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Campos de sangre. Karen Armstrong. Paidós. Barcelona, 2015. 575 páginas. 28 euros
(digital: 12,99)
Karen Armstrong, la historiadora que profesó como monja católica, ha escrito una obra
monumental de recopilación y ordenación de datos que constituye una historia política
de las relaciones entre violencia, política y religión, tríptico al que podríamos añadir un
cuarto elemento: la guerra, desde sus más o menos remotos comienzos hasta la
actualidad. Y lo ha hecho con el objetivo de desentrañar las responsabilidades causales
entre esos factores, tan constitutivos del mundo contemporáneo.
Religión y política, dice la autora, nacen indisolublemente unidas. En los comienzos del
tiempo histórico, hace entre 10.000 y 12.000 años, la deidad se identifica con las
fuerzas de la naturaleza que son tanto guía como justificación de los balbuceos de
entidades que ya podemos llamar políticas. Y esa simbiosis genera como subproducto
la guerra, que puede concebirse como la continuación de la religión no por otros, sino
por los mismos medios. La religión, que más que generar vive con el recurso a la
violencia, es en todo momento un factor que condiciona el disciplinado
comportamiento del súbdito, y yo añadiría que un consuelo terrenal para los que en su
tiempo se convertirán en ciudadanos. Hebreos y sarracenos, con el cristianismo inserto
históricamente entre unos y otros, operan una mutación que el mundo occidental ha
elevado por encima de cualquier otro credo: el monoteísmo. Y con lo que la historia
llama el descubrimiento de América, jalón o epifanía, comienza el largo proceso de
alejamiento formal del hecho religioso de la realidad política circundante.
La religión, más que generar, vive con el recurso a la violencia. La causa está en la naturaleza humana