusta que las cosas permanezcan
coherentes y esas cosas. Eso es todo.
Ella arqueó una ceja, ladeando la cabeza hacia un lado.
—Puedo ser vieja, pero no soy estúpida, Amira. Sé que está
esperando a Damien. Estableciste ese como tu lugar desde el primer
día que Damien te trajo a casa. ¿Por qué crees que construyó este
rincón para ti? Él sabe que siempre vas a estar esperando por él. Le
trae consuelo.
Sonreí más amplio. Me trajo consuelo esperar por él también.
Damien construyó el espacio para mí hace tres años, cuando cumplí

diez, después que él me descubrió esperándolo junto a la ventana


una noche. Fue un pequeño nicho acogedor con un banco acolchado
que daba al patio delantero. Rápidamente se convirtió en mi lugar
favorito para acurrucarme con una manta y pretende estudiar. Esta
vez, tenía mi diccionario de Inglés abierto en mi regazo, pretendiendo
practicar las palabras que mi tutor, Charo, que me asignó a trabajar
durante el fin de semana. Distraídamente traté de recordar la última
palabra que leí por décima vez, pero no pude.
Mi mente estaba en otra parte por completo.
—Tú no eres vieja. Sólo tienes cuarenta y dos. Y eres hermosa,
mamá Rosa. No pareces tener más de treinta años.
—Oh, bendito tu corazón, dulce niña. La sabiduría está más allá
de tus años, te lo aseguro. Aunque odio ser portadora de malas
noticias, mamita, pero Damien no puede venir hoy.
—Estará aquí. Él viene casi todos los días, y además, él siempre
me dice cuando no puede a causa del trabajo —dije, encogiéndome
ante el hecho de que Damien todavía tenía que trabajar para el
monstruo.
Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.
—Como digas. Termina tu día soñando con Damien, y ve a
lavarte para la cena. Hice tu favorito. —Rosario me dio un beso en la
frente y salió de la sala de estar, susurrando algo en voz baja que no
podía distinguir.
Para ser justos, no sólo era Damien quien ocupaba mis
pensamientos. De repente, me sentía nostálgica. Por alguna razón
ese día, no pude evitar recordar cómo el primer año había sido el más
difícil para mí aquí. Cómo adaptarme a mi nueva vida sin mi familia
fue una experiencia que nunca imaginé que tendría que pasar.
Damien pasó cada segundo que pudo, haciéndome compañía. Se
quedó conmigo tanto como fue posible, asegurándose de que estaba
bien cuidada mental, física y emocionalmente. Hizo todo lo posible
para atender mis necesidades, con ganas de hacer la transición más
fácil para mí. Era el mejor oyente también. No podía contar el número
de noches que pasó conmigo en el columpio del porche de atrás,
dejando que yo le contara mis recuerdos, o ventilara cuando lo
necesitaba. Aunque cada vez que hablaba de mi familia, pude ver el

dolor en sus ojos amables, y tan rápido como había aparecido,


parpadeaba y se habría ido.
Por mucho que me abrí a él sobre mi familia, nunca me dejó
entrar en sus sentimientos. Tenía la fachada perfecta en el lugar
desde hace cuatro años. Era como si hubiera construido un muro
alrededor de sus emociones respecto a esa noche. No había grietas,
ni resbalones. Nada podía derribarlo, ni siquiera yo. Sabía en mi
corazón que se sentía responsable de la muerte de mi familia. Llevó
toda esta culpa con él, que pesaba como una cruz de madera en su
espalda. No importa cómo lo vi, la realidad de la situación estaba en
su mente...
Sus tres vidas.
Sus tres almas.
Eran una carga que iba a llevar siempre por su cuenta.
La noche que Damien entró en mi vida fue el mejor y el peor día
de mi existencia. Le debía mucho por salvarme. Sabía que él no lo
creía, que ni siquiera lo entendía, pero nunca lo culpé por la muerte
de mi familia.
Ni una sola vez.
No fue obra suya, él no lo orquestó. Emilio lo hizo. Damien hizo
una parte, pero la alternativa hubiera llevado a su muerte, y si él
hubiera muerto, habría muerto yo también. Por lo tanto, jugó el juego
del monstruo, y nos hizo salir con vida a los dos.
Desde entonces, Damien fue un pilar en mi vida. Él me dio un
hogar seguro, cariñoso y amoroso, con una mujer que ahora era como
una madre para mí. Rosario siempre me hizo sentir querida y cuidada
como si fuera su verdadera hija. Desde el momento en que puse un
pie en su casa, ella también me quiso. Estuvo siempre ahí para
consolarme cuando tenía que hablar de mis sentimientos o
simplemente llorar. Lo cual era típicamente sobre un gran tazón de
helado para ahogar mis penas. Ella estaba firme de que la comida
hace que todo sea mejor.
Ambos me hacían reír y sonreír a diario. Me daban esperanzas
cuando todo lo que tenía era desesperación. Eran las únicas dos
personas que tenía en este mundo. Significaban todo para mí. A
medida que los días se convirtieron en semanas y las semanas se

convirtieron en meses y los meses se convirtieron en años, me di


cuenta de lo que Rosario me había dicho la noche que hablamos por
primera vez, no podría haber sido más precisa. Ellos eran mi familia
ahora. Realmente eran lo mejor que me pudo haber pasado, después
de perder la mía.
Damien iba a pasar la noche en el lugar de Rosario con
frecuencia, en lugar de volver a su apartamento. De alguna manera,
sabía que yo necesitaría ver una cara conocida en el medio de la
noche, cuando mis sueños se convirtieron en pesadillas. Había
estado conmigo, jugando con mi pelo o frotando mi espalda hasta
que me dormí de nuevo. A veces no podía estar aquí, sin embargo,
realizando sus obligaciones con el monstruo. En esas noches,
Rosario ocuparía su lugar, calentando un vaso de leche mientras
trataba de librarme de las emociones que mis pesadillas por lo
general evocaron. Ninguno de los dos me hizo sentir mal por
perturbar su sueño, sin embargo.
No había visto u oído de Emilio Salazar o cualquiera de sus
hombres desde la noche que mató a toda mi familia. Damien se
aseguró de cubrir todas las pistas, llegando al extremo de decirle a
los vecinos y amigos que yo era sobrina de Rosario. Más tarde, en
privado, les hizo saber que mis padres murieron inesperadamente en
un incendio y ahora era mi tutor. Queriendo evitar cualquier emoción
que la verdad pudo invocar en mí. No sé cómo lo hizo Damien, pero
dentro de las primeras semanas fue capaz de proporcionarme una
identidad completamente nueva. La única parte de mi pasado que
sigue siendo el mismo era mi nombre.
Amira.
Dijo que era la única cosa que no podía quitar de mí. En cuanto
a Emilio y sus hombres sabían, me quemé en el fuego justo al lado
de mi familia esa noche, y supongo que en cierto modo, tuve que.
Damien no sólo me salvó, me dio una nueva vida. Una que nunca
hubiera tenido la oportunidad de vivir antes. Tenía los mejores
tutores y una educación que la mayoría de la gente soñaba,
aprendiendo materias que ni siquiera sabía que existían. También
tuve la mejor ropa, desde vestidos, pantalones, a blusas y camisetas.
Fue sin fin. Damien nunca me permitió querer nada. Tampoco
Rosario.

—Amira, voy a caminar hacia la casa de Carmen un rato. Ella


necesita ayuda con su torticas de morón —Rosario gritó desde la
cocina—. ¡Por favor, ve a ducharte! ¡Ah, y comprueba la cena
mientras no estoy!
—¡Lo haré, mamá Rosa! ¡Lo prometo! —Grité de regreso cuando
la puerta se cerró detrás de ella.
No pasó mucho tiempo después de que se fue para que Damien
llegara a la calzada. Sonreí, amplio y grande mientras aparcaba su
coche junto a la casa de Rosario, apagó el motor, y tomó algo de su
asiento del pasajero. Instintivamente supe que probablemente era
algo para mí. Vi como salió a la acera con una nueva muñeca
firmemente agarrada en sus manos, riendo en silencio a mí misma,
yo tenía razón. Empezó a traerme regalos el día después de que
inocentemente compartí que mi papi solía hacer lo mismo cuando
estaba lejos por el trabajo. Damien no se había dado cuenta que tenía
trece años y estaba un poco mayor para las muñecas. Pero nunca le
diría eso.
El sentimiento detrás de su razonamiento era demasiado
importante para él. Se apoyó en el capó de su coche, mirando hacia
el suelo, como si necesitara un minuto para componerse antes de
entrar en la casa. Su pelo largo rizado ocultó sus hundidos ojos color
avellana que siempre llevan tanta emoción detrás de ellos. A través
de los años había aprendido a leer lo que estaba pensando, sintiendo,
expresando todo a primera vista. Cerró los ojos, moviendo la cabeza
y salió del coche caminando hacia la puerta principal.
Estaría mintiendo si dijera que no parecía que había dos lados
de Damien. El hombre que era con nosotras, y alguien
completamente diferente cuando él no estaba. Su personalidad era
extremadamente sombría y seria, la mayor parte del tiempo.
Probablemente derivada de ser un soldado y haber sido criado por
uno también. Toda su actitud gritaba que era militar, aunque su
forma de caminar era robusta y abrasiva.
A Damien no le gustaba ser objeto de burlas, tan inofensivo
como puede ser. Él podía hacer las burlas, pero el segundo en que se
revertía hacia él, era una historia diferente. Se enfurecía al respecto,
lo que solo me provocó hacerlo más. Me gustaba imitar su paso
cuando sabía que me estaba mirando, sólo para hacerlo reír. Me

ponía de pie con los brazos rectos a los lados y una mirada severa en
el rostro.
Trataba de no reír hasta que imitaba su voz profunda, diciendo
cosas al azar como—: Hola, mi nombre es Damien y camino como si
tuviera un palo en el trasero. No tengo sentido del humor. Y todo lo que
quiero es que Amira estudie, para que tenga la mejor educación y
crezca hasta ser la mujer más inteligente del mundo. Pero ella es más
lista que yo, simplemente no lo he admitido en voz alta todavía.
Mis burlas por lo general terminaban con él haciéndome
cosquillas en el suelo. Utilizando siempre a su favor el hecho de que
él era mucho más grande que yo. Yo lo llamaba abusador, y él me
llamaba mocosa.
Rosario siempre me reprendía por actuar como tonta y
burlarme de Damien, pero pude ver en sus ojos; que en realidad le
gustaba verle reír o sonreír a causa de mis payasadas. Sólo
confirmando lo que supe desde el principio sin tener que preguntarle.
Ella había estado esperando toda su vida por alguien más que ella,
que se preocupara por él lo suficiente como para saber que había algo
más oculto bajo las fatigas, o lo que él pensaba que tenía que ser.
Fuera lo que fuese.
Me exalté cuando oí el golpe de la puerta delantera un poco más
duro de lo habitual. Inmediatamente miré hacia abajo en el
diccionario en mi regazo. Damien quería que conociera varios
idiomas al igual que él. Estaba aprendiendo inglés, francés,
portugués, italiano y español. Pensé que hablaba español
correctamente, así que cuando Damien cortésmente me dijo que no
era la forma correcta o educada de hablar, me avergoncé un poco.
Sabía que él no estaba tratando de herir mis sentimientos, era
consciente de que la escuela a la que asistí en el campo no era ni de
lejos tan hábil como el tutor que contrató para mí. Charo era una de
las más elitistas de Santiago, una dulce mujer mayor que me
recordaba mucho a Rosario. Su pelo siempre estaba recogido en un
moño, con olor a productos recién horneados. Ella estudió en un
internado de Europea. Un lugar donde vivían las monjas, ella lo
llamaba un monasterio.
Damien era muy intenso acerca de mis estudios, siempre
expresando lo importante que era para mí tener la mejor educación.

Me animó constantemente para llegar más allá de lo que era habitual


en el conocimiento, aptitud y la vida en general. Diciendo que eso me
haría ser una joven bien refinada, lo que se sentía que Cuba necesita
más.
Las botas de Damien golpeaban contra las tablas del suelo con
cada paso que daba por toda la casa. Me senté erguida, sonriendo, a
a la espera de que entrara en la sala de estar y que me diera la
bienvenida en cualquier idioma que quería practicar ese día, como
siempre lo hacía. Pero en cambio, entró y arrojó la muñeca en el sofá
junto a mí, sin decir una palabra. Mi sonrisa se desvaneció
rápidamente tan pronto como levanté la vista de mis estudios para
encontrar su mirada, y de repente se volvió de espaldas a mí. Dejando
la habitación sin ni siquiera reconocerme por primera vez y se dirigió
hacia la cocina. Me eché hacia atrás, confundida.
¿Hice algo mal? ¿Estaba molesto porque en realidad no estaba
estudiando?
Esperé durante unos segundos antes de que me levanté y agarré
la muñeca nueva, siguiendo después de él. Ansiosamente
necesitando saber lo que estaba pasando, pensando que tal vez mal
interpreté las cosas. Nada acerca de la forma en que estaba actuando
era normal. Reduje mi ritmo cuanto más me acercaba a la cocina,
cada paso fue calculado y preciso. Mi corazón latía a mil por hora,
cuanto más me acercaba, cruzando el umbral hacia lo desconocido.
Ni en un millón de años esperé encontrar...
La otra cara de Damien Montero.

9
Traducido por Jessibel

Amira
Cuando entré por las puertas giratorias, él estaba de pie en
frente de la estufa, de espaldas a mí.
No vacilé.
—¿Hey, tout va bien? —Le pregunté en francés—: Hola, ¿está
todo bien? —Traté de mantener nuestra calmada rutina normal.
Esperando en silencio hacerlo sonreír, sabiendo que le encantaba
cuando le mostré lo mucho que estaba perfeccionando otro idioma.
—Amira, ¿cuántas veces tengo que decirte que no dejes la
maldita estufa encendida? —espetó en un tono que nunca había
utilizado conmigo antes.
Hice una mueca, completamente sorprendida por su
comportamiento.
—No lo hice... mamá Rosa lo hizo. Ella fue…
—¡Me importa un carajo dónde se fue! —Él golpeó la cuchara de
madera en el mostrador, causando que su espalda se tensase y sus
músculos se contrajeran.
Mis ojos se abrieron, y mi cuerpo se sacudió de nuevo. Aturdida
por el drástico giro de los acontecimientos con su dominante y
exigente presencia controladora cerniéndose sobre la estufa.
—Cuando te digo que hagas algo, espero que me escuches —
ordenó en un tono misterioso, haciendo a mis labios temblar y mi
cuerpo tensarse.
Asentí con la cabeza.
—Yo... yo... yo lo hago. Yo siemp…

Él se dio la vuelta bruscamente, dejándome sin habla y estuvo


sobre mí en tres pasos, arrancando la muñeca de mi mano. Sin
mirarme plenamente, él espetó—: No quiero escuchar tus excusas de
mierda. No puedes hacer nada bien, ¿verdad? Tu pronunciación es
horrible, ¿has estado estudiando? ¡No voy a pagar para tener el tutor
de mayor prestigio en Cuba, si vas a cagarla!
—Damien… —Jadeé de vuelta.
¿Dónde estaba la persona que iba a ponerse al día en cada
detalle de mi día? El hombre que parecía mirar hacia adelante en
nuestras conversaciones tanto como lo hice, como si ellos fueran la
mejor parte de su día también. Dónde estaba su aprobación o sonrisa
cuando dije algo divertido, lo cual era a menudo. A la vez que me
escuchó con atención a todo lo que tenía que compartir. No
importaba lo trivial o sin importancia que era. Significaba algo para
él, ya que significaba algo para mí.
Y para una niña de trece años de edad, eso significaba todo.
Quería que me enfrentara totalmente. Mirar en sus ojos como
lo había hecho tantas veces antes, sabiendo que me iban a mostrar
todo lo que necesitaba ver. Pero estaba aterrada del hombre que
estaría mirándome. La adrenalina y el miedo se apoderó de mis
venas. El pensamiento solo causó escalofríos por mi espina dorsal.
Me estremecí ante la sola idea de hacer esa conexión.
—¡¿Qué?! —rugió, flexionando sus manos en puños a sus lados.
Sus nudillos se pusieron blancos por la presión de su agarre.
Debería haber salido corriendo de la habitación, pero la
expresión de su cara me mantuvo cautiva en el suelo debajo de mí.
—Jesucristo, Amira. ¿Eras así de necesitada con tu papi?
¿Siempre tras su trasero, pidiendo más jodida atención? ¿No te doy
suficiente de eso ya? ¡Todo lo que hago es proporcionar para ti! Te
traigo regalos, te ayudo a estudiar, pongo comida en la mesa y un
techo sobre tu cabeza. ¡Estoy agotado de cuidar todas tus
necesidades! Es como que estoy criando a una hija, ¡y ni siquiera
eché un jodido polvo! ¡Yo no pedí esta vida! —Él escupió
violentamente, dando un paso hacia mí. Instintivamente di un paso
atrás temerosa, solamente alimentando su furia—. ¡Y todavía no me
has dado las malditas gracias por tu regalo! ¿Por qué no sólo corres

y juegas con todas tus malditas muñecas preciosas por las que he
pagado?
Tiró mi nueva muñeca a mis pies, y no pude aguantar más.
—¡Oh Dios mío! ¿Quién eres? —Espeté, aunque ya sabía la
respuesta.
Su mirada se encontró con la mía, finalmente, a excepción de
que no eran los ojos amables que me miraban.
Ellos no estaban familiarizados.
No eran reconfortantes.
Ellos. No. Eran. Damien.
No sólo lo estaba imaginando. No era producto de mi mente.
Nunca había visto esta mirada antes, al menos no en él. Eran oscuros
e intimidantes, vacíos y maléficos. Sólo me recordó al hombre que
tomó mi vida lejos.
El monstruo…
—Mejor aún —agregó, ladeando la cabeza hacia un lado.
Entrecerró su mirada desviada hacia mí—. ¿Por qué no vas a correr
y esconderte? Eso parece ser lo único para lo que eres buena.
El golpe contundente de sus palabras casi me golpeó en el suelo,
sentí que no podía respirar.
Sin aliento por sus acciones.
Asfixiada de sus palabras.
Todo el aire de mis pulmones dejó de existir, emanando dolor.
—Lo sien...
—¡Ahora!
Lo hice.
Me encontré en la emoción pura y el terror, incapaz de alejarme
de él lo suficientemente rápido. Tratando de buscar refugio en
cualquier lugar que pude. Ni siquiera me di cuenta cuando estaba
corriendo hasta que intenté abrir la puerta principal. Sólo para que
inesperadamente se cerrara de golpe desde detrás de mí.
—Amira...

No tenía que preguntarme quién era. Sin permitirle obtener otra


palabra maliciosa, tiré de la puerta de nuevo. Corriendo hacia mi
habitación esta vez. Apenas hice cinco pasos por el pasillo antes de
que agarró mi brazo, arrastrándome hacia atrás para mirarlo.
Por instinto, luché para liberarme.
—¡Suéltame! —Grité, tratando de alejarme de él, pero él no lo
estaba entendiendo. Me agarró la otra muñeca, tirando de mí hacia
delante, haciéndome perder el equilibrio. Chocando contra su duro
pecho—. ¡Detente! ¡Me estás asustando! ¡Por favor, sólo basta! —Le
supliqué con mi voz temblorosa derrumbada con cada palabra que
salió de mi boca.
—Maldición —exhaló, dejándome ir al instante.
Me tambaleé, tropezando con mis pies, tratando de recuperar el
equilibrio, cuando un fuerte brazo se envolvió alrededor de mi
cintura. Me capturó antes de que plantara mi cara a la pared. Damien
me mantuvo firme.
—Muñeca —de inmediato persuadió en una voz familiar, como
si supiera que necesitaba desesperadamente escucharlo. Haciendo
que echara un vistazo intuitivamente hacia él a través de mis
pestañas.
Nos miramos a los ojos.
Ninguno de los dos dijo una palabra, no teníamos que hacerlo.
La intensidad que surgió a través de nuestra conexión en ese
momento era tan fascinante para él como lo fue para mí. Los dos
estábamos de pie allí, respirando profusamente. Mi corazón latía con
tanta fuerza en mi pecho, que juro que podía oírlo. Ambos perdidos
en nuestros propios pensamientos.
Él sabía lo que estaba haciendo.
Lo que estaba buscando.
Lo que tenía que ver.
Sólo añadiendo a las emociones plagadas que fueron colocadas
en medio de nosotros. Un indicio de la oscuridad que todavía
permanecía en su mirada color miel, como si estuviera tratando de
romper a través de los demonios que lo acechaban.
Luchando su camino de regreso a mí.

Parecía como segundos, minutos, horas que pasaron en nuestro


silencio diciendo todo a pesar de que nada se escapaba de nuestros
labios. Podía sentir físicamente sus pensamientos luchar
enfurecidamente en su mente, sin final a la vista.
Cuando abrió la boca para decir algo, la puerta principal se
abrió, interrumpiéndolo, y Rosario entró.
—Siento haber tardado tanto. Ya conoces a Carmen, una vez
que comienza a hab… —Ella se detuvo en seco, observando la escena
delante de ella—. ¿Qué está pasando? —Cuestionó ella, echando un
vistazo de él a mí, hasta sus manos que todavía me retenían.
No dudé, empujando su pecho, rompiendo su agarre de mis
caderas, dando un paso atrás lejos de él, impulsivamente—: Pregunta
a este impostor, tal vez no te trate como si fueras nada más que una
carga.
Él hizo una mueca. Fue rápido, pero lo vi. Con eso, me di la
vuelta y me fui, caminando de regreso a mi habitación.
—Amira, que...
—Deja que se vaya, Rosario. Sólo déjala —oí a Damien
interrumpirla, mientras cerré mi puerta detrás de mí.
Una vez cerrada, me apoyé en la fría madera, tomando una
respiración sólida, profunda. Negándome a llorar, aunque estaba
más allá de herida y confusa. El miedo que sentía disminuyó, y fue
sustituido por algo que nunca había sentido antes. No sé cuánto
tiempo pasé allí, aturdida y confundida por su comportamiento.
¿Realmente quiso decir esas cosas? ¿Estaba demasiado
necesitada? ¿No hago nada bien?
Me arrastré por el piso con dolor en mi corazón y mi mente
ardiendo. Mi reflejo en el espejo del tocador solamente me puso triste.
Miré alrededor de la habitación a todas las muñecas en los estantes
que me había regalado en los últimos años. Junto con las estanterías
llenas con nada más que libros de cuentos que solían traerme tanta
felicidad. No había una cosa en esta sala que Damien no me había
dado.
—¡Todo lo que hago es proporcionar para ti! ¡Estoy agotado de
cuidar todas tus necesidades! ¡Yo no pedí esta vida!

Su cruel, pero verdaderas palabras resonaban en mi mente. No


pedí esta vida...
No me preguntó.
Yo era su obligación, y era la más cruda realidad de todas. Di
un último vistazo a la habitación antes de tomar una bolsa de debajo
de mi cama y tirarla en el edredón. Abrí los cajones y el armario,
agarrando solamente unos pocos artículos que iba a necesitar. Mis
ojos veían borroso cada vez que metí otra parte de mí en la maleta.
Pensando que nunca él o Rosario me volverían a ver.
—¡Todo lo que hago es proporcionar para ti! ¡Estoy agotado de
cuidar todas tus necesidades! ¡Yo no pedí esta vida!
Repetí una y otra vez en mi mente, dejándolas hundirse en mi
alma. Alimentando mi determinación para dejar a ambos atrás. No
sabía a dónde iba a ir, pero no me gustaba estar en un lugar donde
no me quieren.
No era justo para él.
Para cualquiera de ellos.
Cerré la cremallera de la bolsa y la puse fuera de la cama,
abriendo tranquilamente la puerta de mi habitación para llegar al
baño, y agarrar algunas últimas cosas.
—Damien, tienes que dejar de culparte por lo sucedido. Amira
sabe que no fue tu culpa —declaró Rosario, deteniéndome en medio
de un paso cuando estaba a punto de entrar en el cuarto de baño.
Caminé de puntillas por el pasillo, escondiéndome detrás de la
pared. Mirando a través de la rendija de la puerta giratoria de la
cocina, por lo que no sabrían que estaba escuchando. Todavía no
había aprendido que no debía hacer eso.
Se burló, moviendo la cabeza mientras él se paró frente a ella.
Rosario estaba sentada en una de las sillas de la isla.
—Sólo porque ella no conoce nada mejor. Perdí mi maldita
mierda con ella hoy, Rosario. Le grité. La asusté. Fui maliciosamente
cruel sin una jodida razón, aparte del hecho de que no podía
detenerme. El hombre que soy, el mismo hombre que juré nunca más
le dejaría ver —respondió, disgustado consigo mismo. Empezó a
caminar por el suelo de la cocina, tirando el pelo hacia atrás de su

cara en un gesto frustrado, como si quisiera arrancarlo—. La cagué.


Nunca debí venir esta noche. Lo sabía, pero fui egoísta. Quería verla.
Tenía que verla.
—Damien, ese no eres tú. Ella sabe que no eres…
—Este. Soy. Yo. —Argumentó, frenando en su lugar y mirándola
con severidad—. Qué te parece que hago todos los días, ¿ah? Ya
sabes a quien sirvo. Ya sabes lo que soy. No te hagas la tonta,
Rosario, no eres buena en eso.
—¿Alguna vez te has detenido a pensar que eres como ellos?
Que tú…
—¿Quieres decir antes o después de que tomara parte en el
asesinato de su familia? —transmitió insensiblemente, apoyado en el
mostrador con los brazos cruzados sobre el pecho. El impacto de sus
palabras me hizo estremecer de dolor. Su revelación y la culpa no
eran una sorpresa para mí, pero todavía dolía escuchar admitirlo en
voz alta.
—Lo sabes tanto como yo... Ya no es una niña. A medida que
envejece, más va a conocer la verdad. Un día pronto, no seré el
hombre que la salvó. Seré otro maldito monstruo que persigue sus
sueños.
Hice una mueca, no esperaba que dijera eso. Su respuesta hizo
que mi corazón doliera por él. Probablemente en la misma forma en
que su corazón siempre dolió por el mío.
Rosario suspiró, tomando una respiración profunda.
—Ella nunca fue una niña, Damien. Ya ella ha visto e ido a
través de tanto para su edad. La hizo crecer más rápido. ¿Pero
quieres saber lo que veo? La veo reír y sonreír contigo, más de lo que
hace con nadie más. Incluyéndome a mí. Ella juega, corre, actúa
como la joven despreocupada que se supone que es. Cuando está
contigo... se siente segura. Esa niña no te odia para nada, es
exactamente lo contrario. Ella te ama, y la amas demasiado. La amas
tanto que te aterroriza que un día ella no pueda mirarte de la misma
manera. No porque eres un monstruo, sino porque le hiciste creer
que eres quien la apartó.

Él no dudó, sus amables ojos se dirigieron hacia la puerta donde


yo estaba escondida detrás. Como si él podía sentir que estuve allí de
pie todo el tiempo.
—Muñeca, si vas a escuchar a escondidas, debes asegurarte de
que tu sombra no se puede ver debajo de las puertas.
Gemí, sintiendo aprensión de que fui atrapada, pero
rápidamente la deseché. Confiadamente entré en la cocina para
hacer frente a ellos. Los ojos de ambos se dirigieron al mismo tiempo
a la bolsa que sostenía en mis manos. La realización de lo que iba a
hacer rápidamente reemplazó las expresiones de inquietud en sus
rostros.
Damien no vaciló, no es que esperaba que lo hiciera.
—¿Qué tan lejos crees que llegarás, Muñeca, antes de que te
encuentre? ¿Crees que alguna vez dejaré que salgas por esa puerta?
¿Dejarte salir para que algo malo te suceda? No podría vivir conmigo
mismo, sabiendo que fui la causa. Durante cuatro años, he hecho un
punto para nunca permitir que nada te haga daño. Eres mía, Amira.
Mi responsabilidad. No me puedo imaginar que podrías pensar que
alguna vez te permitiré huir. Tienes que saber eso. Dime que sabes
eso.
Asentí con la cabeza, abrumada por la emoción de lo mucho que
estaba compartiendo conmigo por primera vez.
—Necesito escucharte decir las palabras, Amira. Dime que
sabes eso. —Exigió en un tono suave.
—Sí. Ya lo sé. —Y lo hice... Siempre he sabido.
Tomó una respiración profunda, la expresión de preocupación
en su rostro lentamente desapareció.
—¿Qué te ha pasado esta noche? ¿Por qué me dijiste esas
cosas? ¿Lo dijiste en serio? —Le pregunté antes de perder el valor,
sin saber lo que quería que él me respondiera más.
Vi en su mirada que quería mentirme.
—Tuve un mal día, antes de toparme con Emilio en mi camino
aquí. Comenzó a hacer preguntas acerca de Rosario —confió
abiertamente.

De repente, temblando, le pregunté—: ¿Crees que se sabe que


soy…?
—No.
—Pero si él...
—Amira, ¿confías en mí?
—Por supuesto —respondí con firmeza.
—Entonces confía en mí cuando digo que hoy no tenía nada que
ver contigo —expresó con sinceridad, en respuesta a mi otra
pregunta, a su manera sutil.
—Damien ni yo alguna vez dejaremos que te pase nada. Emilio
es sólo un bastardo entrometido. Eso es todo. Nada más y nada
menos. Mamita, esta es tu casa. Somos tu familia —afirmó Rosario,
con los ojos llenos de lágrimas frescas, sólo de pensar en lo que iba
a hacer. Me hizo sentir peor—. A veces la gente dice cosas que
realmente no quieren decir. Las familias pelean. Y eso es lo que
somos, Amira. Somos una familia. Nosotros no nos damos la espalda
el uno al otro. No importa lo que pase.
Ella tenía razón.
Lo bueno.
Lo malo.
El amor...
Todos ellos eran parte de ser una familia.
Los ojos de Damien conectaron rápidamente con los míos.
Y allí estaba él...
Mi Damien.
—Me asustaste —murmuré lo suficientemente fuerte para que
él escuchara—. Pensé... pensé que te había perdido también. A él.
Él agarró la muñeca que trajo a casa para mí de la encimera.
Extendiéndola para que yo la tomara. Recordándome de inmediato la
noche que me salvó y todas las noches desde entonces.
—Muñeca, los siento mu...

Antes de que pudiera terminar su disculpa, corrí hacia él.


Lanzando mis brazos alrededor de su cintura, abrazándolo tan fuerte
como pude. Había algunas cosas que eran mejor no decir, y esto fue
sin duda una de ellas. En ese mismo momento, me prometí que
nunca iba a dejar que me asustase así de nuevo. No importa cuántas
veces lo intentó. Ahora sabía, en el fondo de mi corazón, que Damien
me necesitaba tanto como yo lo necesitaba.
Mi Familia.
Cuando él envolvió sus brazos protectores alrededor de mí y dio
un beso en la parte superior de mi cabeza, expresé—: Te amo —por
primera vez en el lado de su pecho. Sintiendo como si necesitara
oírme decirlo, ahora más que nunca antes.
Fue sólo entonces que realmente entendí por qué Damien
nunca me preguntó acerca de mis pesadillas...
No tenía por qué.
Él las vivió también.

10
Traducido por Jessibel

Damien
—Ricardo y sus hombres debería estar aquí pronto. ¿Estás
listo? —preguntó Emilio, mientras tomaba mi asiento junto a él en la
mesa de conferencias.
Estábamos a punto de tener una importante reunión en uno de
los almacenes más agradables que Salazar poseía en el centro de
Santiago. Emilio tenía sus malditas sucias manos en todo, desde
armas de fuego, drogas, prostitución. Cuando se trataba de Emilio
Salazar, no había nada que no poseyera u operara. Él lo sabía todo,
pero se quedó escondido tras bastidores, orquestando la mierda ilegal
como el titiritero que era. Transportando drogas en cada país con
algunos de los criminales más buscados en todo el mundo. Las
posibles barreras del idioma no importaban. Tan pronto como Emilio
lanzó un fajo de billetes sobre la mesa, de repente todos se entendían
entre sí.
La policía, los abogados, la ley en general, eran una broma.
Eran trozos de papel con el que podrían limpiarse el trasero. Todos
eran turbios como la mierda, metidos en el bolsillo de atrás
exactamente donde les quería. Era la mierda de poca monta en que
se involucró sólo para su disfrute. Otra cosa para pasar su tiempo.
Simplemente asentí.
—Él es un viejo colega mío, ya sabes. Esta es la primera vez que
vamos a hacer negocios en más de cuarenta años. Él vive en
Colombia ahora, y tiene vínculos con todas las personas importantes
de allí. Esto es muy importante para nosotros. ¿Me entiendes?

Asentí de nuevo. Sobre todo porque comprendía más de lo que


él sabía.
Lo que realmente endurecía el pene de Salazar era la política.
Lo cual era precisamente donde la mayor corrupción existía desde el
principio. Ricardo no fue la excepción. No era más que otra conexión
con otro país con el que Salazar quería lazos.
—Mira quién finalmente nos honra con su presencia —Emilio
recibió a mi padre cuando entró con Pedro y otros tres de sus
hombres.
Mi padre y yo nos miramos a los ojos durante unos segundos
antes de que él siguió su camino. Se puso de pie en su lugar detrás
de Salazar, mientras que los otros hombres montaban guardia junto
a las puertas. Todavía podía sentir su mirada concentrada haciendo
un agujero en el lado de mi cara como una maldita granada de
relojería. No teníamos ningún tipo de relación, al menos ya no. Nunca
hablamos, dejando tanta animosidad y asuntos pendientes que se
avecinaron entre nosotros. Incrementando más y más con cada año
que pasaba, como un fuego ardiente que ninguno de los dos jamás
podría extinguir.
Me mudé a mi propio apartamento unos días después de la
matanza, después de ver quién era mi padre en realidad. No se
inmutó, ni siquiera batió un ojo sobre mí, como si lo esperaba o algo
así. Ni siquiera debería sorprenderme si él no sabía donde vivía.
En lo que a mí respecta.
Nuestra familia murió el mismo día que la de Amira lo hizo.
No pasó mucho tiempo hasta que Ricardo y sus dos hombres
entraron por las puertas dobles. Vi todos sus movimientos mientras
se abrían camino a la mesa. Ricardo se detuvo para saludar a Emilio,
mientras que sus guardias estaban sentados en las sillas vacías
frente a mí. Dejando una entre ellos para su jefe. Emilio se puso de
pie, le recibió con un abrazo. Ambos palmearon sus espaldas,
diciendo que había pasado demasiado tiempo desde que se habían
visto. Desde un observador externo, parecía como si dos viejos
amigos se acaban de reunir para reavivar su amistad.
Era pura mierda.

Salazar abrazaba a todos por dos razones. Una de ellas, quería


que te sientas como su amigo. Sin saber que iba a cortar tu puta
garganta el segundo que no eras de utilidad para él por más tiempo.
Y dos, quería tantear tu cuerpo y mentalmente contar el número de
armas de fuego que llevabas. Nunca me dijo nada de esto, era sólo
una de las muchas cosas que he observado a lo largo del camino.
Los dos de ellos tomaron sus asientos y hablaron de los viejos
tiempos durante unos minutos, recordando esto y lo otro. Tratando
de presentar la reunión para nada más que la corrupción política que
era. Luego finalmente ellos llegaban al maldito negocio.
—¿Cuántos kilos en las cajas? —Preguntó Emilio.
—Todos los que desees —Ricardo respondió con indiferencia,
moviendo la cabeza hacia él.
—Yo diría que no más de diez kilos y diez cajas. Eso es suficiente
para mantener el crimen por unos meses y a los policías ocupados
en Cuba. Quiero mantener puestos de trabajo, no contaminar mi
país.
—Por supuesto, Salazar. Sé que siempre has velado por el
bienestar de las personas. Puedo tener esos transportados aquí
enseguida. Pondré a mis hombres en ello tan pronto como regrese.
¿Cómo quieres que te lo envíen? Puedo conseguir un avión privado,
sin ningún problema.
Emilio sacudió la cabeza.
—Es demasiado arriesgado. Esto no es más los años sesenta.
Tengo a los Estados Unidos en mi trasero. Están vigilando todos los
vuelos que entran y salen de Cuba. Ellos han estado durante
décadas. Los malditos yanquis no nos van a dejar vivir. Mi pueblo se
muere de hambre. Hay apenas algo de gas para el transporte. Con
Rusia luchando, no tenemos intercambio con ellos nunca más. Es
por eso que he vuelto a las drogas. Necesito mantener algún tipo de
economía en marcha. Algo atractivo para conseguir que esos hijos de
puta Yanquis jóvenes viajen a Cuba. Necesito el turismo, sobre todo.
Ya sabes cómo se propaga de boca en boca. Las drogas y las mujeres
están siempre donde está el dinero. Mis chicas son los mejores, ahora
los fármacos lo serán también.
Ricardo asintió, comprendiendo.

—Tengo un par de nombres que pueden ponerse en contacto en


Miami. Hay algunos agentes federales que conozco, a los que puedo
pedir un favor. También puedo llegar a Alejandro Martínez. Ese hijo
de puta conoce a todo el mundo. Es lo menos que puedo hacer.
—Aprecio eso, pero ahora no es el momento. Tal vez sería algo
a considerar en el futuro. Creo que sería más seguro si usamos el
transporte en barco, durante la noche. Tendría que ser descargado,
a más tardar, a las cinco de la mañana en el muelle. Las cajas
tendrán un transporte seguro hasta que se descarguen en el puerto.
Pagaré la mitad ahora y la otra mitad cuando lleguen a su destino.
—No hay problema. Lo que quieras, mi amigo. Puedo hacer que
todo suceda, Emilio. No se trata de dinero. Somos viejos camaradas,
estoy aquí para ayudarte —respondió Ricardo, sin apartar los ojos de
Salazar.
Y nunca quité mi mirada de Ricardo, evaluándolo todo el
maldito tiempo. Incapaz de aguantar mi lengua por más tiempo,
casualmente comenté—: Estás siendo muy cooperativo para ser un
hombre conocido por todo lo contrario. Por lo que sé, no eres más
que un lobo con piel de cordero.
—Yo…
Levanté mi mano en el aire, para hacerlo callar.
—No era una pregunta.
—Damien... —advirtió Emilio en un tono que no me gustó.
Sonreí, mirando por encima de él.
—¿Cómo decía el refrán? ¿Mantén cerca a tus amigos y más
cerca a tus enemigos? —Miré de vuelta a Ricardo y continué—:
Vamos a ponerlo a prueba, ¿de acuerdo? Conoces a tu viejo amigo
Salazar aquí desde hace bastante tiempo, ¿eh? ¿Qué has dicho que
tenía, Emilio? ¿Cuarenta, cuarenta y cinco años?
—Damien, ¿por qué estás interrogando a Ricardo? —Salazar
interrumpió, llevando mi atención hacia él.
—Sólo tengo una conversación amistosa con uno de tus aliados.
Llegando a conocerlo de hombre a hombre. Pero sólo escúchame.
Esto está a punto de ponerse interesante.

—Emilio, creo que hemos terminado con esta reunión. Estaré


en contacto —declaró Ricardo mientras se levantaba para irse. Sus
hombres hicieron lo mismo.
—Antes de que arrastres tu trasero, ¿por qué no le dices a tu
viejo camarada en qué andabas el 24 de julio?
Se congeló en su posición, completamente sorprendido por mi
pregunta.
Sonreí. —Oh, eso llamó tu atención. —Me apoyé en la mesa,
inclinando la cabeza hacia un lado—. O mejor aún, la próxima vez
que intentes entrar aquí con tu maldita cooperación, sugiero que
cubras tus pistas. Ahora, toma asiento —ordené firmemente.
Sus ojos se abrieron, su mente daba vueltas mientras calculaba
su siguiente movimiento. —No sabes lo que estás hablando.
Me levanté de la silla, y puse las manos en los bolsillos. Caminé
hacia el lado opuesto de la mesa. Ni una sola vez rompí el contacto
visual con él.
—¿No? Mira, pensé que estábamos en el negocio de hacer que
las cosas sucedan, y lo único que has establecido es la creación de
tu llamado amigo.
Ricardo inmediatamente entrecerró los ojos en mí, asimilando
mis palabras.
—Emilio, no sé lo que este pedazo de mierda está insinuando,
pero he oído suficiente. ¿Es esta la forma de ejecutar tu país ahora?
¿Permitiendo a tus hombres soltar la lengua, faltando el respeto a tus
invitados? Te sugiero que le digas a tu perra que dé marcha atrás
antes de que ponga una bala en su cabeza.
—Sin faltar el respeto, Ricardo. No sé lo que le ocurre a mi
soldado, pero voy a manejarlo cuando lo crea conveniente —Emilio
intervino, y me dio otra mirada de advertencia—. Fue muy bueno
ponernos al día. Por favor, dale recuerdos a tu familia.
Asintió a Emilio todavía tratando de mantenerse firme, a pesar
de que estaba cediendo.
—Hasta la próxima vez, mi amigo. —Con eso, se puso de pie,
dando la espalda a nosotros. Listo para salir.

—Ricardo, no has respondido a mi pregunta, por lo que voy a


expresarlo de otro modo —dije con calma, deteniéndolo en seco—.
¿Qué exactamente estabas haciendo el 24 de julio en la embajada
americana?
Se dio la vuelta y en tres zancadas, él estaba en mi cara con su
arma. Apuntando justo entre mis ojos. Desencadenando que mi
padre diera un paso al frente de Salazar y extrayendo su arma sólo
con Ricardo delante de sus ojos.
—Una vez más, hijo de puta, no sé lo que estás hablando. Yo
estaba en Puerto Rico, con las bolas profundas en mi maldita
amante, si quieres saberlo —dijo entre dientes, erguido en mi cara.
Ni siquiera me inmuté, imperturbable por el metal frío en la
frente. Sonriendo grande y amplio, desafiándolo a tirar del puto
gatillo.
—¡Es suficiente! —Rugió Emilio, su voz hizo eco en las
paredes—. ¡Ramón, retrocede de una puta vez! ¡Damien, lárgate de
aquí! ¡Me encargaré de ti más tarde!
—Pero la diversión acaba de empezar —dije con voz áspera,
dando un paso hacia atrás y lejos de él.
Ricardo no se alteró, redirigió el objetivo de su pistola a mi
pecho. Sonriendo maliciosamente, pensando que tomó la delantera.
Tranquilamente di un vistazo abajo, mirando la marca de láser rojo
que ahora estaba colocado sobre mi corazón. Sonriendo mientras
miraba lentamente a través de mis ojos entrecerrados.
Esperando unos segundos antes de hacer un gesto con mis
dedos, limpiando su objetivo como si fuera sólo una mota de polvo.
Burlándome de él.
—Puerto Rico, ¿eh? —Sin más preámbulos, sabiendo que
conseguí mi punto de vista, alcancé el interior de mi chaqueta militar,
sacando un sobre del bolsillo oculto—. Esto dice lo contrario —
discutí, arrojándolo sobre la mesa, derramando su contenido.
Imágenes y documentos se alinearon en la superficie, exponiendo la
verdad de la traición de Ricardo.
—¿Qué diablos es todo esto? —preguntó Emilio, entrecerrando
los ojos hacia mí. Agarró la pieza más comprometedora de las

pruebas. Una foto marcada con la fecha, de Ricardo estrechando la


mano del Embajador en la Embajada de los Estados Unidos en
Colombia.
—Una imagen vale más que mil palabras, y esta acaba de hablar
alto —añadí, mirando cuando Salazar recogió el documento firmado
por Ricardo, comprometiéndose a ayudar a Estados Unidos a acabar
con el dictador cubano, Emilio Salazar.
—Emilio, yo...
—Te conozco hace más de cuarenta años, ¿y vienes a mi
territorio con la intención de traicionarme?
—No es lo que parece —exhaló, bajando su arma como el marica
que era.
—Desde la perspectiva de qué —intervine, haciendo un gesto
hacia la mesa llena de la evidencia—: estabas bolas profundas
tramando su destrucción.
Con un movimiento de su brazo, Emilio envió todos los papeles
volando a los pies de Ricardo. Rugió—: ¡Maldito traidor!
Ricardo sacudió la cabeza con incredulidad, teniendo en cuenta
todas las pruebas que necesitaba, sabiendo que no iba a salir de esto
con ninguna de sus mentiras de mierda. Miró hacia arriba,
encontrando la mirada amenazante de Salazar.
—No lo tomes personal. ¡Vinieron a mí! Haciendo una oferta que
no podía rechazar.
—¿Qué saben ellos? ¡¿Qué les diste, miserable de mierda?! —
Emilio interrogó, rodeando a mi padre.
No hubo ninguna duda cuando agarró a Ricardo y golpeó su
cabeza sobre la mesa. Levantándolo de nuevo, sólo para enviar otro
golpe a un lado de su cara, chocando contra el suelo delante de él.
Los hombres de Ricardo sacaron sus armas, listos para eliminar a
Emilio. Nuestros guardias interceptaron, rompiendo los brazos de
ambos hombres. Enviándolos al suelo, tambaleándose en nada más
que un dolor inmediato.
—Es tu día de suerte, hijo de puta. Debería poner una bala en
tu cabeza, pero no quiero tu sangre traidora en mis manos —se burló
Salazar, escupiendo en su cara—. Cuando todo el mundo se entere,

tu muerte será mucho peor que mi puta bala. —Emilio se acercó a


mí, viendo cómo Ricardo lastimosamente intentó ponerse de pie—.
Tienes hasta la cuenta de tres para irte al carajo fuera de aquí. Uno...
dos...
—A la mierda con esto —interrumpí con frialdad, tirando de mi
arma hacia fuera de la parte trasera de mis pantalones, apretando el
gatillo de inmediato. Poniendo una bala justo entre los ojos de
Ricardo y sin darle un segundo pensamiento, me centré en sus
hombres al lado.
—¡Damien, no! —gritó mi padre cuando apreté el gatillo una vez
más. Reventando otra bala en cada una de sus cabezas.
Me encogí de hombros ante su orden, colocando la Glock de
nuevo en mis pantalones.
—Ahora, su sangre está en mis manos —declaré
insensiblemente, caminando hacia las puertas. Ni una sola vez miré
hacia atrás. Plenamente consciente de lo que vería en los ojos de mi
padre.
No tenía el tiempo, ni me importaban más sus mentiras de
mierda.
—Ramón, llama a tus hombres para que limpien esto. Necesito
hablar con tu hijo —oí la demanda de Emilio detrás de mí, pero
continué, empujando a través de las puertas dobles de la bodega,
saliendo al estacionamiento.
Estaba preparado para escuchar su puta ira, consciente del
hecho de que él estaba detrás de mí. Lo más probable es que quisiera
darme un sermón sobre mi mal genio y temperamento. Sobre cómo
necesitaba contenerlo, como él siempre lo hacía. Esperé, apoyado en
el capó de mi coche con los brazos cruzados sobre el pecho. Sin
esperar lo que sucedió después.
—¿Cómo supiste sobre Ricardo? —preguntó Salazar en cuanto
nos encontramos cara a cara.
Miré directamente a sus ojos y simplemente contesté—:
Instinto.
Su mirada se intensificó. Una expresión que nunca había visto
antes se deslizó rápidamente a través de su rostro. Fue sólo cuando

él continuó con un—: Gracias —cuando comprendí su


agradecimiento.
Le di una breve inclinación de cabeza en respuesta, sobre todo
porque, ¿cómo hago para poder responder a eso...?
—Lo digo en serio, Damien. Nunca catalogué a Ricardo como
una amenaza. Salvaste mi trasero.
—Hice lo que tenía que hacer. No lo conviertas en algo que no
es.
—Sé que no eres feliz sirviendo en el ejército. Así que aquí está
tu única oportunidad de retroceder. ¿Qué quieres en la vida? Dime.
Nunca en mis sueños más salvajes se me ocurrió que tendría la
opción de elegir. La respuesta salió de mi boca más rápido de lo que
su pregunta salió.
—La Ley. Quiero ser un abogado.
Sonrió, agarrando mi hombro, con orgullo y honor que irradiaba
de él.
—Ahhh... sigues mis pasos. No podría estar más orgulloso,
quieres ser un abogado como yo. Después de lo que acabo de ver, no
hay duda en mi mente que te podría usar para cosas mucho mayores.
Considéralo un hecho. Estaré en contacto con tu inscripción y carga
académica. —Sin decir una palabra, entró en su limusina y se fue.
Me dejó allí con sólo mis pensamientos dispersos. Contemplé la
vida por lo que pareció la centésima maldita vez. Si no se trataba de
Amira, se trataba de Emilio. Ninguno de ellos estaban siempre lejos
de mi mente. Dos extremos opuestos del espectro, donde los dos
estaban completamente causando estragos en toda mi jodida vida.
Que una vez más tomó otro giro drástico en cuestión de minutos.
Nunca diría que Amira era una carga, sino que además no era mi
elección. Exactamente de la misma manera que Salazar no era una
tampoco.
Su pregunta—: ¿Qué quieres en la vida? —hizo eco en mi mente,
residiendo profundamente en mi interior. Me di cuenta por primera
vez que me dieron una elección, y no dudé en llegar a ser como el
hombre que me estaba entregando esa opción.
No me convertí en el monstruo que querían que fuera...

Siempre había estado dentro de mí.


Las puertas se abrieron detrás de mí, sacándome de mis
pensamientos. No tuve que preguntar quién era. Giré, mis ojos se
encontraron con los de mi padre.
Me dio un vistazo y preguntó—: ¿Quién eres? —Sacudió su
cabeza en la decepción, retrocediendo. Ni siquiera me dio la
oportunidad de responder, se dio la vuelta y salió como si ya supiera
la respuesta a todo. Cuando recién me había golpeado.
Esa realidad solo me envió en espiral hacia abajo, a una maldita
botella de bourbon. Antes de que me diera cuenta, estaba sentado en
un sofá de cuero negro, en un rincón oscuro de una de las casas de
prostitutas de Emilio, fuera de la vista. Sin molestarme en retirar mis
oscuras gafas de sol. Agotado por el día y las interminables
emociones que me torturaron diariamente.
Vengo aquí a menudo para ahogar mis penas en bourbon y
prostitutas. Por lo general, después de que algo fundamental ha
ocurrido en mi vida, o cuando necesitaba descansar. Sacando mis
frustraciones, enterrando mi pene en quien quería un pedazo de mí
esa noche. Tomé otro trago de la botella, viendo como todo el mundo
se apagó a mi alrededor. Incluso si fue sólo por un instante, era un
momento en el que me deleité. Sólo viendo las luces estroboscópicas
de colores, cuerpos bailando, y teniendo sexo en la oscuridad.
—Por lo que veo, vas a necesitarme esta noche —la rubia
exuberante me sedujo con sus labios rojos carnosos. Usando nada
más que una minúscula tanga y un sujetador que apenas cubría
cualquiera de sus encantos.
—Sólo necesito tus labios... en mi pene. Sería un cuadro bonito,
¿no te parece? —persuadí, inclinándome hacia atrás en la silla.
Ella sonrió, moviendo su largo cabello rubio por encima del
hombro.
Este fue el juego previo para ella.
—Veo que estás aquí para romper más corazones, Sr. Montero.
¿Cuánto tiempo ha pasado, dos, tres semanas? Sabe que las chicas
se ponen celosa cuando no les prestas atención. Tienes tu propio
harén de prostitutas aquí, eliges la basura. Ahora puedo ver por qué,

es esa cara de niño bonito que hace que las mujeres se mojen cuando
te ven llegar... literalmente. Tu reputación te precede, sin embargo.
Ella se puso a horcajadas sobre mi regazo. Moliendo su sexo en
mi miembro al ritmo de la música house. —Puede que sea nueva,
pero por lo que he oído, coges como un hombre de verdad. Soy Lola,
por cierto.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, algo que
Emilio me dijo una vez pasó por mi mente. —Sabía que tu primer
contacto con una mujer te enseñaría a coger como un hombre de
verdad. Aprovechando el dominio que sabía que estaba dormido en ti
durante tanto tiempo. Como te dije antes, a las mujeres siempre les
gusta eso.
No estaba equivocado.
Estar con Teresa me enseñó una cosa y una cosa sola.
Control.
Mi primera vez, dada la jodida situación, no terminó mi deseo
por ello. En todo caso, lo hizo peor. Prosperé en el control tanto como
lo hice en otra cosa. Dentro y fuera de la habitación.
Era sólo quien ahora era.
No sabía cómo carajos coger de cualquier otra manera. Tenía
que dominar en el sexo. Colocándolas donde quería, como quería.
Dictando los movimientos de sus caderas mientras cabalgaban mi
pene, duro y rápido. No hubo besos o dormidas fuera de casa, las
cogí y las hice cogerme. Cuanto más rudo, mejor. Les ordené
mantener la boca cerrada, sin decir ni una palabra sin mi permiso.
Llámalo como quieras, pero era la única manera de que pudiera
evitar ver las imágenes de Teresa. Revivir lo que me vi obligado a
hacer con ella esa noche, todo de nuevo.
No siempre fue sobre mí, sin embargo. Siempre las hacía llegar
al orgasmo, lo cual era probablemente otra de las razones por lo que
me deseaban tanto. No muchos hombres se preocupaban por las
necesidades de la mujer. Sus mentes estaban fijas en el hecho de que
eran prostitutas por una razón.
Especialmente los hombres como yo.
—Te deseo —exhaló, inclinándose para besarme.

Agarré el pelo en el rincón de su cuello, tirando de la cabeza


hacia atrás, con fuerza. Haciéndola gemir como un perro en el
maldito calor. Ella debería haber sabido mejor, no besaba. Era
mucho más fácil de esta manera estar con una prostituta. No me
malinterpreten, no forcé a otra mujer sexualmente.
Ellas querían.
Conseguir a una mujer nunca había sido un problema. Ellas,
literalmente, se arrojaban en mi pene, tan pronto como me vieron
caminando al lado de Emilio. Sabían quién era yo y lo que significaba
para él. Especialmente las mujeres que querían un trabajo donde la
policía no jodiera con ellas, conscientes de que estarían protegidas
por la mano de Emilio. Así de fácil era para ellas conseguir ponerse
de rodillas y chupar mi pene.
Esta chica no era diferente.
Solté su pelo y poco a poco moví mis manos de su cuello a sus
amplios pechos, hasta la cintura estrecha. Humedeció sus labios,
aspirando cuando de repente me aferré a sus caderas. Colocándola
sobre la mesa delante de mí, así podría conseguir una buena mirada
de ella.
Me puse de pie, abriendo las piernas para estar en medio de
ellas. Me acerqué a su cara, diciendo con voz áspera—: ¿Qué te hace
pensar que me importa lo que quieres? —Queriendo decir en serio
cada última palabra.
Ella inhaló, conteniendo la respiración mientras mi mano
continuó su descenso, corriendo a lo largo de su suave piel caliente,
hasta su centro.
—Por favor… —rogó ella, mirando a los ojos con nada más que
necesidad y urgencia, tan jodidamente excitada. Las yemas de mis
dedos callosos despertaron hasta la última fibra de su ser. Lenta y
deliberadamente, tomé mi tiempo, sabiendo muy bien que la estaba
arruinando para cualquier otro hombre.
—Estoy desesperada por ti —ronroneó ella, con nada más que
los ojos entornados.
Sonreí con malicia, inclinando la cabeza hacia un lado. Tomé
un segundo para mirar a los ojos grises suplicantes antes de

inclinarme al oído, espeté—: Entonces, arrodíllate y muéstrame lo


desesperada que estás.
Sus ojos se dilataron al instante cuando se arrodilló lentamente
frente a mí, sin apartar su embriagadora mirada de la mía. Alcancé
de inmediato la hebilla de mi cinturón, desabrochando los
pantalones, y sacando mi miembro en un movimiento rápido.
Acariciándome en frente de su cara, sin importarme una mierda la
gente que nos rodeaba.
Humedeció sus labios, salivando ante el tamaño de mi
miembro. Agarré la parte posterior de su cuello en esta ocasión,
crudamente tirando de ella hacia mí. Lo que la hizo jadear en el
repentino cambio en mi actitud.
—¿Confías en mí? —provoqué, y ella asintió, sin vacilar por un
puto segundo.
No pensé dos veces, tomé la cabeza de mi miembro y tracé el
contorno de sus malditos labios rojos y carnosos, antes de empujar
a la parte posterior de su garganta sin ninguna advertencia. Ella se
arqueó, ahogada en mi pene. Jadeando en busca de aire que estaba
salvajemente quitando de ella. Cogí su cara. Quitando todas mis
frustraciones del día, lo que exactamente ella sabía que necesitaba.
Fulminé a la rubia exuberante con una mirada perversa,
viscosamente rechinando—: No deberías.

11
Traducido por Jessibel

Damien
En el momento en que entré en mi apartamento, era poco más
de las diez de la noche. Había pasado el resto del día penetrando
todos los agujeros de la rubia en la casa de citas. Esperando
enmascarar tomando toda la mierda que ocupaba mi mente. Estaba
emocionalmente agotado, mental y físicamente.
Estaba jodidamente terminado.
Al menos por esta noche.
Mis pies se movían por su propia voluntad a la terraza que daba
al mar. Ansiando el aire fresco, anhelando la tranquilidad que
proporcionó generalmente para mí. Me pasaba horas en la terraza o
en la playa, viendo y escuchando la suave calma de las olas
rompiendo en la orilla. Dando la bienvenida a la cálida brisa salada
saliendo desde el agua. Siempre tuve una manera de calmar mis
nervios, no importa lo que estaba sintiendo, o por lo que pasé, y algo
me dijo que esta noche no sería nada diferente. Me quité la chaqueta,
la puse encima de la barandilla, y enrollé mis mangas. Descansando
los antebrazos en la barra de acero. Tratando de evitar pensar en
todo lo que había sucedido en las últimas trece horas, pero fallando
miserablemente en hacerlo.
Mi mente vagaba sin rumbo mientras tomaba el aire de la noche
y el cielo oscuro. Hipnotizado por los edificios de gran altura que se
alineaban en la orilla, las luces que iluminan las calles, y los coches
conduciendo a lo lejos. Dándome cuenta de cada detalle, necesitando
bajar la adrenalina que siempre me daba el matar a los hombres y

tener sexo con prostitutas. Había algo en el sonido de las olas y la


brisa del mar que me llevó a otro lugar en el tiempo. Una familiar
sensación de anhelo se apoderó de mí, lo que me recordó cuánto
Amira amaba el agua.
—¡Guau! ¿Este es tu apartamento? Es muy grande para una sola
persona —observó Amira, caminando alrededor de la sala de estar.
Fue la primera vez que la traje desde que empezó a vivir con Rosario,
hace siete meses.
—No es tan grande, Muñeca, eres pequeña.
Ella puso sus manos en sus caderas con Yuly colgando de sus
dedos.
—No soy pequeña. Eres anormalmente grande.
Reí entre dientes, haciéndola sonreír. Juro que esta niña
sabelotodo iba a ser mi muerte. A medida que pasaban las semanas
empezó a entrar por su cuenta, lloraba menos y reía más. Ella estaba
constantemente hablando de una cosa u otra, apenas dejándome decir
una sola palabra. Nunca imaginé que una niña de nueve años de edad,
tendría mucho que decir. Tenía una opinión acerca de todo y no se dejó
intimidar para decir lo que piensa. Fue un buen cambio de ritmo tenerla
alrededor, sobre todo desde que estaba casi siempre solo antes de que,
inesperadamente, irrumpió en mi vida.
—Tiene dos dormitorios en la parte posterior. En caso de que
tengas que quedarte. Tendrás tu propia habitación.
—¿Por qué? Sólo podemos compartir una habitación como lo
hacemos en casa de Rosario.
Toqué la punta de su nariz, y por alguna razón siempre hacía que
sus ojos se iluminaran. —No tendrás nueve para siempre, Amira. Un
día ya no será apropiado para nosotros compartir una cama más, y
cuando llegue ese día, tendrás tu propio espacio en mi
apartamento.
Ella se encogió de hombros, sin prestarme atención, caminando
hacia el balcón.
—Lo que sea, sólo voy a colarme en tu habitación cuando tenga
pesadillas.
Negué con la cabeza, ahogando una risa.

—Ay, Muñeca...
—¿Qué? —Ella se volvió hacia mí—. Sabes que no me gusta
dormir sola, Damien. Tú alejas a los monstruos. Además, no necesito
todas esas mantas de mierda que me dan comezón, que Rosario tiene,
tú eres como una manta de calentamiento. Sólo extendida a tu lado,
soy agradable y cálida.
—Amira, no puedes decir cosas así.
Ella arqueó una ceja, rascándose la cabeza.
—No puedo decir cosas así, ¿qué?
—Así —afirmé, apuntando a ella—. Definitivamente no puedes
jurar. Rosario va a lavar tu boca con jabón. Confía en mí, intentó
muchas veces conmigo.
—Entonces, ¿por qué todavía las utilizas?
—Porque soy un hombre —indiqué simplemente—. Eres
demasiado dulce y joven para decir cosas vulgares. Vas a ser una
dama. No quiero oírte jurar de nuevo. ¿Me entiendes?
—Entonces, tal vez no deberías enseñarme tus malos hábitos. —
Ella giró bruscamente, volteando su largo cabello castaño sobre su
hombro, y salió a la terraza—. ¡Tu apartamento es con vistas al mar!
¡Nunca me iré! ¿Recuerdas, Damien? ¿Como te conté que quería tener
una casa como esta también? ¡Al igual que la Sirenita! —exclamó con
entusiasmo, saltando hacia arriba y abajo.
Me apoyé en la puerta de cristal, cruzando los brazos sobre el
pecho, moviendo la cabeza. No podía dejar de estar divertido por su
forma sutil de cambiar de tema.
—Lo recuerdo, Amira. —Y lo hice, fue la única razón por la que
conseguí este lugar—. ¿Qué si vamos a nadar? Rosario trajo un par de
trajes de baño para ti.
Ella suspiró, inclinando la cabeza.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—No sé nadar.
—Bueno, por suerte para ti, lo hago y puedo enseñarte —la
tranquilicé, extendiendo mi mano para que ella la tomara—. Venga.
Serás una sirena en poco tiempo.

Ella volvió a sonreír, mirando hacia mí a través de sus largas


pestañas gruesas que siempre me recordaban a las muñecas que le
compré.
—¿Y Yuly? —Añadió, esperando mi respuesta con atención.
Asentí. —Sí, Muñeca. Yuly también.
Por mucho que quería ir a ver a Amira, no había una
oportunidad en el infierno que dejaría que fuera testigo de mi así, de
nuevo esta noche. Habían pasado varios meses desde que perdí mi
mierda sobre ella en casa de Rosario, mostrándole el hombre detrás
de la fachada. Estuve preocupado esa noche de que iba a cambiar su
actitud hacia mí, que se convertiría en alguien cautelosa y,
posiblemente, atemorizada de estar cerca de mí, pero no lo hizo. En
todo caso, se volvió más apegada. Preocupada por mí a la manera de
Amira.
Ella empezó a salir con muchas cosas al azar, siempre
incluyendo a Yuly. Me las encontraba escondidas en mi coche, mis
chaquetas, y mi bolsa de viaje. En cualquier lugar que sabía que me
vería más adelante, cuando ella no estaba cerca. Como si sabía que
tenía que reír o sonreír en algún momento durante el día.
Varió de libros con pasajes resaltados en los capítulos, a flores
recolectadas para mi apartamento, galletas que horneó con mal
sabor, pero aún así me las comía de todos modos. Estos fueron sólo
por nombrar unos pocos. Ella nunca se molestó preguntándome
sobre los artículos. Todo lo que sabía era que los había encontrado,
tan pronto como Yuly había regresado inesperadamente a su
habitación. Pondría la muñeca en su cama cuando ella no estaba
mirando, o cuando ella estaba fuera con Rosario o por ella misma en
el jardín.
Para el cumpleaños de los catorce años de Amira, tenía su flor
favorita, mariposas blancas, plantadas en el patio trasero con varios
enrejados alineados en el lado de la casa. Más mariposas y
enredaderas entrelazadas, cubriendo el suelo y extendidas hasta el
enrejado. El jardín se convirtió rápidamente en su nueva obsesión.
Pasaría horas allí con Rosario o sus polluelos, tirando de las malas
hierbas y asegurándose de que las plantas fueron debidamente
atendidas. Se pavoneaba con una flor detrás de la oreja mientras
giraba en círculos, agitando los brazos como una mariposa, vistiendo

sus floreados vestidos fluidos que tenían rasgaduras y manchas en


la parte inferior. Probablemente de estar descalza y corriendo por la
hierba cada vez que podía. Ella era todavía una niña de rancho en el
corazón.
Caminé hacia la cocina y escuché su risa en cascada fuera de
la vegetación de las puertas corredizas abiertas. La misma niña que
solía llorar hasta quedarse dormida, no tenía una preocupación en el
mundo cuando estaba ahí fuera. Era una de las cosas más bellas que
jamás había llegado a ver, una y otra vez. Siempre tomó unos
segundos para absorber sus sonidos contagiosos, sonriendo a mí
mismo, sabiendo que había hecho algo correcto por ella. Desde la
noche que perdí los estribos, me encontré gravitando hacia Amira
más seguido. Sólo tomó un momento de debilidad de mi parte para
que ella fuese testigo de la parte de mí que todo el mundo había
conocido. Experimentando mi ira de la que pasé años protegiéndola.
Excepto que no era un monstruo en sus ojos.
Ni siquiera cerca.
Desde el momento en que nos miramos a los ojos, un sentido
de protección y posesión llegó a mi. Fue la cosa más loca que jamás
había sentido, pero no podía evitarlo. Estaba allí, enroscado en mi
piel, haciéndome sentir el calor y la alegría. Ella despertó algo dentro
de mi ser, causando que me sienta menos muerto por dentro. Su
energía, su inocencia, su amor por mí, todo se convirtió en un imán.
Poco a poco se convirtió en una pieza básica en mi mundo que
necesitaba con el fin de seguir adelante.
Pude haber salvado su vida.
Pero ella me mantuvo vivo.
Nada de esto tenía sentido. Nuestra conexión estaba vinculada
exclusivamente a través de la oscuridad, pero ahora había una luz
cegadora añadida a la mezcla. Estábamos en equilibrio sobre la
cuerda floja de la existencia, caminando por la delgada línea hacia la
otra, esperando que lo inevitable suceda. Sin saber por cuál camino
nos caeríamos.
En la oscuridad o la luz.
Sólo parecía que fue ayer que estaba a escondidas en mi
habitación cuando tuvo una pesadilla. —Siento haberte despertado

de nuevo. Sé que estás muy cansado —Amira murmuró lo


suficientemente fuerte para que la escuchara cuando se volvió hacia
mí.
Había perdido la cuenta de cuántas veces me había despertado
de uno de sus terrores nocturnos. Se había convertido en una rutina,
por lo general unas pocas horas después de que ella se durmió. Esta
noche, estábamos viendo una película en el sofá y ella se había
quedado dormida cerca del final. No quería moverla, sabiendo que la
mayoría de las veces era difícil que se durmiera en primer lugar. Puse
una manta sobre su pequeño cuerpo, asegurándome de dejar
encendida la lámpara sobre la mesa a su lado. Sabía que estaría
asustada si se despertaba sola en una habitación oscura en medio
de la noche. Amira estaba cómoda en mi apartamento, pero a veces
se despertaba desorientada como el infierno hasta sacar la bruma
que sus pesadillas provocaban.
No pasó mucho tiempo hasta que sentí la cama hundirse a mi
lado, revolviéndome para despertar.
—El sueño está sobrevalorado. —Sonreí, guiñándole un ojo a
través de la iluminación suave de la luna llena que entraba por la
ventana.
—¿Tu mami frotaba tu espalda también? ¿Cuando eras pequeño y
tenía pesadillas? —Preguntó con curiosidad, con ganas de aprender
algo acerca de mí.
Nada acerca de su pregunta era sorprendente. Era un tema que
corre con Amira. Ella siempre estaba buscando respuestas a
preguntas a las que no respondería. No es que podía culparla, lo
único que quería era llegar a conocerme. Era mucho más fácil decirlo
que hacerlo. Eran demasiadas emociones en conflicto surgidas a
través de mí en cuestión de segundos.
Fruncí el ceño, sumido en los pensamientos. Creo que nos
aturdimos tanto cuando respondí—: Nunca conocí a mi madre.
—¿La extrañas?
Mi mirada nunca vaciló del techo con textura, contemplando
cómo responder a la pregunta invasiva. Pensé en nada y todo a la
vez, con ganas de retener la verdad o, posiblemente, lo que realmente

quería decir, antes de que finalmente dije—: No se puede perder lo


que nunca se ha tenido.
Ella hizo una mueca, sin esperar que esa respuesta saliera de
mis labios. Francamente, estaba tan sorprendido por mi respuesta,
admitiendo eso en voz alta, por primera vez. Nunca quise la maldita
pena de nadie, sobre todo de ella.
No lo merecía.
—¿Y qué hay de tu papi? ¿Alguna vez te consoló?
Giré mi cabeza y entrecerré los ojos en ella a través de la
oscuridad, tratando de analizar lo que vio en mí. Me sorprende hacer
esto con frecuencia, necesitando verme a través de sus ojos, desde
una perspectiva diferente. Siempre fueron muy esperanzador, con
gran interés y llenos de tanta jodida vida. Cuando sus ojos se
abrieron, y ella sonrió débilmente, juro que sabía lo que estaba
haciendo. ¿Cómo diablos esta niña de diez años de edad, puede
interpretar el silencio que estaba más allá de mí?
—Es tarde, Amira. Necesitas dormir.
Ella suspiró, decepcionada por mi falta de respuesta. No había
necesidad de que ella conociera mi vida. La suya ya estaba
contaminada lo suficiente por mí. El daño ya estaba hecho, y lo
último que quería hacer era joder la de ella aún más. Quería
mantener a Amira tan inocente y pura como fuese humanamente
posible, durante todo el tiempo que fui capaz de hacerlo. Era lo
menos que podía hacer, se lo debía a ella y a su familia.
Volvió a sonreír, deslizándose rápidamente al lado de mi cuerpo.
Envolviendo su brazo alrededor de mi torso para descansar su cabeza
en mi pecho. Ella susurró—: No te preocupes, Damien. Voy a frotar
tu espalda si tienes un mal sueño.
Reí entre dientes, besando la parte superior de su cabeza. Otro
afecto natural, que siempre había tenido para ella, y que no tenía
para cualquier otra persona.
Afecto.
—Sí, Muñeca, tienes un corazón muy grande. No cambies
nunca. No por nadie. Incluyéndome.

Después de esa noche, ella nunca dejó su curiosidad en busca


de respuestas. Sólo que ahora no eran de una manera escurridizas.
Ya no tanteaba en torno al tema, como solía.
Acerca de mi pasado.
Mi presente.
Mi jodido futuro.
No importaba cuántas veces invertí las preguntas de nuevo a
ella. Amira no se rendiría. La primera vez que me vio, sabía que ella
sentía una cierta familiaridad en mi presencia. Fue la razón por la
que siempre estaba tan cómoda alrededor de mí, para empezar. A
medida que los años continuaron pasando, sólo se hizo más
innegable que la emoción que había percibido era mucho más que
sólo su seguridad. Hubo momentos en que ella no tenía que decir
una maldita palabra, sólo estar cerca de la sensación de calma que
trajo sobre mí. Ella también lo sabía.
Y nada bueno jamás podría salir de eso.
En concreto, para ella.
El golpeteo en la puerta me arrancó de la esfera de mi
purgatorio. Había perdido todo el concepto de tiempo en cuanto puse
un pie fuera en el balcón, crucé el umbral, entre la realidad y mis
pensamientos plagados. Tomé un último trago de bourbon
directamente de la botella y sacudí mis demonios. Necesitando
recuperar mi gruesa y dura compostura antes de caminar hacia el
interior. Con la curiosidad de ver quién diablo golpeaba impaciente,
sin cesar a mi puerta.
Me sorprendió como la mierda cuando finalmente abrí.
—Qué demonios...
Él empujó más allá de mí, irrumpiendo como si fue invitado.
Plenamente consciente de que ni siquiera era malditamente
bienvenido. No pude resistir dejar escapar una risa sarcástica
cuando pateé la puerta detrás de mí y me apoyé en ella. Puse mis
manos lentamente en los bolsillos de mi uniforme, inclinando la
cabeza hacia un lado. Viendo cada movimiento del hijo de puta
mientras se abría camino alrededor del espacio abierto de mi
apartamento, en busca de no sé qué.

—Así que, ¿sabes dónde vivo? —Saludé, queriendo


desesperadamente terminar con este maldito encuentro familiar de
una vez.
Mi padre se detuvo bruscamente en la isla de la cocina,
mirándome con atención de arriba abajo. El tiempo parecía haberse
detenido mientras su mirada hizo gradualmente su camino de vuelta
a mi cara. Desde el momento en que sus ojos se dispararon en los
míos, comenzó a desentrañar una determinación en lo profundo de
mi interior. Mientras que él buscó con ansiedad cualquier resto de
su hijo perdido hace mucho tiempo, con nada más que una mirada
nostálgica. Pude ver el destello de mi infancia ante sus ojos mientras
estaba directamente en frente de mí. Cada vez que parpadeaba, otro
hito de mi vida entró en su vista. Todo ello. Cada recuerdo, cada
emoción...
Lo bueno.
Lo malo.
Lo destructivo.
Llevándonos de vuelta a esa noche como si no existieran los
últimos cinco años. Como si nada hubiera cambiado entre nosotros,
cuando en realidad, todo lo hizo. Hasta el último de sus demonios
estaba surgiendo, nublando el pequeño espacio entre nosotros.
Todos golpearon tan jodidamente duro hasta el punto en que las
paredes empezaron a derrumbarse sobre él.
Las respuestas que él necesitaba.
La verdad que estaba buscando.
La realidad de sus errores y arrepentimientos.
Todos ellos lo estaban enterrando vivo, y yo estaría mintiendo
si dijera que no lo sentía. Pero demasiadas mentiras se había
interpuesto entre nosotros, demasiados cadáveres, muertos por mis
propias manos. Todo en nombre de lo que me inculcó hacer.
Estaba creciendo la ansiedad e impaciencia por la mezcla de
emociones que se agitaban dentro de mí. No los había sentido por él
en mucho tiempo. Los sentimientos habitaban en el espacio hueco
oscuro de mi corazón donde solía existir.
Ya ves, no solo yo perdí mi alma esa noche...

Perdí a mi padre también.


El hombre que me hizo fue también el hombre que me destruyó.
Condenando a ambos directamente al infierno.
No había una pulgada de mi piel que no sentía su amor o su
fulminante mirada juzgadora, y no podía entender cuál era peor. No
podía ya quedarme de pie ahí, analizándome como si fuera sólo
alguna maldita rata de laboratorio.
Incapaz de hacer frente a esta mierda sentimental. Me burlé con
malicia—: ¿Te gusta lo que ves? —Necesitaba recuperar una vez más
el control de mi entorno y las emociones.
—No, Damien, no. Francamente, no creo que lo haces tampoco.
¿Estoy equivocado?
—No, estás en lo correcto —repliqué, empujando la puerta—.
¿Por qué no cortas la mierda y me dices qué jodidos puedo hacer por
ti?
—Jesús, hijo...
Llegué a la altura de su rostro.
—No soy tu hijo nunca más, y no he sido en un maldito largo
tiempo.
Hizo una mueca, levantando las manos en el aire en un gesto
de rendición.
—No he venido aquí para luchar contigo.
—¿No? ¿Entonces, porque estás aquí? ¿Sólo para ser un dolor
en el trasero?
Poco a poco se alejó de mí, pero di un paso hacia él, sin dar
marcha atrás. No estaba jugando este juego de el gato y el ratón, no
en mi maldita casa. La que hice sin él, cuando lo dejé.
—No quiero esta vida para ti, Damien —confesó, como si
pudiera leer mi mente.
—¿A qué vida te refieres exactamente? ¿La única en la que me
criaste?
—Eso no es justo.
Negué con la cabeza, con desprecio.

—Tienes las bolas de entrar en mi casa, jugando al maldito


mártir cuando eres quien me ha condenado desde el principio.
—No creo que Emilio pueda…
—¿No crees que Emilio haría qué? ¿Ver al niño que entrenaste
para el combate? ¿La misma persona que tú enseñaste a respetar y
admirar todo lo que él representaba? Mis rasgos dominantes, mis
gestos, mis malditas memorias de reuniones, discursos, y todo lo
demás... Cristo, viejo. Todo lo que hiciste fue crearme personalmente
para él.
Al instante, él se echó hacia atrás como si le hubiera golpeado,
y de una manera, lo hice. Las palabras tenían el poder de herir mucho
más de lo que cualquier cuchillo podría provocar. Tenía cinco años
de palabras reprimidas que lo drenaría hasta dejarlo seco.
—No eran mis intenciones —justificó, sin romper su intensa
mirada—. Quise que tuvieras la mejor educación, Damien. Entrenar
para ir a la batalla en caso de que fueras enviado a la guerra. ¡Quería
que estuvieras preparado, bien informado, y darte la vida que nunca
tuve! ¡Ahora, no sé ni quién jodidos eres!
—No levantes tu jodida voz hacia mi. Nunca. No soy un niño —
siseé a través de mi mandíbula apretada. Mi temperamento
amenazaba por la paciencia delgada que había dejado para él—. Este
hombre, el que dices que no reconoces, es el mismo hombre que
criaste. Al que nunca has vuelto a mirar a los ojos, y niega eso. —No
vi nada más que los años de traición a través de la rabia en mi visión.
El aire era tan espeso entre nosotros que tuvo que alejarse por el
impacto de mis palabras punzantes en su piel.
—¿Qué tengo que ganar mintiendo? Ni una maldita cosa. Estoy
aquí porque, independientemente de lo que crees, todavía soy tu
padre y te amo. Todavía eres mi hijo, Damien. Siempre serás. Nada
va a cambiar eso, no importa lo mucho que lo intentes.
Ni siquiera abrí y cerré mis ojos, a sabiendas de que esas
palabras eran su arma de elección que estaba tratando de utilizar
para cortar de nuevo en mí. Ellas no estaban funcionando. Permanecí
en el hombre sólido que había entrenado para ser, imperturbable por
su adorable actuación.

—Dile al hombre que se llevó cinco malditos años para


presentarse en la casa de su hijo y declarar eso. —Poco a poco
aplaudí, sonriendo maliciosamente—. ¡Enhorabuena, eres el jodido
padre del año! Ahora hazme un favor. ¡Lárgate!
Sus ojos se abrieron y sus labios se separaron. Mis palabras,
finalmente, perforaron un agujero profundo en su corazón,
exactamente donde yo quería.
—¡Has perdido toda decencia! —Rugió, dando un paso delante
de mí otra vez—. Tienes razón. ¡Tú no eres mi hijo! ¿Es eso lo que
quieres? ¿Estar muerto para mí?
No vacilé.
—Estás tan muerto para mí como la zorra que abandonó a su
hijo. Pero a diferencia de ti, todavía respeto a la mujer. Al menos se
fue sabiendo que estaba destinada a ser una madre de mierda. ¡Es
una lástima que no pueda decir lo mismo de ti!
Mi cabeza voló por el golpe repentino en mi cara antes de que
tuviera la última palabra. Me encontré a un lado, agarrando el
mostrador, aturdido. Me tomó unos segundos para organizarme y
darme cuenta de que mi padre me había dado una bofetada con el
revés de su mano. No podía recordar la última vez que alguien me dio
un buen golpe. Hacía tanto tiempo.
Lo miré, limpiándome la sangre de la comisura de la boca con
el dorso de la mano.
—¡Qué jodidos! Tócame de nuevo, viejo, y te enterraré. !Me
importa una mierda que seas mi sangre!
—¡Ves! Eres exactamente igual a él! ¡El clon de Emilio Salazar!
¡No eres más que un monstruo! ¿Me escuchas? ¡Un jodido monstruo!
—hervía, sus manos estaban cerradas en puños a los costados.
El resto pasó en cámara lenta como un mal sueño. Mi padre dio
un paso en mi dirección cuando la puerta de mi apartamento se abrió
de golpe, golpeando contra la pared. Golpeando sobre los marcos,
enviando fragmentos de vidrios deslizados por el suelo a nuestros
pies.
—¡No, no lo es! ¡Tú eres!

Nunca esperé que quien estaba de pie allí lista para la batalla,
al instante vino en mi defensa. Casi golpeando en mi trasero. Debería
haber sabido mejor, pero una vez más...
No lo hice.
Nunca lo hice cuando se trataba de ella.

12
Traducido por Jessibel

Amira
Me quedé de pie allí congelada, dándome cuenta
inmediatamente de lo que acababa de hacer. Revelando mi identidad,
por la que Damien trabajó tan duro para mantener fuera del radar, y
posiblemente poniendo en peligro ambas vidas. Reconocí al hombre
mayor al instante. Él fue el que tomó parte en golpear brutalmente a
mi papi aquella noche hace cinco años. Su cara todavía me perseguía
en mis pesadillas hasta hoy. Excepto que ahora sabía quién era, el
padre de Damien. Ahora podía ver la familiaridad en sus ojos. Los
mismos ojos que contenían todas las verdades de mi salvador. Me
reconoció al instante, el choque era evidente en su rostro. Él me
miraba como si hubiera visto un fantasma.
Dio un paso hacia mí, con la mano extendida como si iba a tocar
mi cara para asegurarse de que era real.
—Tú eres...
Damien de repente apareció de la nada, empujando rudamente
a su padre lejos de mí tan fuerte como pudo. Escudando mi cuerpo
detrás de él.
—Ni siquiera pienses en ello, hijo de puta. No me pruebes —
amenazó, sosteniendo su mano enfrente de él. Su advertencia fue
fuerte y clara.
Mis ojos se abrieron y tragué el nudo en mi garganta, siendo
testigo del otro lado del hombre que yo creía que conocía, por primera
vez en la historia. Había algo depredador sobre la forma en que me
estaba protegiendo con un brazo envuelto alrededor de mi torso, y su

mano firme en el lado de mi estómago. Me recordó a un león listo


para atacar a sus presas.
—Damien, está bien...
—No digas ni una maldita palabra, ni una —me interrumpió en
un tono tranquilo, aunque su comportamiento era todo lo contrario.
No sabía lo que era peor, ver su furia viciosa como la última vez,
o ser testigo de este lado completamente opuesto a lo extrañamente
tranquilo que era. Al menos con su rabia sabía lo que estaba
recibiendo.
Su padre tomó lentamente unos pasos más hacia la entrada
frontal, sin apartar la mirada preocupada de los míos.
—¿Qué has hecho, Damien? ¿Qué carajos hiciste?
—No es tu maldito asunto, ahora vete y mantén tu maldita boca
cerrada. O lo haré por ti.
Él cerró la puerta con intenciones de salir.
—Jesucristo, ¿tienes alguna idea de lo que va a pasar a los dos
si Emilio descubre que le han traicionado?
—Él no lo descubrirá, ¿ahora es él? —Damien declaró
firmemente, a pesar de que salió como una pregunta.
—¿Cómo no me dijiste? ¿Dónde se ha estado quedando?
Después de todo este tiempo... pensé... pensé que habías matado a
una niña.
No pude controlar mi boca, espeté—: ¡Usted, evidentemente, no
conoce a su hijo! ¡Damien nunca haría eso! Él ha hecho nada más
que cuidar de mí como si fuera su propia carne y sangre. ¡Él no es
un asesino como usted!
Damien no me reprendió como pensé que lo haría. En cambio,
miró fijamente a su padre, que dio una mirada a mí y luego a él. Él
entrecerró los ojos, inclinando la cabeza hacia un lado como si en
silencio le estaba haciendo una pregunta. Miré a uno y a otro,
tratando de averiguar la respuesta, pero no sirvió de nada.
—No puedes prometer a esta niña protección para siempre.
¿Qué va a pasar si Emilio te envía a otro lugar? ¿Eh? ¿A otra ciudad
o peor, a otro país en el otro lado del mundo? ¿Quién va a cuidar de

ella? ¿Qué pasa con tu futura esposa? ¿Tus niños? ¿Tienes alguna
idea de la vida que va a tener sin ti?
Me estremecí de vuelta, nunca consideré cualquiera de estas
preguntas. Habíamos estado viviendo en nuestro pequeño mundo, en
el que pensé que volvería a alojarme siempre. Ni una sola vez pensé
que la realidad podría rasgar eso de mí. De nuevo. Miré a Damien
para encontrar refugio en su mirada, como lo había hecho tantas
veces antes. Sus ojos se mantuvieron neutrales. No había
absolutamente ningún cambio en la compostura, lo que hizo que me
preguntara si ya había considerado todas esas preguntas.
—A diferencia de ti, viejo. Protejo lo que es jodidamente mío.
Nada va a pasar con ella y si alguien, cualquiera, tanto como intente
—Damien previno, sacando su arma fuera de la parte posterior de su
uniforme y apuntó al corazón de su padre—, no dudaré en tirar del
puto gatillo —hizo una pausa, dejando que sus palabras
penetraran—. ¿Está claro?
Mi estómago estaba hecho nudos, batiendo con cada tic del
reloj. Sabía que Damien llevaba varias armas de fuego, nunca fue
reservado sobre sus armas. Pero tenía la esperanza de que nunca le
vería señalando a otro ser humano de nuevo. Especialmente su
propia carne y sangre.
Su padre asintió, mirándome. Sintiendo mi ansiedad irradiando
de mi piel.
—Quiero oírte decir las palabras, papá —Damien ordenó, sin
apartar los ojos del hombre delante de él. Aunque sabía que sentía
mi ansiedad también—. No lo pediré de nuevo.
Su mano no se apartó del lado de mi estómago. Su calloso
pulgar tocaba arriba y abajo en mi piel expuesta desde donde mi
camiseta se elevó hacia arriba, dejando la piel de gallina a su paso.
Encendiendo un sentimiento extraño dentro de mi núcleo y un
escalofrío corrió por mi espalda, pero tan rápido como vino, se había
ido. Como si se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se detuvo.
Al principio, pensé que era para aliviar mi preocupación,
proporcionando toda la comodidad que podía.
Aunque ahora, no estaba tan segura.

—Nunca te traicionaría —él simplemente respondió—. Puedes


confiar en mí, soy tu padre.
—No confío en nadie. Especialmente en ti. —Damien asintió con
la cabeza hacia la puerta, bajando la pistola—. Hemos terminado
aquí. —No había nada más que decir que todavía no se había dicho.
Escuché todo a través de la puerta antes de hacer mi entrada
magnífica y muy probablemente el peor error de mi vida.
Finalmente, su padre retrocedió, sacudió la cabeza y se fue.
Cerrando la puerta con calma detrás de él. La mano de Damien se
quedó a mi lado por unos segundos más hasta que la removió por
completo. Tomando su calidez y afecto con él.
—Damien, lo sien…
Espetó—: No en este momento, Amira —cerró la puerta antes
de caminar por el pasillo hacia su dormitorio.
Instintivamente lo seguí, sintiendo como si me necesitaba. —
¿Puedes dejar que te expli…?
Él dio la vuelta, se detuvo a pulgadas de mi cara. Su cálido
aliento, el alcohol con infusión agredió mis sentidos con un olor dulce
que tenía un toque picante. Haciendo a mi estómago aletear. No podía
darle un segundo pensamiento, ya que con una sola mirada, me
dejaba sin habla.
—Dije. Ahora. No. Amira.
Asentí con cautela, sintiéndome tan culpable y confusa.
Intentando más duro mantener a raya mis lágrimas. Lo último que
quería era que él me viera llorar. No podía controlar todas mis
emociones golpeándome todo a la vez, la respuesta de los qué pasaría
si, giraban alrededor de mi cabeza. Estaba más que abrumada con
todo lo que acababa de suceder, asustada de lo que iba a pasar con
Damien.
Conmigo.
Con nosotros.
Mi familia.
—Sólo sé una buena chica y ve a ver la televisión en la sala de
estar. Permanece lejos de los problemas. Necesito un minuto para

mí. ¿Crees que puedas hacer eso? —Agregó, haciendo que me sintiera
peor.
Asentí. Asustada de que si hablaba mi voz me traicionaría. Lo
enojaría aún más. Él estaba tratando desesperadamente de no perder
los estribos ante mí otra vez, pero esta vez yo quería. Me di cuenta
en ese mismo momento que me gustaría tener su enojo a su silencio,
cualquier día. Lo vi darme la espalda y caminó erguido hacia su
habitación, cerrando la puerta detrás de él. Se llevó todo dentro de
mí para no correr hacia él. Había sido mi única estabilidad durante
tantos años, que había olvidado valerme por mí misma y no tener el
refugio que siempre me proporcionó.
Me tumbé en el sofá, escuchando la ducha de su baño principal
mientras miraba hacia las puertas del balcón. Esperando que el
sonido del agua y la serenidad del cielo de la noche aliviaría mi mente
inestable. Mis ojos comenzaron el aleteo y lo siguiente que supe es
que debí quedarme dormida.
—¡Amira, corre más rápido! ¡Eres tan lenta! —Gritó Teresa,
corriendo delante de mí.
—¡Soy yo! ¡Soy yo, Teresa! ¡Pero eres demasiado rápida! ¡No
puedo alcanzarte! ¡Ve más despacio! —Grité, tratando de llegar a ella.
—¡No voy a reducir la velocidad, que tortuga! ¡Vamos! —Rió, a
punto de quedarse en nuestra casa.
Los vi antes que ella.
Los monstruos.
—¡NO! Teresa! ¡No corras allí! ¡Por favor, no corras allí! ¡Ellos
están ahí! ¡Puedo verlos! ¡Por favor! —Le supliqué desde la distancia.
Mi voz sonaba tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Hizo eco a
mi alrededor, por lo fue difícil saber si ella me oyó o no. Parpadeé y
estaba de vuelta en el armario cuando tenía nueve años de edad,
excepto que esta vez todo el mundo podía ver dónde estaba escondida.
Todos ellos estaban mirando en mi dirección.
Los brazos de mi familia estaban extendidos hacia mí, mientras
que los monstruos se quedaron allí y rieron.
—Vamos, Amira. No te escondas como lo hacía antes. Ven a estar
con tu familia. Te extrañamos —Teresa susurró en un tono misterioso.

Su voz resonó de nuevo, pero no pude distinguir de dónde venía.


Tarareando por la casa, vibrando profundamente en mis huesos.
Sintiendo que ahora era una parte de mí.
—¡Quiero estar contigo! ¡Lo hago! ¡Lo siento! ¡No voy a ocultarme!
—Eres la razón por la que están todos muertos —el monstruo
rugió, su rostro se transformó en mi papi. Luego, se transformó en un
par de ojos familiarizados que yo conocía muy bien. Excepto que no
eran de Damien, eran de su padre. Mirando fijamente en la mía como
lo hizo esta noche.
Negué con la cabeza frenéticamente, rezar en silencio podría
hacer que desaparezcan. Inmediatamente me sentí culpable por todo
lo pasado y presente.
—¿Qué? ¡Hice lo que dijiste! —grité con lágrimas en los ojos.
Pasando mis manos por el cabello mientras exhalé profusamente.
Incapaz de controlar cualquiera de mis emociones de lo que estaba
ocurriendo en frente de mí.
Parpadeé de nuevo y todos empezaron a caminar hacia mí, sólo
que ahora estaban cubiertos de sangre. Brotaba fuera de los agujeros
en la cabeza, absorbiendo cada pulgada de su piel. Mis manos al
instante taparon mi boca para no gritar.
Estaba aterrada.
Pero, al mismo tiempo, estaba agradecida que estaban allí
conmigo.
Nunca quise que se fueran.
No quería que murieran.
Cuando miré hacia abajo a mis manos, su sangre estaba por toda
mi piel.
—¿Damien? ¿Dónde estás, Damien? ¡Él puede salvarte en este
momento! ¡Yo sé que él puede! ¡Damien! ¡Damien! ¡Por favor, ayúdalos!
—Grité, el pánico tomó el control. Traté de limpiar la sangre de mis
manos, pero no sirvió de nada. Cuanto más lo intentaba, más se
extendió por mis brazos, mis piernas.
Mi cuerpo entero.

—Amira, es hora de que vengas con nosotros —dijo mami, cada


vez más y más cerca de mí. Su cara se transformaba de ida y vuelta,
desde ella al monstruo, al padre de Damien, una y otra vez. No podía
distinguirlos más—. Ven al infierno con nosotros. ¡Es a donde
perteneces!
—¡No! ¡No! ¡No! —Mi cuerpo se sacudió fervientemente con cada
palabra que escapó de mi boca—. ¡No quiero ir allí! ¡Soy buena
persona! ¡Me escondí! ¡Hice lo que me dijo papi! —grité,
inmediatamente agarrándome el cuello. Mi voz no emitió ningún
sonido. Estaba moviendo mis labios y no salió nada.
Grité y grité y grité.
Grité hasta que mi garganta se sentía cruda y mi pecho quemado.
Mientras mi corazón latía con fuerza contra las costillas, en los oídos,
y a través de mi mente.
—Amira, Amira, Amira, vas al infierno con nosotros —gritaban,
cada vez más cerca de mí.
—¡Por favor! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡No
quiero ir allí! —Supliqué a pesar de que no podían oír. Nadie me oía.
Cerré los ojos con fuerza, colocando las manos ensangrentadas sobre
mis oídos. Escondiendo la cara en mis rodillas.
No podía respirar.
—Shhh... Muñeca. Estoy aquí. Shhh... Está bien, estoy aquí —
oí la voz calmada de Damien en un suave arrullo.
La siguiente cosa que supe fue que sentí una fuerte mano
comenzando a frotar mi espalda.
—Está bien. Estoy aquí. Shh… —le oí decir, repitiendo las
mismas palabras, por no sé cuánto tiempo.
Seguí el sonido de su voz, el movimiento de su mano, colocando
movimientos suaves hacia arriba y abajo de mi espalda. Empujando
todo lo demás lejos.
La oscuridad.
Mis miedos.
—Shhh... Muñeca. Shhh... estoy aquí. Está bien, estoy aquí.
Entonces, de repente, los monstruos se habían ido.

Y ya no quedó nada más que la paz.


Cuando me removí para despertar, Damien estaba en el suelo
delante del sofá, usando un brazo para sostener su cabeza sobre el
cojín, y la otra todavía estaba frotando mi espalda.
—Ha pasado un tiempo desde que tuviste una pesadilla,
Muñeca. De hecho, han pasado meses —declaró, a propósito mirando
por las puertas del balcón como estaba antes de caer dormida. La
luna llena iluminaba tenuemente la sala de estar, proyectando
sombras oscuras en su rostro. Produciendo suficiente luz para que
pudiera ver su expresión atormentada. La que siempre intenté tan
duro para empujar lejos.
—No es nada —le contesté, consciente de que estaba perdido en
sus pensamientos. Sólo alimentando el remordimiento y la vergüenza
que sabía que estaba reviviendo una vez más.
—No sonó como si nada.
Tomé una respiración profunda, inhalando la mezcla de su
aroma masculino almizclado y su colonia que me rodeaba. Dándome
la confianza que necesitaba para iniciar esta conversación con él.
Residió profundamente en mis poros, consumiendo mi atención ya
que flotaba junto a mí. Trayendo de vuelta el mismo sentido de
comodidad y familiaridad que siempre proporcionó, junto con su
presencia segura. Su pelo largo y húmedo había caído alrededor de
su cara, enmarcándolo a la perfección. Acentuando la intensidad de
sus ojos de color miel, aunque esta vez fue únicamente su pesar lo
que se vertió fuera de ellos.
Tomé un aliento constante tranquilizador, susurrando—: Lo
qué le pasó a mi familia, a mi hermana... no fue tu culpa.
No trató de alejarse.
No me miró.
Él ni siquiera se detuvo de frotar mi espalda. No fue hasta que
dije—: Fuiste víctima esa noche tanto como yo —de pronto se puso
de pie y se dirigió hacia la puerta corrediza, hacia el balcón.
Al segundo que pasé por encima del umbral, de pie detrás de él,
reveló—: Eres una niña. Te podría contar un maldito cuento de hadas
y me creerías. La culpa y la falta son sentimientos extraños de una

niña. No sabes lo que estás hablando. No hagas que parezca algo que
no soy. Estoy lejos de ser una maldita víctima. No me conoces, Amira.
Si fuera así, no estarías aquí ahora.
—Eso es una mentira de mierda, y lo sabes —expresé con
honestidad, insultándolo por primera vez. Necesitaba conseguir mi
punto de vista.
Se dio la vuelta, apoyando la espalda contra la barandilla.
Cruzando los brazos sobre el pecho con una mirada severa en su
rostro.
—¡Oh! Así que eso es lo que consigue una reacción. Necesito
empezar a jurar más a menudo.
—No me pongas a prueba, Amira. Confía en mí, no te gustará el
resultado.
Tuve el repentino deseo de burlarme de sus tensas palabras en
ese momento, sólo para conseguir que siguiera adelante con esa
amenaza. Queriendo sentir su tacto que era como un hogar para mí.
Pero decidí que ahora no era el momento. Lo sacudí, ganando una
pequeña sonrisa que escapó de sus labios. Él sabía lo que estaba
pensando. Me persuadió para seguir adelante.
—No me importa lo que afirmes. Te conozco, Damien. Puede que
no sepa lo que haces todos los días, pero a quién le importa. Ni
siquiera sé lo que mamá Rosa hace todos los días. Eso no quiere decir
que la conozco menos de lo que te conozco. Puede que sea joven, pero
no soy una niña. Tendré quince en menos de seis meses. Seguro que
suena como una niña para ti, pero eso es sólo porque eres viejo —
bromeé, sabiendo que conseguiría provocarlo. Tenía sólo veintitrés
años.
Se burló dejando escapar una carcajada.
—Conozco al hombre que está aquí. —Puse mi mano sobre su
corazón—. El chico que eres cuando estás conmigo, y eso es todo lo
que importa y esa es la realidad de nuestra amistad. Así que por favor
deja de alejarme. No tengo miedo de ti, Damien. Nunca lo he tenido.
Definitivamente no voy a empezar a rehuir de ti ahora.
—¿Porqué estás aquí, muñeca? —preguntó de la nada,
cambiando de tema. Removiendo mi mano de su pecho. Estaría

mintiendo si dijera que no hería mis sentimientos por él rechazar mi


toque.
—Estaba preocupada por ti. —Me encogí de hombros—.
Siempre me dices cuando no puedes venir a casa de mamá Rosa y...
sólo quería asegurarme de que nada te hubiera sucedido. Eso es
todo.
—Así que pensaste en husmear a escondidas y venir a mi
apartamento en medio de la noche. Sola. ¿Para hacer qué,
exactamente? ¿Para traerme felicidad?
—Bueno, cuando lo pones de esa manera, no. Realmente no me
gusta la forma en que estás siendo conmigo en este momento, sin
embargo.
—¿Crees que hace una diferencia para mí, si te gusta o no? No
puedo imaginar que puedas pensar que dejaré esto escurrirse.
—¿Es porque me escapé? ¿O porque te espié? ¿O simplemente
porque te defendí, revelando a tu padre que todavía estaba viva?
—Todo lo anterior, Amira. ¿Me veo como que necesito tu
protección? Solo eres una niña.
—¡No! Creo que necesitas mi amor. Mi preocupación por ti.
Quiero decir, alguien tiene que cuidar de ti también. Mamá Rosa ha
intentado, pero de alguna manera soy más joven y capaz, así que...
es mi turno. —Sonreí, dando un paso hacia él hasta que nos
encontrábamos a pulgadas de distancia, mirando a su cara—. En mi
defensa, nunca hemos hablado de aquella noche horrible, y he
pasado los últimos cinco años tratando de olvidar. Recuerdo que te
alarmaste ante Rosario la misma noche, pero tanto discutían entre
ambos que era difícil mantener el ritmo. No me di cuenta que tu padre
era uno de los hombres… —Dudé, con ganas de elegir mis palabras
sabiamente—. Sólo estoy tratando de explicar que nunca hubiera
irrumpido si hubiera sabido que él era uno de ellos. Lo siento,
Damien. No quise arruinar todo lo que has sacrificado por mí.
—El daño ya está hecho. No sirve de nada pedir perdón por las
cosas que no se pueden cambiar.
—¿Es por eso que no te gusta hablar de tu familia o tu pasado?
¿Por lo que tu padre me hizo...?

—Es tarde, Amira, tienes que ir a la cama.


Fruncí el ceño, sin ocultar mi decepción. Pensé que por una vez
estaba llegando a él. Que finalmente me dejaba entrar, sólo para
cerrar de golpe una vez más.
—¿Puedo dormir en tu habitación conti…?
—No.
Bajé la cabeza, suspirando—: Está bien. —Pero luego tocó la
punta de mi nariz con el dedo índice, haciendo que mirara a través
de mis pestañas.
—Podemos dormir en los sofás. Si me necesitas, todavía estaré
allí.
Sonreí mientras asentía hacia la sala para ir al interior, y justo
cuando me di vuelta para ir de nuevo, cambié de opinión en el último
segundo. Me di la vuelta, abrazándolo tan fuerte como pude en su
lugar.
—Por favor, no te enfades conmigo. Nunca has estado enojado
conmigo antes, y realmente no me gusta. Lo siento mucho. Todo lo
que quiero es que estés a salvo. Tú y mamá Rosa es todo lo que tengo.
No sabría qué hacer si te perdiera también. Te amo, Damien. Eres mi
familia.
Él dejó escapar un profundo suspiro, envolviendo su brazo
alrededor de mi torso, besando la parte superior de mi cabeza.
Aguantando las lágrimas que amenazaban a la superficie,
escuchando su corazón latir de manera constante en mi mejilla. No
podía entender por qué estaba siendo tan excesivamente emocional
esta noche. Tal vez fue porque odiaba la sensación de decepcionarle,
sabiendo que muchos otros habían hecho lo mismo.
Yo quería ser diferente...
Necesitaba ser diferente.
Para él.
—Lo sé, Muñeca. Lo sé…
Y sabía en mi corazón.
Él lo hizo.

13
Traducido por Jessibel

Damien
—Será mejor que no me estés jodiendo. Esta es una situación
de vida o muerte —dije por teléfono, caminando hacia el muelle.
—Tienes mi palabra —él respondió.
—Tu palabra significa una mierda para mí.
—Mi palabra es todo lo que tengo. No me meto con mujeres o
niños, y no tengo ganas de empezar ahora.
—Así que, ¿el diablo tiene un corazón?
Ignoró completamente mi declaración, continuó—: Álvaro usará
una camisa blanca, pantalones vaqueros, una gorra de béisbol, y una
maldita sonrisa. También tendrá un periódico en la mano. Estaré en
contacto.
—¡Espera! —Enfaticé, sabiendo que estaba a punto de colgar—. Sólo
quería decir gracias... por todo.
—No me des las gracias todavía. Ella no está todavía fuera de
peligro. —Con eso, colgó.
Puse mi teléfono celular en el bolsillo de atrás, llegando al
muelle de Ciudad Mar. Buscando al hombre que él sólo había
descrito hace unos segundos. No pasé mucho tiempo para detectarlo
en el muelle. Estaba apoyado contra un poste de amarre, en realidad
leyendo el maldito periódico.
—¿Álvaro, supongo?
Miró por encima del papel y asintió. Observándome de arriba
abajo, dándose cuenta de mi apariencia.

—Si. ¿Entendí tu nombre?


—Ni una mierda. No te lo dije. No es necesario saber quién soy.
—Hice un escaneo rápido del perímetro con mis ojos. Comprobando
nuestro entorno antes de llegar a mi chaqueta y sacar un sobre lleno
de billetes de cien dólares—. Mi dinero hablará por sí mismo. —Se lo
di a él.
Miró el interior, sonriendo.
—No es necesario contar, ¿verdad? Parece como que eres bueno
para quince mil dólares o más.
—Te puedes limpiar el trasero con él, no me importa. Sólo
necesito saber cuándo y dónde es la entrega —resistí la necesidad de
limpiar la expresión de suficiencia de su cara.
—Lo estás mirando. Estaré de vuelta aquí esta noche a
medianoche.
Asentí con la cabeza y me fui. No hubo necesidad de cumplidos.
Era un medio para un fin. Además, era los quince años de Amira, y
ya estaba atrasado. Traté de no pensar en nada mientras me dirigía
a la casa de Rosario, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Mi mente
estaba fuera de control, más que de costumbre, estos últimos seis
meses. La única cosa en lo que no quería hacer hincapié era la única
cosa que no quería echar a perder.
—Dime, ¿cómo van tus clases de derecho? —preguntó Emilio
detrás de su escritorio.
—Al igual que la semana pasada cuando preguntaste.
—Has estado en el colegio desde hace unos meses. Tus
calificaciones del semestre de primavera están en la cima de tu clase.
Por no hablar de la carga de doble curso que estás tomando. Me
sorprende que incluso puedas dormir, por no hablar mierda.
Reí entre dientes.
—Prioridades, hago lo que puedo.
Se echó hacia atrás en su silla de cuero, apoyando sus botas
sobre el escritorio, encontrando una posición cómoda.

—Siempre le dije a tu padre, Rosario te estaba consintiendo.


Sólo puedo imaginar lo mucho que lo hace ahora que eres un
estudiante de tiempo completo. ¿Cómo está la vieja bruja por cierto?
Sus ojos se pusieron vidriosos. Fue rápido, pero lo vi. Esto no
era una de nuestras conversaciones habituales. Él me estaba
interrogando sutilmente. En busca de no sé qué.
—Es la misma que siempre ha sido —repliqué casualmente, sin
perder el ritmo.
—Sabes, pasé por allá el otro día, pero no había nadie en casa.
Él estaba tan lleno de mierda. Salazar no se atrevería a poner
un pie en la modesta casa de Rosario. De hecho, ni siquiera sabía
dónde residía, ahora que ella ya no vivía con mi padre. Rosario lo
odiaba, lo evitó a toda costa. Él también lo sabía. Él estaba en la
búsqueda, tratando de que tuviera un desliz.
—Eso es una vergüenza, le hubiera gustado verte. —Seguí el
juego, sin darle una maldita ventaja. Asegurándome de mantener
contacto visual constante con el hombre que solía admirar. Cuando
las personas mentían, sus ojos se movían o parpadeaban. Ningún
civil daría cuenta de eso.
Bueno, excepto Emilio o yo.
El sonido de la bocina tocando delante de mi coche me llevó de
vuelta al presente. Esa fue la última vez que Salazar me interrogó
sobre Rosario, hace dos meses. Entre mi padre sabiendo sobre Amira
y Emilio husmeando, sabía que estaba tomando la decisión correcta.
A pesar de que me mataría tener que hacerlo. Logré pasar por la casa
de Rosario unos minutos más tarde, maldiciéndome por estar tan
tarde. Agarré la pequeña bolsa de regalo de color rosa del asiento del
pasajero y caminé justo dentro, sin molestarme en tocar nunca más.
La música y la risa se hizo más fuerte y definida, con cada paso que
daba hacia la parte posterior de la casa. Sabía exactamente dónde
iba a encontrar Amira.
En su jardín.
Salí desapercibido, tomando un minuto para admirar la visión
frente a mí desde la distancia. Me di cuenta de que llevaba uno de
sus largos vestidos floreados, rasgados y manchados en la parte
inferior. Su cabello castaño estaba en cascada por todo el rostro y

hacia abajo en la parte baja de la espalda. Fue la primera vez que me


di cuenta de cuán largo estaba. Ella daba vueltas en círculos con los
brazos abiertos para controlar el viento y el sol que se reflejaba en su
piel suave. Tenía los ojos cerrados y su sonrisa iluminó el patio
trasero entero. Parecía un ángel, y me dejó sin aliento. Tuve que
apoyarme en la puerta corrediza para componerme. Me dolía
físicamente mirarla en ese momento, de una manera que nunca
antes había pasado. Quería sumergirme en cada última sonrisa,
hasta la última risa, y hasta la última pulgada de su piel antes de
que fuera demasiado tarde.
Cerré los ojos, tomando algunas respiraciones profundas.
Necesitando recoger las emociones que corrían por mis venas, de lo
contrario no sería capaz de seguir adelante con esto. Conociendo lo
que tenía que me estaba jodidamente matando. Conté hasta tres para
estabilizar el corazón palpitante que latía sin piedad contra mis
costillas. Tuve que contar unos cuantos números hasta que
finalmente encontré la fuerza desde el interior para abrir los ojos,
sólo para encontrar los de ella de manera inesperada. No estaba
preparado para recibir su mirada hacia mí, con tanto amor y
devoción que juro casi me hizo caer sobre mis malditas rodillas.
—Damien, ¿ya estás…?
Empujé la puerta para caminar hacia ella. Levantándola del
suelo y girando en un círculo, haciéndola reír aún más fuerte antes
de que la coloqué de nuevo sobre la hierba.
—Feliz cumpleaños, Muñeca —dije con voz áspera, tirando de
ella en un abrazo tierno, necesitando tiempo adicional para
mantener mi vida entre mis brazos.
Su cuerpo inmediatamente se fundió en el mío, moldeada
perfectamente en mi pecho. Siempre supe que Amira era pequeña en
comparación conmigo, pero por alguna razón ella se sentía aún más
pequeña mientras la sostenía muy cerca de mi corazón. Besé la parte
superior de su cabeza, dejé que mis labios permanecieran un poco
más. Queriendo recordarla solo de esta manera. Fui el primero en
apartarse. Consciente de que si no lo hacía, no sería capaz de dejarla
ir.
Nunca.

—Oye —exhalé, tocando la punta de su nariz para mirarla a los


ojos brillantes—. Es tu cumpleaños. Sin llanto.
Ella sonrió, asintiendo.
—Lo sé. Es sólo que… la única vez que he visto esa mirada en
tu cara fue la noche en que te conocí.
Enterré las uñas en la palma de mi mano tan fuerte como pude,
decidido a seguir siendo el hombre no afectado que siempre conoció.
—Y luego, la forma en que me has abrazado. Era como si no
quieres dejarme ir. —La angustia en su voz era tan evidente como la
agonía en la mía—. ¿Está todo bien? ¿Tu padre dijo…?
—No. —Ella siempre fue tan jodidamente perceptiva. Todavía
tenía que averiguar si eso era sólo conmigo o con todo el mundo—.
Amira, te dije desde el primer día. Deja que yo me ocupe de todo.
Nada te pasará. Me aseguré de ello.
—¿Qué vas a hacer…?
—Tú ganas, chica del cumpleaños. Solo estoy un poco
conmocionado porque tienes quince años de edad hoy, eso es todo —
engañé, sonriendo ligeramente para desviar sus pensamientos
afligidos.
Era parcialmente cierto. No podía comprender cuán rápido
pasaron los años. La niña que salvé se convirtió en una joven, y era
imposible no estar orgulloso de la mujer que se estaba convirtiendo.
Amira fue lo único que he hecho bien.
Sonrió amplio, estaba funcionando.
—¿Qué? Nunca te pones emocional en mi cumpleaños. ¿Es
porque me estoy convirtiendo en una chica muy hermosa? —Ella
batió sus pestañas hacia mí.
—Ahora, sólo estás pescando cumplidos, pero voy a tomar el
cebo. Siempre has sido hermosa, Muñeca.
Ella sonrió con timidez, y sus mejillas se ruborizaron. Fue la
primera vez que había visto ese rayo en sus ojos, y lo reconocí todo
tan malditamente bien. Sin decir una palabra más, se puso de
puntillas, inclinándose hacia delante y besó mi mejilla. Demasiado

cerca de mi boca. Amira nunca fue tímida, me mostró abiertamente


afecto, aunque esto era diferente.
Para nosotros dos.
Ella retrocedió lentamente.
—¿Eso es para mí? —Echó un vistazo al regalo que todavía
estaba en mis manos.
Asentí, entregándolo a ella. Hizo un punto para tocar
ligeramente los extremos de la punta de mis dedos mientras lo
tomaba de la mano. Además demostrando que estaba haciendo lo
correcto por ella, que era todo lo que quería.
—Damien… —murmuró ella, lo suficientemente alto para
escuchar. Sonrió de oreja a oreja cuando vio el titular del pasaporte
que le compré—. ¡Es perfecto! Ahora puedo viajar por el mundo con
estilo. ¡Gracias! —Ella besó mi mejilla de nuevo, pero esta vez fue un
gesto inocente. A diferencia de antes.
—Tu cumpleaños no ha terminado todavía. Ve a cambiarte con
algo de ropa abrigada, hay algún lugar que deseo llevarte.
Ella escuchó con alegría, dando saltos en la casa muy altos.
Gritando por encima del hombro en el camino a su habitación,
diciendo algo acerca de dejar una nota Rosario, que tuvo que correr
hacia la casa del vecino o algo así. Parecía que todo lo que hice fue
pestañear y estaba en mi coche casi llegando a nuestro destino.
Amira estaba hablando de una cosa u otra mientras miraba fijamente
a través del parabrisas, asintiendo con la cabeza cada pocos minutos,
como si tuviera que prestar ninguna atención a lo que estaba
diciendo. Por mucho que quería estar viviendo en el momento con
ella, mi mente estaba en otro lugar por completo. Hasta el punto de
que empecé a preguntarme si alguna vez pensé en otra cosa más.
—¡Estamos en Ciudad de Mar! Sabía que me ibas a traer a la
playa. ¡Y has elegido una en la que nunca he estado! ¡Siempre me
das los mejores cumpleaños, Damien! ¿Cómo haces eso?
—Porque te conozco —dije, aparcando el coche. Orando en
silencio que pudiera conseguir ir a través de las próximas horas sin
perder mi mierda.

Agarré la manta del asiento trasero y la envolví alrededor de sus


hombros para caminar hasta el agua. Llegando justo cuando el sol
se ponía en el horizonte. Encontré un lugar apartado cerca de una
fogata en la arena, encendiendo la madera para mantenerla caliente.
Las noches cubanas estaban empezando a ser un poco ventosas,
sobre todo cuando estabas cerca del océano. Ella contempló el agua,
discutiendo sin dirección todas las ciudades que quería viajar. Sobre
cuántas estampillas tendría en su pasaporte, convencida de que
algún día saldría de Cuba, y finalmente le mostraría todos los lugares
que queríamos ver.
Me quedé allí sentado a su lado, escuchando con atención.
Ahogando todo lo demás que tejía una red en mi maldita mente. No
podía dejar de mirar a un lado de su cara a través de las llamas y las
chispas, elevándose hacia el cielo oscuro. Viendo a la niña que una
vez causó estragos en mi vida, sabiendo ahora que era cualquier cosa
menos eso por más tiempo.
—¿Puedo poner mi cabeza en tus piernas? Quiero mirar hacia
las estrellas y mostrarte algo —persuadió, mirando hacia mí.
—¿Desde cuando me preguntas para yacer en mi?
Ella soltó una risita, encogiéndose de hombros. Todavía era uno
de los más jodidos dulces sonidos que había oído nunca. Me eché
hacia atrás, estirando las piernas. Palmeando en mi muslo para que
ella pusiera su cabeza en mí. Se arrastró, tumbándose
inmediatamente.
—Está bien, dame un segundo. Tengo que encontrarlas. —Ella
entrecerró los ojos, mordiendo su labio inferior. Algo que hacía
cuando estaba sumida en sus pensamientos—. Muy bien, las
encontré —exclamó, señalando hacia un grupo de estrellas, tratando
de conectar los puntos con su dedo índice para que pudiera seguir—. Esa
es la princesa Andrómeda y ese es su marido, Perseo. ¿Ves cómo se
unen en el medio? No puedes decir dónde una estrella termina y
empieza la otra, algo así como que están tomadas de la mano.
Asentí, esperando ver a dónde iba con esto.
—Después de consultar a un oráculo, el Rey y la Reina
encadenaron a la princesa Andrómeda a una roca, con el fin de ser
sacrificada al monstruo.

Sonreí y ella también lo hizo.


—Pero el héroe Perseo, estaba cerca y escuchó hablar de la
muerte inminente de Andrómeda. El vino a su rescate y la salvó del
monstruo. Ella volvió a Grecia y se casaron, tuvieron nueve niños.
Después de la muerte de la princesa Andrómeda, la diosa del amor,
Athena, la colocó en el cielo como una constelación, cerca de su
amado esposo Perseo. Eran dos almas gemelas que estaban
destinadas a estar juntas para siempre, por lo que ellos hicieron
constelaciones para que estuvieran.
—¿Dónde aprendiste eso?
—Charo, ella me está enseñando mitología griega.
—Y, ¿qué pasa con esa leyenda que hace que quieras contarme
su historia?
Ella se encogió de hombros.
—No sé.
—Si, lo haces.
Nos miramos a los ojos.
—Necesito que me prometas algo —me dirigí en un tono serio,
incapaz de contenerme más.
Necesitábamos ponernos en marcha, pero no era la única razón.
Su maldita historia. Había una similitud en ello, casi como si hubiese
sido escrita para nosotros.
La princesa.
El héroe.
El monstruo ...
Era demasiado para tomar. No era un maldito idiota, estos
últimos meses Amira había comenzado a encontrar la manera de
tocarme, o conseguir mis manos sobre ella. Excesivamente
burlándose de mí, consciente del hecho de que iba a hacerle
cosquillas. Por no hablar de las formas no tan sutiles en las que me
hacía quedarme con ella en la noche porque tenía miedo de sus
sueños. Cuando sabía muy bien que no había ningún momento
inquietante en ella. Sólo para que frotara su espalda. Los elementos
aleatorios que ella me dejó se hicieron más personal. Ella

continuamente comenzó a aparecer más y más en mi apartamento


sin previo aviso, con alguna maldita excusa que nunca creí.
Más necesidades.
Más exigencias.
Más... más... más...
Rápidamente me di cuenta, después de oír esta historia, sobre
la profundidad en que los sentimientos de Amira se habían
convertido hacia mí. Era algo a lo que tenía que poner fin, ahora.
—Está bien...
—Lo digo en serio, Muñeca. En todos estos años, nunca te he
pedido absolutamente nada, pero necesito que hagas algo por mí.
Ella se sentó, sin apartar los ojos de los míos.
—Me estás asustando.
—Necesito que confíes en mí cuando digo que todo va a estar
bien.
—Damien, ¿qué está…?
—¡Prométeme! —Pedí con voz áspera y exigente.
Ella se echó hacia atrás, moviendo la cabeza.
—No. No hasta que me digas por qué.
—¡Maldita sea, Amira! —Rugí, bruscamente poniéndome de
pie—. ¿Por qué no puedes nunca acabar de hacer lo que se te dice?
Ella hizo lo mismo, llegando justo a mi cara.
—¡Detente! No hagas eso. No te vuelvas contra mi. Sólo dime lo
que está pasando.
—Voy a hacer algo más que decirte. Vamos. —Me di vuelta y me
fui antes de que pudiera responder.
Toda la caminata hacia el muelle, pude sentir su ansiedad
abrazando su camino en mi piel. Dejando cicatrices que nunca se
curan. Ella siguió de cerca como si necesitara sentir el calor radiante
de mi espalda. Dándole una falsa sensación de seguridad. Nos
detuvimos justo debajo de la señal de muelle, donde acababa de estar

de pie hace seis horas. La alta revolución de un motor sonaba en la


distancia, cada vez más cerca.
A partir del segundo que la lancha entró en nuestra vista, sabía
que estaba jodido.
Justo cuando la oí jadear en voz alta—: No...

14
Traducido por Jessibel

Damien
Di la vuelta al mismo tiempo, listo para agarrarla y tirarla sobre
mi maldito hombro si ella trataba de correr. Su mirada aterrorizada
pasó de la embarcación hacia mí y de regreso al barco, por lo que
muchas veces pude apenas mantener el ritmo. Ella no podía decidir
lo que quería ver más.
El barco que iba a llevársela.
O el hombre que la hacía irse en él.
—Muñeca...
—Por favor, no hagas esto —gritó ella, con los ojos llenos de
lágrimas—. Por favor, Damien, te lo ruego. Por favor, no hagas esto.
—Ella sonaba como la niña en pánico que me encontré por primera
vez hace casi seis años.
Rompiendo mi puto corazón oscuro, sin alma.
—Prometo escuchar todo lo que me digas y me ordenes hacer.
Juro que dejaré las burlas. Voy a parar de despertarte en medio de
la noche. Voy a hacer todo lo necesario para que no me envíes lejos
—declaró ella, con la voz profusamente entrecortada. Jadeando por
su próximo aliento.
Me sorprendió que ella logró sacar todo. Las lágrimas
escapaban de sus ojos, cayendo por los lados de su cara, destrozada.
Alimentando la guerra entre lo que era correcto y lo que estaba mal.
Mi corazón luchaba contra mi mente, cuando todo lo que quería
hacer era protegerla.

—Jesucristo, Amira. Eso no tiene nada que ver con ello.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Es
porque tu padre sabe de mí? Él no va a contar. Y si lo hizo, no
importa. ¡Me esconderé! ¡Eso es en lo que soy buena, tú has dicho lo
mismo! No voy a salir de la casa. Me quedaré en mi habitación. ¡No
me importa!
—¿Qué clase de vida sería esa para ti?
—¡Una que está contigo! ¡Y Rosario! ¡La única vida que conozco!
Sus palabras fueron como tomar una bala tras otra a mi jodido
corazón. Infligiendo dolor, mucho peor de lo que nunca he
experimentado antes. Tenía que seguir adelante. Tenía que ser fuerte,
no se trataba de mí.
Se trataba de Amira.
Tenía que conseguir sacarla de Cuba.
En. Este. Maldito. Momento.
Di un paso hacia ella, tocando la punta de su nariz,
ocasionando que hiciera una mueca. Por primera vez el sentimiento
que había sentido durante años, nos atormentaba y nos hizo agonizar
tanto de diferentes maneras. Puse mi mano en su mejilla, esperando
que no retrocediera de nuevo. Sabía que lo que estaba a punto de
decirle iba a romperla.
—Escúchame. Necesito que escuches lo que tengo que decir
porque independientemente, Muñeca, te estoy poniendo en ese
maldito barco con o sin tu consentimiento. ¿Me entiendes?
Y ella lo hizo. Ella se rompió. Su pecho se movía, su cuerpo se
sacudió bajo mi tacto, y tantas malditas lágrimas cayeron en medio
de nosotros. Ya no podía ver sus brillantes ojos grandes y marrones.
—No estoy haciendo que te vayas, Amira. Sólo estoy siguiendo
mi promesa de mantenerte siempre a salvo, sin importar qué. No es
seguro para ti aquí. Nunca ha sido. Si algo llegara a sucederte, por
mi culpa… —no tuve que continuar con lo que tenía que decir.
Ella lo sabía tanto como yo.
—¡Nadie está a salvo aquí! Tu no en especial, y si ese es el caso,
entonces tienes que venir conmigo. Mientras Emilio esté vivo, estás

en peligro también. ¡Por favor, Damien! ¡No puedo hacer esto sin ti!
¡No puedo vivir sin ti! —Repitió, haciendo que llegara dentro de mi
núcleo.
Donde podría vivir eternamente junto con el odio que ya tenía
para mí por todo lo que yo le había costado.
No estaba ni un poco sorprendido por las palabras que cayeron
de sus labios temblorosos. Francamente, me lo esperaba. Estaba más
sorprendido porque tomó su tiempo en decirlo. Pensé que habría sido
una de las primeras cosas que salieran de su boca.
—No puedo ir contigo —dije simplemente, acariciando
suavemente la mejilla con el pulgar. Necesitando sentir su piel contra
mis dedos callosos, aunque fuera sólo por un segundo. La
necesitaba, y era la única manera que podía tenerla. Ella se apoyó en
mi abrazo—. No puedo protegerte más, no todo el tiempo que estés
bajo mi cuidado. Lo siento. Lo siento jodidamente tanto. Pero mi vida
está aquí. Sin ti.
—Bueno, mi vida es contigo, Damien. Podríamos empezar de
nuevo. Donde nadie sabe que estamos. Podríamos ser quien
queremos ser. No hay pasado, no hay secretos. Una vida real…
juntos.
Cada palabra que dijo entró por un oído y salió por el otro. Por
muy tentador que pudo haber sonado, no había una oportunidad en
el infierno que podía darle lo que quería. O necesitaba. No en esta
vida, a pesar de que era el mundo que siempre he querido.
—Es momento para que te vayas.
Ella frunció el ceño, inclinando la cabeza en derrota. Sintiendo
como si yo estaba haciendo nada más que rechazarla. Lo cual no
podría haber estado más lejos de la verdad. Mi mano temblaba de su
estremecimiento tan jodidamente duro, al menos eso es lo que me
dije.
—¿Dónde? ¿A dónde voy a ir?
—La lancha te va a transportar a los cayos de Key West, Florida.
Habrá una furgoneta negra esperando sólo por ti, listo para llevarte
a Miami. Te llevará de manera segura a una iglesia donde hay una
familia amorosa esperando para recibirte. Tienen una bonita casa,
dos hijos, un maldito perro. Todos los gastos serán atendidos. He

creado un plan para enviar dinero a la familia, Amira. Nunca querrás


nada más, te lo prometo. Esta será la vida que mereces. —Agarré su
barbilla, haciendo que me mirara—. Una que nunca seré capaz de
ofrecer.
—Oh, Dios mío, no me conoces en absoluto, ¿verdad? No podría
importarme menos nada de esa mierda. —Ella me empujó lejos.
La agarré por las muñecas, tirando de ella hacia mi cuerpo.
Tirando de ella en mis brazos y sosteniendo su pequeño cuerpo tan
jodidamente apretado. Necesitando sentir algo, aparte de lo que
estaba sintiendo. Enterró su cabeza en mi pecho, envolviendo sus
brazos alrededor de mí tan fuerte como pudo. Anhelando
exactamente la misma cosa. Besé la parte superior de su cabeza,
exhalando—: Lo siento, Amira, pero a mi sí.
Ella comenzó a hiperventilar, débilmente tratando de golpearme
con sus puños. Todo el tiempo derrumbándose, sollozando
incontrolablemente. Perdiéndose en la miseria. La dejé. Me lo
merecía.
Su dolor.
Sus lágrimas.
Su sentimiento de traición.
—¿Por qué? ¿Por qué estás haciendo esto? Yo sé que me
quieres, Damien. —Ella empujó sus manos en mi pecho tan duro
como pudo—. ¿Por qué me estás alejando? ¡Esto no es justo! ¡No para
mí, para ti, para ninguno! —Otros dos golpes me embistieron
llevándome hacia atrás—. ¿Por qué estás de pie aquí? ¡Di algo,
maldita sea! ¡Merezco una explicación! ¡Merezco una opción! —Ella
levantó la mano para darme una palmada en la cara, pero la
intercepté. Sosteniéndola con firmeza en el lugar frente a mí—. ¡Eres
un cobarde! ¡Eso es todo lo que eres! ¡Admítelo! Estás asustado.
¡Tienes miedo de mostrar alguna debilidad! ¡Por lo que estoy
recibiendo la peor parte del castigo! ¿Por qué? —Ella empezó a
hundirse en el suelo, sus piernas renunciaron a ella, al igual que yo—.
Mamá Rosa no quiere que me vaya, sé que no quiere que me vaya...
—No, Amira, ella no sabe —le dije la verdad, ella no sabía.
Rosario nunca me hubiera dejado seguir adelante con esto, pero a la
larga, ella entendería.

La sostuve para levantarla, recibiendo cada golpe que continuó


proporcionando tanto física como mentalmente. Tomó todo dentro de
mí para no ceder, sabiendo que una vez que se había ido, mi mundo
se volvería negro. Siempre pensé que era la única luz en mi vida y
ella era, fue entonces cuando me di cuenta de que ella era también
la oscuridad.
Amira tenía el poder de ambos.
Lo cual era probablemente la razón por la que nuestra conexión
siempre había sido tan jodidamente fuerte. Fue traída por la
oscuridad. Quería decirle tanto que la quería, sabiendo exactamente
cuánto necesitaba oírlo.
No pude.
No fue ideado así. Sólo habría empeorado las cosas para los dos.
Así que me aferré a ella hasta que no pude sostenerla por más
tiempo. El segundo que traté de alejarme, ella me sostuvo más
apretadamente, no queriendo dejarme ir.
—Muñeca, por favor… —persuadí con una voz que no reconocí.
Miró hacia mí con lágrimas en su rostro hermoso, perdida.
—No puedo hacer esto. No puedo decir adiós. Mi corazón está
lleno de tanto dolor —se atragantó, tratando de aspirar el aire que no
pudo ser encontrado—. No puedo respirar, Damien. Siento que no
puedo respirar.
Tomé su cara entre mis manos, y fue como mirar sus ojos de
nuevo, en sus nueve años de edad. Sus labios temblaban con cada
segundo que pasaba entre nosotros. Ni una vez su mirada dejó la
mía.
Esperanzada.
Orando.
Esperando.
Por mí, para cambiar de opinión.
—Shhh... Estoy aquí... está bien, Muñeca, estoy aquí —
persuadí con la única cosa que me vino a la mente. Confiando en que
funcionaría como siempre lo hizo con sus pesadillas. Sabiendo que

esto era sólo otra oportunidad con la que estaba experimentando


mientras ella estaba despierta.
—Te amo —lloró, mirando fijamente a mis ojos. Buscando al
hombre que la salvaría, sin darse cuenta de que había estado allí
todo este tiempo.
Esa era otra novedad para mí, oírla decir esas dos palabras que
eran tan destructivas como escucharla decir que me odiaba.
Sus emociones consiguieron lo mejor de mí. Aclaré mi garganta,
susurrando—: Lo sé —antes de arropar su cuerpo contra el rincón
de mi brazo y besándola en la frente por última vez. La acompañé
hacia la lancha motora, a punto de verla embarcarse en su nueva
vida.
Una que no me incluía.
Agarré mis gafas de sol fuera del bolsillo delantero de la
chaqueta mientras caminábamos, sin importar una mierda que
estaba oscuro. Sólo necesitaba la falsa seguridad que proporcionan.
Tiré de Amira más cerca, apretando su hombro para tranquilizarla.
Estaba físicamente desmoronada en mis brazos, y yo era el único
responsable de ello. No podía hacer nada para quitarle su dolor, y me
estaba matando más y más con cada paso que nos atrajo más cerca
del adiós.
—¡No, hombre! ¡No tengo más espacio para ella! —Álvaro gritó
tan pronto como estábamos a pocos pies de distancia.
Amira levantó la cabeza al instante, disparando sus ojos hacia
mí. Increíblemente esperanzada.
No dudé, ni por un jodido segundo.
—Está bien, deja que te ayude. —Me alejé de ella, sacando la
pistola de la parte trasera de mis vaqueros. Luchando contra el deseo
de poner una bala entre los ojos de Álvaro por tratar de jugar al puto
idiota, pero sobre todo por conseguir despertar las esperanzas de
Amira.
En su lugar, di un vistazo a la lancha motora y apunté mi arma
hacia la cabeza del hijo de puta sentado en uno de los asientos. Lo
reconocí cuando estábamos caminando. Él era tan sombrío y
corrupto como cualquiera. Sin pestañear, apreté el gatillo,

impulsando su cuerpo al océano. Inmediatamente me sentí mejor que


no iba a estar cerca de Amira donde podía hacer Dios sabe qué.
Algunas de las mujeres gritaron, sosteniendo la una a la otra
para salvar su vida. Excepto Amira. Creo que estaba más sorprendida
de que yo sólo había matado a un hombre por su libertad. Coloqué
la pistola de nuevo en su lugar, asentí hacia Álvaro quien estaba
repentinamente pálido como la mierda.
—Parece como si sólo ganó un lugar —declaré con arrogancia,
imperturbable por el marica de pie frente a mí.
Por el rabillo del ojo, pude ver que Amira estaba a punto de
marcharse, no porque tenía miedo de mí. Ahora entendía lo serio que
estaba de conseguir su seguridad. Tiré de ella hacia mí por su brazo,
pataleando y gritando antes de que ella tuviera la oportunidad de
mover su trasero. Dándome un infierno de lucha para escapar.
Agitando su cuerpo, tratando desesperadamente de salir de mi
agarre.
—¡Jesucristo, Amira! ¡Suficiente! —Rugí una vez que la tiré
encima de mi hombro.
—Déjame ir —siseó, tirando de mis brazos. Arañando mis
manos, la espalda y en cualquier lugar que podía. Apenas vacilé—.
¡No quieres hacer esto! ¡Sé que no quiere enviarme lejos!
—¡Amira, cálmate de una maldita vez! —razoné, sólo hice que
se enfadara aún más. La agarré por las muñecas, deteniendo su
asalto.
—¡Por favor! ¡Por favor! ¡No quiero ir! ¡No hagas esto, Damien!
¡Por favor, no hagas esto! —Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y mi
cuerpo se torció con nada más que el anhelo por desmoronarme. Para
permitir finalmente todas las emociones que estaban causando
estragos en mi núcleo.
No sólo desde esta noche, sino a partir de cada momento que
posé mis ojos en ellos.
—¡Te odio! ¿Me escuchas? ¡Te odio! —gritó, queriendo obtener
algún tipo de reacción de mí.
Di un paso hacia la lancha, abriéndome paso por el mar de
quince a veinte personas para llegar a su asiento. Tomando un

minuto para limpiar la sangre del hijo de puta, con la manga de la


chaqueta. Tan pronto como la dejé en el suelo, ella se derrumbó en
su asiento. Mirando hacia el agua, sin querer verme más. La ligera
brisa sopló a través de su pelo, haciéndola temblar visiblemente.
Ignoré el dolor punzante que sentía de verla así, fue menor en
comparación con el dolor que estaba sintiendo en su corazón.
Me agaché delante de ella, esquivando sus intentos de alejarme,
haciendo que me mirara en su lugar.
—Lo siento tan jodidamente… —murmuré, mi voz se quebró.
Mi corazón se rompió en pedazos.
Mi jodido mundo se derrumbó.
—Un día, vas a entender que esta era la mejor decisión para ti.
—Con eso, besé la parte superior de la cabeza por última vez, giré y
me fui. Dando la espalda a la única chica que amaba con todo mi
corazón.
Nuestras vida cambiarían para siempre después de ese día.
Sobre todo la mía.
No me importó una mierda la hora que era, fui directamente a
un bar y bebí hasta que me sentí entumecido. Fue en las primeras
horas de la mañana para el momento en que me encontré en mi
apartamento. Hurgando en mis llaves para conseguir abrir la puerta.
Fracasando rotundamente en no derrumbarme. Excepto que me
gustaría poder decir que me esperaba lo que sucedió después...
Pero no lo hice.
Ni por un maldito segundo.

