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Creo que a todos los padres de familia les gustaría que sus hijos fueran ordenados,
generosos, sinceros, responsables, leales, etc., pero existe mucha diferencia entre un deseo
difuso que queda reflejado en la palabra «ojalá» y un resultado deseado y previsto y que sea
realmente alcanzable. Es por eso que si los padres quieren formar a sus hijos en las
virtudes, tendrán que poner mucha intencionalidad en su desarrollo. Para ello hace falta
estar convencido de la importancia de las virtudes, de lo que son y del para que son.
Pero no sólo se trata de la intensidad con que los hijos viven las virtudes, sino también de
la rectitud de los motivos que tienen al vivirlas. Un ejemplo lo aclarará. Dos chicos están
entregando diez pesos a un compañero. El primero lo está haciendo porque sabe que su
padre está enfermo y la familia necesita dinero para poder comprar el remedio. El otro
chico lo está entregando porque su compañero le ha dicho que si no lo hace, lo agarrará a la
salida y le pegará. La diferencia de motivo hace del acto algo totalmente diferente. En el
primer caso, el motivo hace del acto, un acto virtuoso por ser recto. En cambio en el
segundo, por no ser una obra motivada por un bien, deja automáticamente de ser virtud.
Más bien, sería un vicio (temerario), porque al hacerlo el niño por temeridad, se aleja de la
virtud de la fortaleza.
Si los padres aclaran intelectualmente lo que significa cada una de las virtudes que
quieren desarrollar en sus hijos, será mucho más fácil aumentar el grado de intencionalidad.
Son criterios para pensar en que voy a insistir más; uno seria tener las características
concretas de este hijo; segundo, la naturaleza de la virtud, porque hay algunas virtudes que
se prestan mucho más a los mayores, como ser flexible, o prudente, o comprensivo. En
cambio hay otras que son más adecuadas para los pequeños. Y en tercer lugar tener en
cuenta cuales son los llamados valores familiares, que es como queremos que sea el estilo
de nuestra familia. Queremos una familia que sea muy preocupada por la responsabilidad
social, la amistad, la generosidad; cuales son las cosas que se quiere para esa familia de una
manera especial. Y también tener en cuenta cuales son las exigencias externas; no es lo
mismo preocuparse de virtudes en tal lugar, como por ejemplo en el campo, en donde uno
no requiere tanto la práctica de la virtud de la sociabilidad, o de la laboriosidad que si me
hará falta, si estoy trabajando en Nueva York…
Antes de sugerir tales virtudes a desarrollar, conviene primero recordar que la familia es
una organización natural, y que exige el apoyo de todos sus miembros, es decir: convivir
con los demás, aprender de los demás y ayudar cada uno a los demás a mejorar. De esto
dicho, es cómo podemos tomar como criterio la alegría, es decir como consecuencia de que
se está logrando la unidad. Por lo tanto, si hay que elegir en algunas virtudes para
comenzar, se deberá de insistir en aquellas que van a producir mayor alegría en la familia.
Si falta alegría en la familia es porque no se están cultivando mucho las virtudes.
A continuación, vamos a sugerir una distribución de virtudes, teniendo en cuenta los dos
primeros factores, teniendo en cuenta que cada familia es diferente, y que cada hijo y cada
padre requieren una atención diferente. Ahora, este esquema de virtudes a educar de un
modo preferente no debe usarse como base rígida para condicionar la actuación de los
padres. En todo caso, puede servir como una base flexible, en torno a la cual los padres
puedan guiarse.
Antes de los siete años los niños apenas tienen uso de razón y, por tanto, lo mejor que
pueden hacer es obedecer a sus educadores, a los padres o profesores, intentando vivir este
deber con cariño. Ahora, destacar esta virtud para los pequeños no le resta importancia para
los mayores. Mientras van pasando los años, el discernimiento personal deberá mejorar de
tal modo que cada uno actuará correctamente por voluntad y decisión propia sin recibir
tantas indicaciones de otros de que tiene que hacer y así uno obedecer. Sea la edad que se
tenga, el mérito está en obedecer a la persona con autoridad en todo lo que no va en contra
de la justicia. Ahora, los niños pueden obedecer por miedo o porque no hay más remedio
que cumplir una orden. Pero estos son motivos muy pobres y no logran una vida ordenada.
Se tratará de animarles a cumplir por amor, para ayudar a sus padres o a sus hermanos y, así
es como uno ya está comenzando a la vez a vivir la virtud de la generosidad.
A la vez, debemos desarrollar en los hijos la virtud de la sinceridad, porque la exigencia
de la que hemos hablado, tiene que ir pasando progresivamente de una exigencia desde el
hacer, hacia el pensar.
Por otra parte incluimos también la virtud del orden por varios motivos: 1) si no se
desarrolla desde pequeños, es mucho más difícil después; 2) es una virtud necesaria para
permitir una convivencia feliz; 3) tranquiliza a las madres de familia. Y esto, sin ninguna
broma
Estas tres virtudes formarán una base sólida para luego abrirse a más virtudes en la
próxima etapa.
