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PARA LEER
I
LA POLITICA VX

Ensayos de Historia Política Colombiana


FERNAN ENRIQUE
GONZALEZ GONZALEZ

Nacido en Tolú (Sucre), 1939.


Licenciado en Filosofía y Letras, Uni­
versidad Javeriana; licenciado en Teo­
logía, Universidad Javeriana; magis-
ter en Ciencias políticas, Universidad
de los Andes; master of arts en Histo­
ria de América Latina y candidato al
Ph.D. en Historia, Universidad de
California, Berkeley.
Actualmente subdirector general
del CINEP y director de los programas
de investigación y educación del
CINEP, donde ha sido investigador en
asuntos históricos y sociopolíticos
durante 25 años. En los últimos dos
años ha desempeñado la dirección de
la revista Controversia, de la que fue
su fundador y primer director. Ha
coordinado los equipos de investiga­
ción sobre conflicto social y violen­
cia en Colombia. Sus temas centrales
de interés han sido las relaciones Igle­
sia y Estado en la historia de Colom­
bia y la recuperación de la historia
política en particular el papel del b¡-
partidismo en la reconstrucción del
Estado-nación en Colombia.
Actualmente es profesor de his­
toria política en el departamento de
Ciencia Política de la Universidad de
los Andes. También ha enseñado en
el externado de Colombia, la Univer­
sidad Nacional (en las sedes de Bogo­
tá y Medellín), Universidad Javeriana
(facultad de Teología, Bogotá y Cien­
cia Política en la sede de Cali) y el Ins­
tituto de Altos Estudios en Ciencias So­
ciales de la Universidad de París.
Sus publicaciones más conocidas
son: Partidos políticos y poder ecle­
siásticos. Reseña histórica, 1810-
1930, Educación y Estado en la histo­
ria de Colombia, "Bolívar más allá del
mito bipartidista", "Tradición y mo­
dernidad en la política colombiana",
L'Etat inachevé. Les racines de la
violence en Colombie (con Fabio
Zambrano), "El trasfondo histórico de
las violencias actuales" y "Reflexio­
nes generales sobre violencia y la paz
en Colombia", entre otras.
PARA LEER
LA POLITICA
Ensayos de Historia Política Colombiana

Tomo
2

Fernán E. González González

cinep
1997
986 1 González G , Fernán Enrique
G559p Para leer la política: ensayos <Je historia política
colombiana / Fernán Enrique González G - Santafé de
Bogotá: Cinep, 1997
2v.
ISBN: 958-644-050-8
ISBN: 958-644-052-4 Tomo 2

1. COLOMBIA - HISTORIA POLI I1CA 2 IGLESIA CATO­


LICA HISTORIA 3 BOLIVAR. SIMON- POLITICA 4 SOCIO­
LOGIA HISTORICA 5. CULTURA POLl'llCA I. Aut. II. Tit.
111 Mat IV. Of V Top. VI. Centro de Investigación y Educa­
ción Popular

cinep
Carrera 5a No 33 A-08
Santafé de Bogotá, Colombia
Marzo de 1997

Coordinación Editorial: Helena Gardeazábal G.


Carátula: Marcela Otero
Composición, diagramación y artes: Cinep. Sandra P. Sánchez D
Impresión: Ediciones Antropos

ISBN: 958-644-050-8
ISBN: 958-644-052-4 Tomo 2

Impreso en Colombia
Tabla de contenido
Capítulo 5
/ El proyecto político de Bolívar: mito y realidad................... 7
Historia y estructura mítica......................................................................... 10
Bolívar visto desde el mito bipartidista...................................................... 13
Hacia la superación de la lectura bipartidista de Bolívar........................ 18
Haciauna visión alternativa....................................................................... 25 v
Las ideas de Bolívar en política internacional............................................42
El antinorteamericanismo de Bolívar....................................................... 46
La débil situación internacional de Colombia..........................................48
Integración hispanoamericana bajo tutela inglesa................................. 52
El fracaso de Bolívar: regionalismo, oligarquías y caudillos..................... 57

Capítulo 6
La Guerra de los Supremos
Introducción..................................
Importancia de la guerra para la historia política....................................... 85
Los actores............................................................................................................................. 87
Las fases de la guerra............................................................................................................88

Antecedentes 90
La presidencia de Joaquín Mosquera....................................................................................91
La dictadura de Urdaneta............................................................ 94
López y Obando......................................................................................................................96
Primeros intentos contrarrevolucionarios............................................................................99
El santanderismo al poder..................................................................................................... 103
El gobierno de Santander................................................................................................... 107

El desarrollo de la guerra........................................................................ 113


Los preámbulos de la guerra.............................................................................................. 113
La chispa: la Guerra de los Conventillos............................................................................117
Obando en la gyerra...............................................................................................................120
La insurrección en el sur....................................................................................................... 123
La guerra en el centro-oriente del país............................................... 127
La generalización de la guerra Antioquia............................................................................ 133
La Costa Atlántica................................................................................................................. 135
El centrooriente del país........................................................................................................ 137
La continuación de la guerra.................................................................................................140
La fase final de la guerra....................................................................................................... 144

Bibliografía............................................................................................. 160
Capítulo 7
x El mito antijacobino como clave de lectura de la
Revolución Francesa........................................................... 163
El mito antijacobino........................................................ .•....................... 166
El problema de la apelación al pueblo soberano...................................... 171
Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro frente al Jacobinismo.............. 175
Jacobinismo en la revolución liberal de mediados de siglo.................... 178
La visión de Ospina sobre el estado político de Colombia en 1857 ...... 186

Capítulo 8
Problemas políticos y regionales durante los gobiernos
del Olimpo Radical.............................................................. 189
Capítulo 9
Reflexiones sobre las relaciones entre identidad nacional,
bipartidismo e Iglesia católica........................................... 209
El problema de la identidad de Bolívar y Santander............................... 214
Mariano Ospina Rodríguez: la religión católica como criterio político. 219
La Iglesia católica y la identidad nacional............................................... 222
El bipartidismo como expresión de diversos conflictos........................... 227

Capítulo 10
Relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e
Iglesia católica, 1820-1886.................................................. 231
Introducción............................................................................................. 233
La búsqueda de legitimidad................................................................... 234
Sociabilidades tradicionales y modernas................................................. 251
La apelación al pueblo en la Revolución liberal.................................258
Hacia una democracia sin pueblo............................................................ 264
Bipartidismo y violencia.......................................................................... 270
Capítulo 5

El proyecto político de
Bolívar: mito y realidad*

Fue publicado En: Debate Político, Controversia No. 112. Cinep, Bogotá, 1993-
Hace más de 100 años, el argentino Domingo Sarmiento sostenía
que nadie había entendido realmente a Bolívar por la manía de querer
ver en él un general de tipo europeo en vez del caudillo americano,
jefe de un movimiento de masas:

“Bolívar es todavía un cuento forjado sobre datos ciertos; a Bolívar, el


verdadero Bolívar, no lo conoce todavía el mundo; es muy probable
que cuando lo traduzcan a su idioma natal, aparezca más sorprendente
y más grande aún".

Lo sorprendente es que hoy podamos decir casi lo mismo, al leer


los textos de Historia Patria o de Cátedra Bolivariana que circulan por
ahí. En ellos, Bolívar es apenas “un cuento forjado sobre datos ciertos”,
coloreado según los intereses políticos del autor de turno: hay un
Bolívar liberal, en el cual se subrayan las hazañas militares y se olvida
su labor política, y un Bolívar conservador en el cual se destacan los
aspectos autoritarios, prescindiendo del significado de su acción
política y olvidando el contexto social y político en el cual vivió.
Nuestros textos presentan las campañas militares hasta el más mínimo
detalle y muy poco sobre los aspectos conflictivos de su vida política:
el único de sus documentos que se cita es el de la Carta de Jamaica,
frecuentemente incompleto, donde se leen los supuestos aspectos
proféticos y visionarios de Bolívar sobre el futuro del continente y se
soslaya el análisis político que servirá a Bolívar como base de su
programa político. Se leen sus cartas y discursos fuera del contexto,
con lo que el personaje histórico queda totalmente desdibujado y
rodeado de aspectos míticos.
•a. Fernán E. González G.

Historia y estructura mítica

La persistencia de la estructura mítica de pensamiento en la


mentalidad del hombre moderno ha sido develada en Antropología,
Historia de las Religiones, Literatura y Ciencia Política. Se ha
mostrado así que los héroes de los cuentos infantiles, de las grandes
epopeyas y de las novelas modernas repiten el arquetipo de los
héroes míticos en las pruebas de iniciación antes de alcanzar el
desenlace feliz. Incluso, las novelas policíacas con su duelo entre el
detective y el criminal, lo mismo que los personajes de las novelas
“rosa” o de nuestras modernas telenovelas, tienden a repetir la gesta
del héroe arquetípico en la lucha sempiterna entre el Bien y el Mal.
Lo mismo ocurre con las novelas de caballería o los folletines de
capa y espada.

En cambio, en Historia no se ha percibido esta estructura, a pesar


de la importancia que se daba en las monarquías teocráticas a la
persona del rey, que repetía la gesta arquetípica de la creación del
pueblo e incluso del mismo universo cósmico: así el Faraón era el
sostén del orden natural y social, ya que él aseguraba tanto la ley como
la salida del sol, las crecientes del Nilo y la fertilidad de cosechas y
rebaños.

* En la Biblia, las buenas o malas acciones del rey son responsables


de los éxitos o fracasos políticos del pueblo de Israel. Algunos ven
rezagos de esta “historiografía mágica” en la visión heroica de la
Historia, donde los sucesos definitivos de un pueblo dependen de la
intervención del Gran Hombre, individuo excepcional y genial,
usualmente concebido sin ninguna referencia al contexto en el que le
tocó actuar 1 En las culturas más secularizadas, el héroe reemplaza al
santo enviado de Dios: los grandes hechos de la historia se deben a la
excepcional irrupción de una personalidad extraordinaria, más
constituidora de la historia que constituido por ella. El héroe encarna
el máximo de virtudes y separa las épocas con su presencia: significa
el paso de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la libertad.

i Gordon, Childe. Teoría de la Historü Buenos A>res:La Pléyade, 1971.


El proyecto político de Bolívar: mito y realidad JJ

Modernamente, Thomas Carlyle es el más claro exponente de esta


teoría: la Historia Universal se identifica, para él, con la historia de las
acciones de los grandes hombres. Así considerada, la historia no es una
simple secuencia de acontecimientos sino la suma de hechos y
acciones, que no existirían sin un impulso personal, grande e inmedia­
to que los lleve a cabo2.

Georges Gusdorf muestra que el papel de los arquetipos míticos


no se limita a la fabulación literaria sino que también abundan en la
historia, aparentemente más objetiva, al menos en la historia como es
entendida por la mayoría de los individuos: “El pasado viviente,
conjunto de tradiciones que constituyen la idea de una nación o grupo
social tiene de sí mismo, no es sino una amalgama de leyendas”3.

La historia tradicional usada como instrumento de identidad


nacional, regional o grupal, o sea como mito, es considerada por
Gusdorf como más sutil y eficaz que la historia científica: “La historia
eficaz, la historia útil no es la de los historiadores eruditos, sino aquella
que se formula en la imaginería ingenua de los libros de escuela
primaria, donde se encuentran descritas las figuras estilizadas de los
héroes y los relatos novelados de los grandes acontecimientos del
pasado, corregidos y revisados por el sentido cívico”4. Pero incluso la
historia científica no está exenta de leyendas y arquetipos, como los de
la austera y virtuosa Esparta y de la Roma republicana, que jamás
existieron. Incluso Gusdorf va más lejos de lo que un historiador
pudiera aceptar, al decir que si desmitifica totalmente la historia, se
“pierde lo mejor de su color y puede ser que también su sentido más
seguro. Una historia desmitificada podría incluso correr el riesgo de
llegar a ser peligrosa para la moral y el orden social5.

Esta afirmación, bastante discutible a mi modo de ver, está ligada


con la función política de los mitos, que no buscan satisfacer la
necesidad racional de conocimiento sino la necesidad existencial de

2 Cassirer, Emcst. El mito del Estado. México.Fondo de Cultura Económica, 1968.


3 Gusdorf, G. MytheetMetaphysiqtie, París. 1953, p.226.
4 íbid.
5 Ibid., p 227.
Fernán I'. González G.
11

orientación ante el mundo y la sociedad. Como muestra García-Pelayo,


toda cultura crea y valora sus propios mitos no porque sea incapaz de
distinguir entre verdad y falsedad sino porque los necesita para
mantenerse y conservarse, lo mismo que para conservar sus institucio­
nes y sostener a sus miembros en los momentos de frustración,
decepción o derrota. O sea, que las funciones principales de la
estructura mítica son integrar y dar sentido a la cultura en que se vive.
Pero el mito no es siempre integrados Sorel ha mostrado también su
función desintegradora, pues en ocasiones sirve para mantener la
esperanza en la destrucción del status quo existente en la sociedad y
para movilizar fuerzas con esa finalidad6.

Estas funciones del mito explican su notable influjo: García-Pelayo


señala la importancia que jugó el mito de “El Dorado” en la conquista
y colonización de América, el papel del mito de Santiago Matamoros en
la reconquista de España contra los moros y en la aparición de cierta
conciencia nacional en España, el peso del mito del Retorno a la Tierra
Prometida en el Sionismo y la posterior creación del Estado de Israel.
Igualmente muestra este autor la importancia de los mitos vinculados a
la epopeya de la Independencia en la configuración de la conciencia
nacional de los nuevos pueblos7. García-Pelayo explica cómo los mitos
pueden originarse totalmente en la imaginación pero pueden también
tener como punto de partida personajes, acontecimientos o estructuras
históricas, a los que se concibe de manera que no corresponden a la
realidad. Para nuestro propósito, es interesante la lista de personajes
concebidos a manera de mitos: Alejandro, César, Carlomagno, Napoleón
y Bolívar8.

Este autor señala la manera cómo la concepción mítica modifica


la realidad embelleciéndola o “satanizándola”, según el caso: el mito
añade al objeto atributos que no tiene y margina lo que puede tener
de positivo o negativo, según la perspectiva sea o no favorable; el mito
perfecciona el objeto según el propio patrón de valores de la cultura
(o al revés, lo muestra con todos los disvalores). Además, el mito

6 García-Pelayo, Manuel. Los mitos políticos. Madrid;Alianza, 1981. p. 18-19-


7 Ibid., p. 26.
8 Ibid., p 21
H proyecto poinko de Ikiiívur: müo y re.ilkhd
JJ

abstrae al personaje de su condicionamiento histórico hasta darle_una


realidad intemporal; la estructura mítica de pensamiento totaliza
fenómenos parciales, establece conexiones inexistentes y reduce todos
los fenómenos complejos a simplificaciones9.

El embellecimiento, la “satanización” y la simplificación de perso­


najes y hechos históricos aparece más claramente en los momentos más
conflictivos de la historia. La estructura mítica del pensamiento tiende
a interpretar la historia de manera dramática, como una lucha entre
potencias enemigas. Dada la estructura totalizante del Mito, que no
admite distinción entre el todo y las partes, se imposibilita cualquier
análisis crítico y complejo. Se llega así a una especie de maniqueismo
político^ donde se concibe al enemigo como la suma de todos los males
y al amigo como el dechado de todas las perfecciones, suprimiendo
todos los matices grises de la historia entendida como claroscuro. Este
maniqueismo político, fácilmente detectable en fanáticos y militantes,
repite un arquetipo mítico muy conocido: la lucha de Satanás contra
Dios, que en una concepción más dualista como el antiguo zoroastrismo
se expresa en la lucha de Ormuz, principio del bien, contra Ahrimán,
principio del mal. Entre estos dos principios existe una hostilidad
radical, donde no caben compromisos ni componendas10. García-
Pelayo encuentra en este esquema mítico la base original del Mito del
Complot o de la Conspiración Universal como clave para entender la
Historia: los hechos históricos son debidos a la conspiración de unos
agentes misteriosos que complotan en las sombras contra todo lo
bueno de la humanidad. Los supuestos agentes del complot cambian
con las épocas y las respectivas posiciones políticas: los jesuítas, los
masones, los judíos, el Partido Comunista, la CIA y la KGB han
desempeñado este mítico papel11.

Bolívar visto desde el mito bipartidista


*

En nuestra historia colombiana, la estructura mítica bipartidista


ha coloreado la figura de Bolívar de manera que se ha convertido en

9 Ibíd., p. 22.
10 Ibíd., p. 32-33.
11 Ibíd, p. 36-37.
Fernán E. González G.
21

línea divisoria entre los partidos: los conservadores exaltan al Bolívar


autoritario y partidario del orden, mientras los liberales aceptan solo su
obra militar de la Independencia y le contraponen la igualmente mítica
figura de Santander, supuestamente defensor de la t legalidad y del
civilismo frente al militarismo venezolano. Antonio García muestra
cómo el mito liberal de la vida de Colombia fue creado por la
generación del Centenario, imbuida de un republicanismo formalista
y retórico, que quería desempeñar el papel de Bruto contra la supuesta
dictadura cesarista del general Reyes. Esta generación acuñó el
ingenuo dogma de que Colombia era un país estéril para las dictaduras
olvidando que no puede haber civilismo sin una democracia real en
términos socioeconómicos. Este enfoque plantó los términos de la
vieja contienda entre santanderistas y bolivarianos ungiendo a Santander
como héroe máximo de nuestra república civilista y creando el mito del
santanderismo legalista y civilista, opuesto al cesarismo y la arbitrarie­
dad ,2. Por supuesto, este enfoque bipartidista ignora los verdaderos
orígenes de nuestros tradicionales partidos y pasa por alto el hecho de
que muchos de los primeros conservadores como Márquez y Ospina
Rodríguez fueron antibolivarianos: Ospina Rodríguez, fundador del
Partido Conservador, participó en la conjuración septembrina contra
Bolívar. Es más, Gómez Hurtado dedicó buena parte de una conferen­
cia suya sobre Bolívar a explicar por qué los primitivos conservadores
no habían sido bolivarianos.

El enfoque de Bolívar desde el mito bipartidista está presente en


la polémica despertada a raíz de los artículos de Germán Arciniegas en
El Tiempo y en Correo de los Andes ,3. Arciniegas separa al Bolívar
guerrero, al que debemos nuestra libertad, del Bolívar político que
propuso la presidencia vitalicia siguiendo el modelo de Haití y
sirviendo de modelo a todas las dictaduras de Hispanoamérica desde
Francia hasta Somoza, pasando por Juan Vicente Gómez, Cipriano
Castro, Rosas, Porfirio Díaz y Trujillo. Siguiendo a López de Mesa, que

12 García, Antonio. Dialéctica de la Democracia. Bogotá :Cruz del Sur. 1971. pp. 131-133 y
146-148.
13 Arciniegas. Gennán. "Bolívar, Jacobino?". En: Correo de los Andes, nov-dic, 1982.
B proyeao político de Bolívar: mto y realidad

sostenía que Bolívar había muerto en Lima, Arciniegas afirma que el


Libertador como libertador murió en Ayacucho: lo admirable de
Bolívar es su discurso civilista en el Congreso de Cúcuta cuando se
consideraba hombre peligroso porque la espada era el azote del
genio del mal, por lo que decía preferir el título de ciudadano al de
Libertador. En cambio, el Bolívar que escribió la Constitución Boli­
viana es un Bolívar decadente y senil.

Desde el punto de vista conservador, pero con bastanteLinás


sentido histórico, Mario Laserna respondía que era imposible deslin­
dar a Bolívar -el hombre de estado- de Bolívar el Libertador; Laserna
señala que si las ideas bolivarianas de crear un estado fuerte y estable
para educar a las masas son síntoma de alienación mental, hay que
anotar que estas comienzan bastante antes de Ayacucho (1824), pues
están ya presentes en la Carta de Jamaica (1815) y en el discurso de
Angostura (1819). Laserna defiende las ideas de Bolívar respecto a
la necesidad de reconstruir y educar al pueblo antes de implantar la
democracia plena y total y a la necesidad de temperar la democracia
absoluta. Ataca también a los “septembrinos” de ayer y de hoy, que
produjeron, con su visión racionalista y ahistórica, al Estado débil
cuyas consecuencias seguimos hoy padeciendo. El Estado de los
septembrinos es incapaz e irresponsable porque nace del pacto social
entre individuos cuya existencia es presocial; de ahí la necesidad de
buscar sustitutos al Estado ineficaz, tales como las mafias, los señores
feudales del clientelismo y nuestros partidos políticos tradicionales,
que surgen como super-estados ante la ausencia del Estado colom­
biano y cuya convivencia debió pactarse en el Frente Nacional. Según
Laserna, Bolívar quería evitar esto creando un Estado fuerte republi­
cano, no uno militarista como dicen los septembrinos de ayer y de
hoy. Por eso, concluye Laserna, mientras los liberales, herederos del
septembrismo individualista, miran hacia la Social Democracia, los
conservadoras miran hacia el Estado Bolivariano'4.

14 Laserna, M. '¿Dónde murió Bolívar?" y "Estado débil". En: Lecturas Dominicales, ¿/Tiempo,
Bogotá, (17,May.,1983) y "Sobre Bolívar". El Tiempo, Bogotá, (17,May.,1983).
lemán I'. González ü.
11

Alvaro Gómez Hurtado también quiere buscar apoyo para sus


ideas conservadoras en su obra “La Revolución en América" 1516 y en su
folleto “Sobre la significación histórica de Bolívaf'u'. Gómez se queja
de la simplificación a que se ha sometido a Bolívar al sacarlo de su
contexto, con lo que se ha llegado a calificarlo con los epítetos más
insensatos: Bolívar totalitario, Bolívar democrático, Bolívar militarista,
Bolívar civilista, Bolívar liberal y Bolívar conservador. Gómez es
especialmente crítico del uso que hacía entonces de Bolívar el
gobierno de Rojas Pinilla para “encubrir la horrible fisonomía del
atropello actual con la majestad de la gloria pasada”.

Para Gómez Hurtado, Bolívar es “el primer contrarrevolucionario


de nuestra historia” no porque quisiera serlo sino porque su visión
realista le impedía embriagarse con los mitos revolucionarios; según
Gómez, Bolívar pronto descubrió que las ideas que habían servido para
destruir el Imperio español no servían para reconstruir la república ni
para la institucionalización de los países recién liberados. Así, Bolívar
representa una ruptura con la primera etapa de la revolución america­
na, que fue una revolución teórica, inspirada por las valoraciones
abstractas y racionalistas del iluminismo.

Gómez Hurtado sostiene que Bolívar nos libró de una “indepen­


dencia de montoneras, sin héroes y sin nobleza” y rompió con el
influjo del Neoclasicismo iluminista y afrancesado, que quería imponer
la adopción precipitada de formas políticas extranjeras en abierto
desafío a la realidad ambiente. De ahí la crítica de Bolívar a las
“repúblicas aéreas” de los ideólogos, basadas en la perfectibilidad del
género humano, y su oposición a la creencia iluminista de que las
fórmulas ideológicas podían hacer buenos a los hombres prescindien­
do de su marco geográfico y de sus tradiciones.. Por eso, su interés en
amoldar la concepción liberal del mundo a la realidad americana, con
el fin de consolidar y afianzar la Revolución. Según Gómez, esto lo hizo
contrarrevolucionario. Su realismo histórico lo llevó a un escepticismo

15 Gómez Hurtado, Alvaro, ¿xj revolución en América, 2o. Festival del Libro Colombiano.
Ls.l:s.n,s.f]
16 Gómez Hurtado, Alvaro. Sobre la significación histórica de Bolívar. Bogotá ^Colección
Fénix, 1957.
El proyecto político de Bolívar: mito y rvalkbd
J2

sobre la igualdad entre los hombres, pregonada por la Ilustración, cuyo


pensamiento es ahistórico y abstracto. Para Gómez, el tradicionalismo
antirrevolucionario llevó a Bolívar a proponer fórmulas jerarquizadoras
de la sociedad.

Aunque es justo reconocer que el enfoque de Gómez tiene más


profundidad histórica al mostrar el distanciamiento de Bolívar con
respecto ai pensamiento liberal clásico, hay que señalar que este hecho
no lo convierte automáticamente en conservador. Hay muchas
maneras de oponerse al Liberalismo ortodoxo. La concepción clásica
del Liberalismo sobre la sociedad supone que la contraposición de los
individuos aislados que buscan sus propios intereses produce, por una
suerte de armonía preestablecida, el Bien Común de la Sociedad. De
ahí que el papel del Estado sea lo más pasivo y débil posible: es solo
un gendarme o policía que debe garantizar que nada interfiera el libre
juego de los individuos. La concepción bolivariana del Estado está a
años luz de esta idea de Estado: para Bolívar, el Estado debe intervenir
para crear las condiciones futuras de una real democracia y compensar
las desigualdades que surgen naturalmente de la sociedad; de ahí sus
críticas a la igualdad formal y al legalismo abstracto, que no hacían más
que encubrir las desigualdades heredadas de la Colonia bajo una
fachada supuestamente republicana y democrática.

En esta concepción de la Sociedad y del Estado, Bolívar es


discípulo de Rousseau, que ha sido profundamente mal interpretado
al ser colocado como uno de los adalides de la ortodoxia liberal
burguesa. Todo lo contrario del optimismo liberal, Rousseau es profun­
damente pesimista respecto a la evolución de la sociedad de su tiempo.
Al contrario de los filósofos de la Ilustración que eran aristócratas o
grandes burgueses hablando en nombre del pueblo, Rousseau era un
plebeyo rebelde, radicalmente opuesto a la sociedad de su tiempo, que
además lo rechazó siempre. Rousseau preconizaba la vuelta a la
naturaleza como reacción frente a una sociedad que conducía a la
desigualdad social: su primitivismo es una forma de nostalgia del
Paraíso Perdido. Su tesis principal es un escándalo para el Humanismo
de la Ilustración: el hombre civilizado es un degenerado y la fe en el
Progreso es un mito porque la historia de la humanidad es una injusticia
de la sociedad, que corrompe al hombre naturalmente bueno. La
sociedad hace desiguales a los hombres dividiéndolos en ricos y
l-emán E. González G.
11

pobres, fuertes y débiles. De ahí la necesidad de restablecer la


solidaridad humana a través de un “contrato social” por el cual el
individuo subordina sus intereses particulares a la voluntad general,
expresada en la mayoría. Rousseau no piensa instaurar una sociedad
rigurosamente igualitaria sino corregir las desigualdades muy notorias
reduciendo la distancia entre ricos y pobres, conteniendo la propiedad
privada dentro de límites, de modo que los ricos no lo sean en demasía,
ni los pobres tampoco. De la opulencia y de la miseria salen los tiranos
y los instigadores de la tiranía; ambos comercian con la libertad pública:
unos la compran y otros la venden. De ahí deduce Rousseau el papel
del Gobierno, que debe ser luchar contra “la fuerza de las cosas” que
tiende a establecer la desigualdad entre los hombres: la misión del
legislador será contrarrestar las corrientes que producen la demasiada
desigualdad social’7.

Esta referencia al pensamiento de Rousseau es esencial para-


comprender en qué sentido se puede considerar “jacobino” a Bolívar
y en qué sentido no: Bolívar no es partidario de una democracia
popular “sansculottista” pero sí es partidario de modificar la sociedad
desde el Estado. Esta es la base del pensamiento constitucional de
Bolívar, como subraya Valencia-Villa en La Constitución de la Quime­
ra17. Bolívar escribía a O’Leary que los individuos son físicamente
1819
desiguales y por eso la Ley y el Estado son indispensables para corregir
de cierto modo esta injusticia de la naturaleza.

Hacia la superación de la lectura


bipartidista de Bolívar

En este sentido, es muy importante la labor revisionista de


Indalecio Liévano Aguirrel que inicia la ruptura con el enfoque
bipartidista sobre Bolívar y Santander,y. Supera el mito del santanderismo

17 González, Fernán. La concepción del hombre en la sociedad capitalista occidental.


Bogotá: Cías, 1972.
18 Valencia-Villa, Hernando. Laconstitticióndelaquimena. s.LLa caja de herramientas, 1982.
19 Liévano Aguirre, I. Bolívar. Bogotá: La Oveja Negra, 1981.
El proyecto político de Bolívar: mito y realidad 1$

legalista y el enfoque meramente ideológico al enmarcar las figuras de


Bolívar y Santander dentro de los conflictos sociopolíticos del momen­
to, dentro de la situación fiscal y financiera de la época. Al presentar
a Santander dispuesto a negociar la aceptación de la Constitución
Bolivariana en el acuerdo de Tocaima y al mostrar que las resistencias
de Santander a la vicepresidencia hereditaria se debían a que Bolívar
prefería a Sucre para ese cargo, se supera el mito del Santander
demócrata y republicano para dar paso al Santander jefe de facción o
clientela política. Es posible que el enfoque clientelista sea más útil para
explicar los conflictos entre Bolívar y Santander que las supuestas
diferencias ideológicas (aunque creo que también las hubo, sobre todo
en torno a la concepción del Estado).

La biografía de Bolívar por Liévano, lo mismo que su artículo


sobre las razones socioeconómicas de la conjuración septembrina20,
son aportes importantes para contextuar la concepción política de
Bolívar. Sin embargo, Liévano no hace más que sustituir el enfoque
bipartidista por el enfrentamiento del líder popular (o populista) contra
las oligarquías tradicionales, buscando justificar retrospectivamente la
lucha del MRL contra el oficialismo liberal. La historia colombiana
según Liévano se convierte en el enfrentamiento del presidente Venero
de Leiva contra Jiménez de Quesada, representante de los encomenderos;
de Nariño contra Camilo Torres y los federalistas; de Bolívar contra
Santander; de Mosquera y Obando contra los gólgotas liberales; de
Núñez contra la maquinaria radical, etc. Por supuesto, el enfoque es
parcialmente cierto pero puede ser simplificador.

Con respecto al tema de Bolívar, Liévano Aguirre sostiene que las


ideas de Bolívar sobre el Estado no fueron comprendidas por la
inteligencia americana debido a su actitud subalterna frente a las ideas
europeas: la moda de entonces era identificar el espíritu liberal con el
desmantelamiento del Estado y transplantar en las constituciones a
Montesquieu, Rousseau y el federalismo norteamericano al pie de la
letra. Se suponía que eso bastaba para hacer felices a las gentes y
fuertes a las naciones, prescindiendo de los objetivos que el Estado

20 Liévano Aguirre, I. "Lis razones socioeconómicas de la conspiración de septiembre contra


el Libertador*. En: Revistártela Un itersidad de los Andes. Ikigotá: l iniversidad de los Andes.
No. 2. Junio 1959-
Fernán E. González G.
¡o

pretendiera alcanzar. Según Liévano, Bolívar, en cambio, planteaba


una opción más compleja: un Ejecutivo estable, eficaz, reformador y
educador de los pueblos, porque consideraba que la superposición de
una “fachada jacobina” sobre una organización feydal mostraba la
debilidad intrínseca del Estado liberal, que se convirtió así en el mejor
instrumento para prolongar la estructura colonial.

En la línea marxista, el revisionismo de Liévano Aguirre es


continuado por Shulgoski y Pividal, sobre todo con respecto a la
política internacional de Bolívar: Liévano contrapone los ideales de
integración hispanoamericana al panamericanismo de los Estados
Unidos en su opúsculo "Bolivarianismo y Monroísmo". Shulgoski
utiliza los análisis de Liévano pero siendo más apologético en ocasio­
nes: Bolívar es presentado como jefe popular republicano, que se
proclama dictador para la defensa y consolidación de la revolución
libertadora y de las reformas sociales. Según Shulgoski, el influjo de
su maestro Simón Rodríguez lo transformó de “mantuano” en jacobino:
Bolívar se acerca al socialismo utópico de Rodríguez, sin identificarse
totalmente con él, representando así una suerte de jacobinismo
latinoamericano, contra la revolución de las oligarquías que solo*
buscaba el fin del vínculo colonial21.

Para Shulgoski, Bolívar no es anglofilo ni precursor del Cesarismo


democrático (el gendarme necesario con el que Vallenilla Lanz trató de
justificar la dictadura de Pérez Jiménez); igualmente, este historiador
soviético justifica las alusiones de Bolívar sobre la “Pardocracia”,
interpretándolas como los alzamientos de los caudillos enriquecidos,
salidos de las masas pero separados de ellas. Según Shulgoski, Bolívar
buscaba la igualdad social sin un igualitarismo nivelador y preconizaba
el freno de la libertad absoluta por medio de un Estado fuerte ilustrado:
frente al modelo liberal de Montesquieu, Bolívar proponía un Estado
Reformadora, través del Poder Moral Educador (en Angostura), al que
añadió un control popular sobre el Estado a través del poder electoral
de la Constitución Boliviana, que, por consiguiente, está lejos de ser
antidemocrática.

21 Shulgoski, Anatoli. Cátedra Bolivaria na. El proyecto político del Libertador. llogotú:CEIS,
19H3.
El proyecto político de Bolívar: mito y realidad
¿1

Shulgoski muestra el influjo de Rousseau (la fuerza de las leyes


debe esforzarse por conservar la igualdad ya que la fuerza de las cosas
procura eliminarla) y Robespierre (Estado interventor para encauzar el
desarrollo de la sociedad en beneficio de las personas asociadas) en el
pensamiento de Bolívar. Poco insiste este autor soviético en los
problemas de política interna en torno a Bolívar, aunque cita a
Santander’y sus seguidores como representantes de la oligarquía: en
una carta Santander se quejaba de que los partidarios de Bolívar iban
a desencadenar una guerra civil donde ganarían los que nada tienen,que
son muchos, y perderíamos “los que tenemos, que somos pocos”;
Vargas Tejada presenta a Bolívar como jefe de una facción de estilo
jacobino que buscaba implantar un despotismo oclocrático (dominio
de las masas); Soto afirmaba que Bolívar jugaba con el “populacho”
y desataba “la revolución contra los propietarios”. Por otra parte,
Bolívar es presentado con base en el ejército, “que es el pueblo”, según
frase del propio Bolívar, que aparece como opuesto a la esclavitud y
crítico de la aristocracia de rango, empleo y riqueza, que domina a la
mayoría de la población.

En el ámbito internacional, Shulgoski muestra la ofensiva diplomá­


tica desatada por los embajadores norteamericanos contra los proyectos
integracionistas y las políticas internas de Bolívar: Tudor, cónsul en el
Perú, atacaba a Bolívar porque supuestamente buscaba imitar a Napoleón
y porque su campaña abolicionista representaba problemas para los
esclavistas de los Estados Unidos; Poinsett, embajador en México, insistía
en que los Estados Unidos debían asumir el liderazgo político y espiritual
de América y rechazaba la “perniciosa herencia española”. Por su parte,
Henry Clay aconseja a Bolívar la disolución del ejército y deponer la
dictadura. El embajador en Bogotá, Harrison, apoya a los enemigos de
Bolívar exigiendo la vuelta a la Constitución de Cúcuta y el seguimiento
del ejemplo norteamericano: se dice que Harrison tuvo que ver con en
la rebelión dq Córdoba contra Bolívar.

El cubano Francisco Pividal continúa la tradición revisionista de


Liévano, sobre todo en el aspecto internacional: presenta a Bolívar
como precursor del antiimperialismo22, casi como un antecesor de

22 Pividal, Francisco. Bolívar:pensamiento precursor delAntiimperialismo La Habana: Casa


de las Atncricas, 1977.
lemán I. l¡,

Fidel Castro. Para Pividal, hay dos Bolívar: el aristócrata mantuano y


el caudillo revolucionario. El tránsito entre los dos se produce
cuando Bolívar descubre y analiza las causas del fracaso de la primera
y segunda revolución de Venezuela: la superación de los errores lo
transforma en caudillo de masas. Pero el mérito principal de la obra
de Pividal consiste en presentar a Bolívar en el ámbito de las
relaciones internacionales y estudiarla a la luz de la correlación de
fuerzas existentes en el nivel internacional. Estudia a Bolívar frente
a la amenaza contrarrevolucionaria de la Santa Alianza, que se temía
podría intentar la reconquista de América, y frente a la política
“balcanizadora” de los Estados Unidos, que se ve en la campaña
diplomática para desprestigiar a Bolívar, boicotear su proyecto
integracionista y apoyar a Santander y a las oligarquías limeñas contra
Bolívar. Pividal muestra cómo era considerada la guerra de indepen­
dencia hispanoamericana en los medios políticos norteamericanos: el
presidente Monroe decía que no se trataba de una rebelión o
insurrección contra España, sino una guerra civil entre partes iguales
en la que no convenía entrometerse.

También señala la neutralidad hostil de los Estados Unidos con


respecto a la guerra contra España, debido a que le interesaba estar
en buenas relaciones con esa nación, pues estaba negociando con
ella la compra de la Florida. También muestra los intereses de Estados
Unidos en la anexión de Cuba y Puerto Rico, que, según Adams, debía
seguir gravitando en torno a los E.U.A., si se separaban de España. De
ahí que no se considerara buena idea la integración hispanoamerica­
na bajo la égida de Bolívar, pues uno de los posibles objetivos de ella
era la liberación de Cuba y Puerto Rico.

Sin embargo, Pividal no tiene casi en cuenta los problemas


internos de cada nación que bloqueaban necesariamente los proyec­
tos bolivarianos por la conciencia nacionalista que estaba ya surgien­
do dentro de las respectivas oligarquías. Tampoco tiene en cuenta
Pividal el complejo aspecto de las relaciones de Bolívar con Inglate­
rra, que tenderían a matizar su pretendido antiimperialismo con una
alineación muy realista en el ámbito internacional, muy sensible al
problema de la correlación de fuerzas, que sopesa de manera muy
realista los pros y los contras de su política internacional.
IJ poltlkx» de Bolívar: iluto y realidad

Otra posición que logra superar el mito bipartidista en el enfoque


de Bolívar es la de Antonio García 23, que insiste en que la guerra de
independencia fue inicialmente una guerra de las aristocracias criollas
letradas, que pretendían simplemente reemplazar la Corona española
por una república señorial o una aristocracia republicana. Esto explica
el caldeado romanticismo y la densidad ideológica de la primera etapa
de la lucha emancipadora. La obra de Bolívar fue convertir esa lucha
aristocrática en una revolución social de negros, mulatos, mestizos e
indios. Pero después de finalizada la lucha, Bolívar supera el
republicanismo demagógico: ante el hecho de la presencia inteligente
de las élites y la borrosa presencia del pueblo, Bolívar intentó conciliar
“el principio de la representación política con el hecho social de unos
pueblos sin voz ni conciencia" y trató de crear una República sin bases
republicanas.

García subraya el hecho de que las guerras de independencia


no habrían logrado su objetivo si no se hubieran desdoblado en una
revolución social: se pasó así del parlamentarismo patriarcal de los
cabildos a una amplia participación popular, donde el pueblo se
convirtió en el ejército y la liberación de los esclavos reclutados
rompió las rígidas barreras de la sociedad colonial. Pero esta
revolución nacional y social se frustró: la revolución de independen­
cia fue una revolución inconclusa, que nunca se ha podido terminar.
Una nueva aristocracia territorial de los beneméritos de
ialndependencia reemplazó a la antigua de las encomenderos y
hacendados; se reconstituyó así el orden colonial bajo una costra
republicana, lo que encontró respaldo jurídico en el santanderismo
Con su respeto al derecho adquirido.

Se presentaron dos factores de frustración de ese proceso


revolucionario: la herencia de una casta familiar que consigue méritos
pero no adquiere ideas políticas de la guerra y la necesidad de
restablecer el orden colonial en la hacienda pública, el régimen
económico, el sistema monetario y las relaciones sociales, apenas se
comprueba la tremenda verdad de que nadie era capaz de crear un

23 García, Antonio. La dialéctica de la Democracia. Bogotá :Cruzdci Sur, 1971, p. 85-87,94,98,


137-140.
Fernán E. González G.

sustituto del destruido aparato español de gobierno. No se sabía cómo


crear un Estado republicano.

Según García, incluso el mismo Bolívar se ve empujado por esta


regresión y se ve obligado a restaurar el sistema fiscal español, ya que
no se encontró otro medio de financiar la guerra y el nuevo estado. Por
eso, la “República de emergencia” de Bolívar tenía que nacer con el
destino de la dictadura, opina Gaicía: se ganó con armas, con armas debe
regirse. Pero la dictadura, sostiene Antonio García, no se niega en sí
misma el espíritu de lucha libertadora de Bolívar, pues opina que el
problema no fue la dictadura en sí misma sino su uso para fines de
regresión social, como el restablecimiento del sistema fiscal español y de
la enseñanza eclesiástica, la prohibición de Bentham y el reforzamiento
del poder de la Iglesia. Para García, la dictadura hubiera sido buena si
hubiera sido utilizada como régimen de transición entre la legalidad
colonial y la legalidad republicana.

El carácter regresivo de la dictadura bolivariana se debió, según


García, a la reacción militar frente a la nueva generación racionalista
que por medio de tesis disputaba el poder que el ejército conquistó por
las armas. Para García, Bolívar no abusó del poder para su provecho
personal pero su error fue dejarse llevar por la facción bolivariana para
derrotar al Bolívar revolucionario. García piensa que la gran equivo­
cación de Bolívar fue no tomar la dictadura para demoler el viejo orden
democrático sino usarla como movimiento contrarrevolucionario
contra las fuerzas que él mismo había desatado. En ese sentido, opina
García, la conjuración septembrina sí tuvo éxito: allí comienza la
muerte de Bolívar. Pero lo que no vieron los septembrinos, según
Antonio García, fue que el pueblo no era la flor y nata de los clubes
políticos sino la masa oscura y levantisca de los cuarteles: el ejército,
sin conciencia política pero con ímpetu pasional.

A mi juicio, el problema del análisis de Antonio García es que, a


pesar de que ofrece mucha luz con su perspectiva social y supera el
mito bipartidista, hace total abstracción de las fuerzas políticas en
conflicto en que se mueve Bolívar y prescinde de considerar el estado
financiero del Estado de entonces, que jugó un papel preponderante
en el enfrentamiento de Bolívar con Santander. La contraposición de
diferentes intereses políticos de nivel nacional e internacional, la
El proyeao político de Bolívar: mito y realidad
2S

situación del fisco estatal, la desintegración y el aislamiento económico


de las diversas partes del Imperio español (que luego se convertirían
en las diversas naciones hispanoamericanas) e incluso de las regiones
diversas de esas mismas partes, lo mismo que las dificultades inmensas
de comunicación, son el marco necesario para entender el fracaso
político de las. ideas de Bolívar.

Hacia una visión alternativa

Evidentemente, la única manera de superar el mito es acercarse


al pensamiento político de Bolívar a través de una lectura contextuada
de sus escritos, sobre todo*el Manifiesto de Cartagena, la Carta de
Jamaica, su Mensaje al Congreso de Angostura y su discurso al
Congreso de Bolivia2425 , lo mismo que sus cartas sobre integración
hispanoamericana y política internacional 2$. Para superar la visión
individualista y heroica, hay que situarla en medio de los conflictos
políticos y la situación socioeconómica. Para ello, puede ser útil la obra
de Busaniche, Bolívar visto por sus contemporáneos 26, lo mismo que
la narración de Santander 27sobre sus desaveniencias con Bolívar y las
Memorias de Florentino González 28. Las biografías de Bolívar escritas
por Liévano Aguirre y Gerhard Masur29 pueden ser también útiles para
leer a Bolívar en su propio contexto.

A manera de hipótesis provisional, quisiera resumir algunas ideas


que pueden servir de ayuda para la lectura personal. En resumen, la
causa fundamental de las diferencias de Bolívar con Santander y sus
seguidores, con la “cosiata” oligárquica de Venezuela y con la rica
oligarquía de Lima, reside en que su proyecto político es profundamen­

24 Bolívar, ¡vinión Escritos Políticos Madrid:Alianza. 1968.


25 Bolívar, Simón. Documentos. Los Orígenes déla dependencia neocolonial Bogotá: Erente
de Estudios Sociales. 1970.
26 Busaniche, José L. Bolívar visto por sus contemporáneos. Mexico-Buenos Aires:Eondo de
Cultura Económica. 1960.
27 Santander. Francisco de P. Mis desaveniencias con el Libertador Simón Bolívar.
Bogotádncunables, 1982.
28 González. Florentino. Memorias. Mcdellín:Bedout, 1971.
29 Masur. Gerhard. Simón Bolívar Bogotá:Colcultura. 1980.
26 Hernán K. González. G.

te distinto del de ellos. Las oligarquías dominantes de cada región solo


estaban interesadas en sustituir el dominio español por el suyo propio
y carecían de todo interés en modificar el equilibrio existente tanto en
el nivel nacional como internacional. Por eso, er^n partidarios de la
adopción de una fachada republicana con las formas externas de una
democracia formal y legalista, que les permitía ocultar las desigualda­
des que imposibilitaban (y siguen hoy imposibilitando) la creación de
una democracia real. Tampoco pensaban en fortalecer la posición
hispanoamericana en el nivel internacional sino que se limitaban a
aceptar la supuesta igualdad entre naciones soberanas, base de las
relaciones internacionales, que no hace más que disfrazar la domina­
ción del más fuerte. Por eso, solo aceptan una especie de integración
internacional mientras necesitan la ayuda militar de Bolívar para
derrotar a los españoles y conseguir la independencia del territorio que
consideran propio.

En cambio, Bolívar se opone rotundamente a la concepción


liberal tradicional del Estado como gendarme, cuyo papel se limita a
supervigilar el libre juego de los intereses individuales contrapuestos
que supuestamente producirían automáticamente el bien de la Socie­
dad. Su concepción del Estado es mucho más activa, mucho más
cercana a Rousseau que al optimismo de la Ilustración, aunque Bolívar
discrepa de Rousseau pues consideraba que la naturaleza crea a los
hombres desiguales y la Sociedad y el Estado deben compensar esa
desigualdad. Para Bolívar, es la Sociedad la que hace desiguales a los
hombres y el Estado debe corregir las desigualdades. En el aspecto
directamente político, Bolívar no cree en la representatividad y en el
supuesto desinterés patriótico de los legisladores electos; por eso,
busca un Estado fuerte que cree una nación inexistente sobre la base
social de los caudillos populares del ejército libertador y la aristocracia
sobreviviente de la revolución, de manera que se cree un equilibrio
entre las fuerzas nuevas y las antiguas: el prestigio popular de los
caudillos permitiría sopesar la presencia de las oligarquías que lógica­
mente tendían a dominar los cuerpos legislativos en el tipo de
democracia censataria de la época, gracias a su prestigio y hegemonía
en la sociedad. Bolívar no se hace ilusiones sobre el “fair play” de la
vida política real: ésta no es concebida como el libre juego de
individuos autónomos sino como la manipulación de personas sujetas
a muchos lazos de dependencia y a la influencia de los poderosos, lo
IJ proyecto político de Bolívar mito y rvalkhd
22

que explica el éxito electoral de políticos inescrupulosos. Bolívar


pronto descubre que los Congresos no siempre representan a los
pueblos sino que responden a la hábil manipulación de una maquinaria
obediente a los gamonales de turno; concluye así que el único
despotismo posible no es el del autócrata militar sino que hay también
“un despotismo deliberante” que conduce a la anarquía y termina por
producir como reacción al déspota militar. La experiencia política le
enseña a Bolívar que también puede existir la tiranía del mandatario
civil que impone su voluntad a través del hábil manejo de marionetas
“elegidas popularmente", haciendo innecesaria cualquier violación de
la legalidad republicana con lo cual puede aparecer respetuoso de la
majestad de la Ley al tiempo que se impone la voluntad personal del
mandatario. Esta situación explica la tragedia y el fracaso de Bolívar.

En el nivel internacional, Bolívar pretendía crear un nuevo


equilibrio en el cual Hispanoamérica pudiera jugar un papel importan­
te al lado de su aliada natural, Inglaterra. Para ello, busca conservar de
algún modo la unidad del antiguo Imperio español bajo el signo
republicano. Frente a la doble amenaza de la Santa Alianza reaccionaria
en el continente europeo (que parece querer reconstituir el poder de
los Borbones) y de los Estados Unidos que intentan extenderse sobre
Florida, México, Puerto Rico y Cuba, Bolívar quiere crear un bloque
hispanoamericano que sea una réplica republicana de la Santa Alianza.
Incluso, llega a solicitar pragmáticamente la alianza del Brasil, una vez
llega a la conclusión de que este país no le está haciendo el juego a la
Santa Alianza sino que más bien está girando en torno a la órbita inglesa
de poder. Con un análisis realista sobre la correlación de fuerzas en
el nivel internacional, Bolívar concluye que necesita el apoyo de
Inglaterra para neutralizar un eventual ataque de las naciones europeas
continentales y trata de explotar el interés comercial de Gran Bretaña
en los mercados hispanoamericanos, basándose en un análisis muy
pragmático cJe nuestras posibilidades en la división internacional del
trabajo. Sin embargo, Bolívar no se hace tampoco ilusiones sobre el
supuesto altruismo de su eventual aliada, cuyo carácter imperialista
identifica claramente. Por eso, su meta final es la independencia total,
“cuando crezcamos”.

Tanto en el nivel nacional como en el internacional, Bolívar se


mueve en el mundo de las contradicciones concretas de la política, no
I um;ín I*. González G.
21

en el mundo ideal de los principios abstractos. Pero el problema de


Bolívar fue que no es suficiente identificar y diagnosticar los problemas
sino que hace falta también encontrar soluciones prácticas y fuerzas
políticas que apoyen dichas soluciones. No basta la voluntad de un
hombre, por genial que sea, para imponer soluciones en contra de las
tendencias socioeconómicas y de las tendencias e intereses políticos de
los grupos dominantes, así sean ellos mismos los beneficiarios a largo
plazo de dichas soluciones. Además, el mundo de las ideas abstractas
puede a veces encubrir intereses muy concretos en la preservación del
status quo donde se originan aquellas contradicciones concretas.

Otro aporte fundamental de Bolívar a la Independencia hispano­


americana fue su convencimiento de la imposibilidad de una revolu­
ción aristocrática, sin participación ninguna de las masas, como la
querían llevar a cabo los mantuanos caraqueños. Bolívar triunfa
porque transforma esa revolución en un movimiento popular, al menos
en Venezuela. En Nueva Granada y Ecuador, la estructura social
permanece casi intacta, ya que no se produjo la guerra social y racial
que caracterizó a Venezuela: Bolívar se sorprende al encontrar la
sociedad del Popayán, jerárquica y patriarcal, bajo la hegemonía de los
Mosquera y Arboleda, en los que buscará apoyo para sus proyectos
políticos. La generalización de esta experiencia llevó a Bolívar a pensar
que los cambios introducidos por la Independencia eran menores de
lo que parecían y que la estructura colonial seguía intacta. Tal vez
Bolívar no percibió cuán diferente era Popayán del centro oriente de
Nueva Granada (Bogotá, Tunja y Santanderes de hoy). En cambio, en
Venezuela la Independencia sirvió de canal de ascenso social que
permitió la movilización social de los caudillos del movimiento
popular. Es importante señalai, para entender la actitud de Bolívar
frente a Páez, que la movilización popular nunca fue llevada a cabo por
Bolívar de manera directa, sino canalizada a través del poder de los
caudillos. El éxito militar de Bolívar en Boyacá se origina cuando éste
logra coaligar bajo su mando a los diversos caudillos venezolanos y a
un contingente colombiano organizado por Santander, con un peque­
ño contingente de veteranos europeos, lo que permite obligarlos a
superar sus ámbitos regionales de poder y llevarlos a combatir más allá
de sus respectivas regiones. El triunfo de Boyacá fortalece aún más su
poder y consolida su influencia sobre el Congreso de Angostura (que
se ha rebelado en su ausencia contra el vicepresidente Zea), porque le
El proyecto político de Bolívar: mito y realidad 29

permite contar con un ejército veterano victorioso, reforzado por un


fuerte contingente de tropas neogranadinas y por el apoyo económico
de las regiones recién liberadas: era difícil para los caudillos venezo­
lanos resistirle con sus pequeños contingentes y su ámbito reducidamente
local de poder.

El desarrollo de las ideas constitucionales


de Bolívar

Es importante considerar cómo llegó Bolívar a tomar esas


posiciones, lo cual se puede deducir fácilmente del seguimiento de su
itinerario político y militar. Hay una experiencia que impacta y marca
de modo fundamental el pensamiento político de Bolívar: el fracaso de
la primera revolución venezolana, que lo lleva al profundo convenci­
miento de que es imposible aplicar literalmente las ideas del Liberalis­
mo europeo a la realidad americana y de que es necesario el apoyo de
las masas y sus caudillos para triunfar. Además, la experiencia del exilio
en Haití y el influjo personal de Pethion le ayudarán a descubrir el
problema de la esclavitud negra, del que Bolívar no era consciente
hasta entonces: incluso en Jamaica, Bolívar todavía defiende la
institución de la esclavitud pintando un cuadro idealizado de las
buenas relaciones entre amos y esclavos que reinaban en Venezuela.

Pero incluso antes de Jamaica y Haití, aparece el desencanto de


Bolívar frente al Liberalismo ortodoxo: en el Manifiesto de Cartagena
(1812) aparece ya una feroz crítica del federalismo venezolano, que
produjo la guerra civil entre facciones y ciudades, el caos burocrático
y monetario, las elecciones manipuladas, la debilidad del Ejecutivo y
la total ineficiencia militar, todo lo cual dio como resultado el triunfo
realista. Bolívar concluye de esa experiencia que, aunque el sistema
federal sea en sí el más perfecto, para nuestros nacientes estados es el
más dañino ya que sus ciudadanos carecen de las virtudes republicanas
necesarias. De ahí saca Bolívar uno de los principios básicos de su vida
política: el gobierno debe adaptarse a las circunstancias de tiempos,
naciones y al carácter de los hombres que deben gobernar; los códigos
adoptados en Venezuela no enseñaban la ciencia práctica del gobierno
sino que reflejaban los principios de “visionarios de repúblicas aéreas”
l'emán E. González G.

que procuraban alcanzar la perfección política presuponiendo la


perfectibilidad del género humano30.

En la Carta de Jamaica (1815), Bolívar culpa de la incapacidad


política de los hispanoamericanos a la tradición española, severamente
enjuiciada por él: era difícil elevarnos del “grado más bajo de
servidumbre” al goce pleno de la libertad. España excluyó a los
americanos de cualquier participación en el gobierno y la administra­
ción pública, por lo cual la Independencia nos tomó por sorpresa, sin
preparación ninguna: por esto, los nuevos gobernantes carecían de
experiencia administrativa y de legitimidad o prestigio personal a los
ojos del pueblo. Todo esto repercutió en el fracaso del federalismo en
Venezuela y la Nueva Granada, lo que lleva a Bolívar a concluir que
“las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a
nuestro carácter, costumbres y luces actuales”. Bolívar opina entonces
que el sistema federal es demasiado perfecto y exige luces superiores
a las que poseemos. Como remedio, Bolívar propone la unión de
Venezuela y Nueva Granada bajo su gobierno semejante al inglés: en
vez de rey, habría “un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio
y jamás hereditario, si se quiere república”; un Senado legislativo
hereditario, intermediario entre el pueblo y el gobierno, pensado al
estilo de la Cámara de los Lores; y una Cámara de Representantes al
estilo de la Cámara de los Comunes31.

Como se ve, las ideas políticas de Bolívar están lejos de ser


producto de una decadencia mental después de Ayacucho (1824), pues
están presentes desde la Carta de Jamaica, aunque sufrirán algunos
cambios. En su discurso al Congreso de Angostura (1819), Bolívar
retoma muchas de las ideas de la Carta de Jamaica, profundizando en
sus propuestas; insiste siempre en nuestra incapacidad política por falta
de experiencia política y administrativa durante la Colonia. De ahí
deduce Bolívar la ignorancia de las masas que las hace tan fácilmente
manipulables, con lo que se convierten en instrumento de su propia
destrucción32.

30 Bolívar, Simón. En: Escritospolíticos, p. 47-57.


31 Ibid., p. 61-84
.32 Ibid... p. 93-123
B proyecto pdblco de Bolívar: mko y realidad
11

En Angostura, Bolívar repite que es imposible aplicar en


nuestra situación un sistema de gobierno “tan débil y complicado"
como el federal: en vez de consultar la experiencia del federalismo
de los Estados Unidos, deberíase consultar la situación física del
país, su población, riqueza, género de vida de sus habitantes, su
religión, inclinaciones y costumbres. La primera constitución vene­
zolana respondió al afán autonomista de las provincias y ciudades:
los constituyentes se dejaron deslumbrar por la felicidad del pueblo
norteamericano y pensaron que ella se debía a su constitución
federal y no al carácter de sus ciudadanos. Esta es una idea central
en el pensamiento político de Bolívar: las leyes por sí mismas no
producen la felicidad humana si no se cambia el carácter de las
personas regidas por ellas.

La misma conclusión es deducida por Bolívar de los ejemplos de


la historia de Atenas, Esparta, Tebas y Roma: Atenas ofrece el ejemplo
más melancólico del fracaso de la democracia absoluta, lo que muestra
“cuán difícil es regir por simples leyes a los hombres”; el caso de Atenas
contrasta con la estabilidad conseguida bajo la aparentemente quimé­
rica constitución de Esparta. El hecho de que Tebas solo hubiera
tenido éxito político bajo Pelópidas y Epaminondas, le permite concluir
con una de sus ideas favoritas: “a veces son los hombres, no los
principios, los que forman los Gobiernos. Los códigos, los sistemas, los
estatutos por sabios que sean son obras muertas quepoco influyen sobre
las sociedades: ¡hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustres
constituyen las repúblicas!”33

Lo mismo deduce Bolívar de los ejemplos de Roma e Inglaterra,


por lo que vuelve a proponer el ejemplo de la constitución inglesa,
adaptándola a la situación republicana: los sucesores de los próceres
en el Senado hereditario deberán recibir una educación especial, que
los hará mejores que los representantes elegidos (“la naturaleza
perfeccionada por el arte”); insiste el Libertador en que este Senado
debe ser independiente tanto del gobierno como del pueblo: por eso,
su selección no debe dejarse al azar de las elecciones”. El papel del
monarca constitucional, cuya autoridad está sujeta al triple control de

33 liolívur, Simón. Op.cii., p.l«6.