15
Traducido por Jessibel

Amira
Me senté en la cama, dándome cuenta de mi entorno. Desde los
cuadros de las paredes, el edredón debajo de mí, los muebles oscuros
que se alineaban en la habitación. Mis ojos no podían concentrarse
en una sola cosa por mucho tiempo, dolía demasiado. No sé cuánto
tiempo pasé allí en ese mismo lugar, hundiéndome más y más en el
colchón, incapaz de moverme. Congelada en el lugar.
Lo amaba.
Lo odiaba.
Dos sentimientos contradictorios que mi corazón no podía
soportar. Sobre todo lo amaba todavía, pero quería odiarlo aún más.
Me abracé con mis brazos alrededor de mi torso, temblando de
frío, o tal vez era por mi corazón estar en pedazos. La ausencia de su
calor que me trajo tanta seguridad había desaparecido. Me senté allí
en estado de conmoción, tratando de conseguir entender en mi
cabeza por qué me hizo esto, a nosotros. ¿Por qué consideró que fue
la mejor decisión para mí? Como si yo era todavía una niña y no podía
pensar por mí misma. Sentía cada emoción y algo más, sentada en
el cuarto oscuro. Parecía tan extraño, tan desconocido o tal vez era
sólo yo. Sintiendo como si tuviera años y años de edad en un corto
período de tiempo.
¿Qué iba a hacer ahora?
Estaba perdida, sin saber qué lado estaba arriba, abajo, a la
izquierda o derecha. Estaba confundida y desorientada en medio de
mis propios pensamientos. Una vez más, el santuario en mi mente

era un vacío que no podía encontrar, por lo que me di por vencida,


tumbada en la cama que se sentía como un extraño. Acurrucada en
una bola, tratando de buscar la comodidad dentro de mi abrazo
vacío. Cerré los ojos. Incapaz de mantenerlos abiertos por más
tiempo. Extremadamente agotada en todos los sentidos de la palabra.
Debí haberme desmayado, dejando que la oscuridad se desplazara.
Sofocando cualquier luz que quedaba dentro de mí.
Mis ojos abiertos comenzaron a revolotear y ellos al instante se
lanzaron a la figura oscura que vi por el rabillo del ojo, cara a cara
con el hombre que pensé que nunca volvería a ver.
—Por favor, dime que estoy alucinando en este momento y que
no estás durmiendo en mi jodida cama —dijo Damien con voz ronca,
en un tono que no conocía.
El hedor del alcohol agredió inmediatamente mis sentidos. Pude
ver sus ojos rojos inyectados en sangre desde la tenue luz de la luna.
Estaba sentado en el sillón en la esquina de su habitación,
diagonalmente a través de mí. Su cuerpo laxo se echó hacia atrás en
la silla con sus dedos posados sobre sus labios.
Poco a poco me senté en el centro de la cama, metiendo las
piernas debajo de mí. Envolví mis brazos alrededor de mi torso, de
repente sintiendo el frío otra vez. Deseando que el colchón me tragase
entera sólo para evitar la expresión de disgusto en su rostro.
Odiándome por decepcionarlo, una vez más.
—Si te dijera que fui una ilusión, ¿no estarás enojado conmigo?
—pregunté en apenas un susurro.
Exhaló, moviendo la cabeza.
—Estoy más allá del enfado. ¿Qué jodidos, Amira? ¿Tienes
alguna idea de cuánto tomó planificar conseguirte un espacio en ese
maldito barco?
Me ahogué.
—No, pero nunca te pedí hacer eso.
—¿Disculpa? Si vas a aparecer en mi puto apartamento, en mi
jodida cama, no puedes acobardarte ahora. El daño ya está
jodidamente hecho. Estás. Todavía. Aquí.

No solía maldecir así, o al menos no tanto. Supuse que tenía


que ser el alcohol hablando o estaba extremadamente molesto
conmigo. Elegí creer la primera.
—Dije que no. Pero no te pedí hacer eso —repetí, más fuerte en
ese momento.
Rió entre dientes, frotando sus dedos a lo largo del surco de sus
labios.
—Jodidamente increíble. ¿Qué hiciste? ¿Saltaste desde el
barco?
—No. Esperé a que salieras y antes de que el barco zarpó hacia
atrás desde el muelle, le pregunté cortésmente al caballero si me
dejaba salir.
—Cortésmente, ¿eh?
—Sí. Él solo te observó matar a alguien a quemarropa. Fue una
buena introducción para mí, y funcionó a mi favor. Dios lo tenga en
su gloria. El hombre tenía miedo de ti, así que me dejó ir.
—Si hubiera tenido miedo de mí, él no se habría atrevido a
dejarte salir del puto barco. Además, ese hijo de puta se lo merecía.
Él era tan corrupto como la mierda. Tiene suerte de haber sobrevivido
por tanto tiempo. No te preocupes, su alma ya estaba descansando
en el infierno antes de que mi maldita bala impactó su cabeza.
Tragué saliva, asintiendo.
—No mato a personas inocentes, Muñeca.
—¿Pero matas gente? —dije sin pensar, lamentando la pregunta
tan pronto como salió de mi boca—. No tienes que responder a eso.
—¿Por qué? ¿Porque de repente no quieres saber mis verdades
y mis asuntos de mierda?
Negué con la cabeza.
—Sólo sé que no te gusta responder a mis preguntas.
—Ya veo, así que te has vuelto obediente en las últimas horas.
Podría significar algo si realmente te hubieras quedado en el maldito
barco.
No dije nada porque, ¿qué podía decir a eso?

—¿Cómo has entrado?


Mis ojos se abrieron, no quería decirle.
—No me hagas preguntar de nuevo, Amira.
No lo hice. Estaba siendo el calmado Damien de nuevo, a pesar
de que se estaba hirviendo por dentro.
De mi parte.
Me encantó...
Y lo odiaba.
Pero me gustaba más, creo.
—Con una llave, la robé del llavero de mamá Rosa cuando noté
que tenía una de repuesto.
—¿Así que ahora eres una mentirosa y una ladrona? —indicó
insolentemente, a pesar de que salió como una pregunta.
Hice una mueca, abrazándome más fuerte.
—Sólo estaba tratando de tener un plan de respaldo. En caso
de que alguna vez necesitara huir de casa de mamá Rosa y
esconderme.
Su cara se volvió sombría cuando él entrecerró sus ojos en mí.
—¿Por qué no me dijiste eso?
—A veces no te digo cosas.
—¿Desde cuándo? La mayoría de las veces no puedo conseguir
que calles tu maldita boca. —Él colocó su dedo índice hacia fuera,
delante de sus labios—. Lo siento, Muñeca. No quise decir eso. Ha
sido un largo día de mierda, y estoy colgando de un hilo aquí. ¿Me
entiendes?
—Sí. Dices cosas de mierda cuando estás enojado o molesto.
Casi como un niño que lanza una rabieta —le contesté, mostrando
que podría decir cosas malas también.
Él sonrió.
—¿Alguna vez te has detenido a pensar que esas son los tipos
de cosas que tenía que saber?

—Sí. Es por eso que no te lo dije. No quiero que te preocupes


por mí. Ya bastante has hecho de eso. Es decir, mira lo que hiciste
esta noche. Estabas tratando de enviarme lejos…
Él estuvo sobre mí en tres pasos, de pie cerca del borde de la
cama, golpeando los puños en el colchón entre nosotros. —¡Por
última maldita vez, no te estaba enviando lejos!
No vacilé. Si lo hiciera, perdería. Hice mi camino hacia él en mis
manos y rodillas, deteniéndome cuando nuestras caras estaban a
pulgadas de distancia.
Rotundamente contrarresté—: Eso es como se siente para mí.
Todo lo que haces es tomar decisiones por mí. Lo que necesito, lo que
quiero, lo que siento... ¡es una mierda! No soy una niña más, si
alguna vez realmente fui una. He vivido a través de mi propia
oscuridad y vi tu batalla durante años. Puede que no sepa
exactamente lo que haces, pero sé que no tengo que preguntar. Me
mostraste esta noche. ¿Y quieres saber algo? ¡No me importa! No es
lo que eres. ¡Es lo que crees que tiene que ser!
Él se echó hacia atrás como si le hubiera abofeteado en la cara.
Sabía que era el licor bajando su guardia. Él nunca me mostraría sus
emociones de otra manera. Ese no era el Damien que era, y yo estaría
condenada si no iba a usarlo a mi favor. En defensa de lo que creía y
sentía en mi corazón.
—¡No vuelvas a hacerme eso otra vez! ¿Me entiendes? —Repetí
la declaración que siempre usó con la misma dureza en mi tono—.
Estamos en esta vida juntos a largo plazo. Ya sea en Cuba bajo la
“Patria” de Emilio Salazar, o en cualquier otra parte del mundo bajo
los demonios de Damien Montero. Somos familia. Eres… —clavé mi
dedo sobre su corazón, llegando delante de él—, mi familia. Y no nos
damos la espalda uno al otro. ¡Nunca! —Hice una pausa, permitiendo
que lo que dije se hundiese en su grueso cráneo terco—. Te amo, y
sé que me amas. He sabido que me amabas cada segundo de cada
día durante casi seis años. No necesito que me lo digas. Son sólo
palabras. Tus acciones siempre han hablado más fuerte que
cualquiera de esas palabras cariñosas. Entre más años tengo, más
me he dado cuenta de que estoy enamorada de ti. He estado
enamorada de ti todo el tiempo que puedo recordar.
—Amira...

En ese momento.
En ese minuto.
Lo besé.
A pesar de que no tenía ninguna experiencia, conocimiento, ni
nada de lo que estaba haciendo. No pude evitarlo. Tenía que sentir
sus labios sobre los míos. Tenía que mostrar, demostrar que me
amaba tanto como yo. Él estaba demasiado temeroso de pensar, de
sentir, de actuar, así que lo hice por él. Queriendo que finalmente me
viera como la joven que era, y no la niña que salvó.
No necesitaba salvarme más.
Él lo hizo.
En el momento que separé mis labios, él rudamente agarró mi
pelo por el rincón de mi cuello. Crudamente tiró de mi cabeza hacia
atrás y fuera de su boca. Jadeé, sintiendo la intrusión en mi cuero
cabelludo en una sensación celestial y pecaminosa. Mi pecho subía
y bajaba mientras miraba fijamente a sus ojos oscuros y dilatados,
de una manera fascinante. Cautivando hasta la última parte de mí,
desde la cabeza hasta las punta de los pies, y todo lo que estaba
haciendo era mirarme. Aferrándose a mi centro de la manera exacta
en que estaba agarrando mi pelo. No me moví ni una pulgada.
Aterrorizada de que si lo hacía, él se detendría y nunca llegaría a
experimentar que me mirase así de nuevo.
—Por favor —jadeé por no sé qué.
Provocando. Tentándole. Rompiéndolo.
Y entonces lo vi.
Claro como el agua.
La cuerda delgada de la que habló minutos atrás, se rompió.
Fue ruidoso.
Fue caótico.
Era todo lo que alguna vez quise.
Él.
Gruñó desde lo profundo de su pecho, chocando su boca con la
mía. Agarrando el lado de mi cara con las manos, mordiendo mi labio

inferior. Golpeando sin misericordia, con fuerza, la pared detrás de


nosotros, haciendo que mi boca se abriera de golpe, desde el placer
y el dolor de su tacto. Gruñó de nuevo, pero esta vez hundió su
caliente lengua dominante en mi impaciente y disponible boca.
Burlándose con la punta, a lo largo del contorno de mis labios.
Buscando mi lengua.
Mis sentidos se intensificaron, dándome cuenta del aroma de
cigarrillo, y ese dulce sabor a malta del alcohol que se quedó en su
boca. Nunca sería capaz de oler el aroma sin pensar en Damien en
este mismo momento.
Su sabor.
Su tacto.
Su olor.
Estaba todo alrededor de mi...
Marcando a sí mismo en todos los poros de mi cuerpo. Cientos
de pensamientos y preguntas cruzaron por mi mente, pero no
importaba porque mi corazón ya sabía las respuestas.
Había algo angustioso y desesperado en el modo en que su boca
se movió contra la mía, mientras traté de seguir el ritmo de sus
labios. Levanté mis manos, tratando de tocarlo, pero las interceptó.
Agarrando mis dos muñecas en una de sus manos, colocándolas por
encima de mi cabeza en la pared.
No podía permitir que lo tocara.
No sería capaz de controlarse a sí mismo.
Y para Damien era todo sobre el control, a pesar de que estaba
perdiéndose conmigo, en ese mismo momento.
Su agarre quemó contra mis muñecas. Ardiendo y cicatrizando
de una manera que nunca pude ser capaz de recuperar. Con sus
otros dedos, recorrió la longitud de mi brazo, deteniéndose cuando
llegó a mi cara. Sentía como si quisiera acariciar mi cuerpo, ahuecar
mis pechos, y hacerme gemir con su tacto.
Hacerme. Suya.
En su lugar, rozó mi mejilla y la parte de atrás de mi cuello.
Tirando de mí más cerca de él, pero no lo suficientemente cerca.

Quería que nos amoldara en una sola persona, para siempre, una
parte de uno al otro. Mi cuerpo se curvó en el suyo mientras mi
lengua inexperta empujó en su boca, causando que gimiera al sentir
mi sabor. Intenté seguir todas y cada una de las iniciativas que me
estaba dando. Orando para hacerle justicia, teniendo el mismo efecto
en él que tenía en mí.
—Damien… —gemí, causando que se alejara simultáneamente.
Él soltó mis muñecas, y gemí por la pérdida de su calor,
mientras colocó sus manos a los lados de mi cara. Enjaulada con sus
brazos, todo se sentía bien y no quería salir. Él se mantuvo por
encima de mí, jadeando en busca de aire. Ambos de nosotros
tratando de encontrar nuestro rumbo. No quería abrir los ojos,
aterrada de que esto sería una ilusión de mi mente enferma de amor.
No fue hasta que finalmente los abrí que vi lo que necesitaba tan
urgentemente ver.
Amor.
Su amor por mí.
Tan rápido como lo vi, se dio la vuelta y se fue. Plenamente
consciente de que bajó la guardia, dejándome entrar. Por primera vez
en su vida, yo lo controlé. Aunque fuera sólo por unos minutos.
Petrificándolo más de lo que nada lo había hecho en mucho
tiempo.
Él era mío.
Y siempre había sabido eso...

16
Traducido por Jessibel

Amira
Después de nuestro beso, se fue. No sentí la necesidad de
seguirlo, sobre todo porque sabía que una parte de mí todavía
persistía en su boca. Solo me acosté de nuevo en su cama, me puse
cómoda, frotando sin cesar mis dedos por los labios hinchados.
Saboreándolo todo de nuevo, y ni siquiera él estaba allí. Pensé en
Damien de una manera que nunca hice antes, y puso una sonrisa en
mi cara. Un tipo diferente de sonrisa. En ese momento, me sentí
mayor. Más madura en mi piel de quince años de edad. Era
sorprendente cómo un beso podría cambiar al instante a una chica,
y yo no era una excepción.
El sonido de los pasos de Damien al final del pasillo, de vuelta
a su habitación, me sacó de mis deseables pensamientos placenteros.
Al instante me di la vuelta sobre mi lado, poniendo la espalda hacia
la puerta. Fingiendo que estaba durmiendo. Le oí arrastrando los
pies, abriendo y cerrando cajones. Haciendo su camino hacia el
cuarto de baño y encendiendo la ducha. Había algo malicioso sobre
saber que Damien estaba a pocos pies de distancia desnudo,
vulnerable y expuesto. La sensación envió un cosquilleo a todo tipo
de lugares inexplorados en mi cuerpo, mente y alma. Me emocionó,
llenando mi mente con pensamientos que nunca consideré antes de
esa noche.
La puerta del baño se abrió minutos más tarde, y Damien salió
llenando el espacio con vapor y su masculino aroma fresco. Cerró
todas las persianas y cortinas, asegurándose de que el amanecer de
la madrugada desapareció, y posiblemente, el mundo también.

Reemplazándolo con la comodidad de la oscuridad con el que los dos


estábamos familiarizados. La forma en que se movía sin esfuerzo
alrededor de la habitación, me hizo pensar si había pasado una gran
cantidad de mañanas como ésta. De vuelta a casa cuando el sol
comenzaba su día. Un sentimiento de celos se apoderó de mí,
pensando que estaba con una mujer, y si había estado tumbada
donde estaba yo ahora.
Esperando por él como yo.
Tan pronto como sentí la cama hundirse detrás de mí, dejé de
pensar. Al menos alrededor de sus otras conquistas. Una vez más, a
la espera de su siguiente movimiento. No pasó nada por lo que
pareció una eternidad, pero te juro que podía sentir sus emociones
en conflicto elevándose a través de mí. Como si era yo quien las
experimenté de primera mano. Inadvertidamente comencé a seguir el
ritmo de su respiración suave como lo hice cada vez, después de que
una pesadilla había mostrado su lado oscuro. La calma suave me
arrulló lentamente para volver a dormir. Antes de que me diera
cuenta, estaba dormitando, a punto de caer en un sueño profundo
cuando pensé que sentí su brazo envolverse alrededor de mi
estómago, girándome para apoyar mi cabeza en su pecho.
Suspiré de satisfacción, fundiéndome en su cálido cuerpo.
Permitiendo relajarme bajo su suave toque mientras frotaba mi
espalda con pereza y jugaba con mi pelo como si todo lo que
necesitaba era tenerme cerca de su corazón.
Estaba convencida de que debí haber estado soñando, porque
me desperté a la tarde del día siguiente sola. Mis ojos adormilados
buscaron la habitación por cualquier signo de Damien. Él no estaba
allí.
El olor del café fluyó en el dormitorio, levantándome de mi
bruma feliz. Me senté, tomando un segundo para estirarme, aún
agotada por los acontecimientos de la noche. Con ganas de saltar en
la ducha para enjuagar la suciedad que sentí revestida en mi piel,
pensé que podría ser mejor dar a Damien más tiempo a solas, que
obviamente deseaba. Salté a la cascada de agua caliente de la ducha,
tomando mi tiempo para lavar mi cabello y cuerpo. Usar todos los
artículos de higiene personal de Damien me hizo vertiginosa.

Sabiendo que sería capaz de llevar a casa su olor en cada pulgada de


mi piel.
Agarré una toalla cuando terminé, envolviéndola alrededor de
mi pecho, y me dirigí hacia su dormitorio. Decidí en el último segundo
tomar una de sus camisas de botones de su armario, en su lugar. Mi
pelo mojado goteaba su camisa haciéndome temblar, pero no
me importaba. Yo quería ir hacia él.
Estaba fuera apoyado en la barandilla del balcón, de espaldas
a mí, perdido en sus pensamientos. Odiaba verlo así. Fue la peor
sensación del mundo. Él no me escuchó acercarme cuando me colé
por detrás de él, envolviendo mis brazos alrededor de su torso
musculoso. Causando que se pusiera rígido por mi abrazo. Al
instante agarró mis muñecas, dejando caer mis brazos a los lados, y
regresó a su apartamento sin decir una palabra. Rechazando mi
toque.
Nunca había hecho eso antes.
Di un paso de regreso al interior.
—Oye...
Se congeló en su sala de estar, tomando un segundo para dar
la vuelta y mirarme. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de inmediato.
Nunca quise saber lo que estaba pensando más que en ese momento,
pero él no miró a mis ojos todavía.
Hasta que lo hizo.
Parecía agotado, como si no hubiera dormido nada, pero eso no
era lo que tenía mi atención. Fue el hecho de que sus ojos color miel
se veían oscuros, sin luz en ellos en absoluto.
De pronto inclinó la cabeza hacia un lado, diciendo con voz
áspera—: ¿Te dije que podías usar mi camisa? Lucir como una de
mis perras no te queda, Muñeca.
Me estremecí hacia atrás por el fuerte impacto de sus palabras.
Mi sonrisa cayó de mis labios mientras me miraba con dureza.
—No debes usar la camisa del hombre al que no perteneces —
agregó, sin apartar sus ojos de los míos.

—Damien... Por favor, no hagas esto —dije en voz baja, odiando


tener que decir eso después de todo lo que pasó anoche. Pensé que
hoy sería diferente.
Que seríamos diferente.
—Sabes, para ser una jodida chica inteligente, no has estado
prestando atención. Esto es lo que soy. Me emborracho y me acuesto
con prostitutas, no con niñas.
Negué con la cabeza con incredulidad.
—¿Es así como va a ser ahora? ¿Por qué? ¿Porque me amas? ¿Y
qué? ¿Tienes que alejarme? Oh, vamos, Damien, soy mucho más
inteligente que eso.
—No confundas la lujuria con el amor, Amira. Estaba borracho,
tú estaba aquí. Fue solo un beso que no hizo nada a mi pene. ¿Ahora,
de repente piensas que estoy enamorado de ti? No sea tan maldita
ingenua, pequeña. Deberías darme las gracias por darte tu primer
contacto con los hombres. Me importa una mierda eso.
Me burlé, sorprendida de que estaba haciendo esto de nuevo.
Tratando de reinar en mi dolor, declaré con voz firme—: ¿Sabes qué?
No tengo que estar aquí y tomar esto. Haz lo que tengas que hacer
para calmarte. Cuando estés listo para hablar realmente acerca de lo
que está pasando entre nosotros, ya sabes dónde estoy. —Empujé
más allá de él, con ganas de salir de allí y lejos de él tan rápido como
era posible. Sabiendo esto pasaría tan pronto como se diera cuenta
de cómo me había tratado. Sólo necesitaba más tiempo para
reflexionar sobre nuestro futuro.
Justo cuando le había pasado casi por completo, agarró mi
brazo. Me giró para mirar hacia él. Con toda calma, prometió—: No
podemos hablar de lo que no es real.
Di un tirón a mi brazo saliendo de su agarre y me fui por el
pasillo. De una forma u otra, después de la última noche que me
forzó a estar en el barco, y regresar a su apartamento, después, el
beso, y todo lo demás en el medio. Cambiaría nuestra relación,
demostrándolo esa mañana. No me di cuenta hasta días, semanas,
meses después de que todo lo que hice esa mañana, dejarlo, era
exactamente lo que él quería que hiciera en primer lugar.
Jugué la mano de cartas que me dio.

En exactamente el plazo de un año, desde la noche de nuestro


beso, todo había cambiado. Tomando el curso por su cuenta. Nada
volvería a ser lo mismo, y deseaba haberlo sabido a la mañana
siguiente. Podría haber estado más preparada para lo que estaba por
venir.
Pero no lo estaba.
Nunca estaba con él.
Damien comenzó a trabajar más, y lo vi cada vez menos
mientras los meses pasaron volando. Hubo momentos en que no lo
vería durante semanas, apareciendo esporádicamente, y nunca como
el hombre del que estaba enamorada. Apenas me dirigió más de unas
pocas palabras, si acaso. No se tomó el tiempo para hablar conmigo
acerca de la vida, nunca me preguntó sobre mi día, y abandonó la
práctica de todas las lenguas y las asignaciones con las que tuve
problemas.
Nada.
Al principio, continué poniendo las cosas al azar en sus
pertenencias, y cada vez que me regresaba a Yuly me daba
esperanzas de que tal vez vendría de regreso a mí. Luego de la nada,
no la regresó. Rompiendo cualquier conexión con nosotros. La mayor
parte del tiempo, me pregunté por qué se molestaba siquiera en
detenerse por casa de mamá Rosa. Aparte de comer algo de comida
y marcharse poco después. Me sacó completamente fuera de su vida.
Ni siquiera podía ver en sus ojos nunca más. Todas las mirada que
me devolvió estaban vacías, eran piscinas oscuras del hombre que
una vez me salvó. Él dejó de comunicar a dónde iba y cuando
volvería. Dejando que me sentara en mi rincón de lectura
preocupada, contemplando si estaba vivo o muerto. Mirando
fijamente sin rumbo fijo por la ventana, esperando que en cualquier
momento uno de los coches que pasaban sería el suyo.
Pero nunca llegó.
Ya no lo hacía reír o sonreír. Traté de burlarme de él, con la
esperanza de que me iba a dejar entrar. Poner sus manos sobre mí y
hacerme sentir como si fuera el todo de nuevo. Sin embargo, apenas
me echó un vistazo, como si fuera nada más que una carga para él.

Recordándome el tiempo que admitió que era. No tenía idea de quién


era ese hombre nunca más, y tal vez nunca la tuve.
Lo que fue la confesión más difícil que admití a mí misma.
Mis pesadillas comenzaron a resurgir de nuevo, excepto que
eran diferentes. No era la cara de Emilio o sus hombres, o incluso de
su padre las que me atormentaban. Ni la mezcla de ruegos
desesperados de mi familia para salvarlas.
Era Damien.
Al igual que en la tierra de los vivos, iba a estar allí. Sin
prestarme ninguna atención, dejando que me torturaran, atraparan
y me llevaran a las profundidades del infierno con ellos. Las imágenes
se convirtieron en algo tan real, tan vivo... Hasta el punto en el que
mamá Rosa no podía despertarme, no importa lo mucho que lo
intentara. Mis terrores nocturnos me habían poseído, y apenas dormí
más que unas pocas horas cada noche. Era más fácil mirar hacia el
techo de lo que era cerrar los ojos, entregándome a la oscuridad en
la que se había convertido mi vida diaria. En comparación a la única
de mis pesadillas.
Ya no tenía ninguna paz.
Damien la había robado.
Lo extrañé. Lo extrañaba tanto que me dolía pensar en todos
esos años, donde fue mi primero y único. A medida que pasaban los
meses, más preguntas, más y qué si, más remordimientos y errores
se dieron a conocer. Saliendo a la superficie desde lo profundo de mi
corazón.
¿Debí haberme quedado en el barco?
¿Nos encontraremos de nuevo más tarde en la vida y ser felices?
¿No debí besarlo?
Mis pensamientos sin piedad pesaron en mi mente, enviándome
en espiral hacia abajo, a una escalera al infierno. Donde el diablo me
recibió con los brazos abiertos. El mismo purgatorio que Damien
pasó años tratando de protegerme, era el mismo al que me exilió
únicamente por sí mismo.
La ironía no pasó desapercibida para mí.

Ves, Damien sabía que podía luchar contra su cólera, la


brutalidad de sus palabras, consciente de que no estaba intimidada
o asustada de él. Pero no podía luchar por lo que no estaba allí.
Su silencio.
Su frialdad.
Su vacío distante.
Eran todas las armas para las que no tenía artillería.
Como la niña que probablemente todavía pensaba que era, me
aferré a la esperanza de que hoy sería diferente. Que no iba a
hacerme esto. No después de todo lo que había hecho para destruir
mi corazón, o las cosas que todavía estaba poniendo. Siempre se
aseguraba de estar allí para mi cumpleaños, y me daba los mejores
regalos, la mayor atención. Mostrándome que yo le importaba a
alguien.
A él.
Era mi decimosexto cumpleaños, y esperé todo el día por él.
Rezando para que se presentase para mí, sabiendo lo importante que
era tenerle allí a mi lado. No pensé que sería tan cruel. No ayudó a
mi situación que hace un año hoy, provocó el cambio drástico en él.
No podía desanimarme y continuar sintiéndome de esta manera.
Necesitaba respuestas, y las necesitaba en este momento.
Tomé un taxi hasta su universidad. Fue el único lugar que
parecía ocupar todo su tiempo desde antes. Era una posibilidad
remota, pero ¿qué otra opción tenía? Tomé mi posibilidad de que él
estaría allí.
Me senté en el asiento trasero retorciendo mis dedos juntos,
ensayando lo que quería decirle en mi cabeza. Imaginando mejores
momentos en los que llegaba y hablábamos de sus clases durante
horas, compartiendo todo el material interesante que había
aprendido. Siempre tan firme que yo debía ir a la universidad
también.
Le pregunté al conductor si podía conducir alrededor de la
escuela de leyes, manteniendo mis dedos cruzados para encontrarlo.
Creo que la suerte estaba de mi lado esa noche porque después de
sólo quince minutos de búsqueda, allí estaba él, saliendo de su

coche. Pedí al conductor que se detuviera, tirando dinero en efectivo


en su regazo y corriendo por la puerta antes de que el vehículo en el
que había llegado se detuviera por completo. Llamé su atención,
porque Damien miró al instante en mi dirección mientras cerraba la
puerta detrás de mí.
No lo había visto en semanas. Parecía más viejo, cansado, pero
todavía guapo como siempre. Su cabello estaba atado en un moño
alto en la cabeza. Su vello facial se hizo más largo, sólo sumando a
su atractivo peligroso. A pesar de que su cara era inocente, dejaba
escapar con lo que diablos estaba involucrado por Emilio. Supuse
que nadie lo vio venir, hasta que fue demasiado tarde. Su cuerpo
musculoso parecía más grande, más robusto, más dominante; se
cernía sobre mi pequeña acumulación mientras hice mi camino hacia
él.
—Hola —saludé, sin saber qué más decir.
Mi mente de repente se quedó en blanco ante su presencia
autoritaria y dominante flotando por encima de mí. Era tan alto en
comparación con mi figura de cinco pies y cuatro, sintiendo cada
parte de sus seis pies y cuatro de estatura. Quería acariciarlo,
abrazarlo, otra cosa que no sea esta abrupta bienvenida como dos
extraños que se encuentran por primera vez. No se movió,
obviamente, sus sentimientos no eran recíprocos, a pesar de que era
mi cumpleaños.
Un día que siempre celebró conmigo.
—¿Qué haces aquí, Amira? —preguntó insensiblemente, lo que
no debería haberme sorprendió, pero lo hizo.
—¿Sabe qué día es hoy?
—Sí.
Mi corazón se aceleró, y con cautela le sonreí.
—Es miércoles y tengo una clase de derecho penal en cinco
minutos, y tu pequeña visita no anunciada hará que llegue tarde para
ello.
Hice una mueca, pero él ni siquiera se inmutó.
—Es mi cumpleaños, Damien —informé, con la esperanza de
un ápice de calidez.

