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OVNIS: TE JURO QUE LOS VI

Por Federico Bianchini






El de los platos voladores es un mundo de afirmaciones y negaciones, de crédulos e

incrédulos, de ficción, dichos incomprobables, mitos e imaginación. En abril de 2011, la

Fuerza Aérea argentina presentó una comisión oficial para estudiar algunos casos. En dos

años, no informó sobre ninguno. El editor de Anfibia Federico Bianchini visitó el edificio

Centinela, habló con los civiles de la comisión y entrevistó a quienes vieron o dijeron ver

luces o vida extraterrestre. ¿Verdad, duda o fantasía?

Imágenes del Astronomy Picture of the Day de la NASA

—Dame lápiz y papel —dice el piloto de Aerolíneas Argentinas Jorge Polanco, chomba
amarilla, ojos claros, gesto tranquilo en este bar de Palermo.

Y en el cuaderno dibuja el gráfico de su aterrizaje en Bariloche: el lago, la pista, la


maniobra en forma de gota, la flecha que representa el avión y, frente a él, a la derecha, la
luz que le cambiaría la vida.

—En la cabina éramos cuatro. El primer oficial dijo: che, ¿qué carajo es eso? Y cuando
levanté la cara vi algo de 30 metros de diámetro, con una luz arriba, naranja, que titilaba
como si estuviera respirando, y otra verde, un verde rarísimo que en la puta vida había
visto.

Empecé a pensar: esto es un sueño, no me puede estar pasando. Es un sueño y, en un


rato, me voy a despertar.

Dijeron los diarios más importantes del país que el 31 de julio de 1995, una luz siguió
durante 15 minutos al vuelo 734 de Aerolíneas Argentinas que manejaba Polanco. Según
comentaron en el aeropuerto, durante ese cuarto de hora, que coincidió con un apagón
eléctrico en toda la ciudad de Bariloche, los instrumentos de la torre de control fallaron:
las agujas se movían violentas. Desde un avión de gendarmería, que volaba dos mil pies
encima del Boeing, también vieron la luz.

—Fue la confirmación de algo que se venía hablando desde hacía mucho. La gente decía:
este tipo no chupa, no es un boludo, no se confunde con una luz cualquiera.

Esa noche, Polanco volvió a Buenos Aires manejando el mismo avión.

—Estaba agotado. Como si me hubieran molido a palos, como después de un ataque de


hígado que te hace vomitar toda la noche. Como si algo me hubiera sacado la energía.
A las 7.30 de la mañana siguiente lo despertó el teléfono. Querían hablar con él de una
radio de Bariloche. A las 8, el timbre. El portero le avisaba que en la puerta había, por lo
menos, quince periodistas.

“Era una luz entre ámbar y blanca, una especie de estrella pero bastante más grande y con
un brillo muy intenso. En la torre, algunos instrumentos empezaron a moverse de un lado
para otro sin ningún sentido”, dijo al diario Clarín, el entonces jefe de turno del
aeropuerto, suboficial principal Daniel García.

—A los tres días me llamó mi abogado para que fuera a su estudio: me querían conocer. Al
llegar, en la sala de reunión encontré la mesa con vasos de Coca Cola, sanguchitos de
miga, parecía un cumpleaños de chicos. Y personas: jueces de la Corte Suprema, jueces
federales, abogados. Mientras les contaba lo que había pasado hice un esquema en una
hoja. Cuando terminé, uno me pidió el papel y otro: ¡Yo también lo quiero! Y un tercero,
que gritaba que eso era un documento, una copia más. Me fui de ahí pensando que esos
tipos estaban completamente locos.
“Vimos sobre el lago una luz ámbar que aumentaba y disminuía de intensidad y se
desplazaba a gran velocidad hacia la Cordillera”, dijo al diario Crónica dos días después del
incidente, Juan Domingo Gaitán, copiloto del avión de gendarmería que volaba encima del
Boeing de Aerolíneas.

—Y después sí, fue una locura. Estaba comiendo en un restaurante y se me acercaba


alguien y me decía: “yo también vi algo, dejame que te cuente”. Salí en revistas, fui a la
televisión a almorzar con Mirtha Legrand dos veces, nota para esto, nota para el otro y a
los diez días estaba harto. Me venían a ver los que estudian los ovnis: me querían usar de
mujer barbuda. “Vení que tengo una conferencia en no sé dónde y quiero llevarte”. Yo he
corrido turismo carretera, tengo un programa de televisión, pero la repercusión de ese
caso superó lo que uno puede imaginar.

En la octava fila de asientos del vuelo 734 que manejaba Polanco, junto a la ventanilla
derecha, sentado: el periodista Mariano de Vedia, hoy editor de política del diario La
Nación, leía un libro de García Márquez. “El otoño del patriarca” o “Crónica de una muerte
anunciada”. No se acuerda cuál. “Me enteré de todo al día siguiente —cuenta por
teléfono—. Salvo por un sacudón y el comentario de que no se iba a poder aterrizar
porque no había luz en el aeropuerto, no vi nada: miré por la ventanilla, pero todo estaba
oscuro. A mí me quedó la sensación de que el piloto hizo una mala maniobra y debió
arreglarla con un movimiento brusco. Tengo la sospecha de que para justificar ese
movimiento ideó la fantasía que contó en todos lados. Quizás, después se la creyó. No sé
si existen los ovnis, pero para mí en ese vuelo no hubo una certera señal de que se tratara
de uno”.

—Yo me retrotraje mucho con este tema —sigue Polanco y de un trago termina el cafè—.
Me saturaron. Me hincharon las pelotas. Soy comandante de Jumbo desde hace 33 años,
soy asesor de la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC). Y en un momento dije:
ya está. El que quiere tener la cabeza abierta, el que quiere creer, que crea. Pero es muy
difícil encontrarte con tipos que te dicen: che, ¿vos viste un plato volador? No, boludo,
estaba al pedo e inventé este quilombo porque no tenía nada más que hacer.

Creer o no creer
El mundo de los ovnis es un mundo de afirmaciones y negaciones, de crédulos e
incrédulos, de ficción, dichos incomprobables, mitos y fantasía.

Los que creen parecen tener miedo de hablar abiertamente, reconocen que hay muchos
prejuicios, y antes de explayarse tantean a quien pregunta, lo miden, certifican si, aunque
mínimamente, comparte la creencia. Luego, ya en confianza, citan fechas y casos y
eventos y nombres en inglés, declaraciones, una montaña de información que, a ellos, les
resulta suficiente.

Dicen que los militares investigan y ocultan, que la iglesia pone mucho esfuerzo en que
nada se sepa, que a nadie le conviene encontrarse con una civilización mucho más
adelantada, con tecnología superior. Se esfuerzan en tratar de convencer a otros,
despertarlos, abrirles los ojos para que vean que todo esto no son puras palabras. Dicen
tener contacto con muchos científicos (físicos, astrónomos y otros) que no pueden decir lo
que piensan por temor a ser excomulgados de la comunidad. Dicen que, aunque sea
imposible de demostrar, de cada diez científicos, dos o tres creen en silencio.

Nombran comisiones locales que, afirman, nunca se dieron a conocer. Dicen que la página
web de la fuerza aérea chilena publica casos puntuales de avistajes, nombran ejemplos
internacionales de investigación y censura: mencionan el cierre del “Project Blue Book”
(Proyecto Libro Azul) en 1969, un programa estadounidense para la investigación ovni. Y
se preguntan por qué la fuerza aérea norteamericana dispuso las ordenanzas AFR 200-2 y
JANAP-146, que según dicen convencidos, establecen penas de 10 años de cárcel y US$ 10
mil a los pilotos civiles y militares que divulguen información de observaciones.

Sin embargo, en un momento de la charla, ante el pedido de datos precisos, referencias


puntuales, fuentes que puedan afirmar lo que ellos dicen, reflexivos, aceptan que hay una
barrera infranqueable en cuanto a la investigación. Se llega hasta donde se puede y luego,
a la hora de pensar el origen de los fenómenos, empiezan las hipótesis:

—Y ahí sí —dicen—, se propone cualquier cosa.

Y cuando se les pregunta qué se supone que son los ovnis, hablan de tres posibilidades:
Un fenómeno espacial que viene de otro planeta.

Un fenómeno de un mundo dimensional: adelantado al nuestro, quizás, 15 minutos.

Un fenómeno creado por una potencia terrestre.

Reconocen que ninguna de las tres opciones lleva a ningún lado. Reconocen que la gente
de ciencia se impacienta. Reconocen que hay una nebulosa en este punto pero creen que
de las consecuencias físicas, de lo que los ovnis producen, no se puede dudar: hay
terrenos quemados, hay una tecnología fuera de lo común, hay efectos magnéticos sobre
hombres y animales: pesadez, aletargamiento y sopor.

¿Su utopía? Encontrar un método predictivo. Revisar la estadística, los casos y las
particularidades de cada uno y así descubrir una clave, algo que indique cuándo un ovni va
a aparecer; para estar preparados y poder ir a su encuentro.

Del otro lado, los que dudan o no creen hablan de locura, de ansias de fama y
trascendencia, de mentira y negocios. Dicen que no hay nada concreto que demuestre
que existen los extraterrestres, ni los ovnis ni nada.
Están los que no saben demasiado sobre el tema, no conocen casos, fechas ni detalles.
Tampoco les interesan. Y los desmitificadores, que llevan adelante una guerra contra lo
que nombran como una manga de chantas. Conocen, con precisión, casos falsos,
burdamente armados y enumeran absurdos y sinsentidos, nombres de investigadores, a
los que tildan de truchos y asocian con fraudes memorables.

Los que dudan o no creen parecen tener ganas de que todo sea mentira. Parecen temer
que algo pueda ser verdad. Dicen que sí, que hay gente que ve. Y, luego, preguntan si de
esos avistajes se puede deducir la existencia de civilizaciones avanzadas. Y, arrebatados,
siguen: ¿Qué vieron? Seguramente meteoritos o globos aerostáticos o restos de un
satélite o aviones o helicópteros, prototipos militares, o fenómenos climatológicos poco
comunes, raros fuegos de San Telmo o meteoros ígneos, descargas de efecto corona
electroluminiscentse provocadas por la ionización del aire en fuertes tormentas eléctricas.

Dicen los que no creen que uno puede encontrar a quince, veinte personas, que digan que
un plato es circular aunque lo veamos cuadrado. Que el problema es cómo demuestra el
que argumenta que ese plato es circular.

Hay, también, conversos, arrepentidos. El periodista Alejandro Agostinelli es uno de ellos.


Y aunque hoy se defina como un agnóstico, hace unos 30 años armó un centro de
investigaciones ufológicas: el Centro de Estudios de Fenómenos Aéreos no
convencionales.

Luego, empezó a trabajar en diarios y revistas, investigó casos y se fue transformando, sin
quererlo, en un desmitificador. Publicó un libro, “Invasores. Historias reales sobre
extraterrestres en la Argentina” en el que compiló once historias de extraterrestres. En el
prólogo resume la experiencia. Escribe: “Yo también sabía que la ufología no era una
ciencia. Pero sus aficionados hacíamos lo posible por parecer científicos. Buscábamos
asesores en diferentes ramas del conocimiento, aprendíamos a hacer encuestas con el
manual Técnicas de investigación social, de Ezequiel Ander-Egg, y compartíamos un sueño:
descubrir algo capaz de poner patas para arriba a la ortodoxia científica. Pero éramos, en
realidad, una cruza extravagante de filatelistas, cazadores de pterodáctilos y micólogos:
coleccionábamos recortes, buscábamos platos voladores cuando ya se habían retirado y
desenterrábamos hongos en las zonas de aterrizaje”.

Hay, además de personas que creen y no creen, dudosos, agnósticos, conversos y


arrepentidos, casos que sorprenderían al prejuicioso. Como el del físico Stephen Hawking,
que uno supondría racionalista y escéptico, pero que en abril de 2010, meses antes de
negar a dios, descartarlo como creador del Universo, dijo que casi seguramente los seres
extraterrestres existan. Que los seres humanos deberíamos hacer todo lo posible para
evitarlos.

Creer o no creer en Dios es una cuestión de fe.

Al parecer, creer en los ovnis, también lo es.

Una comisión oficial

En 2011, según la Fundación Argentina de Ovnilogía (FAO), hubo en el país 250 avistajes:
observaciones de objetos, fotografías, videos, marcas de terrenos. Al menos para la
Argentina, en materia de ovnis no fue un año demasiado prolífico. La oleada más grande
de los últimos tiempos, según datos de la FAO, se produjo en 2008 con 555 casos
registrados. Si hubo más, nadie lo sabe. Y sin embargo, para los amantes argentinos de los
ovnis, los ufólogos, los curiosos del espacio, 2011 fue un año histórico por otro motivo: En
abril, la Fuerza Aérea presentó una Comisión de Investigación de Fenómenos
Aeroespaciales, un organismo oficial para estudiar casos ovnis, para responder “al
incremento de avistamientos por parte de la gente”, integrada por especialistas en
meteorología, interpretación de imágenes, fotografía aérea, ingenieros electrónicos,
aeronáuticos, radaristas licenciados y geólogos: militares racionales. Y por cinco civiles
que, sin duda alguna, creen.

Las reuniones se hacen una vez por mes en el edificio Cóndor, sede de la Fuerza Aérea, en
Retiro, cerca del puerto. Una enorme mole de cemento, con puertas y pasillos, más
puertas y más pasillos, donde uno no camina solo.
El chico rubio, de unos veinte años y el modo amable y cálido de un militar de bajo rango,
cuenta que se emitió un comunicado a las tres fuerzas que ordena que cualquier persona
que vea “algo extraño” debe informarlo a la Comisión. Además, explica, reciben denuncias
de civiles en la página. Y dice que esta mañana entrevistaron a un piloto, muy
experimentado, que vio luces extrañas en el cielo. Dice que si un periodista le pidiera a su
jefe el contacto de ese piloto, seguramente, él no tendría problemas en facilitarlo. Se
equivoca.

El jefe, a cargo de la comisión, es el vocero de la Fuerza Aérea, el capitán Mariano


Mohaupt. Hablar con él es como tratar de atravesar una pared de cemento empujándola
con la frente. Amable, se saca las preguntas de encima como si fueran hojas que hubieran
caído sobre su uniforme. Con delicadeza, las corre hacia el costado y, sonriendo, mientras
espera las siguientes, las ve girar hasta el suelo.

Uno pregunta y él responde, en casos, como si las palabras que suceden a la consulta no
tuvieran por qué tener una estricta relación con la misma.

—Leí que anteriormente que, si bien no se dieron a conocer, a lo largo de la historia en la


Fuerza Aérea Argentina hubo comisiones que investigaron casos de ovnis. ¿Ese material
de archivo se pudo usar?

—La comisión empieza basándose en cuestiones netamente técnicas y profesionales con


personal que se encuentra en este momento en actividad, y personal que está afuera. Lo
importante es que la comisión sea interdisciplinaria y que las profesiones de sus diversos
integrantes confluyan en el objeto de estudio para, de esa forma, poder determinar
cuestiones de la manera más conveniente posible.

Mohaupt explica que se trata de aprovechar “las capacidades remanentes de la


institución”. Es decir, que el personal participa “sin perjuicio de sus funciones”. Dice que la
Fuerza Aérea uruguaya tiene una comisión, que Chile tiene la suya, que Brasil lo mismo.
“Somos parte de una suerte de contexto internacional”. Que la comisión nació a raíz de
consultas de la ciudadanía. Y que hasta el momento han obtenido resultados
satisfactorios.

Los procedimientos, detalla, son similares a los que usa la junta investigadora de
accidentes. Llegan al lugar, entrevistan a posibles testigos y analizan la información. No
obstante, en la charla, que durará media hora, el capitán dirá cinco veces que la comisión
“no es un órgano de difusión”.

—¿A qué se refiere puntualmente?

—Nosotros investigamos. Si en un momento determinado no se sabe qué es algo, habrá


que acumular información para que, en otro momento, quizás se pueda saber de qué se
trata. Sin embargo, mientras tanto puede jugar la imaginación. Y nosotros no podemos
estar sujetos a eso.

Servicios Ad Honórem

Si en enero de 1976, Carlos Ferguson no hubiera visto, sobre esa terraza de Saavedra el
objeto color aluminio, dos platos perfectos uno junto a otro, que se movía de izquierda a
derecha, de derecha a izquierda, a menos de 45 metros de donde él estaba, no se habría
metido en este tema. Pero, dice hoy en el comedor de su casa de La Plata, lo vio.

—Era un platillo volador, que se elevó hasta quedar hecho un punto y desapareció hacia el
sudeste.

Decidió empezar a investigar. Le escribió al reconocido ufólogo Fabio Zerpa: trabajó cinco
años con él. Y, luego, en 1991, para aunar esfuerzos en la titánica tarea de entender el
fenómeno ovni, decidió formar la Red Argentina de Ovnilogía (RAO), que reunía a 50
grupos nacionales y de países limítrofes.

Un día de 2010, Ferguson, que trabaja en el área logística del Ministerio de Educación de
la Provincia de Buenos Aires, se enteró por los diarios de que la Fuerza Aérea iba a armar
una comisión, pero no como las anteriores, puertas adentro, sigilosas, sino una más
abierta. Y decidió contactarse.

—Tuve suerte, o habrá sido la insistencia al llamar.

Fue el primer convocado.

Luego, le pidieron que sugiriera nombres, y él sugirió. Alberto Brunetti, del Grupo
Investigador de Fenómenos Aeroespaciales Desconocidos (GIFAD); Carlos Alberto Iurchuk,
analista de sistemas e investigador independiente de fenómenos siderales, y Andrea
Simondini, de la CEFORA, la Comisión de Estudios Fenómeno ovnis de la República
Argentina. Todos prestarían servicios ad honorem.
El mayor aporte que hicieron a la comisión, dice, fueron dos test. Uno más simple, de
extrañeza y credibilidad, creado por el norteamericano Josef Allen Hynek, que los ufólogos
usan al llegar a un lugar.

Y otro, mucho más complejo, que sirve para clasificar los casos en cuanto a su puntaje: el
test de índice de certidumbre. Un test difícil de aplicar, pero al parecer muy preciso,
estructurado en base a tres factores (fuente, extrañeza y credibilidad) que al multiplicarse
darán un número, un resultado que definirá si un caso es “bueno” o no merece atención.

1. La fuente tiene distintos valores. Si es desconocida o dudosa, no sirve (valor cero). Si


pertenece a la prensa, el valor es 0,3. Si es un caso de difusión oficial o lo está
investigando una comisión oficial, el valor es 1.

2. La extrañeza, a su vez, se divide en siete subfactores: aspecto anómalo, movimientos


anómalos, incongruencia físico espacial, detección tecnológica, encuentro cercano (menos
de 150 metros), existencia de seres, existencia de luces y efectos. Cada subfactor vale 1/7.
Si hay cuatro, la extrañeza será de 4/7.

3. La credibilidad, por último, se divide también en seis subfactores (número de testigos,


profesión, edad, relación entre testigos, relación geográfica entre ellos, actividad del
testigo a la hora de la visión), que antes de ser sumados entre sí deben multiplicarse por
un coeficiente fijo que corresponde a cada subfactor. Por ejemplo: si el testigo es
trabajador o ama de casa, el valor es 0,1. Si es estudiante universitario: 0,6. Hombres de
negocios, empleados, comerciantes o artistas: 0,14. A este valor hay que multiplicarlo por
el número 0,2.
No es lo mismo si los testigos están viajando (0,01) que si estaban haciendo una actividad
cultural o intelectual (0,12), que si estaban trabajando (0.15). Este item debe multiplicarse
por 0,15.

De acuerdo al puntaje que tengan, los casos se ordenan según fiabilidad.

—Desde 1940 a 2011, de 1.700 casos que tenemos contabilizados en la Argentina, sólo
hay 150 realmente buenos —dice Ferguson—. Uno de los que figura como los mejores,
que dio la vuelta al mundo y apareció en libros de investigación oficial en Europa es el de
Bariloche, el del comandante Polanco.

Si bien para los civiles que la integran la comisión fue un sueño, algo que habían esperado
durante años, dentro de los ufólogos hay opositores furiosos que creen que todo esto es
una maniobra de ocultamiento.

“Una verdadera cortina de humo”, dice por teléfono Luis Burgos, presidente de la
Federación Argentina de Ovnilogía (FAO). “No se armó para aclarar sino para desinformar
y ridiculizar a los investigadores”.

Burgos está enojado. Dice que desde hace un año, a pesar de los 300 reportes ovnis en el
país, la Comisión no emitió una sola declaración. Dice: “La integran meteorólogos,
ingenieros, personas que están en contra del fenómeno. Para ellos, nosotros le mentimos
a la gente”.

El mundo ovni es más chico de lo que parece. Burgos trabajó con varios de los civiles que
integran la Comisión. Civiles que, según dice, lo defraudaron: lo decepcionaron por
completo. “Pensaron que debajo de una comisión gubernamental iban a tener acceso a
algo. Pero, por ahora, no les dieron nada. Cada uno sabe lo que hace: yo, al menos, los
pantalones no me los bajo”.

Queremos saber la verdad

A principios de octubre de 2012, a días de la explosión que sacudió el barrio 9 de abril, en


Esteban Echeverría, el cartel escrito sobre una sábana blanca, seguía colgado de una de las
vallas que había puesto la policía. En letras negras, desprolijas, se leía: “No fue gas. Los
vecinos queremos saber la verdad”.

El lunes 29 de septiembre, cerca de las dos de la mañana, una explosión increíble mató a
la peruana Silvia Espinoza (43), hirió a otras ocho personas, derrumbó dos casas y afectó
otras cien. Nadie sabe quién lo dijo primero, pero la mañana que siguió al accidente en la
televisión había ufólogos y especialistas que hablaban de la posibilidad de un meteorito,
un ovni, un microcometa, un fragmento de chatarra espacial, entre muchas otras cosas.
En un canal, incluso, se publicó la foto de una bola de fuego roja que, dijeron, un vecino
había tomado con su celular.

Julio Leiva, que vive en la esquina de Vernet y Los Andes, les contó a los periodistas que
estaba en la cocina calentando agua para tomar unos mates, cuando en la ventana vio
“una cosa roja con forma de pera que bajaba del cielo”. Otros vecinos también vieron, o
sintieron, o creyeron ver o sentir que algo raro había pasado. Luego, alguien dijo que la
foto era falsa. Luego, supuestamente, la policía detuvo al hombre que había difundido la
foto.

La fiscal de la causa dio intervención a la Comisión Investigadora de Fenómenos


Aeroespaciales. La comisión se hizo presente. Los civiles aplicaron el test de mayor
simpleza, el de Hynek, el test de extrañeza y credibilidad. Se lo aplicaron a tres testigos,
incluyendo a Julio Leiva. Según los resultados, el caso no cumplió con el mínimo valor
aceptable para ser válido. Sin embargo, según los mismos resultados, los testigos no
mintieron ni fabularon.
Ese mismo día, hombres de la CONEA, con trajes blancos y máscaras y guantes verdes,
midieron la radiación en el lugar.
Luego, hubo una limpieza de los escombros.

El martes a la noche los vecinos quemaron gomas y cortaron la calle. Querían que
liberaran al preso que habría difundido la foto, querían que dejaran de decir que había
sido un escape de gas, querían una explicación: ellos sabían que todo era mentira.

“Una vecina que vive a 13 cuadras comentaba que se le prendió y se le apago la luz, esto
lo dijeron un montón de vecinos, la luz se prendió y se apagó en el mismo momento”,
decía alarmada la movilera de un canal de televisión y seguía: “A los vecinos les llamó
atención que se hubiera limpiado tan rápido absolutamente todo”. En los demás
programas se consultaban especialistas, se mostraba el lugar. Se hablaba mucho y se
explicaba bien poco. Y cada vez era más los vecinos que decían haber visto un ovni.

A seis meses de la explosión, en el departamento de prensa de la Unidad Fiscal de


Investigación 6 de Lomas de Zamora, a cargo del caso, indican que si bien “las tareas
investigativas continuaban”, las pericias de Fuerza Aérea, bomberos y policía fueron
concluyentes. “Se comprobó que hubo conexiones clandestinas de gas y se imputó a los
dueños de la casa que explotó. Por otra parte, se agregaron oficios de la Fuerza Aérea
donde dicen que en esa fecha no hubo movimientos interestelares ni meteoritos que
pudieran estar relacionados con los hechos”.

Y sin embargo, los vecinos siguen creyendo que la municipalidad y la policía esconden
algo. Cuando se les pregunta, no dejan de mencionar la palabra ovni.

El creador de la Red Argentina de Ovnilogía cree que mucha gente entró al lugar. Que se
hizo lo que no hay que hacer en estos casos: en vez de cercar el perímetro y realizar una
minuciosa requisa del terreno, las topadoras removieron todo. Que la investigación se
derrumbó en el momento en que las pruebas desaparecieron. Que, sin elementos, el caso
quedará como inválido. Que ya, nunca más, se podrá saber qué fue lo que
verdaderamente pasó.

Epílogo
¿Qué fue lo que verderamente pasó?

Mi tío me llama por teléfono desde Mendoza. Le cuento que estoy viendo unas fotos en
internet, unas fotos que parecen cuadros pero son del espacio. Me pregunta por qué
estoy viendo eso. Estoy terminando una nota sobre los OVNIS, tío, el eje de la nota es que,
a fin de cuentas, creer o no creer es una cuestión de fe.

—No, no. Yo los vi.

Mi tío es universitario, da clases en un posgrado, hace poco lo convocaron desde Arabia


Saudita para que hiciera una consultoría. Viajó: le fue bien.

— ¿Cómo?

— Fue a principios de febrero del 64. En ese momento yo vivía en una pension cerca del
centro de Bahía Blanca, sobre la Avenida Alem, a unas cuadras de la Plaza Rivadavia. Me
acuerdo, era una noche calurosa. Y de pronto, todos mirando hacia arriba. Una formación
de tres estrellas. Me acuerdo, haber dicho: pucha, ¿y eso qué es?

—…

— Cambiaban de color: verde, azul, rojo, era muy extraño. Parecían estáticas, pero de
repente salieron a una velocidad notable. Como tejos, rajando para un solo lado. No sé
cuánto tiempo pasó, deben haber sido unos cinco minutos, pero al día siguiente saliò una
nota en el diario La Nueva Provincia. Mucha gente los había visto.

Lo saludo. Corto. Sigo viendo fotos.

Parecen cuadros abstractos.

Así es el espacio. Debe ser así.

Habrá que creer, ¿no?

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