Fernán E. González G.
21

su propio gabinete, de la Cámara de los Lores y de los Comunes, es


adaptada al mundo republicano por Bolívar mediante la creción de
un Ejecutivo fuerte, pero de carácter electivo. Con ese ejecutivo
fuerte, no desea Bolívar autorizar a un déspota j>ara tiranizar la
república sino precisamente “impedir que el despotismo deliberante”de
los políticos produzca una serie de vicisitudes despóticas en que la
anarquía resultante sea reemplazada alternativamente por la. oligar­
quía y la monocracia. Sin ejecutivo fuerte e instituciones estables, hay
que contar “con una sociedad díscola, tumultuaria y anárquica”.

Frente a las teorías abstractas que pregonan “la perniciosa idea


de una libertad ilimitada”, Bolívar propone la “libertad social” como
término medio entre la libertad absoluta y el poder absoluto: la fuerza
pública debe mantenerse dentro de los límites de la razón, y la
voluntad general dentro de los límites señalados por un poder justo.
Un gobierno estable requiere la base de un espíritu nacional inclinado
hacia dos puntos capitales: “moderar la voluntad general y limitar la
ambigüedad pública”. Para él, es claro que “la libertad indefinida, la
democracia absoluta, son los escollos adonde han ido a estrellarse
todas las esperanzas republicanas”: la agitación electoral y partidista
de ideólogos abstractos conduce a la anarquía y ésta a la tiranía como
reacción. No importaría, dice Bolívar, que el sistema político se
relajara por debilidad, si esto no arrastrara consigo “la disolución del
Cuerpo Social y la ruina de los asociados”.

El papel del Estado es concebido por Bolívar como instru­


mento corrector de las desigualdades existentes de hecho en la
sociedad más libremente establecida: al revés de Rousseau,
Bolívar opina que la naturaleza hizo desigualdades a los hombres
y que la sociedad por medio del Estado y de las leyes le dan una
“igualdad ficticia" (o sea, creada por el hombre), que es la
igualdad política y social, por medio de la educación, la industria,
los servicios y las virtudes) 34. Según Bolívar, debe mantenerse el
equilibrio no solo entre los diferentes pactos del gobierno y de la
administración, sino también “entre las diferentes fracciones de que se
compone nuestra sociedad”.

34 Bolívar, Simón., Op. cit.„ p. 104.


B proyecto político de Bolívar: mito y realidad
JJ

De esta concepción del Estado se sigue la principal innovación


constiucional propuesta por Bolívar en Angostura: la creación de un
cuarto poder político, el Poder Moral, necesario para dar bases de luz
y virtud a la República. Un gobierno estable requiere la base de un
espíritu nacional inclinado hacia dos puntos capitales: “moderar la
voluntad general y limitar la autoridad pública”. En Venezuela, leyes
y magistrados carecen de legitimidad, aceptación y respeto público, lo
que hace que la sociedad sea “una confusión, un caos”, “un conflicto
singular de hombre a hombre”. Para librar a la República del caos, hay
que unificar en un todo la masa del pueblo, la composición del
gobierno, la legislación y el espíritu nacional. De ahí la importancia de
la educación popular y de la vigilancia de la moral pública: el Poder
Moral, propuesto por Bolívar, a imitación del Aerópago de Atenas y de
los Censores de Roma, debería encargarse de la educación infantil, de
las buenas costumbres y de la moral republicana, para purificar a la
República de la corrupción pública. El Poder Moral se encargaría de
censurar públicamente las faltas contra la patria (ingratitud, egoísmo,
ocio, negligencia) y la administración pública, lo mismo que de premiar
las virtudes. Los anales y registros de sus censuras y honores servirían
de consulta para los electores y funcionarios.

La propuesta electoral de Bolívar en Angostura se inscribe en la


democracia censataria, usual en ese tiempo, que restringía el voto
limitándolo solo a los propietarios, profesionales y alfabetos: con estas
restricciones, dice Bolívar, se pone “el primer dique a la licencia
popular, evitando la concurrencia tumultuaria y ciega que en todos los
tiempos ha imprimido el desacierto en las elecciones” y consiguien­
temente el desacierto de los magistrados y del Gobierno35.

En muchos apartes del discurso en Angostura, Bolívar hace un


llamado al realismo de los congresistas a los que pide ser moderados
en sus pretensiones, en vez de querer presuntuosamente conseguir lo
imposible. Considera muy laudable aspirar a instituciones perfectas
pero hay que tener en cuenta nuestras posibilidades concretas: “¿quién
ha dicho a los hombres que poseen ya toda la sabiduría, que ya
practican toda la virtud, que exigen imperiosamente la liga del Poder

35 Ibidein, p. 118.
1-cmAn lí. González G.

con la justicia? ¡Angeles, no hombres pueden únicamente existir libres,


tranquilos y dichosos, ejerciendo todos a la Potestad soberana” 3Ó. Se
queja Bolívar de que los gritos de los hombres en las batallas y tumultos
políticos claman al cielo contra los legisladores “inconsiderados y
ciegos” que han pensado que es posible “hacer impunemente ensayos
de quiméricas instituciones”. Por eso, Bolívar pide no aspirar a lo
imposible, “no sea que por elevarnos sobre la región de la Libertad,
descendamos a la región de la tiranía”, pues “de la libertad absoluta se
desciende siempre al poder absoluto”* 37.

Por supuesto, las innovaciones de Bolívar no fueron tenidas en


cuenta por los congresistas de Angostura: se criticó severamente su
propuesta de Senado hereditario como un intento de crear una nueva
nobleza y se consideró impracticable su idea del Poder Moral. Frente
a la imploración de Bolívar en pro de la emancipación de los esclavos,
el Congreso de Cúcuta (1821) resolvió realizarla gradualmente a través
de un fondo de manumisión para indemnizar a los propietarios pero
este fondo fue bastante ineficaz, con lo cual solo se hizo efectiva la
libertad de vientres.

Tal vez por esta poca acogida del Congreso de Angostura a sus
ideas, Bolívar no presentó ninguna propuesta al Congreso de Cúcuta,
que aprobó una constitución centralista y unitaria, con la clásica
división de tres poderes y dos Cámaras igualmente electivas. El
ejecutivo, ejercido por un presidente con período de cuatro años y
reelegible solo una vez, quedaba debilitado al quedar los nombramien­
tos de sus funciones sujetos a la aprobación del Legislativo. Muchos
comentaristas del pensamiento bolivariano señalan el divorcio moral
y político entre Bolívar y la Constitución de Cúcuta, lo mismo que su
amargura y decepción frente a la clase política. En una famosa carta
a Santander, escritos desde el cuartel general de San Carlos, Bolívar le
manifiesta su desencanto frente a los políticos, el 13 de junio de 1821:
“Esos señores piensan que la voluntad del pueblo es la voluntad de
ellos, sin saber que el pueblo está en el ejército, porque realmente está,
y porque ha conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque

36 Ibid., p. 114.
37 Ibid.p. 115
El provecto patilla» de Motivar: niüo y realidad
22

además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que


puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos
malignidad, o con más o menos patriotismo, pero sin ningún derecho
a ser otra cosa que ciudadanos pasivos.

Ésta política que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será


necesario desenvolverla para que no nos vuelvan a perder esos señores.
Ellos pretenden con nosotros representar el segundo acto de Buenos
Aires, cuando la segunda parte que van a dar es la de Guárico. Piensan
esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las
chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas
sobre los Caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los
marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los
bandidos del Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guahibos del
Casanare y sobre todas las hordas salvajes de Africa y América que, como
gamos, recorren las soledades de Colombia.

¿No le parece a Ud., mi querido Santander, que esos legisladores


más ignorantes que malos y más presuntuosos que ambiciosos, nos van
a conducir a la anarquía, después a la tiranía, y siempre a la ruina?
Yo lo creo así, y estoy cierto de ello. De suerte, que si no son los
llaneros los que completan nuestro exterminio, serán los suaves
filósofos de la legitimada Colombia. Los que se creen Licurgos, Numas,
Franklines y Camilo Torres y Roscios, y Uztariz y Robiras, y otros
númenes que el cielo envió a la tierra para que acelerasen su marcha
hacia la eternidad, no para darles repúblicas como las griegas, romana
y americana, sino para amontonar escombros de fábricas monstruosas
y para edificar sobre una base gótica un edificio griego al borde de un
cráter”38.

La resistencia de Caracas frente al centralismo de la constitución


de Cúcuta se manifiesta al poco tiempo de su aprobación pero se va
acentuando paulatinamente hasta culminar con la rebelión de Páez,
que Bolívar aprovecha para tratar de hacer imponer la constitución
boliviana y que señala la ruptura definitiva entre Bolívar y Santander.

38 Bolívar, Simón. Carta a Santander del 13 de junio de 1821. en: Bolívar, Doctrina del
Libertador. Caneas-. Biblioteca Ayacucho, 1979, p.157-158.
26 l emán E. González G.

Bolívar considera necesario el apoyo de los caudillos para conservar


la unidad y está acostumbrado a considerarlos su base natural de
poder; en cambio, subestima la fuerza política de los abogados
leguleyos y de los políticos civiles que rodean a Santander: en el fondo,
no parece caer en cuenta de cuán distinta es la situación del centro-
oriente neogranadino de la situación de su nativa Venezuela. No
parece aceptar la importancia de esta clase de abogados y funcionarios
urbanos, herederos de la burocracia virreinal y de la Real Audiencia,
que se mostrará capaz de entenderse con los caudillos de la guerra con
tal de imponer su proyecto político, de raigambre más liberal que el de
Bolívar.

En 1825, en su proyecto de constitución para Bolivia, elabora una


presentación más acabada de su pensamiento político39 pero siguiendo
una línea gradual de evolución desde sus posiciones anteriores: pide
a los legisladores resistir al choque de “dos monstruosos enemigos”
que se combaten entre sí pero que atacan a la vez a la pequeña “isla
de libertad” de la naciente república: “la tiranía y la anarquía” que
forman un “océano de opresión”. Para solucionar ésto, propone su
proyecto de constitución, en el cual añade un cuarto Poder, el Poder
Electoral, a la clásica división tripartita. Este poder constituye un
aumento de la participación popular, que acerca su constitución al
sistema federal y democrático, a la vez que se constituye un contrapeso
popular al Ejecutivo. Este poder electoral representa un gran avance
en la democratización de las elecciones con respecto a la constitución
de Cúcuta: aunque se conserva el sistema indirecto de elecciones, se
aumenta el número de electores y se eliminan las restricciones
socioeconómicas del voto; no hace falta poseer bienes sino solo saber
leer y escribir y un arte o ciencia que asegure un alimento honesto.

El Poder Legislativo tendría tres Cámaras: dos electivas, las de


Senadores y Tribunos, y una vitalicia, la de los Censores. La Cámara de
Censores retoma, con funciones más restringidas, las atribuciones del
Poder Moral propuesto en Angostura: se encargaba así de la educación
y de supervigilar el cumplimiento de las leyes. La Cámara de Tribunos

39 Bolívar, Simón. En: Escritospolíticos, p. 127-140.


El proyecto político de IkJívar: mito y rvulkhd
J2

tenía a su cargo lo relacionado con la hacienda, paz, guerra, obras


públicas, relaciones industriales; los Senadores se encargaban de lo
relacionado con la justicia, los códigos, el culto y las relaciones con la
Iglesia.

El Poder Ejecutivo fue el centro de la discusión, pues a él se


redujeron injustamente a mi modo de ver, las ideas principales de la
Constitución Boliviana. Bolívar consideró la presidencia vitalicia como
el sol que da vida a todo el universo: en los sistemas sin jerarquía hace
falta un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los
ciudadanos. Ese presidente vitalicio, tomado de la república más
democrática del mundo, Haití, participa de las funciones del presidente
de los Estados Unidos; pero “con restricciones más favorables al
pueblo”. Para evitar los problemas que se presentan en Hatí en torno
a la sucesión presidencial, que la ponen en situación de “insurrección
permanente”, Bolívar propone un medio de sucesión más seguro: el
presidente nombraría al vicepresidente como jefe del gobierno y
sucesor, con lo cual “se evitan las elecciones, que producen el grande
azote de las repúblicas, la anarquía, que es lujo de tiranía y el peligro
más inmediato y más terrible de los gobiernos populares”*’.

Según Bolívar, el presidente boliviano sería menos peligroso que


el de Haití pues su poder está muy limitado: no nombra jueces ni
magistrados ni dignidades eclesiásticas y solo designa los empleados
de hacienda y guerra y tiene el mando del ejército. Nombra su sucesor,
pero su designación está sujeta a la aprobación del Congreso; también
designa a los funcionarios regionales y locales pero de una terna
propuesta por los colegios electorales correspondientes y el nombra­
miento debería ser aprobado por el Congreso. El Presidente es
irresponsable pero el gobierno ministerial, al que pertenece toda la
administración, es responsable ante la Cámara de Censores y sujeto a
la vigilancia de legisladores, magistrados, jueces y ciudadanos. El
vicepresidente depende del presidente y del Legislativo.

Bolívar cree que es preferible gobernar con esas trabas y


controles, en vez de hacerlo con “imperio absoluto”: “las barreras

40 Bolívar, Simón. Op.cit., p. 133-


Fernán E. González G.
21

constitucionales ensanchan una conciencia política y le dan luz entre


los escollos que la rodean, sirviendo de apoyo contra los empujes de
nuestras pasiones, concertadas con los intereses ajenos”. Bolívar dice
que la práctica de los Estados Unidos de elegir el primer ministro como
sucesor del presidente tiene la ventaja de que el nuevo gobernante ya
posee experiencia y popularidad: esta práctica pasa a ser ley en la
constitución boliviana. Es evidente que la idea de la monarquía
constitucional y el régimen parlamentario de Inglaterra influyen no
poco en estas ideas de Bolívar junto con algunas concepciones
tomadas de la antigüedad romana.

Es importante subrayar que Bolívar insiste en que busca estable­


cer las más perfectas garantías para la libertad civil, la seguridad
personal, la propiedad y la igualdad en su proyecto constitucional.
Sobre todo, insiste en que ha conservado intacta “la ley de las leyes -
la igualdad- sin ella perecen todas las garantías, todos los derechos”.
A ella, dice Bolívar, debemos hacer toda clase de sacrificios: el primero
de ellos, el de la propiedad de los esclavos, porque la esclavitud es “la
infracción de todas las leyes” y la ley que la conservara sería “sacrilega”,
dice Bolívar. Bolívar no cree que haya alguien “tan depravado que
pretenda legitimar la más insigne violación de la dignidad humana, ¡Un
hombre poseído por otro! ¡Un hombre propiedad! ¡Una imagen de
Dios puesta al yugo como el bruto! Dígasenos: ¿dónde están los títulos
de los usurpadores del hombre?...

Fundar un principio de posesión sobre la más feroz delincuencia


no podría concebirse sin el trastorno de los elementos del derecho, y
sin la perversión más absoluta de las nociones del deber. Nadie puede
romper el santo dogma de la igualdad. Y, ¿habrá esclavitud donde reina
la igualdad? Tales condiciones formarían más bien el vituperio de
nuestra razón que el de nuestra justicia: seríamos reputados por más
dementes que usurpadores”41.

Es curioso que los que consideraban autocrática y tiránica la


constitución boliviana por establecer la presidencia vitalicia con

41 Bolívar, Simón. Op. Cit., p. 136-137


El proyeao político de Bolívar: mío y realidad

derecho a nombrar sucesor, olviden mencionar los controles


institucionales a que estaba sujeto el ejecutivo, la mayor participación
electoral que tenía y su insistencia en la liberación absoluta de los
esclavos. Por otra parte hay que recordar los pretextos e impedimentos
legales que opuso Santander a la emancipación de los esclavos que
serían alistados en el ejército patriota: según carta del propio Santander,
necesitaba una ley que lo autorizara, carecía de fondos para indemnizar
a los “legítimos” propietarios y temía los efectos nocivos de la medida
para la economía lo mismo que la opinión pública adversa. (Se refería
a la opinión pública de los esclavistas probablemente). Hoy en día, los
artículos de Germán Arciniegas son un buen ejemplo de esto: tal vez
el mito bipartidista influyó algo en el sesgo de esta lectura de Bolívar.

Es muy interesante el concepto del mariscal Sucre, único


presidente que gobernó dos años con esa constitución: el principal
defecto que él le encuentra es la debilidad del Ejecutivo, por lo cual no
se muestra partidario de ella: para Sucre, la constitución boliviana daba
estabilidad al gobierno “solo en el papel” mientras de hecho “le quita
los medios para hacerse respetar y no teniendo vigor ni fuerza el
presidente para mantenerse, son nada sus derechos y los trastornos son
frecuentes...”42.

El constitucionalista Leopoldo Uprimmy consideraba, al revés de


la creencia tradicional, que la Constitución Boliviana representaba la
superación definitiva de las tendencias cesaristas del Libertador y que no
existían diferencias esenciales entre ella y la Constitución de Cúcuta.
Uprimmy señala que lejos de tener poderes casi omnímodos como
Napoleón cuando era primer cónsul, el presidente vitalicio de Bolivia
tenía menos facultades que cualquier jefe de estado colombiano de hoy.

Uprimmy cree que la Constitución Boliviana cumple los objetivos


que se proponía Bolívar, pues evita tanto la anarquía como la tiranía:
“Evita la anarquía, prescindiendo de las elecciones presidenciales que,
en el siglo XIX (y en parte hasta en el XX) significaban en la América
Latina casi siempre desórdenes, violencia y, a menudo guerras civiles.

42 Sucre. Documentos relativos a la creación de Holivia. vol.UI, p.6()77, citado en Notas,


Bolívar. Escritos políticos, p. 173-
40
lemán E. González G.

Evita la tiranía, tanto en la forma del cesarismo, como el caudillismo,


limitando y restringiendo el poder del jefe del Estado”43.

Es más, Uprimmy no considera que la presidencia vitalicia con


vicepresidente hereditario fuera tan absurda para su tiempo como lo
consideraban sus adversarios: de hecho, en casi ninguna república
hispanoamericana hubo presidentes electos por el pueblo durante el
siglo XIX y en la mayoría de los casos, los gobernantes impusieron a
sus sucesores o, al menos, les abrieron el camino del poder. Además
de los clásicos dictadores, Uprimmy señala el caso de presidentes
vitalicios de hecho (F. Roosevelt) o de derecho (Pethion) y recuerda
la experiencia histórica de los Estados Unidos, citada por Bolívar;
Jefferson, secretario de Estado de Washington, es vicepresidente bajo
John Quincy Adams y luego presidente; Jefferson es sucedido por su
secretario de Estado, Madison, sucedido a su vez por su secretario de
Estado, Monroe. (En el siglo XX, podría mencionar a los vicepresiden­
tes que llegan a ser presidentes: Truman, Johnson, Nixon y tener en
cuenta el sistema de sucesión presidencial del PRI mexicano). Añade
también Uprimmy que en la historia de las naciones bolivarianas las
elecciones presidenciales han sido frecuentemente seguidas por gue­
rras civiles; en Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia, muchas elecciones
se han prestado al abuso de caudillos despóticos. Por eso, concluye
Uprimmy admirando la visión profética de Bolívar y llega a preguntarse
si no hubiera sido preferible en el siglo XIX una presidencia vitalicia de
Bolívar, Sucre o un sucesor nombrado por ellos.

Para Uprimmy, el no haber sido comprendida la real naturaleza


de la Constitución Boliviana constituyó la tragedia del Libertador y de
las naciones bolivarianas. Pero la mala intelección se debió a la manera
excesivamente autoritaria con que Bolívar trataba de imponer sus
ideas, lo que esto despertaba sospechas de planes dictatoriales. Este
estilo político de Bolívar se debía a su mentalidad militar, que tendía
a considerar cualquier oposición como insubordinación. Los amigos
y aduladores de Bolívar también son considerados parte del problema
por Uprimmy. Sin embargo, hay un punto de vista fundamental que

43 (Jpriinmy, L. El pensamiento filosófico y político en el Conpreso de Ctictita. Bogotá:


Instituto Caro y Cuervo, 1971, p. 60-61.
El proyecto político de Bolívar: mito y realidad
<1

Uprimmy pasa por alto: la lucha política por la sucesión presidencial


de Bolívar: pues es muy diciente el hecho, narrado por Liévano
Aguirre, que Santander estaba dispuesto a transigir con la Constitución
Boliviana excepto en un punto: la vicepresidencia hereditaria.

También es bien diciente que a Santander no le pareció tan mal


el proyecto boliviano hasta que se enteró que Bolívar pensaba en Sucre
como sucesor. La interpretación tradicional del Liberalismo insiste en
ver a los líderes políticos de nuestra historia pasada como arquetipos
y encarnaciones de valores trascendentes y de principios ideológicos,
en vez de considerarlos como jefes de facciones y clientelas en lucha
por el poder. Es ingenuo pretender que las ambiciones políticas sean
solo monopolio de los caudillos militares y considerar a los civiles
exentos del pecado original de la actividad política: la ambición de
poder.

La decepción de Bolívar frente a la clase política se profundizó


con los años: al comentar el triunfo de sus enemigos en la Convención
de Ocaña, debido según algunos al reglamento electoral elaborado por
el Congreso dominado por Santander y a la maquinaria electoral de las
autoridades locales y regionales nombradas por el mismo Santander,
Bolívar señalaba que esos hechos servían para “probar el estado de
esclavitud en que se hallaba el pueblo: probar que está no solo bajo
el yugo de los alcaldes y curas de las parroquias, sino también bajo el
de los tres o cuatro magnates que hay en cada una de ellas; que en las
ciudades es lo mismo, con la diferencia de que los amos son más
numerosos porque se aumentan con muchos clérigos y doctores; que
la libertad y las garantías son solo para aquellos hombres y para los
ricos, y nunca para los pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los
mismos indios; que esclavos eran bajo la constitución de Cúcuta y
esclavos quedarán bajo la constitución más liberal; que en Colombia
hay una aristocracia de rango, de empleos y de riqueza, equivalente
por su influjo, por sus pretensiones y peso sobre el pueblo; que en
aquella aristocracia entran también los clérigos, los doctores, los
abogados, los militares y los demagogos; pues cuando hablan de
libertad y de garantías es para ellos, solo para lo que quieren y no para
el pueblo que, según ellos, debe continuar bajo su opresión; quieren la
igualdad para elevarse y ser iguales con los más caracterizados, pero
no para nivelarse ellos con los individuos de las clases inferiores de la
lemán lí. González G.

sociedad; a estos los quieren considerar siempre como sus siervos a


pesar de sus alardes de demagogia y liberalismo”44.

Esta decepción de Bolívar puede explicar por qué termina por


abandonar su proyecto boliviano, que tanta hostilidad generaba en su
contra. Sin embargo, en su mensaje a la Convención el 29 de febrero
de 1828, presenta un cuadro desolador de Colombia y un análisis de
las causas de su decadencia, que a la vez son un ataque a la Constitución
de Cúcuta: el gobierno está mal constituido entre nosotros porque
“hemos hecho del Legislativo no solo el Cuerpo Soberano, en lugar de
que no debía ser más que un miembro de este soberano; le hemos
sometido al Ejecutivo y dado mucha parte en la Administración
general... El ejecutivo de Colombia no es el igual del Legislativo, ni el
jefe del judicial: viene a ser un brazo débil del poder supremo, de que
no participa en la totalidad que le corresponde porque el congreso se
ingiere en sus funciones naturales sobre la administración judicial,
eclesiástica y militar”4546
.

Las ideas de Bolívar en política internacional

El desarrollo de las ideas bolivarianas en política internacional ha


sido menos estudiado que el de sus ideas constitucionales: por otra
parte, ambos aspectos están ligados ya que Bolívar considera que la
integración latinoamericana puede ayudar a frenar también la anarquía
interna. De todos modos, el análisis de Bolívar es igualmente pene­
trante y pragmático a partir de la inserción en la correlación interna­
cional de fuerza. El primer texto importante de Bolívar conocido
aparece en la Gaceta de Caracas en 1814 con el título de '"Reflexiones
sobre el estado actual de Europa con relación a América"*'. Según él,
el triunfo de la coalición europea liderada por Inglaterra sobre
Napoleón representaba una situación favorable para los americanos,
aunque el regreso de los Borbones a Francia y España pareciera

44 Perú de Lacroix, Luis. Diario de Bucaramanga. Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1978.
45 Bolívar D., Mensaje a la Convención de Ocaña En: Bolíiar Doctrina del Libertador, p. 257-
258.
46 Bolívar, Simón. «Reflexiones sobre el estado actual de la Europa con relación a la America».
Gaceta de Caracas No. 74, 9 de junio de 1814, En: Bolívar. Orígenes de la dependencia
neocolonidL Bogotá:Frente de Estudios Sociales, 1970. p. 29-32.
El proyecto político de Bolívar: mito y rvulklad
J3

multiplicar a nuestros enemigos. El análisis que hace Bolívar de la


coyuntura internacional parte de que los factores principales que
influyen en la política europea no son “el interés de príncipes o casas
reinantes ni los de una u otra nación”, que son sólo causas secundarias
que solo ayudan a “promover los intereses primarios”. Así, a veces
“bajo el pretexto de vengar un agravio hecho a algún soberano”, se
enciende una guerra funesta al beneficio del pueblo de ese rey y en
beneficio de otro pueblo: por eso, cuando los ingleses se muestran
defensores de los derechos de los Borbones solo muestran el objeto
ostensible de su política” pero su meta oculta es siempre “asegurar su
preponderancia marítima” destruyendo un eventual enemigo colosal
que podría arruinarla e impidiendo posibles coaliciones contra ella,
bajo el pretexto de la lucha contra la arbitrariedad y el despotismo de
Bonaparte. Por eso, el efecto del nuevo orden después de la derrota
de Napoleón es el restablecimiento del equilibrio político entre las
naciones del continente europeo pero no del equilibrio de ellas con
respecto a Inglaterra: “no es creíble que por su desprendimiento
extraordinario de que no hay ejemplo en la historia británica, cuando
se trata de intereses comerciales, venga ahora a colocarse por su
voluntad al nivel de las demás naciones”.
El progreso de la revolución norteamericana se debió, según
Bolívar, a la necesidad del equilibrio internacional: Francia auxilió a
Estados Unidos no por filantropía ni por amor al pueblo norteameri­
cano sino para compensar la pérdida de Canadá y para disminuir el
influjo inglés en la balanza del poder. El ejemplo de Francia y España
fue fatal pues Inglaterra, a su turno, fomentó la insurrección de Santo
Domingo y “hace mucho tiempo que son conocidos sus planes para
dar libertad a las colonias españolas”. De ahí deduce Bolívar que
Inglaterra no ayudaría a España en la reconquista americana, dados sus
intereses opuestos con el continente europeo:"Si convenimos... que
aún restablecido este nuevo equilibio en la Europa, los intereses de la
Gran Bretaña son enteramente opuestos a los de las Potencias Continen­
tales, ¿cómo incurrir en la demencia de creer que siendo hoy la única
nación marítima del Universo, vaya a prestarse a que la España vuelva
a afianzar aquí su dominación?'.
Bolívar cree que ni siquiera el tratado más favorable a Inglaterra
que España firmara, garantizaría su cumplimiento por parte de la
primera, ya que el genio previsto del pueblo inglés no dejaría a América
Fernán F. González G.

bajo una potencial continental que fortaleciera a sus enemigos: “por


esta razón... la emancipación de América siempre ha estado en los
cálculos del gabinete inglés. La Gran Bretaña va por este nuevo
equilibrio del Universo, a llegar al último punto de grandeza y de poder
a que ningún pueblo del mundo había osado aspirar”.

Además, los intereses comerciales de Europa en las riquezas y


producción del Nuevo Mundo influyen también en la política interna­
cional: “El interés bien entendido de todas las naciones, y particular­
mente el de la nación inglesa, es poner expeditos los canales del
comercio impidiendo que la guerra consuma todos los materiales con
que su industria recibirá un aumento considerable”.

Bolívar añade que, además, América por fortuna no está en


circunstancias de inspirar recelos a la industria y al comercio extranjero:
“Nosotros por mucho tiempo no podemos ser otra cosa que un pueblo
agricultor, y un pueblo agricultor capaz de suministrarlas materias
más preciosas a los mercados de Europa, es el más calculado para
fomentar conexiones amigables con el negociante y el manufacture­
ro”47*
.

Este análisis realista de la coyuntura internacional va a ser


fundamental para la política internacional de Bolívar, junto con la clara
percepción de la hostilidad norteamericana y la obsesión de una
eventual intervención de la Santa Alianza: de ahí los dos puntos
fundamentales de la política internacional de Bolívar, que son la
integración hispanoamericana y la alianza con Inglaterra, que están
ligados: pues Bolívar considera que nuestra federación hispanoameri­
cana no puede subsistir si Inglaterra no la toma bajo su protección.

Pero Bolívar no se hace ninguna ilusión sobre los intereses


altruistas de su eventual aliado: en carta a Santander el 20 de mayo de
1825, le dice que los españoles ya no son peligrosos para nosotros “en
tanto que los ingleses lo son mucho, porque son omnipotentes y, por
lo mismo terrible? 4H. Comentando el trato de comercio y navegación
con Inglaterra, que Santander consideraba bueno, escribe que teme

47 Holívar, Simón. Op.cit. p.32


48 Holívar. Carta a Santander, 20 de inayo de 1825. En: liolivar, Orígenes..., p. 133.
El proyecto político de Bolívar: mito y rvalkkid
±5

mucho que no lo sea tanto, “porque los ingleses son terribles para estas
cosas?’ 49. Después de haberlo leído, Bolívar concluye que “tiene la
igualdad de un peso que tuviera una parte de oro y otra de plomo.
Vendidas estas dos cantidades y veríamos si eran iguales. La diferencia
que resultara, sería la igualdad necesaria que existe entre un fuerte y
un débil. Este es el caso; y caso que no podemos evitar”50.

En otra carta a Santander, Bolívar sostiene la necesidad de buscar


relaciones amistosas con la Europa continental para ganar tiempo,
“porque los ingleses y norteamericanos son unos aliados eventuales y
muy egoístas? 51. Sin embargo, aunque es plenamente consciente de
que una “alianza defensiva y ofensiva” con Inglaterra puede tener
inconvenientes eventuales y quizá remotos" por los compromisos
internacionales que puede acarrear, Bolívar insiste en que “la existen­
cia es elprimer bien"; y el segundo es el modo de existir: “si nos ligamos
a la Inglaterra existiremos, y si no nos ligamos, nos perderemos
infaliblemente”. Es preferible existir y estar ligados a Inglaterra
mientras vamos creciendo: “Mientras tanto, creceremos, nos fortifica­
remos y seremos verdaderamente naciones para cuando podamos
tener compromisos nocivos con nuestra aliada. Entonces, nuestra
propia fortaleza y las relaciones que podamos formar con otras
naciones europeas, nos pondrán fuera del alcance de nuestros tutores
y aliados. Supongamos aún que suframos por la prosperidad de la
Inglaterra: este sufrimiento mismo será una prueba de que existimos,
y existiendo tendremos la esperanza de librarnos del sufrimiento. En
tanto que, si seguimos en la perniciosa soltura en que nos hallamos, nos
vamos a extinguir por nuestros propios esfuerzos en busca de una
libertad inmediata”52.

Bolívar llega incluso a ofrecer separarse de la jefatura de la


propuesta federación americana porque Inglaterra no aceptaría su
supremacía por considerar que debería corresponder al gobierno
inglés: por eso, piensa tantear el parecer de los ingleses al respecto y
consultar al Congreso de Panamá. Es consciente también, según dice

49 bolívar. Carra a Santander, 21 de rxtubre de 1825, En: bolívar Orígenes... p. 153.


50 bolívar Carta a Santander. 27 de Octubre. En: bolívar. Orígenes. .. p. 166.
51 bolívar. Carta a Santander. 8 de inarz.o de 1825. En: bolívar. Orígenes..., p. 114.
52 bolívar. Carta a Santander, 28de junio de 1825. En: bolívar. Orígenes.... p. 151
lemán L. González G.
*

en la misma carta, de la oposición de los Estados Unidos a la federación:


“Desde luego los señores americanos serán sus mayores opositores a
título de la independencia y libertad; pero el verdadero título es por
egoísmo y porque nada temen en su estado doméstico”53.

El antinorteamericanismo de Bolívar

Es notorio el sentimiento antinorteamericano de Bolívar, que llega


a criticar los discursos y escritos de Santander, porque se parecen a los
del presidente norteamericano: "Aborrezco a esa canalla de tal modo, que
no quisiera que se dijera que un colombiano hacía nada como ellos” 54.
En otra ocasión escribió al ministro inglés Campbell que los Estados
Unidos parecían “destinados por la divina providencia para plagar de
miserias a la América en nombre de la libertad”5556 .

El sentimiento antinorteamericano de Bolívar tiene una larga


historia, que tiene que ver con la actitud que los Estados asumieron frente
a las guerras de emancipación contra España. A propósito de la captura
de dos goletas norteamericanas de propiedad particular que llevaban
armas y alimentos para los españoles bloqueados por las fuerzas
patriotas, Bolívar se enzarzó en una polémica epistolar con Irvine, agente
norteamericano (durante julio y agosto de 1818). Bolívar se quejaba de
la manera como entendían los Estados Unidos la neutralidad en nuestra
guerra con España: se permitía a los comerciantes norteamericanos
vender armas y alimentos a las fuerzas españolas, mientras se decomi­
saban las armas que venían destinadas a los patriotas, se les impedía
comprarlas en los Estados Unidos e incluso se arrestaba a los soldados
y oficiales ingleses que venían a alistarse en las filas patriotas. Bolívar
comenta a Irvine que sería muy sensible que las leyes solo obligaran al
débil mientras el fuerte pudiera seguir practicando abusos %.

53 Bolívar, Carta a Santander, 28 de junio de 1825 En: Bolívar. Orígenes..., p. 152.


54 Bolívar, Carta a Santander, 21 de octubre de 1825- En: Bolívar. Orígenes..., p. 155.
55 Bolívar, Simón. Carta al coronel Patricio Camplxdi, encargado de negocios de S.M.B., 5 de
agosto de 1829, En: Orígenes...., p. 216.
56 Carta de Bolívar al señor agente de los Estados Unidos de América del Norte, Bautista Irvine,
29 de julio de 1818. En: Orígenes,.. . p. 68-70. Carta de Bolívar a Irvine, de agosto 6 de 1818,
En: Orígenes..., p. 70-80. Carta de Bolívar a Irvine, agosto 20 de 1818, En: Orígenes..., p.
80-84.
El proyecto político de Bolívar: nulo y realidad 47

Hay que tener en cuenta el interés norteamericano en mantener


buenas relaciones con España, pues durante la lucha con Nueva
Granada y Venezuela, el gobierno de Estados Unidos estaba negocian­
do con España la adquisición de la Florida, que finalmente compró en
1819- Igualmente, hay que recordar las relaciones comerciales de los
Estados Unidos con Cuba y Puerto Rico, desde tiempo atrás. Todo esto
explica la intervención armada de los Estados Unidos en la isla Amelia,
donde un grupo patriota venezolano había proclamado la república de
la Florida en 1817. Dicha isla estaba situada en la costa atlántica de los
Estados Unidos, al norte de Jacksonville. Incluso se planteó la
necesidad de ocupar un puerto de la península de la Florida para
presionar a España en Cuba y tener una base estratégica para abastecer
los barcos venezolanos, almacenar armas y apresar los barcos que
intentaran auxiliar a los realistas en Venezuela. La isla Amelia se
convirtió en base de contrabando y centro de compra y acopio de
armas con destino a los patriotas venezolanos: ambas cosas produjeron
conflictos armados con la armada norteamericana, que acusaba a los
barcos venezolanos de violar las aguas territoriales de los Estados
Unidos. El resultado final era de esperarse: por orden del presidente
Monroe, tropas de los Estados Unidos desembarcaron y ocuparon la
isla, en la primera intervención norteamericana de la historia.

Además, el boicot sistemático de la diplomacia norteamericana


contra los proyectos integracionistas del Libertador era bien notoria.
Esto explica la oposición rotunda de Bolívar a contar con los Estados
Unidos para el Congreso de Panamá. Así le escribe a Santander en mayo
de 1825 que el proyecto de federación general americana que
comprende desde Estados Unidos hasta Haití le parece bello en las
ideas pero “malo en sus partes componentes”: le encuentra inconve­
nientes a Haití, Estados Unidos y Río de la Plata, "extranjeros heterogéneos
para nosotros". Por eso, jamás será de la opinión de convidarlos para
nuestros arreglos americanos. En cambio, Bolívar considera que
México, Guatemala (Centroamérica actual), Colombia, Perú, Chile y
Alto Perú (hoy Bolivia) pueden constituir una federación soberbia:
“homogénea, compacta y sólida”. Además, sería ventajosa para
Colombia: “Guatemala y Chile y Alto Perú harán lo que nosotros
queramos. El Perú y Colombia tienen una sola mente y México
quedaría aislado en medio de la federación”. Alto Perú será adicto a
Colombia por deberle la existencia y la libertad, pero el Río de la Plata
Fernán E González G.

“sera nuestro enemigo por la envidia, ya que no por la rivalidad, porque


no puede haber este sentimiento entre objetos tan desiguales”. Perú no
sera problema pues se contentará con las provincias que posee, con lo
que es bastante rico y le sobran medios para su felicidad 57.

La débil situación internacional de


Colombia

Este tipo de análisis del peso que podrían tener los diferentes
países hispanoamericanos aparece en varias de las cartas de Bolívar,
donde se muestra preocupado de la debilidad de América, y especial­
mente de Colombia, en el concierto de las naciones. En diciembre de
1822, había escrito a Santander pintándole a América rodeada por la
fuerza marítima de Europa y encabezada por una potencia, “una
poderosísima nación muy rica, muy belicosa, y capaz de todo; enemiga
de la Europa y en oposición con los fuertes ingleses que nos querrán
darla ley y que la darán irremisiblemente'. En el nivel de Hispanoamé­
rica, Colombia se encuentra rodeada: al norte encuentra Bolívar “el
vasto y poderoso imperio mexicano que, con sus riquezas y la unidad
de su sangre, está en estado de echarse sobre Colombia con muchas
ventajas”. La costa colombiana está inquietada por las colonias
europeas en las Antillas y “los africanos de Haití, cuyo poder es más
fuerte que el fuego primitivo”. En frente están las islas españolas de
Cuba y Puerto Rico, que serán nuestras enemigas; detrás, “la ambiciosa
Portugal, con su inmensa colonia del Brasil”; al sur, el Perú, con sus
millones, “con su rivalidad con Colombia y con sus relaciones con Chile
y Buenos Aires”, con una marina en el Pacífico con la cual no podrá
competir Colombia, que deberá repartirse entre los dos mares y que
suele ocuparse más del Atlántico.

Ante ese cuadro, Bolívar se pregunta con qué defensa contamos:


“Somos inferiores a nuestros hermanos del sur, a los mexicanos, a los
americanos, a los ingleses, y, por fin, a todos los europeos, que son
nuestros vecinos en las Antillas”. Estamos en el centro del universo, en
contacto con todas las naciones: ^tenemos dos y medio millones de

57 Carta de Bolívar a Santander, del de mayo de 1H25, En: Orígenes..., p.145-14


El proyecto político de Bolívar: mito y realidad

habitantes derramados en un dilatado desierto. Una parte es salvaje,


otra esclava, los más son enemigos entre sí y todos viciados por la
superstición y el despotismo. ¡Hermoso contraste para oponerse a
todas las naciones de la tierra! Esta es nuestra situación; esta es
Colombia, y después la quieren dividir”58.

De este análisis se desprende por qué Bolívar advierte encareci­


damente a Santander que debe excluir de la Liga Americana al Río de
la Plata; una federación con Buenos Aires y Estados Unidos sería
peligrosa pues se cruzaría con nuestros intereses con Inglaterra y los
tronos del continente europeo a causa de los problemas del Brasil59.

Otro problema cuya búsqueda de solución constituye una línea


directriz en la política internacional de Bolívar es su preocupación casi
obsesiva frente a la amenaza de una eventual intervención de la Santa
Alianza en América, que constituye una de las razones para buscar
formas de integración hispanoamericana y la alianza con Inglaterra. Por
ejemplo, en marzo de 1825, escribe Bolívar a Santander sobre el rumor
de una invasión francesa a Venezuela: Bolívar calcula que puede contar
con 12.000 soldados colomboperuanos y tal vez entre 4.000 y 3 000
ecuatorianos para repeler la invasión pero se muestra dispuesto a
negociar para evitar la guerra llegando a transigir con reformas del
gobierno que implicaran el sacrificio de su popularidad y gloria. Opina
que se puede salvar a América por la combinación bien manejada de
la formación de un gran ejército, con una política con Europa,
Inglaterra y Estados Unidos para detener los primeros golpes y con el
Congreso de Panamá.

Pero lo esencial es el apoyo inglés: “salvamos el Nuevo Mundo


si nos ponemos de acuerdo con Inglaterra en materias políticas y
militares”. Sin embargo, adopta medidas militares propias, como
defender a toda costa los puertos de Cartagena y Puerto Cabello
esperando que ingleses y norteamericanos protegerían nuestro abas­
tecimiento, evacuar los territorios cubriéndolos solo con guerrillas, no
pensar en guerra de posiciones sino abandonar los territorios siguien­

58 Caita de bolívar a Santander, 23 de diciembre de 1822, En: Orígenes.., p. 89-91.


59 Caita de bolívar a Santander. 8 de mayo de 1825, En: Orígenes... p. 127-128.
lemán E. González G.
22.

do los ejemplos de Rusia y Haití, dejarles las costas donde serían presa
de las enfermedades tropicales y podrían ser hostilizados desde el mar
por Estados Unidos e Inglaterra defendiéndonos en el interior, donde
estarían muy separados de su base costera de aprovisionamiento y
donde sería más fácil abastecer nuestras tropas. Además, sugiere
Bolívar iniciar una cruzada religiosa contra los “herejes y ateos
franceses” a cargo de los obispos y curas fanáticos. También sugiere
Bolívar buscar ayuda en el espíritu constitucional de pueblos como
Portugal, España, Italia, Grecia, Holanda, Suecia y hasta Turquía (por
su interés contra Rusia). Pero termina insistiendo en el remedio de
fondo: el Congreso de Panamá, cuya liga podría juntar 100.000
hombres, sin que las partes constitutivas pierdan su independencia60.

Meses más tarde, vuelve a referirse Bolívar a los rumores de la


invasión francesa, en carta a Santander en octubre de 1825: se decía que
10.000 o 12.000 franceses habrían ya desembarcado en Cuba y Puerto
Rico. Calcula Bolívar que Colombia podría contar con quince o veinte
mil hombres del Sur y ordena reforzar las tropas de Panamá61.

También fue motivo de preocupación para Bolívar el peligro de


una intervención brasileña, a propósito de la invasión de Bolivia por
colonos de Mato Grosso. Bolívar cree que se trata de una acción
inconsulta del emperador porque aparentemente no hay preparativos
de guerra en Europa (Inglaterra, Francia y Rusia están apoyando la
independencia de Grecia); lo peligroso sería si la acción del Brasil
hubiera sido aconsejada por la Santa Alianza, lo que no parece muy
probable, dado lo anterior. Sin embargo, hay que estar preparados
para toda eventualidad: en caso de que la Santa Alianza esté implicada,
Perú y Buenos Aires deberán atacar inmediatamente al Brasil, Chile
deberá ocupar a Chiloé, mientras Colombia, Guatemala y México se
aprestan a defender su propio territorio. Para todo esto, es urgente la
reunión de la federación en Panamá aunque el Congreso no sea más
que un “cuartel general de la sagrada liga”, pero se debe consultar
primero con los ingleses antes de tomar medidas contra el Brasil: “La
Inglaterra debe hacer todo esfuerzo por impedir toda lucha armada

60 Carta de Bolívar a Santander, 11 de marzo de 1825, En: Orígenes.., p. 117-123


61 Carta de Bolívar a Santander. 27 de octubre de 1825, En: Orígenes.., p. 164-165.
El proyecto políiko de Holívar: mito y realidad
¿1

entre nosotros y de nosotros con los europeos, pues la Inglaterra no


tiene otra esperanza en América que la posesión de un rico comercio;
comercio que se mantiene con los frutos de la pa¿' (mayo de 1825)62.

Meses antes, Bolívar consideraba a Brasil aliado con la Santa


Alianza en carta a Santander de febrero de 1825; de ahí deduce la
necesidad de una Santa Alianza de pueblos libres. Por eso, su “manía
del día” es el Congreso federal en Panamá, de cuya necesidad todo
americano debe estar convencido63. Sin embargo, pronto cambia de
parecer, según carta a Santander en octubre de 1825: Brasil es visto
como protegido de Inglaterra que lo usa para mantener a Portugal bajo
su dependencia; por eso, todo se arreglara pacíficamente con el Brasil
por la intervención del embajador inglés Stewart. Pero si Brasil sigue
buscando pleito, Bolívar está dispuesto a batirse como boliviano para
no comprometer a Colombia. No cree Bolívar en las buenas disposi­
ciones que Santander opina que existen en el Emperador del Brasil
hacia Colombia, dada su vieja amistad con los godos del Perú y su terror
a las ideas republicanas. Sin embargo, cree que todo se arreglará si
Inglaterra se pone de parte nuestra: en caso de paz, será favorecido el
comercio y la agricultura; en caso de guerra, el país ganará en
consistencia y solidez. De todos modos, no cree que la guerra
comience antes de tres o cuatro años64.

En mayo del año siguiente, Bolívar escribe a Sucre diciéndole


que el peligro del Brasil ya ha desaparecido: Inglaterra se entiende con
nosotros en esta materia y guardará armonía por necesidad y por
política, así que no es necesario reclutar más batallones. Le dice,
además, que Estados Unidos, Rusia y Francia están trabajando diplo­
máticamente a España para lograr nuestro* reconocimiento65.

Pero, aunque Bolívar considera que ya España no es peligrosa


para nosotros^ no deja de mostrarse preocupado por una misión de
espionaje en Panamá enviada desde La Habana, que indicaría un

62 Carta de Bolívar a Santander, 30 de inayo de 1825, En: Orígenes.., p. 137-140.


63 Carta de lk>lívar a Santander, 9 de febrero de 1825, En. Orígenes.., p. 111.
64 Carta de Bolívar a Santander, 21 de octubre de 1825, En: Orígenes.., p. 153-154,
especialmente p. 157-158.
65 Carta de Bolívar a Sucre, 12 de mayo de 1826, En: Orígenes.., p. 174.
Fernán E. González G.
21

proyecto hostil de España. España buscaría amenazar al Istmo para


desviar la atención sobre su más posible objetivo, Venezuela, donde
tendría partidarios y podría sublevar al pueblo en favor suyo. Por eso,
Bolívar escribe a Santander pidiéndole hacer correr la voz de que él
está planeando invadir a Cuba con 12.000 hombres (junio 1826) 66. Un
año más tarde, en enero de 182767, escribe Bolívar al general Briceño
Méndez que ha resuelto preparar una expedición sobre Puerto Rico
porque ha recibido noticia oficial de la guerra entre Inglaterra y España,
al negarse ésta a reconocer la nueva constitución de Portugal.
Considera Bolívar que esta guerra nos traería el reconocimiento por
parte de España, además de asegurar la estabilidad y reconciliación
interiores y lo mismo que renombre inmortal. El mismo día escribe al
general Santacruz en la misma línea68, por lo que pide alistar tropas
colombianas y peruanas: “Inglaterra nos dará buques y dinero”. Lo
mismo escribe a Montilla y Padilla69 pidiéndoles remitir los buques
disponibles. En febrero de 1827, escribe a Sucre diciéndole que Páez
mandará la invasión de 6.000 veteranos y Padilla la marina, pero al final
de la carta ya anuncia que ha recibido noticias de Inglaterra: “todo el
alboroto de los ingleses se reduce a amenazar contra la España, y que
no había guerra. Deben pues, cesar nuestros preparativos, porque sin
la cooperación de Inglaterra, nada haríamos”70.

Integración hispanoamericana bajo


tutela inglesa

Este contexto internacional de permanente amenaza por parte de


Europa es el marco en que Bolívar promueve la idea del Congreso de
Panamá y la necesidad de una pragmática alianza con Inglaterra. Como
hemos visto, la necesidad del Congreso se convierte en el “leit motiv”
de todas las cartas de Bolívar sobre peligros externos. Sin embargo,

66 Carta al general Briceño Méndez, 25 de enero de 1827, En: Orígenes.., p. 207-208


67 Ibid.
68 Carta de Bolívar al general Andrés de Santacruz, 25 de enero de 1827, En: Orígenes..., p.
210.
69 Carta de Bolívar a los generales Mariano Montilla y José Padilla, 27 de enero de 1827, En:
Orígenes.., p. 212.
70 Carta de Bolívar a Sucre, 5 de febrero de 1827, En: Orígenes.., p. 214-215.
El proyecto político de Motivar: mito y realidad
12

ya desde la Carta de Jamaica Bolívar había soñado con alguna forma


de integración hispanoamericana. En dicha carta, Bolívar sostiene que
es imposible crear una gran nación republicana o una monarquía
universal en todo el continente, aunque sería deseable, pero un
gobierno continental debería tener las facultades de Dios o las luces y
virtudes de todos los hombres. Además, el espíritu de facción y los
magnates de las capitales no admitirían estar sujetos a una metrópoli,
que tendría que ser México o Panamá. Sin embargo, expresa que es
una idea grandiosa “pretender formar de todo el Nuevo Mundo una
sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y el todo.
Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión,
debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los
diferentes estados que hayan de formarse: más no es posible, porque
climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres
desemejantes dividen la América”1'.

Sin embargo, piensa Bolívar en una unión más laxa que


permitiera una política hemisférica común, algo parecido a la
Antifictionía griega: “¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuera
para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún
día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los
representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir
sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de
las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá
tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración-, otra
esperanza es infundada, semejante a la del abate St. Pierre, que
concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo para
decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones”*72.

Como se ve, Bolívar soñaba con una especie de OEA, donde no


se excluyera a nadie (“repúblicas, reinos e imperios”), en lo cual se
modificó más t^rde su pensamiento. Además, no era muy optimista
acerca de su realización: la llamaba “ laudable delirio” y solo realizable
“en alguna época dichosa de nuestra regeneración”.Pero sus campañas

71 Bolívar, Simón. Carta de Jamaica. En: Bolívar, Escritos políticos, p. 76-77.


72 Bolívar, Simón. "I In pensamiento sobre el Congreso de Panamá*. En: bolívar. Doctrina del
Libertador. CamcasrBiblioteca Ayacncho, 1979, p. 216-218.
I cmJn González G.
a

internacionales y la amenaza externa lo convencen de la necesidad de


crear un bloque hispanoamericano, así sea más aparente que real.
Su propuesta está expresada en un escrito, realizado en los meses
iniciales de 1826, publicado como “Un pensamiento sobre el Congreso
de Panamá”. Según Bolívar, el género humano colmará de bendiciones
a esta Liga, que será superior a la de la Santa Alianza, si Inglaterra acepta
colaborar; tanto América como Inglaterra recibirán beneficios. Las
naciones independientes del Nuevo Mundo quedarían ligadas por una
ley común que regulase sus relaciones externas, con lo que la
existencia de los nuevos Estados adquiriría nuevas garantías. Además,
se conservaría el orden interno entre esos nuevos Estados y dentro de
cada uno de ellos: habría equilibrio perfecto entre ellos, no habría
fuertes y débiles. La fuerza de todos defendería a cualquiera de ellos
contra ataques del enemigo externo o “de las facciones anárquicas”;
perdería influencia y poder “la diferencia de origen y de colores”;
América no temería a una rebelión negra (“ese tremendo monstruo que
ha devorado a la isla de Santo Domingo") ni tampoco “la preponde­
rancia numérica de los primitivos pobladores”, los aborígenes. En
resumen, se habría alcanzado “la reforma social... bajo los santos
auspicios de la libertad y la paz, pero la Inglaterra debería tomar en sus
manos el fiel de esta balanzd'.
Por su parte, Inglaterra obtendría ventajas considerables: aumen­
taría su influjo en Europa “y sus decisiones vendrían a ser las del destino”;
América “le serviría como de un opulento dominio de comercio”,
convirtiéndose Inglaterra en el intermediario de América en sus relacio­
nes con Asia y Europa; los ingleses serían iguales a los ciudadanos
americanos: con el tiempo, las relaciones mutuas entre los dos países
lograrían ser las mismas. Los americanos tomarían el carácter y las
costumbres británicas como “objetos normales de su existencia futura”.
En el futuro lejano se podría incluso llegar a una federación universal:
“una sola nación cubriendo el universo”. Concluye diciendo Bolívar que
así piensan y esperan “algunos americanos constituidos en el rango más
elevado”, que esperan impacientemente la realización del Congreso de
Panamá, “que puede ser la ocasión de consolidar la unión de los nuevos
Estados con el Imperio Británico”73

73 Ibid.
FJ pnoyeao político de Bolívar mito y rvulidnd 55

En carta a Santander, fechada el 23 de junio de 1826, Bolívar le


anuncia que ha hablado al agente de Inglaterra sobre “la liga de
Inglaterra con nosotros por medio del Congreso de Panamá”, propues­
ta que ya debe haberse comunicado a Londres: “Esta ventaja sería
inmensa, pues tendríamos una garantía contra España, contra la Santa
Alianza y contra la anarquía. Las ventajas comerciales para los ingleses
valdrían mucho menos que los provechos reales y positivos que nos
procurasen con sus relaciones”74.

En las instrucciones del Libertador a los plenipotenciarios de


Colombia en Panamá, Pedro Gual y Pedro Briceño Méndez, opina
Bolívar que un pacto con todo el mundo no puede ser sino nominal
y puesto que México quiere una liga militar, ésta se debe formar entre
Colombia, Guatemala y México, “únicos Estados que temen ataques
por el Norte” (o sea, desde Cuba y Puerto Rico), Perú y Bolivia
ayudarán a Colombia “a causa de los servicios que le deben", así que
no importa que no sean parte constituyente de la liga. En este pacto,
debe darse plazo de tres o cuatro meses a España para que decida si
quiere la paz o la guerra. Durante este plazo, se debe reclutar y armar
un ejército de 25.000 hombres y una escuadra de 30 barcos de guerra,
cuyos gastos deben repartirse entre las partes según se estipule: cada
gobierno conserva al mando de su contingente pero bajo un plan
común75.

Con este plan se defenderán nuestras costas, se atacará a La


Habana y Puerto Rico, e incluso se marchará contra España,”con
mayores fuerzas, después de la toma de Puerto Rico y Cuba, si para
entonces no quisieran la paz los españoles”.

Sin embargo, Bolívar mismo se opuso a ratificar los tratados en


carta a Briceño Méndez porque el traslado de la asamblea a México la
pondría bajo *el inmediato influjo de aquella potencia, ya demasiado
preponderante y también bajo el de los Estados Unidos del Norte”76.

74 Carta de Bolívar a Santander, 23 de junio de 1827. En: Orígenes.., p. 183.


75 Carta de Bolívar a los plenipotenciarios de Colombia En: el Congreso de Panamá (Pedro
Gual y general Briceño Méndez) el 11 de agosto de 1826, En: Orígenes... p. 195-197.
76 Carta de Bolívar a Briceño Méndez, el 14 de septiembre de 1826, En: Orígenes..., p. 198-
199.
Fernán E. González G.
to-

Con respecto a la política de integración hispanoamericana, hay


un testimonio discordante con el interés de Bolívar en la realización del
Congreso de Panamá, que presenta al Libertador como un político
maquiavélico que usa dicha reunión como un “bluff”, a sabiendas de
que no podría realmente funcionar. Según el discutido “Diario de
Bucaramanga”, de Luis Perú de Lacroix, Bolívar habría comentado su
política en ese sentido: algunos críticos dijeron que esa reunión había
sido “una ridicula imitación” del Congreso de Viena que había
originado la Santa Alianza; incluso algunos de sus panegiristas como
el abate De Pradt se engañan al decir bellas cosas sobre el Congreso
de Panamá. La verdad es, dice Bolívar, que “cuando lo inicié, y tanto
insté por su reunión sólo fue ello una fanfarronada mía que sabía no
sería conocida y que juzgaba ser política y necesaria ypropia para que
se hablase de Colombia, para representar al mundo toda la América
reunida bajo una sola política, un mismo interés y una confederación
poderosa... Con el Congreso de Panamá he querido hacer ruido,
hacer resonar el nombre de Colombia y el de las demás Repúblicas
Americanas, desanimar la España, apresurar el reconocimiento que le
conviene hacer y también el de las demás potencias de Europa; pero
nunca he pensado que podía resultar de él una Alianza Americana
como la que se formó en el Congreso de Viena; México, Chile y La Plata
no pueden auxiliar a Colombia ni esta a ellos: todos los intereses son
diversos, excepto el de la independencia', sólo pueden existir relaciones
diplomáticas y nada de muy estrecho sino de pura apariencia”77.

Este texto de Perú de Lacroix no es nada fácil de interpretar, pues


ciertamente contradice la insistencia casi obsesiva y monotemática del
Libertador sobre la necesidad de cierto grado de integración hispano­
americana: el tema aparece casi prácticamente en todas sus cartas de
ese período. Algunos suelen descalificar de entrada el testimonio de
Perú de Lacroix aduciendo, lo que es cierto, que el texto del supuesto
diario fue escrito varios años después y que las preocupaciones
políticas de ese entonces influyeron no poco en los recuerdos del
autor. Pero parece imposible que Perú hubiera inventado del todo el
episodio, aunque se puede presumir que el relato no es exacto en
todos sus detalles.

77 Perú de Lacroix, L. Diario deBucaramanga. liogotá: Fondo Cultural Cafetero. 1978, p.66.
El proyecto poiiliao de Bolívar: mito y realidad
H

Sin embargo, es preciso recordar el pesimismo que embargó a


Bolívar durante sus últimos años sobre los resultados futuros de su obra
política para comprender lo narrado por el autor. Tampoco se debe
descartar del todo cierto maquiavelismo político de Bolívar respecto a
su política internacional, máxime cuando las dificultades inherentes al
proyecto de unidad hispanoamericana no se habían escapado a su
pragmático análisis de la coyuntura internacional. Pero es claro que
Bolívar desde la Carta de Jamaica, en los inicios de su vida política, ya
consideraba la unidad hispanoamericana como utopía ideal cuya
realización práctica era imposible, dadas las condiciones reales de las
diferentes naciones en formación. Es posible entonces que Bolívar
hubiera impulsado esta iniciativa para ver hasta dónde podía lograrse
cierto grado de integración aunque en su fuero intemo siguiera
conservando serias dudas sobre el alcance de sus resultados concretos.
De todos modos, nada se perdía haciendo el intento, ya que de todos
modos producía efectos buenos para la imagen internacional del
propio Bolívar y de la Gran Colombia.

El fracaso de Bolívar: regionalismo,


oligarquías y caudillos

El proyecto político de Bolívar, desde su concepción inicial,


estaba condenado al fracaso porque suponía modificar la evolución
natural de las circunscripciones administrativas, cuyas fuerzas tanto
socioeconómicas como políticas, tendían a configurar nuevas naciones
bajo la hegemonía de las oligarquías criollas, especialmente de las que
tenían su sede en las capitales de las divisiones territoriales del antiguo
Imperio español. Es más, existía incluso la tendencia a configurar
unidades territoriales incluso menores, dada la fragmentación regional
de las oligarquías y la casi total falta de integración económica entre las
diversas regiones. De ahí la congénita tendencia hacia el federalismo
y las luchas interregionales que caracterizaron los años iniciales de casi
todas las nuevas naciones hispanoamericanas. Por otra parte, Bolívar
carecía del apoyo de fuerzas políticas interesadas en modificar el
equilibrio político existente tanto en el orden interno como externo:
sólo el ejército continental, que había luchado fuera de sus fronteras
regionales, estaba interesado en la integración; incluso, es posible que
algunos de sus jefes estuvieran pensando en un futuro reparto de la
Pcmán !•. Cionzález G.

herencia bolivariana al estilo de los “diadocos” de Alejandro Magno.


Además, algunas oligarquías regionales, marginadas de la participación
en el poder central y/o de alguna vinculación al comercio mundial,
podían apoyarlo por considerarlo un necesario garante del orden
social y una esperanza de mejoría de su situación marginal, aunque no
compartieran necesariamente todas sus ideas sobre la organización del
Estado y la integración supranacional.

En cambio, los adversarios de Bolívar tenían una tarea mucho


mas fácil: no tenían más que seguir la tendencia a la disgregación
nacional y regional, inherente a la lógica organizativa del Imperio
español. Para ello, bastaba no intervenir en el proceso dejando obrar
al libre juego de las fuerzas económicas y políticas, con la seguridad de
que así estaban asegurando su futuro poder político, así fuera en un
más reducido ámbito regional.

La organización del Imperio español, aunque formalmente


centralista en extremo, de hecho implicaba una tendencia
descentralizante, dado el necesario entronque de las autoridades
coloniales con las oligarquías regionales y locales, que aspiraban
lógicamente a heredar a esas autoridades dentro de su marco regional
de poder, una vez desaparecido el vínculo unificador de la Corona
española. El estilo español de gobierno centralizador, con su compli­
cado sistema de controles internos e instituciones que se
contrabalanceaban entre sí, buscaba evitar la aparición de un centro
alternativo de poder dentro de las colonias, especialmente en las más
lejanas de sus capitales. Los virreinatos tenían poco influjo real en las
presidencias y capitanías generales que estaban formalmente bajo su
jurisdicción, pero los virreyes, presidentes y capitanes generales
tampoco tenían poder real sobre las gobernaciones provinciales que
nominalmente estaban bajo su autoridad. Además, las Audiencias y los
obispos constituían un freno al poder de virreyes, presidentes y
gobernadores. Todos estos funcionarios eran nombrados directamen­
te por la Corona y conservaban acceso directo a ésta, que conservaba
así su poder de arbitraje entre fuerzas equilibradas.

Esta situación obligaba a las autoridades a entrar en un juego


político informal aunque muy real con el poder privado de las clases
dominantes criollas: la necesidad de una especie de consenso político
13 proyecto político de Bolívar: mito y realidad

transformó a los teóricamente autoritarios virreyes y presidentes en una


especie de intermediarios políticos entre las oligarquías locales y la
Corona española, con lo cual no desaparecería el poder de la autoridad
colonial pero sí sufría sustanciales limitaciones. No hubo así un centro
alternativo de poder en las capitales virreinales con capacidad de
rivalizar con Madrid, pero la autoridad virreinal quedaba casi limitada
a las regiones vecinas a la capital: la autoridad del Virrey de la Nueva
Granada era prácticamente nominal en el grupo de gobernaciones
provinciales que irían a conformar la nación venezolana, pero a su vez
la autoridad de la Capitanía general de Caracas no era muy acatada en
Cumaná, Maracaibo o Guayana. Incluso, dentro de la Nueva Granada,
las Gobernaciones de Popayán y Cartagena no acataban fácilmente a
las autoridades de Santafé de Bogotá78.

La relativa debilidad política de los virreyes y de las capitales


virreinales con respecto al resto de las provincias empeora si se
considera el aspecto de la integración económica. Los virreinatos,
capitanías generales y presidencias eran frecuentemente solo unidades
administrativas sin una real unidad económica entre las diversas
regiones. No solía haber un verdadero mercado interior que pudiera
unificar las diferentes regiones, cuyas economías rara vez eran comple­
mentarias; este problema empeoraba si se consideraban las enormes
distancias y las pésimas comunicaciones que separaban unas regiones
de otras. Para el caso del virreinato de la Nueva Granada, Quito y
Guayaquil tenían algunas relaciones comerciales con el occidente
minero de la actual Colombia (Cauca, Chocó) pero no con el resto del
país; entre la actual Venezuela y Colombia, había algún intercambio
entre las zonas fronterizas de Cucuta y el Táchira. Por supuesto, había
algunos virreinatos más integrados económicamente, tales como
Nueva España (México) y Perú. En cambio, el Río de la Plata
(Argentina), distaba mucho también de constituir una unidad.
t
Pero incluso dentro de la actual Colombia, la integración
económica era bastante problemática: tres ramales de la Cordillera de
los Andes junto con unos pésimos caminos hacían imposible el

78 González, Fernán. Caudillismo y regionalismo en el siglo XIX latinoamericano. En:


Documentos Ocasionales, liogotá: Cinep: No. 4, Nov. 1982.
fio hcrnán E. González G.

intercambio interregional; los llamados “virreyes ilustrados” de la


segunda mitad del siglo XVIII intentaron en vano crear cierta unidad
económica al tratar de convertir las tierras altas de Cundinamarca y
Boyacá en abastecedores de trigo y harina para la$ zonas mineras del
norte de Antioquia y la plaza fuerte de Cartagena. Las dificultades del
transporte y las distancias hacían que la harina de Villa de Leiva y la
Sabana de Bogotá llegara descompuesta a Cartagena y Antioquia.
Cartagena normalmente se abastecía de trigo y harina desde Estados
Unidos a través de Jamaica. ¿El desarrollo desigual de las regiones era
visible en el contraste del centro-oriente (Bogotá, Tunja, Vélez-
Socorro), más densamente poblado, dedicado primordialmente a la
agricultura, ganadería y textiles artesanales y bastante marginado del
comercio internacional, con las regiones mineras, escasamente pobla­
das, de Chocó y norte de Antioquia, cuyo oro significaba casi el único
producto exportable del Nuevo Reino de Granada. La relación del
Cauca colonial con la capital Santafé de Bogotá era aún más problemá­
tica porque el Cauca dependía más de Quito en muchos aspectos.
Además, el control que ejercía sobre los recursos mineros del Chocó
y del propio Cauca hizo a Popayán económicamente más floreciente
que Bogotá durante buena parte del período colonial79. Estos
desajustes regionales se reflejarán en los conflictos llamados de la
“Patria Boba” y en las guerras civiles del siglo XIX.

Pero probablemente el caso de Venezuela era peor en lo que se


refería a la unidad, puesto que las diferentes regiones-provincias que
hoy componen la actual Venezuela carecieron casi por completo de
cohesión entre sí durante la mayor parte del período colonial. El
proceso de unificación de esas regiones en torno a Caracas fue lento
y complicado: solo en la segunda mitad del siglo XVIII se inicia un
proceso de centralización de las provincias en torno a la provincia de
Venezuela y a su capital Caracas. Este proceso no estaba plenamente
consolidado al iniciarse el movimiento de independencia, como se
muestra en las rebeliones de las ciudades contra Caracas que produ­
jeron el retorno de Venezuela a la dominación realista. Según Guillermo

79 González, Fernán. Mining in Bonrhon Colombia (1734-1803). Thesecond Víceroyaltyof


¡he New Kingdom of Granada. (Inédito).
El proyecto político de Bolívar: mito y rvalkhd

Morón80,el notable papel desempeñado por Caracas en la revolución


de la Independencia produjo una deformación histórica en los
historiadores del siglo XIX, que convirtieron en historia nacional de
Venezuela lo que solo era historia colonial de la provincia de
Venezuela.

Durante la mayoría del período colonial, las provincias de Cumaná,


Guayana, Maracaibo y Margarita-Trinidad estaban en plena igualdad con
la provincia de Venezuela: todas ellas eran gobernaciones y capitanías
generales, sin ningún vínculo interregional, dependientes más o menos
nominalmente de la Nueva Granada, pero sus gobernadores eran
nombrados directamente por la Corona. (Las gobernaciones de Cartagena
y Popayán estaban jurídicamente en la misma posición, pero estaban más
cerca de Santafé de Bogotá; además, la necesidad de defensa militar de
Cartagena y su condición de entrada del comercio externo la ligan más
al centro del país). Maracaibo y Guayana pertenecían a la jurisdicción
de la Audiencia de Santafé hasta que pasaron, en 1777, a la de la
Audiencia de Santo Domingo a la cual pertenecían las demás provincias
de la actual Venezuela). En 1786 se crea la Audiencia de Caracas, con
jurisdicción sobre todas esas provincias, con lo cual finaliza el proceso
de unificación de ellas en torno a Caracas. En 1793, la creación del Real
Consulado de Caracas, tribunal de justicia mercantil y organismo de
fomento industrial, comercial, agrícola y de obras públicas, consolida
aún más este proceso integrando políticamente a los criollos más
importantes.

Este proceso de centralización es parte del intento de reorgani­


zación imperial, llevado a cabo por los Borbones, pero estaba bastante
contrapesado por la lucha de los oligárquicos cabildos y alcaldes por
conservar el máximo grado posible de autonomía. La jurisdicción
territorial de provincias y gobernaciones estaba formado por la suma
de las jurisdicciones de sus ciudades, que durante el siglo XVI solo se
definían por la fuerza expansionista de sus habitantes: de ahí las
continuas rivalidades entre provincias y ciudades, que imponían límites

80 Morón, Guillermo. Historia de Venezuela, especialmente el tomo TV. Laformación del


puebloy tomo V. La nacionalidad. Caracas: ftaigráfica, 1971
I cmán I-, González G.

a las autoridades coloniales. Especialmente durante el siglo XVII, dada


la debilidad del gobierno español y la crisis de Castilla, la autonomía
de las ciudades y regiones fue muy grande. (Esta situación fue general
en toda Hispanoamérica, pero se acentuaba lógicamente en las
regiones más lejanas de la capital regional, como era el caso de
Venezuela).

En Venezuela, se consolidó así una gran autonomía de facto: los


alcaldes elegidos por los Cabildos eran gobernadores interinos en caso
de que no se hubiera reemplazado al gobernador. Caracas conserva
este privilegio hasta bien avanzado el siglo XVIII, cuando empieza a ser
más sometida a las autoridades coloniales al tiempo que gana poder
sobre las ciudades interioranas de la provincia (no sin alguna resisten­
cia de algunas de ellas, como El Tocuyo, Carora y Guanare). Caracas,
muy politizada y dada al juego de facciones desde su fundación, es un
hervidero de intrigas políticas que en ocasiones logran frenar el poder
del gobernador: el Cabildo de Caracas llega incluso a acudir a las armas
para defender su autonomía frente a él. En 1714, el Gobernador Cañas
es destituido por el cabildo por haber intentado reprimir el contraban­
do demasiado en serio; en 1720, el Cabildo se niega a aceptar al
gobernador Alvarez de Abreu, nombrado por el Virrey del Nuevo
Reino de Granada, Villalonga. En 1723, el gobernador Diego Portales
Meneses es apresado por el Cabildo; Portales se había empeñado en
disminuir el poder de alcaldes y cabildos. En 1722, Portales había
decidido asumir el nombramiento de primeros tenientes justicias
mayores insistiendo en que no podía permitirse el gobierno interino
de los alcaldes ordinarios, ya que éstos eran escogidos entre les mismos
vecinos, recayendo su elección entre parientes consanguíneos, con lo
que los alcaldes elegidos terminaban ejerciendo un poder casi absoluto
en sus respectivas localidades81. (En la Nueva Granada también
sucedían hechos similares pero de modo más esporádico y aprove­
chando las divisiones entre las diversas instancias del poder).

Pero la centralización del poder bajo los Borbones se convirtió


en una necesidad cuando los dirigentes del Cabildo de Caracas
acaudillaron la lucha contra el monopolio de la Compañía de Gui-

81 Morón. Op. Ci(.


EJ proycao político de Bolívar: mito y realidad 63

púzcoa, creada en 1728. Las provincias de la Venezuela actual,


favorecidas por su privilegiada situación geográfica, su clima idóneo y
suelo feraz, se habían dedicado a la agricultura comercial (basada sobre
todo en el cacao), sobre todo con los holandeses (que habían
conquistado a Curazao en 1643) y mexicanos. Este intercambio inter­
colonial y con países diferentes a la metrópoli se realizó aprovechando
la decadencia militar, política y económica de España durante el
gobierno de los últimos Austria82. Pero en el siglo XVIII, la nueva
dinastía borbónica trata de recuperar el control del comercio a través
de la Compañía guipuzcoana. En 1732, Martín de Lardiazábal, alcalde
de Caracas, recibe plenos poderes para afrontar las reacciones en
contra de la Compañía. Esto significaba el fin de la autonomía del
cabildo caraqueño, excepcional dentro del derecho indiano, que con­
siguientemente implicó también el fin de la autonomía de los cabildos
de las ciudades provinciales.

El proceso hacia la unidad de la futura nación venezolana se


inicia formalmente en 1776 con la creación de la Intendencia de Ejército
y Real Hacienda en Caracas, con jurisdicción sobre las providencias del
actual territorio de Venezuela. En 1777 se unifica el comando militar
de las capitanías del territorio en la Capitanía General de Venezuela: sus
gobernadores provinciales se transforman de hecho en comandantes
aunque sigan conservando el título de capitanes generales (y sigan
funcionando como tales en la práctica, debido a las distancias de
Caracas). Hasta entonces, estas capitanías generales dependían del
Virrey-Capitán general del Nuevo Reino de Granada, pero la distancia
de Santafé y la necesidad de unidad de mando en caso de emergencia
militar obligaron a modificar la situación. (El ataque a La Guaira y la
toma de Trinidad por parte de Inglaterra en 1777 evidenciaron el
problema). Sin embargo, Maracaibo y Cumaná solo se rinden al poder
del gobernador en 1801, pues hasta entonces seguían eligiendo autó­
nomamente a sus autoridades.

La fragilidad de esta unificación se verá en la rebeldía de Coro,


Maracaibo y Guayana frente a Caracas cuando ésta se declara indepen-

82 Tzard, Miguel. El miedo a la revolución. Laluchaporlalibertaden Venezuela (1777-1830).


Madrid. Tecnos, 1979-
l emán lí. González G.
M

diente frente a España. La resistencia de estas ciudades y provincias


evidencia el carácter de guerra civil que tuvo la lucha poY la emancipación:
la debilidad del gobierno federalista y la anarquía intema existente
producirán la fácil derrota de Caracas a manos de las provincias realistas. La
experiencia de la fácil caída de la primera república causó un impacto
político de importancia en Bolívar, como hemos visto. (En la Nueva
Granada, la Independencia fue más generalmente aceptada por las diversas
oligarquías regionales: solo ciudades secundarias como Santa Marta (tal vez
por rivalidad con Cartagena) y Pasto (por su casi total aislamiento) se
declararon realistas. Sin embargo, la lucha entre ciudades y regiones en
tomo a la forma de gobierno y a la supremacía interregional produjo una
intensa división, que condujo a una fácil reconquista del país por las tropas
del general Morillo).

Otra consecuencia de la apertura agroexportadora de las oligarquías


venezolanas tuvo que ver con la situación social del agro venezolano, cuyas
tensiones sociales imprimirían un carácter contrarrevolucionario a la
independencia, tal como era concebida por la aristocracia mantuana.
Miguel Izard83 señala el carácter profundamente reaccionario del proyec­
to emancipador de los mantuanos: teóricamente, estos grandes
terratenientes serían los eventuales beneficiarios de una mayor inde­
pendencia respecto de la metrópoli que les daría mayor control del
intercambio. Sin embargo, estaban temporalmente satisfechos por las
medidas liberalizadoras de la Corona y por la posición de arbitraje que
ésta asumía en los conflictos con los comerciantes. Los esclavos veían
como oponentes no a las autoridades metropolitanas sino a los
propietarios esclavistas; la masa de campesinos pobres y llaneros se
veían oprimidos por el expansionismo de los mantuanos, que busca­
ban más tierras y mano de obra. Por otra parte, la relativa prosperidad
económica de parte de los “Pardos” empujaba a éstos a buscar mayor
igualdad política y social, lo que encontraba la lógica oposición de los
aristócratas mantuanos. En suma, la superestructura administrativa
colonial amortiguaba considerables enfrentamientos internos y mante­
nía un inestable equilibrio social.

«3 Izard, Miguel., Op. Cit.


El proyecto político de Bolívar: mito y rvalklad
£

De ahí el temor de los mantuanos al transplante de las ideas


liberales a Venezuela, pues podrían significar el fin de su predominio
político y económico. Según el mismo Izard, la conjuración de los
mantuanos en 1808 no puede ser considerada una rebelión contra la
metrópoli sino contra sus afrancesados y liberalizantes gobernantes,
sospechosos de ser enemigos de Fernando VII. Los mantuanos
aprovechaban la ocasión para ventilar sus quejas contra el mal
gobierno de la camarilla de Godoy y para mejorar su posición política.
En cambio, los Pardos tienden a apoyar a los gobernantes, cuyas ideas
son más igualitarias que las de los mantuanos: entre los pardos
enriquecidos, han circulado las ideas revolucionarias francesas y los
ejemplos de la independencia de los Estados Unidos y especialmente
el de Haití. Las ideas ilustradas han penetrado también entre la
juventud mantuana, que tiende al radicalismo jacobino y piensa desviar
los acontecimientos para lograr la independencia: Manuel Matos, José
Félix de Ribas y los Bolívar son ejemplos destacados del grupo, reunido
en la Sociedad patriótica.

Sin embargo, las derrotas de los patriotas españoles frente a los


ejércitos napoleónicos hacen probable la definitiva consolidación de la
monarquía bonapartista en España, de la que los mantuanos y
comerciantes no quieren depender. Además, la misma participación
americana en las Cortes de Cádiz y la expedición de la constitución de
1812 (que debió parecer demasiado liberal a los mantuanos), junto con
la absurda política comercial de la Regencia de Cádiz (dominada por
comerciantes gaditanos) que intentaba revocar las concesiones otorga­
das por la Junta de Sevilla, hace que los sucesos del 19 de abril de 1810
desemboquen en un movimiento separatista.

Todo esto explica el débil apoyo popular a la causa mantuana, la


resistencia de la oligarquía mantuana al influjo de Miranda, de cuyas ideas
igualitarias desconfiaba, el fácil triunfo del realista Monteverde y el apoyo
de pardos, llaneros y esclavos a caudillos realistas como Boves y Morales.
El mantuanaje conservador adopta una postura conciliadora con Morillo,
cuando éste le devuelve tierras y privilegios, repudia el cariz social y
racial de la guerra destituyendo de cargos militares a llaneros y pardos
ascendidos por Monteverde y Boves y no favorece a los comerciantes
propeninsulares en sus pugnas con los terratenientes. Según el mismo
Izard, el mantuanaje disperso en las Antillas o reinstaurado en Caracas
l emán I-, González G.

empieza a reincorporarse a la causa patriota solo en el Congreso de


Angostura (1819) y termina por cerrar filas en torno a la Independencia
solo a partir de la rebelión de Riego en España (1820); ya que los
mantuanos tenían mayor temor a la Constitución Jiberal de Cádiz que al
moderado régimen de Angostura. Pero esta reincorporación de la
aristocracia terrateniente significó la conservatización de las capas
dirigentes de la rebelión y la atenuación del matiz social de la lucha; este
proceso se acentuaría más al terminar la guerra.
Por otra parte, la concentración de la propiedad territorial en
manos de los mantuanos desde los tiempos coloniales y su lucha por
conseguir y controlar la necesaria mano de obra, produjo fenómenos
de descomposición social: bandas de llaneros se unen bajo un jefe para
defender su modo de subsistencia; viven de la violencia y del saqueo,
ya que su cacería de reses salvajes se considera ahora abigeato y
delincuencia. Algunas áreas viven en rebelión permanente frente a los
reclamos de propiedad privada de poderosos terratenientes, pero no
constituyen amenaza política al no superar el ámbito regional. De estos
caudillos de banda va a surgir el caudillo de las guerras de indepen­
dencia, al producirse la ruptura del orden colonial y la destrucción de
sus instituciones: los propietarios rurales y nuevos líderes surgidos en
la lucha buscan reclutar seguidores entre esa masa de población
flotante y marginal a la organización de la sociedad colonial. El caudillo
que guía a las bandas hacia el botín es un sustituto de las desapercibidas
formas de organización social y económica: el bandidaje es a la vez
causa y producto del desajuste rural.
De ahí que las guerras de independencia tuvieron necesariamen­
te que incorporar al elemento de los caudillos y de las bandas
guerrilleras; la guerra fue peleada simultáneamente por dos ejércitos:
el ejército más o menos regular mandado por Bolívar y el ejército de
guerrillas liderado por los líderes naturales de las regiones. Se
mezclaban dos procesos: el natural caudillismo de las regiones con las
ideas de formación de un nuevo Estado, representadas por Bolívar y
jefes similares. Para mandar en estas circunstancias, un militar debe ser
también un político genial: el éxito de Bolívar fue debido a su
capacidad de dejar de lado el mundo y la cultura a que pertenecía por
nacimiento y riquezas para convertirse en un jefe de caudillos menores
que le disputaban el liderazgo. Como muestra Lynch, Bolívar no fue
enemigo de los caudillos sino que daba por sentada su existencia como
El proyecto poiiUcu de Bolívar: miio y rvalkhd
12

algo inevitable y hasta útil. Ademas, era también profundamente


consciente de las profundas divisiones raciales de Venezuela y Mde la
imprudente explotación del prejuicio racial en ambos lados de la
contienda”84.

En Nueva Granada, en cambio, la estructura social permaneció


casi intacta y durante la guerra de Independencia: la oligarquía
terrateniente del centrooriente del país permaneció casi completamen­
te aislada del comercio mundial; aunque hubo concentración de tierras
a expensas de los resguardos indígenas, no se presentó el proceso con
la intensidad que tuvo en Venezuela, con lo que no existía tanta
población flotante y marginal (aunque se daba en regiones relativa­
mente aisladas del país); el proceso de mestizaje había sido muy am­
plio, con lo que las tensiones raciales eran menores; las oligarquías
criollas tradicionales conservaban bastante el control de la población:
incluso en la mayor crisis política de la colonia, en la revolución de los
Comuneros, el liderazgo permanece en manos de las clases dominantes
de cada región y los conflictos que se presentan se dan entre regiones
y sus respectivas oligarquías. Aunque la estructura social de la zona del
Socorro es mas igualitaria que la de Tunja o Santafé, la revuelta no
modifica allí la jerarquía social existente85. Además, la guerra de
independencia no fue tan prolongada ni tan feroz como en Venezuela:
no tuvo tampoco el carácter social y racial que tuvo en ésta.

Este carácter social se patentiza en el caso de Boves y de otros


jefes similares, que, según Lynch, sólo nominalmente eran realistas y
de hecho eran insurgentes de otro estilo: Boves era el ídolo de los
"pardos” que lo seguían en la esperanza de ver destruida la casta
dominante de los ricos, criollos y peninsulares. La autoridad de Boves
era netamente personal, más basada en la violencia que en la
legitimidad de la causa realista, pues solo reconocía la autoridad de un
rey lejano: después de tomar a Caracas, Boves se niega a reconocer la

84 Lynch, John. ’ Bolívar and the caudillos”. En: Híspante American Historical ReviewNo. 63
(Feb.1983): p.4y6.
85 González, Fernán . Sociedad y poder político bajo la dominación española. Antece­
dentes históricos del problema del Estado nacional. (Tesis para Magister, Bogotá:
Uniandes, inédita).
Fernán E. González G.
a.

autoridad del capitán general realista y a incorporar sus tropas llaneras


al ejército regular español86.

Bolívar era plenamente consciente de que los caudillos realistas


incitaban al saqueo y a la violencia racial y social para aumentar la moral
y cohesión del grupo de pardos: incluso tiene que afrontar una
situación semejante a la de las autoridades españolas frente a Boves en
el caso de la rebelión de Piar, que también hacía un llamado a la guerra
racial y social. El uso consciente de los caudillos y la necesidad de una
instancia coordinadora por parte de Bolívar es muy clara: es un hecho
que, sin Bolívar, los diferentes frentes regionales de los diversos
caudillos nunca se habrían unido en un frente nacional o continental,
ya que ellos y sus tropas solían luchar tan solo en su ámbito regional
de poder.

Los casos de Santiago Marino y José Antonio Páez pueden ilustrar


este punto: Marino proviene, como Bolívar, de la elite colonial y no
busca modificar sino canalizar las fuerzas sociales; no es un bandido
sino que opera como verdadero caudillo al frente de la banda de su
propia hacienda, en el territorio donde tenía propiedades, relaciones
y dependientes (es el mismo caso de Monagas, Valdés, Rojas y Zaraza).
Mariño era inicialmente un caudillo local, que va incrementando su
influencia hasta el nivel regional, aunque sin llegar a la visión nacional
e internacional de Bolívar. Por supuesto, Mariño sostenía la necesidad
de apoderarse primero del oriente venezolano y consolidarse allí, antes
de atacar el occidente. Por su parte, el llanero Páez insistía que el
occidente llanero era el campo crucial de batalla (Llanos de Apure),
porque una victoria realista allí haría capaces a los españoles de ir
derrotando a los caudillos orientales uno por uno.

A pesar de las divisiones y rivalidades internas, los caudillos


mantuvieron viva la causa patriota durante los años de contrarrevolu­
ción y fueron creando núcleos en torno a los cuales se iban reagrupan­
do los derrotados patriotas. Los patriotas sobrevivientes huyen a zonas
más o menos marginales y se reagrupan en torno a un líder escogido
por ellos, en parte para lograr sobrevivir y en parte para proseguir la

86 Lynch, John., Op. cit, p.6-7.


El proyecto político de Bolívar: müo y realidad 69

lucha emancipadora: la única opción es la lucha porque son ejecutados


en caso de ser capturados. Los grupos van convergiendo y van uniendo
sus fuerzas hasta encontrar a un supercaudillo. Bolívar tiene que
constituir su poder político con una mezcla de éxito político y militar:87
no tiene bases locales de poder porque sus seguidores y amigos están
en la Venezuela central, de donde es oriundo y donde se localizaban
sus posesiones; de allí sus repetidos y fracasados intentos de liberar el
centro del país. Su éxito militar empieza cuando supera la obsesión de
Caracas y se lanza a luchar en los Llanos Orientales y a invadir la Nueva
Granada. Sus rivales tenían más bases regionales de poder: el oriente
tenía su propia oligarquía y sus propios caudillos, que se consideraban
más como aliados que como subordinados de Bolívar; por otra parte,
el Apure estaba dominado por las grandes propietarios y por Páez88.

Bolívar logra su propósito al ir formando un ejército regular con


oficiales más profesionales como Sucre y Urdaneta: el apoyo de los
veteranos ingleses de las guerras napoleónicas es un hecho importante
en la regularización de las tropas. Bolívar logra el reconocimiento de
su autoridad por parte de Marino, que tenía más fuerza en el oriente
con el mando sobre Bermúdez, Piar, Valdés y otros caudillos menores.
Si Marino hubiera prevalecido, tal vez Venezuela se hubiera escindido
en dos entidades políticas: Bolívar insiste en una Venezuela unida entre
sí y con la Nueva Granada desde entonces (Carta a Marino, diciembre
16 de 1813).

Pero no fue un proceso fácil: después de la invasión desde Haití,


Bolívar consigue que caudillos como Arismendi, Marino y Piar reco­
nozcan formalmente su autoridad; la asamblea vota unánimemente
contra la división de Venezuela y Bolívar reconoce el rango militar y
el estatus de los jefes guerrilleros, que se transforman en generales y
coroneles. Pero, como señala Lynch89, la importancia de estos rituales
formales era reducida mientras Bolívar no conquistara la supremacía en
el campo de batalla: después del desastre de la primera expedición
desde Haití, Bermúdez y Marino rompen con Bolívar a quien califican

87 Masiir. G. Simón Bolívar. Tomo I. p. 254-255. Ik)gotá: Colcultura, 1980.


88 Lynch, John. Op. Cit., p.10.
89 Lynch, John. Op. Cir, p. 14.
20 l emán E. González G.

de traidor, desertor e inexperto en el arte bélico. Lo deponen del


mando supremo y tratan de apresarlo, lo que hubiera desatado la lucha
militar dentro de las tropas patriotas, pero Bolívar logra escapar de
nuevo a Haití. Su derrota de 1816 se debió al error estratégico de seguir
insistiendo en atacar primero la costa norte, demasiado bien defendida.

Su segunda expedición fracasa igualmente al no lograr la


coordinación de los caudillos: Bolívar les escribe a cada uno de ellos
(Piar, Marino, Zaraza, Cedeño y Monagas) ordenando, pidiendo y hasta
rogando unidad y obediencia. La reunión de las tropas de los caudillos
en un gran ejército era una ilusión: cada uno sigue su lucha separada­
mente y Bolívar se ve obligado a renunciar a la esperanza de ocupar
a Caracas. No puede mantenerse siquiera en Barcelona y debe retirarse
a Guayana, sin base regional de poder ni ejército propio, “víctima no
solo de su inexperiencia sino también de la anarquía de la guerrilla”,
según Lynch.90.

Después de varios enfrentamientos y revueltas internas dentro de


los cuadros de los caudillos, Marino trata de legitimar su liderazgo
nacional en el llamado Congresillo de Cariaco (mayo de 1817) pero ya
ha perdido: los caudillos Bermúdez y Valdés se pasan al lado de Bolívar,
lo mismo que dos de sus mejores oficiales, Sucre y Urda neta. El éxito
militar de Bolívar en Guayana y su sentido político consolidan las
perspectivas del triunfo de Bolívar. Piar escoge mal el momento para
rebelarse: exactamente cuando Bolívar ha incrementado su poder.

Como muestra Lynch, Piar no era un caudillo típico: sin base


económica o regional de poder, asciende gracias a su habilidad militar
y a su ascendiente sobre los pardos como él mismo. Bolívar también
quería reclutar gente de color pero sin movilizarla políticamente: hace
lo imposible por ganarse a Piar y por razonar con él, pero éste era
incontrolable. Piar reclamaba el Orinoco como su propio teatro de
guerra y considera a Guayana y Misiones como su dominio privado.
Llega así a la abierta rebelión cuando Bolívar tenía la iniciativa: para él,
había llegado el momento de desafiar el faccionalismo y la disidencia
oriental. Piar es sentenciado a muerte por desertor, rebelde y traidor:

90 Ibidetn.
El proyecto político de UoJívar: mito y realidad 71

según Lynch, “Piar representaba el regionalismo, el personalismo y la


revolución negra. Bolívar luchaba por el centralismo, el constitu­
cionalismo y la armonía racial”. En sus confidencias a Perú de Lacroix,
Bolívar calificó la ejecución de Piar como “necesidad política”: si no se
hubiera llevado a cabo, Piar hubiera conducido a la guerra racial y al
triunfo español91.

Después de su victoria en Angostura, Bolívar empieza a imponer


una estructura unificada de mando militar sobre los caudillos en una
verdadera institucionalización del ejército (24 de septiembre de 1817):
los caudillos se convirtieron en generales y comandantes regionales y
sus hordas se transformaron en soldados, sujetos a disciplina militar; se
incita a los comandantes a reclutar tropas más allá de su lugar de origen
y ámbito de poder local. Bolívar lucha así contra el regionalismo
proyectando un ejército venezolano con una identidad nacional; frente
al regionalismo de los soldados que desertaban para unirse a las
divisiones que combatían en sus lugares de origen, Bolívar escribe a
Bermúdez que “todos los venezolanos deben tener el mismo interés
en defender el territorio de la República donde han nacido como sus
hermanos porque Venezuela no es más que una sola familia compuesta
por muchos individuos ligados entre sí por lazos indisolubles e
idénticos intereses". (Nov. 7, 1817)92.

Por supuesto, su éxito fue parcial: la revolución sigue siendo una


colección de fuerzas locales, pero el esfuerzo de Bolívar constituye un
paso hacia la identidad y unidad nacionales. Nunca hubo, por
supuesto, una completa sumisión de los caudillos: la política de
controlar caudillos usando otros caudillos menores tenía sus proble­
mas, como muestra el caso de Bermúdez, .encargado de controlar a
Mariño.

Después de reconciliar entre sí a los caudillos orientales, Bolívar


se dedica a Páez, el prototipo de caudillo llanero, guerrillero audaz,
hábil conocedor de cada región llanera y de las tácticas apropiadas para
cada lugar, que lo mismo guía a sus hombres en el arreo del ganado

91 Lynch, John., Op. Cit.


92 Ihid.
l emán E. González G.
21

que en la lucha contra los españoles. Según Lynch, “la adhesión


ideológica de sus seguidores era escasa y el botín era su interés
máximo”: al menos, unos de ellos había hecho parte de “aquellos
feroces y valientes zambos, mulatos y negros que habían formado parte
del ejército de Boves”. Páez se había impuesto al gobierno “fantasma”
del patriota Fernando Serrano cuyas tropas comandaba el coronel
Francisco de Paula Santander: la estructura “constitucional” de poder
formal, aislada y sin poder real, da paso a la más realista autoridad del
caudillo, gracias al movimiento espontáneo de oficiales y llaneros para
conseguir un liderazgo eficaz93.

Bolívar sabía que necesitaba a Páez para la lucha, pero este


caudillo mandaba en el Apure con independencia absoluta de toda otra
autoridad: Páez no duda en reconocer a Bolívar como cabeza suprema
de la república pero sigue jugando con la idea de autonomía de mando
en toda oportunidad que se presenta: hubo varios casos de insubor­
dinación y desobediencia, justificados a veces por buenas razones
tácticas, ya que Páez no compartía la obsesión de Bolívar por
conquistar el norte, que hubiera implicado llevar su caballería llanera
a terreno montañoso donde la infantería realista era superior. Bolívar
cede, pues se da cuenta de que las tropas llaneras de Páez son más un
ejército aliado que una división de su propio ejército. Como sostiene
Lynch, Bolívar era muy consciente entonces de los límites de su
autoridad, de su dependencia frente a los caudillos regionales y de la
necesidad de evitar problemas con ellos para no dejar enemigos a sus
espaldas al invadir Nueva Granada. “O’Leary comparaba esta situación
con la relación entre monarcas y los poderosos barones feudales de la
Europa medieval” 94.

Pero incluso durante la campaña de Boyacá los caudillos se


enzarzaban en operaciones menores descoordinadas: Mariño se niega
a unirse a Bermúdez, Urdaneta tiene que apresar a Arismendi por
insubordinación y Páez ignora específicas instrucciones de Bolívar de
dirigirse hacia Cúcuta para cortar las comunicaciones de los realistas de
Nueva Granada con Venezuela. Los caudillos se insubordinan contra

93 Lynch, John. Op. Cit.


94 Lynch, John. Op. Cit .p.21
El proyecto político de Bolívar: mito y reulkhd
22

el gobierno de Angostura, especialmente contra el vicepresidente Zea,


que era granadino, civil y políticamente débil. Forzado a renunciar,
Zea es reemplazado por Arismendi, que nombra a Marino como
general en jefe.Este “regreso de los caudillos” en nombre del naciona­
lismo venezolano, es efímero: después de Boyacá, Bolívar es suficien­
temente poderoso para darse el lujo de ignorar la rebelión. Carabobo
significaría un paso ulterior en la integración de los caudillos en el
ejército nacional: los caudillos actúan como comandantes de división
y llevan sus tropas más allá del ámbito regional de su poder, bajo el
mando supremo de Bolívar, a quien frecuentemente habían repudiado
en el pasado.

Pero la paz y la organización de la nueva república se encargaría


de regresarlos a sus bases regionales de poder, lo que significaba el
retorno a la descentralización y la anarquía. Bolívar era muy consciente
de los problemas de la postguerra especialmente en su nativa Venezue­
la, cuya situación consideraba caótica. La única posibilidad de
organización pacífica era la cooptación de los caudillos mediante
nombramientos como autoridades regionales y concesiones de tierra;
en julio 16 de 1821, Bolívar decreta la institucionalización del
caudillismo creando tres departamentos político-militares, en plan de
igualdad, que pertenecen a Colombia como provincias: el occidente se
dividió entre Páez y Marino y el oriente se otorgó a Bermúdez,
buscando desplazar a Marino de sus bases regionales de poder en el
oriente. Desde el principio, Páez tuvo una posición hegemónica por
dominar el centro socioeconómico del país, en torno a Caracas, y
quedar con el mando de lo que quedaba del ejército y de los llaneros
del Apure. Bolívar no tenía más alternativa que delegar la autoridad
en los caudillos regionales: era “la única manera realista de gobernar
a Venezuela por medio de un sistema de poder sacado de fuertes
dominios personales”95.

Es probable que propuestas constitucionales como la del Senado


vitalicio de proceres, presentada por Bolívar al Congreso de Angostura,
buscaba también esa institucionalización del caudillismo. Obviamente,
la propuesta no fue comprendida por los abogados, formados teórica­

95 Acevedo Díaz, Mario. "Motivar y la Convención de Ocaña". En: Peni de Lacroi/, Diario de
Bucarainanga. Edición antes citada, p. 184-185.
IxTnSn lí. González G.
21

mente en las ideas constitucionales de raigambre liberal y desprovistos


del contacto con la . realidad política del caudillismo.

Para sus campañas en el Sur, Bolívar se. llevó consigo a los


militares más profesionales como Sucre y Córdoba, que tenían más
movilidad y disciplina que los caudillos y eran más útiles como oficiales.
El problema era que su utilidad desaparecería en tiempo de paz y su
número era demasiado grande para no constituir un peligro para las
instituciones civiles. Además, era muy oneroso para el nuevo Estado
el mantener un aparato militar tan grande con un fisco exhausto y una
enorme deuda externa. Incluso, el financiamiento de la guerra en el
Perú representó un esfuerzo enorme para las escasas rentas de la nueva
nación. Por ello, la prensa venezolana criticó acerbamente el envío
de tropas al Perú y el alistamiento general decretado por Santander en
agosto de 1824: Colombia logró sola su independencia y no ve por qué
el Perú no pueda hacer lo mismo; Colombia ya terminó su guerra y
debe conservar solo las fuerzas necesarias para su defensa. Una de las
fuentes de desacuerdo de la oligarquía mantuana con el gobierno
central de Bogotá era la política militar de Bolívar, a la que se atribuía
la crisis económica. En torno a la política militar se presentaron tam­
bién roces entre Bolívar y Santander, ya que éste alegaba que carecía de
recursos para el abastecimiento de las tropas y el envío de refuerzos.

También la decisión del Congreso, dominado por los amigos de


Santander, encaminada a disminuir los poderes militares de Bolívar en
la campaña en el Perú, ocasionó distanciamientos entre los dos: Bolívar
se ve obligado a ceder el mando de las tropas a Sucre.

Por otra parte, el frecuente nombramiento de militares para


puestos de gobierno civil no contribuía para nada a suavizar las
tensiones entre civilistas y militaristas: la arbitrariedad y el autoritarismo
de algunos de ellos, los continuos roces con autoridades civiles y el
intransigente legalismo del grupo que rodeaba a Santander (y de los
antisantanderistas furibundos del Club de Caracas, igualmente
antimilitaristas) complican más y más la situación. Además, el estamento
militar junto con la Iglesia católica son las únicas organizaciones del
nivel nacional que existen en el país en vías de contracción: de ahí el
interés de la burocracia civil santanderista en controlar a la Iglesia a
través de la prolongación del Patronato real (el Padre Margallo fue
El proyecto político de Bolívar: mito y realidad 25

víctima de la persecución legal de Azuero y otros “liberales” por


atreverse a decir en un sermón que las doctrinas de Bentham que
Azuero enseñaba no se ajustaban a la ortodoxia católica) y en “meter
en cintura” a los díscolos militares, que podían constituirse en
alternativa de poder frente a la facción gobiernista del vicepresidente
Santander.

A esto se añadía el hecho de que la mayoría de los oficiales de


alta graduación habían nacido en Venezuela, con lo que el elemento
nacionalista y regionalista también jugaba un rol importante. Además,
la mayoría del grupo en el gobierno era originario del centrooriente del
país, cuya economía era más urbana y su agricultura se basaba más en
la pequeña y mediana propiedad. Estas oligarquías urbanas eran más
sensibles a los aspectos legales y constitucionales, más penetrados por
las ideas liberales de entonces, pero probablemente menos igualitarios
que el mismo Bolívar. Estos burócratas urbanos, abogados, de
profesión, se sentían herederos de la tradición legalista española: no en
balde la Real Audiencia había sentado sus reales en Santafé de Bogotá
desde comienzos de la Colonia. Este grupo en el poder había sido
inicialmente partidario del federalismo liberal y de un gobierno débil
(socialmente pertenecían al mismo estrato social que los secesionistas
y federalizantes miembros del Club de Caracas) pero se habían
convertido al centralismo al ser parte del gobierno de Santander.
(Probablemente todos estos conflictos podrían interpretarse con una
nueva luz si se analizaran la composición social, la ideología y los
intereses socioeconómicos de los santanderistas y bolivarianos, en vez
de concentrarse en los enfrentamientos personales entre Bolívar y
Santander. Generalmente, los caudillos y jefes de facción influyen en
el grupo de sus seguidores tanto como son influidos por ellos).

Todo grupo en el poder tiende a perpetuarse en él, sobre todo


si lleva largo tiempo gobernando, como señala Mario Acevedo Díaz en
su estudio de Bolívar y la Convención de Ocaña96: Santander llevaba
seis años de mando y había formado en torno suyo una fuerza política
con gran poder de decisión, gracias al adecuado manejo de favores
políticos y al otorgamiento de empleos burocráticos (sistema habitual

96 Accvedo Díaz., Mario. Op. Cit., p. 184.


21 l emán I*. González U.

de formación de los grupos políticos en el país, que seguimos


disfrutando hasta el día de hoy). Esta fuerza política se va haciendo
cada vez más intransigente en la defensa de los fueros del mandatario.
Santander, gobernante de gran eficiencia y apoyo imprescindible de las
campañas libertadoras de Bolívar en todo el continente, se dejó llevar
de su temperamento autoritario y se convenció que él y su grupo eran
"los únicos defensores de la libertad presuntamente amenazada por
Bolívar y los suyos”. La intransigencia del grupo santanderista se hizo
notoria en la condenación del coronel venezolano Infante, que se tomó
como ocasión para escarmentar a los militares: Infante fue condenado
por asesinato con base en indicios probables (pero no ciertos) en un
fallo con notables vacíos jurídicos. El fallo fue proferido por juristas
muy cercanos a Santander y la pena de muerte fue confirmada y
presenciada por él. El jurista venezolano Miguel Peña se opuso al fallo
por lo cual fue acusado al Senado por incumplimiento del deber y
condenado a la pérdida del empleo por un Senado, mayoritariamente
santanderista. Según el mismo Acevedo, “este exabrupto jurídico no
tenía otro objeto que castigar a un venezolano por defender a su
coterráneo y agriar más las relaciones entre dos pueblos hermanos”.
Curiosamente, estos juristas santanderistas consideraban que las ideas
constitucionales de Bolívar violaban la separación de los tres poderes97.

Miguel Peña se dedicaría desde entonces a promover la separa­


ción de Venezuela y se convertiría en el asesor y consejero de Páez.
Inicialmente, este caudillo llanero era bastante hostil a las camarillas
separatistas del Club de Caracas (que compartían muchas ideas con la
camarilla santanderista en el gobierno: la defensa de los derechos
civiles “conculcados” por el despotismo y la arbitrariedad de los
militares, el afán civilista contra el fuero militar, el interés en la
reducción del ejército, etc.). Pero el grupo del Club se cuida mucho
de atacar personalmente a Páez: en parte por temor, pero en parte
porque necesitaban su protección contra Santander y abrigaban
esperanzas de ganárselo. Páez tenía pocas cosas en común con ellos,
pero poseía “una ambición que muy probablemente nunca podría

97 Bushnell. El régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá ¡Tercer Mundo y Facultad


de Sociología, Universidad Nacional, 1966. p. 329.
El proyecto político de l)oliv:ir: mito y rvalklad 77

satisfacer bajo el régimen central existente y una rivalidad concreta con


sus agentes Soublette y Escalona”98*.

Por supuesto, Santander normalmente apoyaba a estos dos en


sus pugnas con Páez: varios incidentes menores con Santander, que
evidencian el poco tacto político de éste en sus relaciones con el
caudillo llanero, van acentuando “un desengaño creciente de Páez en
relación con los procedimientos legislativos y con los políticos civiles
en general, especialmente con los de Bogotá” ". La acusación pro­
movida por la municipalidad de Caracas en contra de supuestos abusos
de autoridad de Páez fue la ocasión del rompimiento final. El grupo
que atacaba a Páez era caraqueño y rotundamente opuesto a Santander,
pero el Congreso aceptó la acusación: al parecer, Santander no era
partidario de ella pero no la impidió, como hubiera podido hacerlo,
dado su control del Congreso. Además, designó como reemplazo de
Páez a su rival Escalona. Probablemente Santander estaba seguro de
que Páez sería absuelto por el Congreso y quiso aprovechar la ocasión
para dar una lección de sumisión de un caudillo militar a la autoridad
civil del Congreso. Pero no previo la reacción del regionalismo
venezolano que convirtió a Páez en símbolo nacional de Venezuela
oprimida por el despotismo neogranadino. Incluso la oligarquía
caraqueña, que había promovido la acusación contra Páez se sumó ai
movimiento nacionalista, en parte por temor a las fuerzas de Páez y en
parte por temor a los disturbios populares que podrían presentarse:
probablemente el grupo más separatista de la oligarquía quiso
aprovechar la ocasión para impulsar el movimiento secesionista.

Por otra parte, la oligarquía terrateniente, especialmente la de


Valencia, se había acercado a Páez y a los caudillos. Páez y otros
caudillos como Mariño y Arismendi habían conseguido del Congreso
la concesión de haciendas cacaoteros: lo mismo había ocurrido con
Urdaneta, Bermúdez y Soublette. Páez fue el más exitoso de todos:
aprovecha el encargo recibido de repartir las tierras entre sus llaneros
de Apure para obtener las mejores propiedades, no solo en los Llanos

98 Bushnell, David. Op. Cit., p. 329-330.


99 Bushnell, David. Op. Cit., p. 318.
Fernán E. González G.
2L

sino en el propio centro-norte dé Venezuela, patria de la oligarquía más


tradicional. Páez trata de aliarse con esta oligarquía presentándose
como el necesario garante del orden y de la ley, llegando a identificarse
cada vez más con los intereses agrícolas y comerciales de Caracas: así
es disuadido de cualquier esfuerzo por la emancipación real de los
esclavos.

El mantuanaje era cada vez más separatista después de la


tendencia inicial federalizante contra la centralista Constitución de
Cúcuta y la lejana administración de Bogotá. Las quejas de Caracas eran
muy variadas (en las otras regiones venezolanas los problemas eran
menores), básicamente de índole económica. Evidentemente, una
política arancelaria unificada no podía convenir a regiones económi­
camente tan dispares (Venezuela estaba mucho más vinculada al
comercio internacional, Nueva Granada vivía prácticamente aislada y
Panamá dependía totalmente del intercambio mundial). Sin embargo,
Bushnell opina que Venezuela fue la región que más ventajas sacó de
la política general de comercio exterior de Colombia100. En realidad,
Ecuador hubiera tenido más motivos de queja, por descuidos del
gobierno central en el aspecto económico y por poca representación
en el gobierno central y en el Congreso. (Pero Ecuador estaba también
aislado del comercio internacional y su clase política no estaba
interesada en promover una separación). La contradicción de Vene­
zuela con la Nueva Granada era manifiesta: cuando Bolívar reorganiza
las leyes aduaneras en favor de los intereses exportadores de Venezue­
la, no logra la total aprobación de los mantuanos, pero despierta la
airada protesta de la oligarquía mercantil neogranadina.

Otro punto de conflicto fue la supresión del Consulado de


Caracas, debida, según el periódico caraqueño “El Venezolano, a la
mayoría de votos que tenía Cundinamarca en el Congreso: la pastoril
y minera Cundinamarca no podía entender los intereses agrícolas y
comerciales de Venezuela. Las quejas por el descuido en que la
administración central tenía a la agricultura venezolana son múltiples,
lo mismo que los reclamos contra la insuficiente atención del fisco

100 Bushnell, David. Op. Cit., p. 319-


El proyecto político de Bolívar: mito y realidad
22

nacional a Venezuela y la mala administración de las rentas. Obviamen­


te, estos problemas no eran exclusivamente de Venezuela sino de toda
Colombia, cuyos recursos fiscales eran escasos y mal administrados,
como Bolívar confesaba muy frecuentemente. (Probablemente ten­
dríamos que generalizar esta situación a toda Hispanoamérica).

También había muchas quejas sobre la administración política: el


gobierno de Bogotá era considerado poco representativo de los
intereses venezolanos. Bushnell, historiador de tendencia bastante
santanderista, reconoce cierta preferencia “normal”de Santander por
los neogranadinos para puestos burocráticos: el problema empeoraba
cuando el Congreso escogía nombres de las ternas presentadas por el
vicepresidente, que habitualmente incluía venezolanos. El masivo y
frecuente ausentismo de los congresistas venezolanos y ecuatorianos
producía la preponderancia de los neogranadinos, a los que era más
fácil asistir. Esta preponderancia causaba desprestigio del Congreso en
las provincias lejanas del centro, que tendían a considerarlo como
instrumento de los intereses neogranadinos que rodeaban al vicepre­
sidente. Además, había una marcada resistencia de los venezolanos a
aceptar puestos en el gobierno central, por las distancias e incómodo
transporte a Bogotá.

Por otra parte, la antipatía de los venezolanos hacia Bogotá era


notoria, como señalaba Bushnell: “Los venezolanos habían mirado
a sus vecinos del occidente como una partida de montaneros
retrógrados aún durante el período colonial y sus sentimientos de
superioridad se acrecentaron como efecto de la guerra de Indepen-
dencia”101. Esto era mucho más pronunciado en Caracas, que había
pasado de centro de una capitanía general a capital de un departamento
colombiano. Estos sentimientos eran exacerbados en el Club de
Caracas, que se consideraba el summum del liberalismo político, a
pesar de su aristocrática oposición a la libertad de los esclavos y a su
defensa de los españoles y desafectos al régimen republicano. Santander
era calificado allí como fanático clerical y tirano.

101 Acevcdo, Díaz. Op. Cit.. p. 185.


Fernán E. González G.

Otro punto que incidió en el separatismo del mantuanaje


venezolano fue el temor a la reanudación de las guerras de casta, que
se veían anunciadas en las rebeliones y fugas de esclavos, disturbios
sociales y descontento popular expresado en múltiples formas. La crisis
económica se conjugaba con el descontento de los soldados mal
pagados y de los veteranos de la Independencia que veían que no se
cumplían las recompensas prometidas, con el mantenimiento de la
esclavitud y la resistencia a la manumisión: en una palabra, el
mantenimiento de toda la estructura socio-económica de la Colonia.
Con el agravante de que ahora negros, pardos y llaneros contaban con
armas y entrenamiento militar. Se consideraba que el gobierno de
Bogotá era incapaz de garantizar el orden en Venezuela por la
distancia, la escasez de recursos y estar enfrascados en la guerra y la
política peruanas.

Por supuesto, Bolívar era considerado por militares y civiles de


Venezuela como el intermediario natural de sus quejas e intereses
frente al gobierno de Bogotá. Incluso, los opositores neogranadinos
al régimen de Santander también esperaban la rectificación de las
políticas con las que estaban en desacuerdo apenas Bolívar asumiera
de veras el poder: los antisantanderistas se apoyaban naturalmente en
Bolívar aunque no compartieran del todo las ideas de éste. Bolívar
alienta las esperanzas de la oposición a Santander sin romper con éste,
convirtiéndose así en gobierno y oposición al mismo tiempo. Por su
parte, la posición de Santander frente a Bolívar no era menos ambigua,
como señala Acevedo Díaz: “Como vicepresidente mostraba lealtad
hacia el Libertador y lo invitaba a asumir el mando; y como publicista,
aunque sin su firma, pero en un estilo que todos reconocían como
suyo, combatía cualquier forma de gobierno autoritario, como el que
se rumoraba que era recomendado por Bolívar” 102. Esto se hacía en
la Gaceta oficial y en los periódicos de los amigos de Santander, que
echaban todavía más leña al fuego.

La ambivalencia de Bolívar es también notoria en el caso de la


rebelión de Páez, que trata de aprovechar para imponer su proyecto
de constitución boliviana. Para él, el caso de Páez demostraba a las

102 Acevedo, Díaz. Op. Cit..


El proyecto político de Bolívar: mito y realidad

claras que el sistema político de la Constitución de Cúcuta había hecho


crisis. Bolívar no aprueba la rebelión militar pero simpatiza con Páez,
a quien consideraba una víctima del exceso de liberalismo y de la
ingratitud de los civiles respecto de sus libertadores. Consideraba que
la facción de Santander creaba resentimientos innecesarios entre los
militares y el gobierno civil: la “tribuna engañosa de la prensa” (en
manos de los amigos de Santander) había guiado al ejecutivo (Santander)
a tratar de alcanzar una perfección prematura con una legislación bien
intencionada pero impracticable. Además, Bolívar consideraba que
deponer a un caudillo popular de su mando no era una medida
políticamente realista. Bolívar consideraba el caudillismo como parte
indispensable del reordenamiento post-independiente tal como había
sido parte esencial de la lucha: el Libertador pensaba que podía delegar
su autoridad en Páez para controlar a la anárquica y revoltosa
oligarquía caraqueña lo mismo que a los caudillos disidentes. Para eso,
quería que Briceño Méndez, uno de sus hombres de confianza, fuera
el asesor de Páez.

Sin embargo, el poco tacto político de Santander y los suyos junto


con la habilidad política de los miembros del Club de Caracas impidió
que un arreglo de este estilo pudiera funcionar. La creciente coinci­
dencia de los intereses de Páez con los de los mantuanos, junto con
la necesidad que éstos sentían de un hombre fuerte que garantizara el
orden social y el equilibrio existente hacen que el caudillismo termine
por identificarse con el nacionalismo en Venezuela: esto significaba
lógicamente el fracaso de la institucionalización del caudillismo al
servicio de la integración supranacional que Bolívar proyectaba.

En el momento de la ruptura, inicialmente, los caudillos y jefes


militares se dividen porque todavía no hay suficiente conciencia de
identidad nacional: Mariño se pone del lado de Páez, pero Bermúdez
y Urda neta permanecen leales a Bolívar. Finalmente, todos terminan
por cerrar filas en torno a la nueva nación. Por otra parte, en la Nueva
Granada ocurre algo semejante: la conducta de Bolívar con Páez
produce el rompimiento definitivo con Santander, que agrupa a sus
amigos en torno a la defensa de la Constitución de Cúcuta. La
Convención de Ocaña marca el predominio de los santanderistas
dentro de la Nueva Granada, donde hicieron una intensa campaña
electoral, que les pennite dominar la Convención y eliminar a varios
mln E. González G.
SI

venezolanos bolivarianos por medio del manejo de la revisión de


credenciales. La alianza de los santanderistas, nuevamente federalistas
al ser despojados del gobierno, con los liberales federalistas de
Venezuela significó la derrota de los inexpertos bolivarianos en la
Convención. El desenlace de los hechos es muy conocido: la dictadura
de Bolívar, el complot septembrino, la disolución de Colombia la
grande y el nacimiento de tres pequeñas repúblicas dominadas por sus
respectivas oligarquías.