—Para mí es sólo otro día en el que quieres algo. Entonces, ¿qué


diablos puedo hacer por ti ahora?
—¡Podrías dejar de ser un jodido idiota! —Espeté,
probablemente dándole exactamente lo que quería, pero no me
importó nada. Si él quería que dijera lo que pienso y decirle lo que
quería, entonces iba a hacer precisamente eso—. ¡Un año!
Trescientos sesenta y cinco días y no sé cuántas horas, porque no
puedo hacer matemáticas tan rápidamente. ¡Pero tu ya sabes eso! Y
te hubiera hecho reír, si no tuvieras encajado de forma permanente
un palo en tu trasero. ¡Me sorprende que todavía puedes caminar!
¡Todo lo que haces es lanzarme putos golpes bajos!
En un paso grande, estaba en mi cara.
—Nunca más maldigas o eleves el tono a mí de nuevo —ordenó
firmemente—. ¿Me entiendes?
Parpadeé, sonriendo. Sabiendo exactamente lo que estaba a
punto de decir. Me puse sobre las puntas de mis dedos de los pies
para tratar de llegar lo más cerca de su cara como pude,
escupiendo—: ¡Que. Te. Jodan!
Se inclinó más cerca, a una pulgada de distancia de mis labios.
Mi mente empezó a correr, imitando a mi corazón latiendo
rápidamente. Pensé que iba a besarme, así que cuando él murmuró—:
Tienes toda la suerte de que estamos en terrenos de la escuela,
porque de estar en cualquier otro lugar público, no pensaría dos
veces antes de ponerte por encima de mi rodilla y enseñarte una cosa
o dos acerca de algunas maneras de mierda.
No sabía qué era peor, si él que no me besara o que quería que
hiciera exactamente lo que acaba de amenazarme.
—Ahora, gira tu trasero y vete a la maldita casa, Amira. Nada
bueno pasa a las niñas que están afuera a estas horas de la noche.
Lo dijo en serio mientras excavó, pero la verdad era que acaba
de revelar una grieta en su fachada. Damien quería que me fuera
porque todavía era protector sobre mí, y tan pronto como él reconoció
lo que hizo, parpadeó, empujando todo por la borda. Tragué saliva,
resistiendo el impulso de besarlo de nuevo. Sin preocuparme por lo
que pueda suceder después de este momento. No podía ser peor.
Oh, cuán equivocada estaba...

—Me preguntas qué podrías hacer por mí hoy, ¿verdad?


Él entrecerró sus ojos en mí, dándose cuenta de mis palabras.
—Quiero que me llames Muñeca. No me has llamado así en
mucho tiempo. —Lamí mis labios, provocándolo. Su mirada siguió el
movimiento de mi lengua—. Entonces quiero que me beses y me
demuestres que todavía no sientes esta conexión que siempre ha
estado entre nosotros.
Él sonrió sutilmente.
—Mírate, Amira. Haciendo demandas. Es realmente muy lindo,
en realidad. Con mucho gusto me obligas a demostrarte que estás
equivocada, pero no creo que mi novia apreciaría eso.
Mi cabeza voló hacia atrás, alejándome de él.
—¿Tu novia? ¿Desde cuándo tienes novia?
—Desde que quise conseguir que mi pene sea chupado con
regularidad. Hemos terminado aquí. —Me dio una breve inclinación
de cabeza—. Vete a casa. —Con eso, se dio la vuelta y se fue.
Dejándome sin habla, sintiendo como si el suelo se arrastraba
por mis piernas y me tragó. Me fui a casa, sola y vacía. Evitando a
mamá Rosa a toda costa. Ella supo. Nunca le dije lo que había
sucedido con Damien. Estaba claro como el día. Creo que parte de
ella lo odiaba por ello tanto como lo hice.
Me tumbé en mi cama, mirando al techo por no sé cuánto
tiempo. Repitiendo lo último que me dijo en mi cabeza.
Contemplando si me estaba mintiendo, así podría irme y permanecer
lejos de él. Miré alrededor de mi habitación, fijándome en cada regalo
que alguna vez me había conseguido a lo largo de los años. Mis ojos
se detuvieron cuando llegaron a un espacio abierto en el estante de
muñecas. Por alguna razón, me hizo enojar, no ver a Yuly entre ellas.
Faltaba la única cosa que no me proporcionó.
Me levanté de la cama, me deslicé sobre una sudadera y
zapatos. En silencio abrí la puerta para que no se despertase mamá
Rosa. Decidida a obtener a Yuly ahora, no la merecía más. Salí de la
casa sin ningún problema, tomé otro taxi hacia su apartamento.
Estaba agradecida de tener su llave todavía, esperando que no
hubiera cambiado las cerraduras. Sobre todo porque él sabía que

había tomado la de mamá Rosa en primer lugar. En este punto, nada


me sorprende, sin embargo.
Nos detuvimos justo fuera de la puerta alrededor de las once de
la noche. Sólo me recordó la última vez que estuve aquí tan tarde.
Salí escuchando una mezcla de música fuerte que rodeó el complejo,
pensando que alguien estaba teniendo una gran fiesta. Tan pronto
como abrí la puerta, la música se convirtió en un poco más fuerte.
De repente me di cuenta de que su origen provenía de su habitación.
Mis pies se movían por voluntad propia, sin tener control sobre el
movimiento de mis piernas. Cada paso calculado me llevó más cerca
de su dormitorio, a su cama, a la novia que estaba tocando, besando
y haciendo el amor.
Cuando siempre supuse que era yo.
Tenía el estómago en nudos, mi corazón estaba en mi garganta,
y juro que sentí que iba a caer, como si fuera a vomitar o desmayar.
Mi ansiedad por lo que estaba por venir vivió y respiró en mi sangre.
Bombeando en mis venas y produciendo una vibración de perforación
en las sienes. No hice caso de la sensación que sentí avecinándose
en el fondo de mi alma. Presioné los dedos a mis labios, sintiendo el
último lugar que alguna vez me tocó. Fabricó una falsa ilusión de que
era mío, aunque algo me dijo que nunca fue, para empezar.
Cuanto más me acercaba, más fuerte se convirtieron los
gemidos de ella. Mezclados en algún lugar entre el placer y el dolor.
Apenas tuve tiempo para contemplar lo que estaba haciendo, antes
de estar de pie en el umbral, presenciando otra de mis peores
pesadillas. Juro que deje de respirar, y una descarga de adrenalina
pasó por mi núcleo. Era como ser testigo de un trágico accidente,
queriendo mirar tanto hacia otro lado, pero no pude despegar mi
mirada de la visión delante de mí. Ella estaba en sus piernas y
manos, desnuda en el borde de la cama. Vistiendo nada más que
zapatos negros de tacón alto. Sus muñecas estaban esposadas por
delante de ella, y había una venda sobre sus ojos. Damien estaba
detrás de ella, empuñando su pelo y tirando de su cabeza hacia atrás
mientras él rudamente empujaba dentro y fuera de ella. Cada
movimiento llevó otra daga profundamente en mi corazón.
No pude evitar que mis ojos se inclinaran hacia su tonificada
constitución muscular. Dándome cuenta de cada curva,

considerando cada corte de sus abdominales, las líneas en forma de


V en la parte baja de su abdomen. La forma en que el sudor de su
cuerpo brillaba bajo la luna, agrupadas en las sienes. En su largo
cabello castaño, ondulado peinado hacia atrás, lo que acentuaba su
mandíbula cincelada que se tensó con cada movimiento de su cuerpo
apretado. Abajo, a la forma en que sus dedos se clavaron en sus
caderas voluptuosas.
Cerré los ojos, mirando de vuelta a su lugar. Sintiendo mis ojos
comenzando a llenarse de lágrimas por la escena que se desarrollaba
frente a mí, de inmediato las parpadeé y las sequé tan rápidamente
como aparecieron. Al oír el sonido del chasquido de piel contra piel,
me trajo de vuelta a la realidad que estaba frente a mí. Observé con
ojos implacables como manipulaba y controlaba el cuerpo de ella.
Su placer.
Toda ella.
Incluso su mente.
Fue animal y primitivo la manera en que la estaba tomando con
fuerza desde atrás.
El dolor que experimenté fue como estar en el extremo receptor
de un arma cargada. Nunca imaginé que Damien sería quien
apuntaría hacia mí. No fue hasta que la oí gritar—: ¡Te amo! —Su
cuerpo tembló profusamente, que jadeé con fuerza.
Damien inmediatamente alzó la vista, y puse mi mano sobre mi
boca, dándome cuenta de lo que acababa de hacer. Sus ojos se
encontraron con los míos, permaneciendo así durante varios
segundos. O podría haber sido horas, el tiempo sólo permaneció
inmóvil mientras las lágrimas corrían por mi cara. No había control
de ellas por más tiempo.
Él ni siquiera se molestó en tirar fuera de ella mientras sus
oscuros ojos como piscinas vacantes continuaron restringiendo los
míos. Sin proporcionarme ninguna de las comodidades que sabía que
necesitaba más que nunca. Su novia ni siquiera me escuchó, perdida
en su propia euforia. No me molesté en enjugar mis lágrimas, quería
que él viera mi corazón roto, sangrando delante de él. Y por una
fracción de segundo, pensé que lo hizo. Justo cuando sentí sus ojos

empezando a convertirse en los del hombre que necesitaba,


parpadeó.
Firmemente agarró las caderas de su novia con tanta fuerza,
empujando apasionadamente en ella otra vez. Él deslizó su mano que
estaba empuñando sus cabellos en la parte delantera de su cuello,
tirando de ella contra su pecho por su garganta. Sin soltar su agarre,
usó su otra mano para controlar el ritmo de sus caderas. Haciendo
balancear su trasero sobre él como si estuvieran en un íntimo baile
pecaminoso. Ya no solo estaba penetrándola; ahora estaba haciendo
el amor con ella.
Al ver sus cuerpos unidos entre sí de esa manera, de tal manera
familiar, fue una de las cosas más difíciles que jamás tendría que ver.
Él esperó hasta que vi lo que estaba haciendo, hasta que envió un
tiro directo a mi corazón, hasta que él supo que sentía que no podía
respirar.
Hasta...
Hasta...
Hasta...
Empezó a recorrer con su nariz a lo largo del lado de su cuello,
dejando besos suaves, sin romper nuestra conexión. Controlándome
de la misma manera que estaba ella. Era como si él estaba
penetrando en mi corazón y mente, mientras que él la penetró por
detrás. Debería haber esperado lo que pasó después, pero no lo hice.
Finalmente demostrándome que él realmente era otro monstruo
después de todo.
Tan pronto como llegó a su oído, siseó y gruñó—: Te amo,
también, mi luz. —Él le llamó su luz.
Apretando el gatillo en mi corazón.
Acabando conmigo por completo.

17
Traducido por Jessibel

Damien
Entré en la casa de Rosario con mi chica, Evita, aferrada a mi
brazo. Nerviosa, jugueteando con un mechón de pelo rubio. Fue la
primera vez que estaba introduciendo una mujer a mi familia. Entre
ella y Rosario montando constantemente en mi trasero, con ganas de
conocerse una a otra durante el último año y medio, no tenía más
remedio que finalmente ceder. A pesar de que era la última maldita
cosa que quería hacer. No me malinterpreten, me encantaba Evita,
ella era dulce, divertida, humilde. Por no mencionar, que era
jodidamente preciosa. Era cinco pies y seis de estatura y tenía largas
piernas.
El problema reside en no querer hacer daño a Amira más. Ya
había hecho lo suficiente de eso para toda la vida. Desde la noche en
que entró cuando estaba con Evita hace más de un año, Amira
oficialmente retrocedió. Ella dejó de llamar, de visitar, y preguntar a
Rosario por mí. Cada vez que había llegado a visitar, ella ni siquiera
estaba alrededor, o no salía de su habitación. Cuando lo hizo, era
como si yo no estuviera allí. Ya no era el centro de su mundo, y no
tenía nadie a quien culpar sino a mí mismo.
Sólo había una cosa que quedó jodidamente claro después de
que ella se bajó del barco, hace más de dos años. La única manera
de poder protegerla era permanecer jodidamente lejos de ella. Estaba
más segura sin mí constantemente en su vida, fantaseando acerca
de mí en situaciones que nunca ocurrirían en la realidad. No había
manera en el infierno que podríamos estar juntos. Mi vida giraba en
torno a Emilio Salazar, y traté durante demasiado tiempo para hacer

que los dos coexistiesen en mi vida. Era tan malditamente egoísta.


Tomé con avidez la luz que sólo ella podría proveerme, pero no me
detuve durante un minuto para ver lo que estaba haciendo en
realidad a ella. Exponiéndola a un peligro mayor que mantenerla a
salvo.
Mi protección para Amira ahora era alejarla, a pesar de que casi
me mató hacerlo. No esperaba que ella apareciera en mi escuela esa
noche. Sólo demostró que ella todavía estaba luchando una batalla
que nunca tuvo la oportunidad de ganar. Después de su descarada
exhibición de no dar marcha atrás, no importó lo frío o lo terrible que
la traté, sabía que no tenía más remedio que poner fin a todo.
Sus recuerdos de mí.
Sus ilusiones de lo que nunca podría ser.
Sobre todo el amor y la devoción que todavía sentía por mí.
Estaba completamente consciente de que Amira se presentaría
en mi apartamento más tarde esa noche. La conocía como la palma
de mi jodida mano. Nunca olvidaré la expresión de su rostro cuando
me vio teniendo sexo con Evita, a propósito en frente de ella. Odiaba
tener que utilizar a otra mujer para destruir a Amira, pero ella no me
dejó otra opción.
Nunca pedí ser cualquier cosa que no era. Siempre le dije a
Amira; yo era sólo otro maldito monstruo ocupando espacio en su
vida. Finalmente, le demostré a ella esa misma noche.
Además, desde el primer día, le di a Rosario su tutela, era todo
lo que ella necesitaba.
Ella era su familia.
Yo no.
Por mucho que quería ir tras Amira cuando salió de mi
habitación y de mi vida para siempre, no podía. Había terminado de
ser el hombre que ella necesitaba que sea.
Al final, todo salió bien. Emilio dejó de husmear donde no
pertenecía. Mi padre no se atrevió a mencionar nada a nadie acerca
de Amira, incluido yo. Y conocer a Evita, me permitió cuidar y amar
a otra mujer, que no era Amira, por primera vez en mi vida.

Conocí a Evita en la escuela, puramente por accidente. Nos


encontramos uno al otro en la biblioteca una noche cuando los dos
estábamos estudiando tarde. Ella iba a sacar un libro en el estante
superior, y yo no estaba prestando atención a dónde iba. Chocando
con la chica más hermosa en el campus. Era natural, perfecta e
inocente, al igual que Amira. Me sentí inmediatamente atraído por
ella, probablemente porque ella me recordó a la niña que una vez
había salvado. Su familia había muerto en un trágico accidente de
coche cuando era una adolescente. Dejándola huérfana y
completamente sola. Nos unimos a través de una oscuridad
semejante, de la forma en que Amira y yo lo hicimos.
Evita sabía desde el primer día lo que hice todos los días cuando
no estaba en la escuela. No había ninguna razón para mentirle sobre
eso. Nunca juzgó mis decisiones o puso en tela de juicio mis acciones.
En cambio, ella se enamoró de mí casi inmediatamente. Me gustaría
poder decir que el sentimiento era mutuo al principio, sin embargo,
no lo fue. Me preocupaba por ella profundamente y haría cualquier
cosa por ella. Fue difícil no hacerlo. Fuimos una pareja oficial desde
la primera vez que me acosté con ella, después de todo un mes
saliendo a petición suya. Los treinta días más largo de mi maldita
existencia. Era el segundo hombre con quien había estado, y ella
quería esperar. En el día treinta y uno, finalmente accedió para
tenerla de todas las maneras posible. Juro que no dejamos mi cama
durante una semana.
En el momento en que Amira se presentó en mi escuela,
habíamos estado juntos por más de seis meses. La primera vez que
le dije a Evita que la amaba fue cuando Amira estaba mirando a mis
malditos ojos oscuros sin alma.
Yo era un jodido monstruo.
Evita no podría haber estado más feliz de escuchar esas dos
palabras esa noche. Cuando todo lo que podía pensar era en la cara
de Amira mientras corría hacia fuera, dejando atrás su corazón roto
que yo sostendría eternamente en la palma de mi mano.
Había pasado el resto de la noche en el balcón con Yuly en mis
manos, mientras Evita dormía en mi cama. Necesitando sentirme
cerca de Amira de la única manera que sabía. El agua siempre sería
nuestra conexión entre sí. A ella le encantó tanto como yo. Junto con

el cielo nocturno después de que ella me contó la historia de amor de


Andrómeda y Perseo hace todos esos años. En las noches como éstas
me sorprendo a mí mismo en busca de su constelación, pensando
que Amira estaba mirando el mismo cielo en ese momento exacto.
Pensando de nuevo antes de que todo salió mal.
Supe a la mañana siguiente después de que ella me dio un beso,
que iba a tener que mostrarle al hombre que siempre había sido.
Nunca pasaría, tuve que empujarla al traicionar y dañarla hasta el
punto de tener que alejarse de mí, porque Dios sabe, yo no era lo
suficientemente fuerte como para mantenerme alejado de ella.
Excepto que me permití volver a entrar en mi habitación para
abrazarla por última vez. Ella no estaba durmiendo cuando me senté
en la cama junto a ella, así que esperó hasta que su respiración se
igualó y supe que se había quedado dormida. No queriendo joder con
su cabeza más de lo que ya había hecho, sabiendo que lo que estaba
a punto de hacer la destruiría. La atraje hacia mí, colocando el lado
derecho de su cuerpo en mi pecho, resistiendo desesperadamente el
impulso de besarla de nuevo. Tocarla, jodidamente devorarla. Me
estaba conteniendo con tan sólo sostenerla contra mí. Frotando su
espalda como lo había hecho tantas malditas veces. Todavía
sintiéndola por todas partes, sobre todo en mi puto oscuro corazón.
Por supuesto, la quería. Siempre lo supe, pero era más fácil
negar tales sentimientos hasta que no podía hacerlo más. Ella casi
derribó mi trasero. cuando me dio un beso, sin pensar que ella
tendría las pelotas para hacer eso. Lo cual era una de las muchas
razones por las que la quería. No tenía miedo de mí, nunca había
estado temerosa de mí. Pronto eso iba a cambiar, y ella me odiaría.
Nada volvería a ser de la forma en que era entre nosotros después de
esa noche. Nunca me odié más por lo que le hice. Juro por todo los
putos santos, que todo lo que quería hacer era hacer lo correcto por
Amira.
Sabiendo que nunca sería capaz de hacer eso.
Una cosa dentro de mí cambió después de esa noche, me
permití realmente enamorarme de Evita. Cerrando un capítulo de mi
vida para abrir otro. Se lo merecía, ganó mi confianza. Pensé que tal
vez podría empezar a hacer el amor con ella y finalmente bajar la
guardia de esa manera.

No pude.
No es que no traté. Era algo que siempre será una parte de mí,
no importa lo mucho que quería dejarlo a un lado. A Evita le
encantaba cuando la tomaba, la dominaba, controlaba hasta la
última parte de su cuerpo, mente y alma. Así que no fue un problema.
Al menos no para ella.
—¡Damien! ¡Ahí estás! Tarde como siempre —Rosario saludó
cuando nos vio entrar en la sala de estar, tirando de mí en un abrazo
apretado.
La besé en la mejilla, retrocediendo. Evita se apretó alrededor
de mi brazo. Apartando el pelo en mi cara, anuncié—: Rosario, esta
es...
—Sé quién es —interrumpió ella, agarrando los hombros de
Evita para echar un buen vistazo en ella. Gracias a Dios, le advertí
que Rosario era como mi madre y ella era tan cariñosa como vieron—. He
oído hablar mucho de ti, Evita. Eres tan hermosa como sabía que
serías.
—Muchas gracias. He oído mucho de ti también. Es tan
maravilloso conocerte por fin —respondió Evita, besando la mejilla
de Rosario.
—Tenemos mucho para ponernos al día. He estado preguntando
a Damien durante meses para lograr que te trajera, pero lo conoces...
es terco como una mula.
Evita sonrió, mirando por encima de mí.
—¿Así que no soy la única que piensa eso?
La miré fijamente, haciendo que ambos sonriéramos. Tratando
de enmascarar el deseo de mirar al alrededor por Amira, en silencio
esperando que ella no estuviera aquí, pero al mismo tiempo,
deseando que sí lo hiciera. Ni siquiera podía recordar la última vez
que la vi. Pasé por su decimoséptimo cumpleaños, pero ella estaba
por ningún lado. Como si supiera que iba a venir.
Eternamente sintiéndome también.
—Sé que Damien dijo de no hacer una gran cosa acerca de tu
llegada, Evita, pero lo siento... no me pude resistir. Invité a algunos
amigos, puede que tenga un cerdo en el horno, y hay posiblemente

alguna torticas de Morón horneadas allí también. Es decir, sólo estoy


diciendo.
—Rosario…
—Oh, está bien, Damien —Evita interrumpió, colocando su
mano sobre mi pecho—. Me encantaría conocer a varios de tus
amigos y familiares.
Rosario irradió.
—Me gusta ella ya, Damien.
—Al menos uno de nosotros lo hace en este momento —me
burlé, ganándome un golpe de Rosario en la parte posterior de mi
cabeza.
Sus amigos llegaron poco después y pasaron el resto de la tarde
en la cocina, bebiendo por completo demasiado, comiendo y
hablando de mí. Evita hizo demasiadas malditas preguntas de mi
infancia, de cómo me criaron, lo que más me gusta hacer, y Dios sabe
qué más. Rosario y sus amigos estaban demasiado encantados de
hacerlo. Estaba esperando a Rosario para sacar el álbum de fotos de
bebé, pero creo que ella sabía mejor. Me desconecté de ellos después
de un tiempo, sin rumbo fijo mirando al jardín de Amira mientras me
apoyaba contra la puerta corrediza de cristal. Todas sus flores
mariposa estaban muertas, marchitas como si nadie se había
ocupado de ellas durante meses.
—Cariño... ¿qué haces aquí? —Evita ligeramente arrastró las
palabras, con sus brazos alrededor de mi cuello—. Luces todo así
como Damien. Perdido en tus pensamientos.
—Estás borracha —declaré simplemente, agarrando su cintura
para ayudar a sostenerla. —Pensé que te gustaba cuando me
emborrache, por lo que puedes hacerme cosas malas.
—No necesito que estés borracha para hacerte cosas, Evita.
Ella sonrió, respondiendo en voz alta—: ¡Quiero que me hagas
cosas ahora mismo!
—Shhh, basta de eso.
—Oh vamos, cariño. ¡Amo a Rosario! Me encanta todos sus
amigos, ¡y te amo tanto!

—Evita, lo digo en serio. Suficiente.


—¡Oye! —Dio un paso atrás, fuera de mis brazos—. ¡Rosario
estaría más que contenta si tuviéramos bebés! —Ella se volvió a
mirarla—. ¿No lo estarías, Rosario?
Rosario dio una mirada a mí y luego a ella, entrecerrando los
ojos en nosotros. Esperando a que cayera la otra jodida noticia. Tan
pronto como di un paso hacia Evita para cerrar su boca, ella
torpemente soltó lo que no íbamos a anunciar todavía.
—¡Soy tu prometida ahora! ¡Todo el mundo quiere que hagamos
bebés!
Antes de que incluso consiguió la última palabra, mis ojos
inadvertidamente cambiaron al jardín de Amira. Cruzando mi mirada
con la de mi Muñeca. Era como si ella apareció de la nada en el peor
momento posible. Mi puto corazón se detuvo por la expresión de su
cara, dejándome sin habla. Sabiendo que acababa de oír todo, desde
la puerta corrediza abierta.
—¡Oh! ¡No se suponía que lo dijese todavía! ¡Mierda! —Exclamó
Evita, entrando en mis brazos otra vez. Mirando hacia arriba en mí a
través de sus largas pestañas, dijo—: Lo siento, cariño. El vino, la
emoción, y todo el mundo tomó lo mejor de mí. ¿Cómo pude hacerte
esto? —Ella rió con nerviosismo, tratando de llevar mi atención a ella.
A pesar de estar centrado exclusivamente en la chica congelada en
su lugar, a pocos pasos delante de mí.
—¿Estás comprometido? —Rosario dijo en voz alta, e incluso su
voz no pudo separarme de la intensa mirada de Amira.
—¡Sí! —respondió Evita, volviéndose hacia ellos—. Me pidió que
me casara con él hace unas semanas. ¡Dije sí! Probablemente fue la
única razón por la que finalmente nos conocimos.
—¡Oh, Dios mío! —Rosario gritó con entusiasmo, y todo el
mundo hizo lo mismo.
Lo que ocurrió después fue una gran mancha. Todo el mundo
se desvaneció en la distancia, mientras celebraban nuestro
compromiso. Nadie se dio cuenta del tsunami de emociones que
ahogaban tanto a Amira y a mi. Todo mi mundo parecía venirse abajo
sobre mí en cuestión de segundos. Todo lo que creía que sabía, todo
lo que quería creer, todo ello...

Se había ido.

18
Traducido por Jessibel

Damien
Nos quedamos allí perdidos en el tiempo, atrapados en la
mirada del uno al otro por lo que pareció toda una vida. Necesitaba
reaccionar, pero no podía apartar los ojos de ella. Había madurado
mucho desde la última vez que la vi. Estaba casi irreconocible. Ya no
era una niña, sino una mujer. Mis botas estaban pegadas en el
espacio donde estaba de pie, mientras el caos estalló a nuestro
alrededor.
Y no estaba hablando de la celebración.
De mi control...
Pasó mucho tiempo desde que desapareció.
—Amira —gritó Rosario, haciendo que todos giraran a mirarla.
Ella fue la primera en romper nuestro trance, como un estado
de la mente, sacudiendo la cabeza cuando Rosario corrió hacia ella.
—Hola, mamá Rosa.
—Mamita, ¿está bien…?
—Por supuesto —ella respiró, falsamente sonriendo—. Sólo
pensé en pasar a saludar a todo el mundo en mi camino al cine. Por
el ruido, supongo que hice bien. —Ella devolvió su mirada sobre
nosotros, y fue sólo entonces que me di cuenta de que Evita estaba
en mis brazos, mirando a Amira. Haciendo la situación aún más
difícil.
—¡He oído que las felicitaciones están a la orden! —Ella se
convenció, caminando hacia nosotros.

Pude ver la angustia escrita sobre su rostro y el cambio en su


comportamiento, tanto como ella trató de ocultarlo. No había manera
de que pudiera esconderse de mí. Todavía estaba perdidamente
enamorada de mí, y yo estaría mintiendo si dijera que no sabía que
nunca se detuvo.
—¿Eres Amira? —preguntó Evita, cuando estuvo de pie delante
de nosotros.
—Lo soy.
—¡Qué bien conocerte por fin! Damien me dijo que eres sobrina
de Rosario.
—Mmm, hmm.
—¡Eres hermosa! Oh, Dios mío, Damien, ¿por qué no me dijiste
que ella es una mujerona? ¡Apuesto que vuelve a los chicos locos!
—No a los chicos. Sólo a un chico —replicó Amira, casi
derribando mi trasero.
—¿Que chico? Rosario nunca me dijo que estabas saliendo con
alguien —interrogué, tratando de ocultar el duro tono en mi voz.
—Oh, Damien —Rosario intervino, pasando a estar al lado de
nosotros—. Siempre has sido tan protector sobre ella. Todavía no
puede ver que nuestra Amira no es una niña. Quiero decir, mírala,
¿lo ves? Ella es una mujer ahora.
—Oh, ya veo —dije entre dientes, viendo jodidamente rojo.
Amira sonrió astutamente, consciente de la tensión repentina
en mi tono.
—En realidad, no creo que él se considere un niño más, Evita.
Tiene veintiuno, creo que lo hace un hombre. Él es un soldado como
tú, Damien. Tal vez lo conoces.
—¿Quién jodidos...?
—Se supone que me encuentre con él en el cine, y no quiero
hacerle esperar. Así que felicitaciones y bienvenida a la familia —
Amira me interrumpió, tirando de Evita en un abrazo y ella felizmente
le devolvió el gesto. Cuando se alejaba, Amira miró por encima de mí,
colocando su mano sobre mi corazón—. Probablemente deberías

comenzar en esa cosa de hacer bebés. Te estás haciendo un poco


viejo.
Todo el mundo se echó a reír. Todos menos yo.
—De todos modos, felicitaciones, Damien. Estoy segura de que
Evita y tú serán muy felices. Tienes ese efecto en las mujeres —habló
con sarcasmo, luego abrazó y besó a Rosario. Diciéndole a ella que
no estaría en casa demasiado tarde antes de salir sin mucho más que
otra mirada en mi camino.
Pasé el resto de la noche con mi sangre hirviendo y mi
temperamento a punto de reventar. Ninguno de los cuales eran
siempre bueno cuando se trataba de Amira. Era una maldita bomba
de tiempo, a punto de explotar con cada segundo que estuve sentado
allí y fingiendo que no estaba planeando el asesinato de su maldito
novio.
Para el momento en que nos despedimos y dejé a Evita en su
casa, era más de las once de la noche. Le mentí a mi novia, diciéndole
que tenía una reunión temprano por la mañana y tenía que irme. Ella
entendió, sin prestar mucha atención. No era la primera vez que no
podía pasar la noche debido a Emilio.
Conduje de regreso a casa de Rosario como alma que lleva el
puto infierno; No podía llegar a Amira lo suficientemente rápido.
Aparqué mi coche en la calle en frente de la casa. Justo cuando salí
de mi coche, oí un ligero eco de lo que sonaba como un gemido. Venía
de la dirección del pequeño parque a unas pocas casas. Poniendo un
alto a todo en mi mente loca, hice mi camino allí en pura compulsión.
Dándome cuenta muy rápidamente que los sonidos venían del
asiento trasero de un pedazo de coche de mierda.
Llámalo instinto.
Percepción.
Maldita locura.
Sabía que era Amira quien estaba debajo del hijo de puta que
estaba a punto de morir.
La rabia se hizo cargo rápidamente hasta la última fibra de mi
ser. Despegué, arrastrando mi trasero hacia el coche como un
hombre poseído. Necesitando confirmar mis sospechas.

Gruñí, rudamente abrí la puerta trasera, irrumpiendo en el


acto.
—¡Qué. Jodidos!
Amira chilló—: ¡Damien! —Su vestido estaba amontonando en
su cintura, con los tirantes del sostén colgados por los brazos, y uno
de sus pechos estaba expuesto. Si ella no tenía ninguna braga, iba a
hacer mucho más daño que sólo tener que salir con ella.
La mano del pedazo de mierda se trasladó de entre sus piernas,
girando para ver quién estaba detrás de él. No le di oportunidad.
Agarré su pelo, tirando de él crudamente hacia atrás del coche. Su
mano se dirigió inmediatamente hacia mi vicioso agarre, tratando de
alejarse de mi.
—¡Damien, no!
No me alteré, golpeando su cara primero en el maletero de su
coche. Su cuerpo se sacudió mientras tropezaba hacia mí.
—¡Joder, hombre! ¡Soy su novio! —Razonó.
—¡No me importa un carajo si eres Jesús! ¡No la tocas! —siseé.
Haciendo uso de su impulso, conecté mi puño con su mandíbula
antes de que siquiera lo vio venir.
Su cara retrocedió, llevando la mitad de su cuerpo hacia atrás.
Estaba sobre él de una zancada, agarrando su cuello y golpeando su
maldita cara repetidamente. Enviando un golpe a su estómago, luego,
a sus costillas. Escuché una precipitada grieta en la estela de mi
puño. Lo solté, cayó al suelo, cubierto de sangre y gimiendo de dolor.
—¡Damien, por favor detén esto! —gritó desde el asiento trasero,
frenéticamente tratando de arreglar su vestido para cubrirse. Sólo
alimentando mi ira.
—¡Levántate! —gruñí, pateándolo repetidamente a un lado.
Haciéndole retroceder en más de la agonía que estaba enviando
vivazmente.
No hice caso de sus patéticas súplicas, continuando mi asalto
a su cara y al cuerpo de este hijo de puta. Le pegué hasta que mis
nudillos se sentían en carne viva.
Amira voló fuera del coche, su vestido todavía apenas la cubría.
Su pecho todavía estaba expuesto.

—¡Oh, Dios mío, Damien, es suficiente!


Floté por encima de él, jadeante. Mi pecho subiendo y bajando,
dispuesto a aflojar. Se dio la vuelta sobre su espalda, y fue entonces
cuando me di cuenta de que su puto cinturón y los pantalones
estaban desabrochados.
Amira vio a dónde fue mi mirada, y ella inmediatamente
argumentó—: No es lo que piensas.
No le di oportunidad de explicar. Me incliné hacia delante,
agarré la hebilla del cinturón y azoté con fuerza fuera de los bucles
de los vaqueros, tirando de ella fuera de él. Sus ojos se abrieron de
inmediato, sabiendo lo que estaba a punto de hacer. Tiré del cinturón
hacia atrás y zumbó en el aire, aterrizando justo en su miembro.
Derribándolo de una maldita vez.
—Santa mierda —ella jadeó, al instante cayendo de rodillas en
el pavimento para ocuparse de él. Detuve su intento, agarrando sus
muñecas. Tirando con rudeza de ella a sus pies, girándola para que
me enfrentara en su lugar.
Ella no dio marcha atrás, usó toda su fuerza para empujarme.
—¿Quién demonios te crees que eres? ¿No tienes una prometida
con la que deberías estar haciendo bebés?
—¡Basta! —ordené, apenas vacilante de sus intentos inútiles.
—¡Que te jodan! ¡No puedo creer que hayas hecho eso! ¡El es mi
novio! ¡No estábamos haciendo nada de lo que nunca has hecho!
¡Enfrente de mí! ¡Te odio, Damien! ¡Jodidamente te odio tanto! —
siseó, las lágrimas cayeron por los lados de su cara mientras comenzó
a golpearme con los puños en el pecho.
Dejé que llevara a cabo la agresión en mí. Le permití gritarme,
golpearme, y hacer lo que malditamente necesitaba para calmarla.
No era ningún secreto en el barrio de Rosario sobre quién era yo.
Hasta el último de ellos temía a Emilio, lo que significaba que me
temían. Nadie se atrevería a llamar a la policía, a sabiendas de que
las consecuencias terminaría en la muerte. La policía era nula y sin
valor. Les pertenecía a Emilio.

