Sunteți pe pagina 1din 2

Bastenier, M. A., Sobre K.

Armstrong, Campos de sangre, El País, 2015 06


19

Campos de sangre. Karen Armstrong. Paidós. Barcelona, 2015. 575 páginas. 28 euros
(digital: 12,99)

Karen Armstrong, la historiadora que profesó como monja católica, ha escrito una obra
monumental de recopilación y ordenación de datos que constituye una historia política
de las relaciones entre violencia, política y religión, tríptico al que podríamos añadir un
cuarto elemento: la guerra, desde sus más o menos remotos comienzos hasta la
actualidad. Y lo ha hecho con el objetivo de desentrañar las responsabilidades causales
entre esos factores, tan constitutivos del mundo contemporáneo.

Un empeño tan ambicioso plantea un problema ab origine que es dónde puede o no


detenerse el autor en el discurso envolvente, la historia évenémentielle en la que se
inscribe el fenómeno a estudiar. La elección de la señora Armstrong es discutible en la
medida en que la narración se pierde un poco en la descripción de ese contexto, pero
igualmente podría argumentarse que sin el mismo nos hallaríamos ante un ensayo
puramente teórico, desgajado de los acontecimientos.

Religión y política, dice la autora, nacen indisolublemente unidas. En los comienzos del
tiempo histórico, hace entre 10.000 y 12.000 años, la deidad se identifica con las
fuerzas de la naturaleza que son tanto guía como justificación de los balbuceos de
entidades que ya podemos llamar políticas. Y esa simbiosis genera como subproducto
la guerra, que puede concebirse como la continuación de la religión no por otros, sino
por los mismos medios. La religión, que más que generar vive con el recurso a la
violencia, es en todo momento un factor que condiciona el disciplinado
comportamiento del súbdito, y yo añadiría que un consuelo terrenal para los que en su
tiempo se convertirán en ciudadanos. Hebreos y sarracenos, con el cristianismo inserto
históricamente entre unos y otros, operan una mutación que el mundo occidental ha
elevado por encima de cualquier otro credo: el monoteísmo. Y con lo que la historia
llama el descubrimiento de América, jalón o epifanía, comienza el largo proceso de
alejamiento formal del hecho religioso de la realidad política circundante.

El Estado o imperio agrario ha desaparecido ante el incipiente desarrollo del


capitalismo comercial, y la industrialización, que comienza a hacerse efectiva en la
segunda mitad del XVIII, hace retroceder el papel público de la religión, sin que esta
por ello llegue a desvanecerse en la sociedad occidental, mientras que permanece muy
vivo como elemento constituyente del mundo islámico y, de forma algo menos
evidente, del judaísmo. La constitución de los Estados, que es ya reconocible tras la
firma de los tratados de Westfalia (1648), y que culmina en el siglo XIX, completa esa
retirada del hecho religioso que, con una venganza, se parapeta, sin embargo, en lo
que llamamos Nación. Y en esa transubstanciación, que es tanto o más lingüística que
una realidad sobre el terreno, se produce la mutación del hereje en disidente, otra
demostración de que muchas cosas cambian para seguir (casi) igual. La propia
Inquisición, con la que Armstrong se muestra, de acuerdo con el revisionismo de las
últimas décadas, menos agravante que la condenación habitualmente infligida, era una
institución que se movía por objetivos patentemente políticos: la eliminación de
quienes consideraba enemigos potenciales o reales de la monarquía hispánica. Y el
hecho de que en las guerras del XVII católicos apoyaran cuando les convenía al bando
protestante y viceversa prueba el carácter politizado de la religión.

La religión, más que generar, vive con el recurso a la violencia. La causa está en la naturaleza humana

La autora llega solo en el epílogo a lo que podría entenderse como un veredicto. La


guerra ha sido a todos los efectos realidad perdurable de cualquier civilización, pero
¿es la religión o la política su primus movens? Y la afirmación final, quizá algo desligada
de todo lo anterior, es la de que la culpable de que así sea es la propia naturaleza
humana, de la que emanan política, religión y guerra como un segregado
indiferenciable. Pero también cabría señalar que esa naturaleza no es sino el
precipitado de la simbiosis religión-política. Armstrong nos ha dado otra obra esencial
para la comprensión de nuestro mundo, cuyos antecedentes se remontan a las
primeras construcciones político-religiosas del ser humano: aquello que empezó en
Sumer.

S-ar putea să vă placă și