También se percibe que los chicos de esta edad, cuando realizan una acción, suelen
pensar más en su acto que en sus destinatarios; es decir que no son muy conscientes del
porque hacen tales actos. Por ejemplo, un niño que le presta un lápiz su compañero, lo hará
no por ayudar a su compañero que necesita algo, sino que lo hará porque el profesor se lo
haya pedido. Es por esto que es conveniente conseguir a esta edad que los hijos sean
perseverantes, no en relación con la atención a una persona, por ejemplo, sino más bien, por
la satisfacción de haber superado algún obstáculo.
En todas estas virtudes hace falta el uso de la voluntad. Al leer las descripciones, verán
que se trata de «soportar molestias» (paciencia), de «esforzarse continuamente para dar a
los demás» (perseverancia), de «alcanzar lo decidido» (laboriosidad), de «resistir
influencias nocivas» (fortaleza), etc.
Es la edad de los retos (pero razonables), y también es una edad clave para «tirar hacia
arriba». Y, con esto, quiero decir elevar la vista de los niños hacia Dios y conseguir que
estas virtudes humanas reviertan en bien de la fe en desarrollo.
Quizá parezcan muchas virtudes para perseguir simultáneamente. Pero están muy
relacionadas. En caso de centrarse en una o dos de ellas es muy probable que el niño mejore
en las demás también.
A medida que van pasando los años, los jóvenes van a necesitar más explicaciones para
cumplir con esfuerzo un hábito operativo bueno. Entramos así en la adolescencia.
Si anteriormente hemos insistido en la fortaleza, ahora se trata de utilizar esa fuerza para
proteger lo más precioso de cada ser: su intimidad, es decir los sentimientos, los
pensamientos y no sólo los aspectos del cuerpo. Para ello se practicará las virtudes del
pudor y de la sobriedad.
Cando éramos niños, normalmente hemos aprendido a comportarnos, imitando a nuestros
padres. En cambio, cuando crecen, los hijos no están dispuestos a imitarnos, sino que estos
piden razones. Y nosotros tenemos que dárselas. Ahora, la mejor forma, a esta edad, de
darle un consejo a los hijos, es la de otorgarle la información que buscan de manera: clara,
corta, concisa, y cambiar de tema (cuatro ces).
Aparte de estas virtudes, también parece conveniente insistir en otras que tienen que ver
en sus relaciones con los demás. Por este motivo, se destacan la sociabilidad, la amistad, el
respeto y el patriotismo. También hemos incluido una virtud más para esta edad. La
sencillez, porque es lo que necesita el adolescente para comportarse de una manera
coherente según lo que es, y así aceptarse tal cual es.
Las primeras virtudes que destacamos para esta edad, se basan en una capacidad de razonar
inteligentemente. Me refiero a las virtudes de la prudencia, la flexibilidad, la comprensión y
también la lealtad y la humildad. Por eso, parece conveniente insistir en estas virtudes
cuando los jóvenes tienen más capacidad intelectual. Aquí el joven abre los ojos a su
entorno y busca una información adecuada, sabiendo las consecuencias antes de tomar
decisiones,
Los padres deben darse cuenta de que, en estas edades, ya es muy difícil exigir a sus
hijos para que hagan cosas, ni es muy conveniente hacerlo. Más bien se tratará de exigirles
mucho para que piensen antes de tomar sus propias decisiones, recordándoles,
continuamente, la importancia de establecer unos criterios en torno a los cuales se puede
decidir razonablemente. Hay que obligar a los jóvenes a plantearse seriamente el por qué de
sus propias vidas, de su futuro (el porqué del noviazgo, del estudio, de la salud, etc.) para
que lleguen a actuar coherentemente con unos valores. Aquí la importancia de la lealtad,
Para concluir, tenemos que decir una gran verdad en torno al tema de las virtudes y su
adquisición. No tiene gran importancia el hecho de destacar una virtud u otra; y hasta se
torna despreciable si lo se lo hace teóricamente y no ponerla en práctica. Lo que es más
importante y esencial en este estudio de las virtudes, es que los padres realicen una lucha de
superación personal, respecto a las virtudes que quieren desarrollar en sus hijos.
Convencerse de que realmente se puede vivir una vida virtuosa, aún en medio del desorden
de la vida vertiginosa de cada día. Los padres no se tienen que desesperar y menos
desanimar si su hijo no crece en la virtud en un mes o dos. Hay algunos en que se perciben
sus frutos pronto, y hay otros que requiere un poco mas de esfuerzo. Los padres deben de
ser el gran ejemplo de educador en tan gran tarea que le encomendó Dios. Es una larga
tarea, pero con una gran recompensa. Y para hacer más llevadera esta tarea de enseñar la
virtud a los hijos, hay algunas virtudes que los ayudarían a realizarlo. ¿Cuáles son las tres
virtudes que recomendaría especialmente para los padres de familia? Perseverancia,
paciencia y optimismo. ¡Ánimo…y adelante!
Bibliografía: