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Religión Católica.
DESARROLLO TEMARIO RELIGIÓN CATÓLICA
DOMINIO 1: BÍBLICO
1.1.- Explicar conceptos bíblicos básicos y las relaciones entre ellos: inspiración,
revelación, canon, verdad/inerrancia.
* Inspiración: es el concepto teológico según el cual las obras y hechos de seres
humanos íntimamente conectados con Dios, sobre todo las Escrituras del Antiguo y
Nuevo Testamento, recibieron una supervisión especial del Espíritu Santo, de tal
manera que las palabras allí registradas expresan, de alguna manera, la revelación de
Dios. Ej.: “La Iglesia reconoce que todos los libros de la Biblia, con todas sus partes,
son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Dei Verbum
11).
* Revelación: En religión y teología, la revelación divina consiste en revelar,
descubrir o hacer algo obvio a través de comunicación activa o pasiva con alguna
entidad sobrenatural. Según con la tradición judeocristiana la revelación puede
originarse directamente a partir de una deidad o a través de algún agente de la misma,
como un ángel.
* Canon: El canon bíblico es el conjunto de libros de la historia del pueblo judío
que la tradición judeocristiana considera divinamente inspirados y que por lo tanto
constituyen la Biblia. El canon bíblico cristiano está constituido por los cánones del
Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Existen diferentes opiniones respecto a
la canonicidad de distintos libros de la Biblia como lo son los llamados libros
Deuterocanónicos, algunas religiones los consideran apócrifos.
* Verdad/ Inerrancia: En la teología cristiana, la inerrancia de la Biblia es una
doctrina que consiste básicamente en la falta de error o de fallas en las Sagradas
Escrituras, las que, al ser inspiradas por Dios mismo, siempre dicen la verdad, y no se
equivocan
1.2.- Identificar los temas centrales asociados a los diferentes libros que componen
la Biblia
ANTIGUO TESTAMENTO.
GENESIS: La creación; el pecado; penuria y promesa de redención.
EXODO: Salida de Egipto; recepción de la ley mosaica.
LEVITICO: Leyes en cuanto al sacerdocio y los sacrificios.
NUMEROS: Israel en el desierto.
DEUTERONOMIO: Últimas palabras de Moisés a Israel.
JOSUE: Conquista de Canaán (cumplimiento de la promesa).
JUECES: Inconstancia de Israel; paciencia y fuerza de Dios.
RUT: Linaje de Cristo preservado y Dios obrando en una gentil.
I SAMUEL: Reino hebreo establecido bajo Saúl y David.
II SAMUEL: Reinado de David.
I REYES: Reinado de Salomón y división del reino.
II REYES: El reino dividido, degenerado y destruido.
I CRONICAS: Historia del reino hebreo, especialmente bajo David.
II CRONICAS: Reinado de Salomón y división del reino.
ESDRAS: Regreso del cautiverio; reconstrucción del templo.
NEHEMIAS: Reconstrucción de los muros de Jerusalén.
ESTER: Liberación del pueblo por la providencia de Dios.
JOB: Cuando el sufrimiento humano es permitido por Dios.
SALMOS: Alabanzas, oraciones.
PROVERBIOS: Consejos sabios sobre la vida práctica.
ECLESIASTES: Búsqueda de la felicidad y propósito de la vida.
CANTARES: Poema de amor.
ISAIAS: Exhortaciones al arrepentimiento y profecías mesiánicas.
JEREMIAS: Advertencias sobre el cautiverio; profecías mesiánicas.
LAMENTACIONES: Lamentación por la destrucción de Jerusalén.
EZEQUIEL: Visiones sobre la destrucción de Jerusalén.
DANIEL: Cautivos en Babilonia; La soberanía de Dios.
OSEAS: Justicia y amor de Yahvé.
JOEL: La venida del Señor; derramamiento del Espíritu Santo.
AMOS: Predicciones del castigo y restauración de Israel.
ABDIAS: Predicción del castigo de Edom.
JONAS: Amor de Dios por el pecador y falta del mismo en Jonás.
MIQUEAS: Predicción de la destrucción de Samaria y Judá.
NAHUM: Predicción de la destrucción de Nínive.
HABACUC: Predicción de la invasión a Judá.
SOFONIAS: Predicción de la destrucción y restauración de Judá.
HAGEO: Exhortación urgente a reconstruir el templo.
ZACARIAS: Reconstrucción del templo y predicciones mesiánicas.
MALAQUIAS: Corrupción e indiferencia religiosa y advertencias.
NUEVO TESTAMENTO.
MATEO: Jesucristo cumple las profecías del A.T.
MARCOS: Las obras del Salvador.
LUCAS: La historia de Jesucristo en forma ordenada.
JUAN: Jesús es el Cristo el Hijo de Dios.
HECHOS: Establecimiento de la Iglesia y sus primeros días.
ROMANOS: Justificación por fe.
I CORINTIOS: La doctrina de la cruz y su aplicación social.
II CORINTIOS: Defensa del apostolado de Pablo.
GALATAS: Constitución de la libertad en Cristo.
EFESIOS: La Iglesia gloriosa.
FILIPENSES: El gozo cristiano.
COLOSENSES: La preeminencia de Cristo.
I TESALONICENSES: La segunda venida de Cristo.
II TESALONICENSES: Predicción de la apostasía.
I TIMOTEO: Rechazar a los falsos maestros.
II TIMOTEO: La sana doctrina.
TITO: La obra del evangelista.
FILEMON: Orientaciones sobre el trato entre siervo y amo.
HEBREOS: Superioridad de Cristo sobre el Antiguo Pacto.
SANTIAGO: La religión práctica.
I PEDRO: Fuerza y ánimo en medio de persecuciones.
II PEDRO: El peligro de las falsas enseñanzas.
I JUAN: El amor, obediencia a Dios y fidelidad a la doctrina.
II y III JUAN: Condenación a falsos maestros y advertencias.
JUDAS: Advertencia contra falsos maestros.
APOCALIPSIS: La victoria de Cristo y el cristiano fiel.
1.3.- Distinguir cuáles son los dos modos a través de los que se entrega la Verdad
Revelada.
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»
(1 Tim 2, 4), es decir, de Jesucristo. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos
los hombres, según su propio mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos»
(Mt 28, 19). Esto se lleva a cabo mediante la Tradición Apostólica. (Catecismo de la
Iglesia Católica # 74)
La Tradición Apostólica es la transmisión del mensaje de Cristo llevada a cabo, desde
los comienzos del cristianismo, por la predicación, el testimonio, las instituciones, el
culto y los escritos inspirados. Los Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos
y, a través de éstos, a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que
habían recibido de Cristo y aprendido del Espíritu Santo. (Catecismo de la Iglesia
Católica # 75-79, 83, 96-98)
La Tradición Apostólica se realiza de dos modos: con la transmisión viva de la Palabra
de Dios (también llamada simplemente Tradición) y con la Sagrada Escritura, que es el
mismo anuncio de la salvación puesto por escrito. (Catecismo de la Iglesia Católica #
76)
76 La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
- Oralmente: "los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones,
transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo
y lo que el Espíritu Santo les enseñó";
- Por escrito: "los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito
el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
1.6.- Relacionar las verdades del credo apostólico con textos bíblicos.
Cada Domingo proclamamos con gozo el Credo durante la celebración de la Eucaristía.
Así lo hemos hecho por muchos siglos. En este tiempo de tanta confusión con iglesias
y sectas apareciendo como un mercado religioso, es importante descubrir que lo que los
católicos creemos es la fe de siempre, es el Credo de la Biblia.
• Creo en Dios. "Nuestro Dios es el único Señor" (Deuteronomio 6,4; Mc 12,29)
• Padre Todo Poderoso. "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios"
(Lucas 18,27).
• Creador del Cielo y la Tierra. "En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la
tierra"(Génesis 1,1).
• Creo en Jesucristo. "El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que
Dios es" (Hebreos 1,3).
• Su único Hijo. "Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Único, para que todo
aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16).
• Nuestro Señor. "Dios lo ha hecho Señor y Mesías" (Hechos 2,36).
• Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder del Dios altísimo descansará sobre ti como una nube. Por eso, el
niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lucas 1,35).
• Nació de Santa María Virgen. "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el
Señor había dicho por medio del profeta: ‘la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo,
al que pondrá por nombre Emmanuel´ (que significa "Dios con nosotros")" (Mateo
1,22-23).
• Padeció bajo el poder de Poncio Pilato. "Pilato tomó entonces a Jesús y mandó
azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de
Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro" (Juan 19,1-2).
• Fue crucificado. "Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado ‘lugar de la Calavera´
(o que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a
cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: ‘Jesús de Nazaret,
Rey de los judíos" (Juan 19,17-19).
• Muerto y sepultado. "Jesús gritó con fuerza y dijo: ¡Padre en tus manos encomiendo
mi espíritu! Y al decir esto, murió (Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo
envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en una peña,
donde todavía no habían sepultado a nadie (Lucas 23,53).
• Descendió a los infiernos. "Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era,
volvió a la vida. Y como ser espiritual, fue y predicó a los espíritus que estaban presos"
(1Pedro 3,18-19).
• Al tercer día resucito de entre los muertos. "Cristo murió por nuestros pecados, como
dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día" (1Corintios 15, 3-
4).
• Subió a los cielos, y está sentado a la derecha del Padre Todopoderoso. "El Señor
Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos 16,19).
• Desde ahí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. "Él nos envió a anunciarle al pueblo
que Dios lo ha puesto como juez de los vivos y de los muertos" (Hechos 10,42).
• Creo en el Espíritu Santo. "Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por
medio del Espíritu Santo que nos ha dado" (Romanos 5,5).
• Creo en la iglesia que es una. "Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo
en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado". (Jn 17,21; Jn 10,14; Ef 4,4-5)
• Santa. "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa (Ef 1,1). En efecto,
Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ´el solo
santo´, amó a su Iglesia como a su esposa (Ef 5,25). Él se entregó por ella para
santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu
Santo para gloria de Dios" (Ef 5,26-27). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios"
(1 Pe 2,9), y sus miembros son llamados "santos" (Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1).
• Católica. "Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia;
y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (Mateo 16,18). Posee la plenitud
que Cristo le da (Ef 1,22-23). Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión
a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19)
• Y Apostólica. El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá
hasta la plena consumación del Reino. Ante todo, está la elección de los Doce con
Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de
Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap
21, 1214). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en
la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con
todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.2 Tim 2,2
• Creo en la comunión de los Santos. "Después de esto, miré y vi una gran multitud de
todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante
del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos" (Apocalipsis 7,9).
• El perdón de los pecados. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán
perdonados" (Juan 20,23).
• La resurrección. "Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales" (Romanos 8,11).
• Y la vida eterna. "Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de
lampara ni luz del sol, porque Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos
los siglos" (Apocalipsis 22,5).
• AMEN. "Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22,20).
Dios llama a Abraham, el primero de los patriarcas, para pedirle que deje su país y se
dirija a la tierra que Él le mostrará. Abraham fue padre de Isaac, Isaac fue padre de Esaú
y Jacob. Jacob tuvo 12 hijos que dieron origen a las 12 tribus de Israel. Algunos clanes
o tribus descendientes de los patriarcas tuvieron que emigrar a Egipto para sobrevivir.
1.10.- Vincular episodios bíblicos con los personajes que intervinieron en ellos.
Antiguo Testamento
Noé: Noé fue el constructor de la enorme arca que salvó a seres humanos y a animales
de la destrucción cuando un diluvio global cubrió la tierra.
Abraham: Patriarca del pueblo israelita, Abraham dejó su tierra natal y llevó a su
familia y a sus pertenencias a una tierra desconocida que Dios le prometió que algún
día pertenecería a sus descendientes. Su hijo Isaac nació cuando Abraham tenía 99 años
de edad.
Sara: Como esposa de Abraham, Sara dio a luz a Isaac cuando ella tenía 90 años de
edad.
Isaac: Heredero del patrimonio de Abraham, Isaac recibió el legado familiar de esperar
el cumplimiento de las promesas de Dios. Se casó con Rebeca, quien dio a luz a Jacob
y a Esaú.
Jacob: Hijo de Isaac, Jacob engañó a su hermano mellizo Esaú quitándole el derecho
de primogenitura, y más tarde cambió su nombre por Israel. Las doce tribus de Israel
provienen de Jacob con sus esposas Raquel y Lea.
José: Como hijo favorito de Jacob, José se convirtió en víctima de los celos de sus
hermanos. Estos simularon su muerte y lo entregaron como esclavo rumbo a Egipto,
donde tiempo después llegó a ocupar una posición de poder y de influencia. Su familia
extendida se trasladó más tarde a Egipto por causa de una hambruna, y vivieron allí
durante muchos años.
Moisés: Fue criado en un hogar egipcio después de que su madre lo escondiera al nacer
en un canasto que colocó en el río. Con el tiempo, después de varias confrontaciones
con el faraón sacó a los israelitas de Egipto. Los guió a la Tierra Prometida, les dio los
Diez Mandamientos, y les enseñó las leyes de Dios.
Aarón: Era hermano de Moisés, y fue el primer sumo sacerdote de Israel. Ayudó a
Moisés a hablar ante el faraón, haciendo uso de su gran elocuencia.
Josué: Josué, uno de los líderes más confiables de Moisés, fue quien guió a los israelitas
para entrar en la Tierra Prometida, después de la muerte de Moisés.
Rahab: Una prostituta que vivía en Jericó. Escondió a dos israelitas que habían entrado
a espiar la ciudad antes de conquistarla. Hizo un acuerdo con ellos para que no la
mataran cuando invadieran, y más tarde se integró al campamento israelita. Rahab fue
ancestro de Jesús.
Gedeón: Dios usó a un hombre tímido llamado Gedeón para guiar a un ejército
verdaderamente pequeño para derrotar a una nación enemiga, los madianitas. De este
personaje bíblico toma su nombre nuestra organización.
Sansón: Sansón era conocido por su larga cabellera, su fuerza extraordinaria, y su
debilidad por las mujeres hermosas. Fue usado por Dios para defender a su pueblo
contra los filisteos, pero finalmente encontró su fin cuando se enamoró de una mujer
que lo engañó para que le revelara el secreto de su fuerza.
Rut: Otra mujer ancestro de Jesús, su historia nos enseña sobre la lealtad, la fe, y el
amor.
Samuel: El profeta Samuel ungió a los dos primeros reyes de Israel, y también sirvió
como su consejero.
Saúl: Saúl, primer rey de Israel, se levantó desde sus orígenes sencillos para gobernar
a su pueblo. Sin embargo, se volvió cada vez más desconfiado de un joven llamado
David, y más tarde se suicidó durante una batalla.
David: Cuando niño era pastor de ovejas, y al crecer llegó a ser uno de los reyes más
famosos y queridos de Israel. Componía canciones, era guerrero, y es de quien las
Escrituras dicen que fue “un hombre conforme al corazón de Dios”. David también fue
ancestro de Jesús.
Salomón: Uno de los hijos de David, Salomón tuvo reputación en toda la región por su
extraordinaria sabiduría, riqueza, y poder. También llevó a cabo la construcción del
primer templo de Israel.
Ester: Ester, una mujer judía, ganó un concurso especial (aunque no se presentó
voluntariamente) y se convirtió en reina de Persia. Su historia de valentía y de lealtad
es el sustento de la celebración de Purim en la tradición judía.
Jonás: Como profeta del reino de Israel, Jonás es conocido porque lo tragó un pez
cuando trataba de huir y evitar lo que Dios le había mandado a hacer.
Daniel: Siendo joven Daniel fue llevado al exilio en Babilonia, donde lo entrenaron
para servir en la corte real. Una de sus principales características era su inquebrantable
voluntad de no comprometer sus convicciones religiosas para satisfacer las leyes
babilonias. Daniel también se hizo famoso por interpretar sueños y ascendió hasta ser
una de las personalidades más importantes en la corte.
Nuevo Testamento
Jesucristo: De principio a fin, este libro se ocupa del hombre llamado Jesús. La razón
esencial por la que fue escrito es explicar quién fue, de dónde vino, y porqué necesitas
conocerlo. Su historia transformará tu manera de ver tu vida y tu futuro.
María: La madre de Jesús era del linaje del rey David y vivía en Nazaret. Estaba
comprometida para casarse con José, cuando quedó embarazada por el Espíritu Santo.
Juan el Bautista: Juan era primo de Jesús y sirvió como profeta preparando al pueblo
para la llegada del Cristo. El ministerio público de Jesús comenzó cuando Juan lo
bautizó en el río Jordán. Mateo 3:1
Mateo: El autor del primer libro en el Nuevo Testamento era cobrador de impuestos en
Capernaúm, y uno de los discípulos cercanos a Jesús.
Pedro: Igual que varios de los discípulos, Pedro era pescador de oficio. Él y su hermano
Andrés habían sido discípulos de Juan el Bautista. Cuando vino Jesús, Pedro reconoció
que era el Mesías y decidió seguirlo. Más adelante Pedro se convertiría en uno de los
discípulos íntimos de Jesús y una figura clave en la iglesia primitiva.
Juan: Autor del cuarto Evangelio, hijo de Zebedeo, pescador en el Lago de Galilea, y
hermano de Jacobo, también uno de los apóstoles. Pedro, Jacobo y Juan conformaron
el círculo íntimo de los amigos de Jesús, aunque a Juan le correspondió la distinción de
ser “el discípulo a quien Jesús amaba”.
Judas Iscariote: Judas, también un apóstol, es principalmente recordado por su acto de
traición. Por treinta piezas de plata arregló entregar a Jesús a los principales sacerdotes
en Jerusalén.
María Magdalena: Fue una de las mujeres más cercanas a Jesús en los años de su
ministerio. Después de que Jesús la liberó de siete demonios, María se convirtió en su
discípula, viajó con él y le brindó apoyo. Ella fue testigo de su muerte y fue el primer
testigo de su resurrección.
Herodes: Se mencionan varios reyes judíos de nombre Herodes, y cada uno de ellos
tuvo una parte en la historia: desde la matanza de los infantes cuando nació Jesús, la
decapitación de Juan el Bautista, hasta el juicio de Jesús y el del apóstol Pablo.
Pablo: Judío, nacido en Tarso, originalmente se llamaba Saulo y en el libro de Hechos
aparece primero como el testigo del apedreamiento de Esteban. Entonces se convirtió
en un fanático perseguidor de los cristianos. Después, camino a Damasco, se encontró
con Cristo y su vida cambió de manera radical. Muchos de los libros del Nuevo
Testamento fueron escritos por Pablo, como cartas a las iglesias que él había fundado.
Lucas: El autor del tercer Evangelio probablemente era de origen gentil, instruido en
la cultura griega, médico de profesión, compañero de Pablo en varias ocasiones, y un
amigo leal que permaneció con él cuando otros lo habían abandonado.
Priscila: Mujer hospitalaria y generosa, Priscila fue una de las primeras cristianas
misioneras. Ella y su esposo Aquila eran originarios de Roma, pero viajaban
extensamente y hablaban acerca de Jesús.
Timoteo: Nativo de Listra (la actual Turquía), Timoteo fue amigo, compañero, y colega
de misión del apóstol Pablo. Cuando Pablo estuvo preso esperando sentencia, pidió a
Timoteo que viniera a estar con él.
1. 13-. Asociar textos bíblicos con la vida cotidiana (aportes a la vida personal
y comunitaria de la Biblia, cómo interpela la Biblia la vida personal y
comunitaria).
La lectura e interpretación de la Sagrada Escritura tienen por principal finalidad
aprehender la intimidad de Dios y su voluntad (“conocer” en sentido bíblico), puesto
que Dios por la Palabra se ex-pone, ofreciéndose en amistad. La meditación y oración
con la Sagrada Escritura tienen por principal finalidad entrar en diálogo con la Palabra
eterna del Padre, Jesucristo, quien con sus enseñanzas y acciones se convierte en
principio de vida y sentido pleno de la existencia. La respuesta que Dios espera del
creyente es la entrega de la propia vida por la fe; entonces, la vida divina comunicada
al creyente, se hace en éste vida eterna (cfr. Jn 20, 30-31).
2.7.- Relacionar la condición del ser humano de creatura de Dios con algunos
atributos de Dios.
DIOS ES AMOR. San Juan no afirma que Dios tiene amor sino que es Amor (1 Jn. 4,
16). Puedo amar en varios grados, pero con Dios es diferente. Pensar en Dios es pensar
en amor, llenarse de amor es llenarse de Dios.
Es difícil para mi mente finita comprender que lo que poseo es a Él.
Cuando amo a alguien le deseo todo lo bueno, agradable, placentero, duradero y
hermoso. La cantidad de estas cosas buenas que le desee dependerá del grado de amor
que inspira estos deseos. Una cosa es segura, al margen del grado, el amor desea
difundirse al buscar y procurar el bien de los otros.
2.8.- Explicar algunas cualidades del hombre nuevo, que surgen del amor de Dios.
1. El hombre nuevo es alguien que se encuentra con Dios. La plena realización del
hombre no puede lograrse sin el ejercicio y desarrollo de la plenitud del ser. El hombre
ha sido creado con necesidades espirituales de comunicación y devoción con lo
absoluto, Dios. Sin vida espiritual no hay hombre nuevo. Cuando San Pablo escribe sus
cartas de la cautividad pone de manifiesto esta realidad. Tras las rejas de la injusticia y
de la opresión no destila odio sino amor, y le pide a los hermanos de la iglesia de Filipo
que tengan un pensamiento positivo. Los carceleros son conquistados por la vida y la
fe del encarcelado; esto es posible porque además de estar preso San Pablo está en
Cristo, y de esa relación con Cristo surge su poder espiritual... Su propia experiencia
personal le muestra al apóstol que es imposible concretar la novedad de vida sin el
previo encuentro con Dios. Su experiencia de conversión, que lo había transformado de
perseguidor en proclamador del Evangelio, así lo atestigua. Ese primer encuentro no es
sino un peldaño en la escalera del crecimiento espiritual: “Estando persuadido de esto,
que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo”.
2. El hombre nuevo es alguien que ora. Jesucristo es el hombre nuevo, el modelo
de humanidad, y en su vida terrenal fue un hombre de oración. No tomó decisiones
importantes sin previamente entregarse a largos períodos de oración. Antes de
comenzar su ministerio pasó cuarenta días en oración en el desierto; no escogió a sus
discípulos hasta después de largo tiempo en oración, y como sabía que su ministerio
habría de culminar con la muerte de cruz y no ignoraba cuán dura habría de ser esa
prueba, se preparó adecuadamente en oración.
Si el segundo Adán, Hombre Nuevo, Imagen de Dios y Hombre Perfecto oró para
recibir de Dios el poder necesario con que encarar su difícil ministerio, ¿cómo
pretendemos nosotros alcanzar la meta del hombre nuevo sin una adecuada vida de
oración? Si Jesús oró intensamente hasta descubrir la voluntad de Dios para ajustarse
a ella, ¿cómo pretender concretar en nosotros el hombre nuevo sin antes buscar la
voluntad de Dios para nuestras vidas sino insistiendo en nuestra propia voluntad? Si
Jesús oró por amor al Padre para gozarse en comunión con él, ¿cómo pretender alcanzar
la novedad de vida sin colocar a Dios en el pináculo de nuestra vida afectiva? Jesucristo
es nuestro modelo: nos conduce necesariamente a una vida de oración.
La oración es la respiración de la vida espiritual del hombre nuevo. Por cuanto hemos
sido creados a imagen y semejanza de Dios, la oración es inherente al hombre, quien
intuye lo Trascendente y se siente impulsado a comunicarse con el Creador.
Psicológicamente hablando, la oración es el hambre psíquica de una humanidad
diferente, el hambre de hombre nuevo. La oración es el resultado de nuestra
comprensión de lo que somos y del ansia por alcanzar lo que debemos ser mediante la
gracia de Dios.
3. El hombre nuevo es una persona moral. Ya hemos comentado que en la Biblia
el concepto de hombre nuevo aparece siempre dentro de un contexto ético-moral. El
concepto de hombre como imagen de Dios - semejante al de hombre nuevo -, presupone
la moralidad inherente a la humanidad, según la intención original de Dios. Por cuanto
es un ser perfecto, Dios es un ser moral, y su imagen en el hombre también debe ser
moral para que éste sea plenamente hombre. Jesús, en el contexto ético del Sermón de
la montaña, nos dice: “Sed hombres como Dios es Dios”, es decir, sed morales como
Dios es moral. Ser moral (perfecto), es ser hombre. En la Epístola a los Efesios, después
de tres capítulos sobre la unidad de la Iglesia aparecen otros tres capítulos referidos a
la práctica de la vida cristiana. En Efesios 4:12–13, 22–24, hay una serie de reflexiones
sobre el hombre nuevo enmarcadas por principios de la ética cristiana. (Los dos
siguientes capítulos de Efesios se ocupan de la familia cristiana y de la lucha que el
creyente tiene que librar contra las fuerzas del mal).
He dicho que moralismo no es lo mismo que moralidad. Los moralismos son relativos,
pero la moralidad es absoluta porque tiene que ver con la esencia del ser humano. La
moralidad no consiste solamente en someterse a las leyes humanas porque, a la luz de
Jesucristo, éstas pueden ser injustas. La moralidad tampoco consiste en someterse a las
costumbres de una denominación religiosa - algunas de las cuales tienen mucho
legalismo y poco amor -, sino en someterse al imperativo moral del Evangelio grabado
en nuestra propia naturaleza como imagen de Dios. Recuerdo un matrimonio amigo,
por cierto buenos creyentes, que conocí hace algunos años en Francia; habían viajado a
su país de origen casi un año antes que nosotros. Recuerdo que la señora trajo a casa
una cajita con aretes y collares y le dijo a mi esposa: “Te dejo todo esto que he usado y
aprecio mucho porque no puedo llevarlos a mi país; en mi iglesia yo sería motivo de
escándalo, si los usara; como no quiero ser piedra de tropiezo para mis hermanos, te los
regalo”. Es evidente que esta amiga no creía que fuera pecaminoso usar esos adornos,
pues no contribuían ni a la moralidad ni a la inmoralidad; pero el moralismo de su
congregación la estaba obligando a actuar en forma inauténtica, a presentarse en forma
diferente de lo que desearía a la luz de su comprensión del Evangelio. Tengo mucho
respeto por cualquier cristiano que deja de comer o de beber o de utilizar determinadas
vestimentas por causa de una convicción religiosa, aun cuando no comparta su idea. Lo
que resulta muy lamentable es que un cristiano renuncie a sí mismo, a su convicción
cristiana, sin estar convencido de que el imperativo viene de Dios. Una comunidad
religiosa puede convertirse en un grupo psíquicamente enfermo y enfermante. El
hombre nuevo es alguien que toma en serio la moralidad y no se somete a los
moralismos humanos. Mucho más grave es la simulación y la hipocresía. Por ese
camino difícilmente se arribe a la concreción del hombre nuevo. La moralidad se basa
en el amor y no en el temor. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, dice el Señor.
El amor es la dinámica de la moralidad del hombre nuevo. El Evangelio no es un nuevo
legalismo. Las listas de pecados que presenta San Pablo cuando anuncia que los que
practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios, no tienen nada de original; listas
similares había en su tiempo redactadas por filósofos anticristianos. Uno es cristiano no
porque se porte bien, pero se porta bien porque es cristiano. El Nuevo Testamento
procura una vida moral, pero la vida moral no nos convierte en hombres nuevos. Es la
lealtad a la persona de Jesucristo y nuestra fe en él lo que nos hace cristianos y nos
permite imitarlo como modelo de humanidad. Cuando el hombre sea capaz de vivir en
amor no necesitará caminar con muletas morales. “El amor”, afirma San Pablo, “no
hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”.
Uno de los grandes problemas contemporáneos es la terrible crisis moral que embarga
al mundo. La sociedad inmoral en que vivimos hace necesario que los cristianos
luchemos con firmeza por un nuevo orden moral. La moralidad personal y social es
indispensable. La moralidad es un ingrediente fundamental del hombre nuevo y de la
nueva humanidad.
4. El hombre nuevo es alguien que se compromete con la dimensión social del
evangelio. El hombre nuevo, si bien madura a través de una experiencia individual, no
es individualista; se expresa en comunidad. La renovación del hombre es parte de la
renovación de toda la humanidad; en mi renovación se renueva parte de la humanidad
y debo procurar la plena realización humana para los demás.
El cristianismo no es una ideología; es una manera de encarar la vida a partir del
encuentro con Jesucristo y la comunión con él. Tampoco es un sistema, humanista; es
una valoración realista del hombre a la luz del precio que Jesús pagó por cada ser
humano en la cruz del Calvario.
Habiendo interpretado fielmente a Jesucristo, San Pablo no podía aceptar la inferioridad
de algunos seres humanos y la superioridad de otros por razón de sexo, raza, status
socio-económico o político. Analicemos brevemente la evolución de su reflexión
teológico según el orden cronológico de sus epístolas. En Gálatas afirma que toda
persona que ha sido bautizada en Cristo ha sido revestida de Cristo y, por lo tanto, “ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esta afirmación, dirigida a las iglesias de la zona
central de lo que hoy es Turquía, es muy semejante a la que hace posteriormente a la
Iglesia de Corinto, en el centro de Grecia. La esclavitud era moneda corriente en la
antigüedad greco-romana, y entre los convertidos al cristianismo había muchos
esclavos que, al igual que cualquier otro esclavo en cualquier tiempo, ansiaban su
libertad. El apóstol sabe que Jesucristo llama al esclavo y, al convertirlo, lo hace libre.
Todo creyente es un esclavo de Cristo por lo tanto no debe hacerse esclavo de los
hombres. En el capítulo doce de 1 Corintios, San Pablo reflexiona sobre la Iglesia como
cuerpo de Cristo: cada cristiano es un miembro del cuerpo, vivificado por el Espíritu
Santo. Los que se integran al Cuerpo de Cristo se encuentran en una nueva situación
que va más allá de raza y status: “Porque por el sólo Espíritu fuimos todos bautizados
en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber
de un mismo Espíritu”. Su esquema de reflexión no cambia en las epístolas de la
cautividad; lo que cambia es su estrategia. No debemos olvidar que Efesios, Colosenses,
Filipenses y Filemón son cartas escritas por un hombre preso en una cárcel romana.
Tampoco debemos olvidar que el imperio romano era el principal promotor de la
horrible institución de la esclavitud - el fracaso de Espartaco había mostrado la
dificultad para vencer el monolítico orden establecido que estaba deshumanizando a
buena parte de la población -.
Para comprender la estrategia de San Pablo en función de la humanización del hombre
según el modelo de Jesucristo, es indispensable que nos ubiquemos en el contexto del
siglo I. No sólo los esclavos eran deshumanizados, también lo eran las esposas y los
hijos; al referirse a los deberes del padre de familia y a los derechos de la esposa y de
los hijos, San Pablo estaba haciendo una revolución. El esclavo es incluido, en ambas
epístolas, como un miembro de la familia y entra en la misma relación de deberes y
derechos que los demás familiares. La epístola a Filemón trata únicamente el problema
de la esclavitud. Onésimo, el esclavo, se convierte en hijo espiritual de San Pablo y en
hermano de Filemón, su antiguo amo. Un esclavo fugado podía ser legalmente torturado
hasta la muerte para el escarmiento de los demás esclavos. Pero cuando las leyes
humanas son injustas el cristiano tiene que ir más allá de ellas. San Pablo le pide a
Filemón que reciba a Onésimo como a un hermano en Cristo y se compromete a pagar
todo lo que aquél le haya robado, si es que Filemón insiste en cobrar la deuda. Uno
puede imaginar la profundidad de la fe del esclavo que vuelve a la casa de su antiguo
opresor con la seguridad de que éste - que también ha sido ganado para Cristo bajo el
ministerio del apóstol -, ha de recibirlo no ya como esclavo sino como a un hermano en
Jesucristo. El hecho de que la Carta se haya conservado hasta el día de hoy es prueba
evidente de que Filemón aceptó a Onésimo como a un hermano en Cristo. Si le hubiera
dado muerte se habría cuidado de destruir el documento. Este documento fue tan valioso
que la iglesia primitiva no consideró a los esclavos como seres inferiores. Según la
tradición eclesiástica, Onésimo se destacó como un gran líder cristiano y llegó a ser
obispo.
2.9.- Relacionar los principales aspectos de la sexualidad humana con la dimensión
ontológica.
Ser humano, amor, sexualidad. Para entrever el sentido en que cabe sostener que el ser
humano se identifica con el amor o está destinado a transformarse en él, basta advertir
lo que he desarrollado otras veces. A saber, que todo su «contexto» es de amor: + Nace
del amor, del Amor divino infinito que lo crea en cooperación estrechísima con el amor
humano de sus padres.
+ Está destinado al amor: a amar a Dios y a las personas creadas, ya en esta tierra,
tornándose cada vez más feliz; y, con semejante preparación, a amar definitivamente al
Amor de los amores durante la eternidad sin término y plena de dicha.
+ Y, por lo mismo, crece, se perfecciona como hombre, como persona, gracias al
amor… Por todo lo cual, puede afirmarse sin reparos que la persona humana es,
participadamente, amor.
Con el adverbio participadamente quiero insinuar, entre otras cosas, que, considerado
en sí y por sí, no todo lo que el hombre realiza es, en su sentido más propio, un acto de
amor: no lo es el comer, el pasear, el ver la televisión o leer un libro…
Sin embargo, todas y cada una de esas acciones pueden —¡y deben!— convertirse en
amor. ¿Cómo?: en cuanto, al hacerlas buscando el bien de los otros, el amor las informa
y, como consecuencia, las transforma: cuando como, paseo, trabajo o descanso movido
por el amor —para consolar a un hijo mientras charlamos, preparar mejor las clases
pensando en mis alumnos, reponer fuerzas para volver a la tarea con más bríos,
recuperarme de un enfado con el fin de no «aguar el ambiente» al volver a casa…—,
tales actividades llegan a ser, en sentido real, aunque derivado, actos de amor. (No solo
por «rizar el rizo», sino para hacerlo más comprensible, el que in-formar equivalga a
transformar puede verse bien, por ejemplo, en la asimilación de la comida: lo que era,
pongo por caso, pulpa de mango o de naranja, cuando lo come y asimila un chico o una
chica, se transforma en carne, músculos, tendones… humanos.
Algo similar, no idéntico, sucede con las actividades que realizamos. Por ejemplo, al
levantarnos de un asiento en un autobús por deferencia hacia una señora o una persona
de edad —y no simplemente porque hemos llegado a la parada—, el gesto físico se
trans-forma en un acto de delicadeza respecto a esa otra persona; por el contrario, si
uno —¿una?— se pone en pie para ver mejor el escaparate de la tienda de modas, ese
movimiento se transforma en un acto de… [ponga cada cual lo que le evoque y parezca
más conveniente], pero no propiamente de amor).
• Asimismo, la sexualidad comienza a percibirse en todo su esplendor y maravilla
cuando desvelamos y ponemos en primer término su íntima y natural conexión con el
amor. Y es que, para unos ojos que sepan mirarla con limpieza, superando los
estereotipos degradados que circulan en el ambiente, la sexualidad se revela de entrada
como el medio más específico, como el instrumento privilegiado, para introducir,
manifestar y hacer crecer el amor entre un varón y una mujer precisamente en cuanto
tales, en cuanto personas sexuadas.
De ahí, justamente, su importancia y relevancia en el conjunto de la existencia humana.
Y también de ahí la tristeza del proceso de trivialización que ha experimentado en los
últimos tiempos. Banalización que, al alejarla de su profundo significado y de su
excelencia, constituye tal vez uno de los principales problemas —teoréticos y vitales—
que «la cuestión del sexo» plantea a nuestros contemporáneos. Pues, al no advertir
apenas la sublimidad de que esa sexualidad goza, algunos tienden a tratarla como un
objeto más de bienestar y consumo.
Muy a menudo me veo obligado a explicar, con profunda pena, que, para bastantes de
los que hacen del fin de semana nocturno el ámbito primordial de su diversión —que a
la par es el objetivo por excelencia de su vida: vivir para divertirse—, las relaciones
sexuales, excesivamente frecuentes a lo largo de esas veladas, son un simple producto
del aburrimiento y del correspondiente afán de distracción. Que un buen número de
jóvenes, con los matices que serían del caso para los chicos y las chicas, sin ignorar del
todo la profunda lesión que generan en su ser al utilizar de ese modo la propia
sexualidad, la sitúan sin embargo en la misma línea de los demás instrumentos de recreo
o entretenimiento, como una especie de «añadido» a su persona, del que podrían
disponer a placer, y no como algo que la configura intrínsecamente y en su totalidad.
Lo que suelo exponer de una manera una tanto burda y desgarrada, pero gráfica y
significativa: para ellos es como un refresco más o como un helado… «solo que a lo
bestia»: cumple una misión parecida —el pasatiempo, la huida del tedio, un cierto
disfrute—, pero, al menos en su imaginación e inicialmente, con mucha mayor eficacia
e intensidad que esos otros «productos».
Lo expresa con singular acierto C. S. Lewis en El diablo propone un brindis. En mitad
del discurso, el diablo mayor se queja de la pobreza de las motivaciones que llevan al
hombre actual a hacer el mal. Y apunta especialmente al uso «mediocremente malvado»
del sexo:
«Sería vano, empero, negar que las almas humanas con cuya congoja nos hemos
regalado esta noche eran de bastante mala calidad […]
Después ha habido una tibia cacerola de adúlteros. ¿Han podido encontrar en ella la
menor huella de lujuria realmente inflamada, provocadora, rebelde e insaciable? Yo no.
A mí me supieron todos a imbéciles hambrientos de sexo caídos o introducidos en
camas ajenas como respuesta automática a anuncios incitantes, o para sentirse
modernos y liberados, reafirmar su virilidad o "normalidad", o simplemente porque no
tenían nada mejor que hacer. A mí, que he saboreado a Mesalina y Casandra, me
resultaban francamente nauseabundos».
Todo lo cual, como sugería, no puede sino ir en detrimento de la posibilidad de apreciar
y valorar la sexualidad humana, pues los títulos de su grandeza derivan de su cercanía
a lo que es el hombre en cuanto persona (a saber, amor participado) y a al origen de
cada ser humano (una relación exquisita de amor mutuo… vigorizada por el Amor
creador de todo un Dios, con el que cooperan los padres en la procreación o co-creación
de cada hijo).
La sexualidad: ser y obrar: En los párrafos que preceden, al apuntar sobre todo al
ejercicio de la sexualidad humana y su nexo con el amor, he dejado de lado algo tanto
o más importante y en cierto modo previo: la condición sexuada de todo sujeto humano,
su índole de varón o mujer.
Me gustaría exponer un par de ideas al respecto.
• El estudio sobre la persona que realizamos al hilo del libro antes citado, nos
permitió extraer una doble conclusión: antes que nada, que el obrar sigue al ser, y el
modo de obrar al modo de ser; o, con otras palabras, que, para actuar de determinado
modo, cualquier realidad debe estar conformada o «confeccionada» de una manera muy
particular, tener un ser que permite y, en su caso, provoca o «sugiere», ese tipo de
actividades; además, aunque esto no fue tratado con tanto detenimiento, que ese modo
de ser se encuentra básicamente ordenado a la operación u operaciones que le son más
propias —«esse est propter operationem», que dirían los latinos: «el ser se orienta (u
ordena) al obrar»—; por poner ejemplos sencillos y no excesivamente profundos, las
aves tienen alas para volar, y los peces aletas para nadar; de manera análoga y más
propia, refiriéndonos a la persona humana y hablando con rigor, todo su ser, con los
elementos en los que se concreta, está encaminado hacia el amor inteligente.
Bajo este prisma, y como acabo de sugerir, el ejercicio de la sexualidad se orienta a
suscitar, instaurar y poner de relieve el amor entre los hombres, y los torna partícipes
del Amor creador de todo un Dios.
• Pero, si miramos más allá de la operación, hasta su mismo fundamento, la
sexualidad constituiría una determinación intimísima mediante la cual se modula en su
totalidad el ser del hombre, gracias a una particular participación en el Ser Personal de
Dios (y, más en concreto, en la Santísima Trinidad), haciendo que cada sujeto humano
posea un ser masculino (varón) o un ser femenino (mujer)… dirigidos a su vez al amor
mutuo. Esa «modulación» o modo-de-ser-persona, masculina o femenina, alcanza
desde el ámbito fisiológico, en todas y cada una de sus células, hasta el propiamente
espiritual, pasando por el psíquico; y hace de cada hombre, como acabo de sostener,
una persona masculina o una persona femenina, con el sinfín de características que le
son propias. Debido a su enorme riqueza, no es un tema que quepa abordar por extenso
en el presente escrito, máxime cuando ya ha sido estudiado en otros lugares.
Sin embargo, sí me parece imprescindible realizar ahora un conjunto de reflexiones en
torno al carácter personal de la sexualidad humana, así como a la índole necesariamente
sexuada de toda persona… también humana.
Y, asimismo, dejar sentada la distinción entre lo sexual: las manifestaciones más
externas y corporales de la sexualidad, de la que lo estrictamente genital es un conjunto
de elementos que hacen inmediatamente posible la relación íntima entre varón y mujer;
y lo sexuado, que impregna a la persona entera del varón y la mujer, dotándolos de lo
que llamamos masculinidad y feminidad, muchísimo más amplias y ricas que sus meras
expresiones corpóreas. Comenzaré por el primer extremo: la sexualidad humana es
personal.
2.10.-Identificar roles del magisterio en cuanto a verdades de fe, dogma.
Verdades de fe que la Iglesia garantiza que están contenidas en la divina revelación.
Los dogmas son verdades de fe que están explícitas o implícitas en la divina revelación
(la Palabra de Dios, escrita o transmitida). Se basan en la autoridad misma del Dios
revelador (fides divina), y la Iglesia garantiza con su definición que se hallan contenidas
en la divina revelación.
Dichas verdades se apoyan también en la autoridad del magisterio infalible de la Iglesia
(fides católica) cuando son propuestas por medio de una definición solemne del Papa o
de un concilio universal; entonces son verdades de fe definida.
“El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando
define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano
a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también
cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo
necesario” (Catecismo de la Iglesia Católica, 88).
Una vez proclamado o definido un dogma solemnemente, no puede ser derogado. Otra
cosa es la reformulación de un dogma o el expresarlo de una manera que se adecue
mejor a los tiempos, pero esto no modifica en absoluto la verdad de fe que se propone
para ser creída por todo católico.
Así que cuando la Iglesia define un dogma no está fuera de la Revelación Pública, sino
que se basa en ella misma para dar luz sobre un asunto de fe requerido por la Iglesia en
un momento determinado.
Y este proceso es guiado por el Espíritu Santo: “Cuando venga el Espíritu de la Verdad,
él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de
lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo:
Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes" (Jn 16, 13-15).
Los dogmas constituyen la base inalterable de la doctrina católica y por lo tanto todo
católico esta obligado a aceptar y creer en ellos de manera irrevocable.
Cuando la Iglesia define un dogma no es que dicho dogma empiece entonces a ser
verdad; son verdades que siempre han existido, pero su aceptación empieza a ser
obligatoria al definirse.
Uno de los mayores ataques que encuentra la Iglesia por parte de los no católicos para
mostrar la doctrina como falsa, es el hecho de querer mostrar las fechas de
promulgación de los dogmas como la fecha en que se ‘inventaron’ las doctrinas.
Claramente podemos darnos cuenta de que todo ya fue revelado pero no todo fue al
mismo tiempo explicitado. Eso es distinto a atacar a la Iglesia católica de que “inventa
doctrinas”.
Los dogmas no son verdades que la Iglesia imponga arbitrariamente, son luces de la
verdad objetiva y que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen certero pues existe
un vínculo intrínseco entre estos y nuestra vida espiritual.
En la Iglesia católica un dogma es una verdad de fe infalible, incuestionable, absoluta,
definitiva, inmutable y segura, sobre la cual no puede subsistir ninguna duda; es decir
una verdad dogmática no puede ser sometida a pruebas de veracidad, es indiscutible.
Y, «conviene recordar que existe un orden o "jerarquía" de las verdades de la doctrina
católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana"
(Unitatis redintegratio, 11).
La obligación de aceptar estas verdades no se debe ver como algo insensato contra la
libertad o contraproducente a la racionalidad; es, de manera análoga, como aceptar una
verdad propuesta, por ejemplo, por las matemáticas aunque no la entendamos.
1.11.- Reconocer los distintos ámbitos de intervención del Magisterio, tanto a nivel
ordinario como en su formulación ex Cátedra.
l. La Iglesia como unidad indisoluble de culto, doctrina y gobierno pastoral: En la
Iglesia viven, como aspectos hondamente relacionados de su ser, un culto, una doctrina
y un gobierno. Son las tres dimensiones que, inseparables unas de otras, forman la
Iglesia de Jesucristo tal como se manifiesta y despliega de modo visible en el mundo.
Culto, doctrina y gobierno pastoral no aparecen como sumandos de un resultado final.
Porque los sumandos pueden ser mutuamente extrínsecos y mantener una relación
simplemente externa. Estos tres aspectos son esenciales en la vida de la Iglesia, y cada
uno de ellos implica a los demás. Podría decirse que se relacionan entre sí como el alma
y el cuerpo lo hacen en el ser humano.
Bajo el culto se incluye el elemento orante de la Iglesia, que refleja la relación espiritual
y religiosa con Dios, hecha de adoración, impetración, petición de perdón y acción de
gracias. El culto se manifiesta en la oración de los cristianos y de la Iglesia misma, y se
despliega de modo perfecto cara a Dios en la liturgia pública de la comunidad eclesial.
En la Liturgia celebramos el misterio cristiano, que confesamos en el Credo y vivimos
en los mandamientos de la ley divina. «En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina
es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente
y el fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo,
encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por Él
derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo»
[CEC, 1082].
La oración y el culto litúrgicos son inseparables de la doctrina cristiana, que se resume
en los Credos de la Iglesia, se enseña con autoridad por el Papa y los Obispos en
comunión con él, y se desarrolla en el tiempo con ayuda del oficio que desempeñan los
teólogos. El Credo equivale a la identidad doctrinal de la Iglesia, algo que ésta no puede
alterar ni descuidar sin negarse a sí misma.
Vinculado al culto y a la doctrina se encuentra el gobierno pastoral de los fieles
cristianos, que forman un cuerpo visible en el mundo, y necesitan orientaciones y
normas de conducta que les ayuden a vivir el Evangelio en la sociedad donde habitan.
El gobierno de los fieles cristianos que ejercen los pastores de la Iglesia no puede
responder a criterios e ideas meramente temporales. Está dirigido por consideraciones
doctrinales y teológicas, y nunca debe perder de vista que el pueblo de Dios reunido en
la Iglesia es un pueblo de «verdaderos adoradores que adoran al Padre en espíritu y en
verdad» [Jn 4,23].
Aquí se hace patente la interpenetración dentro de la Iglesia de culto, doctrina y
gobierno. Cada uno de ellos contribuye necesariamente al equilibrio y salud espiritual
de los demás, y evita malformaciones que podrían venir de la superstición --que puede
deformar el sentido del culto--, del intelectualismo --que puede separar doctrina y
piedad--, y de la búsqueda de mera eficacia humana --que puede olvidar el sentido
pastoral del gobierno de la Iglesia. El culto se beneficia del sentido teológico de la
Iglesia y de la prudente regulación dispuesta por los órganos del ministerio y gobierno
pastoral. La Iglesia puede tolerar a veces algunas prácticas y creencias populares
cuando determinadas circunstancias históricas aconsejan no arrancar inmediatamente
la cizaña con el fin de no arrancar con ella el trigo [cfr Mt 13,29], pero la teología y el
gobierno harán que prevalezca la doctrina rectamente expresada y vivida.
2. El oficio de Magisterio doctrinal: El aspecto de la Iglesia que hemos denominado
doctrinal, distinto al cultual y al de gobierno espiritual de los fieles, incluye tanto el
magisterio del que estamos tratando, como la actividad teológica, que ya hemos
considerado en los capítulos anteriores.
Centramos ahora nuestra atención en la tarea magisterial, que existe dentro de la Iglesia
en relación directa con el culto y el gobierno. «Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad
de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya
personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el
camino» [ECP, 34]. La Iglesia ejerce su tarea docente o magisterial por voluntad de
Jesús, que según la Sagrada Escritura y la teología cristiana es profeta, rey y sacerdote.
«Cristo ejerció su oficio profético al enseñar y predecir el futuro, como hizo en el
sermón de la montaña, en sus parábolas, y en su profecía sobre la destrucción de
Jerusalén. Realizó su obra de sacerdote al morir en la Cruz, como un sacrificio, y cuando
consagró el pan y el cáliz para que fueran un banquete espiritual relacionado con ese
sacrificio, y cuando ahora intercede por nosotros a la diestra del Padre. Se manifestó
finalmente como rey al resucitar de entre los muertos, al ascender al cielo, enviar su
Espíritu de gracia, convertir las naciones y formar su Iglesia para acogerlas y
gobernarlas» [J.H. Newman, The Three Offices of Christ, Sermons on Subjects of the
day, London 1879, p. 53].
En estos tres oficios, Jesucristo representa para nosotros a toda la Trinidad, porque en
su carácter propio es sacerdote, en cuanto a su reino lo tiene del Padre, y en cuanto a su
oficio profético y magisterial lo ejercita por el Espíritu.
Todos los cristianos llevan de algún modo ese triple oficio. Se cumplen en ellos las
palabras del profeta Joel, que dicen: «Sucederá en los últimos días que derramaré mi
Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas» [Hech 2,17]. En el
Apocalipsis leemos que Jesucristo «ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para
su Dios y Padre» [Hech 1,6].
Estos tres oficios se ejercen de modo particular e inmediato por la Iglesia jerárquica,
que desempeña una función docente (magisterio), una función pastoral (gobierno
espiritual de los fieles) y una función sacerdotal (culto).
El magisterio doctrinal es precisamente el ejercicio de la función docente que la Iglesia
tiene encomendada. Puede definirse como la actividad de enseñanza y custodia que los
titulares de la autoridad de la Iglesia realizan en ella sobre el depósito de la fe y su
desarrollo a lo largo del tiempo.
La enseñanza y protección de la fe recibida es en la Sagrada Escritura una actividad
esencial de la Iglesia de Jesucristo. «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt
28,18-20). La misión que Jesús confía a sus Apóstoles y discípulos incluye claramente
la función de enseñar. La verdad cristiana, su asimilación y su difusión, es el principio
orientador de la actividad magisterial, como lo es también de la teología que actúa en
comunión con el magisterio.
El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge lo que podemos considerar actividad
magisterial de los Doce y de los obispos y presbíteros que éstos asocian a la tarea de
fundar y guiar las comunidades cristianas. El libro se refiere a la "doctrina de los
Apóstoles" (2,42), como uno de los elementos esenciales en la vida de los cristianos. El
Concilio de Jerusalén (cap. 15) suministra un testimonio de que, en la Iglesia de los
orígenes, los Apóstoles ejercían una autoridad propia para plantearse y resolver
cuestiones de doctrina y disciplina.
Los siglos II-III nos ofrecen datos abundantes sobre la "sucesión apostólica", que sirve
de criterio para establecer la verdadera doctrina de Jesús. Hay una estrecha conexión
entre el ministerio pastoral y la Buena Nueva evangélica. Se puede reconocer, por tanto,
desde el principio un ministerio de enseñanza, considerado como anuncio normativo de
la Fe, y que es distinto a otras formas de comunicar la doctrina, como podían ser la
catequesis o el carisma de profecía (Cfr.1 Cor 14, 5). La apostolicidad como nota de la
Iglesia hace precisamente referencia a la enseñanza y trasmisión correctas de la doctrina
confesada y predicada por la Iglesia desde sus comienzos.
El Espíritu Santo asiste a los titulares del magisterio doctrinal, mantiene a la Iglesia en
la fe verdadera y la protege de cualquier desviación. Este carisma de enseñar con
autoridad y sin error es un don de toda la Iglesia, pero se halla particularmente presente
en los Apóstoles y sus sucesores, es decir, en el Colegio Apostólico presidido por Pedro,
y luego en el Colegio episcopal, cuya cabeza es el Romano Pontífice. Dice la
Constitución Lumen Gentium: «El cuerpo episcopal sucede al colegio de los Apóstoles
en el magisterio y en el régimen pastoral» (nº 22); «Los obispos en cuanto sucesores de
los apóstoles reciben del Señor la misión de enseñar a todas las gentes y predicar el
Evangelio a toda criatura» (nº 24).
El Magisterio de la Iglesia se juzga necesario para conocer el contenido de la verdadera
fe, e interpretarla adecuadamente. Las comunidades cristianas nacidas de la crisis
religiosa del siglo XVI (luteranos, calvinistas, zwinglianos, anglicanos, etc.) afirman en
cambio el principio del libre examen de la Sagrada Escritura, según el cual todo
cristiano que lea atenta y honradamente la Biblia será capaz de conocer, con la ayuda
del Espíritu Santo, las doctrinas necesarias para la salvación, sin la orientación de
ningún magisterio.
Los anglicanos adoptan una postura más atenuada, y sostienen que la doctrina cristiana
puede conocerse de modo completo a partir de los Padres de la Iglesia y de los concilios
generales de los primeros siglos. Piensan que basta aplicar la regla que considera de fe
católica lo que ha sido mantenido y enseñado en todos los lugares de la Iglesia universal,
siempre y por todos («quod ubique, quod semper, quod ab omnibus»). El diálogo
ecuménico desarrollado en los últimos años a partir del Concilio Vaticano II ha
acercado las posturas de católicos y protestantes en esta cuestión. Tanto anglicanos
como luteranos tienden a concebir el magisterio eclesial como un oficio regulador en
las discusiones que tienen como fin aclarar la doctrina cristiana. Pero este oficio se
encuentra para ellos casi al mismo nivel que el trabajo de los teólogos.
Este principio ha sido, sin embargo, matizado, y en parte corregido, en declaraciones
recientes que aceptan una autoridad de enseñanza en la Iglesia [Grupo
Luterano/Católico USA (1978), cfr Enchiridion Oecumenicum, Salamanca 1993, nº
2009], aunque no le atribuyen el alcance que posee en la doctrina y en la teología
católicas.
DOMINIO 3: CRISTOLÓGICO
LA PERSONA DE JESÚS.
PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL
I. El Padre, fuente y fin de la liturgia: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los
cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para
ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es
a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre, este término
significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.
Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es
bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la
Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como una
inmensa bendición divina.
Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer.
La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición de
fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es
a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que se
encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del
"padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la salvación.
"Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que
es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por Él para
comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones),
accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en
virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
...desde la Iglesia de los Apóstoles... "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el
Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para
que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su
muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha
conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que
anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la
vida litúrgica" (SC 6).
Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de
santificación (cf Jn 20,21- 23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el
poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión
apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental,
transmitida por el sacramento del Orden.
...está presente en la liturgia terrena... "Para llevar a cabo una obra tan grande" —la
dispensación o comunicación de su obra de salvación— «Cristo está siempre presente
en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la
misa, no sólo en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los
sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sino también, sobre todo, bajo
las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que,
cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él
mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente,
finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt18,20)»
(SC 7).
"Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima,
que invoca a su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).
Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la catequesis
pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la
Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del
Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque
revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que lo anunciaban en los hechos,
las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de
Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio
y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3, 21), y lo mismo
la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales
de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero
Pan del Cielo" (Jn 6,32).
Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre
todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de
la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude
a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la economía de la salvación, tal
como la liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
La asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien
dispuesto" (cf. Lc 1, 17). Esta preparación de los corazones es la obra común del
Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu
Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del
Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la
celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de
sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras,
las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu
Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen
del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen,
contemplan y realizan en la celebración.
"La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los
creyentes con la palabra [...] de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la
comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a
una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con miras
a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de
la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo
comunión en la fe.
El poder transformador del Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y
la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace
realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que
escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye
para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
Los milagros están íntimamente relacionados con la vida pública de Jesús ya que él
durante su vida se pasó haciendo el bien y mostrando la grandeza de Dios por lo mismo
los milagros tienen sentido de esperanza, de sanación, expulsión de demonios. En
efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es El, como
de cuál es la misión que ha recibido de Dios. En primer lugar, han de servir para mostrar
que Él es el enviado del Padre. Jesús no es un curandero, sino el Salvador anunciado
por los profetas; el que trae la salvación definitiva a todos los hombres. San Juan pone
en boca de Jesús estas palabras: «las obras que el Padre me ha concedido realizar; esas
obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado» (5, 36)
- En Jesús se revela el poder de Dios Salvador. Las palabras y las obras de Cristo hacen
pasar a través suyo la fuerza de Dios, que viene a salvar. Sólo se beneficia de esta fuerza
quién la acoge con fe.
La importancia de los milagros en la vida de Jesús tiene como finalidad de mostrar que
es Hijo de Dios y con la realización de acciones necesarias en el momento como lo era
una sanación, expulsar demonios, milagros sobre la naturaleza, etc.. Era mostrar que él
conoce la necesidad de cada persona, el mostraba la misericordia de Dios ya que si
analizamos algunas enfermedades estaban relacionadas con los pecados de las personas,
además con ellos demostraba la invitación de Dios a participar de su reino, en una
realidad donde no van a existir enfermedades, injusticias, donde todos vamos a gozar
plenamente de su amor.
Humanidad
Justicia
Perdón
Humildad
Paz
Solidaridad
En las siguientes citas encontramos mencionados que el reino ya está aquí encontramos
los siguientes textos: Mc 9,1 “El reino de Dios ha llegado con fuerza” Lc 6, 20 “nuestro
es el reino de Dios”
Las siguientes parábolas nos hablan sobre las características del reino:
El catecismo dice:
De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee
dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino
cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido
humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para
nuestra salvación (cf. Concilio de Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La
voluntad humana de Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni
oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente"
(ibíd., 556). a modo de resumen: Cristo, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre,
tiene una inteligencia y una voluntad humanas, perfectamente de acuerdo y sometidas
a su inteligencia y a su voluntad divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu
Santo.
Isaias 11, 12: Miqueas 2,12; Jeremías 31,1; Ezequiel 20, 27-44.
JESÚS, EL HOMBRE-DIOS
El hombre, imagen de Dios Jesús no sólo revela a Dios, sino que, desde el punto de
vista cristiano, revela también lo que es el hombre. ¿Por qué? Porque el hombre, desde
el capítulo primero del Génesis, ha sido creado a imagen de Dios: «Hagamos al hombre
a nuestra imagen, a nuestra semejanza», dice el texto (/Gn/01/26). Los Padres de la
Iglesia han sólido interpretar este texto en el sentido de que el hombre ya está hecho a
imagen de Dios, y a lo largo de su vida tiene que irse haciendo semejante a Dios. El
hombre será hombre en la medida en que reproduzca en su ser la imagen de Dios. Desde
el punto de vista cristiano, la imagen de Dios es Jesús. El es quien realiza la verdadera
imagen de Dios.
Cuando Jesús de Nazaret dice: «yo como», «yo ando», «yo vivo», «yo me muevo»,
es Dios quien está diciendo: «yo como», «yo ando», «yo vivo», «yo me muevo».
Acabo de expresar algo de lo que significa la unión hipostática, por mencionar la
palabra clásica. Por tanto, al ver a Jesús vemos la verdadera imagen de Dios, la
imagen de Dios mejor realizada. En consecuencia, vemos al hombre más perfecto.
Al verdadero hombre. Y todos los demás seremos hombres en la medida en que
realicemos en nosotros la misma imagen de Jesús. Como dice San Pablo en la Carta
a los Romanos, «estamos llamados a reproducir la imagen de su Hijo» (/Rm/08/29).
Así pues, aunque todos estemos creados a imagen de Dios, reproducimos su imagen,
la imagen que de Dios nos da Jesús, con mayor o menor semejanza; es decir, que los
hombres somos imágenes de Dios... mejores, regulares o peores. Ahora bien, ¿cuál
es, en concreto, la imagen de Dios que reproduce Jesús? Tenemos que pesar lo que
pesó Jesús?, ¿ser tan altos como él?, ¿o tan morenos?, ¿o tan rubios? Quizás aquí
tenemos la razón teológica de la falta de detalles concretos y curiosos sobre la
persona de Jesús en el Nuevo Testamento. Lo que se nos ha transmitido de Jesús es
precisamente aquello por lo que Jesús reproduce la imagen del Padre. Aquello con
cuya reproducción nosotros nos hacemos hijos en el Hijo y, por tanto, verdaderos
hombres. Y no se nos han transmitido otros detalles innecesarios a este propósito.
Ahora volvemos a lo que dijimos al preguntarnos por los datos históricos que
conocemos sobre Jesús. Esa persona llamada Jesús de Nazaret, ¿quién ha sido?, ¿cuál
ha sido su vida?, ¿cómo ha realizado en concreto el ser imagen de Dios?
JESÚS, HOMBRE AUTÉNTICO: Dice la Carta a los Hebreos que Jesús es igual
en todo a nosotros menos en el pecado (/Hb/04/15). A alguien se le puede ocurrir
quizá una objeción: ¿Jesús es verdaderamente hombre sin pecar? ¿No es el pecado,
el egoísmo, la injusticia, algo tan nuestro que no podemos prescindir de ello, hasta
el punto de que el hombre sin pecado no sería ya de verdad un hombre con todas las
de la ley? De acuerdo con lo que vamos diciendo, la objeción es fácil de refutar. La
verdad es exactamente al revés. El pecado es lo que nos impide ser hombres cabales,
es lo que hace que seamos hombres imperfectos. Consigue que no realicemos
correctamente nuestra propia naturaleza, nuestra propia esencia, nuestro propio ser.
Porque nuestro ser hombres consiste en corresponder libre y gratuitamente al amor
gratuito que Dios nos tiene, y pecar es, precisamente, dejar de corresponder a ese
amor. En la medida en que somos pecadores somos menos personas humanas, menos
hombres. Por eso Jesús es el hombre más perfecto, porque no pecó nunca.
El Concilio _Vat-II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 22), dice: «En realidad,
el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». ¿Qué
somos?, ¿para qué estamos aquí?, ¿cuál es nuestro sentido? Estas preguntas sólo se
pueden resolver desde el misterio de Cristo.
La creación en su conjunto es, según hemos dicho antes, el Cuerpo de Cristo, porque
la Divinidad ha asumido nuestro ser de creaturas. En consecuencia, si el conjunto de
la creación es el Cuerpo de Cristo, no hay relación con Dios que no sea relación con
la realidad. Y, al revés, no hay relación con la realidad creada, con las cosas, con los
animales, con las personas, que no sea relación con Dios. Si la creación entera es el
Cuerpo de Cristo, cada vez que yo hago algo a la creación, estoy haciendo algo al
Cuerpo de Cristo y, por tanto, estoy haciendo algo, bueno o malo, a Dios. Cada vez
que yo me relaciono con Dios, lo hago en la creación y no puedo pensar en una
relación directa e inmediata con Dios. Por eso puede decir S. Juan en su Primera
Carta (/1Jn/04/2O): «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,
a quien no ve»
Hace algunos años se hizo una encuesta en muchos conventos de religiosas españolas.
(Era una encuesta en la que había que puntuar los diversos items, algo parecido a lo que
se hace en las evaluaciones de la docencia). Una de las preguntas pedía una
autocalificación sobre las relaciones con Dios. Pues bien, en la gran mayoría de las
respuestas las religiosas se autocalificaban con notas altas: ochos y nueves. Luego había
otra pregunta donde se pedía una autoevaluación de las relaciones con las otras
religiosas de la propia comunidad. Ahí ya se calificaban más bajo: aprobados raspados
y algún que otro suspenso. Lo que está claro es que la nota que califique nuestras
relaciones con Dios y nuestras relaciones con los demás sólo puede ser la misma. Si
una nota es alta y la otra baja, eso quiere decir que hay engaño en la percepción.
La relación con Dios es relación a través de la realidad creada, a través de las cosas,
animales y personas. Y, al revés, la relación con la realidad no queda al margen de
la relación con Dios, porque la creación es el Cuerpo de Cristo. Así pues, desde el
punto de vista cristiano no hay realidad sagrada y realidad profana. No hay un ámbito
para Dios, un ámbito de lo divino, de la fe y del culto, y otro ámbito de la realidad
secular, del mundo, donde se actúa de forma independiente de Dios.
Nos hemos referido ya a esto al hablar de la expulsión de los mercaderes del templo
de Jerusalén por parte de Jesús y de cómo en ese episodio estaba planteado el tema
de la división entre los ámbitos secular y sagrado, división no aceptada por Jesús,
con lo que se colocaba en la mejor tradición de la profecía de Israel. Desde el punto
de vista cristiano, el ámbito secular es sagrado y el ámbito sagrado es secular. o, si
se prefiere, no hay ámbito secular y ámbito sagrado. Se puede formular como se
quiera, porque en el fondo es lo mismo.
PERFECTO DIOS Y PERFECTO HOMBRE: Jesús no deja de ser Dios para ser
hombre. No es un Dios de segunda categoría por el hecho de ser hombre. Al mismo
tiempo, como acabamos de decir, Jesús no es menos hombre que nosotros por ser
Dios, sino más perfectamente hombre que nosotros, precisamente porque, al habitar
en él la Divinidad, realiza la más perfecta imagen de Dios.
Esto significa que la persona de Jesús realiza perfectamente el ser hombre y realiza
perfectamente el ser Dios. En él, en quien la creación ha venido a ser absoluto y lo
divino se ha hecho concreto, se afirma al cien por cien la divinidad y se afirma al
cien por cien la humanidad.
La única excepción a este cien por cien obra de Dios y este cien por cien obra nuestra
es la presencia del pecado. Allí donde hay pecado puede rebajarse el cien por cien
de la obra de Dios; allí donde hay pecado hay algo que se escapa a la actuación del
Espíritu de Dios, aunque no a su poder (Una exposición de este tema en su dimensión
cristológica, en J.I. GONZALEZ FAUS, La humanidad nueva, Santander l986, 35455;
y en su dimensión antropológica, en el mismo autor, Proyecto de hermano, Santander
1987 436-44O).
Quiero decir lo siguiente: el creyente cristiano, por afirmar la unión hipostática de la
divinidad y la humanidad en Jesús, ve en toda la realidad las actuaciones de Dios y
del hombre no en competencia, sino en cooperación, pero en distintos niveles. La
concepción cristiana de Dios no tiene nada que ver con Prometeo. Como se sabe,
según el mito griego, Prometeo intenta robar el fuego a los dioses; y lo consigue,
pero es castigado por su osadía. En la concepción cristiana, Dios y el hombre no
pelean entre sí por nada, porque el interés de Dios es el hombre. Hasta tal punto que,
cuando el hombre-Jesús dice: «mis intereses», es Dios mismo quien está diciendo:
«mis intereses».
No hay competencia entre el hombre y Dios, porque Dios se ha encarnado, porque Dios
se ha unido a nuestra humanidad creada y a nuestra historia.
DOMINIO 4: ECLESIOLÓGICO
4.- Iglesia comunidad, en misión evangelizadora
4.1.- Explicar cuál es el sentido de la Iglesia como sacramento de salvación. El
sentido de la Iglesia como sacramento de salvación, es que por medio de ella el cristiano
profundiza su fe, vive en comunidad y comparte sus valores fundamentales.
Para la salvación, por medio de la práctica de su doctrina. “Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificare mi Iglesia, y los poderes del infierno no podrán contra ella”. Es decir,
que nos guste o no Jesús le dio poder absoluto a este primer Papa llamado Pedro y esta
Iglesia la componemos todos los bautizados.
La Iglesia es Santa porque su fundador es santo. Y como tal se convierte en un
sacramento de salvación, ya que en ella se practican o ejercen los sacramentos
instituidos por el mismo Cristo.
CONCLUSION
La misión de la Iglesia y nuestra propia misión se fundamentan en la comunión y
participación de la Verdad, el Amor y la Vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. ·
Recibimos nuestra misión en la Iglesia, la cumplimos en comunión y participación de
Iglesia y desde ella vamos como enviados a evangelizar a todas las gentes en el mundo
entero. ·
La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro
entusiasmo, nos ayuda a superar las dificultades en nuestra comunidad y nos hace
participar en la salvación de Jesucristo (RM 2).
Nuestra principal perspectiva de vida y servicio es realizar la propia misión en y desde
comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
4.15.- Relacionar las necesidades del tiempo presente con algunas características
del Reino de Dios.
La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona
humana en su dimensión tanto física como espiritual. Dos gestos caracterizan la misión
de Jesús: curar y perdonar. Las numerosas curaciones demuestran su gran compasión
ante la miseria humana, pero significan también que en el Reino ya no habrá
enfermedades ni sufrimientos y que su misión, desde el principio, tiende a liberar de
todo ello a las personas. En la perspectiva de Jesús, las curaciones son también signo
de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura, Jesús invita a la fe, a la
conversión, al deseo de perdón (cf. Lc 5, 24). Recibida la fe, la curación anima a ir más
lejos: introduce en la salvación (cf. Lc 18, 42-43). Los gestos liberadores de la posesión
del demonio, mal supremo y símbolo del pecado y de la rebelión contra Dios, son signos
de que "ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28).
El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a
medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente.
Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el mandamiento del amor (cf. Mt 22, 3440);
Lc 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un "mandamiento nuevo": "Que os
améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el
que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los
hombres (cf. Jn 15, 13), manifestando así el amor que el Padre tiene por el mundo (cf.
Jn 3, 16). Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos
entre sí y con Dios.
El Reino interesa a todos: a las personas, a sociedad, al mundo entero. Trabajar por el
Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la
historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación
del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la
realización de su designio de salvación en toda su plenitud.
Todos sabemos que el Reino de Dios se presenta como la salvación del hombre y la
vida eterna, en la que el hombre conseguirá su plenitud definitiva. Este es un Reino de
amor y de vida sencilla en la inocencia del corazón. Pero no es un reino como esos que
vemos aquí en nuestro mundo, es decir, no es un reino físico y material, sino que es un
Reino al cual entramos al ser bautizados y al permanecer en la fe de Cristo, pero que lo
vivimos dentro de cada uno de nosotros y nos mantendremos en él al seguir el camino
de nuestro Padre que lo dio todo por nosotros, incluso a su propio hijo para salvarnos
de nuestros pecados. El reinado de Dios es pleno; en los que creen se va realizando,
poco a poco, en su corazón y en su conciencia, sus costumbres se van adaptando cada
vez más al nuevo amor a Dios. Este Reino ya está aquí, aunque muchos lo nieguen y lo
siguen esperando, sólo que no es visible como los otros reinos de los hombres, sino que
es un Reino espiritual.
Además, el Reino de Dios no sólo se refiere al futuro, es decir que en la Biblia vemos
expresado que al final de los días, el fin del mundo, sólo los que pertenezcan a él y sigan
sus mandamientos estarán en el Reino de los cielos y tendrán vida eterna. Sabemos que
eso es cierto, pero también el Reino de Dios también es algo que irrumpe en nuestra
vida diaria, ya que nuestro Padre nos presenta innumerables "pruebas" a las que a veces
respondemos de manera incorrecta. Entonces, si pertenecemos al Reino del Señor,
podremos transformar las relaciones del odio, egoísmo, discriminación y explotación,
en relaciones de amor, solidaridad, justicia y paz.
En nuestro país, en toda Latinoamérica y en todo el mundo existe la injusticia con los
pobres, en algunos lugares más que en otros. La liberación humanizadora de los pobres
y oprimidos de la tierra es la irrupción más significativa del Reino en la sociedad. La
teología de la liberación, que es el intento de los seguidores del Reino de liberar a todos
aquellos que sufren de injusticias, busca problematizar los mecanismos de explotación
económica, política, ideológica y cultural que oprimen y deshumanizan a la mayoría de
la población. Esta teología de liberación se fundamenta en la fe y la esperanza del
pueblo de Dios, pero su novedad está en que busca aplicar su pensamiento al oprimido
como sujeto histórico.
Las condiciones para entrar en el Reino de Dios y las condiciones para pertenecer a la
única iglesia fundada por Cristo son idénticas. La iglesia de Cristo es el Reino de Dios
en la Tierra. Los pasos que conducen al Reino de Dios son los mismos que conducen a
la verdadera Iglesia de Dios.
En la actualidad, existe una urgente necesidad de hombres y mujeres consagrados y hay
una gran demanda de predicadores santos y devotos de Dios. ¿Qué está ocurriendo con
el mundo que Dios dejó en nuestras manos y que mandó a su hijo para salvarnos y para
que todos recibiéramos vida eterna? Nos estamos dejando llevar del mal, y no estamos
llevando el plan de Dios y nosotros pertenecientes a la religión cristiana no actuamos
como verdaderos cristianos y nos estamos dejando llevar por el camino de lo fácil.
Un carisma por tanto es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de
la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de diversos tipos . Pero
los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen
del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia. De esta definición parten
tres grandes aplicaciones que conviene conocer para evitar confusiones en el momento
de estudiar los carismas dentro de la vida consagrada: el concepto de carisma en cuanto
tal, la concepción de la vida consagrada como un carisma para la Iglesia y el carisma
específico de cada Instituto o congregación religiosa. Un carisma no está
necesariamente ligado a la fundación de una congregación religiosa. Se dan casos de
hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar
a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan
fundado una congregación religiosa. Por otro lado, la misma vida consagrada se
entiende como un don del Espíritu para el bien de la Iglesia: “La vida consagrada,
enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don
de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.” Y por último, es necesario considerar
el carisma específico de cada congregación o instituto de vida consagrada, centrándose
nuestra atención en el presente estudio en esta última acepción del término.
Comenzaremos haciendo una revisión de lo que el Magisterio ha escrito acerca del
carisma de cada Instituto o congregación religiosa, para pasar después a un análisis de
lo dicho por algunos autores de nuestro tiempo. Al final, en base a esta doble
investigación, nos aventuraremos a proponer lo que es el carisma y cuáles son sus
elementos constitutivos.
¿Qué es el carisma y cuáles son sus elementos constitutivos?: Partiremos de una
definición que ha servido como base para todos los documentos del magisterio que
manejan el término carisma: “Los Institutos religiosos en la Iglesia son muchos y
diversos, cada uno con su propia índole; pero todos aportan su propia vocación, cual
don hecho por el Espíritu, por medio de hombres y mujeres insignes y aprobado
auténticamente por la sagrada Jerarquía. El carisma mismo de los Fundadores se revela
como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por
ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el
Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole
propia de los diversos Institutos religiosos. La índole propia lleva además consigo, un
estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos
elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados.”
El magisterio identifica en este texto el carisma con la índole propia de cada instituto o
congregación religiosa. Hablar de carisma es hablar por tanto de las notas más
características y específicas que tiene cada congregación o instituto religioso para
seguir más de cerca a Jesucristo. Usando un término de la genética moderna, podemos
comparar nosotros al carisma con el código genético de la congregación. Ahí está
inscrito la identidad de la congregación, conteniéndose en esa identidad, aunque con la
necesidad de un posterior desarrollo, su patrimonio espiritual, su pasado y su futuro, ya
que el carisma no es algo estático, sino en continuo desarrollo.
Definir la índole propia puede ser un trabajo arduo para cada congregación o instituto
religioso. Cuando el Concilio Vaticano II pedía el retorno a los orígenes de la vida
consagrada y a las fuentes originarias de cada congregación o instituto religioso,
invitaba precisamente a la identificación de los elementos más propios que
configuraban a la congregación. Esta índole propia no proviene necesariamente de las
obras de apostolado específicas de la congregación, ni del modo de ser o de actuar de
sus miembros, sino de una experiencia del Espíritu que vivió el fundador o la fundadora
y que fue capaz de transmitir a los primeros miembros de la congregación o instituto
religioso. Las obras de apostolado, el estilo de vida, la forma de vivir los consejos
evangélicos son expresiones concretas de la experiencia del Espíritu. “Las diversas
formas de vivir los consejos evangélicos son, en efecto, expresión y fruto de los dones
espirituales recibidos por fundadores y fundadoras y, en cuanto tales, constituyen una
experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de
Cristo en crecimiento perenne.” Podemos decir por tanto que “en el carisma está
constituido no sólo la finalidad específica del Instituto sino la conformación espiritual,
humana y social de la persona consagrada.”
La experiencia del Espíritu es una de las notas características o elementos constitutivos
más importante del carisma. “Las notas características de un carisma auténtico son las
siguientes: proveniencia singular del Espíritu, distinta, ciertamente, aunque no separada
de las dotes personales de quien guía y modera; una profunda preocupación por
configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio; un amor
fructífero a la Iglesia, que rehuya todo lo que en ella pueda ser causa de discordia.” Dios
permite al fundador o a la fundadora experimentar fuertemente una necesidad en su
mundo, un contraste entre los planes de Dios y la realidad concreta. Para hacer frente a
esa realidad Dios otorga la gracia al fundador o a la fundadora de hacer una lectura del
evangelio en forma novedosa, de tal manera que la realidad viene iluminada con una
nueva luz, una nueva interpretación, una experiencia l Espíritu que ya no queda
circunscrita a las condiciones de espacio tiempo que la vieron nacer, sino que, como
criatura del Espíritu se expande a todos los tiempos y lugares. Nace así la experiencia
del Espíritu del fundador, como un don de Dios para la Iglesia, don que puede
compartirse y desarrollarse por otras muchas personas, a lo largo del espacio y del
tiempo. Es esta Espíritu a través del fundador o la fundadora.
Para hacer frente a la necesidad que Dios le ha permitido experimentar, el fundador o
la fundadora, bajo la experiencia del Espíritu, fija su atención en algún aspecto
específico de la figura de Cristo, como el medio más idóneo, sugerido por el Espíritu,
para paliar dicha necesidad. No se excluyen otros medios, o, expresado en forma más
clara, todos los demás medios de los que pueda echar mano el fundador o la fundadora
nacen de la gran necesidad que experimenta de salir al encuentro de la necesidad a
través del aspecto específico de la persona de Cristo, que el Espíritu e ha sugerido. Para
el fundador o la fundadora, solamente Cristo puede aliviar la necesidad que ha dado
origen a su obra. Su vida estará dedicada a configurarse lo más posible con el aspecto
específico del Cristo que ha experimentado.
Un último aspecto del carisma es el de saberse insertado dentro de la Iglesia. El
fundador o la fundadora han aceptado seguir el camino que el Espíritu les ha marcado
en su experiencia inicial no para hacer un camino separado de la Iglesia, sino para
ayudar a la Iglesia a cumplir con su misión. Los carismas sólo pueden ser entendidos y
justificados en la Iglesia, para la Iglesia y desde la Iglesia. De esta forma podemos
entender también el carisma como “el don particular de la gracia divina operado en el
creyente por parte del espíritu Santo para la común utilidad de la Iglesia.” Concepto
que, aplicado a la vida consagrada, Juan Pablo II define de la siguiente manera: “Es
difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas
realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de
aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la
Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las
diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su
vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los
elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia.”
Creemos por tanto que no conviene hacer una diferencia de términos entre carisma del
fundador, carisma de fundar, carisma de fundación, carisma del Instituto. Hemos dicho
que son pasos connaturales para que se diera el carisma. Nos centraremos en el carisma
como la experiencia del Espíritu que Dios da al Fundador para el bien de la Iglesia,
englobando en esta definición todos los pasos que se han dado para dar a luz este don.
4.20.- Relacionar los nuevos carismas con la respuesta de la acción del Espíritu
Santo a los tiempos actuales.
Los movimientos y asociaciones eclesiales testimonian ante el mundo la riqueza de los
dones que el Espíritu derrama para el enriquecimiento del Pueblo de Dios. «Cristo ha
dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el
Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y
la renueva sin cesar».
Los carismas pueden ser muchos y muy distintos, aunque todos tienen el mismo origen.
Como dice San Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1
Cor 12, 4). No existe un número determinado de ellos; surgen siempre en función de
las necesidades del Pueblo de Dios. Por esta razón San Pablo ofrece diversas listas de
carismas (cf. Rm 12, 6-8ss; 1 Cor 12, 8-10.28-30).
En el Concilio Vaticano II se explicitó y desarrolló el sentido e importancia de los
carismas para el Pueblo de Dios. En sus documentos se señala con toda claridad que el
Espíritu Santo no sólo santifica y edifica a su Iglesia mediante los sacramentos y los
ministros, sino que «también reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier
estado o condición» (108). Se trata de edificar el Cuerpo de Cristo en un proceso de
distribución de dones que se da dentro de una armonía en medio de la pluralidad y
complementariedad de funciones y estados de vida. Todo carisma, explica San Pablo,
debe vivirse en unidad y armonía con los restantes carismas (cf. 1 Tes 5, 12.19-21; 1
Cor 3,8). En la Apostolicam actuositatem se dice: «Para ejercer este apostolado, el
Espíritu Santo opera la santificación del Pueblo de Dios por el ministerio y los
sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (cf. 1 Cor 12,7),
"distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1Cor 12,11), para que todos, "poniendo
cada uno la gracia recibida al servicio de los demás", sean "buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios" (1 Pe 4,10), en orden a la edificación de todo el cuerpo
en el amor (cf. Ef 4,16)».
La pluralidad y la diversidad de miembros y estilos de vida en la Iglesia es expresión
del único Cuerpo de Cristo. Y esta pluralidad es posible y legítima solamente a partir
de la unidad del Cuerpo y en cuanto tiende a su unidad, de modo que todas las
particularidades existan en función de las otras y para la totalidad del Cuerpo. Así pues,
la variedad de los carismas no pone en peligro la unidad, antes bien la fortalece. El
Espíritu Santo no sólo es principio de permanente renovación en orden a la santidad,
sino que es también fundamento de unidad y comunión.
La Iglesia, sabemos bien, es una, santa, católica y apostólica. Al interior de ella se da
una rica variedad que contribuye al fortalecimiento de la comunión en la unidad de la
fe. Desde la singularidad de cada carisma se construye y fortalece la comunión. «La
comunión en la Iglesia no es pues uniformidad -señala el Papa Juan Pablo II-, sino don
del Espíritu que pasa también a través de la variedad de los carismas y de los estados
de vida. Éstos serán tanto más útiles a la Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el
respeto de su identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido con objeto de que
fructifique para el Señor en el crecimiento de la fraternidad y de la misión». Los
carismas se fundamentan en la caridad y tienen a ésta como regla suprema (cf. 1 Cor
13,2; Ga 5,22). En ese sentido es útil tener siempre presente aquel axioma agustiniano:
«En lo necesario unidad, en la duda libertad, en todo caridad» .
Aunque los carismas se otorgan a personas concretas, pueden ser participados y vividos
por otros. De ahí que se pueda hablar del carisma de una determinada asociación. La
vida asociada se inicia cuando el Espíritu inspira a unas personas la formación de una
comunidad que asume características propias en respuesta a los signos de los tiempos.
Estas personas que el Paráclito convoca son los fundadores y fundadoras. Todas las
comunidades y asociaciones eclesiales a lo largo de la historia han tenido su comienzo
en la respuesta de personas concretas a la gracia que el Espíritu derramó en ellos. «El
carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (cf. S.S.
Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por
ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el
Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne». Los carismas, una vez que han sido
reconocidos por la autoridad eclesial, encuentran una forma de institucionalización
jurídica y dan origen a servicios y formas de vida estable.
Por otro lado, los carismas no se refieren únicamente a la vida privada de los fieles;
tienen siempre una resonancia comunitaria. «A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común» (1 Cor 12,7). A lo largo de la historia de la Iglesia
se han suscitado movimientos y fermentos colectivos que han puesto de manifiesto la
presencia del Espíritu Santo guiando y renovando a la Iglesia. Los carismas infundidos
han generado en las comunidades una singular capacidad de lectura de los signos de los
tiempos a la vez que un impulso a dar respuesta a los desafíos de cada momento y
circunstancia. El florecimiento de nuevas formas de vida asociada en los tiempos
actuales claramente evidencia la presencia dinamizadora del Espíritu en la Iglesia. Los
movimientos y asociaciones eclesiales son una de las significativas expresiones de esta
presencia carismática en la vida del Pueblo de Dios que peregrina en nuestro tiempo.
El discernimiento de los carismas: En la porción del Pueblo de Dios encomendada a su
cuidado pastoral, el Obispo es principio y fundamento visible de comunión y unidad en
la fe, en la caridad y en el apostolado, por virtud del don del Espíritu Santo que ha
recibido. Para ello es dotado de una potestad de gobierno ordinaria, propia e inmediata,
que ejerce directamente sobre todos los fieles de la Iglesia particular, individual o
asociadamente, ya sean clérigos, consagrados -en sus diversas expresiones- o laicos.
Corresponde a los Obispos discernir la autenticidad de los diversos carismas. Como se
indica en la Lumen gentium, «el juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su
ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el
Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno (cf. 1 Tes 5,12 y 19-21)» (117).
La Iglesia cuida que no sea obstaculizada la acción del Espíritu Santo. Igualmente
expresa su respeto por la dignidad de las personas convocadas por el Paráclito para
recibir un carisma y para llevar una determinada forma de vida asociada en la
comunidad eclesial. Los Pastores sagrados se preocupan, igualmente, de comunicar los
bienes espirituales de la Iglesia, principalmente la Palabra de Dios y los sacramentos.
Para todo ello los Pastores reciben una abundancia de especiales dones del Espíritu
Santo para poder obrar según el designio divino.
Los movimientos y asociaciones, por su parte, dan muestras de autenticidad eclesial
sometiéndose con docilidad al discernimiento de los Pastores, acogiendo con humildad
sus orientaciones pastorales y dejándose guiar en la comunión de la Iglesia y con su
Pastor universal. De ahí que cuando se habla en el Magisterio de los movimientos y
asociaciones se explicite, como una señal inequívoca de su eclesialidad, la fidelidad a
la comunión en la Iglesia bajo los legítimos Pastores y el Magisterio universal. Carisma
y Jerarquía al servicio de la comunión: «El Espíritu Santo -indica el Papa Juan Pablo
II- no sólo confía diversos ministerios a la Iglesia-Comunión, sino que también la
enriquece con otros dones e impulsos particulares, llamados carismas». Se trata de
dones complementarios -los dones carismáticos y los dones jerárquico-ministeriales-
suscitados por un mismo Espíritu, con un mismo fin: la edificación de la Iglesia. El
carisma auténtico no sólo expresa y fomenta la comunión y la unidad de la Iglesia, en
la rica pluralidad de sus expresiones de vida, sino que en el fondo el don -carisma- por
excelencia es la Iglesia misma, signo e instrumento de comunión y reconciliación en
Cristo.
El carisma no ha de presentarse al margen de la Jerarquía, a quien le compete, en
comunión con el sucesor del apóstol San Pedro, ser principio y fundamento de la unidad
de la Iglesia. Como se afirma en Puebla, los Obispos, sucesores de los Apóstoles,
constituyen «el centro visible donde se ata, aquí en la tierra, la unidad de la Iglesia». A
los Pastores sagrados les corresponde velar por la comunión en el Pueblo de Dios. El
Papa Juan Pablo II tocó el tema en su importante Discurso inaugural de la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo:
«En torno al Obispo y en perfecta comunión con él tienen que florecer las parroquias y
comunidades cristianas como células pujantes de vida eclesial» . En esa dinámica se
sitúa la misión del Obispo de estimular el «crecimiento de las asociaciones de los fieles
laicos en la comunión y misión de la Iglesia».
4.21.- Identificar las virtudes y actitudes que hacen de la Virgen María, un modelo
de creyente.
Nuestra Madre es modelo de fe. «Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó
en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cfr. Lc 1,
38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas
que hace en quienes se encomiendan a Él (cfr. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a
luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cfr. Lc 2, 6-7). Confiada en su
esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cfr. Mt
2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta
el Calvario (cfr. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de
Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), los transmitió
a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cfr. Hch 1,
14; 2, 1-4)».
La Virgen Santísima vivió la fe en una existencia plenamente humana, la de una mujer
corriente. «Durante su vida terrena no le fueron ahorrados a María ni la experiencia del
dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo,
que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: "bienaventurado el vientre que
te llevó y los pechos que te alimentaron", el Señor responde: "bienaventurados más bien
los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 27-28). Era el elogio
de su Madre, de su fiat (Lc 1, 38), del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las
últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio
escondido y silencioso de cada jornada».
La Santísima Virgen «vive totalmente de la y en relación con el Señor; está en actitud
de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; está inserta en
una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de
su existencia».
Maestra de fe: Por la fe, María penetró en el Misterio de Dios Uno y Trino como no le
ha sido dado a ninguna criatura, y, como «madre de nuestra fe», nos ha hecho partícipes
de ese conocimiento. «Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca
podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado
con la Trinidad Beatísima».
La Virgen es maestra de fe. Todo el despliegue de la fe en la existencia tiene su prototipo
en Santa María: el compromiso con Dios y el conformar las circunstancias de la vida
ordinaria a la luz de la fe, también en los momentos de oscuridad. Nuestra Madre nos
enseña a estar totalmente abiertos al querer divino «incluso si es misterioso, también si
a menudo no corresponde al propio querer y es una espada que traspasa el alma, como
dirá proféticamente el anciano Simeón a María, en el momento de la presentación de
Jesús en el Templo (cfr. Lc 2, 35)». Su plena confianza en el Dios fiel y en sus promesas
no disminuye, aunque las palabras del Señor sean difíciles o aparentemente imposibles
de acoger.
Imitar la fe de María: «Así, en María, el camino de fe del Antiguo Testamento es
asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte
de la mirada única del Hijo de Dios encarnado». En la Anunciación, la respuesta de la
Virgen resume su fe como compromiso, como entrega, como vocación: «he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Como Santa María, los cristianos
debemos vivir «de cara a Dios, pronunciando ese fiat mihi secundum verbum tuum (...)
del que depende la fidelidad a la personal vocación, única e intransferible en cada caso,
que nos hará ser cooperadores de la obra de salvación que Dios realiza en nosotros y en
el mundo entero».
Pero, ¿cómo responder siempre con una fe tan firme como María, sin perder la
confianza en Dios? Imitándola, tratando de que en nuestra vida esté presente esa actitud
suya de fondo ante la cercanía de Dios: no experimenta miedo o desconfianza, sino que
«entra en íntimo diálogo con la Palabra de Dios que se le ha anunciado; no la considera
superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para
comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio». Al igual que la
Virgen, procuremos reunir en nuestro corazón todos los acontecimientos que nos
suceden, reconociendo que todo proviene de la Voluntad de Dios. María mira en
profundidad, reflexiona, pondera, y así entiende los diferentes acontecimientos desde
la comprensión que solo la fe puede dar. Ojalá fuera esa —con la ayuda de nuestra
Madre— nuestra respuesta.
Las características de Maria son:
1.- Silencio en su interior: María se sobrecoge ante la visita del ángel, pero puede recibir
y comprender el mensaje que él le comunica por el profundo silencio que llena su
interior. Ella está acostumbrada a meditar las palabras del Señor, está acostumbrada al
lenguaje Divino y lo capta con profundo recogimiento.
2.- Escucha atenta: María escucha reverentemente al ángel. No está pensando en ella
misma, ni en lo que tiene que hacer, ni en qué cosas va a tener que dejar para ser la
Madre de Jesús. Ella se dispone, escucha, se deja tocar por las palabras y las medita en
su corazón.
3.- Acogida generosa: María después de escuchar acoge. Las palabras dan fruto en su
interior, no pasan como el viento sino que se quedan y echan raíces en su corazón.
4.- Búsqueda: Esta actitud es la que lleva a María a preguntarse sobre el sentido
profundo de las palabras del Mensajero de Dios en el momento de la Anunciación:
“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. Y su pregunta no es fruto de la duda,
sino fruto de un anhelo de mayor luz para poder descubrir la profundidad de su misión.
En ella esta el deseo de responder con mayor fidelidad y generosidad.
5.- Disponibilidad al plan de Dios: María se muestra totalmente disponible para hacer
lo que Dios le pide. Esta actitud es la de un corazón que se ha educado en decir sí en
cada cosa pequeña, un corazón que se ha educado en pensar primero en los demás que
en sí mismo.
6.- Confianza en Dios y en sus proezas: María ha meditado desde pequeña las promesas
hechas por Dios al pueblo de Israel. Ella las conoce y sabe que Él siempre ha sido fiel
a pesar de la debilidad del pueblo. Su confianza no es ciega, está basada en las acciones
de Dios. Ella ha dejado que Él sea el centro de su vida, se ha abierto a su amor. En ella
están representados los anhelos y las luchas de un pueblo qué, aunque frágil ha creído
en Dios.
7.- Valentía: María no se achica frente a la misión excepcionalmente grande que le
anuncia el ángel. Tiene miedo sí, pero se lanza con valentía a cumplir el Plan de Dios.
Aunque sea una niña, ella confía profundamente en la gracia de Dios que agiganta sus
pequeños esfuerzos y es capaz de reconocer el valor de su sí, el valor que Dios le da a
la entrega libre de nuestra humanidad.
4.22.- Explicar la importancia de María en la historia de la salvación y la vida de
la Iglesia.
El papel mediador de María Santísima está atestiguado por su actitud en el Evangelio,
particularmente en las Bodas de Caná, como se puede leer en el evangelio de San Juan
(2,1-11). Allí, y nadie puede negarlo, María intercede, es decir, pide a su Hijo Jesucristo
que ayude a los novios que están en una situación muy comprometida en su fiesta de
bodas. Y Jesucristo, comenzando con una misteriosa frase que pareciera insinuar una
especie de resistencia inicial, hace finalmente su primer milagro a pedido de María. En
pocos otros episodios del Evangelio aparece tan magnífico el papel mediador de la
Virgen junto a su relación intrínseca con Jesucristo. Ella misma dice a los sirvientes de
la fiesta: haced lo que él [Jesús] os dirá. Con su mediación Ella no desplaza a Jesús,
sino que lleva a los hombres a Jesús. En una oportunidad, una persona me escribió unas
líneas contra esta interpretación del episodio, diciendo que “En la boda de Caná, no fue
intercesión, fue una preocupación de María hacia sus amigos que se estaban casando.
Y no se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico. Los hermanos separados, como
usted les llama, están en lo cierto, pues la única base de la fe es la Biblia y allí es poco
lo que se dice de María, ¿no es cierto? Sólo aparece en algunos pasajes, y los católicos
(hermanos sin Cristo) le dan mucha importancia a María, y la Biblia no. Ustedes son
mariólogos no cristianos; y creen más en la tradición que en la Biblia”. A esta persona
habría que decirle unas cuantas cosas respecto de su doctrina, como por ejemplo, ¿en
qué lugar de la Biblia (que es, según ella “la única base de la fe”) dice la Biblia que “no
se puede hacer doctrina de un solo pasaje Bíblico”? O simplemente, ¿dónde dice que
haya una distinción entre intercesión y preocupación, o que la preocupación no sea parte
de la intercesión? ¡Todo esto es doctrina no-bíblica, sin fundamento bíblico! ¿Por qué
tengo que creerlo, si la Biblia no lo dice? Pero, ya hemos hablado de esto. Cito la carta
para que se vea la debilidad de los argumentos. Lo que esta persona llama
“preocupación” no es otra cosa que intercesión; además, en el evangelio de San Juan,
éste no dice que María solamente se haya preocupado, sino que dice que habló a Jesús,
pidió a Jesús y mandó a los sirvientes que actuasen según las indicaciones de su Hijo.
Que un solo pasaje no baste para hacer doctrina, ¿qué fundamento teológico tiene?
¿Acaso no dice en un solo lugar de toda la Escritura: ¿Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,
14)? ¿Habría que quitar el valor a todos los textos bíblicos que no tienen paralelos?
Evidentemente, la persona que me escribió eso no lo cree ni ella misma. Escribe por
hacer perder el tiempo a los demás.
En la Cruz, Jesús encomendó a María el cuidado de Juan, así como encomendó el
cuidado de María a Juan (cf. Jn 19). Nosotros vemos en este pasaje la “proclamación”
de la maternidad espiritual de María sobre todos los hombres (no el comienzo de su
maternidad espiritual sino su declaración, pues el comienzo coincide con el de su
maternidad divina, ya que, al comenzar a ser madre de la Cabeza del cuerpo de Cristo,
como llama San Pablo a la Iglesia, empezó a ser madre de todo el cuerpo). Tal vez,
muchos protestantes no acepten esta verdad, pero no podrán negar el encargo. El
encargo de cuidar a Juan, de velar por él y de protegerlo… eso es lo que consideramos
parte de esta intercesión. Jesús sobre la Cruz, seguía siendo Dios, y en la muerte, su
divinidad no se separa ni de su cuerpo ni de su alma (sólo se separan el cuerpo y el alma
entre sí). ¿Por qué este encargo? ¿Acaso no podía ya Jesús encargarse de este cuidado?
La muerte ¿lo privaba de su poder? ¿Disminuyó su poder sobre los discípulos porque
María comenzase a hacerse cargo de Juan (y con Juan, también de los demás apóstoles
y discípulos, como vemos que dice San Lucas en los Hechos 1,14)?
El Apóstol Santiago, hablando sobre la intercesión, dice: La oración del justo tiene
mucho poder (St 5,16). ¿Por qué se ha de negar este poder a la oración de María? Y si
no se niega, entonces ¿por qué se niega su poder intercesor? Si no es para interceder
pidiendo y obteniendo algo para sí mismo o para otros, ¿para qué tiene poder la oración?
Y San Pablo, en Ef 6,18 nos manda: Orad unos por otros intercediendo por todos los
santos (la traducción de Reina-Valera no altera la idea: “orando en todo tiempo con toda
deprecación y súplica… por todos los santos”). Si todos podemos y debemos orar unos
por otros, ¿por qué María no puede orar por nosotros? Y si San Pablo manda que
recemos, es porque la oración tiene eficacia; pero si nuestra oración es eficaz ante Dios,
¿no es eso “interceder”? En 2Tes 3,1, San Pablo pide a los tesalonicenses: Finalmente,
hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y
adquiriendo gloria, como entre vosotros, y para que nos veamos libres de los hombres
perversos y malignos; si Pablo puede esperar en la oración de los hombres, para ser
librado de los perversos y para que la Palabra de Dios se propague, ¿por qué no puede
hacer esto la oración de María? Y si María lo hizo durante su vida terrena en este
mundo, ¿por qué no puede hacerlo ahora que está en el cielo? Hay una incoherencia en
la doctrina protestante, que se debe a un prejuicio doctrinal y no a un sereno estudio de
los mismos textos bíblicos. María no es autora de la gracia que salva sino intercesora,
para que el corazón de Dios nos mire benévolamente y se apiade de nosotros.
Las principales señales que distinguen a un discípulo de Jesús son, por supuesto, los
sacramentos. Tres marcan de forma indeleble: el bautismo, la confirmación y el orden
sacerdotal. Están llamados a transformar enteramente nuestra vida.
Pero, además de los sacramentos, la vida de discipulado tiene otros distintivos que
sirven para identificar a los seguidores de Cristo.
El principal de ellos es que el discípulo ha vivido con su Maestro (como un aprendiz) y
ha convivido con Él, a sus pies, caminando con Él, y le ha visto vivir sus enseñanzas:
Jesús es, ante todo, el Maestro con el que se convive, con quien se aprende, en quien
los ojos están fijos para ver cómo hace las cosas.
1. Los discípulos son llamados. Lucas 5, 111 ilustra esto perfectamente. ¡Dios
siempre da el primer paso! Jesús se acercó a los pescadores y les invitó. Solo después
de esta invitación al discipulado interviene nuestra decisión. Jesús nos ha llamado a
cada uno de nosotros. El siguiente paso es…
2. Los discípulos responden conscientemente a la llamada de Jesús. ¡Una vez que
somos llamados, un discípulo debe responder positivamente a la llamada! Si Pedro no
hubiese abandonado sus redes y seguido a Jesús, no sería un discípulo. ¡No puedes
seguir si no haces una opción! ¡El discipulado nunca es heredado ni accidental!
3. El discípulo ama. Ésta es la primera señal de un discípulo. El amor a Dios y el
amor a los demás. Jesús dice que los demás sabrán que somos sus discípulos por nuestro
amor al prójimo (Jn 13, 35).
4. Los discípulos dan fruto. De hecho, Jesús dice que dar fruto demuestra que eres
su discípulo. “La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante, y así seréis
mis discípulos” (Jn 15, 8).
5. Los discípulos son obedientes. Avanza un poco más en Juan 15 y encontrarás el
versículo 14: “Sois mis amigos si hacéis lo que yo ordeno”. Atención: no podemos ser
amigos íntimos de Jesús y ser desobedientes. Es imposible.
6. Los discípulos son enseñados. En las Escrituras encontramos constantemente a
los discípulos de Jesús aprendiendo de Él. Ellos escuchan y luego aplican sus
enseñanzas en su vida (o al menos lo intentan). Tenemos que seguir ese modelo. La
vida de un discípulo cristiano es una vida de aprendizaje durante toda la vida.
7. Los discípulos siguen. La palabra “discípulo” significa “seguidor”. Nuestra vida
de discipulado comienza siguiendo a Jesús. Debemos hacer lo que Él hizo. Amar como
Él amó. Elegir lo que Él eligió. “Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando
y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce” (Lc 8,
1). 8. Los discípulos tienen su mirada puesta en el Cielo. Nuestra vida actual no es
nuestro hogar definitivo. Hemos sido creados para vivir con Dios para siempre una
felicidad eterna. Este hogar celestial lo determinan nuestras decisiones en esta vida. El
premio del Cielo es un regalo en el que debemos tener puestos los ojos, para que no
perdamos la perspectiva eterna de Dios.
9. Los discípulos cargan con cruces. El discipulado no es fácil. Jesús lo dijo así: “El
que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame”
(Lc 9, 23). Nunca deberíamos olvidar que el sufrimiento es parte del discipulado. No
se trata solamente de emociones para sentirse bien ni de pasar buenos ratos.
10. Los discípulos emplean tiempo con Jesús en la oración. Si hacemos lo que Jesús
hizo, entonces necesitamos vivir en relación íntima con Dios. “Un día, Jesús estaba
orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor,
enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos»” (Lc 11, 1).
11. Los discípulos aman y sirven a Dios (y al prójimo). Piensa en las numerosas
veces que los discípulos son llamados a servir. Jesús ordena a sus Doce que sirvan a la
masa en la multiplicación de los panes y los peces, que sanen a los enfermos, que
expulsen los demonios, etc. ¡La vida de un discípulo no va de uno mismo!
12. Los discípulos hacen otros discípulos. Por último, tenemos que hacer lo que Jesús
hizo, lo que significa “hacer discípulos”. Fue su último mandato y el único del que no
podemos evadir el cumplirlo personalmente.
4.25.- Relacionar respeto por valores culturales e históricos con la forma de ser y
actuar como Iglesia Evangelizadora (relación Iglesia/ valores, cultura, subculturas
de los tiempos en los que se vive).
La cultura, en su relación esencial con la verdad y el bien, no brota únicamente de la
experiencia de necesidades, de centros de interés o de exigencias elementales. «La
dimensión primera y fundamental de la cultura, subrayaba Juan Pablo II ante la
UNESCO, es la sana moralidad: la cultura moral». «Las culturas, cuando están
profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura
típica del hombre a lo universal y a la trascendencia» (Fides et Ratio, n. 70). Marcadas
por el dinamismo de los hombres y de la historia, en tensión hacia un cumplimiento (cf.
ibid. n. 71), las culturas participan también del pecado de aquéllos y requieren por ello
el necesario discernimiento por parte de los cristianos. Cuando el Verbo de Dios asume
en la Encarnación la naturaleza humana en su dimensión histórica y concreta, excepto
el pecado (Heb 4, 15), la purifica y la lleva a su plenitud en el Espíritu Santo.
Revelándose, Dios abre su corazón a los hombres «con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí» y les hace descubrir en su lenguaje de hombres los
misterios de su amor « para invitarlos a entrar en comunión con El » (Dei Verbum, n.
2).
La buena noticia del Evangelio para las Culturas: Para revelarse, entrar en diálogo con
los hombres e invitarlos a la salvación, Dios se ha escogido, de entre el amplio abanico
de las culturas milenarias nacidas del genio humano, un Pueblo, cuya cultura originaria
Él la ha penetrado, purificado y fecundado. La historia de la Alianza es la del
surgimiento de una cultura inspirada por Dios mismo a su pueblo. La Sagrada Escritura
es el instrumento querido y usado por Dios para revelarse, lo cual la eleva a un plano
supracultural. «En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó
usando de sus propias facultades y medios» (Dei Verbum, n. 11). En la Sagrada
Escritura, Palabra de Dios, que constituye la inculturación originaria de la fe en el Dios
de Abraham, Dios de Jesucristo, «las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas,
se han hecho semejantes al habla humana » (ibid., n. 13). El mensaje de la revelación,
inscrito en la historia sagrada, se presenta siempre revestido de un ropaje cultural del
cual es indisociable, pues es parte integrante de aquélla. La Biblia, Palabra de Dios
expresada en el lenguaje de los hombres, constituye el arquetipo del encuentro fecundo
entre la Palabra de Dios y la cultura.
La cultura bíblica ocupa por ello un puesto único. Es la cultura del Pueblo de Dios, en
cuyo corazón Él se ha encarnado. La promesa hecha a Abraham culmina en la
glorificación de Cristo crucificado. El padre de los creyentes, en tensión hacia el
cumplimiento de la promesa, anuncia el sacrificio del Hijo de Dios sobre el leño de la
cruz. En Cristo, que ha venido a recapitular el conjunto de la creación, el amor de Dios
convoca a todos los hombres a compartir la condición de hijos. El Dios totalmente otro
se manifiesta en Jesucristo, totalmente nuestro: « el Verbo del Padre Eterno, tomada la
carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres » (Dei Verbum, n. 13).
Así, la fe tiene el poder de alcanzar el corazón de toda cultura para purificarla,
fecundarla, enriquecerla y darle la posibilidad de desplegarse a la medida
inconmensurable del amor de Cristo. La recepción del mensaje de Cristo suscita así una
cultura, cuyos dos constitutivos fundamentales son, a título radicalmente nuevo, la
persona y el amor. El amor redentor de Cristo descubre, más allá de los límites naturales
de las personas, su valor profundo, que se dilata bajo el régimen de la gracia, don de
Dios. Cristo es la fuente de esta civilización del amor, anhelada con nostalgia por los
hombres tras la caída del pecado, y que Juan Pablo II, después de Pablo VI, no cesa de
invitarnos a realizar junto con todos los hombres de buena voluntad. El vínculo
fundamental del Evangelio, es decir, de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su
humanidad es creador de cultura en su fundamento mismo. Viviendo el Evangelio, —
como lo atestiguan dos mil años de historia— la Iglesia esclarece el sentido y el valor
de la vida, amplía los horizontes de la razón y afianza los fundamentos de la moral
humana. La fe cristiana auténticamente vivida revela en toda su profundidad la dignidad
de la persona y la sublimidad de su vocación (cf. Redemptor hominis, n. 10). Desde sus
orígenes, el cristianismo se distingue por la inteligencia de la fe y la audacia de la razón.
Son testigos de ello los pioneros, como san Justino o san Clemente de Alejandría,
Orígenes y los Padres Capadocios. Este encuentro fecundo del Evangelio con las
filosofías hasta nuestros días, ha sido evocado por Juan Pablo II en su encíclica Fides
et Ratio (cf. n. 36-48). «El encuentro de la fe con las diversas culturas de hecho ha dado
vida a una realidad nueva» (ibid. n. 70), crea así una cultura original en los contextos
más diversos.
«Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad
[...] Se trata también de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento,
las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste
con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.
Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con un barniz
superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y
las culturas del hombre, en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la
Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo
siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.
El Evangelio, y por consiguiente la evangelización, no se identifican ciertamente con la
cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino
que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una
cultura y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la
cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio
y evangelización, no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de
impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.
La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo [...]
De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización
de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el
encuentro con la Buena Nueva» (Evangelii Nuntiandi, nn. 18-20). Para hacerlo es
necesario anunciar el Evangelio en la lengua y la cultura de los hombres.
Esta Buena Nueva se dirige a la persona humana en su compleja totalidad, espiritual y
moral, económica y política, cultural y social. La Iglesia no duda en hablar de
evangelización de las culturas, es decir, de las mentalidades, de las costumbres, de los
comportamientos. «La nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y ordenado
para evangelizar la cultura» (Ecclesia in America, n. 70).
En sintonía con las exigencias objetivas de la fe y la misión de evangelizar, la Iglesia
tiene en cuenta este dato esencial: el encuentro entre la fe y las culturas se opera entre
dos realidades que no son del mismo orden. Por tanto la inculturación de la fe y la
evangelización de las culturas, constituyen como un binomio que excluye toda forma
de sincretismo. Tal es «el sentido auténtico de la inculturación. Ésta, ante las culturas
más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere
ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes
hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni
simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en
las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con
la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que
proviene de Cristo» (Pastores dabo vobis, n. 55). Los sucesivos sínodos de obispos no
cesan de subrayar la particular importancia para la evangelización de esta inculturación
a la luz de los grandes misterios de la salvación: la encarnación de Cristo, su
Nacimiento, su Pasión y Pascua redentora, y Pentecostés, que por la fuerza del Espíritu,
concede a cada uno escuchar en su propia lengua las maravillas de Dios. Las naciones
convocadas en torno al cenáculo el día de Pentecostés no han escuchado en sus
respectivas lenguas un discurso sobre sus propias culturas humanas, sino que se
sorprenden de oír, cada uno en su lengua, a los apóstoles anunciar las maravillas de
Dios. Si bien es cierto que el mensaje evangélico no se puede aislar pura y simplemente
de la cultura en la que está inserto desde el principio, ni tampoco, sin graves pérdidas,
de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos, sin embargo, la
fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora (cf. Catechesi
Tradendae, n. 53). « El anuncio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de
cada destinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar una identidad cultural
propia, favoreciendo el progreso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena
explicación en la verdad » (Fides et Ratio, n. 71).
«Teniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que
anuncia la Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la "lógica"
propia del misterio de la Redención [...] Esta kénosis necesaria para la exaltación,
itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9), es iluminadora para
el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. Cada cultura tiene necesidad de
ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual» (Ecclesia
in Africa n. 61). La ola dominante de secularismo que se extiende a través de las
culturas, idealiza a menudo, con la fuerza de sugestión de los medios, modelos de vida
que son la antítesis de la cultura de las Bienaventuranzas y de la imitación de Cristo
pobre, casto, obediente y manso de corazón. De hecho, hay grandes obras culturales
que se inspiran en el pecado y pueden incitar al él. «La Iglesia, al proponer la Buena
Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza
los desvalores. Establece por consiguiente, una crítica de las culturas... crítica de las
idolatrías, es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores, que sin serlo,
una cultura asume como absolutos».
Una pastoral de la cultura: Al servicio del anuncio de la Buena Nueva y por tanto del
destino del hombre en el designio de Dios, la pastoral de la cultura deriva de la misión
misma de la Iglesia en el mundo contemporáneo, con una percepción renovada de sus
exigencias, expresada por el Concilio Vaticano II y los Sínodos de los Obispos. La toma
de conciencia de la dimensión cultural de la existencia humana entraña una atención
particular hacia este campo nuevo de la pastoral. Anclada en la antropología y la ética
cristiana, esta pastoral anima un proyecto cultural cristiano que permite a Cristo,
Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia (cf. Redemptor Hominis, n. 1),
renovar toda la vida de los hombres, «abriendo a su potencia salvadora los inmensos
dominios de la cultura». En este campo, las vías son prácticamente infinitas, pues la
pastoral de la cultura se aplica a las situaciones concretas a fin de abrirlas al mensaje
universal del Evangelio.
Al servicio de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia, su
gracia y su vocación propia, y su identidad más profunda (cf. Evangelii Nuntiandi, n.,
la pastoral, a la búsqueda de « las formas más adecuadas y eficaces de comunicar el
mensaje evangélico a los hombres de nuestro tiempo » (ibid., n. 40), conjuga medios
complementarios: « La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con
elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito,
adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En
realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada
uno de ellos integrado con los otros» (ibid., n. 24).
Una evangelización inculturada gracias a una pastoral concertada permite a la
comunidad cristiana recibir, celebrar, vivir, traducir su fe en su propia cultura, en «la
compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal» (Redemptoris
Missio, n. 54). Traduce al mismo tiempo el carácter absolutamente nuevo de la
revelación en Jesucristo y la exigencia de conversión que brota del encuentro con el
único salvador: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5).
He aquí la importancia de la tarea propia de los teólogos y los pastores para la fiel
inteligencia de la fe y el discernimiento pastoral. La simpatía con la que tienen que
abordar las culturas «sirviéndose de conceptos y lenguas de los diversos pueblos»
(Gaudium et Spes, n. 44) para expresar el mensaje de Cristo, no puede alejarse de un
discernimiento exigente frente a los grandes problemas que emergen de un análisis
objetivo de los fenómenos culturales contemporáneos. El peso de estos no puede ser
ignorado por los pastores, pues está en juego la conversión de las personas y, a través
de ellas, de las culturas, la cristianización del ethos de los pueblos (cf. Evangelii
nuntiandi, n. 20).
26.- Reconocer la opción por los pobres desde la lógica de la encarnación y misión
de Cristo.
El punto de partida de la intervención libertadora de Yahvé es el "ver" la situación de
"aflicción" de su pueblo y "escuchar" el clamor que le arrancan los capataces. Esta
mirada, por tanto, se hace desde la misericordia que nace del "recuerdo de la Alianza"
que Yahvé juró a los "padres" de Israel, como subrayará el capítulo sexto. Así nacerá
un "juicio" sobre esta situación: es una situación de "opresión", de insolidaridad. Y de
aquí, la decisión que toma el Señor: "actuar" para liberar al pueblo oprimido.
La mirada y la escucha de Dios provocan su intervención libertadora. Pero, además, el
libro del Éxodo quiere subrayar cómo esta intervención de Dios nace por su incitativa,
"el Dios de nuestros padres nos ha salido al encuentro, se nos ha aparecido". Una
aparición que viene motivada por el deseo del Señor de mantenerse fiel a la Promesa
que hizo a los antepasados y que, también ella, fue iniciativa suya.
Una actitud semejante la muestra el Génesis cuando presenta a Dios reaccionando ante
la muerte de Abel. La sangre del hermano asesinado se convierte en un clamor ante el
Señor y le hace intervenir para "protestar" contra la injusticia y para reparar el mal
realizado.
El Dios de la creación sigue presente en la historia del mundo e interviene en ella para
enseñar a la humanidad cómo debe proceder en justicia y solidaridad, para conseguir la
paz y la felicidad. Con todo, a la persona humana le cuesta reconocer a este Dios
presente.
Y la historia muestra cómo este reconocimiento solamente suele hacerse a posteriori,
es decir, cuando la obra de la salvación realizada por el Señor es reconocida en la
experiencia interior de quien la ha vivido.
En la Historia de la Salvación la obra divina es una acción de liberación integral y de
promoción del hombre en toda su dimensión, que tiene como único móvil el amor. El
hombre es 'creado en Cristo Jesús' (Ef 2, 10), hecho en El 'creatura nueva' (2 Cor 5, 17).
Por la fe y el Bautismo es transformado, lleno del don del Espíritu, con un dinamismo
nuevo, no de egoísmo sino de amor, que 1o impulsa a buscar una nueva relación más
profunda en Dios, con los hombres sus hermanos y con las cosas"; y luego proclama
que el amor "es el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en el
mundo, teniendo como fundamento la verdad y como signo la libertad". Era el rechazo
claro del economicismo marxista, del recurso a la violencia y a la lucha de clases.
Por eso "la solidaridad humana no puede realizarse verdaderamente sino en, Cristo
quien da la paz que el mundo no puede dar. El amor es el alma de la justicia. El cristiano
que trabaja por la justicia social debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón".
Esta paz interior y la consecuente nueva relación cristiana con los hombres y con las
cosas, tlenen, a su vez, su fundamento: la paz con Dios. Por 10 mismo, allí donde dicha
paz social no existe, allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas,
económicas y culturales, "hay un rechazo del don de la paz del Señor; más aún, un
rechazo del Señor mismo".
En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como "el enviado del Padre". Por eso es
conveniente aclarar los dos sentidos principales que tiene su misión.
Primer punto: "misión" significa el acto de enviar a alguien con algún objetivo. La
misión de Cristo significa el acto por el cual Dios envía a su Hijo al mundo porque,
como comenta el Evangelio de Juan que hemos visto, "Dios amó tanto al mundo que le
entregó a su Hijo único..."(Jn 3,16).
Segundo punto: "misión" significa también el objetivo para el cual uno es enviado:
"para que el mundo se salve por Él" (Jn 3,17). Toda la vida de Cristo es la realización
de esta misión.
La decisión salvadora de la Trinidad, después de mirar el mundo que se pierde,
"hagamos redención del género humano", se concreta en enviar al Hijo como la Palabra
definitiva del Creador en la historia de la humanidad. En Él, misión y encarnación
coinciden.
Cristo se encarna hoy nuevamente, tanto en la experiencia religiosa, como en la
experiencia del encuentro con el hermano que sufre o es perseguido.
Esta segunda experiencia es la que el Señor hizo comprender a Pablo cuando perseguía
a los cristianos y le iluminó con su palabra: "yo soy Jesús a quien tú persigues" (Hch
9,5).
Con relación a los pobres, Medellín distingue claramente tres tipos de pobreza: a) la
pobreza como carencia de bienes de este mundo; b) la pobreza espiritual, como actitud
de apertura a Dl0S y disponibilidad de quien todo 10 espera del Señor; c) la pobreza
como compromiso de identificación con la condición de los necesitados, asumida
voluntaria y amorosamente, para seguir el ejemplo de Cristo y tener la libertad espiritual
frente a los bienes y testimoniar el mal que la condición de los necesitados representa.
El primer tipo es un mal, contrario a la voluntad del Señor. El segundo es un bien:
valoriza los bienes de este mundo sin apegarse a ellos, reconociendo el valor supremo
de los bienes del Remo. El tercer tipo sigue más de cerca la misión de Cristo, es más
apostólico, es un sacramento de unidad porque brota de una actitud que desenraiza todo
género de idolatría. Lo contrario, al segundo tipo de pobreza, sin la cual no es posible
ser cristiano, no sólo es la riqueza como excesiva posesión de bienes, sino la soberbia
como voluntad de poder pervertido y de dominación perversa. Es donde entra la
presencia y la actuación del "mysterium iniquitatis" (2 Tes 2, 7).
27.- Identificar los valores presentes en las primeras comunidades: oración, vida
comunitaria, liturgia, anuncio de la palabra.
Los Hechos de los Apóstoles constituyen la continuación del evangelio de Lucas, por
ello, en un sentido amplio, pertenece también al 'género evangélico' que, de forma
aparentemente biográfica, constituye una proclamación del Evangelio. Aquí el
protagonista ya no es Jesús, sino el Espíritu del Resucitado que se hace presente en la
vida y en la obra de la comunidad apostólica. Los apóstoles son los herederos y los
continuadores de la misión de Jesús: construir comunidad, curar a los enfermos,
anunciar la llegada del Reino inaugurado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Los apóstoles no son sólo los Doce, sino cuantos han recibido una misión del Espíritu,
por medio de la comunidad: así Matías es agregado al grupo de los Doce, pero también
]3ernabé, Marcos, Pablo y otros... Por ello no podemos considerar Hechos como un
relato historiado de la primera comunidad, sino como un verdadero evangelio de la
comunidad: una proclamación del misterio pascual de Cristo presente en la comunidad
apostólica de los orígenes.
Hechos 2,42-47 y 4,32-35 son dos textos fundamentales de este evangelio de la
comunidad apostólica ya que nos presenta cuáles son las coordenadas de dicha
comunidad. No son una 'fotografía" de la comunidad de Jerusalén, sino la proclamación
de una Buena Nueva.
El primero de los textos afirma. "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la
unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones ... eran muchos los prodigios y
señales realizados por los apóstoles ... todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo
en común ... vendían sus posesiones ... y las distribuían entre todos, según las
necesidades de cada uno ... unánimes y constantes, acudían diariamente al templo,
partian el pan en las casas, compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón
... alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo ... el Señor agregaba cada
día los que se iban salvando al grupo de los creyentes”. El segundo retorna alguna de
estas afirmaciones, acentuándolas: "el grupo de los creyentes pensaban y sentían lo
mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que tenían en
común todas las cosas ... los apóstoles daban testimonio con gran energía de la
resurrección de Jesús ... todos gozaban de gran estima ... no había entre ellos
necesitados porque los que tenían hacienda o casas los vendían ... lo ponían a los pies
de los apóstoles ... se repartía a cada uno según su necesidad”
Veamos cuáles son las coordenadas de la vida comunitaria que el evangelista Lucas nos
presenta bajo estas expresiones que hemos señalado.
La comunidad persevera en la enseñanza (didaje) de los apóstoles. La enseñanza es el
ámbito en el que se transmite la tradición apostólica, la que arranca de Jesús (cf. Mt
28), y la que los apóstoles transmiten (cf. 1Cor 11 y 15). Mantenerse fiel a la enseñanza
implica perseverar en la tradición evangélica, que se enseña, se recuerda y se amplia en
las reuniones comunitarias, Es responsabilidad de los apóstoles el transmitir con
fidelidad esa enseñanza que arranca de Jesús.
La unión fraterna (koinonía) es la dinámica integradora de los miembros de la
comunidad. Esta unión fraterna se manifiesta de dos maneras: mediante la unanimidad
y mediante el compartir. Ambas están relacionadas y forman las dos caras de una única
moneda. Referente a la unanimidad, nos dice el autor de Hechos: "vivían unidos y
unánimes ... pensaban y sentían lo mismo'. Es decir" afecta al corazón de las personas:
compartir la fe en el Resucitado los lleva a vivir, pensar y sentir en común. Esta
unanimidad no es fruto de un sentimentalismo emocional, sino de un compromiso en la
fe (el 'grupo de creyentes' dice el texto): porque formamos parte de una comunidad que
comparte una única fe, nuestro vivir debe ser unánime.
La segunda manera de expresar la unión fraterna es el compartir: nadie consideraba
como propio nada y lo tenían todo en común, compartían los alimentos en la mesa
común, vendían los bienes y distribuían el importe entre todos según la necesidad de
cada uno; de esta manera 'no había entre ellos necesitados'. Esta última expresión es
importante, aunque a veces pase desapercibida, pues supone el cumplimiento de la
promesa contenida en Dt. 15,1-18: una comunidad sin pobres. La promesa de Dios se
cumple en la comunidad apostólica, donde todo se comparte, de forma que ya no hay
nadie necesitado. Igualmente, el "compartir los alimentos" tiene un trasfondo que no
podemos olvidar. El “comer juntos" tenía en la sociedad judía una connotación
religiosa: expresar la comunión de los creyentes en la presencia de Dios; y, de ahí, el
no poder compartir la mesa con los pecadores, pues ello implicaba compartir su pecado
y, por lo tanto, separarse de Dios.
En la comunidad cristiana, la unidad de la fe conlleva la unanimidad de vida, sin
fracturas en el pensar y en el sentir; a la vez que rompe las barreras internas entre judíos
y gentiles, entre ricos y pobres: todos sus miembros, independientemente de su
procedencia o extracción social, son aceptados sin condiciones y ven sus necesidades
cubiertas. Todo ello constituye la unión fraterna de la comunidad apostólica.
La fracción del pan es la celebración eucarística. Constituye un gesto pleno de
significado para Jesús y para sus discípulos: en la fracción del pan, éste es multiplicado
y llega a saciar a todos los que escuchan su enseñanza (cf. Lc 9,10- 17)8, el Resucitado
es reconocido como compañero de camino por los discípulos de Emaús (cf. Lc
24,1335), se repiten las palabras de Jesús en la última cena haciendo del pan y del vino
memorial del cuerpo entregado y de la sangre derramada (cf. 1Cor 11,23-27), los
apóstoles conversan (homilein) largo rato con la comunidad, enseñándoles y
animándolos a perseverar (cf. Hch 20,7-12). La fracción del pan va unida, por tanto, a
la palabra y en ambos se hace presente el misterio pascual de Jesús, que restaura las
fuerzas y abre los ojos de la comunidad creyente en su camino. La comunidad parte en
pan 'en las casas', que es el lugar ordinario de encuentro comunitario de la iglesia
doméstica.
Las oraciones de los cristianos en la comunidad apostólica eran de dos tipos diversos:
los encuentros de oración propios de la comunidad, realizados también en 'las casas’ en
determinadas circunstancias de la vida comunitaria (cf. Hch 2,12-26; 4,23-31; 12,12;
20,7-12); o bien mediante la participación en el culto sinagogas y en el templo de
Jerusalén (cf. Lc 24,53). La oración de la comunidad apostólica es fundamentalmente
de alabanza por todo cuanto Dios va realizando en el día a día, pues es en la vida
cotidiana donde se descubre la presencia salvífica del Señor. Al mismo tiempo se
requiere de Dios la capacidad de continuar anunciando la Palabra con libertad de
espíritu frente a la oposición, e incluso persecución, que se experimenta; y el continuar
realizando curaciones, señales y prodigios en nombre de Jesús (cf Hch 4,27-30). En los
momentos de discernimiento comunitario, ante la necesidad de tomar una decisión, o
bien de abrir un nuevo frente de misión, la oración puede ir acompañada del ayuno,
como expresión de la escucha y de la disponibilidad frente a la voluntad de Dios (cf.
Hch 2,15-26; 13,1-3). Con todo, la oración comunitaria, no queda circunscrita a unos
momentos determinados, sino que forma una constante: 'Todos perseveraban unánimes
en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de
éste" (Hch 1,14).
El testimonio (martyría) de la resurrección. 'Los apóstoles daban testimonio con gran
energía de la resurrección de Jesús ... eran muchos los prodigios y señales realizados
por los apóstoles'. La comunidad apostólica continúa la misión de Jesús, con su doble
componente: estar con Él, y anunciar el Reino sanando a los enfermos (cf. Mc 3,1516).
Si la fracción del pan y la perseverancia en la oración expresan el 'estar con Ér, es el
testimonio de la resurrección con prodigios y señales lo que expresa 'el anuncio del
Reino'. La expresión,,, prodigios y señales' expresa los gestos y las acciones que hacen
presente la acción salvífica de dios en medio del pueblo. Jesús expresó esa presencia
mediante el exorcismo de endemoniados, la curación de discapacitados, y la
resurrección de difuntos. La comunidad apostólica continúa los exorcismos (cf. Hch
13,6-12), las curaciones (cf. 3,1-11) y las resurrecciones (cf. 10,36-43; 20,9-10) señales
todas ellas de la presencia del Reino (cf. Mc 16,15-18.20).
Una última coordenada lo constituye lo que podemos llamar la significatividad de la
comunidad apostólica, consecuencia de las anteriores coordenadas. "Se ganaban el
favor del pueblo ... todos gozaban de gran estima' dice Hechos. La presencia de la
comunidad no deja indiferentes a los demás. La reacción puede ser doble, y de hecho
así lo indica el texto bíblico: por una parte, las autoridades desconfían, persiguen e
intentan hacer callar mediante la intimidación, la cárcel o el ajusticiamiento; por otra
parte, la gente del pueblo aprecia a los miembros de la comunidad por las señales que
realizan. Esta segunda reacción provoca atracción, y así son nuevas personas quienes
piden incorporarse al grupo, después de creer en el Resucitado y convertirse al
Evangelio. Y añade el autor de Hechos. 'El Señor agregaba cada día los que se iban
salvando', ya que es el Señor quien dirige los corazones.
Así, la fidelidad a la tradición, garantizada por la enseñanza apostólica, la unión fraterna
expresada mediante la unanimidad y el compartir, la fracción del pan y la oración
comunitaria y sinagogas, el testimonio de la resurrección mediante signos eficaces, y la
consiguiente significatividad en su ambiente forman las coordenadas de la comunidad
apostólica.
Ramificaciones:
• Episcopalianos
• Mormones
• Baptistas
• Cuáqueros
• Evangelistas
• Testigos de Jehová
CATOLICOS PROTESTANTES
La salvación depende de la fe y de las La salvación depende de la fe (luteranos) la
obras o acciones humanas predestinación divina (calvinistas)
Cristianismo- El hijo de Dios, el Mesías enviado para salvarnos, que murió por
nosotros.
Islamismo- es uno de los principales profetas del Islam. Y , para los musulmanes no
tiene carácter divino.
Cristianismo: Amar a Dios y a todas las personas. Islamismo: Confesar la propia fe,
orar, dar limosna, ayunar y peregrinar una vez a la Meca.
Judaísmo: el decálogo que Dios dio a Moisés.
La Iglesia: templo sagrado para los cristianos. La iglesia Cristiana fue fundada por
Jesús y Él es su Cabeza y Salvador. El propósito de la Iglesia es tanto glorificar a Dios
como informar al mundo acerca de la obra Redentora de Cristo.
La Sinagoga: Lugar de culto para los judíos. Suelen estar orientadas hacia Jerusalén.
4.36.- Explicar las características o componentes del sincretismo que se alejan del
catolicismo.
Sincretismo. Se cae en sincretismo cuando a las fiestas cristianas, configurantes de la
cultura, se les añaden matices de otras religiones como buscando su fusión; es
sincretismo buscar, en la doctrina de otras religiones, una explicación al misterio
cristiano logrando el desconcierto más que la verdad.
El sincretismo, en sus mistificaciones frecuentemente indescifrables y poco
distinguibles y su múltiple variedad, en su mezcolanza de figuraciones religiosas, es
uno de los más vastos movimientos de carácter psico-cultural del mundo; surgido en
Oriente, fue exportado al Occidente con la expedición de Alejandro Magno en India y
luego nuevamente, como consecuencia de la difusión del Imperio Romano, se expandió
en las regiones de las antiguas civilizaciones orientales. En este proceso, que duró
siglos, las religiones populares, y también ciertas teorías filosóficas, se compenetraron
mutuamente; se realizó un intercambio de imágenes, nombres, figuras, mitos y procesos
de origen cósmico, relativos a la liberación del pecado y el otorgamiento de la gracia.
Todo fue fusionado e interpretado según su propio modo por personas cultas,
escépticas, pero hambrientas en el sentido religioso, o fue también materializado
vulgarmente por el pueblo supersticioso.
A través de los siglos la Iglesia ha respondido a las tentaciones del sincretismo con dos
instrumentos sumamente eficaces: la fidelidad al Evangelio y el conocimiento profundo
de las posiciones erróneas. Esto implica, respectivamente, la exigencia de conocer la
propia fe y de conocer la de los otros. Estos elementos constituyen dos instrumentos
preciosos para superar el comportamiento sincretista; la tradición los llama
“evangelización” y “diálogo”. Pero requieren de un ejercicio profundo de la fe y de la
inteligencia. Un ejemplo podría ser la figura de Ireneo de Lión, el cual, mostrando un
conocimiento profundo de las complejas doctrinas gnósticas, luchó en el siglo III contra
el gnosticismo, iluminando a la luz de la doctrina cristiana. Este comportamiento no
solamente ayuda a razonar sobre la verdad, sino que ayuda también a las personas que
buscan a Dios con corazón sincero a encontrar el camino correcto. Implica un esfuerzo
por traducir el lenguaje de la fe al lenguaje de aquellos que buscan a Dios, incluso por
caminos errados. Se trata en el fondo de enseñar a discernir, lo que constituye una labor
verdaderamente exigente.
El concepto contemporáneo de diálogo encuentra sus fundamentos en la noción de
“pacto social”, favoreciendo un “acuerdo” entre las partes para evitar la confrontación.
De aquí nace precisamente el concepto ilustrado de “tolerancia”. El concepto cristiano
de diálogo, en cambio, está estrechamente unido al de “salvación”. El diálogo comienza
con el testimonio de la fe unido a la evangelización, sobre la base de la búsqueda mutua
de la salvación. El sincretismo coloca el diálogo entre tradiciones en el plano del
acuerdo, implícito o explícito, entre las religiones. El verdadero diálogo, en cambio,
busca testimoniar el modo de vivir la vocación humana a la salvación, reconociendo en
el otro el mismo deseo de buscar a Dios y de recibir sus dones, sin renunciar a la propia
fe y sin llegar necesariamente a un acuerdo. Por ello el Magisterio insiste en la
importancia de la colaboración como fundamento para el diálogo: trabajando unidos
por causas como, por ejemplo, la justicia o la paz, los miembros de diversas religiones
ofrecen un testimonio de la propia fe, pero no renuncian a ella en pos de un acuerdo
entre religiones.
4.40.- Distinguir los dones propios que otorga cada sacramento en la vida del
cristiano.
El Papa fue enfático al decir que “el bautismo es un don del Espíritu Santo que nos da
la fuerza para combatir el mal”. “Esto se simboliza en el gesto de la unción- añadió -,
que evoca a los atletas que ungían su cuerpo para tonificar los músculos y para evitar
ser presa fácil de los adversarios. El óleo bendecido por el obispo, nos asegura la fuerza
del Resucitado y la cercanía de la Iglesia en este combate. El bautismo “no es una
fórmula mágica”, sino que como don del Espíritu Santo “habilita a quien lo recibe a
luchar contra el espíritu del mal”. “Sabemos por experiencia que la vida cristiana está
siempre sujeta a la tentación de separarse de Dios, de su voluntad, de la comunión con
Él, para recaer en los lazos de las seducciones mundanas”, agregó, recordando que
“Dios mandó a su Hijo al mundo para destruir el poder de satanás” (...)n Pablo: «Todo
lo puedo en aquel que me conforta»”.
En la Confirmación se nos dan de forma específica los 7 dones del Espíritu Santo. Ese
día los recibimos en su plenitud y desde ese momento en adelante ya los poseemos y
podemos pedir a Dios que nos ayude a vivirlos siempre. Estos dones son los siguientes:
Sabiduría: Es el don de ver la realidad con los ojos de Dios De valorar los
acontecimientos que vivimos desde la mirada del amor de Dios.
Entendimiento: Nos ayuda a comprender mejor las cosas de Dios, nos ilumina para
entender su misterio, Su Palabra y Su obra. Nos abre la inteligencia hacia las realidades
espirituales, que sobrepasan la sola razón. Nos ayuda a crecer en la Fe de la Iglesia.
Consejo: Este don nos permite discernir los caminos de Dios. Nos ayuda a conocer lo
que realmente conviene para nuestro crecimiento personal y el de nuestros hermanos.
Nos permite tener la claridad suficiente tomar las decisiones adecuadas según el Plan
de Dios.
Fortaleza: Nos da la fortaleza y firmeza que necesitamos para perseverar en nuestra
vida cristiana y afrontar con valentía las dificultades de la vida cotidiana. Nos hace
fieles hasta la muerte, incluso hasta dar la vida por la fe. Se arraiga en una profunda
confianza en el Padre, con la certeza de que nunca nos abandona.
Ciencia: Nos ayuda a descubrir y conocer a Dios a través de la belleza de su creación,
buscando en las realidades terrenas las huellas del Amor de Dios, en donde todo
encuentra su sentido.
Piedad: Nos despierta un amor de hijos hacia Dios, nos abre a su ternura, nos da la
capacidad de dirigirnos a él con toda confianza y sencillez de corazón, a tener una
amistad íntima con Él. Despierta en nosotros el deseo de amarlo con toda nuestra alma,
con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas, lo cual se refleja en el esfuerzo
por vivir de manera coherente con el Evangelio.
Temor de Dios: No tiene nada que ver con temer un castigo de Dios, sino más bien nos
invita a tener respeto a Dios y su Plan de Amor. Nos enseña a escuchar y acoger esa
Voz de Dios que resuena en el sagrario de nuestras conciencias. Este don nos hace
recordar que somos pequeños ante Dios y a reverenciarnos ante su grandeza. Es el temor
de estar lejos de Dios y de su salvación.
Algunos recordarán que Jesucristo nos dijo “…cuando vayas a orar, entra en tu aposento
y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará”. Mt 6, 6 Esta es una oración privada, personal en la
que solamente estamos a solas con Dios. Esta oración es fundamental, verdaderamente
el pilar de la vida interior. Con ella nos acercamos a Dios y nos dirigimos a Él que es
persona. Dios, nuestro Padre en el cielo está siempre presente y lo puede todo (es
omnipotente y omnipresente), y cuando Jesús nos indica que vayamos a nuestro
aposento y cerremos la puerta para orar privadamente, es porque Dios quiere vernos a
solas, como una Padre se sienta a hablar cariñosamente con su hijo sobre las cosas más
privadas, más trascendentes y más importantes. Jesús comprende nuestra necesidad de
consuelo, de ayuda y nos invita a que en la intimidad, nos dirijamos con toda la
confianza del mundo a nuestro Padre para pedirle cuanto nos haga falta. Jesucristo nos
da testimonio de que está en continua comunicación con su Padre y nos invita a hacerlo.
Jesús ora en el Bautismo (Lc3,21); en su primera manifestación en Cafarnaún (Mc 1
,35; Lc 5,16); en la elección de los Apóstoles (Lc 6,12). Noches enteras pasa el Señor
en diálogo de oración con su Padre (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,29; 10,21 ss.). Jesús enseñará
a sus discípulos que han de orar en todo tiempo (Lc 18,1). La plegaria de Jesús pone de
manifiesto su confianza filial con Dios-Padre que se traducirá en la familiar expresión
de Abba, Padre (Mc 14,36). Lo mismo sucede con las diversas peticiones que formula
en la oración sacerdotal (lo 17), poco antes de su Pasión (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42;
Lc 22,40-46), y en la petición por sus verdugos (Lc 23,34). Jesús -ante la pregunta de
uno de sus discípulos- ha dejado a los cristianos no sólo el modelo de su propia oración,
sino también el cómo y la manera de hacerla (Lc 11,1-4). Como podemos ver, esta
oración privada es fundamental en la vida de piedad de todo católico.
Una vez que hemos entendido la diferencia entre oración pública y oración privada,
llega el momento de comentar la oración que se expresa hacia afuera de forma visible
y externa (o sea con palabras) y la oración que hacemos sin palabras, sin que nada en
nuestro exterior lo exprese, pero que se da dentro de nuestra mente como un acto de
raciocinio. Cuando la oración se exterioriza con palabras se le llama oración vocal.
Unidos así a Cristo, y conscientes de que la alegría más profunda del cristiano es la de
saber que “su nombre está escrito en el cielo”, en la tarea de “ir y dar fruto”, es necesario
no perder de vista una realidad con la que es preciso contar siempre, en la misión que
Cristo nos encarga llevar a cabo.
Las llamadas son personales; y a la vez, los enviados son los Apóstoles, y con ellos
todos los cristianos. Se hace preciso, por tanto, que cada llamado tome conciencia de
una cuarta llamada que está latente en las otras tres:
La cuarta llamada es a la unidad en la Iglesia, en la que el cristiano vive el mandamiento
nuevo: “amaos los unos a los otros”. Apenas surgen las primeras discrepancias entre lo
que deben enseñar los cristianos, los Apóstoles toman una decisión que va a indicar el
camino de la evangelización de la Iglesia a lo largo de los siglos: convocan el Concilio
de Jerusalén, y deciden lo que se ha de decir a los gentiles, y a todos, porque “hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros”.
Pedro y los Apóstoles se encuentran llenos de la autoridad de Dios, y con la gracia del
Espíritu enseñan lo que de se ha de creer, y de llevar a cabo en la predicación de Cristo.
Y deciden en un clima en el que la caridad entre ellos permite que sus mentes estén
despejadas y preparadas para comprender la verdadera voluntad del Espíritu Santo.
Llamada a la unidad de la Iglesia que es una realización práctica del “amaos los unos a
los otros”, del “mandamiento nuevo” que el Señor les da precisamente en el momento
de “enviarles”. Los primeros cristianos llamaban la atención de quienes observaban sus
actuaciones porque reflejaban la unidad profunda ente ellos: “La multitud de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba suyo lo que poseía,
sino que compartían todas las cosas” (Act. 4, 32).
Unidad entre los cristianos, unidad de todos los cristianos en la Iglesia fundada por
Cristo, que “subsiste en la Iglesia Católica”; unidad entre todos los creyentes en la
cabeza que es Pedro; y en Pedro, con Cristo. Así, el Señor bendecirá siempre el empeño
apostólico con nuevos frutos.
Unidad y amor entre los cristianos, en la Iglesia, que refleja y transmite el amor de Dios
que han de trasmitir a toda la humanidad. En esta tarea, el cansancio, el desaliento, la
desorientación, y hasta la desesperanza, quizá, en ocasiones, por la tardanza del florecer
de los frutos, son el peor enemigo del cristiano.
San Pablo pudo sentir esa sensación de rechazo, de frialdad, en el ambiente que le
escuchaban con atención en Atenas hasta que comenzó a hablar de la Resurrección.
En el ambiente actual, las insidias del diablo que alimenta y da vigor a “las simientes
de una convivencia misteriosa con el mal” que late en el corazón de los hombres por el
pecado, y que Benedicto XVI nos recuerda en su Mensaje para la Cuaresma de este año,
pueden llevar a un abandono de la misión; a ver agrandadas las dificultades de llevar
adelante el encargo de Cristo.
Una vez más, a través de las palabras de Benedicto XVI es el mismo Señor que nos
renueva el mandato de ir “que vayáis”. La cita es larga, y a la vez vale la pena. Me
parece que es el mejor modo de concluir estas reflexiones sobre las Llamadas de Dios
al hombre, porque son una invitación a no acostumbrarnos a esas llamadas de Dios, que
son, en definitiva, llamadas a vivir con Dios Padre la alegría de la creación; con Dios
Hijo el gozo profundo de la redención; con Dios Espíritu Santo la bienaventuranza de
la santificación.
“Os animo a perseverar en el testimonio del amor de Dios, del Hijo de Dios que se hizo
hombre, del hombre agraciado con la vida de Jesús, del único Bien que puede saciar el
corazón de la gente, pues “más que de pan, el hombre de hecho necesita de Dios”.
Conseguiréis así, hacer frente al ‘desierto interior’ del que hablé al inicio de mi
ministerio petrino, invitando a la Iglesia, en su conjunto, a “ponerse en camino para
conducir a las personas fuera del desierto, a lugares de vida, de amistad con el Hijo de
Dios, de Aquel que da la vida, la vida en plenitud (…) Nosotros existimos para mostrar
a Dios a los hombres. Y sólo donde se ve a Dios comienza verdaderamente la vida”
(Homilía, 24.IV-2005). Si “la boca habla de lo que el corazón rebosa” (Mt 12, 34),
podéis conocer vuestro corazón a partir de vuestras palabras. “Reconciliaos con Dios”,
de manera que vuestras palabras sirvan sobre todo para hablar de Dios y a Dios”
(Benedicto XVI, 8-II-2010).
La ley de Cristo establece, por tanto, un nivel muy superior de amor al prójimo de lo
que había mandado y enseñado el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, el
amor al prójimo se considera una condición imprescindible del amor a Dios:
"Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama
a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve. Y nosotros
tenemos de El este precepto, que quien ama a Dios ame también a su hermano" (1 Jn.
4, 20-21) Pero de aquí no se puede deducir la recíproca: que amando sólo al prójimo se
ama también a Dios. El amor al prójimo como a uno mismo es la consecuencia de amar
a Dios de modo absoluto.
En caso de que se ame verdaderamente, desinteresadamente, al prójimo sin amar a Dios,
ese amor al prójimo no sustituye al amor a Dios; no basta para que el hombre cumpla
con su fin primordial. Por eso es errónea la reducción de la religión a un puro
humanitarismo o filantropía. Considerar, por ejemplo, que la Iglesia tiene como
principal misión resolver problemas humanos, es reducir su fin a una tarea meramente
humana, que fácilmente lleva a reducir la religión a la política.
El amor que Cristo enseña: "Yo os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también
como yo he hecho" (Jn. 13, 15)
El amor que: Se extiende a todo lo que es de Dios.
La primera criatura con la que se debe tener amor es con uno mismo.
El amor ordenado a uno mismo es recto cuando se somete el amor propio al amor
divino, queriendo para uno todo aquello que Dios quiere.
Sigue el prójimo, entendiendo por prójimo todos aquellos semejantes que tienen una
relación con uno. Lógicamente, habrá que mostrar una mayor caridad para con aquellos
que estén más próximos a uno mismo: los padres, hermanos, parientes, amigos,
compañeros de trabajo, etcétera.
El amor de Dios se extiende también hacia los pecadores, no en cuanto pecadores, sino
en cuanto hombres. Dios quiere que el pecador se convierta y viva (Ez. 33, 11) ; por
eso se debe extender la caridad hacia ellos, manifestada en un pedir a Dios su
conversión. Se debe odiar el pecado, pero nunca al pecador, de manera que el trato con
ellos (salvando siempre el peligro de perversión para uno mismo) y la oración por ellos
los atraiga al recto camino.
También hay que amar, a los enemigos, no en cuanto enemigos, sino en cuanto hombres
capaces de lograr la eterna bienaventuranza. El amor a los enemigos es tina de las
enseñanzas del cristianismo: "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os
persiguen y calumnian para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que
hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores" (Mt. 5, 43-45)
A lo primero que nos tiene que llevar el amor al enemigo es a perdonar, porque Cristo
supo pronunciar en la cruz palabras de perdón:
"Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23, 34)
También hacia el universo hay que extender el amor, ya que todo él es obra de Dios y
es amado por El. El amor a las plantas y a los animales entra dentro del ámbito del amor
cristiano, siempre que no se convierta en un amor desordenado de manera que pase por
delante del amor debido a nuestros semejantes. El respeto y amor a la naturaleza es una
parte de lo que Cristo enseñó.
b) Se manifiesta en obras: "Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y
de verdad" (l Jn. 3, 18).
El amor cristiano es un amor que se manifiesta en obras. No basta con decir que se ama,
sino que hay que hacer obras de amor.
La parábola del buen samaritano (Lc. 10, 30-37) es el ejemplo, puesto por el mismo
Jesús, de cómo ha de ser el amor con obras. No repara en que se trate de un samaritano,
pueblo odiado por los judíos, sino simplemente de que se trata de alguien que remedia
la necesidad. Con ello el Señor enseña que todo necesitado es nuestro prójimo. "Si Yo,
pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros
los pies unos a otros" (Jn. 13, 14)
Frutos del amor al prójimo son las obras de misericordia, que se ejercitan, de modo
singular, cuando el cristiano practica: la limosna y la corrección fraterna, es decir,
cuando de algún modo se da al prójimo.
Limosna es el acudir a solucionar las necesidades, espirituales o materiales, en que el
prójimo puede encontrarse.
Se entiende por corrección fraterna a la advertencia hecha al prójimo en privado para
apartarle de un pecado o de una ocasión de pecado. Se está obligado a ella por ley divina
y por ley natural. "Sí pecara tu hermano contra ti, ve y corrígele a solas" (Mt. 18, 15)
Una forma excelente del amor al prójimo es procurar su acercamiento a Cristo, el
Salvador. Esta forma de manifestar el amor se llama apostolado.
c) Amor misericordioso: "Esta revelación del amor es definida también misericordia,
y tal revelación tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama
Jesucristo" (Juan Pablo II, RH, 9)
Cristo, al revelarnos que Dios es amor, ha revelado también una característica muy
importante del amor divino: es misericordioso.
Si los cristianos hemos de amar como Dios nos ama, el amor al prójimo debe estar lleno
de misericordia. Si el cristiano se siente pecador y espera la misericordia divina, debe
mostrar para los demás hombres, para sus defectos y errores, entrañas de misericordia,
pues sólo los misericordiosos alcanzarán misericordia.
Misericordia significa lo mismo que compasión. Compadecerse es sufrir porque alguno
sufre, estar cercano a él, comprender su pesar y su dolor.
Que Dios es misericordioso significa, ante todo, que ama a los hombres. Por ello no le
son indiferentes sus sufrimientos sino que actúa para aliviarlos.
Como el mayor mal que puede sufrir el hombre es estar alejado de Dios, la misericordia
divina se manifiesta ante todo como perdón del pecador. Dios perdona la ofensa hecha
a El mismo por el hombre. Es el grado máximo de misericordia que cabe.
Dios también desea apartar del hombre el dolor y el sufrimiento. Esto queda bien
patente en el Evangelio al contemplar la vida de Cristo. Pero no siempre le es
conveniente al hombre que le quite el dolor y el sufrimiento y por eso sigue habiéndole
en el mundo.
d) Las obras de misericordia
• Las espirituales son éstas:
• La primera, enseñar al que no sabe.
• La segunda, dar buen consejo al que lo necesita.
• La tercera, corregir al que yerra.
• La cuarta, perdonar las injurias.
• La quinta, consolar al triste.
• La sexta, sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
• La séptima, rogar a Dios por los vivos y difuntos.
5.7.- Relacionar los Diez Mandamientos y las enseñanzas de Jesús con el sentido
que Jesús le da al cumplimiento de la ley.
En el Nuevo Testamento, los Diez Mandamientos son ratificados por el Hijo de Dios
adquiriendo un sentido más profundo. En sus manifestaciones, Jesucristo se muestra
como Señor de los mandamientos, y aun de toda la ley (Mt. 12:8). Lo expresado por
Jesús al joven rico deja en claro que la vida eterna sólo puede ser alcanzada cuando la
persona, además de dar cumplimiento a los mandamientos, sigue a Cristo (Mt. 19:1622;
Mr. 10:17-21).
Jesucristo da lugar a una nueva visión de la ley mosaica (ver 4.8) y por consiguiente
también de los Diez Mandamientos. El Apóstol Pablo tradujo el sentido de la ley
mosaica conforme a la interpretación del Antiguo Testamento, en la formulación: “Por
medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Ro. 3:20).
Ya por la violación de uno solo de estos mandamientos, el hombre se hace culpable de
toda la ley (Stg. 2:10). Por lo tanto, todos violan la ley, todos los hombres son pecadores.
La ley hace posible reconocer el pecado. Únicamente el sacrificio de Cristo, el
fundamento del nuevo pacto, puede borrar los pecados cometidos.
Los Diez Mandamientos también tienen validez en el nuevo pacto; son obligatorios para
todos los hombres. La diferente interpretación de los Diez Mandamientos en el nuevo
pacto se debe a que, conforme a las profecías de Jeremías 31:33-34, la ley de Dios no
sólo está escrita en tablas de piedra, sino que es dada en la mente y escrita en el corazón.
Cumpliendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo se cumple toda la ley (Ro.
13:8-10).
13.- Reconocer que los valores humanos, tales como: amistad, humildad,
solidaridad, lealtad, honestidad, sinceridad, generosidad, entre otros, contribuyen
al mandamiento del amor.
Los Valores humanos: Libertad- Igualdad- Tolerancia-Patriotismo- Amor- Amistad-
Generosidad- Humildad-Honestidad- Justicia-Responsabilidad- Respeto- Solidaridad-
Trabajo- Prudencia.
Los valores humanos son aquellas virtudes a las que asignamos tanta importancia, que
no podemos ponerle precio, permitiéndonos orientar nuestras decisiones y conducta
ante la vida.
Los valores humanos y su relación con el mandamiento del amor: El amor es la
búsqueda del bien del otro o de si mismo. Buscar el bien nos muestra lo que es realmente
valioso, en cuanto que nos enriquece como persona, y no nos degrada rebajándonos a
animal o a un simple objeto de placer o utilidad para otros. Para poder lograr este tipo
de amor en la familia o en la sociedad, ser muy importante entender lo que implica que
el amor viene de Dios.
El verdadero Amor que procede de Dios, Fuente del Amor, nos lleva a amar a Dios
sobre todas las cosas, a sentirlo como Padre amoroso y a reconocer a nuestro prójimo
como a nuestro hermano; por ser todos hijos de un mismo Padre. Esto conlleva, por lo
tanto, a tratar al otro con amor, con paciencia, con misericordia, con respeto y con
generosidad. El Señor Jesús nos enseña el auténtico amor y nos pide que amemos al
prójimo cómo el nos ama a nosotros.
Cristo se nos da totalmente y para siempre y busca nuestro bien, a pesar de nuestro
comportamiento. Con su presencia nos muestra el camino del bien y todos los valores
verdaderamente humanos. También nos corrige y advierte de todos los valores
pasajeros que nos pierden.
El primer pecado del hombre: El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su
corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad,
desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre
(cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció
a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de
criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de
santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la
seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios
y no según Dios" (San Máximo el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156C).
Virtudes Teologales
Son tres: fe, esperanza y caridad. Fueron infundidas por Dios en nuestra alma el día de
nuestro bautismo, pero como semilla, que había que hacer crecer con nuestro esfuerzo,
oración, sacrificio.
1. Fin de las virtudes teologales: Dios nos dio estas virtudes para que seamos capaces
de actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos
naturales inclinados al egoísmo, comodidad, placer.
2. Características de las virtudes teologales:
a) Son dones de Dios, no conquista ni fruto del hombre.
b) No obstante, requieren nuestra colaboración libre y consciente para que se
perfeccionen y crezcan.
c) No son virtudes teóricas, sino un modo de ser y de vivir.
d) Van siempre juntas las tres virtudes.
1. Definición: Es la virtud teologal por la cual deseamos a Dios como Bien Supremo y
confiamos firmemente alcanzar la felicidad eterna y los medios para ello.
2. Fundamento
Vivo confiado en esta esperanza porque creo en Cristo que es Dios omnipotente y
bondadoso y no puede fallar a sus promesas. Así dice el Eclesiástico: “Sabed que nadie
esperó en el Señor que fuera confundido. ¿Quién que permaneciera fiel a sus
mandamientos, habrá sido abandonado por Él, o quién, que le hubiere invocado, habrá
sido por Él despreciado? Porque el Señor tiene piedad y misericordia” (2, 11-12).
3. Efectos
a) Pone en nuestros corazones el deseo del cielo y de la posesión de Dios, desasiéndonos
de los bienes terrenales. b) Hace eficaces nuestras peticiones.
c) Nos da el ánimo y la constancia en la lucha, asegurándonos el triunfo.
d) Nos proyecta al apostolado, pues queremos que sean muchos los que lleguen a la
posesión de Dios.
4. Obstáculos
a) Presunción: esperar de Dios el cielo y las gracias necesarias para llegar a él, sin
poner por nuestra parte los medios necesarios.
b) Desaliento y desesperación: harta tentados y a veces vencidos en la lucha, se
desaniman y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su
salvación.
5. La Eucaristía, prenda del mundo venidero: La esperanza de la venida del Reino se
realiza ya de manera misteriosa y verdadera en la comunión eucarística. La comunión
es el comenzar a gustar esa promesa del cielo y alimentar el deseo de la posesión eterna.
Es una anticipación de la vida eterna aquí en la tierra. Y es la seguridad y la certeza de
nuestra esperanza.
3) La Virtud teologal de la Caridad: La fe y la esperanza no tienen ningún sentido si
no desembocan en el amor sobrenatural o caridad cristiana. Por la fe tenemos el
conocimiento de Dios, por la esperanza confiamos en el cumplimiento de las promesas
de Cristo y por la caridad obramos de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio. 1.
Definición: Es la virtud por la que podemos amar a Dios y a nuestros hermanos por
Dios. Por la caridad y en la caridad, Dios nos hace partícipes de su propio ser que es
Amor.
La experiencia del amor de Dios la han vivido muchos hombres. San Pablo dice: “Me
amó y se entregó por mí”. Y quienes han experimentado este amor han quedado
satisfechos y han dejado todas las seguridades de la vida para corresponder a este amor
de Dios.
2. Características del amor de Dios
a) El amor de Dios es lo más cierto y lo más seguro: existió desde siempre, estaba
antes que naciéramos. Una vez que es encontrado, se llega incluso a tener la sensación
de haber perdido inútilmente el tiempo, entretenidos y angustiados por muchas cosas
por las que no merecía la pena haber luchado y vivido.
b) El amor de Dios es sólido y firme, es como la roca de la que nos habla el
evangelio. El amor humano hay que sostenerlo continuamente, alimentarlo
constantemente...so pena de apagarse.
c) El amor de Dios es siempre nuevo, fresco y bello en cada instante. La experiencia
de san Agustín es muy reveladora: ¡Tarde te amé, ¡Hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y deforme
como era me lanzaba sobre las cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo mas
yo no estaba contigo... Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo;
gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste y deseé con ansia la paz que
procede de Ti (Confesiones).
d) El amor de Dios es perpetuo, no se acaba, no se cansa, no tiene límites. Si hay
dificultades no es por Dios.
3. Características del amor
a) La sinceridad y la pureza: debe ser un amor que nace de la interioridad de la
persona. No puede ser un amor de apariencias. Jesús mira siempre el corazón de la
gente y por eso alaba a esa pecadora arrepentida y echa en cara la hipocresía de los
fariseos.
b) El servicio al necesitado: socorrer al que tiene necesidad en el cuerpo o en el
alma. Cristo cura las enfermedades, da de comer, consuela a los tristes, ilumina la mente
y el corazón, ofrece el perdón. Servir al otro, porque percibimos el valor de las almas y
de su salvación.
c) El perdón y la misericordia: son las expresiones más exquisitas del amor que
Dios nos ofrece, a través del ejemplo de su Hijo Jesucristo. Posiblemente la faceta del
perdón que más cuesta es el olvido de las injurias y de la difamación. Solamente la
gracia de Dios puede conceder la paz, el perdón y el amor hacia el difamador.
d) Universalidad y delicadeza: Universal, porque tengo que amar a todos, por ser
hijos amados de Dios. Delicada, porque busca manifestarse en las cosas pequeñas, tiene
en cuenta las características y sensibilidad de cada persona.
En el amor de Dios se crece cada día, practicándolo y abnegándose. En el amor se
camina, se crece, con la gracia de Dios. Este amor se demuestra cumpliendo la voluntad
de Dios, observando sus mandamientos, poniendo atención a las inspiraciones del E.S.,
siendo fieles a los deberes del propio estado.
El que tiene verdadera caridad es un apóstol entre sus hermanos y es capaz de superar
todo temor y respeto humano.
4.- “Desde ese momento (el del surgimiento de la sociedad industrial), los medios de
producción y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos,
comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual había que
rebelarse”, Deus caritas est (2005, n. 26).
5.- Se pueden ver al respecto las observaciones a la posición de la Iglesia y a la Teología
de la Liberación en los llamados Documentos de Santa Fe. El primero de ellos data de
1980, elaborado para la primera campaña presidencial de Ronald Reagan (Il Regno, n.
462, Bolonia, 1982; y Encuentro, n. 33, Lima, 1984). Significativa –y curiosa– fue
igualmente la conferencia de los ejércitos americanos (incluido Estados Unidos) en
Buenos Aires en 1987, uno de cuyos temas principales fue la presencia de la Teología
de la Liberación en América Latina. Conferencia de Inteligencia de Ejércitos
Americanos (CIEA). XVII Conferencia de Ejércitos Americanos, Buenos Aires, 1987.
6.- Gustavo Gutiérrez elaboró este artículo en el mes de abril pasado, antes de la llegada
de Benedicto XVI a Brasil, para el primer número de la edición peruana de Le Monde
diplomatique (NdelaR).
6.4.- Diseñar actividades de aprendizaje para que los estudiantes comprendan los
objetivos de aprendizajes centrales relacionados con los temas doctrinales
principales de la enseñanza religiosa referidos al saber Eclesiológico: Misión de la
Iglesia; Sacramentos; Dones del Espíritu Santo; Carismas y Ministerios; Doctrina
social de la Iglesia; Documentos del Magisterio; Ecumenismo y diálogo
interreligioso.
Las actividades planificadas deben ser contextualizadas a su realidad y así lograr un
aprendizaje significativo en nuestros estudiantes, quienes deben tener un rol más
protagónico, ya que implica, necesariamente, considerar su experiencia de vida como
foco principal para promover los aprendizajes, además estas deben ser lúdicas y
asociadas a ejemplos concretos sacados de su realidad, no solo utilizar documentos
oficiales de la iglesia, sino también apoyarse con videos, películas, narraciones, juegos,
por ejemplo: Contestar a preguntas de un juego de autoevaluación que incluye los
contenidos principales sobre la Biblia, Jugar a preguntas y respuestas en pequeños
grupos sobre los contenidos tratados, realizar representaciones de historias bíblicas,
organizar debates, representan con dibujos, signos, caricaturas, poemas, grafitos lo que
significa ser Iglesia, conocer diversas pinturas y esculturas en honor a varones y mujeres
santo/as, Relacionar textos bíblicos con historias personales, participar en obras de
misericordia, compartir experiencias, etc.
Lograr que nuestros estudiantes puedan descubrir el hondo significado cristiano de la
tolerancia, participación, responsabilidad y solidaridad, aplicándolo a situaciones
sociales habituales: trabajo, ocio, juego, familia, amigos... que puedan aplicar los
valores y aprendizajes a la propia vida y a las relaciones humanas y sociales.
6.5.-Disponer de ejemplos, representaciones o analogías que permitan a los
estudiantes comprender contenidos abstractos o de mayor complejidad, tales
como: La Santísima Trinidad; Parábolas, Los Valores del Reino, etc.
Los ejemplos y analogías que utilicemos deben ser contextualizadas y concretas para
que nuestros estudiantes logren comprender los contenidos más complejos, por
ejemplo:
❖ San Patricio, el gran misionero inglés, fue a Irlanda y usó el “trébol de tres
hojas” para explicar la Santísima Trinidad. El trébol es uno, pero brotan
tres hojas separadas.
Asimismo, nuestro Dios es uno, pero hay tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
❖ Prenda los 3 fósforos. Júntelos y una la llama. ¿Qué se ve? Hay tres
cerillos distintos, pero una sola llama. En la Trinidad creemos en un Dios,
pero tres distintas Personas: el Padre, Hijo y Espíritu Santo.
❖ La parábola de los dos hijos, del hijo pródigo, del buen samaritano etc,
relacionarlas con situaciones de la vida cotidiana, hacer preguntas como
¿te ha pasado que tu padre te pide hacer algo y le respondes de muy buena
forma, luego te entusiasmas en jugar en el celular y no cumples la petición
de tu padre? ¿te ha pasado algo similar que…? ¿te has/ sientes identificado
con algún personaje? Cuéntanos tu experiencia….
❖ Los Valores del reino asociarlos con situaciones cotidianas, sacar
ejemplos de los diarios, noticiarios de TV, analizar y reflexionar.