Las tendencias a la balcanización de Hispanoamérica eran el


resultado lógico del desarrollo histórico colonial y de las guerras de
independencia-, la división administrativa colonial y las autoridades
coloniales en el seno de las sociedades coloniales produjeron una
dinámica que llevaba a la ruptura de la unidad al crear grupos sociales
que se beneficiarían de la división para consolidarse como herederos
de las autoridades españolas aunque fuera en el reducido ámbito de
poder local. El difícil proceso de las naciones hispanoamericanas para
conseguir la unidad es resultado del mismo proceso, ya que la
tendencia a la división se daba ad infinitum. Solo una voluntad política
y un poder sobrehumanos podían contrarrestar ese proceso: Bolívar lo
intentó con los únicos materiales políticos que tenía disponibles; de ahí
el eclecticismo de su obra constitucional tan poco comprendida
entonces y ahora. El recuento de las luchas y fuerzas políticas
encontradas que hemos hecho muestra el fracaso de su proyecto, que
no tuvo suficiente apoyo ni comprensión: al ir a la contracorriente del
normal desarrollo de la historia, Bolívar aró en el mar y edificó en el
viento.
Capítulo 6

La Guerra de los
Supremos*

Fue publicado en la Gran Enciclopedia de Colombia, del Círculo de Lectores, en el Tomo II,
Historia, desde la Nueva Granada hasta la Constituyente de 1991. Bogotá, 1991.
Introducción

Importancia de la guerra para la historia política

La importancia de la llamada Guerra de los Supremos radica* en


su notable influjo en la configuración posterior de la vida política de
Colombia, especialmente en la socialización política de los principales
dirigentes de los partidos tradicionales, lo mismo que en la formación
de un estilo característico de confrontamiento político entre los
Partidos Cconservador y Liberal. Así, los protagonistas de esta guerra
civil van a ser igualmente los principales actores de la historia política
de nuestro tormentoso siglo XIX: José María Obando, Tomás Cipriano
de Mosquera, Pedro Alcántara Herrán, José Ignacio de Márquez,
Mariano Ospina Rodríguez, el arzobispo Manuel José Mosquera y hasta
los entonces jóvenes Manuel Murillo Toro y Rafael Núñez, entre otros.
Muchas de las adscripciones y amistades políticas forjadas en el calor
de esta contienda durarán toda la vida, lo mismo que las correspondien­
tes enemistades y odios tanto personales como políticos. En esta
guerra se inicia, en parte, la cadena de los llamados "odios heredados"
entre familias y localidades, que van a ayudar a fijar las adscripciones
bipartidistas por mecanismos al estilo de las "venganzas de sangre". Por
lo demás, esta guerra fue bastante sangrienta, con un buen número de
fusilamientos de prisioneros, de lado y lado y otros episodios de
retaliaciones.

También se forjan- durante esta guerra buena parte de los


imaginarios políticos que servirán como punto de referencia para la
& lemán I-, Gimv/iIcz G.

posterior lectura de los acontecimientos políticos. Nacen entonces los


estereotipados juegos de imágenes y contra imágenes con que se van a
ver los partidos tradicionales unos a otros durante todo el resto del siglo
XIX y buena parte del XX. ¿qs conservadores van a ser Jlamados "serviles,
godos y reaccionarios", mientras los liberales van a ser caracterizados
como "facciosos y subversivos", inaugurando así la tendencia a la
criminalización y a la exclusión del adversario político. No se va a
configurar un campo común de identidad nacional, donde se confronten
pacíficamente los conflictos entre grupos y personas, sino que la política
se va a identificar con la confrontación amigo-enemigo, sin posibilidad
de compromiso. El contrario queda necesariamente desprovisto de toda
legitimidad y la confrontación será de estilo maniqueo, como lucha entre
el bien y el mal absolutos, sin matices ni gradaciones.

Esta tendencia a la exclusión se reforzará en esta guerra con otra


tendencia característica de nuestra historia posterior: desde este conflicto,
la Iglesia católica empieza a identificarse crecientemente con el Partido
Conservador, lo que va a convertir la posición frente al papel de la Iglesia
en la sociedad cqlombiana en una de las fronteras divisorias entre los
partidos. Por todo ello, podría afirmarse que, a partir de esta guerra, se
comienzan a formar los Partidos Conservador y Liberal como dos especies
de subculturas políticas, mutuamente excluyentes pero complementarias
entre sí, que se van a reflejar en diferentes lecturas de los acontecimientos.

Por eso no hay una sino dos historias políticas de Colombia.


Esto es particularmente cierto para la Guerra de los Supremos, don­
de las versiones de Tomás Cipriano de Mosquera1 y Joaquín Posada
Gutiérrez2 son totalmente incompatibles con las de José María
Obando3 y José María Samper4. La obra tradicional de José Manuel

1 Mosquera,Tomás Cipriano de. Examen critico del libro publicado en ¡a imprenta del
Comercio de Lima por el reo prófugo José María Obando, Imprenta del mercenario,
Valparaíso, 1843.
2 Posada Gutiérrez, Joaquín. Memorias histérico-políticas. Medellín: Bedout, 1971.
3 Obando, José María. Apuntamientos para la historia Medellín: Bedout. 1972.
4 Samper, José María, Apuntamientospara la historia de la Nueva Granada. Desde ¡8¡0 hasta
la administración del 7 Je marzo. Imprenta d el neogranadino. Bogotá: 1853, e Historia de
una alma. Medellín: Bedout, 1971.
La Guerra de loa Supremo*
12

Restrepo5 sigue siendo muy importante para contextuar los hechos, y


a pesar de su enfoque básicamente conservador, la historia de
Gustavo Arboleda6 permanece como una de las mejores síntesis de
estos hechos. Más recientemente, las obras de León J. Helguera78y de
Francisco Zuluaga® aportan nuevas luces al contexto social y político
donde se producen estas confrontaciones.

Los actores

Esta guerra ilustra claramente las dificultades que tenían las


instituciones formalmente democráticas e igualitarias para implementarse
en una sociedad jerarquizada y tradicional, lo mismo que la precariedad
del control del Estado sobre la mayor parte del territorio nacional. Esto
explica la necesaria delegación formal del poder del Estado nacional,
existente casi solo en el papel, a las elites y caudillos de cada región y
localidad, que, de hecho, ya detectaban mucho poder, pero dentro de
sus respectivos ámbitos. Estos poderes regionales y locales se
articulaban difícilmente con la burocracia central incipiente de capital
de la nación. Todo esto se reflejaba en la precaria legitimidad de las
nuevas instituciones republicanas en el conjunto del territorio nacio­
nal, especialmente en los niveles regional y local y, sobre todo, en las
regiones tardíamente pobladas del país. En ellas, la población estaba
frecuentemente al margen de los mecanismos habituales de cohesión
y de control sociales, quedando disponible para la movilización por
parte de los nuevos dirigentes que emergían en la sociedad de
entonces.

5 Restrepo. José Manuel. Diariopolítico y militar. Memorias sobre los sucesos importantes de
la época para* servir a la historia de la revolución de Colombia y de la Nueva Granada
desde 1819 para adelante. Ikigotá: Biblioteca de la presidencia de la república. 1954- e
Historia de la Nueva Granada, Tomo I. Cromos. 1952 y Tomo II. El Catolicismo. 1963.
6 Arboleda, Gustavo. Historia contemporánea de Colombia. Bogotá: Banco Central Hipotecario,
1990.
7 Helguera, J. León. Ensayos sobre e¡ general Mosquera y los años ¡827 a 1842 en la historia
granadina. Introducción al archivo epistolar de! genera! Mosquera). Bogotá: Kelly. 1972 y
The first Mosquera administration in New Granada. Tesis de doctorado, Chapel Hill. 1958.
8 Zuluaga, Francisco, Obando. José María. De soldado realista a caudillo republicano, Bogotá:
Banco Popular, 1985.
Fernán E. González G.
&

Por todo lo anterior, las luchas entre localidades principales y


secundarias, las confrontaciones entre regiones, lo mismo que los
enfrentamientos entre familias (o grupos de ellas) y entre diversos
grupos de las elites dominantes, van a jugar un importante papel en esta
contienda civil. Y en todas nuestras demás guerras civiles.

Esto se manifiesta claramente en el desarrollo mismo de la lucha,


que va a consistir en la lucha de un ejército de carácter nacional, más
o menos organizado (con el refuerzo de un contingente de tropas
ecuatorianas), que se desplaza por casi todo el territorio nacional,
contra cuatro o cinco ejércitos regionales, mucho menos organizados,
que nunca logran coordinarse entre sí, por carecer del mando común
de un caudillo de orden nacional.

Muchos de estos caudillos regionales, como el coronel González


en El Socorro y el coronel Vezga en Mariquita, salen de los mismos
agentes regionales de la burocracia nacional. El control de los fun­
cionarios estatales sobre la inmensidad del territorio nacional es escaso:
por eso, las localidades caen fácilmente en poder de los rebeldes que
dominan la región. Pero tampoco éstos pueden mantener el control
local durante mucho tiempo, sino que las localidades se pronuncian
por el gobierno tan pronto se acerca el ejército nacional. Obviamente,
esto muestra que la identificación de la mayoría de la población con
una nación de carácter abstracto era todavía muy pobre y que las
fronteras con los países vecinos no estaban aún claramente delimitadas.
Es más, probablemente esta guerra coadyuvó a fortalecer esa identidad
nacional precaria, lo mismo que a delimitar las fronteras con el
Ecuador.

Las fases de la guerra

El carácter descentralizado de esta contienda se manifiesta en


que su desarrollo cubre prácticamente todo el territorio nacional
entonces habitado, pero en diferentes momentos. Estos corresponden
a las diversas fases de los enfrentamientos, aunque a veces los
momentos de una fase alcanzan a coincidir con ios de otra. Se pueden
así distinguir los siguientes momentos:
La Guerra de los Supremo*
32

a. Guerra de los Conventillos de Pasto.


b. Guerra de guerrillas en los alrededores de Pasto y en el valle
del Patía, que se generaliza luego por todo el suroccidente
(actuales Nariño, Cauca y Valle).
c. Guerra del centrooriente (Socorro, Tunja y Casanare) contra
Bogotá y contraataque correspondiente.
d. Guerra casi generalizada en todo el país, pero con diferentes
procesos en las diversas regiones: Antioquia, Magdalena
Medio, la Costa Atlántica y el istmo de Panamá, y otra vez el
suroccidente.
e. Fase final de la guerra: luchas en Antioquia, Cauca y Magda­
lena Medio.

Este carácter regionalizado de la contienda corresponde a la


fragmentación del dominio de las elites en Colombia, muy visible en
los comienzos de nuestra vida republicana9. Tal descentralización y
fragmentación, hacen que los enfrentamientos tengan diversas motiva­
ciones en las diferentes regiones, pues encubren luchas intrafamiliares,
conflictos entre elites principales y secundarias dentro de las regiones,
enfrentamientos entre diversas poblaciones de la región, luchas étnicas
y sociales, bandolerismo social, y otros. Por ello, la tendencia normal
será que cada región se proclame federalista.
Todo esto va a ir confluyendo en el enfrentamiento entre el
conservatismo y el liberalismo, que va a ser de "paraguas" y cauce para
todos estos conflictos10. Los enfrentamientos entre oligarquías princi­
pales (por ejemplo, los Mosquera de Popayán y los Caycedo de Bogotá
y Saldaña) y secundarias (Obando y José Hilario López en el Cauca),
Salvador Córdova en Antioquia, las elites urbanas de los actuales
Santanderes) juegan un importante papel en esta guerra.

Además, estas elites principales y secundarias involucran a sus
respectivas clientelas en los conflictos, integrando así a la sociedad

9 Palacios, Marco. *¿a fragmentación de las ciases dominantes en Colombia: una perspectiva
histórica* En: Estado y clases sociales en Colombia. Bogotá: Procultura, 1986.
10 González, Fernán. Aproximación a la historia política de Colombia. En: Controversia.
Bogotá: Cinep, No. 153-154 1989-
I emán E. González G.
22.

desde arriba hasta abajo; esto les permite expresar y canalizar de algún
modo los movimientos de la sociedad, lo mismo que relacionarlos con
la burocracia central de la capital de la nación.

Las luchas entre poblaciones vecinas rivales (Rionegro y Marinilla,
por ejemplo), o entre regiones y subregiones (el valle del Cauca frente
a Popayán, los cantones de barlovento contra Cartagena) tienen su
importancia. Pero todo ello se expresa en la relación de la respectiva
localidad o región con la burocracia de la capital. Por ello, cuando hace
crisis la relación de esta burocracia central con una determinada región
o con la elite dominante en ella, se hace más evidente el poder regional
y local de los caudillos, los denominados Supremos. La débil
legitimidad del poder central permite entonces una mayor autonomía
de ellos; así, cada uno de los caudillos o de las clases dominantes en
el nivel regional puede desafiar exitosamente al presidente de la
nación, cuyo poder queda respaldado por un pequeño ejército y una
escasa burocracia residente en la capital. Pero la misma fragmentación
del poder existente impide que estos caudillos se impongan en el nivel
nacional. El caso de la Guerra de los Supremos es un buen ejemplo
de todo ello.

Antecedentes

Los antecedentes más cercanos a la Guerra de los Supremos


tienen relación con lucha de los caudillos locales y regionales vincu­
lados a Santander contra las dictaduras de Bolívar y Urdar.eta. La
participación en esta lucha va a ser la piedra de toque para distinguir
a los "verdaderos republicanos" (como se autodenominaban los
amigos de Santander) de los "serviles" y "godos" (como llaman los
santanderistas a los que tuvieron algo que ver con las dictaduras de
Bolívar y Urdaneta, relacionándolos con los partidarios de la domina­
ción española). Este criterio político se refleja en la exclusión de
bolivarianos y urdanetistas de los puestos públicos y del escalafón
militar, primero bajo José María Obando, como secretario de Guerra y
vicepresidente encargado, y luego bajo la segunda presidencia de
Santander. Esta exclusión producirá la cohesión del grupo opuesto a
los santanderistas, lo mismo que muchos resquemores y descontentos.
Ejemplo de ellos fue la conspiración del general Sardá contra el
La Gucrn de los Supremos
21

gobierno del general Santander. Los partidarios de una mayor


tolerancia frente a urdanetistas y bolivarianos sé van a agrupar en torno
del vicepresidente José Ignacio de Márquez.

La presidencia de Joaquín Mosquera

La primitiva división entre bolivarianos y santanderistas se


recrudeció nuevamente a propósito de la elección presidencial de
Joaquín Mosquera como sucesor de Bolívar, en contra de Eusebio
María Canabal, candidato de los bolivarianos, realizada el 4 de mayo de
1830. Las barras, que se arrogaban el título de "pueblo" y estaban
compuestas en su mayoría por colegiales, presionaron en favor de
Mosquera”. Como vicepresidente fue elegido el general Domingo
Caycedo, también apoyado por los santanderistas, que esperaban que
preparara el camino para su líder. Tanto Mosquera como Caycedo,
también eran considerados demasiado mansos para los tiempos
difíciles que se avecinaban, pues no tenían influjo sobre la tropa ni
espíritu para afrontar los sucesos y los hombres en momentos de
desenfreno’2. Estas elecciones fueron celebradas como un triunfo por
los santanderistas, con aclamaciones muy provocativas frente a milita­
res y bolivarianos: vivas a Vicente Azuero, a los desterrados por la
conjuración septembrina, con los correspondientes mueras a los
tiranos, a los serviles y a los pretorianqs, pero sin nombrar a ninguna
persona determinada11 13.
12

Los problemas no se hicieron esperará tres días después de las


elecciones, se sublevaron el batallón Granaderos y el escuadrón de
Húsares de Apure, que luego convinieron en regresarse a Venezuela14.
Por otra parte, el Gobernador de Neiva, comandante Joaquín María
Barriga, se negaba a obedecer la Constitución, lo mismo que el general
Antonio Obancjo en El Socorro. En Cartagena, el general Francisco
Carmona preparaba un motín para desconocer al nuevo gobierno, con

11 Posada Gutiérrez, Joaquín. Memorias. Tomo T.p. 462-464.


12 Arboleda, Gustavo. Op.cit.. Tomo I. p. 32-34
13 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit., Tomo 1, p. 472-473.
14 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit., Tomo 1, p .480-485.
Fernán E. González G.

anuencia del general Mariano Montilla, jefe militar, y del prefecto Juan
de Dios Amador. Pero la llegada de Bolívar a Cartagena lo impidioj Los
vecinos de Pore, capital de Casanare, se pronunciaron en pro de
anexarse a Venezuela, pues consideraban qu^ Bogotá trataba al
Casanare como colonia, en peores términos que España; escogieron
como jefe al caudillo llanero general Juan Nepomuceno Moreno.

El batallón Callao, compuesto por 250 soldados, casi todos


venezolanos, al mando del coronel venezolano Florencio Jiménez, era
considerado conflictivo y sospechoso de subversión por las autorida­
des. Por eso se lo envía a Tunja, para ser allí licenciado sin peligro. Los
bolivarianos se oponían porque ya se estaban moviendo en contra de
las instituciones y argüían que las tropas restantes no eran garantía para
ellos. El batallón salió de Bogotá el 9 de agosto de 1830 pero fue
detenido el 10 en Gachancipá por Buenaventura Ahumada, Pedro
Domínguez, el coronel Johnson y José María Serna, que habían salido
antes de la capital, en compañía de Manuelita Sáenz. A ellos se unieron
varios jefes de los campesinos sabaneros, auxiliados por los curas de
Funza y Cajicá, con los escuadrones de las milicias de Facatativá, Funza,
Fontibón y otros lugares de la Sabana. Ellos le notificaron a Jiménez
que el propósito real del gobierno era disolver el batallón15.

Jiménez, en un evidente doble juego, dio parte de estos sucesos


al vicepresidente Caycedo, que le reiteró que siguiera a su destino,
incluso usando la fuerza. Caycedo, convencido de la lealtad del
batallón, envió un escaso contingente para someter a las milicias
sabaneras. Este contingente, al mando del coronel José María Gaitán,
fue derrotado por los rebeldes en el cerro del Aguila. Los coroneles
Mariano París, Carlos Castelli, Vicente Gutiérrez de Piñeres, junto con
los coroneles ingleses Jackson y Johnson y los comandantes Ramón
Soto y Sebastián Esponda, se sumaron a la revuelta.

Según Gustavo Arboleda, los campesinos fueron empujados a la


revuelta por motivaciones engañosas, entre las que sobresalía el
argumento religioso: se les dijo que el gobierno estaba oprimido y que
los Arrublas iban a apresar al vicepresidente Caycedo para alzarse con

15 Arboleda. Gustavo. Op.cit., ToiiK) I, p. 55-57.


La Guerra de los Supremos

el mando; que la religión iba a desaparecer, que algunos templos


habían sido cerrados y despojados de sus alhajas; que el popular padre
Margallo estaba preso y que se había dado muerte atroz a cuatro'
sacerdotes; que el gobierno, "en su saña contra los ministros del altar,
había llegado a confinar al arzobispo Caycedo, tío del vicepresidente",
(la conseja aprovechaba que el prelado había viajado a Purificación,
para recuperar su salud). Se les aseguraba que solo el regreso de
Bolívar podía salvar la religión. Al descubrir la realidad, los campesinos
empiezan a regresar a sus hogares, dejando soios a los promotores del
alzamiento, pero la rebelión continuó por "falta de energía en los
encargados del poder"16.

El presidente Mosquera reasumió el mando e intentó gestiones


de paz, que fracasaron en parte porque el coronel Jiménez no tenía real
ascendiente sobre los sublevados y porque cada uno de los jefes
perseguía intereses distintos. Mosquera y el consejo de gobierno
rechazaron las peticiones de los rebeldes, pero les ofrecieron amnistía,
con la seguridad de que no sería aceptada. Por otra parte, los
santanderistas exaltados, como los oficiales del batallón Boyacá y los
jóvenes armados con la denominación de cívicos, también se oponían
a la amnistía, porque consideraban que ella les arrebataba un triunfo
seguro17.

El general Rafael Urdaneta apoyaba a los rebeldes, aunque


simulaba sostener el gobierno. Negocia en nombre del presidente
pero aconseja a los rebeldes rechazar la amnistía. Da cuenta al gobierno
del fracaso de su misión, pero, antes de retirarse a su hacienda, deja
organizadas las tropas rebeldes para proseguir la lucha, pues estaba ya
resuelto a encauzar la revolución de Tunja, a procurarle municiones a
los rebeldes del Callao y a ponerse al frente de la rebelión. La
sublevación del general venezolano Justo Briceño impide al general
Antonio Obando,«jefe militar del Socorro, venir a auxiliar al gobierno.
En Tunja, el coronel venezolano Pedro Mares asume el mando civil y
militar.

16 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tofno I, p. 5H.


17 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo I, p. 60.
lemán E. González G.
21

El 27 de agosto fueron derrotadas las tropas del gobierno,


mandadas por el coronel Pedro Antonio García, en el cerrito del
Santuario, cuando se dirigían de Fontibón a Puente Grande. El vocablo
"santuarista" fue acuñado para designar y estigmatizar a los que
hubieran tenido algo que ver con la dictadura de Urdaneta'*.

La dictadura de Urdaneta

Después de la derrota, el gobierno tuvo que capitular: cediendo


a las exigencias de los rebeldes, destierra a varios de los más
caracterizados santanderistas; Céntre ellos, Manuel Antonio y Juan
Manuel Arrubla, Francisco y José Manuel Montoya, Vicente y Juan
Nepomuceno Azuero, José Ignacio de Márquez, José María Mantilla,
José María Gaitán, Juan Nepomuceno Vargas y el comandante Joaquín
Barrigy También a instancias de los rebeldes, nombra a Urdaneta
como ministro de Guerra y de Relaciones Exteriores. Pocos días des­
pués, el 2 de septiembre, Francisco Urquinaona, jefe político del cantón
de Bogotá, convoca a los padres de familia. Los escasos asistentes, la
mayoría militares, resolvieron proclamar a Bolívar y encargar a
Urdaneta del mando, mientras regresaba el Libertador18 19.

El movimiento se generaliza por todo el país: en Cartagena, el


general Montilla y el prefecto Juan de Francisco Martín, apoyados por
muchos militares y padres de familia, se suman al desconocimiento del
gobierno. Lo mismo hace Joaquín Posada Gutiérrez en Honda20. Pero
algunas de las alineaciones de las localidades en uno u otro lado del
conflicto parecen traslucir los enfrentamientos entre poblaciones
rivales: así, Mompós, Santa Marta y Ciénaga se suman al movimiento,
pero Riohacha y el cantón del Valle del Cesar desconocen a las
autoridades departamentales de Cartagena y resuelven apoyar al
gobierno legítimo. En cambio, Valledupar resolvió separarse de las
autoridades provinciales y depender solo de las departamentales de
Cartagena21. Después de varios enfrentamientos entre samados,

18 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo I, p. 60-63.


19 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II. p. 63-66.
20 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit., Tomo 11, p. 208-212.
21 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit. Tomo II, p.229-231
La Guerra de loa Supremos

riohacheros, vallenatos, cienagueros, indígenas de Mamatoco y Bonda,


el influjo del general José Sarda logró que todo el territorio de las
provincias de Santa Marta y Riohacha quedara bajo el control de los
seguidores de Urdaneta22.

En el suroccidente, la situación era más confusa: las provincias


de Buenaventura y Barbacoas resolvieron anexarse al Ecuador,
aceptando a Bolívar como jefe supremo, pero los cantones del Raposo
y Tumaco permanecen fíeles a las autoridades de Popayán y Bogotá.
Cali se proclamó a favor de Bolívar, en una asonada con matices de
lucha social y racial, pero se acordó un armisticio con las autoridades
de Popayán23. La Asamblea Departamental, reunida en Buga, evidenció
las rivalidades regionales que se movían en el trasfondo del conflicto.
Se intenta desde entonces la división del departamento, pero sólo se
logra en lo militar, con la creación de una comandancia militar para los
cantones del Valle y las provincias de Buenaventura y Chocó. Se
resuelve trasladar la capital del gobierno seccional a una ciudad del
Valle, lo que desagradó a los payaneses. Este descontento es cana­
lizado por los generales José María Obando y José Hilario López,
enemigos de la dictadura. Con los oficiales de la guarnición de
Popayán, se resuelve desconocer las decisiones de la Asamblea de
Buga y encargar a Obando del mando, con López como su segundo.
En ese sentido, el Concejo Municipal de Popayán, apoyado por los
vecinos notables, resolvió anexarse al Ecuador el 1 de diciembre24.

Para Helguera, esta anexión tenía cierta lógica, por la semejanza


de la estructura social de tipo señorial o semifeudal de esta región con
la de Ecuador, con cuyas regiones andinas (Presidencia de Quito) había
tenido lazos históricos durante la Colonia. La elite payanesa quería un
gobierno que garantizara la paz en la región y mantuviera incólume la
estructura social imperante, pues veía un inminente peligro de guerra
social y racial on el Valle del Cauca, donde no había suficiente fuerza
pública; además, allí estaban las armas regadas "en los pueblos y entré

22 Atbolcda. Gustavo. Op.cit. .Tomo II, p. 71-73.


23 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit., Tomo II. p.235 ss.
24 López, José Hilario. Memorias Medellín: lledout, 1969. p.28()-282.
lemán E. González G.

la ínfima clase, porque ha habido la imprudencia de fomentar la


emulación de las castas, consignando armas a la plebe"25.

López y Obando

El miedo a la lucha social, junto con la antipatía payanesa contra


Cali y el hecho de que el presidente depuesto, Joaquín Mosquera, era
uno de los suyos, influyeron en que el cantón de Popayán apoyara la
reacción contra Urdaneta, que capitaneaban López y Obando. Estas
mismas circunstancias hicieron conservar políticamente inmune al
general Tomás Cipriano de Mosquera, que antes había apoyado como
intendente del Cauca a la dictadura boliviana; además, durante la
dictadura de Urdaneta, Mosquera desempeñaba una misión diplomá­
tica en Lima.

Según Helguera26, la conducta de Obando y Lópezno je explica


solamente como reacción contra las dictaduras de Bolívar y Urdaneta.
sino que también tiene, el carácter de defensa, regional contra las
autoridades centrales, que Helguera diferencia del carácter intelectual
y romántico de los conspiradores septembrinos. Estos eran santa n-
derista.s ahora desplazados de una participación efectiva en el poder,
por efectos del gobierno dictatorial de Bolívar. La revuelta de Obando
y López contra la dictadura de Bolívar se convirtió pronto en un
movimiento por la conquista del poder político de su región, en contra
de la tradicional minoría pudiente de Popayán. Este grupo estaba
formado por un grupo de familias, como los Arboleda, Arroyo,
Mosquera, Hurtado y Valencia, tan entrelazadas entre sí, que casi
podrían considerarse una sola. En cambio, López y Obando pertene­
cían a la segunda esfera de la elite payanesa, aunque tenían muchos
lazos con la primera.
Pero el carisma personal de Obando y sus relaciones clientelistas
en el valle del Patía y en la región de Pasto le permitían competir

25 Helguera J., León. "Ensayos sobre el general Mosquera y los años 1827 a 1842 en la historia
Granadina" En: Archivo epistolar del general Mosquera, Hogotá: Kelly, 1972. p. 22-23
26 Hleguera J., León. Ibid. p. 14-15.
La Guerra de los Su|Memos 97

exitosamente con las elites dominantes en Popayán. Además, contaba


con el apoyo de importantes líderes populares y antiguos jefes de bandas
y guerrillas de la misma región: hombres como Juan Gregorio Sarria, Juan
Gregorio López y Manuel M. Córdova, con quienes había luchado en las
huestes realistas hasta 182227.
Para Francisco Zuluaga, fueron estas relaciones clientelistas de
dependencia personal las que le permitieron a Obando ir creando unas
bases sociales y políticas de poder para proyectarse luego como
caudillo nacional. Juan Luis Obando, su padre adoptivo, pertenecía a
un estrato secundario de la clase alta de Popayán, pero sus haciendas
y cargos públicos en el Patía le permitiron crearse una extensa clientela
en esa región, que su hijo aprovechó para reclutar las guerrillas realistas
que podrían en jaque a las tropas patriotas desde 1819 hasta 1822. Este
mismo influjo lo pondrá después al servicio de la causa patriota: gracias
a él, muchos guerrilleros del Patía deponen las armas o se pasan al
bando republicano. Después de la sangrienta conquista de Pasto,
Obando se convierte en la persona indicada para atraer a su población,
por conocer tanto su idiosincrasia como sus graves resentimientos
contra Bolívar y Sucre. Santander y el obispo Salvador Jiménez de
Enciso coinciden en la idea de nombrarlo comandante militar de Pasto
en 1825“.
Desde esa posición, Obando se dedica a ganarse la simpatía de
los pastusos: por una parte, mantiene una fuerza militar en el río Mayo
y sigue en relación estrecha con los exguerrilleros realistas y los
soldados republicanos de la región. Por otra, procura atraerse a los
terratenientes de Pasto, casi condenados a la ruina por las medidas de
Bolívar y Sucre, logrando que se les devuelvan muchas de sus casas y
haciendas. Hacia 1826, Obando ya se había ganado la simpatía general
de los pastusos, que piden sea nombrado gobernador en propiedad.
Por ello, Santander propone al Senado su nombramiento, con el cual
culminaba el proceso de unión de Pasto con el Patía. Este sector geo­
gráfico se convierte en su esfera de influencia, lo que hace a Obando
"el intermediario de poder entre el centro y el sur de la Gran Colombia",

27 Helguera J., León. Ibid. Zuluaga, Fr.inci.sco. José María Obando. de soldado realista a
caudillo republicano. Bogotá: Banco Popular, 1985 p.108-109.
28 Zuluaga, Francisco. Ibid. p. 63-65.
9L 9'emln t'_ C>onzAk/. G.

con un poder político que podría transformarse fácilmente en poder


militar29.

El análisis de Zuluaga sobre el caudillismo clieptelista de Obando,


basado en dos tipos de adhesiones (dependencia con respecto al
patrono tradicional y simpatía por el gobernante que interpretaba los
anhelos de la población), ofrece muchas luces para entender el
comportamiento de los jefes regionales en la Guerra de los Supremos.
Zuluaga piensa que, hasta fines de 1826 y principios de 1827, Obando
carecía todavía de miras nacionales y se dedicaba simplemente a
formarse una base amplia de poder regional. Actuaba como los demás
caudillos regionales que surgen entonces en todo el país y afrontaba
idénticos problemas a los de ellos: tenían que ser republicanos y
federalistas en la medida en que fueran capaces de retener el control
regional. Muy importante es la relación, señalada por Zuluaga, de estos
caudillos con el poder central: "Todos estos líderes apoyaban el
gobierno central siempre y cuando tal gobierno actuara solo como
coordinador de los líderes regionales. Este tipo de relación reforzó la
lealtad de muchos de ellos hacia el vicepresidente Santander, el cual
era visto como el potencial coordinador de un grupo de líderes
regionales federalistas. Como es de esperar, los líderes emergentes
sentían temor por un eventual régimen verdaderamente centralista y
antirregionalista, que pudiera nombrar administradores que llegaran a
competir con el liderazgo regional"30.

Esta dinámica descrita por Zuluaga explica el antibolivarianismo


de muchos de estos jefes y el sentido de varios de los enfrentamientos
de nuestras guerras civiles. A esto habría que añadir otro temor, tal vez
más probable: que el gobierno central restituyera en el poder a las
oligarquías tradicionales que antes lo detentaban y depusiera los
nuevos poderes emergentes recientemente constituidos en las regio­
nes. Estos explicaría el bolivarianismo de ciertos grupos regionales,
como el de las elites tradicionales de Popayán y Cartagena. Por su
parte, era normal que el primer gobierno de Santander refrendara
desde el poder central a los nuevos poderes regionales, ya que las

29 Zuluaga. Francisco. Ibid. p. 65-66.


30 Zuluaga, Francisco. Ibid. p. 67.
La Guerra de los Supremos
2

oligarquías tradicionales habían estado antes ligadas a la dominación


española y gozaban de una influencia regional que podría resistir al
poder central. En este sentido, podría decirse que Obando aprovecha
las contradicciones políticas entre nación y periferia que surgen con
la nueva república. Por ello, Obando se sentía impulsado lógicamente
al santanderismo, al federalismo, al constitucionalismo y a la resistencia
armada, como "los únicos posibles medios para mantener su recién
establecido poder regional"3’.
En resumen, las contradicciones entre región y periferia se
combinan con los conflictos entre localidades rivales y las luchas entre
elites tradicionales y emergentes, para explicar el apoyo de la oligarquía
payanesa al "ejército de la libertad" de Obando y López, que se
convierten en el centro de la reacción contra Urdaneta. Esta reacción
se va generalizando en todo el país a raíz de la muerte de Bolívar, el
17 de diciembre de 1830, que empieza a descomponer el frágil
equilibrio de la coalición de los jefes militares que apoyaban la
dictadura y de los poderes locales y regionales que también la
respaldaban. Además, la inicial popularidad de Urdaneta empieza a
desvanecerse por sus persecuciones a los desafectos al régimen por las
facultades extraordinarias que se arroga contra la Constitución. Lo
mismo que por las arbitrariedades de algunos prefectos como Pedro
Mares en Boyacá y Buenaventura Ahumada en Cundinamarca, que se
sumaban a las tendencias antivenezolanas y antimilitaristas de mucha
de la población.

Primeros intentos contrarrevolucionarios

Los primeros intentos contrarrevolucionarios en Socorro y Vélez,


con apoyo venezolano, fueron ahogados en sangre. Desde Venezuela,
Páez ayuda a Juan Nepomuceno Moreno, en el Casanare, a armarse y
organizar tropas.* La resistencia de los oficiales del general Muguerza
en contra de Urdaneta hizo que las tropas de éste general fueran
derrotadas por Obando y López en El Papayal, cerca a Palmira, el 10
de febrero de 1831*32. Con esto, ocupan Cali y el Valle se adhiere

31 Zuluaga, Francisco. Ibid., p. 67.


32 Hclguera J., León. Op.cit., p. 23-34
100 Hernán E. González G.

también al Ecuador. La noticia de esta derrota hace recrudecer las


tendencias represivas de la dictadura en Bogotá.

En la Costa, estalla el 14 de febrero de 18^1 en Sabanalarga,


Soledad y Barranquea, una revuelta, fomentada desde Cartagena y
-apoyada por gentes de los pueblos de la provincia de Santa Marta. Los
contrarrevolucionarios son vencidos por el general José Ignacio
Luque, que cambia luego de bando y pasa a combatir contra la
dictadura, influenciado por los coroneles Francisco de Paula Uscátegui,
bogotano, y José María Vezga, socorrano. A Luque se le unen luego
los generales Francisco Carmona en Ciénaga y Trinidad Portocarrero
en Santa Marta. Los tres jefes, que habían sido antes adversarios de las
ideas liberales, apoyan a Mompós, que se había levantado contra la
dictadura, bajo el mando de Juan Gutiérrez de Piñeres, jefe de la
guarnición. Luque pone después sitio a Cartagena, apoyándose en el
sentimiento regionalista de varias provincias de la Costa, que querían
desconocer la entidad departamental con capital en Cartagena y
deseaban depender directamente de Bogotá. La oposición de la
población a Montilla y al prefecto De Francisco Martín obligaron a estos
a entregar la ciudad a los sitiadores. La resistencia de Cartagena impidió
que se celebrara una asamblea de todo el departamento. Las noticias
sobre Luque llevaron a Riohacha a pronunciarse en favor de la
legalidad: incluso, el general Sardá contribuye a su restablecimiento,
por lo que inicialmente conserva su puesto de jefe militar hasta que
Carmona logra indisponerlo con el nuevo gobierno, que lo borra del
escalafón militar33.

* En Antioquia, "las gentes ricas e influyentes" no simpatizaban


con la dictadura, cuyos agentes Juan Santana y Carlos Castelli
perseguían a "los liberales de mayor prestigio". Castelli quería fusilar
al coronel Salvador Córdova, pero la oficialidad se opone: debe
contentarse con enviarlo preso a Cartagena con otros enemigos del
régimen. Pero son liberados en Nare por el propio jefe de la escolta,
lo que permite a Córdova organizar la resistencia contra los dictato­
riales, logrando derrotarlos en Abejorral el 14 de abril. Córdova entra

33 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 101-102.


La Ciucttj de lo* Supremos JOI

el 18 a Medellín, donde asume el mando civil y militar: desde allí invita


al vicepresidente Caycedo a asumir el mando34.

En Cundinamarca, la reacción comienza en Ubaté, el 20 de


marzo, cuando los coroneles Mariano Acero y Juan José Neira, con
Calixto Molina, desconocen a Urdaneta. El 14 de abril se pronunció
también Zipaquirá, favorecida por la guerrilla de Ubaté. El pronuncia­
miento de Ubaté exasperó a Urdaneta, que extremó las medidas
represivas contra los liberales, considerados por él como “anarquistas
demagogos, asesinos y promovedores de desórdenes". Esto aumentó
el descontento popular contra la dictadura35.

El 17 se sublevaron en Neiva el coronel Manuel González y el


comandante de las milicias, Juan Arciniegas, para proclamar el gobier­
no de Caycedo. A ellos se sumaron Purificación, El Espinal y parte del
cantón de Ibagué, en la provincia de Mariquita. Joaquín Posada
Gutiérrez resuelve negociar con Obando primero y luego con el
vicepresidente Caycedo, al que pide declararse en el ejercicio del
mando36.

El 4 de abril, el general Antonio Obando se apodera de Ibagué,


con una guerrilla formada por él, y luego pasa a Ambalema. El coronel
Joaquín María Barriga toma Honda, lo que permite el regreso de los
confinados a Cartagena por el prefecto Ahumada. Varios oficiales
desertan de Bogotá, para formar una guerrilla en Cáqueza. Urdaneta
y sus tenientes empiezan a flaquear y comienzan a pensar en negociar
la paz. Urdaneta presenta renuncia pero el Consejo de Estado,
presidido por Estanislao Vergara, no la acepta37.

El vicepresidente Caycedo se muestra reacio para aceptar los


pronunciamientos favorables de Neiva y otros lugares: consideraba
que no tenía seguridad para mantenerse en el poder hasta que no se
acercaran las tropas de López y Obando. Finalmente, las presiones

34 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 97-100.


35 Arboleda, Gustavo. Op.cit. p. 101-102.
36 Arboleda. Gustavo. Op.cit., p. 101-102.
37 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 102.
lemán II González G.
101

hacen que asuma el mando en Purificación el 14 de abril; López es


nombrado jefe del ejército nacional. El influjo de la familia Caycedo en
la región hizo que la actividad organizativa de López encontrara gran
apoyo en "los pueblos". López avanzó hasta la boca del río Fusagasugá,
y cuando sus tropas ya estaban en territorio bogotano, se presentaron
comisionados del gobierno a negociar, lográndose un armisticio38.

A pesar de la oposición de los intransigentes, como Ahumada y


Mariano París, Urdaneta aceptó la propuesta de López de negociar la
paz. Así, en Apulo, se reunieron Urdaneta y sus delegados, Castillo y
Rada, García del Río y el coronel Jiménez, con los representantes de
Caycedo, que eran López, Posada Gutiérrez y Pedro Mosquera,
payanés, nombrado ministro del Interior por Caycedo. El 28 de abril
se llegó a un convenio que significaba la cesación de diferencias entre
los departamentos centrales y la reunión bajo un solo gobierno, el
completo olvido de lo pasado y garantías para todos los que habían
estado comprometidos con la dictadura39* .

Pero no cesaron por ello las hostilidades: el caudillo llanero


Moreno, con 300 jinetes y 400 infantes, pasó la cordillera y derrotó en
Cerinza a los generales Briceño y Juan José Reyes Patria, el 26 de abril.
Esto alarmó a los habitantes de la capital: muchos quedaron descon­
tentos con el convenio de Apulo, pues sentían que Urdaneta los había
abandonado. También los liberales mostraban su desagrado, porque
el convenio estipulaba que los militares dictatoriales conservarían sus
grados y ascensos*1.
Estas contradicciones iban a marcar el desarrollo ulterior de los
acontecimientos políticos: por una parte, el batallón Callao, al mando
de Jiménez, se mostraba reacio a jurar obediencia al gobierno de
Caycedo. Se temía mucho una nueva insurrección: sus tropas eran
veteranas y más numerosas que las liberales, que eran colecticias; se
rumoraba que se intentaría asesinar a López. Por otra parte, Moreno,
"mal aconsejado, pretendía asumir la dictadura para exterminar a los

38 Arboleda. Gustavo. Op.cit., p. 103-104.


39 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 105.
40 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 105-106.
La Guerra de los Supremos JO?

bolivarianos". Moreno era llamado por Posada Gutiérrez "el Florencio


Jiménez de su partido"; pero José Hilario López logra convencerlo, y
el llanero acepta el convenio de Apulo, lo mismo que la autoridad de
Caycedo y López. Pero continúa el problema con el batallón Callao:
los llaneros tratan de matar a Jiménez, pero Caycedo y Moreno logran
calmarlos. Jiménez, temiendo ahora por su vida, se atrinchera en San
Bartolomé. Dos oficiales liberales, en contra de las órdenes de sus jefes,
penetran en Bogotá y son atacados por varios húsares: uno muere y
el otro es herido. La indignación de las tropas liberales es grande, pero
Jiménez entrega a los asesinos, que se habían refugiado en su cuartel.
Caycedo logra que los oficiales y soldados venezolanos obtengan
pasaportes para su tierra y que el resto del batallón se funda con las
tropas del general José María Mantilla.

El santanderismo al poder

Las contradicciones de los santanderistas exaltados, liderados


por Vicente y Juan Nepomuceno Azuero, con el vicepresidente
Caycedo, no se hicieron esperar. Ellos, con Moreno y otros, promo­
vieron una serie de reuniones de personajes civiles y militares para
oponerse a las medidas conciliatorias de Caycedo y lograr que Obando
o Moreno asumiesen la dictadura. López e Ignacio Herrera logran
calmarlos y prometen que López mediaría ante Caycedo. La llegada de
Obando hace a sus amigos desistir de la idea* 42.

Obando se convierte pronto en la cabeza de los exaltados, como


narra Posada43: el mundo de la capital lo aturdió, colocándolo en una
posición de omnipotencia, que lo deslumbró. Pronto descubrió que
la fuerza política estaba en "el partido jacobino" y que el gobierno de
Caycedo se tambaleaba. Por eso, resolvió unirse al primero para
dominar al segundo, "lo que era mejor que dar el escándalo de
derribarlo".

41 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 110-111.


42 López, José Hilario. Op.cit. p. 330-336.
43 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit. Tomo II, p 369-
Fernán E. González G.
121

Por ello, las presiones contra la política conciliadora de Caycedo


se acentúan cuando Obando se posesiona como ministro de Guerra,
el 2 de junio. Al día siguiente, Moreno convoca a una junta con López,
Mantilla, Posada y los Azueros, con el fin de. proyectar una asonada
contra el vicepresidente porque no perseguía a los bolivarianos, ni los
despojaba de sus empleos^ ni los desterraba. A favor del gobierno,
estaban López y Posada, y los coroneles Espina, Acevedo, Montoya y
González. Pero el día 4, los generales López, Moreno, Antonio Obando
y Mantilla, exigen a Caycedo el cambio del gabinete y del Consejo de
Estado, para excluir a los que habían pertenecido a las dictaduras de
Bolívar y Urdaneta. Lo mismo que las reformas de las listas civil y militar,
el juzgamiento de algunos urdanetistas y la destitución de algunos
curas que habían apoyado a la dictadura. Los bolivarianos José María
del Castillo y Rada y Jerónimo de Gutiérrez Mendoza renuncian a sus
puestos. Ingresan al Consejo de Estado Vicente Azuero, Francisco Soto
y los generales López y Carmona44.

Uno de los primeros actos de Obando como ministro fue


rehabilitar al general Santander en sus grados y honores, en un decreto
redactado por Vicente Azuero. El vicepresidente Caycedo se resistió
a firmarlo porque elogiaba la conspiración septembrina contra Bolívar.
Se pide al presidente Joaquín Mosquera que regrese al país a hacerse
cargo del mando, "desaparecidos completamente los temores que al
principio se abrigaban de una reacción de los bolivarianos". Pero
Mosquera respondió que su período habría expirado para cuando
pudiera regresar45.

El Consejo, por moción de Azuero, propuso desconocer el


convenio de Apulo, pero el vicepresidente procura echarle tierra al
asunto. Sin embargo, Obando satisfizo en buena parte a los descon­
tentos, otorgando ascensos a unos y borrando a otros del escalafón
militar; en clara violación del convenio de Apulo fueron expulsados del
ejército 17 generales, 49 coroneles, 58 tenientes coroneles, 158
sargentos mayores y otros capitanes u oficiales subalternos46. Obando

44 Rcstrcpo, José Manuel. Diario Políticoy militar, Tomo II. p. 197-198.


45 Arboleda, Gustavo. Op.cit. Tomo II., p. 117-118.
46 Restrepo, José María. Tomo II. p. 201-202.
La Guerra de los Supremos IOS

y su círculo no dejaban de manifestar su oposición a Caycedo y a los


liberales moderados, lo que desagradaba a muchos: las cosas llegaron
hasta a "correr la voz de que se pretendía asesinar a López y Obando,
porque oprimían al vicepresidente"47.

El ambiente del momento se manifiesta en los incidentes


relacionados con un escrito, en contra del arzobispo Fernando
Caycedo y Flórez, del sacerdote José María Castillo, condenado como
calumnioso por el jurado de imprenta. Castillo fue acompañado a la
prisión por un grupo de estudiantes y militares exaltados, que
promovieron desórdenes, capitaneados por el general Antonio Obando.
Apedrearon la casa de uno de los jurados, con gritos de mueras contra
él y de abajos "a la aristocracia y la dinastía", aludiendo a la familia
Caycedo, presente tanto en el gobierno civil como en la jerarquía
eclesiástica. El mismo ambiente se reflejó en las celebraciones del día
siguiente, 25 de septiembre, en conmemoración del atentado contra
Bolívar48.

El 20 de octubre se instaló la Asamblea Constituyente, encargada


de la reorganización institucional del país, donde se evidencian las dos
tendencias políticas que se están gestando. La piedra de toque de la
división va a ser la tolerancia o intolerancia frente a bolivarianos y
urdanetistas. Las presidencias de la Asamblea se alternan entre los dos
grupos: empieza presidiendo Márquez (moderado) y sigue luego
Azuero (radical), Alejandro Vélez (moderado), el canónigo Gómez
Plata (radical, futuro obispo de Antioquia), el obispo Estévez (mode­
rado) y Francisco Soto (radical).

El general Caycedo se entera que en sesiones secretas se discutía


un proyecto para despojarlo del mando y reemplazarlo por un
ciudadano con facultades extraordinarias, para luego borrar del
escalafón militar a los bolivarianos y desterrar o confinar a los enemigos
políticos. Por ello, presentó renuncia, que fue aceptada por 40 votos
contra 19. Después de varias votaciones muy disputadas, se eligió a
José María Obando como nuevo vicepresidente, con el desagrado de
los moderados, que habían apoyado a José Ignacio de Márquez49.

47 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo II. p. 126.


48 Ibid.
49 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo IT. p. 210-211.
106 l<-mán IL González ti.

Según Posada,50 Obando como vicepresidente fue más modera­


do de lo que se esperaba, gracias al influjo de Castillo y Rada. No tenía
ya mucho que hacer contra los militares bolivarianos, pues ya los había
eliminado del escalafón siendo ministro. Lo que ahora hizo fue publicar
la lista de los excluidos. De los civiles, sólo dos fueron expatriados y
25 fueron confinados a tierras de temperatura benigna, algunos de ellos
a sus propias haciendas. Entre los confinados figuraban algunos
eclesiásticos como Manuel Fernández Saavedra y fray Emigdio Ca-
margo; entre los civiles, figuraban Estanislao Vergara, Mariano París,
Buenaventura Ahumada, Ramón Beriña y Manuel Alvarez Lozano51.
Para designar al presidente provisional, no hubo casi discrepan­
cias: Santander obtuvo 49 votos, contra seis por Joaquín Mosquera y
otros 10 votos dispersos. En Santander confluyeron los votos de las dos
tendencias liberales: los moderados lo apoyaron "en la confianza de
que su permanencia en Europa le habría sido provechosa tocante a sus
dotes de político y estadista, y los exaltados porque, siendo el más
conspicuo de los enemigos de la dictadura, habría de venir a perseguir
a los bolivarianos". Pero la división de los grupos se hizo patente en
la elección de vicepresidente: después de 15 escrutinios, fue elegido
Márquez por 42 votos contra 20 de Obando52.
Márquez toma posesión el 10 de marzo y conserva el mismo
gabinete de Obando, al que le ofrece la Secretaría de Guerra. Se
descubre un plan de rebelión de algunos bolivarianos, que se pensaba
ejecutar contra la vicepresidencia de Obando, pero los conjurados
desisten de su plan ante las garantías que ofrece Márquez. Santander
asume la presidencia el 7 de octubre, ante el Consejo de Estado,
presidido por Vicente Azuero. En su discurso, Azuero aconseja
clemencia para con los vencidos y concordia para todos, pues ya
habían terminado las dificultades internas y externas Santander pide
a todos agruparse en torno a su gobierno, y promete trabajar para que
cesen los odios entre los partidos, pues él ya había olvidado los
agravios cometidos contra él53.

50 Posada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit., Tomo II. p. 393.


.51 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo TI p. 145.
52 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo I p. 167-168.
53 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo II. p. 254-255.
La Guerra de los Supremos

Pero las conmociones internas proseguían: en Ciénaga, había


conatos de rebelión para proclamar el antiguo departamento de
Magdalena como estado federal. La idea federalista tenía también fuerza
en Cartagena, promovida por la sociedad "Veteranos de la libertad". En
Arauca y Cúcuta había inquietud por las disposiciones aduaneras, y en
Panamá el partido separatista volvía a manifestarse con fuerza. Santander
quedó preocupado por varios de estos problemas y por la especie, sin
fundamento, de que Sarda sería reinscrito en la lista militar. La campaña
electoral para elegir presidente, vicepresidente y Congreso había sido
muy exaltada, porque la prensa radical combatía al vicepresidente
Márquez con mucha acritud. Bajo Santander, el gobierno pasa a ser
controlado casi exclusivamente por los liberales exaltados como Azuero
y Soto54.

El gobierno de Santander

En las elecciones del 8 de marzo de 1833, Santander obtiene una


considerable mayoría (1012 votos de un total de 1263, siguiéndole
Joaquín Mosquera con 121 y Márquez con 35), pero la votación para
vicepresidente es más reñida: Márquez obtuvo 422 sufragios, Joaquín
Mosquera 217, Rafael Mosquera 148, Azuero 122. El Congreso eligió
a Joaquín Mosquera, y el disgusto entre Márquez y Santander era ya
visible. También se enfriaron las relaciones entre Santander y
Mosquera, probablemente porque los enemigos de Santander lo
tomaban como bandera en contra del presidente55.
Santander inicia su gobierno con mucha popularidad, aunque no
faltaban descontentos como los militares excluidos del escalafón, a
quienes servía de acicate el lenguaje discriminatorio que usaban los
liberales exaltados para referirse a ellos. A ellos se sumaban individuos
del clero regular, que pedían la revocatoria de la supresión de los
conventos mertores y de la prohibición de la profesión religiosa para
menores de 25 años. El presidente se quejaba de algunos sermones y
escritos de religiosos, que consideraba subversivos. Santander reúne
a los superiores de las comunidades religiosas para amenazar a los

54 Rescrepo, José Manuel Op.cit., Tomo II. p. 256.


55 Restrepo. José Manuel Op.dt. Tomo II p.274-276.
)0» Fernán K. González G.

religiosos rebeldes con medidas legales, si no cesaba el espíritu de


insubordinación. También había descontento entre clérigos y perso­
nas piadosas por la enseñanza oficial de Jeremy Bentham y De Tracy.56

Santander tenía fama de no soportar ni la más mínima contradic­


ción ni oposición, ni siquiera en el Consejo de Gobierno. Pero era
claro que los sentimientos religiosos eran explotados por algunos
hombres astutos como arma de oposición: se decía a los crédulos "que
el gobierno actual y los liberales que lo componían atacaban la religión
de sus padres, y querían primero entibiar y después arrancar del
corazón de los granadinos las puras y antiguas creencias del catolicis­
mo, enseñándoles tan inmorales como perniciosas doctrinas"57.

Todo esto produjo un ambiente de intranquilidad general y de


temor a una revuelta armada, que se creía inminente. Pronto se
descubrió que no eran sólo rumores: el general Sardá, borrado del
escalafón y desterrado a Pacho, preparaba un levantamiento para el 23
de julio, con varios ex-oficiales del ejército y algunos oficiales en
servicio. Se proclamaría la rebelión en defensa de la religión, se
prohibiría el libre comercio que tanto perjudicaba a los artesanos y se
pondría a la cabeza del gobierno al viejo y débil general José Miguel
Pey, "como un estafermo, para que otros mandasen en su nombre".
El intento fue descubierto y severamente reprimido por el gobierno:58
las muertes del general Mariano París, en un aparente caso de ley de
fuga, y del general Sardá, asesinado por un oficial del ejército que fingía
sumarse a los conspiradores, han sido objeto de los comentarios más
encontrados, según la filiación política de cada autor.

Fueron fusilados 17 de los comprometidos y a 28 se les conmutó


la pena capital por el presidio. Varios de éstos murieron en Chagres,
por lo insalubre del clima. La oposición pintó al presidente Santander
como sanguinario y cruel, pero la prensa gobiernista se mostraba
descontenta de que no hubiera habido más fusilamientos y pedía que
se procediese sin contemplaciones, pues ellas habían perdido al
liberalismo en 1830. Según Arboleda, "la mayor parte de los

56 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II. p. 49.


57 Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva Granada. Ilogotá: Cromos,Tomo I. p.39. 1952.
58 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I. p. 39-46.
Li liucrr.i de h* Suprcnxis J09

comprometidos en la intentona revolucionaria de julio había sido de


los religioneros que en 1830 se alzaron contra Mosquera". Se llegó
incluso a rumorar que los agustinos estaban comprometidos en la
revuelta, pero los religiosos se negaron a declarar: se los obligó a salir
a la calle, donde protestaron que se perseguía a la religión. Fray José
Salavarrieta fue absuelto en el juicio, pero fray Teodoro Gómez fue
condenado a dos años de expulsión. Después de la muerte de Sarda,
fueron expulsados a Venezuela el doctor Margallo y el agustino
Salavarrieta. También fue entonces desterrada Manuelita Sáenz59.

En las siguientes elecciones para vicepresidente, tanto los


radicales como los moderados se presentaron divididos: unos presen­
taron a Obando y Azuero, los otros a Caycedo y Márquez. Las
asambleas cantonales no dieron ninguno la mayoría necesaria, como
se ve por los resultados: 350 votos por Márquez, 204 por Azuero, 137
por Obando, 119 por Caycedo, 73 por Rufino Cuervo y el resto se
dividía entre otros muchos60. La elección del Congreso favoreció
nuevamente a Márquez, lo que molestó a Santander, cuyo candidato
era Azuero61. Según Ignacio Gutiérrez Ponce, esta elección dio el golpe
de gracia "a la unión facticia en desde 1831 se mantenían los liberales
moderados y los intransigentes"62. La división se agravó a raíz de la
discusión del arreglo con Venezuela sobre el reparto de la deuda
externa, que encontraba gran oposición en el Congreso.

Los dos grupos en pugna aparecen ya claramente con ocasión


de las nuevas elecciones presidenciales para el cuatrienio 1837-1841.
Desde principios de 1836, aparecen las candidaturas de Azuero,
Obando y Márquez. Azuero estaba respaldado por lo que sería más
tarde el grupo del liberalismo gólgota, mientras que Obando estaba
apoyado por los militares santanderistas, incluido el propio Santander
y los liberales intransigentes no interesados en reformas sustanciales,
que estaban cortvencidos de que era necesario un presidente de

59 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tom II. p. 55-58 y 84-89-


60 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 101.
61 Cuervo Márquez, Carlos. Vida del doctorJosé Ignacio Márquez. Bogotá: Imprenta Naciona,
1981.
62 Gutiérrez Ponce, Ignacio. VidadedonlgnacioGutiérrezyepisodioshistóricosdesu tiempo,
(1806-1877). Londres: Impr. Brodbury, 1900. Tomo I, p. 252.
IIP l uruin bi t lEN i/J.k/ k.

espada. Márquez tenía el respaldo de los liberales moderados y de la


mayoría de los antiguos bolivarianos63.

Santander no ocultaba sus simpatías por Obando en el caluroso


debate electoral, pero, según Arboleda, sin terciar en su favor. La
prueba de la neutralidad de Santander fue, según este autor, que
Obando perdió en cantones donde había ejército y ganó en otros
donde no había tropas, cuando tanto marquistas como azueristas
aseguraban que el ejército intervendría en favor de Obando. Para
Arboleda, los enemigos de Santander propalaban la especie de que
había asegurado que colocaría a Obando en el solio presidencial,
costara lo que costase, y atacaban a Obando reproduciendo las
acusaciones sobre la muerte de Sucre: "Cuando menos, esos cargos
no estaban completamente desvanecidos y el futuro jefe de la nación
debía hallarse puro de toda sospecha"64.

Por otra parte, el general Pedro Alcántara Herran se quejaba, en


carta al general Mosquera, de la violencia que los gobiernistas habían
ejecutado en cuatro barrios de Bogotá para impedir la actividad
electoral de los marquistas65. A su vez, Santander se mostraba dolido
porque en la cuestión eleccionaria había habido "más pasiones viles
que patriotismo". Aclaró que había opinado en favor de Obando,
aconsejado por su conciencia de patriota, que buscaba quién diera
garantías. Pero a nadie comprometió para que siguiera su opinión y
había sido tolerante, practicando los principios de libertad de pensa­
miento que profesaba. Si hubiera obrado de otro modo, Obando
habría sido elegido: "No opiné por Márquez, porque es vicepresidente,
no debía tampoco unirme al bolivarianismo y al fanatismo que tienen
mucha parte en su elección; tampoco por Azuero, porque con sus
teorías podría llevarnos al galope para el abismo; ni por Soto, porque
no me parece aparente su carácter para presidente en 1837, ni por

63 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 145.


64 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 147.
65 Cartas de 20 de Julio y del 3 de Julio de lSSó.En: Archivo epistolar del General Mosquera.
Bogotá: Kelly, 1977. Tomo I. p. 226-232.
La Guerra de los Supremos
ID

López, porque es menester dejar reservas; ni por Rafael Mosquera, por


su notoria nonchalancé**'.
La verdad fue, como denunciaba Francisco Obregón, que cada
partido empleó cuantos ardides estaban a su alcance: "Oposicionistas
y ministeriales, todos usaron a la vez de armas reprobadas; seducían,
halagaban, atraían, intimidaban y ponían en juego cuantos recursos les
sugirió su entusiasmo y malignidad66 67.

Los votos de las asambleas cantonales no dieron a ningún


candidato la mayoría absoluta, aunque Márquez obtuvo 622 votos,
Obando 555, Azuero 164 y Caycedo 156, dividiéndose el resto de los
votos entre candidatos menores, como Rafael Mosquera (36 votos),
José H. López (32), Joaquín Mosquera (25), Diego F. Gómez (8) y Soto
(5). El influjo regionalista se refleja en los resultados: Márquez triunfa
con amplio margen en Tunja, su ciudad natal, Antioquia, Cartagena,
Santa Marta y Riohacha y las provincias de Buenaventura y Cauca.
Obando se impone ampliamente en Popayán y Pasto; en Bogotá gana
por un pequeño margen; también triunfa en Casanare, Chocó, Mariquita,
Mompós, Pamplona, Panamá y Veraguas. Azuero gana en su tierra
natal, en las provincias de Socorro y Vélez, lo mismo que en Neiva68.
El 1 de marzo de 1837 se reúne el Congreso, en medio de
rumores y noticias políticas que nada bueno presagiaban. Se decía que
el coronel Manuel González, jefe de la única fuerza veterana de la
capital, iba a encabezar un motín para evitar que el Congreso
perfeccionara la elección en favor de Márquez. Por eso, los marquistas
crearon "una organización popular" para impedir los desórdenes,
alentar a los congresistas marquistas a no echarse para atrás y dar
unidad al círculo partidario del vicepresidente. El presidente de la
Asociación era José Antonio de Plaza. A ella pertenecían, según

66 Carta de Santander a Rufino Cuervo. 30 de diciembre de 1836. en Epistolario del doctor


Rufino Cuerto. 1826-1840. publicado por Luis Augusto Cuervo. Bogotá: Imprenta
Nacional. 191«. p. 347-348.
67 Arboleda, Gustavo. Op.cit.. Tomo II p. 148.
68 David Bushell. "Elecciones presidenciales colombianas. 1825-1856" En: Miguel Urrutia y
Mario Arrubla. Compendio de estadísticas históricas de Colombia. Bogtxá: Universidad
Nacional, 1970. p. 230-238.
lemán E. González G.
112.

Arboleda, "muchos hombres distinguidos de todas las clases sociales,


militares, empleados públicos, eclesiásticos, estudiantes y artesanos".
Plaza conferencia con el coronel González para evitar eventuales
incidentes: se entrega la custodia del parque y el cuartel general a
militares miembros de la asociación marquista y se envía fuera de la
capital a la mayoría de la tropa el día de la elección69.

Después de varias maniobras dilatorias, el Congreso elige a


Márquez por 62 votos, contra 33 de Azuero (al que la mayoría de los
obandistas resolvieron apoyar, para impedir el triunfo de Márquez).
Pero no finalizaron por ello los incidentes, según Arboleda, pues
"varios militares de sangre ardiente y que adoraban en Santander" le
propusieron a éste que desconociera las elecciones del Congreso y no
abandonara el mando hasta que se declararan nulas y se eligiera "un
candidato que mereciera su confianza"; para ello, le ofrecen el apoyo
de las tropas que mandaban. Pero Santander, "que apreciaba
demasiado su reputación, no quiso empañarla encabezando una
tentativa tan poco cuerda y les hizo desistir de su proyecto, encarecién­
doles la necesidad de respetar las resoluciones del cuerpo legislativo"70.

No cesan todavía los problemas: cuando Márquez, ante el


Congreso, acepta la presidencia y presenta renuncia a la vicepresiden­
cia, Obaldía propone declarar inconstitucional la elección presidencial.
Pero el Congreso no considera la renuncia, que se supone aceptada de
hecho al haberlo elegido y dado posesión como presidente. Como
continuaban los temores de maquinaciones, la sociedad de Plaza toma
precauciones para la toma de posesión.

En su discurso de despedida, Santander reiteró que seguía


creyendo que la elección de Márquez era inconstitucional, pero que se
sometía al hecho creado por el Congreso. Por su parte, Obando
renuncia a la comandancia militar del Cauca y se retira del servicio
público, para no dejar motivos de sospechas a sus enemigos ni de
desconfianzas por parte del nuevo presidente. Afirmaba que la
campaña difamatoria en su contra lo había convencido de su propia
importancia en el país, por el empeño en negar hechos que están

69 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 157-159.


70 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 159-160.
La Guerra de lus Supremos
112

identificados con la existencia de la Nueva Granada y en inventar otros


para la circunstancia de una violenta y desesperada elección71. Francis­
co Soto le propuso a Márquez, la víspera de su presidencia, que tenía
al menos dudas de inconstitucionalidad y que gobernara como
vicepresidente encargado del Ejecutivo. Márquez respondió que ya era
tarde para ello. Este tipo de declaraciones de Santander y Obando,
repetidas por sus seguidores, contribuiría a que la legitimidad del
nuevo gobierno fuera precaria y puesta fácilmente en cuestión.

El desarrollo de la guerra
Los preámbulos de la guerra

Los inicios del gobierno de Márquez se caracterizaron por la


búsqueda de armonía entre los diversos grupos liberales: para ello, el
nuevo presidente no hizo variaciones en el personal burocrático y evitó
aparecer decididamente apoyado en los moderados, con el fin de
inspirar confianza a los santanderistas.
Esta política fue criticada por algunos de sus seguidores como
Plaza, que pasó luego a ser parte de las filas liberales. En sus Memorias,
Plazas sostiene que la nueva administración adoptó por sistema "el más
funesto principio, que la condujo al borde del precipicio y a la Nación
casi a la anarquía. Quiso guardar un inconcebible justo medio, hala­
gando a los enemigos de ella, alejando a los amigos y confiando los altos
puestos a hombres egoístas que querían jtigar con todos los partidos"72
Arboleda se muestra en total desacuerdo con las apreciaciones
de Plaza: lo que pasaba era que Márquez, "tolerante y conciliador",
estaba empeñado en lograr la unidad del Partido Liberal. Esto tal vez
se hubiera podido lograr "con un completo olvido del ardiente debate
electoral, cosa que no hicieron los enemigos del presidente". Pero
Arboleda termina confesando que "acaso" le faltó a Márquez "mayor
visión política y apego a los gobiernos exclusivistas de partido"73.

71 Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva Granada, Tomo II. p. 128-129


72 Citado en Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 164.
73 Ibid.
114 Fernán lí. González (i.

Dentro de esta mentalidad, el nuevo presidente prescinde, al


menos inicialmente, de tener en cuenta la filiación de sus colaborado­
res políticos: como resultado de ello, algunos de los gobernadores
provinciales por él nombrados se alinearían en contra del gobierno. El
caso más conocido es el del coronel Manuel González, jefe militar y
gobernador del Socorro, uno de los santanderistas más intransigentes.
También el gobernador de Antioquia, Francisto Obregón, favoreció la
rebelión de Salvador Córdova, lo mismo que el gobernador Vezga en
Mariquita.

Por otra parte, el general Santander encabezaba la oposición


legal en el Congreso, adonde asistía diariamente para sugerirles a sus
amigos proyectos y medios para hostilizar al gobierno. Dentro de estos
enfrentamientos, fueron removidos de sus puestos públicos dos
caracterizados santanderistas, Lorenzo María Lleras y Florentino
González74. Esta remoción fue muy criticada como muestra del
sectarismo del nuevo gobierno, que se defendió acusando a los
depuestos de estar haciendo campaña electoral en contra del gobierno.
Según la oposición, González estaba entonces en Tocaima, disfrutando
de una licencia y Lleras se encontraba enfermo. Este incidente ahonda
aún más la enconada división entre las dos facciones liberales, "que
habían llegado a ser ya dos partidos enteramente opuestos"75.

Santander funda entonces el semanario La Bandera Nacional,


para defender sus ideas y atacar las del gobierno, con la colaboración
de Lleras y González. También publicó el folleto Apuntamientospara
la historia de Colombia y de la Nueva Granada, para explicar los
acontecimientos más censurados de su vida pública y atacar a Márquez.
Este folleto tuvo como respuesta 13 Cartas al ex general de división
Francisco de Paula Santander, cuyo probable autor era Francisco
Urisarri, feroz enemigo de él. Estas polémicas produjeron la aparición
de varios periódicos en pro y en contra. Para rebatir La Bandera
Nacional, se funda El Argos, redactado por los secretarios Lino de
Pombo y Juan de Dios Aranzazu, además de Rufino Cuervo, Alejandro
Vélez e Ignacio Gutiérrez Vergara76.

74 Restrepo, José Manuel. Historia déla Nueva Granada. Ilogotá: El Catolicismo. Tomo II.
p.131-133.
75 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 178-179
76 Restrepo, José Manuel. Op.cit., p. 132.
La Guerra de lo» Supremos
1U

En este ambiente tan caldeado, surge un tercer elemento de


discordia, que va a hacer oposición al gobierno, pero desde la extrema
derecha: la Sociedad Católica, derivada de los "fanáticos religioneros de
1830", que se quejaban de medidas adversas al catolicismo. Motivos
de queja eran la enseñanza de Bentham y De Tracy y las leyes para
controlar a los religiosos (prohibición de profesar a menores de 25
años, supresión de conventos con pocos religiosos, etc.)77. El jefe
ostensible era Ignacio Morales Gutiérrez, pero detrás de él se movía el
internuncio Cayetano Baluffi, muy crítico de las ideas republicanas.
Baluffi buscaba formar un cuarto partido, el de los partidarios de la
libertad de la Iglesia, que sería intransigente en materia religiosa, y
monarquista eñ política. El grupo de ultra cristianos se oponía muy
fuertemente al arzobispo Mosquera, por sus exhortaciones a la paz y
a la obediencia al gobierno78. Santander y sus amigos tratan en vano
de que el gobierno disuelva esta sociedad: luego deciden fundar la
Sociedad Democrática Republicana, para oponerse a ella. Crearon
varias sucursales en el resto del país como las de Tunja y Villa de Leiva,
con la finalidad de agitación política7980
.

Estas confrontaciones políticas se manifiestan en el Congreso de


1838, donde triunfa el grupo gobiernista en la elección de dignatarios:
Miguel Uribe Restrepo es elegido presidente del Senado, con la
vicepresidencia de José Joaquín Gori, cercano a Baluffi. Los candidatos
de la oposición para estos cargos eran Santander y Azuero, respectiva­
mente. Los dos grupos cada día se separan más y empiezan ya a
adoptar nombres diversos: los gobiernistas o ministeriales se llamaban
a sí mismos "republicanos y liberales", mientras que los opositores se
autodenominaban "patriotas y progresistas", llamando "serviles" a sus
adversarios84’.

La oposición no desperdiciaba oportunidad para atacar el nuevo


gobierno: se dijo que estaba en convivencia con el general Santacruz,
dictador de Perú y Bolivia, para establecer un régimen despótico. En
el Congreso, se lo acusó de irregularidades como la remoción del

77 Arlx)lcda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 182.


78 Pinilla, Cote, Alfonso. Del Vaticano a la Nueva Granada. La intemunciatura de Cayetano
Baluffi en Bogotá. Bogotá: Presidencia de la república, p.97-99 y 181-194.
79 Arlx)leda, Gustavo. Op.cit.. Tomo II p. 182.
80 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 192.
lié lemán IL González G.

coronel Tomás Murray de la gobernación de Vélez y su reemplazo


interino por José María Arenas, pasando por encima de la Cámara
provincial, que obviamente estaba dominada por la oposición. Los
progresistas se quejaban de supuestas tropelías de Arenas en contra de
ellos, pero según los gobiernistas había sido Murray el que había
abusado de su autoridad. Se acusaba también al gobierno de violar la
Constitución, al declarar nulo el nombramiento de José Ignacio
Valenzuela como juez letrado de hacienda del Cauca. Ninguna de estas
acusaciones prosperó en el Congreso, pero serían aducidas más tarde
como motivación para la rebelión8’.

Las posiciones encontradas de los grupos se hacen visibles a


propósito de la vicepresidencia, para la cual no hubo elecciones en
1838. Diego Fernando Gómez, liberal, pero ya no bien visto por los
progresistas, desempeñaba el cargo como presidente del Consejo de
Estado. Los progresistas empiezan a impulsar una reforma constitu­
cional para aclarar lo referente a la vicepresidencia, con la idea de elegir
a Azuero como vicepresidente y reelegir a Santander como presidente
en 1841. Para ello, se reúnen en la casa del obispo Gómez Plata,
representante por El Socorro, los progresistas más caracterizados:
Azuero, Soto, López, J. M. Obando. El candidato del gobierno y de los
republicanos era el general Caycedo*82*.

Un incidente, la designación del canónigo Ramón García de


Paredes como tesorero de la catedral de Panamá, desencadenó una
crisis en el gabinete. El secretario del Interior, Lino de Pombo, que
había sido uno de los principales colaboradores de Santander, respon­
dió a Arosemena que había consenso unánime en el Consejo de
gobierno sobre el nombramiento. Esto fue desmentido por el senador
socorrano padre Juan Nepomuceno Azuero, que contó que López, que
era el secretario de guerra, le había dicho no tener noticia sobre el
nombramiento que era Secretario de Guerra. Pombo debe renunciar,
por faltar a la verdad en el Senado, y es reemplazado por el general
Pedro Alcántara Herrán. Herrán, boliviano destituido de la secretaría

81 Aríxileda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 195-196.


82 Arboleda. Gustavo. Op.cit, Tomo II p. 198.
83 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I. p.138.
Ll (¡LK’TTJ (tu los SufyvnMJS
J_L?

de la legación en Roma por la restauración de 1831, era hombre


querido por todos por su espíritu conciliador, tolerante y ecuánime.
Se había reconciliado con la opinión dominante y había sido enviado
por Santander en misión a Panamá. Su nombramiento fue elogiado por
La Bandera Nacional, que consideraba que Herrán no se empeñaría,
como Pombo, en imponer determinadas ideas sino en gobernar84.

Pocos días después, López también renuncia al recordar mejor


los hechos mencionados, que lo llevan a confesar que su desmentido
a Pombo había sido efecto de una distracción. Es reemplazado en la
Secretaría de Guerra por el general Tomás Cipriano de Mosquera, con
gran descontento de los progresistas. Con el retiro de López, perdían
un genuino representante en el gobierno, que era ahora reemplazado
por uno de los antiguos bolivarianos que más detestaban85.

Este nombramiento señala un mayor alejamiento del progresismo


con respecto al gobierno, como se manifiesta en una carta de Obando
a Salvador Córdova, fechada en Popayán el 18 de octubre de 1838:
"Márquez se ha entregado a las intrigas de Tomás Mosquera, que no verá
la hora de vengarse de un modo vil e infame. Si Márquez sigue así, va
a concluir su período dejando al país en completa anarquía y en abierta
guerra". Mosquera "hace y deshace del ejército, de las elecciones".
Obando compara esta persecución que se hace en plena paz, con su
conducta en 1831: "Me lleno de orgullo y consuelo por haber sido
moderado aún teniendo en mis manos la venganza con la ley de medidas
que puso la Convención para que yo la’ejecutase". Y termina con
palabras casi premonitorias: "Yo no veo sino pólvora regada sobre la
República; y todos debemos empeñamos en recogerla antes que una
chispa la incendie"86.

La chispa: la Guerra de los Conventillos

Esta chispa iba a saltar en el sitio y ocasión menos esperados, con


la supresión de los conventos menores de Pasto, propuesta el 16 de

84 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 203.


85 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 209.
86 Ibid. nota 2.
III kCmán IL González G.

abril de 1839 por el barbacoano Ramón María Orejuela, representante


por Pasto. Se nombró a los representantes Andrés Auza, por Bogotá,
y el padre Juan Santacruz, por Pasto, para que ayudasen a Orejuela a
redactar el proyecto. Tanto el obispo de Popayán, Jiménez de Enciso,
como el superior de los filipenses, Francisco María de la Villota, habían
pedido antes la supresión de esos conventos de frailes ecuatorianos,
a los que criticaban por su mala reputación.

En la discusión del proyecto, Santander le preguntó a José Rafael


Mosquera si los pastusos no se alarmarían, pero Mosquera opinó que
no había peligro si el asunto era propuesto por el obispo y por Villota,
que tenían gran ascendiente sobre la población. El proyecto fue
aprobado fácilmente: en virtud de él, fueron suprimidos el 5 de junio
los conventos de La Merced, Santo Domingo, San Francisco y San
Agustín de Pasto. La mitad de sus bienes fue destinada a las misiones
de Mocoa y el resto a los establecimientos docentes de la provincia.

Por otra parte, varios santanderistas, disgustados por varios


sermones pronunciados en la capital, habían propuesto que el gobier­
no se reservara la facultad de dar licencias para predicar y confesar. El
proyecto fue rechazado por la mayoría, pero la falsa noticia de su
aprobación llega a Pasto juntamente con la de los conventos suprimi­
dos87.

Los frailes afectados planean oponerse a la supresión, juntamen­


te con ei comandante Antonio Mariano Alvarez, Fidel Torres, Estanislao
y Tomás España, personajes de prestigio en la región y ciudad de Pasto,
todos muy adictos a Obando. Entre todos logran convencer al sencillo
padre Villota para que se ponga al frente de la resistencia organizada
por ellos. Villota, a caballo, con el estandarte de San Francisco de Asís,
encabeza una multitud de 500 personas, "a quienes concitaba a la
defensa de la religión, que se creía atacada por el Congreso Nacional”88.
El 3 de julio de 1839, las autoridades de Pasto se ven obligadas
a aceptar los requerimientos del comandante Alvarez y del padre
Villota: no publicarían el decreto hasta el siguiente año, cuando se

87 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p.218-219.


88 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 228.
Li Guerra de lu* Supremo* 119

presentaría una solicitud del pueblo de Pasto para su revocatoria; se


observaría la religión católica sin modificaciones; Alvarez seguiría
instruyendo las milicias89*.
En Bogotá, los santanderistas se indignan contra los fanáticos de
Pasto y apoyan al gobierno, mientras que los de la Sociedad Católica
aplauden a los pastusos, a pesar de que una circular del arzobispo
aclaraba que no se justificaban actos violentos bajo pretextos religiosos.
Márquez desaprueba las transacciones del gobernador de Pasto y envía
al general Herrán a restablecer la ley, si el gobernador no lo lograba.
Por su parte, el obispo de Popayán envía un mensaje a los pastusos,
explicándoles las razones para la supresión de los conventos, las
ventajas que de allí se reportaban para el catolicismo y las inversiones
que se harían con sus fondos9”.

Obando estaba convencido de que se le confiaría la misión del


restablecimiento del orden, dado su influjo en la región, pero el
gobierno desconfiaba de él, porque había rumores (infundados, según
Posada) de que conspiraba9’. El gobernador de Pasto había informado
en ese sentido al gobierno central, que respondió que se lo debía
vigilar, pero sin proceder contra él sino cuando hubiera pruebas.
Consultado por Herrán, Obando respondió que la rebelión podría
tomar un mal cariz, si no se la manejaba con discreción. El hecho de
que los jefes de la rebelión fueran tan allegados a Obando convenció
a muchos de que era el instigador de ella.

Los enviados del obispo debían anticiparse para ofrecer el


indulto si la población se sometía. El mismo Herrán se adelanta a sus
tropas, para enterarse personalmente de la situación y conseguir así
la paz sin derramamiento de sangre. Pero la guerra de rumores
perjudica su gestión: ante los rumores de que estaba autorizado para
conceder todas las exigencias de los pastusos, se ve obligado a
desengañarlos. Cuando las negociaciones estaban bastante adelanta­
das para lograr la pacificación, se corre la voz de que iba a mandar al
presidio de Cartagena a todos los comprometidos. Esto amotina a la

89 Bastidas llrresty. Edgar. Las guerras de Pasto. Pasto: Testimonio, 1979- p.150-151.
90 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p.229-230.
91 Pasada Gutiérrez, Joaquín. Op.cit.. Tomo II. p.10-12.
lemán li. González G.
120

población y Herrén debe escaparse para reunirse con sus tropas. En


el camino, es alcanzado por una comisión de pastusos para negociar
la paz pero dos oficiales anuncian que entre tanto Pasto iba a proclamar
la federación y que las tropas de Alvarez se dirigían a ocupar la línea
del Juanambú. Las tropas de Herrén se les adelantan, tomándolos por
sorpresa, y ocupan a Buesaco. Allí las tropas de Herrén derrotaron el
30 de agosto a los pastusos, que sufrieron gran número de bajas92. En
la batalla, varios religiosos absolvían y bendecían a los rebeldes,
exhortándoles a aniquilar las tropas del gobierno, prometiéndoles a
cambio la vida eterna. El parte oficial de Herrén señalaba el carácter
religioso que daban los pastusos a la guerra: "Mil vivas a la religión
exaltaban a la turba ignorante y la encendían en un fuego feroz y
salvaje"9394
.

Este triunfo le permite a Herrén entrar a Pasto el 1 de septiembre.


Al día siguiente proclamó un indulto a los que depusiesen las armas y
también se proclamó solemnemente el decreto de supresión de los
conventos menores. La magnanimidad y prudencia del vencedor
hicieron renacer la confianza entre los pastusos: parecía reinar ya la
tranquilidad. Pero, sostiene José Manuel Restrepo, "ambiciosos ocultos
soplaban el fuego de la discordia bajo la capa de establecer la
federación", que pocos entendían, pero era entonces "la bandera de los
revoltosos y la voz mágica era alucinar a las masas ignorantes"'*.

Obando en la guerra.

En los mismos días, se presentó Obando en Bogotá para que no


lo siguieran considerando comprometido con la revuelta: se sentía
molesto porque las autoridades de Popayán lo vigilaban, pues sospe­
chaban que tenía parte en los hechos. Se entrevistó con sus coparti-
darios pintándoles con pésimos colores la situación de Pasto. En
Tocaima habló con el general Santander para hacerle ver las ventajas

92 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 23< >-¿33-


93 Posaaa. Gutiérrez, Joaquín. Op.cit.. Tomo III, p. 27.
94 Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva Granada. liogotá: El Catolicismo. 1963- Tomo
II. p.150.
La Guerra de los Supremos
lil

que podrían derivar los progresistas de la situación. Santander volvió


a reprobar la actitud de los pastusos y aplaudió la del gobierno, pero,
pocos días después, él y sus amigos empezaron a criticar el manejo que
el gobierno daba a la sublevación9596. El 19 de noviembre, Obando se
enfrentó en duelo a pistola con el general Mosquera, por las versiones
desfavorables que el segundo supuestamente propalaba en contra
suya. Antes, Obando y Mosquera habían llegado a ser amigos, después
de la dictadura de Urdaneta*.

Entre tanto, la situación en el sur no era tan favorable para


Herrén, pues las guerrillas de Juan Andrés Noguera y Estanislao España
se organizaban en las montañas de Berruecos e impedían la comuni­
cación entre Popayán y Pasto. Estas guerrillas proclaman la causa
española, vitoreando al difunto Fernando VII, con el auxilio de los
frailes de los conventos suprimidos, ahora asilados en el Ecuador, y de
algunos vecinos de Popayán y Almaguer97.

Noguera era un negro liberto, que habitaba en la montaña de la


Erre, cerca a Berruecos, entre los ríos Mayo y Juanambú. Desde finales
de la colonia y primeros años de la república, asociado con el
guerrillero español José Erazo, robaba y asesinaba a los viajeros de la
región. Había sido parte de la guerrilla realista, pero estaba dedicado
desde 1826 a las labores del campo "en la montaña donde tenía su
habitación". Se lanzó nuevamente a la guerra con los España, en
cercanías de La Laguna, logrando reclutar hasta 300 hombres, "cubier­
tos con los bosques y desfiladeros de la cordillera". Su tipo de acción
guerrillera prolongaba la guerra casi indefinidamente, con una serie de
escaramuzas y enfrentamientos menores, que no producían nunca
resultados definitivos pero que hostigaban permanentemente a las
tropas gubernamentales98.

Por su parte, Erazo aparentaba ser ahora partidario del gobierno,


pero por debajo de cuerda patrocinaba la guerrilla de Noguera, para
proteger así la religión. Una correspondencia entre Erazo y Noguera

95 Arboleda, Gustavo Op.cit., Tomo II p. 233


96 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 241.
97 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.156-157.
98 Restrepo, José Manuel Op.cit., Tomo II p.151-152.
l emán lí. González G.
122.

fue interceptada, por ella se dio orden de apresar a Erazo por traición.
Según cuenta Restrepo, Erazo pensó que se lo apresaba por el asesinato
de Sucre, del cual se declaró inocente: todavía conservaba las órdenes
escritas que le había llevado el coronel Apolinar Morillo, de parte del
general Obando y del comandante Antonio Mariano Alvarez. Esto
reactivó el caso, dando un nuevo carácter a la guerra civil: el juez
vinculó al proceso a Alvarez, Fidel Torres, Morillo, Obando y Juan
Gregorio Sarria. En Cali fue detenido el coronel Apolinar Morillo, cuya
confesión inicial confirmaba las afirmaciones de Erazo".

Morillo sería fusilado tiempo después, ya finalizada la guerra, el


30 de noviembre de 1842;,<K) en marzo de 1841, Morillo denunció, en
carta al jefe político de Cali (cuando estaba en poder de los rebeldes),
las presiones de que había sido objeto por parte de varios jefes para que
implicara a Obando en el crimen. Además, proclamaba su inocencia
y la de Obando. Morillo ratificó esta retractación ante el juez de
hacienda de Popayán, siendo todavía prisionero de los rebeldes.
Rescatado en La Chanca por las tropas del gobierno, fue enviado a
Bogotá con todo el proceso; fue sentenciado el 18 de agosto, con
Obando como autor principal. El vicepresidente Caycedo era partida­
rio de conmutarle la pena porque su vida sería el mejor testimonio de
la rectitud del gobierno y de la justicia de los tribunales, porque se decía
que Morillo había sido sobornado para manchar la reputación de
Obando y ejercer venganzas contra él. Pero Ospina Rodríguez,
secretario del Interior y de Relaciones Exteriores, Ignacio Gutiérrez
Vergara, secretario encargado de Hacienda, y el general José Acevedo
Tejada, secretario de Guerra y Marina, se opusieron a la conmutación.

El presidente Herrán, contra su costumbre, se negó a conmutar


la pena por la gravedad del delito, que permanecía impune; esta
impunidad se agravaba porque se había tenido que indultar a Sarria,
por las necesidades de la guerra. El día de la ejecución, circuló
profusamente una hoja, suscrita por Morillo, donde se volvía a confesar
victimario de Sucre por instigaciones de Obando. Esta declaración dio

Resuepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.152-155.


100 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.348.
La Güero de los Supremos
12J

que podrían derivar los progresistas de la situación. Santander volvió


a reprobar la actitud de los pastusos y aplaudió la del gobierno, pero,
pocos días después, él y sus amigos empezaron a criticar el manejo que
el gobierno daba a la sublevación95. El 19 de noviembre, Obando se
enfrentó en duelo a pistola con el general Mosquera, por las versiones
desfavorables que el segundo supuestamente propalaba en contra
suya. Antes, Obando y Mosquera habían llegado a ser amigos, después
de la dictadura de Urdaneta96.

Entre tanto, la situación en el sur no era tan favorable para


Herrán, pues las guerrillas de Juan Andrés Noguera y Estanislao España
se organizaban en las montañas de Berruecos e impedían la comuni­
cación entre Popayán y Pasto. Estas guerrillas proclaman la causa
española, vitoreando al difunto Fernando VII, con el auxilio de los
frailes de los conventos suprimidos, ahora asilados en el Ecuador, y de
algunos vecinos de Popayán y Almaguer97.

Noguera era un negro liberto, que habitaba en la montaña de la


Erre, cerca a Berruecos, entre los ríos Mayo y Juanambú. Desde finales
de la colonia y primeros años de la república, asociado con el
guerrillero español José Erazo, robaba y asesinaba a los viajeros de la
región. Había sido parte de la guerrilla realista, pero estaba dedicado
desde 1826 a las labores del campo "en la montaña donde tenía su
habitación". Se lanzó nuevamente a la guerra con los España, en
cercanías de La Laguna, logrando reclutar hasta 300 hombres, "cubier­
tos con los bosques y desfiladeros de la cordillera". Su tipo de acción
guerrillera prolongaba la guerra casi indéfinidamente, con una serie de
escaramuzas y enfrentamientos menores, que no producían nunca
resultados definitivos pero que hostigaban permanentemente a las
tropas gubernamentales98.

Por su parte, Erazo aparentaba ser ahora partidario del gobierno,


pero por debajo de cuerda patrocinaba la guerrilla de Noguera, para
proteger así la religión. Una correspondencia entre Erazo y Noguera

95 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 233.


96 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 241.
97 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.156-157.
98 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.151-152.
Fernán IL González G.
121

fue interceptada, por ella se dio orden de apresar a Erazo por traición.
Según cuenta Restrepo, Erazo pensó que se lo apresaba por el asesinato
de Sucre, del cual se declaró inocente: todavía conservaba las órdenes
escritas que le había llevado el coronel Apolinar MoriMo, de parte del
general Obando y del comandante Antonio Mariano Alvarez. Esto
reactivó el caso, dando un nuevo carácter a la guerra civil: el juez
vinculó al proceso a Alvarez, Fidel Torres, Morillo, Obando y Juan
Gregorio Sarria. En Cali fue detenido el coronel Apolinar Morillo, cuya
confesión inicial confirmaba las afirmaciones de Erazo".

Morillo sería fusilado tiempo después, ya finalizada la guerra, el


30 de noviembre de 1842;,,K) en marzo de 1841, Morillo denunció, en
carta al jefe político de Cali (cuando estaba en poder de los rebeldes),
las presiones de que había sido objeto por parte de varios jefes para que
implicara a Obando en el crimen. Además, proclamaba su inocencia
y la de Obando. Morillo ratificó esta retractación ante el juez de
hacienda de Popayán, siendo todavía prisionero de los rebeldes.
Rescatado en La Chanca por las tropas del gobierno, fue enviado a
Bogotá con todo el proceso; fue sentenciado el 18 de agosto, con
Obando como autor principal. El vicepresidente Caycedo era partida­
rio de conmutarle la pena porque su vida sería el mejor testimonio de
la rectitud del gobierno y de la justicia de los tribunales, porque se decía
que Morillo había sido sobornado para manchar la reputación de
Obando y ejercer venganzas contra él. Pero Ospina Rodríguez,
secretario del Interior y de Relaciones Exteriores, Ignacio Gutiérrez
Vergara, secretario encargado de Hacienda, y el general José Acevedo
Tejada, secretario de Guerra y Marina, se opusieron a la conmutación.

El presidente Herrán, contra su costumbre, se negó a conmutar


la pena por la gravedad del delito, que permanecía impune; esta
impunidad se agravaba porque se había tenido que indultar a Sarria,
por las necesidades de la guerra. El día de la ejecución, circuló
profusamente una hoja, suscrita por Morillo, donde se volvía a confesar
victimario de Sucre por instigaciones de Obando. Esta declaración dio

99 Resirepo, José Manuel. Op.cit., Tomo 11 p.152-155.


100 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p.348.
Lu Gucm de los Supremcs
w

motivo para no considerar satisfactoria la actitud del presidente y de sus


secretarios. Se dijo entonces, y el presbítero Pascual Afanador lo reite­
raría en el Senado, seis años después, que esta declaración había sido
arrancada a Morillo con la oferta de la vida, y que, después de firmada,
se había querido eliminar al reo para que no quedaran pruebas del
cohecho’01.

Según Restrepo, el gobierno en Bogotá recibió las noticias sobre


Erazo y Morillo con mucho disgusto, considerándolas como "un aciago
suceso, que iba a complicar los negocios del sur, y a producir muchos
males en la República". Incluso habría impedido la reapertura de la cau­
sa contra Obando, pero no podía intervenir en la rama judicial. Herrán
mismo participaba de este sentir101
102103
104
.

El 17 de diciembre Obando se presentó voluntariamente al


tribunal de Popayán para aclarar su situación y el juez lo remitió a Pasto.
Obando, en sus Apuntamientos para la historia"'* señalaría que el juez
era incompetente y sobrino de su enemigo Tomás Cipriano de
Mosquera, y que varios amigos lo habían prevenido de los planes que
existían para asesinarlo en el camino. En Mercedes se detuvieron, por­
que Obando alegaba que las guerrillas entre Popayán y Pasto hacían
peligrar su vida. Desde allí se dirigió al Ejecutivo pidiendo ser juzgado
como militar, en un consejo de guerra en Bogotá, pues en Pasto no
había personal suficiente para ello. Por esos motivos, se regresa a su
hacienda de Piedras, a tres leguas de Popayán, sobre el valle del Patía.
Tanto el Secretario del Interior, como Herrán, respondieron prome­
tiéndole toda suerte de garantías’**.

La insurrección en el sur
El año 1840 comenzó con malos augurios: el 21 de enero se
sublevó en TimbíO, tres leguas ai sur de Popayán, Gregorio Sarria, en
nombre de la religión y de Obando. El 26 de enero se puso el mismo

101 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo III p. 139-142.


102 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo I p.154-155.
103 Obando, José María. Apuntamientos para la historia. Medellín: bedout. 1972. p. 304-306.
104 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo 11 p. 233-
Fernán IL González G.
121

Obando a la cabeza de la sublevación, secundada por el comandante


Pedro Antonio López y otros guerrilleros de la región, contactados
desde su hacienda. Sarria engrosó sus efectivos en las parroquias de
Timbío, Tambo, Piagua y Zarzal, llegando a reunin400 hombres. Con
ellos se presentó Obando, el día 26, en los ejidos de Popayán11*.

Con el levantamiento de Timbío casi coincidió el de Vélez, lide­


rado por el progresista padre Rafael María Vásquez, José Azuero y
Cosme Olarte, que tuvo lugar el 28 de diciembre de 1839- El
movimiento estaba respaldado por vecinos armados de Puente Nacio­
nal, Guavatá, Chipatá y Valle de Jesús. Nicolás Escobar, gobernador
interino en reemplazo de Arenas, que había sido depuesto por quejas
contra su administración, hizo causa común con la revuelta, lo mismo
que el juez letrado de la provincia, Francisco de Pauta Vargas y el
coronel Vicente Vanegas. Pero la rebelión fue sometida por el gober­
nador encargado, sargento mayor Alfonso Acevedo Tejada, con la
ayuda del gobernador del Socorro, coronel Manuel González. El go­
bierno nacional indultó a los comprometidos y la provincia quedó en
paz, a fines de febrero105
106.

Entretanto, en el sur, Herrán envió a los sargentos mayores


Francisco de Pauta Uscátegui y Domingo Gaitán y al capitán Francisco
de Pauta Diago, a auxiliar a Popayán. Estos jefes, en actitud calificada
como traición, se dejaron apresar por Obando. La tropa fue rodeada
y luego dispersada, excepto tres soldados que se pasaron al bando
rebelde. Obando trató de engrosar sus tropas, pero ni la gente del Patía
ni la del Valle del Cauca se le unieron como él esperaba. Después de
varios intentos de negociación, Obando resolvió entregarse el 21 de
febrero, para responder ante los tribunales por el asesinato de Sucre.
Algunos de los seguidores de Obando suspendieron hostilidades, pero
conservando tas armas. Herrón les ofreció indulto y muchos se
sometieron, a fines de marzo.

Ante su enemigo, el fiscal Juan Masutier, Obando se refirió a tas


declaraciones de Erazo y Morillo, aclarando que entonces Morillo no

105 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p.154-155.


106 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p 249-251.
La Guerra de kw Su|wviimik 123

era subordinado suyo, por lo cual no podía haberle dado órdenes.


Además, el teniente coronel Alvarez, que estaba supuestamente
presente cuando Obando le entregó la orden a Erazo, estaba entonces
ausente de Pasto. Señaló Obando que la supuesta carta autógrafa había
sido escrita en otro contexto y ocasión y que había testigos que
podrían probar que él estaba en otro sitio en el momento en que
supuestamente redactaba la orden del asesinato. Mostraba, además,
varias contradicciones en los testimonios y desvirtuaba la credibilidad
de Morillo como testigo1**.
En las sesiones del Congreso de 1840, la discusión se centraba en
las medidas tomadas por el gobierno respecto a la rebelión del sur. La
oposición consideraba que la presencia del general Mosquera en el
gabinete de entonces era contraria a la paz, pues se le consideraba el
inspirador de la política represiva del gobierno107
109110
108. Ante el anuncio de
111
que Mosquera iba a ser enviado al sur, Obando le comentó a Herrán
que esta providencia bastaría para alterar de nuevo la quietud pública:
desde que Mosquera ingresó a la administración Márquez, "ha sido
el incendio de la discordia y el fallo de guerra a muerte del gobierno
contra la república". Según Obando, la caída de los ingresos de
la familia Mosquera ha hecho que este general se haya propuesto
"hacer de su familia una oligarquía que domine y absorba toda la
república"”0.

En la discusión sobre la amnistía para los rebeldes, se reactivaron,


por parte del coronel Eusebio Borrero, las acusaciones contra Santander
por las muertes de París y Sardá. Borrero se había hecho cargo de la
secretaría del Interior y de Relaciones Exteriores. Al día siguiente, con­
currió Santander al Congreso para la defensa de su actuación. A los
pocos días de esta sesión, enfermó gravemente y murió el 6 de mayo
de 1840. Se temía que su muerte tuviera consecuencias políticas para
el grupo liderado por él, pues se pensaba que se lanzaría a la rebelión
abierta en todo el país al desaparecer su jefe, opuesto a las vías de
hecho1”.

107 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 252-253-


108 Obando. José María. Op.cit., p. 314-315, 352-361.
109 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 258-259
110 Obando, José María. Op.cit.. p. 396-398. especialmente p.397.
111 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo TI p. 259-264.280.
121 lemán I- González G.

En el sur, como los guerrilleros de Timbío se mantenían en


armas, el gobernador de Popayán, Manuel José Castrillón, pidió al
Ejecutivo un jefe para la pacificación de ese cantón. Fue enviado
entonces Tomás Cipriano Mosquera como segundo jefe e intendente
del ejército del sur. Mosquera llegó a Popayán el 14 de abril, donde
se dedicó a organizar dos nuevos batallones y los cuerpos de la guardia
nacional. Ejecutó varias operaciones contra rebeldes e interceptó una
correspondencia para Obando, proveniente de Sarria, de la cual se
seguía que pronto se iban a reanudar las hostilidades. Luego se dirigió
Mosquera a Pasto, con un refuerzo de 800 hombres112.

Por su parte, Herrán no tardó en observar síntomas de revolución


entre los que se habían acogido al indulto: Noguera y España reunían
gente en San Pablo, cerca de Berruecos, para atacar las tropas que
regresaban a Popayán. Noguera se sitúa en las montañas de La Laguna,
al oriente de Pasto. Pero Herrán se vale del influjo de Obando y Sarria
para impedir que Pedro Antonio López, que se había vuelto a levantar
en Timbío, se les uniera113.
Pero el indulto de Los Arboles fue solo una corta tregua, porque
Obando se fugó la noche del 5 de julio, pretextando que había planes
para asesinarlo. Obando se situó en Chaguarbamba, donde reunió a
unos 100 hombres, en varias guerrillas, una de ellas la de Noguera.
Sarria fue enviado a formar una guerrilla entre La Horqueta y
Popayán114. Desde Chaguarbamba, dirige Obando una proclama, que
según Restrepo, pudo serle atribuida. En ella se proclamaba Obando
"Supremo director de la guerra, general en jefe del ejército del ejército
restaurador y protector de la religión del Crucificado". Se declara per­
seguido "por un gobierno impopular" y un "general conocido por sus
crueldades en Pasto".

Herrán y Mosquera deciden aceptar ayuda militar de parte de


Flores, y de sus tropas ecuatorianas, en parte para evitar que éste
apoyara a los rebeldes y que los rebeldes levantaran la bandera de la
anexión al Ecuador. Por su parte, Flores quería anexarse el cantón de
Túquerres, que, al parecer, Herrán estaba dispuesto a cederle. Flores

112 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 272.


113 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 169.
La Guerra de Icb Supremos
12?

ofreció ayudar con 1100 soldados ecuatorianos y además, intrigó para


separar a Noguera de Obando, que hizo fusilar al guerrillero junto con
dos sobrinos. Por ello, se separaron de Obando los indios de La
Laguna. También logró que desertara el coronel rebelde Ramón Díaz
con sus hombres. Las tropas de Herrán, Flores y Mosquera, después
de varias viscisitudes, derrotan a Obando en los bosques de
Huilquipamba, cerca de La Laguna, el 19 de septiembre. Los rebeldes
tuvieron muchas bajas y cayeron prisioneros varios de sus jefes, entre
ellos Alvarez. Con la noticia de la derrota de Obando, los rebeldes de
Chaguarbamba también se dispersaron, lo mismo que las guerrillas de
los bosques. Obando fue tenido por muerto, pero logró ocultarse en
una cueva y escapar luego, escondido por amigos de Pasto y Popayán.
Con esto se dio por concluida la insurrección en el sur1*6.

La guerra en el centro-oriente del país

Entre tanto, desde finales de agosto, la situación del gobierno


central venía haciéndose cada vez más crítica: la oposición era violenta,
a través de sus periódicos El Correo, redactado por Francisco Soto y
Manuel Murillo Toro, y El Latigazo, escrito por Manuel Azuero. Según
Restrepo, estos dos periódicos no disimulaban su objeto: "Hacer una
revolución en toda la República, a fin de que mandara el Partido
Liberal". Esta decisión se reforzó con los resultados de las elecciones
presidenciales, en que habían resultado casi empatados Herrén y
Azuero, pero con una clara mayoría del gobierno en el Congreso, que
impediría a la oposición el acceso al poder por la vía legal. Además,
era clara la debilidad militar del gobierno en el centro del país, porque
la mayor parte del ejército se concentraba en el sur’17.

En este debate electoral, se prefigura ya la coalición de casi todos


los grupos que v$n a configurar luego el partido ministerial: en Bogotá,
tierra natal de Herrén, lo respaldan todos los gobiernistas o ministe-*

114 Obando, José María. Op.cit., p. 41K-422.


115 Restrepo, José Manuel. Op.cit., p. 174.
116 Arboleda, Gustavo. Op.cit., p. 277-279.283-285.
117 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 179.
1M. Fcmfc» E. GonaUcs G.

nales, los miembros de la Sociedad Católica, los empleados públicos,


los militares y los antiguos bolivarianos. Como muestra Arboleda”8, los
herranistas eran "los antiguos liberales que, aterrados con la revuelta,
deseaban a todo trance el predominio del orden legal, y los ciudadanos
de diversos matices políticos que anhelaban un franco apoyo de los
poderes públicos a la religión católica".

Otros gobiernistas resolvieron dividir votos apoyando al coronel


Eusebio Borrero, para tener más votos en el Congreso, donde se
perfeccionaría la elección. La oposición aparece también dividida,
porque varios de los progresistas más radicales, como Ezequiel Rojas
y Manuel Murillo Toro, apoyaban a Obando contra Azuero. De los
1.624 votos de las asambleas cantonales, Azuero obtuvo 596, Herrán
579, Borrero 377 y el resto se divide entre candidatos menores. Herrán
triunfó en Bogotá, Tunja, Mariquita, Pasto y Popayán, mientras Azuero
se impuso en Cartagena, Mompós, Santa Marta, Riohacha, Panamá,
Veraguas, Casanare, Pamplona y Socorro. Por su parte, Borrero ganó
en las provincias del Cauca y Buenaventura, Chocó, Neiva, Antioquia
y Vélez118
119.

La rebelión se extiende ahora al centrooriente del país. A


mediados de junio se sublevan nuevamente los progresistas de Vélez,
pero son derrotados por el gobernador Acevedo. El 18 de septiembre
se rebela Tunja, en connivencia con refugiados provenientes de Vélez.
El 17 se había pronunciado en Sogamoso el coronel Juan José Reyes
Patria, borrado de la lista militar, que entra a Tunja el 18. Nicolás
Escobar asumió la gobernación que dejaron abandonada las autorida­
des regionales y los amigos del gobierno. Pero el 23 llega un piquete
de húsares enviado por el gobierno de Bogotá, al mando del coronel
Juan José Neira, que hace que Reyes Patria y su gente evacúen la plaza.
Neira los persigue y dispersa en Paipa. Con esto se creyó establecida
la normalidad en la provincia de Tunja: fue nombrado gobernador el
general Francisco de Paula Vélez, en vez de Manuel de la Motta, a quien
el gobierno consideraba responsable de la toma de la ciudad120.

118 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo !! p. 279-280.


119 Bushnell, David. “Elecciones presidenciales colombianas 1825-1856". En: IJmitia, Miguel,
Anubla, Mario. Compendio de estadísticas históricas de Colombia. Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 1970.
120 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 281-282.
La Guerra ck los Supremos
22?

Pero el problema apenas comenzaba. El 21 se sublevó el


gobernador del Socorro, coronel Manuel González, que declaró
Estado federal el territorio bajo su nombre, junto con las provincias de
Pamplona, Casanare, Tunja y Vélez. Poco después se levantaron Pam­
plona, Casanare y Cúcuta. Miguel Larrota asumió la gobernación de
Pamplona: José Antonio Salas dominaba los valles de Cúcuta y los
coroneles Mariano Acero y Juan José Molina encabezaban la rebelión
en los Llanos121.

Los coroneles Manuel María Franco y Acevedo Tejada avanzaron,


con 400 hombres, en dirección al Socorro: Reyes Patria huye y se reúne
con González. Las tropas de González y Reyes Patria derrotan a las
tropas del gobierno en La Polonia, el 29 de septiembre. Fueron hechos
prisioneros Franco, Acevedo, el capitán José Antonio de Plaza, entre
otros muchos. Reyes Patria pudo entonces apoderarse de Tunja y de
toda su provincia, exceptuando los cantones de Tenza y Garagoa, que
permanecen fieles al gobierno. Con los recursos de la provincia,
González avanza con 1800 hombres contra la capital, que había
quedado desprovista de fuerzas veteranas122.
En Bogotá, 7 de octubre, al saberse la derrota, se reunió el
Consejo de Estado: se resolvió que Márquez se retiraría de la presiden­
cia y quedaría el vicepresidente Caycedo encargado del poder; se
cambiaría el gabinete por personas que despertaran menores resisten­
cias entre los sublevados y se enviarían comisiones de paz al Socorro.
Pero Caycedo se resistía a asumir el poder. El caos total se produjo con
una circular de Lino de Pombo, secretario del Interior, dirigida a los
gobernadores, donde confesaba la total impotencia del gobierno para
reducir a los sublevados a la obediencia y pedía que cada gobernador
hiciera lo que pudiera para conservar el régimen legal y la tranquilidad
pública en su respectiva provincia. Los secretarios Pombo y Aranzazu
presentaron sus renuncias al vicepresidente, por considerar indecorosa
la política de conciliación con los rebeldes. El otro secretario era el de
Guerra, general José María Ortega, que también presentó renuncia
pero siguió en el cargo algún tiempo, a petición de Caycedo, que quería
asegurar alguna continuidad.

121 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo I p.181-182.


122 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo III p. 183-184.
130 Fernán I*. González G.

El pánico se apoderó de la capital: se envió una comisión de paz,


compuesta por el gobiernista Juan Clímaco Ordóñez y el liberal Miguel
Saturnino Uribe, oriundos del noreste. Esto envalentonó a los rebel­
des, que entraron en la provincia de Bogotá el 20 de octubre. González
propuso como bases de arreglo que se respetara la independencia del
Socorro, que se detuvieran las tropas del sur, que debían ser coman­
dadas por "jefes de la confianza de los pueblos", como José Hilario
López, José María Obando, Salvador Córdova, José María Vezga y otros.
También pedía que se entregaran a los oposicionistas el gabinete
ministerial, las gobernaciones, las jefaturas militares y los mandos del
ejército. Además, exigía la convocatoria de una convención que
reconstruyera al país "según las exigencias y necesidades de los
pueblos"123.

El vicepresidente Caycedo envió al comandante Acosta a buscar


ayuda a la Costa Atlántica, pero ésta también se había sublevado. La
única defensa del gobierno residía en el ejército del sur, que se puso
en marcha hacia el norte, bajo el mando directo de Herrán y Mosquera,
con él auxilio de tropas ecuatorianas suministradas por Flores124.
Entre tanto, González ocupaba Zipaquirá el 27 de octubre, pero
se detuvo allí, sin atacar inmediatamente, dedicándose a la preparación
de las celebraciones por su triunfo, que se consideraba seguro e
inminente. Como capellán venía el famoso padre Vásquez y como
secretario Manuel Murillo Toro, que redactaba las notas y documentos
oficiales. Pero Murillo se negó a firmar la nota de intimación al
gobierno, por considerarla exagerada. Finalmente, avanzó sobre la
capital el grueso del ejército rebelde, al mando de Reyes Patria, que
tenía como segundos a Juan Antonio Samper y Domingo Gaitán.
González se quedó atrás con la reserva; desde Chía envió una nota a
Caycedo, amenazándolo con entregar la ciudad al saqueo de los
llaneros venezolanos del coronel José Francisco Farfán, si no se rendía.
El desconcierto era general en el gobierno de la capital: uno de
los pocos funcionarios que daba muestras de energía era el jefe político
Andrés Aguilar, que sugirió a Caycedo que llamara a Juan José Neira

123 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 290-294.


124 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 295.
La Guerra de lo» Supremo» 121

a hacerse cargo de la defensa. Reuniendo los pocos elementos que


había y las fuerzas disponibles que no eran tan pocas como se ha
exagerado, Neira organizó la defensa. Cien húsares, algunos soldados
retirados e inválidos, otros convalescientes, se juntaron con algunos
batallones de milicias y con una compañía de carabineros, para hacer
un total de unos 2.000 hombres, pero muy disímiles y con pocos
veteranos. El 28 de octubre, después de algunos éxitos parciales de los
rebeldes, una carga de caballería de Neira, que estaba ya mal herido,
destrozó a los rebeldes en el callejón de La Culebrera, cerca de la
hacienda Buenavista, entre Funza y Chía. Los rebeldes dejaron más de
100 muertos, entre ellos el coronel Samper, y unos 200 prisioneros.
Entre los rebeldes prisioneros se encontraba el estudiante Santos
Gutiérrez, que sería luego general y presidente de la República. El clé­
rigo Vásquez fue capturado en la huida. Pero la persecución de los
rebeldes era difícil porque caía un fuerte aguacero y González se
retiraba aprisa, evitando el combate. Además, el vicepresidente Cay-
cedo sabía que ya estaba en camino el ejército del sur y no quería
comprometer a sus tropas en un combate definitivo, pues las tropas
rebeldes, aunque desmoralizadas, las superaban en número’25.

Entre tanto, Mosquera llegó a Popayán el 2 de noviembre, donde


estaba Márquez desde el 24 de octubre. Pocos días después llegaba
Herrán, con los refuerzos ecuatorianos. El 8 de noviembre, cuando ya
contaban con 2.500 soldados bien organizados, llegó la noticia del
triunfo de Neira. Márquez resolvió adelantarse a las tropas para reasu­
mir el mando en la capital, adonde llegó el 21 de noviembre. El 9
empezó la movilización de las tropas de Herrán y Mosquera125 126.
Mientras tanto, el coronel González reorganiza y refuerza sus
tropas en Sogamoso, donde se le unen los temibles llaneros de Farfán,
y marcha nuevamente sobre la capital con 1.600 hombres, dejando
atrás, en Tunja, a la columna gobiernista que había salido en su
persecución, al mando de Joaquín París. Bogotá se hallaba bastante

125 Arlx>leda, Gustavo. Op.cit., Tomo H p. 295-302 y Restrepo, José Manuel. Diario Político y
militar, p.196-198. Crf. Barón Ortega. Julio. Vida y hazañas del caudilloJuanJosé Neira.
Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja; 19H5.
126 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 321.
132 Ifemán tí. González G.

desguarnecida, pero el temor a los llaneros hizo que toda la población,


incluyendo damas y religiosos, se vinculara a la defensa. Cuenta Res­
trepo que el arzobispo Mosquera estuvo todo el día a la cabeza de su
clero, para animar a la defensa. El prelado había’escrito, desde el 29
de febrero, una carta pastoral en defensa del gobierno legítimo y de la
observancia de la ley. Exhortó repetidamente a su clero para trabajar
en el mismo sentido, "sin descansar en sus predicaciones a fin de evitar
las desgracias que de las revueltas podían seguirse a la Iglesia".
Promovía y encabezaba rogativas públicas para que Dios libertara al
pueblo granadino "de los males de la guerra civil". Se llevó en proce­
sión la imagen de Jesús Nazareno, que se venera en el templo de San
Agustín127.
Esto traería consecuencias posteriores, porque el liberalismo iba
a considerar el arzobispo como su enemigo político: los enfrentamientos
contra él y sus aliados jesuítas tendrían como resultado funesto que la
relación con la Iglesia católica sería tomada como la frontera divisoria
entre los dos partidos tradicionales’28.
Durante estos días de intranquilidad, denominados "la gran
semana", el pueblo y los artesanos de Bogotá impusieron su dominio
a las autoridades; con la ayuda y dirección de algunas personas de
responsabilidad, como el sargento Urbano Padilla, llevaron a prisión a
los progresistas más conocidos, como Azuero, Soto, Mantilla, Florentino
González, Lleras y otros,pacifistas en su mayoría. Los gobiernistas más
radicales los aborrecían porque hacían parte de un club político de los
progresistas, que mantenía comunicación con los oposicionistas del
resto del país. En ocasiones, los detenidos fueron maltratados. Por ello,
el arzobispo y otros personajes, como Canabal, Vergara y otros,
solicitaron al gobierno que pusiera en libertad a Azuero; al menos, que
se le permitiera estar en una de las casas de ellos o refugiarse en una
legación extranjera129.

González llegó a Zipaquirá el 25 con 1.600 hombres, pero no


marcha inmediatamente sobre la capital. Al enterarse de la proximidad

127 Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva Granada, Tomo 1 p.196-197.


128 Horgan, Terrance . El Arzobispo Mosquera. Reformista y pragmático. Bogotá: Kelly, 1977
p. 94 -104.
129 Restrepo, José Manuel. Diario Político y militar. Tomo III p. 105-208.
La Guena de los Supremos 133

del ejército del sur, propuso al gobierno una comisión de paz. El


mismo día 25 retomaron de Tunja las tropas de París y el 27 por la noche
entró Herrán a Bogotá, seguido de un batallón al día siguiente. El resto
del ejército llegó con Mosquera el 5 de diciembre130.

La generalización de la guerra Antioquia

En la segunda mitad de 1840, el conflicto se hace casi general


moviéndose simultáneamente en varios frentes. En Antioquia, los go­
biernistas más caracterizados empiezan a desconfiar del gobernador
Francisco Obregón, santanderista radical, que ejercía el mando civil
desde el gobierno anterior, a partir de 1835. Obregón no era partidario
de la revuelta, pero había criticado las medidas del gobierno contra la
revuelta del sur. La desconfianza aumentaba porque Obregón estaba
ligado, por lazos de sangre y amistad, con el coronel Salvador Córdova,
del cual se le pedía desconfiar. Obregón confiaba en la palabra que
Córdova le había dado, a pesar de los rumores de reuniones subver­
sivas en las que éste supuestamente participaba. Por otra parte, se
contaba con poca fuerza veterana en Antioquia131.

El gobierno central nombró, como jefe militar de Antioquia, al


coronel Juan María Gómez, lo que fue considerado desacertado por
Obregón y sus amigos. Ante la muestra de desconfianza, Obregón
pensó en renunciar pero sus amigos lo disuadieron, pues su retiro
lanzaría inmediatamente a Córdova a la rebelión. Los gobiernistas más
exaltados se envalentonaron con el nuevo jefe y empezaron a atacar
a la oposición, al tiempo que presentaban a Córdova como impopular
e inepto para encabezar la revuelta. Esta polarización se acentuó el 15
de septiembre con la instalación de la Asamblea provincial, dominada
por los gobiernistas, opuestos al gobernador Obregón. El hermano
político de Córdova, Manuel Antonio Jaramillo, se retiró de las sesiones
tres días después y la Asamblea, cuya actitud es calificada como sectaria
por Arboleda, toma varias medidas de tinte partidista. En la doble terna
para elegir gobernador la Asamblea incluye a personajes extraños a la

13<) Restrepo, José* Manuel. Historia déla Nueva Granada, Tomo I p. 199-202.
131 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 303-306.
rcmán E. González G.
121

provincia y al coronel Gómez, que era bastante impopular. Esto se


interpretó con una maniobra para imponerlo como gobernador, lo que
generó mucho descontento.

Con el fin de tomar medidas para mantener la paz, los diputados


gobiernistas se reunieron.el 7 de octubre con sus amigos políticos,
entre ellos el alcalde de Medellín, sin anuencia del gobernador. Este
protestó y se preparó para detenerlo, lo que fue interpretado como
apoyo a los facciosos. Se dijo que en la reunión se había resuelto
detener a Córdova como conspirador. Este declaró a Obregón que se
consideraba libre de la palabra que le había dado. Obregón consultó
con el jefe militar y otros notables, que subestimaron la capacidad de
Córdova para encabezar una revuelta'32.

En la noche del 8, el coronel Córdova se hizo reconocer como


jefe en el cuartel, a donde se dirigieron luego el gobernador Obregón
y el jefe militar, cuya autoridad no fue reconocida. O bregón y Gómez
reunieron a unos pocos guardas cívicos, organizados por Gómez entre
la gbnte adicta al gobierno central, que no podían enfrentar a Córdova.
Obregón esperaba auxilio de los alcaldes de las parroquias vecinas, que
nunca llegó. En cambio, Córdova recibe apoyo de Rionegro, Barbosa
y otros sitios, lo que hace inútil la resistencia del gobierno, que capitula.
Córdova justifica su rebelión en un manifiesto al presidente Márquez
donde se queja de las exacciones, reclutamientos, intrigas electorales,
reinscripción de militares impopulares, postergaciones y remociones
injustas, de que el gobierno se hubiera dejado rodear de "godos
santuaristas", de la injusta persecución a Obando y de los disgustos que
habían ocasionado la muerte a Santander*133.

Rionegro, encabezado por los presbíteros Abad, Arengo y Castrillón,


respaldó el día 10 el levantamiento. Algunos afirmaron que el descontento
de Rionegro contra el gobierno central obedecía a la oposición del
ejecutivo central a que Rionegro formara una provincia aparte y a sus
decisiones contra Rionegro en una querella de límites entre los cantones

132 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 307-310.


133 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 310-313.
La Guerra tic los Supremo»

de Medellín y Rionegro. Además, era evidente la popularidad de Córdova


en esa localidad134.
Pero la rebelión no encontró mucho respaldo en el resto de
Antioquia: Santafé de Antioquia y Marinilla se pronunciaron a favor del
gobierno. Incluso el obispo Gómez Plata, santanderista radical, conde­
nó el levantamiento de Córdova, manifestando que siempre había
combatido a Márquez, pero la rebelión nada remediaba, sino que era
un mal incalculable; dice que no era ministerial, pero tampoco un
demagogo anarquista. Además, este mal gobierno ya tocaba a su
término: era preferible aguardar. El prelado prometía no hostilizar a
Córdova, pero no elevaría sus preces por su triunfo sino por la vuelta
a la legalidad.
Esta declaración molestó a Córdova, que esperaba que el obispo
relevara a los curas que luchaban por la restauración de la legitimidad.
El cura de Sonsón, Joaquín Restrepo, y los curas salamineños Elias
González y Marcelino Palacios en Abejorral, intentaban contrarrestar la
insurrección. Pero Córdova termina por controlar la región y sitúa un
destacamento en Nare, para cortar la comunicación con Bogotá y la
Costa Atlántica135.

La Costa Atlántica

En la Costa Atlántica, un movimiento organizado en Ciénaga por el


capitán retirado Agapito Labarcés, el 11 de octubre, inicia la rebelión a cuyo
frente se puso el general Francisco Carmona, con la bandera de la
federación. El gobernador Pedro Díaz Granados envía a someterlo al
general Santiago Marino, que se puso de acuerdo con Carmona, logrando,
ambos la adhesión de Santa Marta a la rebelión. Santa Marta se constituyó
como el estado soberano de Manzanares, con Carmona como jefe militar
y civil, hasta que éste se convirtió en jefe supremo de la Costa, cuando la
revolución se extiende a Riohacha, Mompós y Cartagena. Al principio, el
gobernador Joaquín Ujueta, en Riohacha, se opuso a la revuelta. Para
apoderarse de Cartagena, Carmona trató de crear la provincia de Cibeles,

134 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 314.


135 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 314-315.
l emán lí González G.

con los cantones de barlovento, que tendría a Barranquilla como capital.


Así, Carmona explota hábilmente las contradicciones internas entre las
poblaciones rivales de la Costa. Por su parte, el nuevo gobernador
Aquilino Alvarez, reemplazo de Díaz Granados, hace’algo semejante: se
sitúa en Chiriguaná, desplazándose en ocasiones hasta las inmediaciones
de Valledupar. Con Carmona colabora Manuel Murillo Toro como auditor
de guerra136.
En Cartagena, las contradicciones internas eran también muy
pronunciadas. La ciudad estaba dividida entre dos agrupaciones: una
llamada "Chambacú", considerada por su contraria como aristocrática,
ministerial o servil, y la del "pozo", correspondiente a la oposición
liberal o progresista. En la ciudad había mucha preocupación por la
agitación promovida por Carmona en los cantones de Barranquilla,
Soledad y Sabanalarga. Sin embargo, el gobernador Antonio Rodríguez
Torices confiaba en la fuerza pública y en sus oficiales, como Juan
Antonio Gutiérrez de Piñeres, Ramón Acevedo y José Montes. Pero en
la tarde del 18 se presentó Marino, comisionado por los rebeldes
samarios para obtener la adhesión de Cartagena. Entonces, la guarni­
ción se amotinó y proclamó a Gutiérrez de Piñeres como jefe civil y
militar. Al día siguiente, una asamblea de padres de familia resolvió
desconocer al gobierno nacional, en atención al estado convulsionado
de Santa Marta y de los cantones de Cibeles137.
El 22 de octubre se sumó Mompós a la revuelta, erigiéndose
como estado federal, con el coronel Francisco Martínez Troncoso
como jefe. La provincia de Cibeles, al mando del capitán Ramón
Antigüedad, no era bien vista por los revolucionarios de Cartagena, que
trataron de someterla a la fuerza. Pero el 22 de diciembre se firmó en
Barranquilla un acto de reincorporación a Cartagena: en él se hacía
constar el deseo de los cantones de Barlovento de formar una provincia
del Estado. Luego, Carmona trata de unificar el movimiento en la Costa,
mediante la convocación de una asamblea constituyente que debería
reunirse el 1 de abril en Mompós, que había sido obligado a aceptar
la confederación138.

136 Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva Granada, Tomo I p. 199-202.


137 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo TI p. 318-319-
138 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 319-321.
La Guerra de los Supremos
w

Después, los rebeldes de la Costa pidieron apoyo a Panamá, cuyo


gobernador Icaza se opuso inicialmente, pero las noticias de la derrota
de La Polonia, la circular de Pombo y la retirada de Márquez lo llevaron
a aceptar la separación de Bogotá y apoyar al coronel Tomás Herrera,
ex jefe militar de la provincia que había sido depuesto por el general
Mosquera. La Asamblea popular del 18 de noviembre ratificó esa de­
cisión y erigió a las provincias del istmo en estado soberano. El go­
bernador de Veraguas, Carlos Fábrega, se oponía, pero los panameños
sometieron a la fuerza a esa provincia139.

El centrooriente del país


Hubo intentos de coordinación entre los rebeldes de la Costa y
los del interior: Córdova consiguió que Cartagena lo auxiliara con
armas y pertrechos y envió tropas al Cauca, ocupando el cantón de
Supía en diciembre. Con esta ocupación, quedaron doce provincias
totalmente dominadas por los rebeldes: las de la Costa (Panamá,
Veraguas, Cartagena, Santa Marta, Riohacha, Mompós), Antioquia y las
del oriente (Tunja, Vélez, Socorro, Pamplona y Casanare). Otras cuatro
(Cauca, Pasto, Popayán y Mariquita) estaban parcialmente ocupadas
por ellos. En otras cuatro (Bogotá, Neiva, Buenaventura y Chocó)
tampoco era tan segura la dominación del gobierno y se temían
trastornos140.
Entre tanto, Herrán, con Mosquera y París, emprende la campaña
el 4 de diciembre contra González, con 3-000 soldados, 1.200 de ellos
veteranos. Ante eso, Reyes Patria evacúa Tunja el 13 y marcha hacia
Vélez. Al acercarse Herrán, diversos pueblos de Tunja y Pamplona
(Málaga, Enciso, Capitanejo, San Miguel, Carcasí) se levantan contra los.
rebeldes. González abandona Moniquirá el 6 y se dirige al Socorro. En
combinación con él, Carmona había avanzado hasta Ocaña, desde
donde le envió refuerzos. Con 1.150 hombres Carmona llega a Puente
nacional el 1 de enero de 1841.
Herrán debe dividir sus tropas para auxiliar a Bogotá, porque se
rumoraba que Mariquita iba a sublevarse. Envió al general París a

139 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 328-329.


140 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 329-330.
13» Fernán lí. González G.

Bogotá, y al capitán Miguel Urdaneta al Socorro, quedando sólo con


1.600 hombres, contra 2.000 de González. Envió al comandante Mutis
a atacarla retaguardia de González por Macaregua, e impedir la reunión
de González con Carmona14’. *
Entretanto, Mariquita se había sublevado efectivamente desde el
11 de diciembre, bajo la dirección del gobernador, coronel José María
Vezga, secundado por Manuel Murillo Toro, los comandantes Tadeo
Galindo y Pablo Duran y los sargentos mayores Domingo Esguerra y
Juan Antonio Gutiérrez. La guardia nacional de Honda, capital de la
provincia, se pronunció contra el gobierno y apresó a Vezga, pero éste
se puso al frente de la insurrección. Vezga se proclamó jefe superior
del estado de Mariquita y nombró como secretario a Murillo, que se
había separado de González cuando éste se dirigió al norte. Simultá­
neamente, se sublevaron Ibagué y Ambalema. ocupada por Galindo y
Gutiérrez. Pero desde Bogotá, se envió úna columna mandada por el
coronel Santos Pacheco, que avanzó sobre. Ibagué, derrotó a los
rebeldes y ocupó Ambalema. Las tropas del general París y de sus
segundos, Forero y Viana, recuperaron a Honda el 9 de enero. Vezga
entró en arreglos con París, pero resolvió escaparse a Antioquia, al
amparo de la noche y llegó a Rionegro el 17, con algunos jefes y 180
hombres, 100 de ellos enviados por Córdova.

En el Socorro, el destacamento de Urdaneta, compuesto solo por


60 soldados fue derrotado por González, que trató luego de impedir
el paso de las tropas gubernamentales por San Antonio y Cepitá, pero
debió retirarse. Los rebeldes dejan a Pamplona y se dirigen hacia los
valles de Cúcuta. Las tropas de González, con sus segundos, Reyes
Patria, Acero y Farfán, son destrozadas por Herrán y Mosquera el 9. de
enero en Aratoca. Como consecuencia de esta victoria, el gobierno
restablece gradualmente su control sobre las provincias de Casanare,
Tunja, Vélez y parte del Socorro. Herrén pacifica luego los cantones de
Piedecuesta, Girón y Bucaramanga, para después avanzar sobre
Pamplona. El cabecilla rebelde Salas abandona entonces los valles de
Cúcuta y se repliega a San José141
143.
142

141 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 331-333-


142 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 333-335.
143 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 340-343 y Restrepo, José Manuel. Historia de la
Nueva Granada. Tomo I, p. 215-216.
U Guerra de los Supremos
122

En Bogotá, cundía entonces la alarma porque se rumoraba que


Herrán estaba rodeado por el enemigo. Una junta de notables, reunida
por Márquez, aconsejó pactar con los rebeldes, pues se había formado
un movimiento, encabezado por el arzobispo Mosquera, que buscaba
restablecer la concordia y buscar una salida negociada a la guerra civil.
Pero había también grupos que censuraban acremente cualquier
debilidad del gobierno frente a los rebeldes. José Hilario López y Diego
Fernando Gómez , copartidarios de los rebeldes pero bien mirados por
el gobierno serían enviados como mediadores, pero poco después
tuvieron noticias de la victoria de Aratoca y se rechazó la idea de
negociar con los jefes "supremos"144.

El 21 de marzo, cerca de Ocaña, muere el coronel González


(según Restrepo, de calenturas; según Arboleda, de "esquinencia", o
sea angina) por falta de adecuada atención médica145. Carmona
propuso un arreglo a Herrán, que contestó en términos vagos,
enviando como emisarios, primero al alférez José Eusebio Caro, y
luego, al capitán Plácido Morales.

Mosquera, encargado del gobierno del Socorro en ausencia del


Herrán, nombró a Miguel Saturnino Uribe como gobernador del
Socorro; decretó un empréstito forzoso y reclutó a muchos de los
soldados dispersos de González. Además, reiteró las promesas de
Herrán de dar garantías a los rebeldes que retornaran a sus hogares.
El 18 de marzo, el presidente indultó a los rebeldes que se incorpo­
raran al ejército del gobierno, pero no aprobó el nombramiento de
Uribe, ni el empréstito forzoso, que quedó como voluntario. Llamó
a Herrán a Bogotá, para planear con él la campaña contra el Cauca
y Antioquia, dejando a Mosquera como jefe militar del Socorro y
Pamplona146.

144 Arboleda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 344-345 y Restrepo, José Manuel. Historia de la
Nueva Granada. Tomo I p. 213-214.
145 Arboleda, Gustavo. Op.cit.. Tomo II p. 350 y Restrepo, José Manuel. Historia de la Nueva
Granada. Tomo II p. 212.
146 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo II p. 216.
140 lemán E. González G.

La continuación de la guerra
Mientras el gobierno pacificaba el centrooriente del país, la
situación en Antioquia y Cauca era variada. El generakEusebio Borrero,
encargado del mando en el sur, envió al coronel Juan María Gómez,
con 150 milicianos, a atacar a Córdova en el cantón de Su pía. El 3 de
enero, Gómez sorprendió un destacamento rebelde en la actual Nueva
Caramanta y avanzó hacia Riosucio, donde derrotó a Córdova el 17.
Córdova se retira a Abejorral y sigue a Medellín primero y luego a
Rionegro, para juntarse con Vezga. El comandante Miguel Alzate se
queda en Abejorral con algunas reservas, pero se retira el 21 porque
las tropas del gobierno avanzaban por Fredonia y amenazaban ya a
Medellín.

En Antioquia, crecía el descontento contra Córdova, por un


empréstito forzoso que había impuesto. En Medellín los gobiernistas
estaban a punto de levantarse: en Fredonia, Amagá y Sopetrán se
habían presentado movimientos armados a favor del gobierno, que
fueron debelados. En Salamina, hubo resistencias a los rebeldes. Las
tropas de Borrero y Gómez llegan el 30 a Itaguí, y se enfrentan el 31
con Córdova, cuyas tropas se habían reforzado con el auxilio de Vezga,
en un combate cuyo resultado fue indeciso. Después de varias nego­
ciaciones se llegó a un pacto: Borrero se retiraría al Cauca sin ser
hostilizado. Las tropas de Borrero regresan muy mermadas, pues se
separan los antioqueños. La opinión sobre su campaña en Antioquia
no fue muy favorable por el fusilamiento de varios prisioneros en la
vega de Supía147.

La situación en la Bogotá era muy agitada por la intransigente


actitud de los gobiernistas exaltados contra los progresistas detenidos
en los sucesos de octubre y noviembre. El juez Nicolás Quevedo orde­
nó el 29 de enero ponerlos en libertad por ser inocentes de las
acusaciones de conspiración, pero los extremistas amigos del gobierno
azuzaron a las masas que atacaron al cuartel, insultaron a la autoridad,
atacaron las casas de los presos libertados y de los principales

147 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 353-357.


Ui Guerra de lo» Supremo*
111

funcionarios públicos, incluida la del propio presidente Márquez y la


del juez Quevedo. Vicente Azuero debe asilarse en la legación britá­
nica. El populacho apresó a los presbíteros Azuero y Vásquez. Los
presos libertados fueron nuevamente recluidos, excepto Florentino
González, que logró escapar con el padre Vásquez. González siguió
a Antioquia y de ahí a Europa. El clérigo Medina era uno de los insti­
gadores de la asonada148.

Al regresar Borrero al Cauca, se encontró con que Sarria había


reactivado su guerrilla en Timbío, desde diciembre. El 19 de enero asu­
me la jefatura Obando, que se encontraba oculto en su hacienda de Las
Yeguas, en el propio Timbío. Ese día sorprenden un destacamento,
mandado por el comandante Pedro Antonio López, ex guerrillero
pasado a las filas del gobierno. Obando se dedica a organizar sus mon­
toneras durante un mes y ataca a Popayán con 300 hombres, el 20 y
21 de febrero, pero es rechazado por la guarnición, mandada por el
coronel Jacinto Córdova y el presbítero y coronel Félix Liñán y Haro,
secretario del obispo, que funcionaba como comandante. Obando
pasa luego al Patía para reforzar sus efectivos con los esclavos de la
hacienda Quilcasé, de la Universidad del Cauca, y envía a sus agentes
a sublevar a los esclavos de Caloto, con la promesa de su libertad. Pide
el apoyo de los España, que se sublevan inmediatamente149.

En la Costa, varios pueblos de los cantones de Corozal, Chinú y


Lorica se levantaron en febrero contra Gutiérrez de Piñeres, que envió
al coronel Lorenzo Hernández a someterlos. La contrarrevolución fue
fácilmente derrotada el 12 y el 15 de febrero. El 19 de febrero, Martínez
Troncoso celebró un convenio con Carmona y Gutiérrez de Piñeres en
Ocaña, para trabajar coordinadamente150.

Entre tanto, el general Mosquera se situaba en Bucaramanga, con


unos 3 000 hombres, para vigilar los caminos de Cachiri y Salazar de
las Palmas, por donde podía aparecer Carmona, que permanecía en

148 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 220. y Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo I p. 358-
359.
149 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 223 y Arboleda. Gustavo. Op.cit.,Tomo II p. 350-
364.
150 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 362.
l emán lí. González G.
Líi

Ocaña, con unos 2.000. Ambos jefes se dedicaban a disciplinar y


organizar las tropas, con la ayuda de los oficiales veteranos. El río
Magdalena estaba dominado por el italiano José Rafetti, con bongos
armados, lo que impedía invadir a Antioquia por Nare. Pronto se
enteró Mosquera de que Carmona marchaba hacia los valles de Cúcuta
por el camino de Salazar de las Palmas.

Mosquera se movió entonces hacia Pamplona, adonde se enca­


minaba Carmona desde Cúcuta. El 31 de marzo,la vanguardia de
Mosquera derrotó a Carmona en San Lorenzo, entre Bochalema y
Chinácota. Al amanecer del día siguiente, la batalla en la hacienda de
Tescua terminó en un completo desastre para las tropas de Carmona,
que sufrieron 556 bajas. Cerca de 100 oficiales y 800 soldados rebeldes
se asilaron en Venezuela: Carmona y tres oficiales llegaron a Maracaibo,
de donde navegaron a Santa Marta. Entre los 700 prisioneros se contó
el comandante Juan José Nieto, que pudo recuperar su libertad en
Bogotá y dirigirse a la Costa.

En el mismo campo de batalla, Mosquera intentó fusilar al coronel


Ramón Acevedo como traidor, pero sus propios oficiales se opusieron,
Sin embargo, fusiló al teniente Vilar en el punto de La Loma.
Inmediatamente, Mosquera envió al mayor Cardona a tomar a Ocaña,
pero el coronel Pedro Peña, gobernador constitucional de Mompós, a
donde pertenecía Ocaña, ya se había declarado en el ejercicio del
mando, con el apoyo de los gobiernistas de la localidad151.

Desde el Magdalena, Herrán envió una columna de 800 hombres


bajo el mando de los coroneles Acosta y Posada Gutiérrez, por la vía de
Ibagué, pata defender las provincias del Cauca y Buenaventura e impedir
que Córdova se uniera a Obando. Para ésto, mandó tropas y armas, por
Sonsón, con el capitán Clemente Jaramillo y nombró al comandante
Anselmo Pineda como jefe militar de Antioquia, con el sargento mayor
Braulio Henao como segundo, con instrucciones de organizar guerrillas
para mantener ocupado a Córdova. Reforzó la defensa del paso de
Guanacas en la cordillera Central y dejó en Honda al coronel Espina, para
oponerse a Rafetti.

151 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo U p. 375-381.


La Guerra de los Supremos

En el Cauca, Borrero había acampado en Palmita, con su tropa


muy disminuida y se dedica allí a reorganizar sus efectivos y esperar
el refuerzo de Posada. Allí hizo Borrero fusilar a varios prisioneros
obandistas, como Antonio Mariano Alvarez, Sebastián Erazo, y otros
detenidos en Huilquipamba. Según Restrepo152, Borrero se sintió
amenazado inminentemente por una guerra de castas, que no podía
contrarrestar con las fuerzas escasas. Entre tanto, Obando se apodera
de Quilichao, que se pronuncia a su favor. El abogado Ramón Rebo­
lledo convence a Borrero para que ataque a Obando antes de que se
apodere de Cali; Borrero se dirige entonces a la hacienda de García,
en el cantón de Caloto, donde es sorprendido el 12 de marzo por la
gente de Obando, que realiza una verdadera carnicería y toma muchos
prisioneros.

Rebolledo es fusilado por Sarria, que era su enemigo jurado. En


cambio, Borrero se salva de ser ejecutado, porque era concuñado de
Obando. Obando se apoderó de Cali y del resto del Valle, mientras que
Sarria logra la capitulación de Popayán el 27 de marzo. El 29, los nota­
bles de Popayán proclamaron a Obando como supremo director de los
negocios públicos, con la obligación de reunir una asamblea que
determinara la fonna de gobierno, pues Popayán quedaba así separado
del resto del país. El 26 de abril se organizó un gobierno autónomo
para el Cauca, encabezado por Obando153.

Desde Cali, Obando pidió 2.000 fusiles a Córdova para levantar


un ejército de 4000 hombres contra Bogotá. El 13 de marzo Córdova
se había puesto en camino a Popayán, con 400 infantes, algún dinero
y material de guerra, dejando encargado del gobierno de Antioquia a
Vezga, con Obregón como segundo. El 18 se había dirigido a Cartago
la vanguardia de Posada, al mando del coronel Acosta, que recibió allí
la noticia de la derrota de Borrero. Posada y Acosta resolvieron ini­
cialmente permanecer allí, para impedir la reunión de Córdova con
Obando. Pero deciden luego contramarchar a Ibagué, y Córdova ocu­
pa Cartago el 12 de abril154.

152 Arlx>leda. Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 227.


153 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo II p. 370-374.
154 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p. 228.
Fernán E. González G.

El 1 de abril el vicepresidente Caycedo se había hecho cargo del


poder ejecutivo, en ausencia de Herrén, que había sido elegido
presidente en reemplazo de Márquez, pero que se encontraba prepa­
rando la defensa de las provincias de Neiva y Mariquita. Desde Honda,
Espina armó algunas barquetas y las tropas del coronel Guzmán
resistieron en las márgenes arboladas del río, en Guarumo y Pajaral, el
9 y 13 de abril. El rechazo de los rebeldes hizo que Rafetti se retirara
a Nare, donde se enteró de la derrota de Carmona. Por ello, se retiró
al bajo Magdalena155.

Desde Neiva, pasó Herrén a organizar la defensa del páramo de


Guanacas, amenazado por una columna obandista de 600 hombres al
mando del coronel Pedro Antonio Sánchez. Pero poco después, las
tropas gobiernistas (500 hombres, reclutas en su mayoría) retrocedie­
ron, en bastante desorden, a La Plata, adonde llegaron el 22 de abril.
Allí, la defensa fue organizada por Julio Arboleda, jefe del estado
mayor, pero sólo pudieron sostenerse durante tres días. Se retiraron al
Pital, en gran desorden y pánico, lo que hizo que la columna se
dispersara. En las acciones, los rebeldes hicieron prisionero al teniente
coronel Francisco Caycedo, hijo del vicepresidente, que fue remitido
a Obando en Popayán. También hubo otro contratiempo para el
gobierno en Carnicerías, donde un escuadrón de 50 húsares, manda­
dos por Juan de Dios Girón, fue sorprendido y hecho prisionero.

En Neiva, la guardia nacional se armó para defender la ciudad


y el presidente Herrén se fue a Aipe con el coronel Posada, que quedó
encargado de la defensa de la provincia, con la tercera división que
venía de ¡bagué. De Aipe se dirigió Herrén a Bogotá, a hacerse cargo
de la presidencia156.

La fase final de la guerra


Al asumir Herrén la presidencia, el 2 de mayo de 1841, el
gobierno ya controlaba el centrooriente del país, donde contaba con
tropas más o menos organizadas. Los rebeldes dominaban el resto del

155 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II p. 244.


156 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo II p. 245-246.
La Gucnn de l<» Supremo*

país, pero se mostraban incapaces de una acción concertada. Obando


esperaba tomar la provincia de Neiva para llevar la guerra de nuevo
contra la capital. Pero estos planes se vieron pronto frustrados, pues las
tropas de Sánchez fueron detenidas en Riofrío, el 4 de mayo, por el
coronel Posada.
Los obandistas perdieron cerca de 150 hombres, entre muertos,
heridos y prisioneros, pero se dispersaron otros 200, que no volvieron
a incorporarse a las fuerzas de Obando. Se aseguró así el control del
gobierno sobre la provincia de Neiva, aunque los rumores del arribo
de Sarria con refuerzos produjeron gran número de deserciones entre
los guardias nacionales. Las tropas de Posada se redujeron así a la divi­
sión de 700 hombres. El amago de Posada sobre Nátaga hizo que Sán­
chez abandonara La Plata, donde se había reforzado con algunos de sus
habitantes, partidarios suyos, y el 23 se dirigió de regreso a Popayán,
con sus tropas bastante disminuidas157158
.
Esto afectó a Obando, que decidió entonces cambiar de estrate­
gia, pidiéndole a Córdova que uniesen sus fuerzas para dar una batalla
decisiva: entre los dos podrían reunir unos 2.000 hombres. En cambio,
el optimismo de las fuerzas gubernamentales aumentaba por los
triunfos de Tescua y Riofrío. Mosquera reorganiza sus fuerzas, que ya
sumaban 3 000 hombres: de ellos, dejó 1.000 en el norte, con el general
Martiniano Collazos, y envió 2.000 a la capital’58.

Entretanto, el control rebelde de Antioquia empezaba a afrontar


problemas, pues Vezga, como gobernador encargado, se había ganado
muchos enemigos con sus medidas de rigor y era mal visto por algunos
por no ser antioqueño. Vezga había reprimido severamente varios al­
zamientos en Sonsón, Abejorral y Envigado. Envigado fue saqueado,
con la contribución de varios rebeldes principales de Medellín: el cura
de Itaguí, Felipe Restrepo, fue apresado y vejado por los rebeldes.
También MariniHa, "por su desafección a los rebeldes", sufrió daños a
manos de las tropas de Vezga, que llevó presos a los presbíteros
Gómez y Giraldo.
■ i ■ n r . J-H

157 Restrepo, José Manuel. Op.cit„ Tomo II p. 251-253 y Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III
p. 9-11.
158 Restrepo. Jasé Manuel. Op.cit., Tomo II p. 11-12.
lemán |í GcxvJkz G.

La reacción gobiernista no se hizo esperar, sobre todo en


Marinilla, donde los partidarios del gobierno eran la mayoría. Braulio
Henao, apresado en Sonsón el 11 de marzo, fue liberado por sus
amigos cuando era llevado a Rionegro. El 13 de abril encabezó un
pronunciamiento en Sonsón, y empezó a reunir varios contingentes de
voluntarios para organizarse en Abejorral. Entre los voluntarios de
Sonsón hizo la campaña la famosa María Martínez de Nisser, que dejó
narrada su experiencia en un famoso diario159. Mientras tanto, el ca­
pitán Jaramillo, con 100 reclutas mariquiteños, enviados por Mosquera
con el capitán Díaz, se apoderaba de Salamina. En Salamina se
reunieron las fuerzas de Sonsón, Aguadas, Abejorral, con los mariquiteños
y la gente de Salamina, bajo el mando de Henao. El 4 de mayo fueron
atacados allí por las fuerzas de Vezga, que fueron rechazadas en total
desorden, dejando 77 muertos y 148 prisioneros, entre ellos el propio
Vezga. Al saberse el triunfo de Salamina en Medellín, se posesionó José
María Uribe Restrepo como gobernador legítimo. Rafetti abandonó
entonces a Nare, quedando así toda Antioquia bajo el control del
gobierno. El coronel Joaquín Acosta ocupó Nare, para impedir que
fuera retomado por gente de Obando o del cantón de Rionegro160.

Pero el Chocó, que hasta entonces se había mantenido relativa­


mente en paz, se rebeló como consecuencia del triunfo de Obando en
el valle del Cauca, en un movimiento con algunas características de
guerra de castas. El gobernador Martínez Bueno, que había militado
en las filas progresistas, trató en vano de restablecer el orden con
medidas conciliatorias. Luego hizo prender a los cabecillas y acuarteló
la escasa guardia nacional en Quibdó. Pero los rebeldes terminaron
por imponerse; en los enfrentamientos murió el gobernador el 6 de
mayo y los gobiernistas se retiraron al cantón de Nóvita, que perma­
neció fiel al gobierno. El 7, gran parte del vecindario de Quibdó
suscribió un pronunciamiento contra las autoridades de Bogotá,
promovido por Carlos Ferrer, presidente del concejo municipal y como

159 Restrepo, José Manuel. Op.cit. Tomo I. 256-257. Cfr. Tisnés Jiménez, Roberto M. María
Martínez de Nissery la revolución de los supremos. Bogotá: Banco Popular, 1983- y Martínez
de Nisser, María. Diario de los sucesos de la revolución en la provincia deAntioquia en
los años 1840-1841. Bogotá: Facsímiles, Incunables, 1983-
160 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 390-392. y Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo II
p. 353-257.
La Guerra de loa Supremos

gobernador provisional fue nombrado Nicomedes Conto. El 21, Turbo


y otras localidades adhirieron al movimiento. Pero tropas enviadas
desde Medellín ayudaron a los vecindarios de Nóvita a restablecer el
.
control del gobierno el 15 de junio161*

En la Costa, el control de los rebeldes seguía imponiéndose, a


pesar de las tentativas en contra. Vicente Gutiérrez de Piñeres, primo
y cuñado del jefe superior de Cartagena, se levantó en abril a favor del
gobierno, pero fue derrotado en El Carmen. Pero el 4 de mayo volvió
a levantarse e intentó apoderarse de Mompós. Luego se dirigió al cerro
de san Antonio, que se había declarado en favor del gobierno central,
lo que hicieron también las villas de Tenerife y Plato, lo mismo que las
parroquias de Pedraza, Peñón, Puntagorda, Guáimaro, Pivijay, Remo­
lino, La Cruz, Espíritu Santo y otras. Pero tropas de Mompós, al mando
del general Lorenzo Hernández, derrotaron la contrarrevolución el 12
del mismo mes. Gutiérrez de Piñeres fue apresado y borrado del esca­
lafón militar.

El puerto de Ocaña fue atacado el 4 de mayo por varios buques


rebeldes, que fueron rechazados. Este triunfo hace que el coronel José
María González se anime a atacar a Mompós, esperando el apoyo de
Gutiérrez. González planeaba introducirse por el caño del Papayal, sa­
lir a Loba y atacar Mompós por tierra. Pero el 9 de junio es derrotado
por las tropas de Hernández, que lo estaban esperando en el caño. Los
gobiernistas tuvieron muchas bajas de soldados, pero, sobre todo, de
barcos y pertrechos. 450 prisioneros, entre ellos González, fueron lle­
vados a Mompós. El triunfo del Papayal animó a los rebeldes, que vol­
vieron a apoderarse de Ocaña el 21 de junio, pero los legitimistas la
volvieron a recuperar pocos días después, el 24’62.

Entre tanto, en el Valle del Cauca la situación empieza a


modificarse: el ¿2 de mayo, cerca de Cartago, en el sitio de Pedro
Sánchez, jurisdicción de la parroquia de El Naranjo, fueron apresados
el coronel Córdova y su cuñado Manuel Antonio Jaramillo por una
partida de la guardia nacional de Cartago. Ya en Cartago, los gobier­

161 Arlxjleda, Gustavo. Op.cit., Tomo II p. 392-395.


162 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo III p. 13-15.
lemán R. González G.

nistas obligaron a rendirse al capitán rebelde Bibiano Jaramillo y a su


tropa, con la amenaza de matar a Córdova163.

El descontento de las poblaciones vallecaucanas contra las


exacciones de Obando, Sarria y sus secuaces aumentaba, pues eran
despojadas de caballos y ganado vacuno para la tropa y se les exigían
los llamados empréstitos forzosos para financiar la guerra: a Popayán
se le pedían 60.000 pesos y 50.000 a Cali. Según Restrepo, "demandas
tan continuas y violentas exasperaban cada día más y más a los
habitantes de las provincias del Cauca y Buenaventura, que se veían
tratados como siervos por los agentes de un poder usurpado, despótico
y arbitrario". Animados por las victorias del gobierno, entre el 20 y el
25 de mayo, los gobiernistas se levantaron simultáneamente en varias
poblaciones para neutralizar la acción de los 200 hombres de Córdova,
diseminados en varias guarniciones. Se apoderaron de un parque, con­
ducido desde Antioquia hacia Popayán; el cuartel de Palmira fue
tomado el 21; en Jamundí, el coronel retirado Francisco Esteban Luque
organizó a los vecinos para sorprender a un destacamento rebelde.
Varios vecinos de Yotoco, Vijes y Yumbo, dirigidos por el coronel
ocañero Manuel Ibáñez, secundaron el movimiento de Luque. El 23
de mayo se unieron todos ellos a los palmireños y otros vecinos de Cali
y del resto del cantón, para atacar a Cali, que fue tomada el día 24, sin
mayor resistencia. Inmediatamente asumió la gobernación de Buena­
ventura, cuya sede era Cali, el jefe político Jacinto Córdova; la del
Cauca, con sede en Buga, fue asumida por el jefe político Juan N.
Aparicio. La toma de Cali entusiasmó a los vecinos de El Salado, que
se apoderaron de la parroquia de Juntas, donde había un destacamento
de Córdova164.

El 27 envió Obando a Sarria, con 400 hombres, para contrarrestar


el movimiento de los vallecaucanos. Debía seguirlo luego el coman­
dante Ramón Beriñas, que pensaba llevar a Borrero y otros prisioneros
para canjearlos por Córdova y sus compañeros. Pero Posada Gutiérrez
situó su tropa en Inzá, lo que impidió la partida de Beriñas y obligó a
Sarria a regresar, para colaborar con la defensa de Popayán. El valle

163 Restrcjx>, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 262.


164 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 260-262.
La Guerra lie los Supremos J49

pidió ayuda a Antioquia, que envió tropas mandadas por el teniente


coronel Joaquín Acosta, y al gobierno nacional,que ordenó a Mosquera
emprender operaciones sobre el sur y enviar un jefe de toda su
confianza para que asumiera el mando en el Valle. Fue enviado el jefe
de estado mayor Joaquín María Barriga. Mosquera se dirigió a La Plata,
para hacerle pensar a Obando que se le atacaría por el paso de
Guanacas e impedir su acción sobre el Valle. Mosquera regresó
después aceleradamente a Ibagué para entrar al Valle por el paso del
Quindío165.

En sus Apuntamientos, Obando sostiene que debería haber


marchado contra Flores en el sur, para reconquistar a Pasto y reforzarse
antes de marchar al norte. Pero la naturaleza de sus tropas no lo
permitía, pues se "componían de ciudadanos voluntarios que nunca
abandonan el pequeño ámbito de sus hogares, y de cuerpos recién
organizados de los hijos del Cauca y Antioquia". Además, le parecía
más fácil batir "a un enemigo sobre cuya impericia contaba con más
seguridad"166.

Según el propio Obando,167 no le fue difícil enterarse del


movimiento del enemigo, pues fue alertado de la maniobra de
Mosquera por dos pastusos desertores; además, el paso del Magdalena
fue más difícil de lo que esperaba Mosquera, con lo que las tropas
gobiernistas llegaron agotadas a Cartago. Pero la columna de Antioquia
llegó a tiempo al lugar de encuentro, entre Buga y Palmira. Enterado
Obando de estos movimientos, trató de hacer una rápida excursión
sobre Cali, antes de que se reunieran los contingentes del gobierno.
Para ello, había obstruido el paso del Guanacas para impedir el
movimiento de Posada y se había ganado a los capitanes de los indios
paeces de Tierradentro, armándolos en guerrillas para hostilizar la
marcha del enemigo. Obando pensaba engrosar sus tropas y armamen­
tos con los recursos del Valle, por medio del reclutamiento de los
esclavos de las haciendas, con la promesa de la libertad.

165 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 267-270.


166 Obando, José María. Op.cit. p.45O.
167 Obando, José María. Op.cit. p.451.
lemán lí González G.

Contaba Obando con 1.200 soldados más o menos organizados


y unos 600 “voluntarios indisciplinados, más propios para robar y
desolar a los pueblos, que para combatir". El 5 de julio, su columna
llegó a Quilichao y la comandada por Sarria a Buenos Aires; el 7
cruzaron el río Cauca por La Balsa y La Bolsa. Pero los habitantes huían
a su paso, dejándolo sin información de lo que ocurría en el Valle, lo
que, para Restrepo, "era evidente prueba de la impopularidad del jefe
Supremo". Señala igualmente Restrepo (lo que es importante para
detectar la formación del imaginario conservador con respecto al
personaje de Obando) que la tarea de defensa del coronel Barriga era
facilitada por los recursos materiales y militares de Cali, pero sobre
todo, por el "patriotismo belicoso de sus habitantes" y por "su odio
inveterado a la dominación de Obando y de sus partidarios, que eran
unos verdaderos comunistas codiciosos de los bienes ajenos".

El 11, en La Chanca, cerca de Jamundí, fueron destrozadas las


tropas de Obando, que esperaban encontrarse sólo con las montoneras
colecticias de Ibáñez y fueron sorprendidos por tropas de línea, al
mando de Barriga. Obando perdió 300 hombres, entre muertos y
heridos, más de 700 prisioneros y muchos elementos de guerra.
Fueron rescatados Borrero, Caycedo y otros prisioneros que venían
como rehenes de los rebeldes168.

Pocas horas después de la victoria, llegó Mosquera a Cali. Días


antes, el 8, había hecho fusilar en Cartago a Córdova, Jaramillo y cinco
compañeros más. Esta medida ha sido, entonces y ahora, severamente
criticada tanto por los adversarios de Mosquera, como por algunos de
sus entonces copartidarios, como José Eusebio Caro. Mosquera se
justificó alegando las necesidades de la guerra: circulaban rumores de
que algunos rebeldes iban a liberarlos, y que se preparaban guerrillas
en los cantones de Supía y Rionegro para reactivar la guerra en
Antioquia al mando de Córdova, aprovechando que esta provincia
había quedado desguarnecida. Mosquera alegaba que resultaba impo­
sible custodiarlos y qué el tribunal los iría seguramente a condenar a
muerte169.

168 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo l p. 270-273-


169 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 273-274.
La Gucmi de loa Supremo*
111

Después de la acción de La Chanca, el jefe político de Cartago


fusiló a otros cinco prisioneros. Por su parte, los rebeldes habían fusi­
lado al capitán Andrés Lopera. Obando y Sarria trataron en vano de re­
organizar y reanimar sus tropas dispersas. Mientras tanto, Flores se
anexaba los cantones de Pasto y Túquerres, pero en julio se sublevaron
estos cantones contra la dominación ecuatoriana. Popayán fue
recuperada el 15 de julio y el 22 reasumió el mando el gobernador
cesante, Manuel José Castrillón170.

Con el temor de ser cogido entre las fuerzas de Flores y las de


Mosquera, Obando se dirigió a Pasto: de ahí siguió a Mocoa el 5 de
septiembre y luego al Perú . Pero antes de partir, dejó organizado
un nuevo levantamiento de los guerrilleros de Timbío, Chiribío,
Paispamba y otros sitios, al mando de Pedro José López, que
mataron más de 30 soldados que cayeron en sus manos. En
respuesta, Mosquera hizo colocar en horcas a los guerrilleros
fusilados, unos diez. De allí Mosquera se dirigió al sur a negociar
con Flores los problemas fronterizos, pero el gobierno de la capital
no aceptó el arreglo, pues Mosquera ofrecía ceder al Ecuador el
cantón de Túquerres y la isla de Tumaco171.

Ya de regreso a Popayán, Mosquera se dedicó a acabar con las


guerrillas de Timbío, Sotará, Caloto y de la cordillera del Huila,
compuesta ésta por indígenas de Tierradentro. El coronel Acosta fue
enviado a combatir a éstos últimos; después de varios encuentros, los
líderes indígenas Lorenzo Ibito y José María Güeinás, junto con otros,
se acogieron a un indulto el 23 de noviembre. Mosquera se opuso a
ese indulto: el gobierno se había sometido a la ley de los indios
facciosos y esto podría traer consecuencias de guerra racial en el Cauca,
donde podrían sublevarse los negros de las haciendas, "que tan
funestas lecciones habían recibido de Obando"172.

Entonces, Mosquera se concentró en la persecución de Sarria y
los hermanos Alegría; éstos se entregaron a fines de diciembre. Sarria

170 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p. 33 y Restrvpo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p.
2H6.
171 Arboleda. Gustavo. Op.cit.. Tomo III p.3H
172 Restrvpo, José Manuel. Op.cit., Tomo l p. 292.
Fernán E. González G.

debió abandonar el país173174


176
175
. Además, Mosquera dedicó sus esfuerzos a
la persecución de los esclavos del cantón de Caloto, que a causa de la
guerra habían huido de sus amos y se habían vuelto salteadores de
caminos. También en la costa Pacífica, los negros Sublevados en las
minas del río San Juan resistieron hasta el final del año’74.

En Pasto, fue nombrado gobernador el coronel Anselmo Pineda,


cuyo genio conciliador se dedicó a restablecer la tranquilidad en la
provincia. Para ello, contó con la colaboración del padre Villota, que
puso su influjo religioso al servicio de la pacificación’75.

En la Costa Atlántica, los triunfos del gobierno en Aratoca, Riofrío


y Salamina hicieron vacilar a Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, que
empezó a dar pasos hacia la restauración del orden. Los amigos del
gobierno aprovecharon la situación para proclamar el orden legal, con
el apoyo de la infantería, mandada por Francisco Núñez, y de la artillería,
al mando de Femando Losada. El pueblo simpatizó con el movimiento
y el gobernador legítimo, Antonio Rodríguez Torices, reasumió el
mando el 14 de junio y algunos liberales consideraban ya que la
presidencia del general Herrán ofrecía esperanzas de tranquilidad y
orden’76.

A Santa Marta había llegado el 12 de mayo el general Francisco


Carmona, proveniente de Maracaibo, con algunos oficiales y soldados
de los vencidos en Tescua. Con esa base, empezó a reorganizar tropas
para restablecer el control de los rebeldes en la Costa Atlántica, con la
ayuda del ex gobernador de Antioquia Francisco Obregón, que fue
colocado por Carmona como gobernador, con la misión de hacer
reclutamientos y exigir empréstitos forzosos. Pero Riohacha se negó
a enviar gente y dinero a Cannona, alegando que se encontraba en paz
con sus vecinos. Varios notables de Santa Marta, entre ellos Joaquín
Ujueta, se refugiaron en Riohacha para escapar de las medidas
despóticas de Carmona. que en vano los reclamó en extradición. En

173 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo I p. 294.


174 Restrepo, José Manuel. Op.cit. Tomo I p.292.
175 Retrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo IIp. 294-295.
176 Restrepo, José Manuel. Op.cit.. Tomo I p.297-299. y Arlxileda. Gustavo. Op.cit.. Tomo III
p. 24-25.
La Guerra de lo* Supremo* 153

agosto, Riohacha se pronunció a favor del gobierno: el gobernador


Nicolás Pérez Prieto asumió la gobernación, pero ahora en represen­
tación del gobierno de Bogotá’77.

Entre tanto, Carmona estaba ocupado poniendo sitio a Cartagena,


con 1.500 hombres de Mompós, Santa Marta y algunos cantones de la
provincia de Cartagena, llevando como segundo a Joaquín Ríaseos. La
defensa de Cartagena era difícil por las numerosas deserciones de
soldados y oficiales, pero resistió durante meses el asedio. Carmona
envió un comisionado a Riohacha para exigir ser reconocido como jefe
supremo y recursos de auxilio, pero no podía distraer fuerzas para
atacarla. Solamente marchó un destacamento de 110 hombres desde
Santa Marta, al mando del extranjero Marcelino Guillot, que ocupó a
Valledupar en agosto, pero debió retirarse frente al avance de
contingentes de Chiriguaná y Riohacha177 178.

El gobierno de Bogotá empezó a tomar enérgicas medidas para


mantener el orden: Miguel Chiari, Secretario del Interior y de Relacio­
nes Exteriores del gabinete del vicepresidente Caycedo, envió el 7 de
mayo una circular a los gobernadores para pedirles que reprimiesen la
divulgación de noticias falsas, lo que interpreta Arboleda como "un
golpe de muerte para los revolucionarios urbanos", que difundían
boletines y periódicos de propaganda. Por otra parte, se promulgó un
decreto que ordenaba que los esclavos tomados a los rebeldes fueran
devueltos a sus amos179.

Cuando se reorganiza el gabinete, ya con Herrán encargado en


el poder, es llamado a la Secretaría del Interior Mariano Ospina
Rodríguez, que se convierte en "el alma de la administración", según
Arboleda. A los 11 días de posesionado, Ospina redactó una circular
al arzobispo, obispos y párrocos, para pedirles que en los sermones
dominicales inculcasen a sus fieles la obediencia a las autoridades
legítimas180.

177 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 299-300.


178 Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p .303-304 y Arix>lcda, Gustavo. Op.cit., Tomo III
p. 25.
179 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.26.
180 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p. 5 y 26.
Ivmán lí. González G.

El triunfo revolucionario en el Magdalena Medio hizo que el


presidente Herrén decidiera hacerse cargo personalmente del mando
de la campaña en el norte. La salud del vicepresidente Caycedo no le
permitió encargarse del mando, que quedó en manos del presidente
del Consejo de Estado, Juan de Dios Aranzazu. Aranzazu se negó, como
principio general, a conmutar la pena de muerte a los cabecillas
rebeldes; así fueron fusilados el coronel Vicente Vanegas, el 31 de julio
en Bogotá; y en Medellín, el coronel José María Vezga y el comandante
Tadeo Galindo (padre de Aníbal Galindo), con tres compañeros. El 24
de septiembre fue fusilado en Bogotá José Azuero, que había gober­
nado El Socorro cuando se ausentaba el coronel González, pero fue
indultado el coronel Ramón Acevedo, por intervención del ministro
inglés Pit Adams y del arzobispo Mosquera. Aranzazu y Ospina se resis­
tieron al indulto181.

La represión en la capital se incrementó con el nombramiento,


el 27 de diciembre, del coronel Alfonso Acevedo como gobernador de
Bogotá. Con la agitación política había aumentado la criminalidad co­
mún, pero muchos de los procedimientos de Acevedo contra los vagos,
los sospechosos y las prostitutas, que eran confinados o exilados,
fueron tachados como abusivos. Enemigos del gobierno, como
Lorenzo María Lleras, Romualdo Liévano y otros, fueron expulsados
de la provincia. Muchos de los expulsados fueron a parar a las tierras
insalubres del Carare y Opón, donde varios sucumbieron por la mala
alimentación y el clima. Otros fueron enviados a trabajar en el camino
del Quindío, con los criminales condenados al presidio. Algunos que
regresaron a Bogotá, fueron obligados a trabajar en las obras públicas
de la capital182.
Esta actitud represiva se había expresado, tiempo atrás, en los
sucesos en tomo a una sentencia de José María Latorre Uribe,
magistrado del tribunal de Cundinamarca, que había dictaminado, el
17 de marzo de 1841, que los prisioneros detenidos en Buenavista (La
Culebrera) no estaban sometidos a la autoridad judicial por ser
prisioneros en una guerra verdaderamente civil. Por esta sentencia,

181 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p. 41-43-


182 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tonto III p. 59-64.
La Guem de los Supremos

Latorre fue acusado por violación de la constitución y de las leyes ante


la Cámara de Representantes, cuya comisión propuso que se lo acusara
ante el Senado. La mayoría de la Cámara aprobó la propuesta de
Mosquera, en el sentido de que la Corte Suprema de Justicia exigiera
responsabilidad a Latorre183. El Senado declaró que había lugar a
formación de causa contra Latorre y el ministro juez Canabal lo
sentenció a la pérdida del empleo, la privación de los derechos
políticos y civiles, tres años de prisión y una multa de 16 pesos. El fiscal
Cenón Pombo apeló, pidiendo que se condenara a Latorre al máximo
de penas del código, pero los magistrados confirmaron la sentencia de
Canabal. Meses más tarde, el presidente Herrán indultó a Latorre el 19
de julio y lo rehabilitó en el goce de sus derechos184.
Entre tanto, Herrán pasaba de la provincia de Pamplona a Ocaña,
donde reunió las tropas que llevaba con la vanguardia del coronel José
María González. A ésta pertenecía una columna mandada por el mayor
Antonio Rubio, que triunfó sobre los rebeldes en Simaña el 5 de
agosto, pero fue derrotado el 15 en Palmas de Avila, en el camino a
Chiriguaná, por el coronel Lorenzo Hernández. Este jefe, que tomó
150 prisioneros, con armas y recursos, regresó a Mompós, donde se
reforzó para atacar luego a Herrán en Simaña, junto con las guerrillas
que operaban en Simaña, Río de Oro, El Carmen, Brotaré y San
Antonio. Ahora Herrán contaba sólo con 400 hombres, reclutas en su
mayoría; por ello se retiró a La Cruz, donde se dedicó a adiestrar a los
reclutas con las municiones que le llegaron de Pamplona. El 3 de
septiembre se acercaron las guerrillas de Hernández a Ocaña, perse­
guido por Herrán, que el 8 recibió refuerzos, 330 hombres mal arma­
dos, la mayor parte reclutas. El combate se produjo en las propias calles
de la población, donde los gobiernistas cavaron trincheras en las calles
vecinas a la plaza. Después de 10 horas de combate, al amanecer del
9 de septiembre, se rindieron los rebeldes, quedando prisioneros Her­
nández y 350 hombres185.

Después de este triunfo, Herrán empezó a organizar las


operaciones sobre la Costa, pero las lluvias intensas y las enfermedades

183 Restrepo, José Manuel. Diario Político y Militar, p.250-251.


184 Arboleda, Gustavo. Op.cit.. Tonto III p. 43-44.
185 Restrepo, José Manuel. Hisotria de la Nueva Granada. Tomo I p.3<X)-3<)3-
1'emánE. González G.
12¿

detuvieron su avance. Envió fuerzas para apoyar las sublevaciones


contra los rebeldes en Valledupar y Chiriguaná, aprovechando que la
contrarrevolución de Riohacha había puesto en libertad al coronel
Carlos Ormaechea. Ormaechea avanzó el 7 de octubre contra Ciénaga,
pero no pudo atacarla porque Carmona había situado la columna del
coronel Marcelino Guillot en Fundación.
Entre tanto, Herrán ocupó el puerto de Ocaña y el brazo de
Morales, obligando a retirarse a las guerrillas -o "fuerzas sutiles", como
las llama Arboleda-, que operaban en la región. Pero el 14 de octubre
las tropas del gobierno deben retirarse de Morales, aniquiladas por el
clima, con lo que los rebeldes pueden enviar buques para apoderarse
de los auxilios que vienen desde Honda. Además, el 19 de noviembre,
los buques de los rebeldes destruyeron cuatro buques del gobierno en
el punto de Devi y quedaron dueños nuevamente del río, con lo que
el 14 de diciembre se apoderaron de vestuario, municiones y recursos
que habían sido despachados desde Honda.
La peste diezmó a los gobiernistas en Ocaña y en su puerto,
teniendo que replegarse; así, el puerto fue otra vez ocupado por los
rebeldes, apoyados por las guerrillas de Simaña, quedando cortadas las
comunicaciones de Herrán con Chiriguaná’86.
Entre tanto, Mosquera enviaba tropas por Antioquia y Ayapel
para apoyar las operaciones de Herrán; la vanguardia antioqueña,
mandada por el mayor José María Cantera llegó a Ayapel el 5 de
diciembre. La cercanía de las tropas gobiernistas entusiasmó a sus
partidarios, que se fueron sublevando en Ayapel, Simití, Chinú,
Sahagún y San Benito. En Simití y Chiriguaná fueron rechazados los
contraataques de los revolucionarios, que fueron desalojados de
Nechí. Además, se envió a Ocaña al general Posada Gutiérrez*187. El 21
llegaron las tropas antioqueñas a Corozal y el jefe rebelde, Ortíz, se
retiró a Ovejas, mientras esperaba refuerzos de Mompós y de los
sitiadores de Cartagena. El 5 de enero triunfaron las tropas antioqueñas,
comandadas por el coronel Juan María Gómez; la mayoría de los
rebeldes y sus recursos cayeron en manos de las tropas del gobierno.

186 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo l!l p.54-55.


187 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.70-72.
La Guena de loa Supremo*

El jefe rebelde Ortíz, que había sido antes gobiernista y que controlaba
después las sabanas de Corozal con el grado de coronel, fue hecho
fusilar arbitrariamente por Gómez’®*.
En Cispatá, el 15 de diciembre, las fuerzas navales de los rebel­
des, al mando del capitán Antonio Padilla, hermano del almirante
Padilla, fueron derrotadas por las del gobierno, apoyadas por varios
buques ingleses de guerra, mandadas por el capitán de navio Rafael
Tono. La entusiasta celebración de este triunfo en Cartagena permitió
al oficial de guardia, sobrino de Padilla, abrirle la entrada de la ciudad
a los rebeldes, aprovechando la embriaguez de la guardia de la muralla
junto a Getsemaní. Los rebeldes se apoderaron del arrabal (Getsemaní)
y de San Felipe, pero los combates dentro de la ciudad se prolongaron
durante casi un mes* 189.

Pero el triunfo de Ovejas decidió la suerte de Cartagena, donde


Carmona continuaba el sitio, con el apoyo de las gentes de Ortíz, los
momposinos de Martínez Troncoso y algunos jefes como Agapito
Labarcés y Joaquín Ríaseos. Los sitiadores deben levantar el campo el
14 de enero, para dirigirse a los cantones de barlovento (Sabanalarga
y Barranquilla). La vanguardia de los antioqueños fue a Cartagena con
el mayor Cantera, mientras el coronel Gómez se situaba con el resto
de las tropas antioqueñas entre Corozal y San Juan Nepomuceno. Ellas
se apoderaron de los cantones de Mahates, Majagual y Magangué,
donde se quedó un fuerte destacamento para amenazar a Mompós,
que con Santa Marta eran los últimos reductos de la revolución190.

Entre tanto, el cónsul general inglés Robert Stewart seguía


negociando para el restablecimiento de la paz. Desde su llegada a Santa
Marta, el 5 de noviembre, había recibido la petición del gobernador,
del obispo y de varios notables para que mediara entre Herrán y
Carmona, con los cuales se comunicó. En Ocaña se entrevistó con
Herrán, que le respondió que había remitido su nota al vicepresidente
Caycedo, que era quien debía dedidir. Pero, informalmente, se le co­
municó a Stewart que tenía facultades para conceder una amnistía tan

188 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.80-81.


189 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.72-74.
190 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.81-82.
lemán |*. González G.

amplia como lo permitiera la ley, si los rebeldes se sometían, deponían


las armas y reconocían al gobierno. Stewart comunicó a los jefes rebel­
des de Mompós, Santa Marta y Barranquilla las buenas disposiciones
de Herrán y les aconsejó que aprovecharan la oportunidad, pues había
notado que la opinión pública les era ya adversa. Las autoridades de
Santa Marta resolvieron enviar una comisión negociadora, de la que
hacían parte Manuel Murillo Toro, el presbítero Emeterio Ospina y
otros. El 29 de enero llegaron a Ocaña y le manifestaron al presidente
Herrán que los rebeldes de las provincias de Mompós, Cartagena y
Santa Marta volvían a la obediencia de las autoridades legítimas19’.

Herrán, convencido de la sinceridad de los rebeldes, salió el 4 de


febrero de Ocaña hacia Mompós, sin escolta alguna. A su paso, las
guerrillas iban deponiendo las armas y las poblaciones expresando su
adhesión. La guarnición de Mompós proclamó el gobierno legítimo y
las guerrillas de la región se pusieron a órdenes de Herrán. Lo mismo
ocurrió con las fuerzas de Barranquilla y Ciénaga. En Sitionuevo, el 19
de febrero, expidió una amnistía general en favor de los rebeldes que
hubieran colaborado al restablecimiento del orden o, al menos, no se
hubieran opuesto a él. En el mismo día y hora, el general Carmona
lanzó una proclama a los rebeldes para inducirles a someterse. Se
exceptuaba del indulto a Carmona, Mariño, Martínez Troncoso, Joa­
quín Ríaseos, Gabriel de la Vega y Agapito Labarcés. Unos de ellos fue­
ron expulsados y otros abandonaron voluntariamente el país192.
El primero de abril de 1842, el decreto de Herrán fue aprobado
por el vicepresidente Caycedo. Entre tanto, Panamá, que se había man­
tenido neutral en los enfrentamientos, había resuelto, desde el 31 de
diciembre del año anterior, reincorporarse a la república. El arreglo se
logró gracias al coronel Anselmo Pineda y su secretario Ricardo de la
Parra, enviados por el ministro neogranadino en el Ecuador, Rufino
Cuervo. Del lado panameño, jugaron un papel importante el coronel
Tomás Herrera y sus delegados Ramón Vallarino y José Agustín
Arango.*

191 Arboleda, Gustavo. Op.cit.» Tomo III p.82 y Restrepo, José Manuel. Op.cit., Tomo I p. 311-
313.319-320.
192 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.84-85
La Guerra de la» Supremo» 159

Pero la mayoría de los gobiernistas se opuso al arreglo, censu­


rando tanto la intromisión de Cuervo como la magnanimidad de
Herrán en Sitionuevo. Caycedo se vio obligado a improbar el convenio
y a limitarse a indultar a los panameños, con algunas restricciones. Sólo
la influencia del coronel Herrera evitó que estallara nuevamente el
levantamiento193.
Por causa de la rebelión, fueron borrados del escalafón militar
muchos jefes y oficiales, como los generales Obando y Carmona, los
coroneles Sarria, Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, Tomás Herrera,
Lorenzo Hernández y otros muchos, incluyendo varios de los muertos
en la guerra, como los coroneles González y Vezga. En contra del in­
dulto de Herrán, Murillo Toro fue apresado en Cartagena, pero fue
liberado gracias a la protesta del ministro británico194.

Estas medidas de represalia, lo mismo que las tomadas durante


la guerra, serían la semilla de muchos de los odios heredados que
caracterizarían los conflictos que iban a llenar la historia de Colombia
durante el siglo XIX. Por otra parte, la reacción de los gobiernistas en
prevención de eventuales revoluciones iba a marcar profundamente la
actitud y el pensamiento del partido que pronto se llamaría "conserva­
dor". Esta actitud se concretaría en la reforma educativa de 1842, im­
pulsada por el Secretario del Interior y de Relaciones Exteriores,
Mariano Ospina Rodríguez, y en la reforma constitucional de 1843.

193 Arboleda, Gustavo. Op.cit.. Tomo III p.85


194 Arboleda, Gustavo. Op.cit., Tomo III p.86.
Fernán E. González G.

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Zuluaga, R., Francisco U. José María Obando. De soldado realista a
caudillo republicano. Bogotá:Banco Popular, 1985.
Capítulo 7

El mito antijacobino
como clave de lectura de
la Revolución Francesa*

Fue publicado en el Anuario Colombiano de Historia Social y de laCultura, Universidad Nacional


de Colombia, No. 16-17, Bogotá, 1988-1989, y con algunas modificaciones, en la Revista
Universidad de Medellln. No. 55, Medellín, 1990.
La consideración del problema de la lectura de las ideas de la
Revolución Francesa en la Colombia del siglo XIX debe insertarse en un
conjunto más amplio de problemas, que tiene que ver con la manera
como es recibido en una sociedad un discurso ideológico y teórico
producido en un contexto sociopolítico enteramente distinto del que
impera en ella. Uno de estos problemas es: ¿Cómo es interpretado este
discurso en cada estrato social según las circunstancias concretas en que
se mueve?

Por ejemplo, el discurso republicano será leído por los bogas


mestizos del río Magdalena como un discurso que da sentido y cohe­
rencia a su situación marginal, que les permite sentirse parte de la
sociedad como ciudadanos. En cambio, Mariano Ospina Rodríguez y José
Eusebio Caro van a leer el discurso republicano de las revoluciones
francesas de los siglos XVIII y XIX (que se ven en cierta continuidad) a la
luz de los acontecimientos políticos que están viviendo, especialmente a
la luz de la Revolución de los Supremos y la revolución liberal de mediados
de siglo, concretada sobre todo en los hechos del 7 de mayo de 1849.

En este sentido, algunos teóricos de la comunicación social han


elaborado el concepto de “matriz de interpretación del mensaje", que
se refiere a las actividades que acompañan la selección que el receptor
hace de los aspectos y matices del mensaje que percibe. El receptor los
interpreta de acuerdo con su acervo intelectual y afectivo y los valora
de acuerdo con un sistema previo de valores. La matriz de interpreta­
ción tiene que ver con qué se percibe del mensaje emitido, cómo se
entiende lo percibido y cómo se juzga lo percibido y entendido.
166 lemán E. González G.

La relectura de estos jefes conservadores estará marcada por las


luchas políticas en que están inmersos: su punto de vista inicial será el
de la relación de las instituciones republicanas con la sociedad en la cual
quieren implantarse. Ospina y Caro insistirán en que han sido poco
adecuadas para la situación que vive la nación.

Pero ese punto de’ vista va a insertarse en una situación más


universal: la polémica sobre las ideas de la Revolución Francesa es
encuadrada en el enfrentamiento entre el mundo moderno que surge y
el Antiguo Régimen que lucha por sobrevivir. En este enfrentamiento,
surge el mito reaccionario o antijacobino frente a la lectura un tanto
mitológica que se crea en torno a la Revolución Francesa. El mito
reaccionario surgirá en algunos medios clericales europeos y jugará un
papel preponderante en la historia de España del siglo XIX, como muestra
el excelente estudio de Javier Herrero, Los orígenes del pensamiento
reaccionario español’, en el cual se inspira el segundo capítulo de este
trabajo.

El mito antijacobino

Los primeros elementos del mito reaccionario aparecen en algunas


reacciones de ciertos clérigos europeos frente al avance de las ideas
ilustradas desde antes de la Revolución Francesa; pero el mito encontrará
su pleno desarrollo cuando los hechos de la Revolución sean aducidos
como plena comprobación de las advertencias sobre las consecuencias
sociales y políticas que iba a tener la Ilustración.

Este mito es un buen ejemplo de interpretación complotista de la


Historia, pues presenta las ideas de la Ilustración como fruto de una
conspiración universal de las fuerzas del mal, que se propone explícita
y voluntariamente la destrucción de la civilización europea que se
considera como reflejo del orden jerárquico querido por Dios. La conjura
contra la alianza entre el Altar y el Trono se lleva a cabo mediante una
revolución de carácter universal, cuya primera manifestación fue la
Revolución Francesa de 1789 y cuyos instrumentos satánicos son los
movimientos liberales y las democracias parlamentarias.

1 Herrero, Javier. Los orígenes del pensamiento reaccionario español. Madrid Alianza
Editorial, 1988.
El mi» tntijacobi no como clave de lectura de la Revolución Francesa 167

Según esta lectura, esta conspiración universal reúne tres conspi­


raciones del siglo XVIII: la de los filósofos como Voltaire y Rousseau, la
de los jansenistas contra los jesuitas y el papado romano y la de la
masonería. Los jefes de este complot mundial serán Voltaire, Rousseau
y Federico de Prusia.

En la controversia contra Voltaire y Rousseau se destacan varios


clérigos, algunos de ellos jesuitas víctimas de la persecución de los
Borbones que habían logrado que el papa Clemente XIV suprimiera la
orden jesuita en 1773- Entre ellos se destacan Claudio de Nonnote
(1711-1793), Luis Mozzi (1746-1813), el abate Bonola, lo mismo que el
dominicano Antonio Valsecchi (1708-1791), el jerónimo Fernando de
Zevallos (1715-1790) y Nicolás Bergier, canónigo de París (1718-1790).
Esta controversia era bastante marginal hasta antes de la Revolución
Francesa, pero se radicaliza cuando sus efectos son aducidos por estos
autores como prueba de que sus pronósticos se han cumplido: la Razón
conduce a la anarquía, y la tolerancia a la impiedad y a la subversión.
De ahí se deduce la necesidad de la intolerancia y de la destrucción de
las ideas revolucionarias (y de sus autores), con el fin de salvar la
sociedad del caos. De ahí que se plantee el regreso a la obediencia ciega
al rey, al control de la Iglesia sobre la sociedad y al absolutismo de
derecho divino.

En la interpretación complotista de la Revolución juega cierto


papel la crisis de algunos ilustrados como Jovellanos y Pablo de Olavide
ante algunos efectos de la Revolución Francesa, tales como la persecu­
ción religiosa, la constitución civil del clero, la ejecución del rey y el
régimen del Terror, que contradecían profundamente su utopía de la
Ilustración. El mito reaccionario encontró pronto al culpable de que las
esperanzas depositadas en las ideas de la Ilustración resultaran fallidas:
las sectas impidieron que el poder se ejerciera con tolerancia razonable,
con filantropía y fraternidad. La Ilustración sólo podría acarrear bene­
ficios a Ja humanidád y llevaría hacia el progreso y la felicidad, pero el
libertinaje impío de las sectas introdujo el desorden y presentó un
proyecto quimérico de perfeccionamiento de la sociedad con el fin de
engañar a los incautos y poder usarlos para sus fines perversos.

Todas estas interpretaciones complotistas confluyen en la articula­


ción de un gran mito reaccionario y antijacobino, cuya versión final se
debe a la obra de dos ex-jesuitas: Lorenzo de Hervás y Panduro (1735-
16» i-'cmán li. González G-

1809), cuyas obras principales fueron Historia de la vida del hombre


(1792) y Causas de la Revolución Francesa (1794), y Agustín Barruel
(1741-1820), cuyas obras más conocidas fueron Historia del clero
francés (1793) y Memorias para la historia del Jacobinismo (1794).
Estas obras, traducidas a varios idiomas, tuvieron gran difusión en
Inglaterra, Alemania y España, donde fueron vulgarizadas por periódi­
cos y por la predicación religiosa (no sólo la católica, sino también la
de varias iglesias protestantes).
Según Javier Herrero, la mentalidad apocalíptica de los jesuítas
del siglo XVIII, con su sentido catastrófico de la historia, juega un papel
importante en la construcción del pensamiento reaccionario al propor­
cionarle un fondo emocional y pasional y un tono de agresividad
personal. Esta mentalidad apocalíptica de los jesuítas (que será compar­
tida por muchos hombres de Iglesia) se explica por la tragedia histórica
que viven en el siglo XVIII con su expulsión de los reinos borbónicos
(Portugal, Francia, España e Hispanoamérica) y la disolución de su
orden por el Papa en 1773- Su tragedia es leída como resultado de la
alianza de las fuerzas del Mal en contra de la orden jesuíta; como
muestra Herrero, los jesuítas escriben con una animosidad personal
contra Voltaire como si fueran sus víctimas personales, sintiéndose
mártires bajo el ataque de los filósofos, jansenistas y masones. Todo
este ambiente intelectual convertirá a Italia, y particularmente a Roma,
en un centro de pensamiento antirrevolucionario, con esquemas
complotistas de interpretación de la historia.
Lorenzo de Hervás insistirá en el mito de la gran conspiración de
las sectas como modelo interpretativo de la Revolución Francesa: el
objeto de la Revolución Francesa fue la destrucción del cristianismo,
porque éste era el freno de los deseos bestiales y anárquicos del hombre
que se oponía a la libertad, entendida como el libre ejercicio de las
pasiones humanas en lo que tienen de bestiales y opuestas a la
conciencia. Este ideal de libertad es pregonado como fruto abominable
de las sectas: calvinistas, jansenistas y filósofos ateos son unificados y
reforzados por la masonería, que organiza grupos y difunde las nuevas
ideas para buscar la corrupción de la mente del pueblo, con el pretexto
de reformar los abusos de la monarquía y la Iglesia.
Pero el mejor sintetizador del mito reaccionario será Agustín
Barruel con su tono tenebroso. Su influencia será notoria en el sentimien­
to inglés sobre la Revolución Francesa, lo mismo que en el sentimiento
El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución Francesa 169

antifrancés de la España en lucha contra Napoleón. Barruel va a influir


en Burke, en el clero y en la opinión pública de Inglaterra, ya que su
obra es popularizada por la prensa. Las traducciones de sus escritos al
español van a gozar de gran difusión a partir de 1812: los prólogos de
sus traductores presentan la invasión napoleónica de España como
resultado de la conspiración universal contra la fe católica y plantean
la necesidad urgente de la lucha contra los españoles contaminados y
k las logias masónicas. Los liberales españoles son identificados como
jacobinos y Napoleón es presentado como el gran jacobino. (Paradóji­
camente, Barruel era entonces defensor de la sumisión del clero francés
a Napoleón, quien le otorgó una canonjía).

El objeto de la obra de Barruel era desenmascarar los secretos


designios de los jacobinos, su naturaleza de secta, sus sistemas y sus
conspiraciones subterráneas. Según él, los jacobinos constituían la reu­
nión de tres previas sectas de conspiradores: la de los filósofos contra
el Dios del evangelio (Voltaire, D’Alembert, Federico de Prusia, Diderot
y los enciclopedistas), la de los francmasones contra el Trono y la de
los “iluminados” anarquistas que se rebelaban contra toda religión, todo
gobierno, toda sociedad civil, toda propiedad. La obra maestra de esta
triple rebelión fue la Revolución Francesa, que había sido sistemática
y detalladamente planeada como primer episodio de la Disolución
Universal. Todo fue organizado en detalle. Según Barruel, en 1787 se
reunieron representantes de las tres sectas para planear el levantamien­
to general. Su estrategia fue planeada por una junta reguladora, que
envió instrucciones al Gran Oriente, órgano ejecutivo de las decisiones
y éste las transmitió a las logias provinciales y locales. Se logró así que
la mayoría de los delegados a los Estados generales fueran masones y
se fijó el 14 de julio de 1789 como fecha para lá insurrección general.
El Régimen del terror fue planeado pormenorizadamente, pero sólo los
más criminales conocían la totalidad del plan. El club supremo, encar­
gado de la dirección de la obra destructora, se llamó de los jacobinos
por el templo en el cual se reunían: luego se deberían crear clubes
semejantes en el resto de Francia, en América y en el mundo entero2.

2 Ibid., p.217-218.
170 Fernán II González G.

La coalición de la triple secta formó el Club de los Jacobinos, cuyo


fin era la disolución universal. Barruel decía poseer pruebas incontras­
tables de que hasta el último detalle de la Revolución Francesa había
sido planeado con la más refinada malicia; la organización era tan
perfecta que en el momento en que los jacobinos decidieron decretar
la Revolución Francesa, podían lanzar dos millones de personas sobre
Francia. Pero advierte Barruel a los pueblos y gobiernos europeos, la
Revolución Francesa no fue sino un ensayo de fuerza de la secta, que
tiene por objeto el mundo entero. La suerte de Francia es el modelo
en que deben contemplar su espantoso futuro los restantes gobiernos
si no toman las medidas necesarias para hacer abortar las conspiracio­
nes fraguadas por los jacobinos del mundo3.

Esta descripción del mito, con esa violencia incendiaria, producía


un efecto explosivo en el mundo de entonces, pues se adaptaba a la
virulencia del sentimiento antiliberal y respondía a las pasiones acumu­
ladas por las guerras napoleónicas. En España; el influjo sera enorme:
la guerra española contra Napoleón va a adquirir el carácter de cruzada
religiosa y nacionalista y los liberales van a ser considerados antiespañoles,
Femando VI va a ser visto como una especie de Mesías y el mito
reaccionario va a lograr la identificación del Bien con el Antiguo Régimen
y del Mal con las ideas de la Ilustración. Los curas van a convertirse en
caudillos populares de ese nacionalismo primitivo: sus predicaciones van
a contribuir a la vulgarización del mito en un medio emocional ya
caldeado y algunos curas llegarán a ser jefes guerrilleros. Voltaire y
Rousseau van a ser identificados con el invasor francés y Napoleón se
va a convertir en la personificación del Mal absoluto, del Anticristo, del
odio a Cristo y a la Iglesia.

Este ambiente intelectual y emocional tan caldeado va a tener


lógicas repercusiones en Hispanoamérica, sobre todo en medios conser­
vadores y eclesiásticos, que tenderán a leer sus conflictos con el
Liberalismo a la luz de las experiencias francesas interpretadas con estas
categorías míticas. Pero, además, se presentaba un problema adicional:
la aplicación de categorías e instituciones de otras latitudes a una
situación nacional enteramente diversa, como el concepto de ciudadanía
del pueblo en un contexto social marcado por la desigualdad. La

3 Ibid., p. 205-206.
El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución Franco* 171

discusión en tomo a la presencia política del pueblo y a la relación de


éste con sus líderes sería interpretada como jacobinismo. En este punto
va a ser particularmente importante el caso de Mariano Ospina Rodríguez,
crítico acerbo del influjo jacobino en nuestro país. Es de anotar el hecho
que Mariano Ospina Rodríguez llegara a usar el nombre de Barruel como
seudónimo en un manuscrito en que criticaba la propuesta del presidente
Otálora sobre la federación de los Estados Unidos en 18824.

El problema de la apelación al pueblo


soberano

El hecho de no existir un pueblo y una nación en el sentido


moderno de la palabra acarreó muchos problemas desde el inicio de
nuestra vida republicana. Desde el 20 de julio de 1810 se ve la discusión
en torno a la apelación al pueblo para legitimar el nuevo poder: en la
Vida de don Ignacio Gutiérrez Vergara, publicada por Ignacio Gutiérrez
Ponce en 1900, se cita la correspondencia de José Gregorio Gutiérrez
Moreno, abuelo del autor, sobre los hechos de esos días, que ilustran
sobre las contradicciones que se suscitaban.

En el libro, Ignacio Gutiérrez Ponce narra la división que se


presenta en Bogotá desde el mismo 20 de julio, en el cual el autor
pretende vislumbrar ya el embrión de los Partidos Conservador y
Liberal: es visible el contraste entre los violentos que quieren cambiarlo
todo sin orden ni sistema y los moderados, que quieren conservar lo útil.
Estos son “gente culta, bien educada, bien intencionada, poseedora de
recuerdos y tradiciones que deben respetarse y que temen comprome­
ter”. Los primeros son “gente bozal, de dañados instintos”, que ignoran
su pasado y tienen poco o nada que perder. Son los llamados “chis­
peros”, como “la gente apicarada de Madrid”, que usan el desorden para
medrar y la política para satisfacer pésimas villanía^

En una carta del 19 de agosto de 1810, se queja José Gregorio


Gutiérrez del espíritu demagógico que inficionaba a algunos vocales de

4 "Intellectus apretaros discurrit", documentos 16 del archivo Mariano Ospina Rodríguez,


Asuntos sobre política y partidos. En: Archiiv FAES, Medellín; Colección de fuentes
primarias.
172 Fernán E. González G.

la junta de gobierno: si las cosas hubieran seguido así, a la fecha no


habría junta “porque el pueblo amotinado había tomado tanto ascen­
diente que a nadie respetaba, de manera que de un mes a esta parte,
hemos estado en perfectísima anarquía”5. *
Critica Gutiérrez en la misma carta “las ideas sediciosas" que
esparcían “los principales autores del desorden y los que conmovían al
pueblo”: “entre ellas, la detestable máxima de que en el día no hay
distinción de personas, que todos somos iguales; y para autorizar más
sus ideas, dicen que uno salió vestido de ruana, paseándose hombro a
hombro con los guarnetas, que ya te harás cargo le seguirán muy
gustosos”6.
En otra carta, del 9 de agosto de 1812, se queja nuevamente de
la anarquía debida a la impotencia frente a los chisperos de las auto­
ridades designadas por Nariño (Benigno de Castro y Luis Ayala).
Aquellos “que han sido siempre los autores y capitanes del tumulto",
exigían medidas levantándose “con el nombre del pueblo soberano”
para exigir los arrestos de sus opositores y la designación de un perso-
nero público. Se queja Gutiérrez de estos procedimientos de un pueblo
que se precia de ilustrado: “se trata de ahogar la voz del pueblo sensato
y oprimir a los funcionarios públicos para que no se opongan a sus
ideas”7*.
Los comentarios del autor del libro, Ignacio Gutiérrez Ponce (que
publicó el libro en 1900, en plena guerra de los Mil Días), ilustran cómo
las experiencias políticas del siglo XIX colorean ya la visión del 20 de
julio con la perspectiva del enfrentamiento liberal-conservador: “desde
entonces se empleó el pérfido sistema de cortejar al pueblo haciéndole
entrever ventajas y derechos, para engañarle luego, convirtiéndole en
instrumento de viles planes”. Esta apelación al pueblo preludiaba “otras
abominables escenas" de épocas más recientes: “¿No es verdad que ya
apuntaban las democráticas?.

5 Gutiérrez Ponce, Ignacio. Vida de don Ignacio Gutiérrez Vergara y episodios históricos de
su tiempo (1806-1807). Londres: Imprenta de Bradbury Agnew y Cía, p. 65-66.
Ibid. p. 66
Ibid. p. 874».
00

Ibid. p. 66.
El mito ■ntijacobino como clave de lectura de la Revolución Francesa 173

Lo mismo ocurre con la lectura que hará Soledad Acosta de


Samper sobre el 20 de julio en sus episodios novelescos de la Historia
Patria, como el titulado Un chistoso de Aldea (cuadros de costumbres
populares), publicado en 1905. En su relato de la prisión del Virrey
Amar, se refiere a la necesidad que sentía el “pueblo soberano” de
hacerse sentir al no estar satisfecho con un papel secundario. Por eso
se volvió a llenar la plaza de gente “y como los nuevos soberanos no
tenían nada qué hacer, empezaron a gritar de nuevo que se castigase
a los tirano?.

Pero la movilización empezó a desbordar a sus agitadores, según


doña Soledad: “A pesar de que al principio los llamados chisperos,
fueron los que gozaban en turbar el ánimo tranquilo de ese pueblo
enseñado a obedecer y a vivir en paz, enseguida ya no sabían cómo
contentar a aquella hidra de cien cabezas que renacían por todas partes,
y empezaban a manifestar voluntad propia”9.

Ante eso, sigue doña Soledad, la población se alarma: “Los padres


de familias y hombres serios” (o sea, ni chisperos ni pueblo) pidieron
que se pusiese fin a una efervescencia que podía traer fatales conse­
cuencias. Entonces, el alcalde Miguel Pey, vicepresidente de la Junta,
decidió poner fin a la tirante situación con una proclama “basada
enteramente sobre las que se leían en las historias de la Revolución
Francesa, que estaba aún fresca en todas las memorias, y sus hechos
eran imitados allí en donde el pueblo quería derrocar gobiernos
.
constituidos”1011

La relación de los chisperos con el pueblo soberano es caracterizada


por doña Soledad en el protagonista de su historia, Justo, que es uno de
los que recibía de los chisperos las órdenes que éstos daban acerca de los
gritos que habían de dar, pues el pueblo soberano nunca tiene voz propia
sino que obedece a los cabecillas y reclama esto o lo otro, exige cosas que
no conoce y requiérete que le mandan que pida sin saber por qué””.

9 Acosta de Samper, Soledad. Una nueva lectura Introducción de Montserrat Ordóñez.


Bogotá: Fondo Cultural Cafetero. 19SH- p.263.
10 Ibid. p.263
11 Ibid. p.264
174 lemán E. González G.

El problema de la apelación al pueblo aparece también en 1822,


cuando el general Francisco de Paula Santander, entonces vicepresidente
de la República encargado del poder ejecutivo, intentó vincular los
artesanos a la Sociedad Popular, fundada ese a/io en Bogotá. Este intento
fue criticado por la prensa capitalina, que advertía que se estaba iniciando
“la taciturna y calculada ferocidad de los jacobinos” y se preguntaba:
“¿Quién no ve las impresiones que semejantes dejan en el ánimo del
vulgo, le hacen odioso al freno de la autoridad, y casi lo provocan a la
sedición y al pillaje?”.

El articulista pone en duda la representatividad popular de los


asistentes a las reuniones de la Sociedad Popular, que son acusados de
suplantar el nombre del pueblo y descalificados para opinar sobre
materias de gobierno:

“¿Y esta corta porción de particulares ha de tomar la voz del pueblo,


y decir que éste pide, quiere, desea, aprueba o reprueba esto o aquello?
¿De ,qué pueblo hablan? ¿Son los jueces idóneos para dar su voto sobre
materias de gobierno? Y cuando lo ofrecen, ¿hay ley que los autorice para
decidir simultáneamente en aplausos y palmadas, y acaso sin saber a
punto fijo de qué se trata, cuestiones de las cuales depende tal vez la salud
del Estado?... Las arengas de las reuniones no son a propósito para ilustrar
la opinión, sino más bien para extraviarla, porque no hablan a la razón,
sino a las personas: foguean los ánimos y exaltan la imaginación, pero
no enseñan ni alumbran el entendimiento"12.

Expresiones semejantes usarán los conservadores para descalificar


el intento de movilización popular de los liberales en la llamada revolución
liberal de mediados de siglo. En ese mismo sentido, los esfuerzos de San­
tander por apelar al pueblo para lograr la consolidación del nuevo estado
republicano eran descritos en 1828 por un diplomático inglés:

“Busca la compañía del simple populacho del país, adoptando sus


vestidos y sus costumbres y estimulando con su presencia ios sentimien­
tos más violentos y facciosos”13.

12 La Indicación. Bogotá, Dic. 2 de 1822. Citado por Fabio Zambrano en "El miedo al pueblo:
Contradicciones del sistema político colombiano II". En: Documentos Ocasionales. Bogotá:
Cinep. No. 53,1989, p.15.
13 Citado por Fabio Zambrano.: "Contradicciones del sistema político colombiano”. En:
Documentos Ocasionales. Bogotá; Cinep. No. 50,1988, p.21.
El mito aniijtcobino como clave de lectura de la Revolución F ranceaa 175

Pero va a ser en el período de consolidación de la formación de los


partidos entre la Revolución de los Supremos y la Revolución liberal
(1839-1849), cuando aparecerá en profundidad la discusión sobre
participación popular y el mito jacobino.

Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro


frente al Jacobinismo

El Jacobinismo, la representación del pueblo y la relación entre


instituciones y realidad nacional, son temas centrales de la lectura que
hacen los primeros ideólogos conservadores de las revoluciones france­
sas, siempre a la luz de sus enfrentamientos con los liberales colombia­
nos. Ospina considera al jacobinismo como una de las causas del fracaso
del intento bolivariano de la Gran Colombia, que era un armatoste que
no podía funcionar: se basaba en elecciones frecuentes practicadas por
gente ignorante, estaba representado por diputados de regiones aparta­
das y extrañas entre sí, y se componía de regiones heterogéneas y
remotas, muy poco comunicadas entre ellas. La población era escasísima,
atrasada y estaba dispersa en un “dilatadísimo territorio”; además estaba
amenazada por el “cáncer del militarismo semibárbaro", producto de las
guerras de independencia, hostil al grupo civil y “a la práctica del
gobierno representativo”. Otro elemento de discordia era “la libertad de
prensa en manos de gentes duras, o de escasa cultura, o animada de las
pasiones volcánicas del jacobinismo”14.

La crítica de fondo que hacía Ospina a Bolívar (en 1879) era no


haber tenido “valor y constancia para establecer un gobierno sólido,
eficaz para tener a raya los elementos perturbadores y para el manteni­
miento del orden, un gobierno más conforme con el estado de atraso, de
incomunicación y de pobreza del país”. Era indudable, según Ospina, que
“los próceres imbuidos en las teorías brillantes y seductoras, pero en gran
parte quiméricas, de los publicistas franceses, cometieron un error al
aplicarlas a un país tan poco adecuado como el nuestro”.

14 Gómez Barrientes, Estanislao. Don Mariano Ospina y su época. (Páginas de historia


neogranadina)(1849afines de1863) Mcdellínrlmprenta Antioqneña. 1915 -Tomo I ’p34-
35.
176 lemán lí González G.

Este tema de la inadecuación de las ideas de los autores franceses


a la realidad de Colombia será uno de los leit-motiv del pensamiento de
Ospina.

Sus ideas políticas y las dejóse Eusebio Caro aparecen con ocasión
de la reforma constitucional que se impulsa a partir de 1840, como
reacción contra la Guerra de los Supremos, que culminará en 1842. José
Eusebio Caro sostiene que la reforma constitucional de 1832 era el origen
oculto de todos nuestros males, por la inadecuación entre las institucio­
nes que creaba y las circunstancias reales del país'5. Esta inadecuación
se debió a que esta constitución era una vil copia de ideas extranjeras,
que no llenaba las necesidades de los pueblos y que insistía sólo en
preservarnos del despotismo militar y no en liberarnos de la anarquía, o
en garantizar el orden/ La constitución nos otorgó las elecciones de las
cosas grandes y nos negó la decisión sobre asuntos locales pequeños, que
podrían haber servido de escuela democrática para el pueblo ignorante;
además, creó un ejecutivo débil, sin poder real para hacer el bien y evitar
16.
el mal”15

La reforma constitucional de 1842 fue impulsada vigorosamente


por Ospina, que estaba convencido de que había que hacerlo cuanto
antes, cuando todavía estaban “frescos los efectos de las tendencias
jacobinas y de esas instituciones anárquicas”, refiriéndose a la Guerra de
los Supremos’7.

Estas ideas aparecen en el mensaje de Mariano Ospina al Congreso


en 184218, donde analiza los efectos y causas de esa revolución e insiste
nuevamente en los efectos secundarios de la revolución de independen­
cia que fueron más allá de la intención de sus autores. Con las “doctrinas
políticas de los filósofos franceses”, se introdujo "el vértigo anticristiano

15 Caro, José Ensebio. «Reforma de la Constitución*. En: EINacional, Bogotá. Nos. 15.16,17
y 18 del 9, 16, 25 y 30 de septiembre de 1848. Reproducida en Aljure, Simón. Escritos
históricos dejóse Ensebio Caro. Bogotá:Fondo Cultural Cafetero, 1981.
16 Ibídem.
17 Carta de Mariano Ospina Rodríguez a Rufino Cuervo, fechada en Bogotá el 18 de mayo
en 1842, en Cuervo, Luis A. Epistolario del doctor Rufino Cuervo (1841-1842).
Bogotá:Imprenta Nacional, 1920, Tomo II, p. 275-278.
18 Ospina Rodríguez, Mariano. Mensaje al Congreso. Bogotá:AHN. Sección Primera, Orden
Público, p.2-9.
El mito antijacobino como clave de lectora de la Revolución Francesa 177

de que tanto alarde hizo Francia”, se tuvo la impiedad como ilustración


y se puso de moda “profesar máximas inmorales y subversivas de todo
orden social”. El resultado fue que “las masas populares” perdieron el
crédito en los hombres que querían plantear las nuevas ideas políticas,
y éstas quedaron así sin sólidos cimientos que las hicieran legítimas.
Pero la energía del sentimiento religioso disminuyó en la sociedad, y
la moral, cuya única base en este país había sido la fe cristiana, quedó
socavada. Sin la fuerza de la moral y la religión, sólo quedó como dique
“la débil acción de las leyes para contener el empuje de la anarquía por
todas partes se abre brecha”.

Pero el problema de fondo residía, según Ospina, en la errada


dirección que se dio a la educación secundaria, cuyo casi único objeto
era “plantear las teorías políticas y legislativas proclamadas por los
filósofos”, sacrificando todas las demás consideraciones sociales: los
conocimientos industriales, las artes productivas de riquezas y toda la
filosofía, se habían encaminado al estudio de la política y de la
jurisprudencia.

Los jóvenes así formados en “teorías metafísicas sobre leyes,


gobierno y administración”, sin formación histórica ni conocimientos
productivos, sólo pensaban en legislar y gobernar y sólo se consideraban
aptos para ser empleados públicos. Esto producía el descontento natural
y la necesidad continua de revoluciones, ya que el Gobierno no tenía
suficientes cargos públicos para repartir. De esto resulta que hubiera
siempre “un gran número de personas dispuestas a derribar el orden
establecido para ocupar los puestos de que se juzgan injustamente
excluidos”.

Otro problema, repetía Ospina, era la “juventud inexperta" que no


tenía más guía que las doctrinas enseñadas, que eran “exageradas,
inadecuadas a las circunstancias del país, u opuestas a las instituciones
y a los hábitos de la Nación". Esta juventud resultaba convertida en “juez
de las leyes y de costumbres nacionales" y adquiría “odio y desprecio por
todo lo que no está hecho al molde de las incompletas ideas que ha
recibido”.

Todo esto producía, según Ospina, “esa tendencia funesta a


cambiarlo y subvertirlo todo... esas ideas absurdas sobre la libertad y la
igualdad, en virtud de las cuales toda sujeción legal es tiranía, toda
171 Fernán E. Gonzále. G

distinción social aristocracia, todo magistrado que se hace obedecer es un


déspota”. Por eso, cualquiera se juzgaba con pleno derecho para atacar
al magistrado y perturbar el orden público porque “conforme a sus teo­
rías ha calificado de tirano al que manda, y se ha constituido él mismo
en protector de la libertad".

El influjo de estas ideas es obvio en la reforma constitucional de


1842 y en la reforma educativa de 1843, ambas impulsadas por Ospina.

El tema del jacobinismo aparece nuevamente en la discusión


sobre la ley de migración en 1851, cuando se adujo la intolerancia
religiosa como obstáculo para la llegada de extranjeros al país. Según
Ospina, los cristianos de hoy no son fanáticos e intolerantes sino
sostenedores de la unión y la tolerancia, pero sí existe en los países
cristianos “una secta fanática, intolerante y perseguidora" que no es
cristiana sino jacobina. Es una “secta de incrédulos”, “enemigos de toda
religión”, especialmente del catolicismo, cuya estabilidad y firmeza
proclaman la inevitable ruina del materialismo “que aquellos fanáticos
pretenden propagar”. Según Ospina, esta secta es “la amenaza más
terrible para el orden público, para la seguridad personal, para la
propiedad, para el honor, para todos los bienes y derechos del
hombre"19.

Jacobinismo en la revolución liberal de


mediados de siglo

La polémica en tomo a la revolución liberal de mediados de siglo


hace aparecer con mayor virulencia los temas de controversia referentes
al jacobinismo y a la inadecuación entre instituciones y sociedad, que
reflejan la relectura que se hacía de las revoluciones francesas.

En esa polémica aparece una serie de artículos de Ospina y Caro


en el periódico La Civilización, que van a ser fundamentales para
entender la ideología conservadora y su posición frente a la Revolución
Francesa. Uno de los más interesantes fue el titulado La Civilización, en

19 Gómez Barrientos, Estanislao. Op Citp. 402-403.


El mito «ntijacobino como cIbvc de lectura de Ib Revolución Franco» 179

el número uno de esta publicación, aparecido el 9 de agosto de 1849“


escrito por Ospina Rodríguez. En este artículo aparece la concepción
general de su política, su crítica a la inadecuación de nuestras institucio­
nes y su visión sobre la Revolución Francesa y especialmente su crítica
contra el Jacobinismo. La situación colombiana se analiza en el marco del
contexto internacional tal como es percibido por Ospina.

Ospina parte de que la civilización se basa en el equilibrio entre


las instituciones que rigen una nación y las doctrinas que encarrilan la
sociedad en que se insertan esas instituciones. Las doctrinas son el prin­
cipio motor o la rémora de la civilización, pero esas doctrinas deben
expresarse a través de instituciones, leyes, costumbres, hábitos, que
toman su fuerza de la doctrina que los respalda: si la doctrina deja de
operar eficazmente, las instituciones pierden su influencia y terminan por
sucumbir.
Esto es lo que está ocurriendo en Francia e Inglaterra, con la
amenaza del pauperismo, evidente en la Revolución Francesa de 1848.
El pauperismo es el complot organizado de la barbarie contra la
civilización, producido por la corrupción de las masas proletarias de
Francia e Inglaterra, instigadas por hombres instruidos, pero sin fe ni
conciencia. Los hechos de mayo y junio de 1848 en Francia constituyen
las primeras escaramuzas de esta lucha social, que surge con el rápido
desarrollo de la industria pero que se hace más organizada y sistemática
por la acción de los clubes populares, como verdaderos talleres de
desmoralización.

El problema de Francia no es político, ya que imperan en ella


instituciones republicanas, no existen clases privilegiadas y los funcio­
narios son elegidos por voto popular. El problema reside en las mismas
entrañas de la sociedad, por lo cual los remedios meramente políticos
no bastan para curar las dolencias: las instituciones de la sociedad
francesa han quedada socavadas al desaparecer la doctrina que les daba
fundamento.
Además, las teorías sociales que se ofrecían como solución
parecían más adecuadas para terminar de destruir la sociedad y arruinar

20 Ospina Rodríguez, Mariano."La Civilización", 9 de agosto de 1847. En: Ospina R., Mariano.
Escritos sobre economía y política. Ilogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1969.
180 lemán I-. González G.

la civilización que para reconstruirlas. El resultado final es que nuevas


hordas de bárbaros se están apoderando de la Europa civilizada; estos
bárbaros son “vomitados" por los talleres de manufacturas, que
producen hombres hambrientos y desesperados, sin religión ni moral,
y por las universidades, que producen hombres irreligiosos e inmorales,
que sólo buscan satisfacer sus pasiones a cualquier precio.

La crisis de la sociedad europea contrasta con la situación de los


Estados Unidos, donde la doctrina cristiana de la igualdad no tuvo que
luchar con costumbres bárbaras basadas en la desigualdad y el
privilegio, como ocurrió en Europa, sino que pudo imponer una
democracia modelo, basada en el equilibrio entre instituciones sociales
y doctrina. Es interesante el contraste que Ospina plantea entre Estados
Unidos y Europa (vistos siempre a través del prisma de la situación
colombiana): los pobres en Norteamérica buscan mejorar su situación
por medio del trabajo y no “apandillándose” en clubes de obreros y
vagabundos, ni en sociedades de artesanos, que proclaman que la
propiedad es un robo, que todos son iguales en ignorancia y que hay
que despojar a los ricos para imponer la igualdad de fortuna. En Estados
Unidos, ni al obrero ni al intelectual se les ocurre la idea de reunirse para
desmoralizar y corromper la parte más ignorante de la sociedad, con el
fin de lanzarla al ataque contra la parte más civilizada. Por eso, plantea
Ospina, los Estados Unidos son el área destinada a salvar la civilización
cristiana del caos que la amenaza en Europa.

Este contraste entre Europa y Norteamérica le sirve a Ospina para


enmarcar su análisis de la civilización en Hispanoamérica y en la Nueva
Granada: aquí las ideas de independencia sólo germinaban en pocas
cabezas, distando de ser un sentimiento general de las gentes sino que,
en gran parte, eran ideas importadas cuyo desarrollo fue facilitado por la
invasión de Napoleón. Esto hizo que el país estuviera preparado para
la independencia pero no para las instituciones que recibió, que están en
desacuerdo con las doctrinas y costumbres de la sociedad. La sociedad
colonial era ignorante, atrasada industrialmente y acostumbrada al
absolutismo de las autoridades venidas de España. En su mentalidad se
observaba el dominio sin rival de la doctrina del Evangelio, pero
desfigurada ésta con el fin de santificar el poder absoluto.

Para modificar esa situación hubiera hecho falta educación y


creación de industria, lo mismo que paz estable, orden y respeto a la
El mito ■mijacobino como clave de lectura de la Revolución Franceea 1BI

propiedad y un gobierno que consultase a la vez la libertad e igualdad


modernas como las opiniones y costumbres del país. Para ello se debió
haber imitado el modelo norteamericano, pero sólo se leyeron libros
franceses que contenían ideas puramente teóricas, poco aptas para
formar republicanos prácticos. Esto último se evidenciaba en la incapa­
cidad de Francia para entender la República en términos pacíficos y
honrados, pues siempre la había entendido como anarquía, iniquidad
alarmante y una tiranía sanguinaria que había deshonrado la especie
humana en los tiempos modernos.

El efecto de esta lectura exclusiva de filósofos y políticos


franceses volterianos y materialistas había sido la difusión de doctrinas
anticristianas y materialistas y la formación de una escuela jacobina,
hostil a la religión católica, que no tenía la sinceridad de confesar sus
principios pero cuyas prácticas permitían adivinarlos. Esta secta se origi­
nó en Francia, donde ejerció el régimen del Terror, tipificado por Marat,
el monstruo más abominable que ha manchado la tierra: de allí pasó a
América con “los republicanos rojos” (liberales).

Esta secta proclama la guerra a todo poder o autoridad que no esté


en sus manos -que es denominado tiranía y despotismo-, y a toda religión,
-especialmente la católica, que es el principal obstáculo para el desarrollo de
la secta-; la religión católica es calificada en términos de fanatismo,
superstición y oscurantismo. Plantea también la persecución de todo adver­
sario de talento, que es definido como oligarca, aristócrata, enemigo del
pueblo, y busca la consecución del poder político, de cualquier modo
posible.

Para ello, busca corromper y desmoralizar al pueblo con doctrinas


ateas y materialistas, aprovechando la ignorancia de las masas, para
convertirlas en ciego instrumento de sus designios. Esto se logra organi-
zándolas en clubes para pervertirlas y disciplinarlas y además haciéndolas
ejecutar crímenes convenientes para su causa por medio de pandillas de
malvados, reclutados y organizados para ese efecto, a quienes se llama
el pueblo soberano.

Esta secta no es muy numerosa: de ahí su necesidad de aliados, lo


que le impide desplegar todos sus principios, como la guillotina de los
franceses y la comunidad de bienes y mujeres. Según Ospina, el activo
proselitismo de esta secta terrorista contrasta con la indiferencia del gran
partido moderado. Por eso, prevé que la inmoralidad se extenderá hasta
1B2 lemán E. González G.

que el crecimiento de la acción anarquizante de la secta termine por


despertar a la mayoría pacífica y producir su reacción como ocurrió en
Francia y Venezuela.

El rechazo popular a la secta jacobina por su hostilidad a la religión,
trajo como consecuencia la ilegitimidad de las instituciones republicanas:
el Congreso, el Ejecutivo, las instituciones y leyes fueron mirados con
desconfianza, desdén y hasta odio, quedando esas instituciones en la
orfandad y el desamparo. Esto los dejaba sujetos a la ambición de cual­
quier jefe militar o de un demagogo turbulento, apoyado por la facción
que le siguiera: la lucha por la defensa de las instituciones era mirada con
indiferencia y neutralidad por el pueblo, que a veces llegaba hasta a
ayudar a los sediciosos.

En consecuencia, concluye Ospina, el desdén por las opiniones


y costumbres de los pueblos y la propagación de doctrinas anticristianas
produjo la debilidad de nuestras instituciones y una desoladora
anarquía. Estas se expresan en constantes revueltas y guerras civiles,
que han significado el descrédito de los países hispanoamericanos ante
las naciones del mundo civilizado. Por todo esto, sostiene Ospina, la
revolución de la independencia resultó estéril, pues estableció repúbli­
cas independientes de acuerdo con principios perfectos en teoría, pero
que produjeron efectos contrarios a los producidos en Estados Unidos:
odios, guerras intestinas, corrupción, debilidad industrial. El mal no está
en que las teorías estén equivocadas, pues funcionan en Estados
Unidos, ni la herencia de los hábitos españoles, ya que en la colonia
imperaban la paz, el orden, el respeto a la autoridad y no las continuas
revueltas de ahora.

El mal está en la debilidad de las instituciones que no consultan la


realidad de los pueblos (sus hábitos, opiniones, leyes y circunstancias),
sino que son traducidas de países con circunstancias muy diversas a las
nuestras. Esta ilegitimidad de las instituciones las deja sujetas al capricho
de los caudillos militaristas de las independencias y hace necesario un
ejército para su defensa. Ospina llama la atención sobre el hecho de que
la autoridad colonial, impopular y opresora de la libertad, se imponía sin
fuerza armada, sostenida por el amor al orden y la lealtad al soberano.

Por su parte, José Eusebio Caro retoma muchas de estas ideas en


un artículo de La Civilización No. 5, publicado el 6 de septiembre de
El mito Mitijicobino comoclivede lector» de I» Revolucxxi FnnccM IW

1849. bajo el título La libertad y el Partido Conservador21, donde comenta


un artículo anterior de Ospina sobre el origen de los partidos. Para Caro,
lo único que divide a los partidos es la cuestión moral, pues los liberales
defienden la licitud de cualquier medio para apoderarse del poder
público. Otro rasgo de los liberales es su intolerancia contra la libertad
religiosa y la educación de los católicos; quieren impedir que éstos se
confiesen y eduquen con los jesuítas, pero ellos se confiesan, día y noche,
con Voltaire y Diderot, considerados como apóstoles de la civilización
moderna por José María Samper (entonces furibundo liberal). En esa
línea, dice Caro, los liberales emplean la violencia del gobierno para
imponer el monopolio “de las doctrinas más despreciables e inmorales”22.

Es interesante el retrato que hace Caro de Voltaire, como aquel


patriota, moralista y poeta que osó mancillar la más santa memoria y la
gloria más pura de Francia: la memoria de Juana de Arco, virgen, mártir,
que expulsó con su espada al extranjero y murió por eso en la hoguera.
Critica también a Voltaire por su conducta aduladora frente a Federico de
Prusia, Catalina de Rusia, Luis XV y la Pompadour, y culmina con una
feroz diatriba contra “aquel genio abominable, desvergonzado, embus­
tero, inmundo y cobarde”, que “por la agudeza de genio y por el abuso
increíble de ese mismo genio, realizó sobre la tierra, para nuestra
desgracia, la inteligencia y la perversidad de Satanás”.

Según Caro, los liberales se han mostrado incapaces de fundar la


libertad y la República, como aparece en los fracasos de Francia en su
intento por crear esta última en 1793 y 1848. Esto no se debe a la
incapacidad radical de los franceses para* la República, como sostenía
Guizot, sino al origen y autores que tuvo (los de 1793 terminaron en la
guillotina y los de 1848 irían a los tribunales). En cambio, Inglaterra y
Estados Unidos brillan como dos astros de la libertad humana, porque
fueron creados por los virtuosos Pitt, Wilbeforce, Jefferson y Washington.
Por nuestra parte, la República de la Nueva Granada fue fundada por
Obando: “de semejahte fundador, de semejante origen, no podía salir
paz, libertad, ni ventura”.

21 Reproducido de Aljure Chálela, Siiyón. Escritos histórico-politicos deJosé Ensebio Cavo.


Bogotá:Fondo Cultural Cafetero, 19H0, p. 55-B2.
22 Caro, José Eusebio. Op. Cit., p. 65.
IM l emán lí. <><mzálcz. <>.

Mariano Ospina Rodríguez vuelve a comparar la revolución liberal


de mediados de siglo con la República Francesa de 1793 en otro artículo
de La Civilización (No. 84, 24 de abril de 1851 )25. La bondad de un
gobierno reside en su capacidad para otorgar seguridad a las personas y
a sus propiedades, no en el nombre que adopte ni en el lenguaje que use.
Así, se llamaron monárquicos “los abominables gobiernos de Turquía y
Marruecos” y el “excelente gobierno de Gran Bretaña”; se llaman
republicanos “el mejor de los gobiernos conocidos, el de los Estados
Unidos de América” y “aquel gobierno espantoso de la dominación
terrorista de los jacobinos”, “aquella orgía infernal que en 1793 anegó la
Francia en la más pura sangre francesa y escandalizó al género humano
con las más excecrables abominaciones”. También se llaman republica­
nos “los indignos y detestables gobiernos que han desolado a Centroamérica
y a Buenos Aires” (alude a Rosas).

El vocabulario usado por un gobierno no es índice para juzgar sobre


su bondad o maldad: el gobierno inglés habla rara vez de “democracia”,
“igualdad”, “republicanismo”, “fraternidad”, pero es respetado y querido
por la ciudadanía inglesa. En cambio, esas palabras han sido usadas
profusamente por el "feroz gobierno francés de 1793” y “los torpes y
ruinosos gobiernos de Centroamérica, de Buenos Aires y el de Belzú en
Bolivia”, que han merecido el "desprecio y la execración de extranjeros
y nacionales”. En Colombia, ese vocabulario ha sido aún más profusamente
utilizado por el gobierno del 7 de marzo, que repitió esos vocablos y se
llama republicano; ese mismo nombre y ese lenguaje usó el gobierno de
Robespierre, “que fue el más atroz y detestable de los gobiernos”.

La crítica al Jacobinismo aparece más claramente en los comenta­


rios conservadores sobre los sucesos del día 7 de marzo de 1849; uno de
los más encarnizados es el escrito por José Eusebio Caro en los números
19 a 27 de La Civilización, aparecidos entre el 13 de diciembre de 1849
y el 7 de febrero de 185023 24. Caro insiste especialmente en el papel
desempeñado por las sociedades democráticas, presentadas como jugue­
tes demagogos y fuerza de choque de los partidarios de las vías de hecho,

23 "Los deberes del gobierno y su conducta". En: La Civilización, No. 84, (abr.1851). Citado
por Gómez Barrientos, Op. Cit., Tomo IT, p. 137-138.
24 "El 7 de marzo de 1849". En: La Civilización. No 19-27, (13,dic.l849 al 7,feb.l850). Citado
en Aljure, Op. Cit., p. 197-269.
El m ico antijacobino como clave de lectura de la Revolución Francaa 113

reclutadas (según Caro) entre los desocupados de la capital y los fugitivos


de las provincias, reforzados con sediciosos traídos de provincias vecinas.

Para Caro, las sociedades democráticas no son más que un


“remedo de los clubes franceses”, que no han tenido grandes dimensio­
nes porque el buen sentido de artesanos y obreros los hace desconfiar.
Sin embargo, “este pequeño club" cumplió los objetivos de los rojos, no
por su pujanza, sino porque la “parte opuesta" abandonó el campo.

Esas sociedades tienen dos orígenes diferentes: por una parte los
artesanos proteccionistas, hostiles “a la causa roja”, y por otra, los
demagogos que querían organizar una fuerza de choque en la capital.
Estos fanatizaron a las masas, engrosadas con facciones de las provincias,
que quedan convencidas de que son “e/ pueblo soberano", dispensador
de puestos públicos y del poder. Son, en frase de Caro, “una tosca minia­
tura del club de los jacobinos después de la Gironda".

Pero las sociedades democráticas se han transformado: no son ya


la reunión de los artesanos que luchan contra el despotismo y a favor
del sistema instructivo, sino “una especie de oficina ministerial”, que
puede servir de apoyo armado al gobierno actual del liberalismo, que
cada día pierde más opinión pública. El asesinato de los congresistas
venezolanos en Caracas (24 de enero de 1848) le ha dado la idea al
gobierno de cómo aplicar la nueva máquina de fuerza.

Por eso, el Partido Liberal se dedicó a formar las sociedades, a pesar


que esto contradecía sus doctrinas económicas, y logró fanatizar a los
artesanos y obreros persuadiéndolos de que los congresistas no tenían
voluntad propia para elegir presidente sino que estaban obligados a
nombrar al que hubiera tenido mayor votación, así no tuviera mayoría
suficiente. Consiguiente, según Caro, el liberalismo sostenía que el pue­
blo tenía el derecho de castigar a los congresistas que se oponían a su
voluntad, incluso con la muerte.
*

Los oradores y periodistas del partido “rojo", dice Caro, se


dedicaron a persuadir “a la porción de artesanos, obreros y vagos”,
afiliados a las sociedades, de que “eran el pueblo soberano, es decir, la
Nación”. Se afirmaba que “la pandilla organizada en Bogotá" tenía dere­
cho a asesinar a los representantes del pueblo si se oponían a su voluntad.
’El engaño se basaba, según Caro, en el sofisma trivial basado en el doble
significado de la palabra pueblo, que significaba, por un lado, la nación
lió lemán E. González G.

entera, el conjunto de los miembros de un Estado; en ese sentido, se dice


que el pueblo es soberano y que los congresistas son sus mandatarios,
y que su voluntad debe ser aceptada. Por otro lado, pueblo significaba
también la parte más ignorante y pobre de qna población: en esa
acepción, el pueblo no es el soberano, sino una mínima parte de él, pero
la menos capaz de juzgar y discernir. Por eso, no se podía cuestionar que
la sociedad democrática era pueblo: eran una reducida porción del
pueblo de Bogotá, pero no el pueblo soberano.

La visión de Ospina sobre el estado político


de Colombia en 1857

Para concluir con esa revisión de la ideología conservadora en la


primera mitad del siglo XIX, se puede analizar el discurso de Mariano
Ospina Rodríguez para tomar posesión de la Presidencia de la República
en 1857 25. El tono es menos pesimista y ya ha pasado la polémica sobre
la participación popular, pero se retoman algunas de las ideas fundamen­
tales que Ospina ha venido exponiendo sobre la inadecuación entre
instituciones republicanas y la situación social de entonces.

4, Ospina destaca nuevamente su idea fundamental de que “el


profundo y trascendental cambio” significado por la adopción de la
democracia representativa no resultó de las exigencias de la sociedad,
donde faltaban todos los elementos que presuponía tal orden de cosas.
Por eso, lo que se produjo fue una “abierta pugna" entre las formas
políticas y el estado de la sociedad: se proclamó la soberanía popular
donde reinaba el dogma religioso del derecho divino de reyes; la
tolerancia donde reinaba la Inquisición; la responsabilidad del gobierno
una sociedad donde la majestad del rey era sagrada; la inviolabilidad de
la propiedad, de la libertad y de la seguridad personales donde el rey
era el señor de vidas y haciendas. Se proclamó la igualdad donde reina­
ba la más profusa desigualdad política y social, que se expresaba en la
servidumbre de los indígenas, la esclavitud de los negros, la exclusión
de los mestizos del poder y de la sociedad, la discriminación de los
criollos por los europeos.

25 "Estado político de Nueva Granada". l“de abril de 1857. En: Gaceta Oficial. No. 2.106.
Publicado en Ospina R.. Mariano. Escritos sobre economía ypolítica. liogotá Universidad
Nacional, 1969. p. 171-183
El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución Franccu l»7

Por eso, las instituciones políticas no fueron la expresión del


estado social sino que fueron copiadas de los códigos de otras naciones,
en completo antagonismo con las ideas, convicciones, preocupaciones,
tendencias, hábitos y costumbres del país. Al contrario de casi todas las
revoluciones populares, que buscaban armonizar las formas políticas
con la nueva situación de la sociedad, en Nueva Granada e Hispano­
américa las revoluciones buscaban cambiar el estado social y transfor­
mar la nación. Esto es imposible en un corto plazo, ya que una nación
no puede cambiar sus hábitos de un día para otro; por eso subsiste el
antagonismo y seguimos en un período de transición.

La falta de experiencia de gobierno de los primeros mandatarios y


sus ideas excesivamente teóricas, inspiradas en publicistas franceses, tan
poco experimentados en el gobierno como sus seguidores criollos,
empeoraron el problema. Por ello, las agitaciones y revueltas que pade­
cemos son el resultado normal de la difícil transformación de la situación
social y política, y no de la supuesta incapacidad de nuestra raza para
constituirse y gobernarse. Ospina afirma que admira la constancia de los
hombres políticos del país para mantener las instituciones, a pesar de los
obstáculos.

Según Ospina, lo que ha ocurrido en la Nueva Granada e


Hispanoamérica es “un fenómeno social extraordinario”, del cual no hay
ejemplo en la historia: es insólito que un pueblo adopte instituciones
exóticas y opuestas a su modo de ser y que las mantenga en medio de
las contrariedades, movido sólo por la esperanza de regenerarse”. Se pre­
gunta qué nación ha atravesado tan profunda transformación social y
política en menos de medio siglo, sin agitaciones, ni conflictos. La revo­
lución de los Estados Unidos consistió solo en la emancipación de la
metrópoli, pues ya poseían gobierno representativo y no emprendieron
ninguna reforma social que contrariara las instituciones sociales arraiga­
das. Prueba de ello es que sólo el anuncio de la libertad de los esclavos
está colocando al país al borde de la disolución.

La crisis de transición de la Nueva Granada no ha terminado;


necesitamos una serie larga de generaciones para cambiar las condi­
ciones sociales de nuestro pueblo; esta labor de descomposición y de
composición es más activa bajo la libertad que bajo el despotismo.
Todavía la situación sigue siendo delicada: “hierve todavía este inmenso
crisol en que opiniones, costumbres, tendencias, preocupaciones y hasta
m Ecmln E. González G.

las razas mismas se funden, para formar un día un todo físico y


moralmente homogéneo; pero no somos nosotros quienes vean (sic)
perfectamente consumado este gran fenómeno”26.

Como conclusión de este largo recorrido ideológico de la relectura
que hacen los conservadores colombianos de la primera mitad del siglo
XIX sobre la Revolución Francesa, convendría señalar que estas
tempranas controversias van a marcar profundamente la vida política
desde la época hasta los tiempos actuales. Sobre todo en la resistencia
de las clases políticas a suscitar una movilización popular de amplias
dimensiones, que hemos caracterizado como “miedo al pueblo" y en la
tendencia a la intolerancia política, a la exclusión y satanización del
diferente a nosotros, que es el resultado lógico de la interpretación
complotista de la historia. La lectura de la historia política a través del
mito jacobino no puede producir sino polarización, intolerancia y
proclividad a la violencia. Por eso, en los momentos que actualmente
vive Colombia, el análisis que hemos presentado puede sernos muy útil
para evitar que una lectura semejante de los hechos profundice una
polarización semejante a la del siglo XIX.

26 Ospina R., Mariano. Op. Cit, p. 17H.


Capítulo 8

Problemas políticos y
regionales durante
los gobiernos del
Olimpo Radical

Fue publicado en las Memorias del VI Congreso de Historia de Colombia, realizado en la


Universidad del Tolimajbagué. 1987. cuyos resultados fueron publicados por dicha Universidad
en 1992.
La mayoría de los estudios sobre los antecedentes de la llamada
Regeneración suele centrarse en torno a las relaciones individuales de
Rafael Núñez con los integrantes del grupo radical, haciendo abstracción
del medio político en el cual se desarrollaron sus actividades*. Dada la
controvertida figura de Núñez, alrededor del cual se han polarizado las
posiciones de los partidos tradicionales y las de las facciones dentro de
éstos, la mayor parte de los correspondientes análisis son de carácter
marcadamente apologético: generalmente oscilan entre un furibundo
antinuñismo rayano en la nuñofobia (por ejemplo, la historia del
liberalismo de Milton Puentes) y un total pronuñismo que linda en la
nuñolatría. La polarización frente a personajes como Bolívar, Santander,
Obando, Mosquera y Núñez considerados casi míticamente como ángeles
o demonios ha sido muy importante para el alinderamiento partidista en
Colombia. La ambigüedad del legado político de Núñez y el hecho de
que la Regeneración haya sido continuada por más de treinta años de
gobiernos conservadores contribuyen no poco a polarizar el debate:
Núñez aparece como el estadista visionario que salva la nación de la
anarquía y del desastre del federalismo creando las bases de la Colombia
moderna, o como el renegado traidor que echa por la borda sus principios
para entregarse en manos de sus aliados conservadores. Consiguien­
temente con la primera posición, los radicales serán pintados como los

i Cfr. el análisis que hace Helen Delpar sobre la historiografía nuftista: “Renegado or
Regenerator? Rafael Núñez as seen by Colombian historians", Rcv. /nterainericana de
Bibliografía, vol. XXXV, No. 19B5.
192 I cmJn I-, G<m/Jk*z G.

villanos oligarcas que defienden un Estado débil y opuesto a una eficaz


intervención en la economía, dispuestos a usar cualquier medio para
bloquear el acceso de Núñez al poder, verdaderos traidores frente al
. La segunda posición llevará a considerar a los
liberalismo tradicional23
radicales “como administradores sin rival de los intereses públicos”,
“honrados hasta la exageración” pero no hábiles políticos o manejadores
de la opinión pública porque su carácter austero e inflexible los hacía
“ignorantes de las pasiones humanas": por esto eran profundamente
\ ineptos para manipularías pasiones humanas y no sabían interesar a su
favor a las masas populares, por lo cual el público empezó a considerarlos
como una “aristocracia republicana que el maleante lenguaje de la
política llamó la Oligarquía y el Olimpo”. (Esta posición implica cierta
reticencia a buscar una movilización política de las masas que legitimara
su posición política). Para Rodríguez Piñeres, del cual están tomadas las
anteriores caracterizaciones, los radicales fueron “la generación más bri­
llante de nuestra historia"5, exceptuando la de los próceres de la
Independencia. Para Ramón Correa, fueron una “agrupación brillante de
ideólogos y apóstoles”4.