—¿Por qué? ¿Por qué sigues haciéndome esto? ¡Qué te he hecho


yo para que me trates de esta manera! ¡No soy tu jodida alfombra,
Damien! ¡Deja de tratarme como una!
Inmediatamente la solté, sus palabras me golpearon tan duro
como el látigo que ese hijo de puta en el suelo acababa de tomar.
Tropezó, tratando de recuperar el equilibrio. Sorprendida de que la
solté.
—¡Jesucristo, Amira! No te protegí todos estos años para que
pudieras convertirte en una zorra. ¡Acostándote con chicos al azar en
el asiento trasero de sus coches!
Ella ladeó su cabeza, golpeándome directamente a mi
mandíbula. Gritando por el dolor que le causó—: ¡Bastardo! ¡No
estaba cogiendo con él! Sólo estábamos tonteando.
Incliné la cabeza hacia un lado, moviendo la mandíbula de lado
a lado.
—¿Así que estás molesta por que no dejé que acabaras?
—Oh, no te preocupes por eso. He acabado ya muchas veces.
Me burlé—: Apuesto a que tu papi estaría muy orgulloso de la
zorra en la que te has convertido.
Ella se irguió, dando un paso a mi cara.
—Prefiero ser su zorra que la tuya, cualquier día.
Me eché hacia atrás, sorprendido por su franqueza. Ella no lo
dudó.
—Hemos terminado aquí. —Dando la vuelta una vez más, giró
hacia la pieza de basura. Eligiéndolo sobre mí.
—Nunca quise que supieras que estaba comprometido de esa
manera —hablé con honestidad, necesitando que escuchara
finalmente mis verdades. Frenó en su camino—. Nunca quise hacerte
daño, Muñeca.
A pesar de que estaba de espaldas a mí, sabía que ella hizo una
mueca. No la había llamado así, probablemente, cerca de dos años,
cuando era todo lo que usaba para dirigirme a ella. Tomó una
respiración profunda antes de girar en torno a mí, mirando

profundamente a mis ojos, diciendo—: Todo lo que has hecho en los


últimos dos años es herirme, Damien.
—Lo sé.
—¿Por qué? Cuando sabes que me amas. Es decir, míralo. —
Ella hizo un gesto al hijo de puta en el suelo—. Golpeas a mi novio
sin sentido porque no puedes soportar la idea de otro hombre en mi
vida. ¿Quién hace eso? Durante más de dos años, todo lo que has
querido hacer es alejarme y dejarme seguir adelante. Y cuando
finalmente lo hago... intentas matarlo. ¿Dónde en tu cabeza incluso
tiene sentido? ¿Cómo puedes incluso racionalizar eso? ¡Estás
comprometido! ¿Sabes lo que eso significa? Te vas a casar. Vas a
tener una familia, un futuro. Una vida. ¿Que se supone que haga?
¿Sentarme y simplemente ver? ¿Qué egoísta es eso?
—Si fuera realmente egoísta, Amira. Todavía estaría en tu vida.
Ella sacudió su cabeza, con el ceño fruncido.
—No puedes tener las dos cosas. Recuerda ese pequeño hecho
cuando vayas a casa con tu luz.
Saqué mi pelo hacia atrás de mi cara, queriendo arrancarlo de
una jodida vez.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Eh? ¿Que te amo? ¿Que siempre
te he amado? ¿Es eso lo que necesita escuchar?
—No, Damien. Ya no. Me quisiste fuera de tu vida. Bien,
¿adivina que? Ahora te quiero fuera de la mía. Me has estado diciendo
desde el primer día que no eres el hombre que yo creía que eras, y
tienes razón. Tu no eres. No sé quién eres, y nunca lo hice. —Ella
señaló a su novio nuevo—. Este. Este fue mi punto de ruptura. No
quieres que sea feliz. Todo lo que quieres es que me queme en la
oscuridad contigo. Bueno, no puedo hacer eso más.
—¿Crees que ha sido fácil para mi alejarte? Que no quise
hacerte mía cuando sé que no importa qué, siempre serás. Todo lo
que siempre he querido hacer es protegerte y mantenerte a salvo.
Incluso si me costó tenerte en mi vida.
Se acercó, deteniéndose a unas pocas pulgadas de mí.
Colocando su mano sobre mi corazón. —Estoy segura, ¿de acuerdo?

Ya tienes lo que querías. Te dejo ir. Por favor, Damien, ahora es tu


turno para hacer lo mismo.
Sostuve mi cabeza en alto, manteniendo mi fuerte compostura.
Sabiendo que era lo que necesitaba. Cuando todo lo que quería hacer
era desmoronarme.
Para darme la última parte de ella, se puso de pie sobre las
puntas de los dedos de sus pies, se inclinó y me besó en la mejilla.
Susurrando—: Si ella te ama la mitad, tanto como lo hago, tu vida
será maravillosa.
Por primera vez, la ví girar, dando su espalda a mí y alejarse.
Consciente del hecho de que este giro en los acontecimientos
era lo que necesitaba para que ella realmente no esté en mi vida.
Necesitaba que me dejara porque nunca hubiese podido dejarla.
Y esa fue la realidad de nuestra historia de amor.

19
Traducido por Jessibel

Damien
Levanté a Evita, llevándola por encima del umbral de nuestra
suite de luna de miel.
—¡Damien! ¡Bájame! —Rió ella, disfrutando cada segundo de
nuestro sagrado día.
Nos casamos a las seis de la tarde en la catedral de San
Cristóbal, La Habana. Donde no podrían haber estado más de veinte
personas en la asistencia. Emilio y Rosario fueron, por supuesto,
sentados frente y al centro en el lado del novio para la boda. Mi padre
estaba en guardia con Pedro y algunos otros en las entradas, para mi
desaprobación. No invité al maldito bastardo. Entre los invitados se
encontraban algunos conocidos míos de la escuela que hice a lo largo
de casi seis años. El lado de la novia incluía algunos de los amigos
de Evita y algunos otros visitantes aleatorios. El resto de los bancos
estaban ocupados con los colegas de Emilio, quien insistió que
necesitaba ser invitado a las tácticas de negociación. Como mi boda
se convirtió en un debate político estaba más allá de mí.
Durante la ceremonia, mis ojos cambiaron al primer banco.
Esperando a que la única persona que realmente quería apareciera.
Aunque sabía que no podía estar allí por razones obvias, algo me dijo
que no habría llegado incluso si hubiera podido. No había visto a
Amira desde la última vez que ella se alejó de mí, hace más de un
año. Respetaba su petición y oficialmente la dejé ir. Mantuve las
distancias a toda costa, pero continué asegurándome de que se
quedó fuera del radar de Emilio. Todavía visitaba a Rosario de vez en
cuando, para ponerme al día con ella. Haciendo todo lo posible por

evitar los momentos en los que Amira fue alrededor cada vez que me
presenté. Dejé de preguntar por ella después de unos pocos meses,
sin tener idea de lo que iba a hacer, aparte de que ella todavía vivía
con Rosario, y por lo que yo sabía, no tenía ninguna intención de
mudarse. A pesar de que había pasado más de medio año desde que
legalmente se convirtió en un adulto, cumpliendo los dieciocho años.
Ella nunca estaba lejos de mi mente, y sabía que nunca estaría.
Un día, mientras hacía compras, no pude evitarlo, le compré una
muñeca como en los viejos tiempos con una tarjeta en su cumpleaños
que decía: Esto me recuerda a tiempos mejores. Feliz cumpleaños,
Muñeca. Ella nunca contestó, no es que esperaba que lo hiciera.
No podía creer que tenía casi veintiocho años de edad y estaba
casado con una mujer que se había convertido en una parte muy
importante de mi vida. Tiré a mi nueva novia en la cama, flotando
por encima de ella. Ella me observó con una mirada codiciosa cuando
me quité la chaqueta y aflojé mi corbata. Lanzando ambos a la cama
junto a ella. Ella agarró la larga pieza de seda que acababa de
eliminar, extendiéndola delante de ella y arqueando una ceja. Sus
ojos siguieron el movimiento de mis manos mientras me
desabrochaba la camisa de vestir, tirando de ella hacia fuera de mis
pantalones para abrirla. Puse mis manos en los bolsillos, no estaba
listo para darle lo que ella quería.
Al menos, no hasta que rogó por ello.
—¿Quién dijo que yo era tuyo? —pregunté, sonriendo.
—Pensé que lo tuyo es mío ahora. ¿No es esa la forma en que el
matrimonio va?
—¿Quieres decir, lo que es tuyo es mío y lo que es mío es mío.
Tú incluida.
Ella se sentó en sus rodillas, tirando la corbata alrededor de mi
cuello.
—¿Quiere decir que no eres mío, entonces?
—Soy tuyo. —Me incliné hacia delante, corriendo lentamente
mis labios contra los suyos. Tentándola con mi lengua.
—Te amo, Damien.

—Lo sé. —Incluso después de todo este tiempo era todavía difícil
para mí decirle que la amaba, pero ella sabía sin embargo.
Ella dio un suave beso a mis labios.
—¿Qué hacemos ahora?
—Trae tu trasero aquí. —La besé.
—¿Qué pasa con mi trasero?
—No está en mi puto pene.
Ella sonrió amplia contra mis labios.
—Oh, va a ser esa clase de noche.
—Los dos sabemos cómo esta noche va a acabar. Con mi lengua
en tu clítoris y tu sexo deslizándose por mi pene.
—Bueno, si ese es el caso, entonces me dejó caer en algo un
poco más cómodo.
De repente la empujé hacia atrás sobre la cama, arrastrándome
hasta su cuerpo.
—Trata de irte. Te desafío.
Pasé las próximas horas teniendo sexo con mi mujer.
Consumando nuestro matrimonio en cada superficie en la suite. Hice
una nota mental para dejar al servicio una gran propina para la
limpieza. Tuvo suerte de que tuve piedad de ella, permitiéndole un
descanso para ir a la ducha. Oí el agua corriendo, y resistí el impulso
de ir a tomarla allí también. En su lugar, fui y tomé las maletas de
mi coche, las dejé en el suelo en el cuarto de baño cuando volví. Dijo
alguna mierda sobre el deseo de vestir algo que ella sabía que
supuestamente me gustaría.
Tiré mi bolsa en la cama, caminé al mini bar, me serví un vaso
de bourbon y a mi novia una copa de champán. Después de veinte
minutos de esperar a Evita, decidí trabajar un poco. Agarré los
archivos que Emilio me dio justo después de la ceremonia y tomé
asiento en la mesa directamente frente al baño, abrí los documentos
uno por uno.
Cada archivo armó una pieza de un rompecabezas del que
nunca supe que era parte. Completamente entendiendo por qué
Emilio fue tan insistente que fuera sobre la carpeta tan pronto como

era posible. No tenía ni una maldita idea de que mi noche de bodas


se convertiría en esto, pero una vez dicho esto, no me arrepiento
haberla visto. Ni por un puto segundo. No había manera de que
pudiera protegerla de esto, las imágenes por sí solas fueron
suficientes para enviarme sobre mis malditas rodillas. Girando las
ruedas en movimiento. Fueron foto tras foto de su pequeño cuerpo,
sus ojos castaños, su hermosa sonrisa. La forma en que su cabello
siempre cae en cascada por su espalda, enmarcando su jodida cara
preciosa.
Pasé a través de unas cuantas fotos más, encontrando los
documentos que he leído con atención. Leyendo una y otra vez en la
pequeña ventana fechada que tenía. Siempre memorizando cada
detalle. Sólo confirmando lo que las imágenes ya probaron. Las
conversaciones telefónicas traducidas en papel, números, fechas.
Una en particular destacada entre el resto. Todo estaba
descaradamente delante de mí, claro como el puto día. No había ideas
falsas o falsas acusaciones, la prueba estaba jodidamente
cegándome. No había espacio para el error o el intermedio.
Todo estaba escrito en blanco y negro.
Luchando, batallando, jugando con mi necesidad de protegerla
y amarla como siempre lo había hecho. Por primera vez desde que la
conocí hace muchos años, ahora era una guerra que se libraba
entre...
Ella y yo.
El sonido de la apertura de la puerta del baño y Evita
caminando fuera trajo mi atención hacia ella. Parecía una maldita
diosa, llevaba un sujetador un conjunto blanco de seda, con tacones
altos. Me recosté en mi silla, estableciendo mi tobillo sobre la rodilla.
Percatándome de la visión frente a mí, sin creerlo. Hice un gesto con
los dedos para que girase, y ella entendió mi orden silenciosa.
Sonriendo mientras giró en un círculo lento, y me mostró
exactamente lo que quería ver. Se detuvo una vez que ella estaba
frente a mí de nuevo.
—Ven aquí —exigí, frotando mis labios en un movimiento de
vaivén con mi dedos índice y medio.

Ella lo hizo, asegurándose de mecer su delicioso trasero con


cada paso que daba en mi dirección. Asentí con la cabeza hacia la
mesa delante de mí para que se sentara y abriera sus jodidas piernas.
Ella se lamió los labios seductoramente con nada más que el hambre
en sus ojos por lo que estaba por venir. Levantándose a sí misma
sobre la fría superficie de madera, haciendo lo que le pedí.
La miré de arriba abajo, fijándome en cada última curva de su
cuerpo, hasta la última pulgada de piel sedosa blanca. Haciendo que
su centro se encogiera por la relación depredadora de mi mirada
penetrante. No había un rincón de su figura que yo no exploré con
mis manos, lengua, labios, mi puto pene.
Un estado de ánimo nostálgico cayó sobre mí como nunca me
había pasado.
—¿Quieres saber lo que pensé cuando te vi por primera vez? —
Le pregunté en un tono neutro, cuando sentía todo menos eso.
Ella sonrió, asintiendo. Su expresión me consumía tanto como
su corazón palpitante.
—Creo que te veías tan malditamente inocente, y lo único que
quería hacer era penetrarte.
Ella sonrió maliciosamente, inclinándose hacia adelante para
tocarme. Al instante se paralizó cuando vio la pistola en mi mano,
apoyada en mi regazo. Frunciendo su ceño. —¿Por qué llevas eso? —
Preguntó ella, apenas en un susurro.
—Así que dime, Evita. ¿Qué tan inocente eres?
—Damien, yo… —Me senté bruscamente hacia adelante,
haciendo que se sobresaltara hacia atrás. Lejos de mí.
—¿Que ocurre bebé? ¿Tienes miedo? —dije con voz áspera,
colocando la pistola en su muslo, moviéndola sin prisa arriba de la
pierna hacia su pecho. Poco a poco, queriendo que sintiera el frío
metal contra su piel caliente. Añadí—: Deberías tener.
Sus ojos y sus fosas nasales se abrieron, su cara palideció.
—Te amo —murmuró ella, lo suficientemente alto para
escucharla. Su voz temblaba junto con su puchero de esos labios
atrayentes.

—¿Está bien? ¿Cuánto me amas, Evita? Cuéntame, bebé. ¿Lo


suficiente como para morir por mí? ¿O lo suficiente para matar por
mí?
Su cuerpo se estremeció, creando la piel de gallina en toda su
piel. Mirando hacia atrás y hacia adelante entre la pistola que estaba
ahora cerca de su sexo y el hombre que la sostiene.
Yo.
Ella contuvo el aliento, su boca se secó de repente.
—¿Por qué me preguntas eso?
Ignoré su pregunta, lentamente continué mi descenso
calculado. Asegurándome de tener siempre el dedo firme sobre el
gatillo. Necesitando que entendiera que siempre sería el que tiene el
control. A propósito moví mi arma hacia atrás y adelante sobre sus
pechos, dejando que el extremo del arma permaneciera sobre su
corazón. Jodiendo con sus emociones de la misma manera que ella
jodió con mi corazón.
—¿Sabías quién era desde el principio?
Ella sacudió la cabeza, sin apartar los ojos de mi arma. Donde
actualmente estaba, en la parte superior de su corazón latiendo
rápidamente.
—¿No? ¿Quieres contestar eso de nuevo? Excepto que esta vez,
te aconsejo que no me mientas en mi jodida cara.
—No estoy mintiendo. ¿Por qué te conocería? —soltó,
parpadeando sus ojos.
Alejé brevemente la pistola. Su mano voló a su pecho, y ella
soltó visiblemente el aliento que sabía que había estado conteniendo
en el segundo que vio mi arma—. Damien, me haz aterrado por un
segundo —ella rió con nerviosismo—. Estoy a favor de los juegos de
rol, sólo dame una pequeña advertencia la próxima vez. ¿Está bien?
Alcancé debajo de mi pierna, tirando los archivos en su regazo.
—Ábrelos —simplemente indiqué.
—¿Por qué?
Me puse de pie bruscamente, lo que la hizo saltar de repente.
Sus ojos estaban pegados a cada movimiento de mi cuerpo mientras

descuidadamente ondulé el arma en frente de mí. Haciéndole saber


que este juego de rol estaba lejos de jodidamente terminar.
—¡Maldita sea, Evita! ¡Ya sabes lo mucho que jodidamente odio
repetir! ¡Ahora saca tu cabeza fuera de tu trasero, deja de actuar
como una maldita rubia tonta, y abre las jodidas carpetas!
Sus manos temblaban mientras tomó el primer archivo, girando
sobre la cubierta para mirar la primera página. Si pensaba que su
cara estaba pálida antes, ahora estaban de un maldito color blanco
brillante. Una a una, observó las fotos, los documentos, las pruebas;
no podía decidir en qué concentrarse más. Exactamente como me
había sentido por lo que parecía ser horas atrás.
—No… —Ella sacudió la cabeza fervientemente—. No… —No
pudo formar ningún pensamiento coherente, tropezó en todas las
palabras que salieron de sus mentirosos labios traicioneros.
—Ya que eres mi jodida esposa y todo, te voy a dar una última
oportunidad antes de dejar que una maldita bala lo haga por ti.
¿Sabías quién era desde el principio?
—Por favor, Damien, déjame explicar. ¡Te amo!
—Cerré mis puños a los lados de su cuerpo sobre la mesa,
dando la bienvenida al dolor. Fue un cambio agradable al de mi
corazón. Ella gritó, estremeciéndose de terror cuando extrañamente
me alzaba frente a ella. Mis manos sin salir de sus lados.
—No voy a volver a preguntar —dije a través de mi mandíbula
apretada cerca de su oído.
Ella asintió intensamente. Su cuerpo tembló tan jodidamente
que hizo vibrar toda la mesa. Colocando mi arma en su mejilla, dije
entre dientes—: Buena chica.
—Damien, por favor, no hagas esto... por favor...
Incliné la cabeza hacia un lado, recibiendo sus patéticas
súplicas. Suavemente moviendo la cabeza contra la mejilla y hacia
sus labios, ansiando la sensación de ellos contra los míos. —¿Creíste
que no me iba a enterar? —Respiré en su boca.
—Yo... por favor...
—Elige tus palabras sabiamente, Evita. Ya sé que eres una
mentirosa de mierda.

Las lágrimas corrían por su cara bonita. No me importaba. No


me importa nada. Estaba demasiado ocupado muriendo por dentro
por la navaja que clavó en mi corazón.
—Por favor... sólo quiero explicar... yo no… —No podía
recuperar el aliento como si la habitación empezó a girar sobre ella.
Encima.
Y más.
Y más.
—Juro que te amo.
—Te amaba, también, bebé.
Ella hizo una mueca, odiando escuchar esas palabras saliendo
de mi boca. Sabiendo que las decía en serio, pero nunca las dije.
—¿Tienes alguna idea de lo que se siente tener el corazón hecho
pedazos? ¡Por que lo tendrás en un puto segundo si no respondes a
mi maldita pregunta! —Rugí a lo largo de sus labios, apuntando la
pistola hacia su corazón.
—¡No! ¡Sí! ¡No! ¡No lo sé! Tenía la esperanza... ¡Recé para que no
me descubrieras! —Sus labios vibraron contra los míos, y me resistí
a la tentación de morderlos entre mis dientes.
—Siempre me sorprende ver lo rápido que la gente puede
hacerse añicos, y confía en mí cuando digo, bebé, que estoy a punto
de jodidamente romperte.
Más lágrimas se deslizaron por su rostro, colocando su mano
sobre su estómago. Realmente queriendo sostenerla sobre su
corazón.
—¿Cómo se siente al saber que tu vida está a punto de terminar
por el hombre que se suponía que ibas a matar?
Ella sacudió la cabeza hacia atrás y hacia adelante. —No, no,
no, no, no —repitió ella, mirándome directamente a los ojos—. Nunca
iba a matarte. ¡Lo juro!
—¿Saber que la mujer que hice mi esposa no es más que una
maldita traidora? Ahora, eso… —La besé—. Eso no lo vi venir.

—Lo siento... lo siento... ¡pero te amo! ¡No sabía que me


enamoraría de ti! ¡Solo estaba supuesta a ser el topo en tu vida por
unos meses! ¡Los EE.UU. queríamos acabar con Emilio, no contigo!
¡Pero sabían que eras el camino hacia él! ¡Me prometieron que me
iban a enviar a Estados Unidos a cambio de cualquier información
que pudiera ofrecer! ¡Sólo quería largarme de Cuba! ¡De este país
comunista de mierda que se llevó la vida de mis padres!
—¿Así que fue todo lo que me dijiste de verdad? ¿O era todo un
montón de mentiras de mierda? A partir de tus te amo.
—¡Nunca iba a matarte! ¡Lo juro!
—Tus promesas significan una mierda para mí. Exactamente de
la misma manera que ahora lo hace.
Ella cerró los ojos, tenía que hacerlo. El dolor de mis palabras
la derribó.
—Creí haber encontrado a la mujer con la que iba a pasar el
resto de mi vida. Tú. Alguien que me entiende, que nunca me juzgó.
Todo tiene sentido ahora. Cómo siempre quisiste saber sobre mi día,
sin nunca importar las vidas que tomé, los pecados que pagaría. Todo
lo que quería eras información sobre Emilio, es por eso que estuviste
a mi maldito lado, sin importa qué. Te dejé entrar, Evita. En mi vida.
En mi hogar. En mi cama. ¡En mi puto corazón! —gruñí, incapaz de
continuar con esta farsa flagrante de traición por más tiempo.
Empujando la culata de mi arma más fuerte en su corazón—. ¡No
eres más que una maldita mentira!
—Damien, por favor... te lo ruego... por favor...
La besé por última vez, necesitando recordarla precisamente de
esta manera antes de retroceder, manteniendo el objetivo de mi arma
sobre su corazón. Le ordené—: Ponte de rodillas.
Ella no lo hizo. Su cuerpo estaba temblando profusamente,
incapaz de respirar.
Pensar.
Moverse.
—¡AHORA!

Colocó sus manos en el aire delante de ella, como si eso fuera a


hacer un poco de diferencia. Ella escuchó, deslizándose al suelo
sobre sus rodillas delante de mí.
—No se puede juzgar a un pecador por sólo un pecado, y he
pecado suficiente para cosechar lo que sembramos. Ya sabes lo que
hago a la gente que me traiciona, malditos traidores... es lo que soy.
Es todo lo que sé —le indiqué con firmeza, las lágrimas se formaron
en mis ojos—. Para bien o para mal, ¿cierto, bebé?
Evita. Me. Conocía.
Ella debería haber sabido mejor.
—Damien, te am… —Ladeé el arma, y sus ojos se abrieron en
estado de pánico, miedo, comprensión.
—Sabes, siempre preferí el hasta que la muerte nos separe.
Y con eso... no dudé en apretar el gatillo. Poniendo fin a la vida
de otro maldito traidor, excepto que la única diferencia fue que...
Ésta era mi esposa.

20
Traducido por Jessibel

Damien
Conduje mi coche por las carreteras sinuosas en un estado
vacante. Mi cuerpo estaba rígido, mi cara no mostró ninguna
emoción, y sentí absolutamente nada. Había sido así durante los
últimos seis meses, moviéndome en el piloto automático. No podía
recordar la última vez que dormí durante más de una hora o dos. Mi
mente no paraba de devanar, reproduciendo toda mi maldita vida
cada vez que cerraba los ojos.
Era un torbellino de emociones.
Un catalizador de recuerdos.
Una pesadilla implacable que estaba viviendo en plena luz del
día.
A pesar de mi estado adormecido, todavía fui capaz de
graduarme con las mejores calificaciones de mi clase de la facultad
de derecho, y temprano. Era la única cosa que me mantuvo en
marcha. Me ahogué en el trabajo escolar, las clases, y Emilio.
Llegando al extremo de tomar algunos turnos adicionales en la
prisión para sacar mis frustraciones a través de actos de tortura.
Terriblemente tratando de ir a través de los días y noches. Sabiendo
que nada cambiaría. El día siguiente sería el mismo que el día
anterior. Todos estaban en la repetición constante, a pesar de que
iba adelante en el tiempo. Traté de no pensar en Evita, consciente de
que todo lo que siempre me había dicho era otra mentira de mierda.
No podía soportar ver, sentir u oler su presencia alrededor de mi
apartamento. Me hice cargo de las cosas, de la única manera que
consideré conveniente. Quemé todas sus malditas pertenencias.

La única mujer en realidad que dejé entrar en mi vida real,


terminó siendo igual que el resto de ellos.
Otro maldito traidor.
Tal vez fue mi karma por todas las vidas que había tomado y el
único corazón que había roto. Una y otra vez. Rosario y Emilio fueron
las dos únicas personas que sabían la verdad sobre la muerte
prematura de Evita. No hubo que darle vueltas a la verdad; Era lo
que era.
Sin malditos arrepentimientos.
Hice lo que tenía que hacer.
Como siempre, Rosario me proporcionó el apoyo que
necesitaba, siendo la única madre que había conocido. Emilio, por el
contrario, dio unas palmaditas en la espalda y sonrió. Diciendo
algunas cosas acerca de que todas las mujeres son unas zorras
mentirosas.
Amira trató de llegar a mí después de la muerte de Evita un par
de veces. Supuse que Rosario le dijo una cosa u otra, pero nunca la
verdad. Ella me dejó innumerables mensajes que iban de ser leídos,
pero no contestados. A menudo me sentaba en el balcón y los
reproducía sólo para escuchar su dulce voz que siempre me trajo
consuelo en su ausencia y en mi momento de necesidad. Traté con
todas mi fuerzas no ir a ella. Lo último que quería era que Amira
pensara que era mi rebote. No se merecía toda esta jodida mierda,
ella nunca lo pidió. Desde luego no le importaría una mierda sobre el
puto regalo de cumpleaños que estaba a punto de entregar.
Pero lo hice.
Por mucho que no me hubiera gustado lo hice, me importaba.
Mucho. Me había perdido sus últimos cumpleaños, y casi me aplastó
no estar allí para todos sus días importantes. Pasé su último
cumpleaños con Evita en mi cama y Amira en mi mente. No estaba a
punto de perder éste también. Sólo tenía que ver su cara, desearle
un feliz cumpleaños, y hablar con ella durante unos minutos, si lo
permitía. Esas eran mis únicas intenciones y expectativas mientras
conduje a la casa de Rosario, con una sensación de algo que ni
siquiera podía explicar o empezar a entender.
Tal vez fue la sensación de ir a casa.

Por otra parte, podría haber sido sólo Amira. La única persona
en todo el planeta que me podría hacer caer físicamente sobre mis
malditas rodillas con tan sólo una mirada.
No la merecía.
Nunca pedí por ella.
No podría haber estado más agradecido de tenerla.
Amira no me merecía tampoco, pero ninguna cantidad de
entrenamiento podría jamás echarla fuera de mi vida. Me conformé
con muchas cosas de las que no estaba orgulloso, pero Amira nunca
sería una de ellas. Siempre había sido mi refugio del caos pasando
en mi vida diaria.
Ella fue la excepción.
Ella era mi excepción.
En el fondo esperaba que no estuviera en casa, pero incluso
más allá de eso, oré porque lo hiciera. Mi corazón se aceleró un par
de latidos adicionales cuando salí de mi coche. Una vez más, pensé
en lo poco preparado que estaba realmente para verla. Se sentía como
si había pasado toda una vida desde que habíamos hablado, más de
un año y medio atrás. Este fue el período más largo de tiempo que
alguna vez había estado sin ella. Mi adrenalina bombeó
violentamente a través de mis venas con cada paso que me llevó más
cerca de la entrada.
A ella.
Con una larga respiración profunda tranquilizadora, caminé
por las escaleras hasta el porche y justo cuando estaba a punto de
tocar, la luz se encendió y la puerta se abrió. No estaba esperando
encontrarme cara a cara con Amira. Su expresión me dejó en un
estado de jodida conmoción, sin saber qué decir ni cómo ni siquiera
decirlo.
Por un breve instante, los dos nos quedamos allí sin decir una
palabra. He pasado los últimos seis meses muerto en el interior, y
todo lo que tomó fue un puto momento entre nosotros para sentirme
vivo de nuevo.
Ella era tan jodidamente perfecta.
Tan jodidamente mía.

Llevaba pantalones cortos de algodón de color rosa y una


camiseta blanca ajustada. Sin ni siquiera dejar caer mis ojos, pude
ver su vientre, donde su camiseta no acababa de cubrir su piel
bronceada. Sostenía un cuenco en sus manos con helado de fresa
derretido en el interior. Siempre lo revolvía en un círculo hasta que
su consistencia era suave y cremosa antes de comerlo. Era uno de
sus caprichos tontos que he llegado a amar. Traté de concentrarme
en otra cosa que el ensordecedor silencio entre nosotros, tratando de
concentrarme en formar cualquier pensamiento coherente. Ni una
sola palabra vino a la mente. Cuando había miles que quería decirle.
Ella fue la primera en romper el silencio, diciendo—: Ella no
está en casa. Mamá Rosa fue a La Habana para ayudar a un amigo.
Algo de lo que no sabes nada. Le diré que pasaste por aquí. —Su
intento de cerrar la maldita puerta en mi cara fue el único
desencadenante que necesitaba para salir fuera de mi estado
hipnótico. Lo mejor de mi personalidad era mi capacidad de actuar
con rapidez, y este era mi momento para atacar.
Mi mano detuvo la puerta más rápido de lo que pudo cerrarla,
y fácilmente la sostuve y empujé la madera sólida.
—No he venido a verla. Déjame entrar, abre la puerta —Pedí en
un neutral pero exigente tono.
—¿Por qué? ¿Qué desea, Damien?
—Sabes lo que quiero. Es tu cumpleaños.
—¿Sí? Tuve uno el año pasado también, y el año antes de eso y
el año antes, y no te molestaste en presentarse a cualquiera de
aquellos tampoco.
—Pasé para tu decimoséptimo cumpleaños, y no estabas aquí.
Tenía un regalo para enviar en tu decimoctavo cumpleaños, pero
pasó desapercibido para ti. Ahora estoy aquí de pie para tu
decimonoveno cumpleaños con otro regalo, así que por favor abre la
maldita puerta.
—¿Qué ha pasado en mi decimosexto cumpleaños, Damien?
¿Eh? ¡Oh si! ¡Recuerdo, te acostaste con una mujer delante de mí!
Ahora, ¿adivina qué? ¡No quiero nada de ti que no sea que te vayas!
Sin luchar, empujé a través de la puerta, moviéndola fuera del
camino para que pudiera mirarla a los ojos serios.

—Sabes que no quieres decir eso. La cagué, Amira. Todo lo que


hago es joderlo cuando se trata de ti. Pero todavía recuerdo la chica
que solía esperar con ansias por mí en su rincón de lectura que
construí sólo para ella. Te encantan los regalos. Siempre los has
tenido. Es por eso que esperas en tu cumpleaños y Navidad, y todas
las veces que sabías que iba a venir a verte. No hice más que
jodidamente consentirte, y ahora todo lo que quiero hacer es darte
mi regalo. Si aún quieres que me vaya después de abrirlo, lo haré.
Pero espero que no sea el caso.
Miró el paquete, envuelto en papel blanco con un lazo de satén
azul en mis brazos y asintió a regañadientes, dejándome entrar.
Probablemente porque sabía que no iba a salir hasta hacer mi
camino. Mi mano tocó de inmediato su piel suave en la parte baja de
la espalda, haciendo que se detuviera de respirar. Ella no estaba
esperando sentir las emociones que un ápice de mi tacto podría
evocar. Escondí una sonrisa, guiándola hacia el sofá de la sala de
estar para sentarse, internamente luchando por dejarla ir.
—Damien, no sé si esto es...
Agarré el cuenco de su regazo, reemplazándolo rápidamente con
mi presente. Tratando de distraerla de lo que iba a decir.
—Tira de la cinta —insistí, en cuclillas frente a ella para explicar
mientras lo abrió.
Amira hizo lo que le dije, tirando del lazo y levantando la tapa
del envase. No pude resistir, nunca pude cuando se trataba de ella,
y tomé un bocado de su helado. Sabiendo que su dulce boca estuvo
exactamente en la misma cuchara unos minutos antes.
La expresión de su cara me alejó de mis pensamientos
conscientes, asegurándome que ella no tenía idea de lo que era el
regalo. Tomó la caja hecha a mano y la sostuvo delante de ella.
—No entiendo. ¿Qué se supone que es?
Tomando un último bocado de helado, le cambié el cuenco por
la caja. Levanté la cubierta de plata, mostrando exactamente cómo
funcionaba.
—Un hombre en La Habana los hace. Está hecho de arcilla y
cuando se pone una vela en él, calienta para ayudar a mantener el
calor.

Ella mordió su labio inferior, revolviendo su helado. Tratando


de actuar imperturbable como si ella no estaba en lo más mínimo
interesada, a pesar de que sabía que lo estaba.
—Entonces, ¿qué hay de especial en eso?
Fui incapaz de contener una sonrisa en ese momento, su
pequeña boca sarcástica siempre tenía una manera de hacerme reír.
Tomé la vela que todavía estaba dentro de la envoltura y dejé la caja
sobre la mesa final junto a nosotros. Girando rápidamente la
lámpara, necesitando que la habitación fuese un poco oscura para
que su regalo funcionara.
—La parte especial viene cuando enciendes la vela y colocas la
tapa en la parte superior de la caja —le dije, pasándole los cerillos de
madera de mi bolsillo—. Adelante, enciende la vela, Muñeca.
No la había llamado así en años, y se sentía tan jodidamente
perfecto decirlo de mis labios. Durante unos segundos más, sus ojos
permanecieron conectados a los míos y estaba claro que ella pensó
lo mismo que yo. Pero lo sacudió, sin dejar de actuar como si la
imperturbable expresión de cariño no significa nada para ella,
cuando era todo para nosotros dos. Ella encendió la cerilla y se
inclinó para encender la vela.
—Mira hacia arriba, Amira.
Sus ojos se ampliaron notablemente, y su boca se abrió cuando
sus ojos miraron hacia mí. Juro que oí un gemido escapar de sus
labios mientras se daba cuenta del significado y el sentimiento detrás
de su regalo. Ella abrió la boca varias veces para decir algo, pero no
salió nada. No podía hablar. Apenas si podía mantenerse al día con
todos los recuerdos derrumbados sobre ella desde esa noche. Decidí
hablar por ella, señalando a las estrellas en el techo, y conectando
los puntos de la misma forma que lo hizo en el cielo nocturno, hace
cuatro años.
Repitiendo sus mismas palabras, reiteré—: Esa es la princesa
Andrómeda y ese es su marido, Perseo. ¿Ves cómo se unen en el
medio? No se puede decir donde una estrella termina y empieza la
otra, algo así como que están tomados de la mano.
Por unos momentos, tenía todo de ella ...
Su mente.

Su cuerpo.
Su alma.
Su corazón.
Todos ellos volvieron a mí, como si nunca se habían ido para
empezar. Ellos siempre han sido míos.
—Guau... Damien, no puedo... es decir... guau… —ella exhaló,
pasando la mano sobre la caja de calentamiento—. ¿Qué son estas
estrellas? —Preguntó ella en un tono absorto, deslizando la punta de
sus dedos sobre las estrellas azules y luego a la única color plata.
—Nueve niños —dije, con una sonrisa leve, esperando una
sonrisa de ella.
Obtuve una mirada condescendiente, en su lugar. —¿Por qué
hay sólo una de plata?
—Los azules son todos los chicos.
Y allí estaba. La risa que me ayudó a pasar tanta jodida mierda.
Al día de hoy era el sonido más dulce que había oído nunca. Casi
había olvidado cómo sonaba, y eso era algo que nunca quise olvidar.
Incluso si fue rápidamente silenciado, fue suficiente para llevarla por
mucho, mucho tiempo.
—Gracias, Damien, pero nada de esto cambia nada. No puedes
llegar hasta aquí después de un año y medio con un presente y
pensar que todo está bien. No es así. Traté de llamarte, me detuve en
tu apartamento a pesar de que me prometí que nunca pondría un pie
allí de nuevo. Pero lo hice por ti. Estaba preocupado por ti. Quiero
decir, no puedo imaginar lo que se siente perder a tu esposa. Debido
a un accidente de coche entre todas las cosas.
Mantuve la compostura, sabiendo que era una mentira que
Rosario le dijo. Simplemente declaré —: No estamos hablando de ella.
—Lo sé... lo entiendo... Amar a alguien y...
—Te amo, Muñeca. Siempre te he amado, y siempre lo haré. —
Fue la primera vez que había expresado esas dos palabras con ella
en voz alta. Tenía que decirlas, finalmente. Se quedaron en estado
latente, reprimidas en mí por el tiempo que había estado en mi vida.
Ella no trató de ocultar la expresión conmovedora en su cara en ese

momento. A pesar de que ya conocía mis sentimientos, creo que una


parte de ella también sabía lo difícil que era para mí expresarlo.
A cualquiera ...
Pero sobre todo a ella.
Ella tragó saliva. —Damien...
Me dirigí a ella de una zancada, me senté en la mesa de café
frente a ella. Puse mis manos a los lados de su cara y miré fijamente
sus ojos, debajo de nuestras estrellas. Finalmente pronunciando mi
maldita verdad para ella.
—Vine aquí para desearte un feliz cumpleaños, para darte tu
regalo, y para decirte que jodidamente te amo, Muñeca. Siempre, no
importa qué, te amaré. Necesito que recuerdes eso. ¿Crees que
podrías hacer eso por mí?
Sus ojos siguieron cada palabra. Ellos fueron mi perdición,
llenos de tanto amor por mí todavía, pero en un rápido movimiento,
ella agarró mis muñecas, tirando mis manos de su cara, y se levantó.
Caminó, dejándome sentado allí preguntándome qué jodidos acaba
de pasar.
Con una mirada fría, ella arrojó al instante—: ¿Quién demonios
te crees que eres? ¿Crees que puedes aparecer por aquí un día y... y
qué, Damien? ¿Continuar donde lo dejamos? —Ella me miró,
lentamente moviendo la cabeza en un movimiento calculado—.
¿Como si sólo vamos a volver a la época en que me miraste como
alguien que solías conocer? O peor, ¿alguien que no?
Me puse de pie, caminando bruscamente hacia ella. Ella no se
acobardó cuando mi gran estructura musculosa la eclipsó mientras
la presioné contra la pared. Bloqueando con mis brazos los lados de
su cara, necesitando probar mi puto punto. Su resolución se hizo
añicos cuando me incliné hacia delante, moviendo lentamente mis
labios a su oreja. Mi aliento caliente encendió el cosquilleo que corrió
por su espina dorsal. Susurré—: Te extraño. Te amo. Estoy
enamorado de ti. —Una por una sus reacciones irradiaban de su piel,
causando todo tipo de otras sensaciones. Tenía a mi chica aquí,
donde la quería.
Vulnerable.

Podía sentir su tenso cuerpo temblar a mi merced. Sabiendo


muy bien que estaba a su merced también.
No pasó mucho tiempo para que mi boca se acercara a la de
ella. La acerqué más a mí por el rincón de su cuello hasta que pude
sentir su aliento inestable contra mis labios. Asaltando hasta la
última fibra de mi puto ser.
Gemí a pulgadas de distancia de sus labios—: ¿se siente como
alguien que no te conoce?
—No puedes...
—¿No puedo hacer qué? ¿Eh? Dime, Muñeca. ¿Qué mierda no
puedo hacer? Porque no soy quien está fingiendo que no sabes hasta
la última cosa sobre mí. —De repente agarré sus muñecas y las llevé
por encima de su cabeza. Como rehén en mi apretado agarre
mientras agarraba suavemente la parte delantera de su cuello. Mi
dedo pulgar y el índice apretó sobre su pulso que aumentaba con mi
toque—. Todo lo que he hecho es tratar de protegerte. De Emilio, de
mi padre... de mí.
Ella cerró los ojos, mis palabras eran demasiado dolorosas para
ella escuchar.
—Estás a salvo, y eso es todo lo que me ha importado. Mereces
mucho más que cualquier cosa que pudiera ofrecerte, Amira. Pero
exactamente igual que aquellas constelaciones, ninguno de los dos
sabe dónde empieza o termina la otra. Y nada cambiará eso —Juré
cerca de sus labios.
Quería tocarla.
Quería besarla.
Sobre todo, quería jodidamente reclamarla.
Nunca entendiendo cómo algo tan malo...
Podía sentir tan jodidamente bien.
Fui el primero en apartarme de ella. Si no lo hiciera, no habría
sido capaz de dejarla ir. Logré lo que vine a hacer, y ya era hora de
irme. De inmediato abrió los ojos, mirando fijamente a los míos como
si supiera lo que estaba pensando. Sin querer que me fuera tanto
como yo no quería irme.

—Lo siento, Muñeca. Por el pasado, por el ahora, por el futuro...


por todo. —Con eso besé la parte superior de su cabeza, dejando que
mis labios permanecieran durante unos segundos más antes de
soltarla de mala gana. Caminé hacia la puerta, dejando todo lo que
siempre quise atrás.
A ella.

21
Traducido por Jessibel

Amira
Coloqué su regalo en mi mesita de noche, mirando las estrellas
en el techo por no sé cuánto tiempo, cuando finalmente me separé
para ir a la ducha. Estaba más confundida ahora por su inesperada
visita de lo que estaba antes de que incluso se presentó en mi puerta.
Su repentina presencia abrió viejas heridas, y me sentí como si me
estaba rompiendo de nuevo. Había llegado a aceptar lo que había
sucedido entre nosotros, pero nunca lo había olvidado. Estaba
sanando hasta que apareció, dolorosamente rasgando tiritas de mi
piel ya sensible. Tomando lejos cualquier progreso que había hecho.
Eso es lo que pasa con Damien, era una paradoja de contradicciones.
Sus palabras siempre hablaban una cosa, pero sus acciones siempre
demostraron otra.
Me quedé bajo el chorro de agua tibia, reflexionando sobre todo
de la noche, hasta que el rocío se volvió frío. Agarré una toalla, la
envolví alrededor de mi cuerpo mojado e hice mi camino de regreso a
mi habitación. Sólo quería pasar la mierda y evitar cualquier emoción
conflictiva que parecía agitarse siempre dentro de mí.
Por primera vez en años, entré en la habitación en la que una
vez compartimos, con nada más que las constelaciones de la vela
iluminando la habitación. Deteniéndome justo fuera de la puerta
para darme cuenta de la figura sombría que vagaba libremente.
Damien estaba allí, a pesar de que lo vi salir. Estaba de pie en
el centro de la habitación, mirando alrededor del espacio.
Observando cómo nada en mi habitación había cambiado, a pesar de
todo lo que entre nosotros había.

—No podía deshacerme de ellos —anuncié desde la puerta


detrás de él, mirando cómo acogió todos los regalos que me había
dado a lo largo de los años—. Lo intenté. Varias veces. Por tantas
veces que he perdido la cuenta. Cada vez que sacaba algo de uno de
los estantes, me sentía mal. Como si te estaba alejando, y por mucho
que quería deshacerme de ti, Damien, no pude. Ya ves, quiero
odiarte. Quiero odiarte tanto, pero no puedo. No puedo porque te amo
jodidamente mucho. ¿Tienes alguna idea de cómo se siente? Amar a
un hombre que no puede... no quiere... amarte de vuelta.
Él se volvió lentamente, sabiendo con precisión la forma en que
me encontraría.
Desnuda.
Mojada.
En nada más que una toalla.
En dos zancadas, cerró la distancia entre nosotros con tanta
fuerza que me estrellé contra la pared detrás de mí. Golpeándola con
un ruido sordo. Al instante me enjauló con sus brazos, haciéndome
sentir su amor y su odio.
No para mí.
Para el mismo.
—¿Qué haces, Damien? —Le pregunté sin aliento, lamiendo mis
labios como si los estaba preparando para él.
—No tengo ni maldita idea, Muñeca —admitió, una vez más,
inclinándose cerca de mi boca—. Nunca lo sé contigo. —Suavemente
dio besitos a mis labios, esperando mi reacción.
Gemí, dándole exactamente lo que quería.
Y era todo lo que necesitaba para perder el control.
Bruscamente se agarró a mi cintura, levantando mis muslos
para estar a horcajadas en su cintura. Tirando de mí cerca de su
cuerpo.
Su pecho.
Su corazón.

Me dio un beso, separando los labios con la lengua mientras me


llevaba a la cama. En el mismo colchón en el que había dormido a su
lado tantas veces en el pasado. Cuando calmaba mis pesadillas,
espantando a los monstruos de mis sueños tanto como lo hizo
cuando estaba despierta. Él me colocó suavemente hacia abajo,
abriendo mis piernas para colocarse entre ellas, dejándose caer sobre
mi cuerpo caliente. Acunando mi cara, ni una sola vez rompió
nuestro beso.
Nuestra conexión.
Nuestro amor por el otro.
Había algo diferente en él mientras se cernía sobre mí de una
manera que nunca había experimentado antes con él. Al igual que él
estaba tratando de mostrar un lado de él que ni siquiera sabía que
existía. Con ternura, me dio un beso profundo mientras sus manos
suavemente corrieron por mis hombros para tirar de la toalla en mi
cuerpo.
—Damien —dije con nerviosismo, temblando debajo de él, y él
apenas me estaba tocando.
No tenía ni idea de lo que me esperaba.
—Shhh... soy yo, Muñeca. Soy yo. Estoy aquí, shhh… —
murmuró, las mismas palabras que siempre había usado para
calmarme. Excepto que esta vez fue por razones completamente
diferentes.
Funcionó lo suficiente para aliviar mi preocupación. Me relajé
visiblemente de nuevo en las sábanas mientras me quitaba por
completo la toalla y como a él mismo de mi cuerpo. Inadvertidamente
lloriqueé, no sólo por la pérdida de su tacto, sino también de lo que
sabía que desesperadamente quería ver. Podía sentir sus ojos
mirando hasta la última pulgada de mi piel por primera vez, y no
pude evitar la sensación de inseguridad. No tenía el voluptuoso
cuerpo de Evita. Juro que sentí su mirada vagando sobre mis pechos
turgentes, mis pezones color canela, hasta la cintura estrecha y
delgada. Lentamente, deliberadamente, tomándose su tiempo. Mis
muslos se apretaron juntos cuando sentí su mirada en dirección a
mi área más sagrada.

Agarró mis rodillas ligeramente, extendiendo poco a poco mis


piernas para él. Más y más separadas.
—Soy yo, Muñeca. Necesito ver lo que siempre ha sido
jodidamente mío.
Mi cara se puso de un tono rojo por el deseo y la vergüenza, de
estar tan abierta para él. Podía sentir mi humedad acumulada entre
mis piernas por sus palabras y su tacto. Alimentando mi necesidad
de sentirlo, en cualquier lugar y en todas partes. Él causó que otro
gemido escapara de mis labios cuando sentí su mano lentamente
exponer mi clítoris.
—Amira —gimió con la voz ronca que nunca había oído antes
—. Abre tus ojos. Necesito que me mires mientras te estoy mirando.
Solté el aliento que no me había dado cuenta que estaba
conteniendo y cerré los ojos ante su mirada entrecerrada.
Eran extraños.
Desconocidos.
Y todo lo que alguna vez quise.
—Damien, soy...
—Nunca he deseado nada tanto como te deseo, Muñeca.
No sabía hasta qué punto esto iba a ir, pero no dudé en decir
con un suspiro—: Entonces tómame.
No tuve que decirle dos veces. Se quitó la chaqueta, la arrojó en
el suelo al lado de mi toalla. Cuando se acostó sobre su estómago, se
aferró a mis muslos y enterró su cara entre mis piernas.
Mis ojos se abrieron. —¿Qué estás…?
—Shhh —tarareó, chupando mi clítoris en su boca.
Mi espalda se sacudió de la cama, haciéndole reír mientras
movía su cabeza hacia arriba y abajo, de lado a lado, usando su
lengua para vibrar en contra de mi núcleo.
—Mmmm... Damien —Ronroneé, agarrando su cabello mientras
continuaba con su asalto oral. Nunca dejó de trabajar con sus labios
y lengua cuando comenzó a deslizar su dedo en mi empapado calor
acogedor.

—Oh, Dios... —gemí, curvando la espalda en el colchón debajo


de mí. Enteramente deshecha por su tacto.
Me devoraba con su lengua y dedos, haciéndome el amor con
su boca. Chupando duro y más exigente con cada segundo que
pasaba, hasta el punto que pensé que me iba a desmayar. Sabía que
había hecho esto con las mujeres antes, pero se sentía como si
estuviera experimentando las mismas sensaciones nuevas que yo. Su
boca y su mano estaban controlando mi cuerpo, pero mis reacciones
estaban controlando su fuerza de voluntad para mantener el control.
—Jesús... Damien... no puedo... es demasiado...
Un gruñido retumbante escapó de las profundidades de su
pecho. Mis palabras sólo probaron que todos mis pensamientos eran
correctos. Estaba perdiendo el control, y fue lo que hizo entregarme
por completo al poder que tenía sobre mí.
Me vine.
Me vine tan condenadamente duro que vi estrellas. Él no se
levantó, haciendo que me viniera una y otra vez, contra sus dedos y
su boca. Empecé a convulsionar, mi cuerpo se movió por su propia
voluntad. Al instante bloqueó su brazo por la parte inferior de mi
torso, sosteniéndome en su lugar. Mi espalda se arqueó fuera de la
cama, mis manos con los nudillos blancos por el agarre de las
sabanas, y mi cuerpo se sacudió con tanta fuerza que pensé que
nunca dejaría de desmoronarse.
—Oh, Dios... ahhh… —profusamente jadeé, mi cuerpo me
traicionó.
Orgasmo tras orgasmo. Llegaban ágil y rápido, uno después del
otro sin final a la vista. Al menos, no mientras él estaba entre mis
jodidas piernas.
—Por favor... Damien... por favor… —Me retorcía, pidiéndole
que se detuviera, tirando duro de sus cabellos hasta el punto que
pensé que iba a arrancarlo.
Soltó mi clítoris con un gemido implacable, no quería parar,
pero concedió piedad. Metió su lengua en mi calor, lamiendo,
chupando, tragando todos mis jugos como si yo era su comida
favorita. Poco a poco se sentó con una expresión de contento y
satisfecho en su rostro. Sonriendo mientras descaradamente se

limpió los labios y el mentón con el dorso de su brazo. Mostrándome


con precisión la cantidad de orgasmos que sólo causó él.
—Eso es todo, Muñeca. Tu dulce sexo se derramó todo sobre
mí.
Sus palabras tuvieron tanto efecto en mi cuerpo como su toque
acaba de hacer. Quería que me dijera más cosas así. No quería que
terminara. Arrancó su camisa tirando hacia arriba de la espalda y
por la cabeza, la tiró en el suelo junto al resto de nuestras cosas
mientras empezaba a desabrocharse el cinturón y los pantalones
vaqueros. —¿Segura que quieres hacer esto? Sólo di la palabra,
Amira, y me detendré ahora. Porque puedo garantizarte que una vez
que comience, no voy a ser capaz de retirarme. No contigo. Jamás
contigo.
No vacilé, ni por un segundo. —¿Lo prometes?
Sonrió, deslizándose por sus vaqueros, dejando que su duro
miembro sobresaliera libre. Mi rostro palideció, y mi cabeza se echó
hacia atrás contra la almohada. —Damien... oh mi Dios. Realmente
eres un monstruo.
Rió a carcajadas con tanta fuerza, echando su cabeza hacia
atrás.
—No podemos. No encajará. Me vas a matar con esa cosa.
Él sonrió maliciosamente, arrastrándose hasta mi cuerpo,
besando y lamiendo su camino hasta mis labios.
—Estoy hablando en serio, Damien. Esa cosa es demasiado
grande. Es demasiado grueso. No puedo…
Me besó con fuerza, ahogando mis palabras. —Es mi pene,
Muñeca. —Me besó a lo largo de mi cuello, abajo en la división de
mis pechos—. No mi cosa. Mi pene —reafirmó, mirando hacia mí a
través de sus entrecerrados ojos. Diciendo simplemente—: Amira,
fuiste hecha para mí.
Sonreí, comprendiendo exactamente lo que estaba tratando de
decir. Hizo su camino de regreso a mis labios, queriendo reclamarme
de nuevo. Agarrando mi pelo por el rincón de mi cuello, llevando mis
labios para encontrar los de él, depositando suaves besos en un
principio. Burlándose con la punta de su lengua, trazando mis labios

carnosos. Mi lengua buscó su salida, y nuestro beso se convirtió


rápidamente en uno apasionado, moviéndose por su propia voluntad.
Tomando lo que el otro necesitaba y viceversa.
Me besó con todo lo que pudo reunir. Me besó hasta que la tierra
dejó de moverse y el tiempo se detuvo. Había algo angustioso sobre
la forma en que nos movimos, era urgente, exigente, y todo
consumidor. No podíamos obtener suficiente de la degustación de
cada uno, dejándonos con sed y queriendo mucho más.
Yo quería todo.
Acarició el lado de mi cara, mis senos, la parte posterior de mis
muslos, como si él no sabía donde quería tocarme más.
—Te amo, Muñeca —dijo con voz ronca entre nuestros besos
apasionados.
—Te amo también —jadeé, necesitando que lo escuchara de mi.
Me besó como si su vida dependiera de ello. Como si yo era todo
lo que él quería y mucho más. Me cerní a él, para convertirnos en
una sola persona de la misma manera que siempre tuve antes.
—Damien… —gemí en una voz que no reconocí.
Nuestros cuerpos se movían en sincronía como si estuvieran
hechos el uno al otro, nada se podía comparar, ni siquiera se
acercaba a esto. Puse mi mano sobre su corazón latiendo rápido, que
latía con fuerza contra mi pecho y abrí los ojos, mirando
profusamente a los suyos.
La devoción.
La adoración.
El amor...
Que tenía para mí, se derramó fuera de sus oscuros, dilatados,
intensamente perforadores ojos.
—Allí está ella... esa es mi chica —dijo con voz áspera,
empujando lentamente dentro de mi.
—Ahhh... Damien...
—Shhh... Muñeca, te tengo.

Juro que sentí hasta la última pulgada de él mientras rasgó su


camino a través de mi virginidad. Mis dientes mordieron mi labio
inferior con la fuerza suficiente para probar la sangre. Probablemente
debí decirle que todavía era virgen, aunque me daba miedo que se
detuviera.
O peor aún, que no lo haría del todo.
Poco a poco, con ternura empujó dentro y fuera de mí, tratando
de calmar su respiración, mientras yo trataba de no tirar lejos de él.
Esperé a que el dolor inicial disminuyó, con la esperanza como el
infierno de que no me quemara así todo el tiempo. Mis quejidos y
gemidos no eran de placer, y fue entonces que supo.
Se detuvo, mirando amorosamente a mis ojos. Contemplando
qué decir antes de que él simplemente susurró—: Estoy tan
jodidamente enamorado de ti, Muñeca...
Las emociones que nunca había sentido antes fluían por todo
mi cuerpo, mientras que las sensaciones palpitante tomaron el dolor,
relajando mi cuerpo un poco más. Damien no solo me hizo el amor
lenta y apasionadamente, me reclamó sin palabras. Sus caderas
empujaron más y más en mí con un movimiento compasivo,
deliberado. No podía hacer nada más que rendirme a él. Entregarme
al único hombre que he amado con el corazón, el cuerpo y el alma.
Con cada beso, cada caricia, cada empuje, y cada Te amo, hizo
promesas implícitas. Con adoración besó toda mi cara, a lo largo de
mi línea de la mandíbula, la frente, y en la punta de mi nariz. La
habitación empezó a girar como lo hizo cuando su cara estaba entre
mis piernas. Mi cabeza cayó hacia atrás, y mi respiración se hizo más
fuerte, urgente, y tan bueno...
De inmediato lamió mi cuello y mis pechos, dejando pequeñas
marcas por todas partes. No quería moverme, quería disfrutar de la
sensación de él estando encima de mí.
—¿Eso se siente bien, bebé? —gruñó, haciendo su camino de
vuelta hasta mi boca.
Asentí con la cabeza, incapaz de formar palabras. Mis brazos
alcanzaron alrededor de él, abrazándolo con más fuerza a mi cuerpo,
queriendo sentir todo su peso sobre mí. Apoyó su frente en la mía.
Exhaló—: Abre los ojos. Déjame ver esos ojos marrones, Muñeca.

Lo hice, acogiendo la forma vivaz, boyante y llena de amor que


su mirada reflejó de regreso en la mía. Nuestras bocas se separaron,
todavía tocando y jadeando profusamente, tratando de sentir cada
sensación de nuestro contacto de piel a piel. Juro que el latido de
nuestro corazón resonó en las paredes.
—Maldición, bebé... Vente... vente en mi pene... justo así...
Aún sin palabras.
Me estaba viniendo. Me venía de la cabeza a los dedos de los
pies, y todo lo que necesitaba era seguir haciendo lo que estaba
haciendo. Un débil gemido se convirtió en un jadeo cuando él inclinó
la pierna más arriba, golpeando ese punto que sus dedos hicieron
antes. Como si pudiera sentir mis súplicas silenciosas, dando a mi
palpitante nudo cierta atención muy necesaria.
—¿Te gusta esto, muñeca? —preguntó con cálidas palabras y
besando apasionadamente mis labios.
—Damien… —Jadeé.
—Demonios, Amira... te sientes tan bien... tan jodidamente
apretada... tan jodidamente mía… —gruñó, en algún lugar entre el
placer y el dolor.
Caí.
Cayó.
Nos encontramos en un punto intermedio. Todo mi mundo se
salió de control, y también lo hizo el suyo mientras me estremecía
debajo de él, y su cuerpo se tensó por encima del mío.
Fue el comienzo de mi final o tal vez fue el final de mi comienzo.
No importaba porque era mi casa también.
Él siempre estaría en casa para mí.
—Te amo, Damien.
Levantando la cabeza, me dio un beso. —Eres lo mejor que me
ha pasado. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí… —Sonreí, recibiendo su amor. Nada existía en ese
momento, solo él y yo. Nadie más importaba, y todo mi mundo estaba
aquí.

Justo en esta sala.


Le amaba.
Siempre le había amado. Y no había ninguna duda en mi mente
que Damien sentía de la misma manera.
Este fue el comienzo.
Nuestro principio, y nada ni nadie podía llevárselo. No después
de esta noche. Él me hizo el amor innumerables veces, incapaz de
saciarse con mi cuerpo. Hasta que caí dormida en sus brazos, en su
mundo. Como si fuera toda su vida, también. Él me mantuvo tan
apretada como si nunca quería dejarme ir. En algún momento en la
oscuridad, sentí que empujó desde atrás dentro de mí. Estaba
exhausta y dolorida, pero todavía se sentía tan bien. Se sentía casi
como si estuviera entrando y saliendo de un sueño. Excepto que esta
vez su manera de hacer el amor se sentía diferente.
Más vulnerable.
Más impotente.
Más urgente y frenético.
—Damien —murmuré, tratando de abrir los ojos.
—Shhh... Muñeca... estoy aquí... Shhh... estoy aquí...
Esas palabras siempre me calmaban, no importa si estaba
despierta o dormida.
—Te amo... Jodidamente te amo... —agregó en una desolada
súplica desesperada que recordaría por el resto de mi vida.
La siguiente cosa que supe fue que desperté sorprendida a la
mañana siguiente. Algo me despertó de un profundo sueño. La
puerta de entrada tal vez. Me di la vuelta, dejando que todo
penetrase.
Tan pronto como la vi, supe.
En lo más profundo de mi alma, lo sabía.
Yuly.
Con una tarjeta que decía: Feliz Cumpleaños, Muñeca. Nunca he
sido tu héroe, pero siempre serás la mía.
Mi corazón explotó.

Morí en ese mismo momento.


Él no estaba tratando de iniciar un futuro conmigo. Lo que
pensé que fue nuestro comienzo fue en realidad nuestro fin.
Nuestra noche.
La noche que pasó horas adorándome fue su forma de decir....
Adiós
Para siempre.

22
Traducido por Jessibel

Damien
Te dije desde el principio de mi historia que no era nada más
que un jodido monstruo.
Al menos ahora, no me puedes llamar mentiroso...

Continuará…..
El Pecador (Saint-Sinner 2)

Agradecimientos
Boss man: Las palabras no pueden describir cuanto te quiero.
Gracias por SIEMPRE ser mi mejor amigo. No podría hacer esto sin
ti.

Papá: Gracias por siempre enseñarme lo que es el trabajo duro y lo


que puede completar. Por siempre decirme que puedo hacer
cualquier cosa en la que ponga mi mente.

Mamá: Gracias por SIEMPRE estar ahí para mi, sin importar qué.
Eres mi mejor amiga.

Julissa Rios: Te quiero y estoy orgullosa de ti. Gracias por ser un


dolor en mi trasero y por ser mi hermana. Sé que siempre estarás
para mi cuando te necesite.

Ysabelle & Gianna: Las quiero mis bebés.

Rebecca Marie: Gracias por una portada MARAVILLOSA. No sabría


qué hacer sin ti y tu fabulosa creatividad.

Heather Moss: ¡¡Gracias por todo lo que haces!! ¡No sabría qué hacer
sin ti! ¡Eres. La. Mejor. Asistente. Del. Mundo! ¡¡Nunca me dejas!! XO

Silla Webb: ¡Muchas gracias por tus ediciones y formatos! ¡Lo amo y
a ti!

Erin Noelle: ¡Gracias por todo lo que haces! ¡¡Y por tu edición!!

Enrico Ravenna: Gracias por ser la inspiración perfecta.

Noemi Rivera: Gracias por tu maravillosa cámara.

Michelle Tan: ¡El mejor Beta de todos!

Argie Sokoli: No podría hacer esto sin ti. Eres mi persona elegida.

Tammy McGowan: ¡Te quiero! Has estado conmigo por tanto tiempo
y no podría esta más agradecida por ti.

Michele Genderson McMullen: ¡¡Te quiero, te quiero!!

Carrie Waltenbaugh: Muchas gracias por tu honestidad.

Alison Evan-Maxwell: Gracias por venir en el último minuto y


conseguir hacerlo como una jefa.

Ewelina Rutyna: ¡Te quiero!

Mary Jo Toth: ¡Tus bu-bus son siempre grandiosos! ¡Gracias por


todo lo que haces en VIP!

Ella Gram: ¡Eres una dulce y maravillosa persona! Gracias por tu


amabilidad.

Tricia Bartley: ¡Tus comentarios y voz siempre me hacen reír!

Kristi Lynn: Gracias por toda tu honestidad y por unirte al equipo


M.

Pam Batchelor: Gracias por todas las sugerencias.

Susan Pearson: ¡Eres maravillosa con tu honestidad!

Patti Correa: ¡Eres maravillosa! ¡Gracias por todo!

Jennifer Pon: ¡Gracias por toda tu retroalimentación y sugerencias!


¡Eres maravillosa!

Nicola Spears: ¡¡Mucho amor para ti!!

Maria Naylet: Te quiero hasta la luna y de regreso.

Deborah E. Shipuleski: ¡Gracias por toda tu rápida y honesta


retroalimentación¡

Kaye Blanchard: ¡Gracias por querer unirte al equipo M!

KR Nadelson: ¡Te quiero!

Mel LuvstooRead: ¡Muchas gracias por todo! ¡Ayudaste mucho!


Allison East: ¡Gracias!

Louisa Brandenburger Michelle Chambers, Aidee Cruz, Bernadett


Lankovits, Sheila Marie, Leeann Kidson Van Rensburg, Stacy
Foster, Betty Lankovits, Emma Louise, Jessica Laws, Lisa Ward,
Lily Garcia, Nicole Erard: ¡¡Gracias por cada risa, cada sonrisa y
cada día que son mis pastelitos!!

¡¡¡A TODOS MIS VIPS!!!

Jettie Woodruff: Tú me completas.

A todos los blogueros:

UN INMENSO GRACIAS por todo el amor y soporte que me han


mostrado. He hecho algunas maravillosas amistades que llevo en mi
corazón. ¡Sé que sin ti no sería nada!! ¡¡No puedo AGRADECERTE lo
suficiente!! ¡Un agradecimiento especial a Like A Boss Promotions por
organizar mis giras!

Por último pero no menos importante.

A TI.

Mis lectores.

¡¡GRACIAS!!

Sin ti…

No sería nada.

S-ar putea să vă placă și