En un estudio más equilibrado de la época radical, Helen Delpar


plantea la necesidad de replantear las críticas tradicionales en contra del
liberalismo radical señalando que la naturaleza de éste no puede ser
correctamente evaluado sin tener antes una mejor intelección de los
problemas y políticas de la Regeneración5. (Y añadimos nosotros, vice­
versa, la Regeneración no puede ser correctamente entendida sin enmar­
carlas en los problemas y políticas del Radicalismo que le dieron origen).
En otro comentario de Delpar sobre la historiografía colombiana sobre
Núñez, ella señala como su falla principal el que los biógrafos no han
ubicado a Núñez en el medio político y cultural en el cual se movía,
describiéndolo como un personaje aislado, sin predecesores ni herede^
ros, casi como un actor autónomo al margen de las instituciones políticas
y sociales de su época. De ahí que la obra principal de Delpar se dedique

2 Liévano Aguirre, Indalecio, Rafael Núñez, Bogotá. 1966.


3 Rodríguez Pifteres. E. El Olimpo Radical: Ensayos conocidos e inéditos sobre su época, 1864-
1884, Bogotá, 1945, p.19-20.
4 Correa, Ramón., La Convención deRionegro, Bogotá, 1947, p.19-20.
5 Delpar, Helen., “The Liberal Record and Colombia n historiography. An indietment in
need oí revisión", Interamerican Review cf Bibliograpby, No. 31.1981.
PtoNchkix pulítki* y regionales d unirle l<* goléeme» dvl < Ximpo RmIíciI 193

a contextuar al radicalismo liberal, estudiando los orígenes sociales,


económicos y regionales de sus miembros, su evolución intelectual, sus
relaciones con otros grupos liberales (especialmente mosqueristas y
nuñistas), haciendo énfasis en el estudio del quehacer político dentro del
sistema federal6.
En una perspectiva semejante pero menos pro-radical que la de
Delpar, James William Parle en su tesis doctoral plantea el marco de los
conflictos interregionales como el contexto que permite entender los
desarrollos políticos del momento, haciendo un continuo balance de la
política nacional con la estadual (o sea, la de los Estados federales)
teniendo en cuenta también los avalares económicos de la Nación y los
Estados federales7.
El presente estudio es resultado de las reflexiones suscitadas por
la lectura de las obras de Delpar y Park, contrapuestas a estudios más
tradicionales sobre el tema (Liévano Aguirre, Otero Muñoz, Rodríguez
Piñeres, Pérez Aguirre, etc.), a memorias y recuerdos de los personajes
de la época en cuestión (Parra, Quijano Otero, Quijano Wallis, Carlos
Holguín, etc.), lo mismo que algunas biografías de ellos (Murillo Toro,
Holguín, etc.). .La idea central de estas páginas responde a la búsqueda
de los problemas políticos de este período no en las actuaciones
individuales de determinado personaje sino en las mismas estructuras
internas del régimen radical, en sus contradicciones internas, en su
siempre problemática situación política donde aparece siempre amena­
zado por dos flancos: el del liberalismo draconiano-mosquerista, de ca­
rácter autoritario y “populista”, cuyo significado político no ha sido
todavía suficientemente estudiado pero que tenía menos reticencia frente
a la movilización y organización de las masas populares; y el del
conservatismo, que trata también de recuperar el poder a través de la
articulación nacional de sus diferentes grupos, matices ideológicos y
regionales, bajo el liderazgo de Carlos Holguín. El nuñismo o inde-
pendientismo se convertirá en una síntesis de los dos grupos antirradicales
bajo el rótulo de Partido Nacional.

6 Delpar, Hclen. Redan againstBltte. The liberal Party in Colomhian Politics, 1863-1899.
Alaba 111a. 1981 Publicado en español bajo el título . Rojos contra azules. el partido liberal
en la política colombiana. 1863-1899. bogotá: Prcxultura, 1994. Delpar. Helen.
7 Park, James William, “Rafael Núñez and the PoliticsofColombian Regionalism, 1875-1885",
tesis doctoral. I Jniversidad de Kansas. 1975. Publicada en los Estados Unidos: Universidad
de Kansas. 1975.
194 lemán E. González G.

En resumen, podríamos afirmar que la relativa estabilidad del


período radical (1867-1878) se produjo gracias al equilibrio político de
algunos grupos políticos y de regiones, que se patentiza en el acuerdo
tácito radical-conservador de Murillo Toro y Berrío <que equivale a un
equilibrio entre el centrooriente del país y Antioquia, en contra del
Cauca y de Mosquera). En.este equilibrio se combinan la habilidad
política de Murillo con la tendencia aislacionista de Antioquia y la
política pragmática y no belicista del sector conservador de Bogotá
liderado por Carlos Holguín.
El balance producido es hecho posible por el carácter no monolítico
del conservatismo, en que aparecen entonces por lo menos 5 grupos o
matices: el antioqueño de Berrío, que extenderá luego su influencia al
Tolima, que es connaturalmente federalista y pragmático, opuesto
normalmente a proyectarse nacionalmente; el capitalino de Holguín, que
trata de unificar las diferentes tendencias acercándose a Berrío (único con
real poder político y económico, al disponer de los recursos del rico
estado de Antioquia) que preconizaba la lucha política legal dentro del
marco de la Constitución de Rionegro; la facción ultraconservador y
fanática, de carácter eminentemente religiosa, opuesta a toda componen­
da con los liberales supuesta o realmente masones, liderada por el
apologista católico José J. Ortiz, que representaba también la "línea dura
del clero"; la fracción belicista, liderada por los generales Manuel Briceño
y Joaquín María Córdoba, (Gobernador del Tolima), alucinada con el
recuerdo de pasadas glorias militares, que veía en la guerra el único
medio de recuperar el poder; y la facción “platónica” o purista, inspirada
por Sergio Arboleda, que se inclinaba a mantenerse en el terreno
exclusivamente conservador, sin el menor compromiso con el Partido
Liberal o alguna fracción de él, siempre dispuesta a criticar cualquier idea
que proviniera del liberalismo, que hacía abstracción del juego político
propiamente tal. El grupo de Holguín era probablemente mayoritario en
condiciones normales pero no siempre se mantuvo en el control de la
situación; la estrategia de Holguín era de carácter doble, buscando a la
vez la consolidación interna por medio de la creación de una estructura
partidista de tipo nacional y favorecer la situación extrema mediante
alianzas tácticas y electorales con las facciones disidentes del liberalismo
radical (Liga con Mosquera en 1869, alianza con Trujillo en 1873, con
Núñez en 1875, 1878, etc.)8

8 Holguín y Caro, Alvaro. Carlos Holguín: Una vida al servicio de la República. Especialmente
las p. 755 y siguientes.
Problemas políticos y regionales dur.irwc los gobiernos del Olimpo Radicil 195

El carácter no homogéneo del conservatismo tenía su contrapartida


eclesiástica en los matices que se daban dentro de la Iglesia colombiana
de este período en tomo a las relaciones con el liberalismo: las diferencias
del sector intransigente dél clero con el sector más pluralista o
contemporizador estuvieron a punto del rompimiento en el Segundo
Concilio Neogranadino. El arzobispo de Bogotá, Vicente Arbeláez, no
dejaba al clero apoyar a la Liga mosquerista preconizada por Holguín y
criticaba acerbamente la historia de las intervenciones clericales en la
política colombiana; prohibía al clero intervenir en política (lo que le
valió una réplica airada pero anónima de Holguín) para no ser ciego
instrumento de una fracción conservadora que pretendía dirigir a la
Iglesia a su antojo. Arbeláez fue tachado de oportunista por tratar (Je
cultivar relaciones amistosas con los presidentes radicales Salgar, Muriílo
Toro y Parra, lo mismo que por el acuerdo que logró con el gobierno
radical en tomo a la reforma educativa de 1870.

Esta actitud contemporizadora contrasta con las de los obispos de


Pasto (Manuel Canuto Restrepo) y Popayán (Carlos Bermúdez), que
sostenían que las transacciones con los enemigos de Dios perjudicaban
la causa de la Iglesia al hacer que el pueblo desconfiara de la justicia de
su causa. Consideraba Restrepo que toda la política liberal era fruto de
un complot universal contra la Iglesia, en el cual estaban vinculados los
gobiernos, las constituciones, las leyes, la prensa, la propaganda
masónica, etc.

Todos estos enfrentamientos se reflejaron en el Segundo Concilio


Provincial Neogranadino de 1873: las deliberaciones secretas de los
eclesiásticos eran comunicadas a Miguel Antonio Caro y José Manuel
Groot, que se dedicaban a atacar al obispo Arbeláez desde El Tradicionista,
enviando cartas circulares a los curas rasos para exhortarlos a intervenir
abiertamente en política y apoyar la revolución conservadora que, según
ellos, debía ser encabezada por el arzobispo y sus clérigos. La situación
llegó a ser tan tense que el obispo auxiliar de Tunja, Indalecio Barreto,
le escribió a monseñor Arbeláez diciendo que la Iglesia colombiana
estaba a las puertas del cisma. También se presentaron quejas a Roma
contra Arbeláez de parte de los sectores intransigentes de la Iglesia y del
conservatismo9. Otro de los críticos de Arbeláez fue el general Manuel

9 Restrepo Posada. José. Arquidiócesis de Bogotá Datos biográficos de sttsprelados. Bogotá,


1966. Tomo IH. 1H6H-1H91.
196 lemán lí. González G.

Briceño, que sostenía que el arreglo que el prelado había logrado para
la enseñanza de la doctrina católica era “el lazo que se tendía a la hon­
radez y buena fe” para disfrazar la corrupción moral y política que
escondía la campaña instruccionista1011. .

Esta división del conservatismo y de la Iglesia dificultaban una


unidad de acción frente al régimen radical, qué conservaba así el control
del gobierno nacional dejando a los conservadores moderados el dominio
de Antioquia y de su satélite Tolima. Pero el equilibrio de fuerzas era
esencialmente inestable, ya que el Radicalismo nunca logró controlar del
todo al país sino que su dominio estaba contrabalanceado por el sector
draconiano-mosquerista, hegemónico en el Cauca pero con alguna fuerza
en los estados de Cundinamarca, Bolívar, Panamá, Tolima (y en menor
escala, hasta en Boyacá, considerado uno de los bastiones del radicalis­
mo). Pero tampoco el liberalismo era monolítico frente a la Iglesia
católica. Los draconianos-mosqueristas diferían en varios aspectos de los
radicales: eran partidarios de un gobierno menos débil (Mosquera era
francamente autoritario), de un federalismo moderado, con mayor
intervención en la economía y de un mayor control sobre la Iglesia, que
en algunos aspectos parecía herencia del regalismo de los Borbones.
Con respecto a la Iglesia, los liberales radicales eran mucho más
tolerantes y pluralistas: aunque partidarios de disminuir el peso social
y político de la Iglesia en la nación y enemigos de concederle una
situación de monopolio, distaban mucho de ser abiertamente anticle­
ricales. No es difícil encontrar textos de Florentino González, Salvador
Camacho R., y Santiago Pérez, muy cercanos a los planteamientos que el
Vaticano II adoptaría sobre libertad religiosa. Las posiciones diferentes de
los dos grupos liberales aparecen claramente en al Convención de
Rionegro”.

Las regiones consideradas centrales para el Olimpo Radical eran


' Santander, Boyacá y Cundinamarca, aunque también tenía seguidores en
los estados más periféricos de la Costa, sobre todo en el Magdalena, que
dependerá más del gobierno federal debido a los problemas fiscales12.

10 Briceño. Manuel., La revolución (1876-1877). Recuerdos para la historia, Bogotá, 1947,


p.8.
11 Salvador Camacho, Roldan. Memorias. Bogotá: Bedout. s.f.
12 Deas, Malcolm. "Los problemas fiscales en Colombia durante el siglo XIX". En: Ensayos
sobre historia económica colombiana. Bogotá: Eedesarrollo, 1980.
Problema» poblkos y regionales durante los goleemos del <MiiU|X) ttidkul 197
i

Tanto Delpar como Mark señalan que la mayoría de los gobernantes y


personajes importantes del Olimpo Radical provenían de los tres Estados
orientales del país. Esta concentración regional del liderazgo radical
tendrá suma importancia al aparecer Núñez como originario de la
periferia radical, con fuertes lazos políticos, familiares y sociales en su
nativo Bolívar y en el remoto Panamá. El peso de los grupos radical,
draconiano y conservador en las diferentes regiones no será siempre igual
en los diferentes momentos debido a que las mismas regiones no son
nada homogéneas: el Cauca mosquerista mantendrá siempre una fuerte
minoría conservadora en el Sur (actual Nariño), el bastión radical de
Santander se concentra en la zona del Socorro y Vélez dejando en el norte
a un fuerte grupo conservador liderado por Leonardo Canal (actual
Santander del Norte); el general Solón Wilches será más representativo
de la provincia de Soto que de la región socorrana. Esta diversidad interna
de las regiones puede hacer variar en determinado momento el equilibrio
político y económico de la región, como sucede en Santander con el
descenso del auge de la quina y la lucha por el ferrocarril del norte, que
partirán en dos la política santandereana.

El equilibrio radical-conservador en el nivel interregional y la


cohesión interna del radicalismo se empieza a resquebrajar por la
combinación de una serie de factores:

1)La gradual centralización impuesta por el mismo radicalismo y


el abandono progresivo del leseferismo en economía a través de una cada
vez mayor intervención federal en la financiación de obras públicas,
cuyas prioridades son determinadas por el ejecutivo federal.

2) La reforma educativa de 1870 que establece una educación laica


y obligatoria, sujeta al control de la Unión federal.

3) Una mayor centralización política a través de cada vez más


frecuentes intervenciones armadas en los conflictos internos de los
estados para imponer en ellos gobiernos favorables a los personajes que
controlaban la política federal.

Otro estilo de centralización política es la creación de maquinarias


políticas tanto en el Congreso como en las redes informales que ligaban
a ciertos políticos regionales y locales con el centro federal. En este punto
hay que subrayar la importancia del liderazgo político de Murillo Toro.
En esta línea, Rodríguez Piñeres subraya las atenciones con que Murillo
198 hcmún I-, González G.

Toro "cultivaba" a los parlamentarios conservadores de Antioquia, y su


trato social con los personajes de provincia que visitaban la capital. Señala
también Rodríguez que el trato deferente de Murillo con las principales
señoras de Bogotá le facilitó una relación cercana con las autoridades
eclesiásticas y algunos personajes conservadores15.

Un cuarto punto sería la aparición de la candidatura de Rafael


Núñez, de carácter marcadamente regionalista, que sacaría ventaja de
lós resentimientos por la marginación real o supuesta de los estados
costeños, donde existían quejas de que la mayor parte del gasto público
federal beneficiaba principalmente a los estados orientales de los cuales
eran originarios casi todos los jefes importantes del radicalismo.
Además, el prestigio intelectual de Núñez atrae a la juventud estudiosa
lo mismo que a buena parte de la intelectualidad radical de la capital,
descontentos con el grupo radical en el poder. Entre ellos, se cuentan
dos expresidentes radicales: Salgar y Santos Acosta. A los grupos
regionales de la Costa y a los radicales descontentos se suma el grupo
caucano, liderado por Mosquera, cuyos resentimientos contra el radica­
lismo eran de vieja data y cuya tendencia a explotar los sentimientos
regionalistas era notoria. El mosquerismo contaba con algunos líderes
en Cundinamarca y Boyacá, tales como José Eusebio Otálora.
Un quinto factor, externo al liberalismo, es la aparición del
conservatismo como fuerza nacional que se va unificando gradualmente
gracias a la habilidad política de Carlos Holguín: la unificación del
conservatismo le permite convertirse en el árbitro de las disputas internas
del liberalismo siendo el oportuno aliado de los sectores disidentes del
Partido Liberal.
La centralización política y económica impuesta gradualmente por
el radicalismo una vez dispuso de un caudal mayor de ingresos fiscales
y la amenaza del autoritarismo de Mosquera hubo quedado más o menos
neutralizada, significó un mayor acercamiento ideológico entre las
facciones liberales pero un mayor distanciamiento en lo regional. La
discusión en torno al ferrocarril del Norte o del Cara re, que concentraría
la mayor parte del gasto nacional y favorecería a los estados orientales
considerados bastiones del radicalismo, es un punto clave para determi­

B Rodríguez Hiñeres. Eduardo. El Olimpo radical. Ikigotá: s n. 195o. p.¿(M-¿5<i.


Probienua político* y regionales durante lo» gobierno* del Olimpo Raclic.il 199

nar las diferencias regionales entre radicales y nuñistas. La mayor poli­


tización en sentido radical de la guardia colombiana es otro ejemplo:
fueron depuestos los jefes nuñistas de la guardia so pretexto de que se
habían negado a ser neutrales en el debate, cuando la guardia colombiana
había sido bastante poco neutral en las elecciones anteriores de
presidentes radicales. Esto condujo a una guerra civil del gobierno fede­
ral con los Estados de la Costa en 1875, que terminó lógicamente con el
triunfo federal, lo que “ayudó” a imponer gobiernos radicales en Panamá
y Magdalena, con lo cual la candidatura de Núñez quedó reducida a contar
solo con el apoyo de su nativo Bolívar, donde triunfaría estruendosamente
con una margen mayor que el posible dado el volumen de la población.
La discusión en torno a la reforma educativa de 1870 llevaría a la
guerra en el Cauca, donde la motivación religiosa va a aparecer
importante; la intervención federal en apoyo del gobierno de Conto en
el Cauca y la invasión del Tolima por las fuerzas federales hacen
generalizada la guerra civil, que conducirá al derrocamiento de los
gobiernos conservadores de Antioquia y Tolima, reemplazados lógica­
mente por radicales. Otro punto que se refleja en la guerra de 1876 es
el relativo a las contradicciones regionales en la colonización antioqueña
en el norte del Cauca . El gobierno estadual de Medellín se resistía a entrar
en la guerra, mientras que los grupos dominantes de Manizales querían
apoyar a los conservadores del Cauca, con los que se decía tenían una
"pacto secreto"14. Como la dominación mosquerista había terminado en
el Cauca con la elección de César Conto, el Radicalismo controlaba así a
todos los Estados del país, con la excepción de Bolívar, controlado por
Núñez. Sin embargo, la victoria radical en la guerra de 1876 sería pírrica
al abrir el camino a la presidencia del general Julián Trujillo, que
conduciría al triunfo de Núñez.

Los mecanismos utilizados por Trujillo para imponer la hegemonía


de los liberales independientes parecen calcados de las maniobras con
las cuales los radicales* le bloquearon el triunfo a Trujillo en 1873 y a
Núñez en 1875IS. El gobierno federal está detrás del golpe de estado del

14 Sobre la reforma educativa de 1870. Cfr. Ramón Zapata,Da > naso Zapata o la reforma
educacionista en Colombia. Bogotá: El gráfico. 1961- y Rauschjane. La educación hajoel
federalismo. La reforma escolar de 1870. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo y Universidad
Pedagógica Nacional, 1993-
15 Mark, James W. Op.cit., capítulo V„ sobre el gobierno de Trujillo.
200 I cmún l‘ Gon/JIcz G.

general Payan que depone del gobierno del Cauca a Modesto Garcés
antes de que se escruten los votos para escoger su sucesor y lleva al poder
al candidato independiente, general Ezequiel Hurtado. Desde Bolívar,
se organiza el derrocamiento del radical Luis Robles»en el Magdalena con
la colaboración de fuerzas de Bolívar, fuerzas federales y enemigos
políticos de Robles en su región. Aunque Núñez se esforzaba en aparecer
neutral, era claro que manejaba todo entre bambalinas. En Panamá, los
independientes también logran pronto el control de la región, con menor
intervención directa de Núñez: no era necesaria dados los numerosos
lazos personales y políticos que tenía en el Istmo, pues la influyente
familia Arosemena y los oficiales de la guardia colombiana en aquel lugar
acantonada son allí los principales agentes del nuñismo. Según el estudio
de Mark, la política panameña estaba configurada más por lazos
personales que por adscripciones y lealtades partidistas. Entre diciembre
de 1878 y junio de 1879, se producen en Panamá tres revueltas locales,
aparentemente sin conexión alguna con la política nacional, pero, antes
de terminar el año de 1879, era claro que los nuñistas estaban en control
de la situación.

En Boyacá y Santander, los tradicionales bastiones del radicalis­


mo, la situación también había evolucionado en términos favorables al
nuñismo conduciendo inesperadamente al fin de la dominación radical.
En Boyacá, el presidente electo Sergio Camargo había aceptado la
embajada colombiana en Francia e Inglaterra, dejando encargado del
poder al primer designado Otálora: Otálora había sido inicialmente ra­
dical pero apoyó a Núñez en 1875 e hizo carrera en la guerra civil de 1876
llegando así a la designatura. Otálora designó como secretario general
al draconiano y luego nuñista Antonio Roldán; durante los primeros
meses de gobierno en Boyacá, Otálora se dedicó a consolidarse
políticamente para asegurar su supervivencia bajo lo que restaba del
período presidencial de Aquileo Parra. Después, gracias a su política con­
ciliadora con el conservatismo y la actividad desplegada en la solución
de los problemas económicos de la empobrecida Boyacá, para lo cual
conseguirá el apoyo del gobierno federal ya bajo Trujillo, conseguirá la
reelección de 1879. Algo semejante ocurrirá en Santander con el gobierno
de Solón Wilches: presidente local de Santander, expulsado de la guardia
colombiana por el presidente Santiago Pérez debido a su nuñismo en
1875, héroe militar en la guerra de 1875-1876, pero conciliador y
caballeroso con los conservadores derrotados, favorable al arreglo de las
relaciones con el clero, llegará a la presidencia estadual con el apoyo de
Problemas pul ü icos y regionales durinlc los goleemos del Olimpo Hudkr.il 201

liberales independientes y conservadores. Wilches consolida su control


de Santander por sus programas económicos en pro de las exportaciones
quineras y al fomento de obras públicas que facilitarán el acceso de las
regiones de Cúcuta y Soto al mercado exterior16.

Con la combinación de circunstancias políticas locales y regionales


con el adecuado apoyo militar y económico del gobierno federal, Núñez
puede contar ya con el voto de los tres Estados de la Costa, el del Cauca,
el de los fortines radicales de Boyacá y Santander. El apoyo del gobierno
federal a proyectos de mediano alcance que respondieran a necesidades
locales y regionales sentidas (y no a grandes y difíciles empresas de
carácter supraestatal) diferenciará la intervención económica del nuñismo
de la política económica centralizadora del Olimpo radical17 .

En Cundinamarca, los independientes han logrado también


terminar con el dominio radical al lograr el control de la asamblea
estadual, con la ayuda del conservatismo; se impone así al indepen­
diente Wenceslao Ibáñez en el gobierno de Cundinamarca. Esto dejaba
a los radicales solo el control de Antioquia y Tolima, donde se
confesaban como gobiernos de minoría al frente de una mayoría obvia
del conservatismo en la población, sintiéndose casi paranoicamente
amenazados por el gobierno federal.

Por el lado conservador, la candidatura radical del general Tomás


Rengifo, recordado por sus desmanes y persecución religiosa en
Antioquia, acabaría con todas las vacilaciones de los conservadores, a
pesar de la desconfianza contra Núñez que existían dentro del sector
belicista (Manuel Briceño) y del sector ultracatólico (J.J.Ortiz). Dentro
del liberalismo, el general Sergio Camargo era tan partidario del
resurgimiento del conservatismo como el propio Núñez: era necesario
un contrapeso a la dominación liberal para la reorganización moral del
liberalismo. La candidatura de Camargo fue descartada por el liberalis­
mo porque pedía la cooperación entre los dos partidos por medio de
un gabinete de coalición: Aquileo Parra consideró a Camargo como un
peligro y apoyó la candidatura de Rengifo como providencial, a pesar

16 Otero Muñoz, Gustavo. Wilches y su época. Santander: Biblioteca Santander, Imprenta


departamental, 1936.
17 Mark, James, Op.cit.,
202 Fernán E. González G.

de la oposición de Aníbal Galindo, Ramón Gómez, José I. Díaz-


Granados y el senador panameño Raymond. El propio Murillo Toro no
estaba de acuerdo pero no se opuso: no había más remedio que
someterse a la disciplina de partido, que Galindo calificó como
“disciplina de insania, de inaudita torpeza y de increíble ceguedad’’’8.
El conservador Bartolomé Calvo considera la candidatura de Rengifo
como un “insulto” que todo colombiano debería rechazar y propone que
los conservadores protesten contra “ese escándalo” adoptando como
propia la candidatura Núñez.

Sin embargo, los antinuñistas conservadores liderados por Briceño


logran bloquear en la Convención Conservadora de 1879 el apoyo a
Núñez y proclamar la abstención. Pero el consejo consultivo, que fue
elegido para asesorar a Antonio B. Cuervo como jefe único, termina
manejado por Carlos Holguín y Alejandro Posada, campeones del
nuñismo, que deciden acoger la candidatura de Núñez, a pesar de las
protestas y resistencias del general Briceño, resentido por la llamada
traición de Núñez a la revolución conservadora de 1876'9.

| El apoyo conservador y el manejo de la intervención federal en los


asuntos estaduales determinó el triunfo de Núñez casi en todo el país. El
estilo de imposición de la voluntad del gobierno federal en los asuntos
internos de los Estados será característico de todos los gobiernos del
período federal, a pesar de la pretendida observancia de la soberanía de
los Estados consagrada en la Constitución de Rionegro. Es más, era pro­
bablemente la única manera posible de ejercer el gobierno nacional, dada
la debilidad del ejecutivo que la Carta sancionaba. Por otra parte, la des­
centralización política resultante de Rionegro consagraba la perpetuación
del poder político de las oligarquías (en el sentido más técnico de la
palabra) o clases dominantes regionales, que disponían de todos los
recursos legales, electorales, económicos y militares para bloquear el
acceso al poder de otro grupo político regional. La imposibilidad casi total
de cambio político por medios electorales pacíficos condujo a que casi
todos los cambios políticos de los Estados se debieran a golpes militares
internos, tácitamente tolerados o abiertamente apoyados por el gobierno
nacional. En algunos casos, como en Antioquia, los cambios deben ser
impuestos desde el exterior por fuerzas federales o caucanas.*

18 Galindo, Anílval. Recuerdos históricos (1840-1895). Ilogoiá, 1SMX), p. 219-220.


19 Holguín y Caro. Op.cit, p.525 xs.
Problema» polfcico» y regionales durante los gobierne» det (JUmpo Radkal 203

Durante el régimen federal, todos los sistemas electorales estaban


diseñados conscientemente para impedir o dificultar la participación
política del adversario y para negar la representación proporcional de las
mayorías. Hay obviamente diferencias de grado entre el “Sapismo" de
Cundinamarca y la maquinaria electoral de Berrío en la Antioquia
conservadora, pero los resultados eran los mismos. Como muestra el
estudio de Delpar20, el proceso electoral en la Colombia del siglo XIX no
podía catalogarse como democrático en el sentido normal de la palabra,
aunque proveía un mecanismo más o menos regular de la sucesión
presidencial.
El llamado “Sapismo”, por el apodo de su fundador, Ramón
Gómez, “El sapo”, constituyó la maquinaria política liberal más notoria
del siglo XIX: este modelo de Cundinamarca sería extendido a varias
regiones del país. La maquinaria se origina en 1861, con el triunfo de
Mosquera: el grupo de Gómez logra el control de la asamblea de
Cundinamarca y establece una constitución que le permite mantener el
dominio político de la región a través de la concentración del poder en
las ramas legislativa y judicial. La Asamblea nombraba al procurador y
a los jueces de la corte superior; a su vez, la corte nombraba a los jueces
de circuito, notarios y registradores de documentos públicos y el
procurador a los fiscales del distrito; finalmente, los jueces de distrito
designaban a los funcionarios más bajos de la escala. Las juntas escru­
tadoras de las elecciones estaban a su vez integradas por los jueces de
circuito, notarios, registradores de documentos públicos y fiscales de
distrito. Incluso, la determinación de los círculos electorales permitía
mantener el control de la asamblea legislativa teniendo un menor
caudal de votos en todo el Estado, si se agrupaban los municipios de
manera "conveniente". Los sapistas mantendrán su control de Cundina­
marca, con interrupciones esporádicas, incluso después de la centrali­
zación de 1886. Los “sapos” eran originariamente promosqueristas pero
terminan casi siempre apoyando a los candidatos radicales (en 1875 y
1879), aunque habrá también “sapos" nuñistas.
La situación electoral de Antioquia federal, descrita por Luis Javier
Ortiz Mesa, reflejaba la negación de la representación de las minorías21.

20 Delpar, Helen. Rojos contra azules, el partido liberal en la política colombiana 1863-
1899. Bogotá: Prcxuilur.i. 1994. p. 195-19K.
21 Ortiz. Luis Javier. El Federalismo en Antioquia 1850-1880. Aspectos políticos. Medeiiín:
19B5.. p.70.
204 I eniún I:. < ¡onzálcz G.

El control de las milicias y gobiernos locales, el apoyo del clero, el control


de las gobernaciones, dieron una sólida mayoría al conservatismo:“el con­
trol sobre las gobernaciones, legislaturas provinciales y cabildos era
definitivo para manejar el registro electoral, entregar,cédulas de votación,
nombrar comités para supervisar las votaciones y establecer el escrutinio
de los votos”22*. El periódico liberal "Elpueblo” condena en 1855 y 1856
“la fingida libertad electoral” denunciando repetidos actos de coacción
por medio de la presión armada de algunos prefectos de circuito como
Abraham García. A pesar de estas presiones, el Cabildo de Rionegro,
importante fortín liberal, logró mantenerse liberal aunque hostigado por
los conservadores25.

El mantenimiento del statu quo regional y la consiguiente domina­


ción de una determinada ciudad, con su correspondiente subregión
estaba teóricamente consagrado por las Constituciones federales, espe­
cialmente la de Rionegro, pero terminó significando en la práctica la
perpetuación en el poder de las camarillas dominantes en cada región.
No había manera alguna de garantizar el juego libre democrático en el
nivel regional y local, lo que legitimaba las constantes insurrecciones
locales. La única manera de cambiar exitosamente la correlación de
fuerzas locales era con el apoyo tácito (o al menos, la neutralidad) del
gobierno federal o la intervención armada externa, como sucede en la
imposición de gobiernos liberales en Antioquia a raíz del triunfo
mosquerista en 1861 y la derrota conservadora de 1876.

El triunfo mosquerista es un factor importante en el surgimiento


del federalismo extremo de la Constitución de Rionegro y en la
consolidación interna del grupo radical: la extrema debilidad del Ejecu­
tivo debía estar contrapesada por un grupo político con gran cohesión
interna. La desaparición de la cohesión interna del grupo radical es la
contrapartida del surgimiento de Núñez. Aunque los antecedentes del
grupo radical se remontan al enfrentamiento de gólgotas y draconianos
en torno a las reformas de medio siglo, el grupo se consolida frente a
Mosquera: primero, son sus reluctantes aliados en contra del gobierno
conservador de Ospina; luego, serán su contrapeso y oposición en la
Convención de Rionegro. Según Salvador Camacho Roldán, la Consti­

22 Ortiz, Op.cit., p.52.


23 Ortiz, Op.cit., p.57.
Problema» pubticíM y regionales dunimc l<* g<jlwem<* dd (Xini|X» Itidkal 205

tución de Rionegro adolecía de varios defectos: la ausencia de opinio­


nes conservadores, la presencia de un caudillo vencedor y ambicioso,
que produjo una lucha llena de desconfianzas. Estas desconfianzas
llevaron a un extremo debilitamiento del Ejecutivo en materias fiscales
y de orden público24. Esta debilidad constitucional se reflejó en las con­
tinuas tensiones entre los estados y el gobierno federal, que distaba
mucho de ser creatura de los Estados; no hubo “feudalismo gamonalicio”
sino una interacción entre los grupos dominantes de nivel regional y el
grupo dominante nacional. Más bien tendía a darse una intervención,
abierta o velada, del gobierno central en favor de sus aliados regionales.

Los primeros cambios en el equilibrio regional impuesto por


Mosquera se produjeron en Antioquia: el estado estuvo presidido por
el propio Mosquera desde el armisticio de 1862 hasta la Convención de
Rionegro, luego asume el liberal Antonio Mendoza, que es reemplazado
por su debilidad frente a los conservadores y al clero por el mosquerista
Pascual Bravo. En las elecciones para la sucesión de Mosquera en 1863,
la mayoría de Antioquia se pronuncia por Murillo Toro y en contra de
Mosquera, que era apoyado por el gobierno de Bravo. (Se debe
recordar que en las elecciones de 1856, Murillo T. había recibido apoyo
electoral en algunas regiones de Antioquia, como Rionegro, Amalfí,
Urrao, Zaragoza y otros). Los liberales más cercanos a la tradición gól-
gota como Camilo Echeverri eran muy críticos del gobierno de Bravo
y de los mosqueristas. Por ésto, la división liberal fue notoria ante el
triunfo de la revolución conservadora (del Norte, Sur y Oriente del
Estado), liderada por Pedro Justo Berrío25.

La revuelta de Berrío aprovechó el hecho de que el grueso de las


tropas mosqueristas se encontraba en el Sur, luchando contra la
invasión ecuatoriana. Mosquera se niega entonces a reconocer al nuevo
gobierno de facto, cosa que hará su sucesor Murillo Toro, a pesar de la
oposición de muchos de sus amigos políticos. La tendencia de Murillo
al compromiso pragmático, su mayor tolerancia política, han sido
aducidos como explicación de su entendimiento con Berrío. Parece ser
que hubo otras razones más allá del talante pacifista de Murillo: éste

24 Caniacho Roldan, Salvador., “La convención de Rionegro", publicado como apéndice de sus
Memorias, Bedout, Medellín, s.f. p.269 ss.
25 Ortiz, Op.cit., p.62-6H.
206 fcmán li. González G.

quería debilitar a los mosqueristas que controlaban a Antioquia, prefi­


riendo dejarla en manos de los conservadores pues sabía que sería difícil
mantenerla bajo el dominio liberal. Además, servía de advertencia a los
liberales: no debían esperar apoyo federal si eran derrotados. También
le servía a Murillo para mantener divididos a los conservadores: el grupo
belicista y aventurero liderado desde Bogotá no podría contar con el
apoyo del conservatismo antioqueño en el poder, dedicado al progreso
económico y a la sana administración. Por ejemplo, en 1865 Antioquia
se abstiene de apoyar el complot conservador para derribar a los
gobiernos liberales del Cauca, Cundinamarca, Boyacá y Tolima, que
fracasa al no contar con las fuerzas de Antioquia26.

El estrecho entendimiento entre Berrío y Murillo ayuda así a


estabilizar el régimen federal por una década (1864-1874). La alianza se
consolida en 1867 cuando Berrío ofrece ayuda militar para derribar a
Mosquera; la línea política pacifista del conservatismo dirigida por Carlos
• Holguín también apoya la lucha radical contra Mosquera, (a partir del de-
+rrocamiento de Mosquera se constituye el régimen del Olimpo Radical.)

Al principio, el establecimiento del nuevo orden radical encuentra


obstáculos en Bolívar y Magdalena, que inicialmente se niegan a reconocer
al gobierno de Santos Acosta (Mosquera había enviado comandantes
militares de su confianza para asegurarse el respaldo de estos estados).
Pero los mosqueristas son derrotados militarmente en Magdalena y
negocian pacíficamente en Bolívar. El único cambio significativo se pro­
duce en el Tolima, estado creado por el propio Mosquera, que pasa al
control conservador y empieza a gravitar en torno de Antioquia. El retiro
del apoyo mosquerista al gobierno liberal del Tolima desencadenó varios
meses de conflicto interno, que terminó con el triunfo conservador.

La caída de Mosquera había llevado al poder a los conservadores


en Cundinamarca pero las luchas en el Tolima crearon tensiones que
imposibilitaron la cooperación entre radicales y conservadores. Los
conflictos entre el presidente conservador Gutiérrez Vergara y la
asamblea controlada por los liberales, gracias al manejo sapista de las
elecciones, llevó al radicalismo a presionar al presidente Santos

21 I)elp , Op.cit., p. 94-95. También Park, o.c., capítulo I. sobre la configuración del
regionalismo colombiano hasta 1874. las páginas referentesa Antioquia. También Rodríguez,
El Olimpo Radical, passim.
Problemas políticos y regionales durante los gobiernos del Olimpo Radiad 207

Gutiérrez a intervenir militarmente y a deponer al mandatario conser­


vador. El hecho de que Bogotá fuera a la vez la capital de la nación y
del Estado de Cundinamarca influyó no poco en la intervención federal,
pues se presentó el interés de los conservadores en fortalecerse
militarmente en Cundinamarca para defenderse de sus opositores
regionales como un posible intento de golpe de Estado contra el
gobierno federal. Según Carlos Holguín, que era parte entonces del
gobierno conservador de Cundinamarca, las fuerzas conservadoras y
sus recursos no representaban peligro alguno para el gobierno federal.
Además, sostiene Holguín, que el presidente Santos Gutiérrez estaba
previamente informado de todas las medidas del gobierno conservador:
incluso Santos Gutiérrez, que tenía sus motivos de resentimiento contra
los sapistas de la asamblea de Cundinamarca, había aprobado las
medidas conservadoras; más aún, había impedido en varias ocasiones
que el gobernante conservador se separara del mando para darle paso
libre al sapismo liberal. Insinúa Holguín que solo las presiones del
liderazgo radical, especialmente las de Murillo Toro, forzaron al
presidente Santos Gutiérrez a proceder contra el presidente de
Cundinamarca, Ignacio Gutiérrez Vergara27.

La consolidación radical en Cundinamarca y la conservadora en


Antioquia terminan por delinear el modelo de cuatro regiones que será
característico del orden radical: Mosquera es relegado al dominio del
Cauca y despojado del poder en Tolima, Cundinamarca y los Estados
costeños; Tolima se une a Antioquia en su status marginal en la política
nacional. La costa se hace más suceptible a la penetración radical, que
no termina con las luchas de facciones dentro del liberalismo, agravadas
por la distancia e incomunicación de Panamá y las rivalidades económicas
entre Cartagena y Santa Marta. Cundinamarca tiende a gravitar política­
mente en torno a Boyacá y Santander, cuyas economías no son
competitivas entre sí. La configuración regional resultante marcará el
resto de la historia colombiana durante el siglo XIX y permitirá el control
radical del gobierno nacional entre 1867 y 1877. Desde el centro regional
de poder radical (Santander, Boyacá, Cundinamarca), solo se necesitaban
los votos de dos Estados más para controlar el acceso a la presidencia:
de ahí la importancia de los Estados costeños para conservar el control

27 Holguín, Carlos.. Cartas políticas, Uogotá. 1983. especialmente en las páginas 69-102.
Fernán E. González G.

radical (y la amenaza de la candidatura regionalista de Núñez para


impedirlo) y la conveniencia de conservar la neutralidad conservadora
de Antioquia y Tolima. El problema fue (además de Núñez) que los
radicales, una vez desaparecido el peligro caudillista de Mosquera, se
vieron obligados a emprender una recentralización de hecho que
compensara la excesiva descentralización formal consagrada por la
Carta de Rionegro.
Capítulo 9

Reflexiones sobre las


relaciones entre identidad
nacional, bipartidismo e
Iglesia católica

Fue publicado en las Memorias del V Congreso Nacional de Antropología, Simposio


Identidad étnica, identidad nacional, ICAN-ICFES, Villa de Leiva, 1989.
Los recientes conflictos de la Europa Oriental han puesto de nuevo
en el tapete la discusión sobre la cuestión nacional, que parecía haber
quedado resuelta históricamente desde tiempo atrás. En el Tercer Mundo,
parece constituir uno de esos problemas eternos que nunca terminan por
resolverse. En Colombia, la sempiterna - debilidad del Estado nacional se
evidencia una vez más frente a las amenazas del narcotráfico, de los
paramilitares de derecha y de la guerrilla. Con relación a la ofensiva
declarada por el presidente Barco contra la mafia de los narcotraficantes
a raíz del asesinato del precandidato Galán, se oyeron muchas voces que
pedían al mandatario que convocara a la nación para cerrar filas por
encima de los partidos en esa lucha. La reticencia de Barco a realizar tal
convocatoria fue duramente criticada por buena parte de la opinión
pública pero es explicable si se considera que ese tipo de llamadas a la
unidad nacional han estado históricamente asociadas con gobiernos
bipartidistas, con los cuales el presidente ha querido romper por medio del
llamado esquema gobierno/oposición.

Por eso, el presidente Barco trata de convocar a la nación en


abstracto dirigiéndose por la televisión al conjunto de los ciudadanos pero
se distancia de los hnecanismos concretos de la expresión normal de la
nación (bipartidismo e Iglesia): por eso, no acepta la mediación de la
jerarquía episcopal porque quiere asegurar la independencia del Estado en
las negociaciones de concordato con la Santa Sede e insiste en el esquema
gobierno/oposición al romper el llamado pacto de San Carlos que
constituía una especie de versión modernizada del reparto burocrático del
Frente Nacional, al otorgar la burocracia de los mecanismos estatales de
control a la oposición y no insistir en la creación de una burocracia
212 lemán E. González G.

desligada del bipartidismo por medio de una verdadera carrera adminis­


trativa.

La ligazón entre identidad nacional y la lógica poética del bipartidismo


tiene una larga historia, que solo muy recientemente empieza a modificarse;
de manera paradójica, la unidad empieza a resquebrajarse en el momento
de su mayor institucionalización: o sea, a partir del Frente Nacional.

Dos enfoques teóricos del problema:


Gellner y Anderson

Para entender la problemática colombiana, puede ser útil recurrir a


los desarrollos teóricos más o menos recientes sobre el problema, tales
como los de Ernest Gellner1 y Benedict Anderson23 , que parten de
perspectivas teóricas enteramente contrapuestas. Gellner plantea el nacio­
nalismo como producto de la transición entre la sociedad agraria,
caracterizada por la incongruencia entre Estado y Cultura (en la cultura,
Gellner otorga una gran importancia a la lengua), y la sociedad industrial,
donde debe existir cierta congruencia entre Estado y Cultura. La necesidad
de alguna homogeneidad cultural para la sociedad industrial radica en que
ésta requiere de un lenguaje unificado y un sistema uniforme de educación
que permita la indispensable movilidad social y ocupacional en que se
basa. Según Gellner, la identidad nacional surge cuando sociedades
agrarias y preindustriales empiezan a ser penetradas por una sociedad
industrial: en esta sociedad, se usa explícitamente la cultura “como un
símbolo de persistentes unidades política^' y se utiliza esa homogeneidad
cultural, esa “cultura compartida", para “crear un sentido (en parte
ilusorio, en parte Justificado) de solidaridad, movilidad, continuidad,
ausencia de barreras profundas dentro de unidades políticas en cues­
tión"5.

1 Gellner, Ernest. “El nacionalismo y las dos formas de cohesión en sociedades complejas"
en Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos cambios sociales. De.
GED1SA, 1989. Crf. también, Naciones y Nacionalismo. Alianza Editorial, 1983.
2 Anderson, Benedict. Imagined Communities. Rejlections on tbe origin and spread of
Nationalism., London, Verso, 1983.
3 Gellner, E., Op.cit., p. 29.
Reflexiona >obre *a relaciona ende identidad nacional, bipanidiamo e Iglaia católica 213

En esa identificación colectiva, los miembros no se conocen


personalmente entre sí y no se identifican con subgrupos importantes de
la colectividad (grupos raciales, religiosos, locales, de parentesco, etc.): los
miembros son anónimos e indiferenciados.

Según uno de sus comentadores, Gavin Kitching4, la explicación de


Gellner es bastante buena para los casos de Europa Central y Oriental, de
los cuales extrae su modelo pero funciona mal para los casos.de Inglaterra
(donde la cultura nacional procede casi en dos siglos a la industrialización
temprana) y todavía peor para los nacionalismos coloniales (América
Latina, el Africa Subsahariana y el Asia suroriental), donde el movimiento
nacional aparece mucho antes que los comienzos del industrialismo, en un
territorio histórico unificado artificialmente por una maquinaria adminis­
trativa impuesta desde el exterior sobre una población heterogénea en
términos raciales.

En cambio, Anderson tratará varios de los aspectos que Gellner


descuida, pues trata de mostrar a los marxistas tradicionales que el
nacionalismo tiene una racionalidad que solo puede captarse dentro de un
concepto más amplio de la condición humana, más allá de la tradición
marxista dominante. Anderson se pregunta sobre los cambios de concien­
cia que acompañan la lenta transición de culturas multilingüísticas y
religiosas hacia un Estado nacional monolingüe con base en la compara­
ción con las comunidades imaginarias de lectores de textos sagrados: la
Cristiandad medieval, el primer Islam, la China de Confucio y el budismo
clásico, se definen como comunidades de creyentes en tomo a un lenguaje
sagrado, ligado a un orden supraterrenal de poder, a una particular
cosmología y a cierta captación del tiempo. Este orden de poder puede
estar políticamente fragmentado y estas comunidades no necesitan coexis­
tir en el tiempo y en el espacio. En contraste con esas comunidades
universales, las naciones son comunidades imaginadas de compatriotas,
con-nacionales, que viven juntos -simultáneamente- en el espacio-tiempo:
esto implica que todos nosotros (los de la misma nación/sociedad)
podemos tener, al menos en algunos aspectos, la misma historia, que
supera las limitaciones temporales de sus “ nacionales (preexiste a todos
nosotros y sigue existiendo después, tiene elementos de fatalidad y
destino). Por eso, el nacionalismo constituye una especie de noción

4 Kitching, Gavin., “Naiionalism: the instrumental passion”, en Capital and Class, No. 25,
1985.
214 l-cntftn H. GtmzAlcz G.

secularizada de inmortalidad y trascendencia, que echa profundas


raíces emocionales ál dar dimensión de sentido a la muerte y al
sufrimiento, por lo cual provoca actitudes de heroísmo y autosacrificio,
hasta dar la vida. En ese sentido, Anderson cataloga al nacionalismo
como “pasión inútiF.

Por todo eso, Anderson propone la siguiente definición de NACION:


es una comunidad política imaginada a la vez como inherentemente
limitada y soberana. Es imaginada porque ni siquiera los miembros de la
nación más pequeña llegarán a conocerse cara a cara; de hecho, ni siquiera
oirán hablar de ellos pero persistirá en sus mentes la imagen de comunión
con ellos. Es esencialmente limitada aunque sea elástica: ni siquiera en los
nacionalismos más mesiánicos puede imaginarse la Nación como coinci­
dente con la raza humana en su totalidad (siempre es parcialmente
excluyente; en cambio, la cristiandad soñaba con la universalidad). Es
soberana: surge cuando la Ilustración y la Revolución destruyen la
legitimidad de un dominio dinástico, jerárquico y ordenado por Dios y
cuando el pluralismo y el particularismo religiosos son irreversibles, contra
toda pretensión de religión universal. El resultado es una comunidad
concebida como una profunda camaradería o fraternidad horizontales, a
pesar de las desigualdades que se den dentro de ella.

En los países coloniales, los límites geográficos y sociales de las


jerarquías administrativas coloniales en territorios de ultramar llegan a
convertirse en los límites del mundo de los funcionarios coloniales, que
empiezan a tener sentimientos de patria en torno al territorio que
administran y a construir una comunidad imaginada con todos los colegas
que comparten su situación. (Es probable que la imagen de Anderson sea
más aplicable a las antiguas colonias británicas, francesas y holandesas que
al caso de Hispanoamérica, donde la burocracia colonial era menos
indígena).

El problema de la identidad de
Bolívar y Santander

El problema de la identidad con la comunidad imaginada (que hace


que nosotros seamos nosotros y nos contradistingamos de los que no son
nosotros) en los países del Tercer Mundo reside en las profundas
Reflexione* sobre la* relacione* entre identidad nacional, bipaniditmo e Igleaia católica 215

desigualdades que se ocultan detrás de esa unidad ficticia. En el caso


colombiano, este problema fue expresado con claridad diáfana por el
libertador Bolívar, que no era demasiado optimista sobre el destino futuro
de Hispanoamérica. Para él, la situación de la América independiente
podía compararse con la de la desmembración del Imperio Romano,
cuando se formaron sistemas políticos conformes a los intereses de cada
sección o según la ambición particular de algunos jefes, familias o
corporaciones. Pero con una diferencia: en Europa se restablecían las
antiguas naciones con algunas alteraciones (Bolívar consideraba
preexistentes a las naciones europeas) pero nosotros no, pues “apenas
conservamos vestigios de lo que antes" fuimos; “no somos ni indios ni
europeos sino una especie intermedia entre los legítimos propietarios del
paísy los usurpadores españole?. Por eso, nos encontramos “ene/caso más
extraño y complicado”-. somos americanospor nacimiento” pero “nuestros
derechos son los de Europa”-, por lo tanto, tenemos que disputar estos
derechos a los naturales del país y mantenemos en él contra la invasión
de los invasores españoles5.

Es difícil expresar mejor la conciencia de desarraigo del criollo


americano en la mitad de dos mundos a ninguno de los cuales se siente
realmente perteneciente. Esta conciencia de Bolívar se refleja en su miedo
constante al desorden y a la anarquía sociales, que designaba con matices
raciales como pardocracia-, de ahí, su prevención continua frente a los que
consideraba los peligros de la libertad indefinida y de la democracia
absoluta, que lo llevó a preconizar en la constitución boliviana la
presidencia hereditaria, por miedo al azar de las elecciones.

Este estilo de pensamiento se evidencia en sus amargos comenta­


rios contra la Constitución de Cúcuta y contra la clase política que en ella
se expresaba: esos señores piensan que “la voluntad del pueblo es la de
ello?, sin querer saber que el pueblo está en el ejército porque él es el
que ha conquistado el país de manos de los tiranos; el ejército es “el
pueblo que quiere, qbraypued?-, todo lo demás, es gente que vegeta con
más o menos malignidad o patriotismo, pero que no tienen derecho a “ser
más que ciudadanos pasivo?. Según Bolívar, hay que desarrollar esta
política, que no es la de Rousseau “para que no nos vuelvan aperder estos

5 Bolívar, Simón., Obras Completas. Vol.I (1799-1824). compiladas por Vicente Lecuna, De.
Lex, La Habana, 1950, p. 164
216 Fernán E. González G.

señore?, esos “ legisladores-filósofo?, que son más“ ignorantes que malos


y más presuntuosos que ambicioso?, pero que van a terminar por
conducimos primero a la anarquía, luego a la tiranía y siempre a la ruina.
Si los llaneros no nos exterminan, lo harán “los suaves filósofos de la
legitimada Colombid*

Parte de las críticas de Bolívar a los congresistas de Cúcuta se


centraba en el desconocimiento que tenían del país real y de sus
diferencias regionales: “esos caballerospiensan que Colombia está cubier­
ta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplonc?,
sin mirar a los caribes del Orinoco, los pastores de Apure, los marineros
de Maracaibo, los bogas del Magdalena, los bandidos del Patía, los
indómitos pastusos, los guahibos del Casanare y “todas las hordas salvajes
de Africa y América que recorren ...las soledades de A méricd'1.

Otra de las críticas de Bolívar a la democracia liberal en nuestros


países tiene que ver con el contraste entre el pueblo teóricamente libre que
debía legitimar con su voto a la república y el pueblo real que veía sujeto
a toda suerte de servidumbres e inmerso en una serie de solidaridades
tradicionales. Esta posición se evidencia en sus amargos comentarios a
Perú de La Croix sobre el triunfo de los candidatos santanderistas en las
elecciones de los convencionistas de Ocaña, que probaba “el estado de
esclavitud en que se hallaba el pueblo", lo mismo que demostraba que no
solo estaba “bajo el yugo de los alcaldes y curas de las parroquias sino
también bajo el de los tres o cuatro magnates que hay en ella?'. En las
ciudades ocurría lo mismo, según Bolívar, con la diferencia de que en ellas
los amos eran más numerosos al aumentar “los clérigos y doctore?: la
libertad y las garantías son solo para ellos y los ricos, “nuncapara los
pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios; que esclavos
eran bajo la constitución de Cúcutay esclavos quedarán bajo la constitu­
ción más liberar.

Bolívar denuncia que en Colombia “hay una aristocracia de rango,


de empleos y de riqueza,... por su influjo, por sus pretensiones y peso sobre
el pueblo”: de ella hacen parte “los clérigos, los doctores, los abogados, los6
7

6 Bolívar, Simón., Carta a Santander, 13 junio de 1H21, en Doctrina del Libertador,


Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979, p 157*158. Los subrayados son míos.
7 Ibídcm. Los subrayados son míos.
Reflexiona «obre la relaciona entre identidad nacional, bipartidiimo e Iglaia católica 217

militaresy los demagogo?, que, “ cuando hablan de libertady de garantías


es para ellos, solo para lo que quieren y no para el pueblo, que según ellos,
debe continuar bajo su opresión". Ellos quieren la igualdad para ascender
socialmente y “ser iguales con los más caracterizados, pero no para
nivelarse con los individuos de las clases inferiores de la sociedad a los que
siempre siguen considerando como sus siervos, a pesar de sús alardes de
demagogia y liberalismo"*.

Más allá de los naturales resquemores de derrotado en la lid


electoral, las quejas de Bolívar apuntan a señalar que la igualdad formal
entre ciudadanos moderno^otorgada por la repúblicazocultaba una serie
de dependencias y solidaridades propias de una sociedad tradicional.
Además, se trasluce el hecho de que el grupo santanderista poseía mejor
organización electoral, gracias a una incipiente maquinaria política
construida en torno a los lazos construidos en torno a la burocracia
santanderista y a un mejor uso del reglamento electoral. Sin olvidar el
hecho de que el santanderismo podía sacar ventajas de los sentimientos
nacionalistas y civilistas que despertaba la prepotencia de algunos
militares venezolanos, que fungían como agentes políticos y electorales
del Libertador.

Más allá de estas anotaciones, es obvio que el grupo de los


partidarios de Santander tenía una concepción más pragmática y más
práctica del quehacer político, apoyándose en las fuerzas políticas
realmente existentes, en los lazos creados en las regiones por la burocracia
del primer gobierno santanderista y en cierta incipiente movilización
popular de sentido más moderno, o sea, en una mezcla bastante adecuada
de lo “moderno" con lo “tradicional* en términos políticos.

Así, muestra Fabio Zambrano89, Santander había intentado desde


1822 la vinculación de los artesanos a la política a través de la Sociedad
Popular, lo que despertó la inquietud de cierta prensa capitalina, que veía

8 Peni de La Croix, Luis.. Diario de Bucaratnanga, Fondo Cultural Cafetero Bogotá, 1979,
p. 62. Cfr. González, Fernán, “El proyecto político de Bolívar: Mito y Relidad" en
Controversia No. 112. CTNEP, Bogotá. 1983 Los subrayados son míos.
9 Zambrano, Fabio., “El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político colombiano
(11)"., en Análisis 2. Conflicto socialy violencia en Colombia. Documentos Ocasionales^).
53. CINEP, 1989.
21» lemán !•. Cxmzález G.

en ellos los inicios de la “ taciturna y calculadaferocidad de losjacobino?


para provocar el odio a la autoridad y la tendencia a la sedición y al pillaje.
El periódico La Indicación, del 28 de diciembre de 1822, ponía también
en duda la representatividad popular de “esta corta pprción de particula­
res”, compuesta en su mayor parte “de artesanos y jornaleros y hasta de
mujere?, que no parecen “jueces idóneos para dar su voto en materia de
gobierno”. Y si lo fuesen, ninguna ley los autoriza “para decidir
tumultuariamente con aplausosypalmadas, y acaso sin saber a puntofijo
de qué se trata, cuestiones de las cuales depende tal vez la salud del Estado”.
Además, se queja el articulista de que las arengas de dichas reuniones no
parecen dirigidas a “ilustrary rectificar la opinión, sino más bien para
extraviarle?, porque hablan a las pasiones y a la imaginación buscando
foguear los ánimos pero no enseñar al entendimiento1011 . Las correrías
políticas de Santander eran descritas en 1828 por un diplomático inglés de
la siguiente manera: “busca la compañía del simple populacho del país,
adoptando sus vestidos y sus costumbresy estimulando con su presencia los
sentimientos más violentos y faccioso?".

Estas descripciones, además de ilustrar claramente la concepción


conservadora del diplomático británico, muestran dos cosas: por un lado,
la habilidad política práctica de Santander, cuyas lecciones van a ser
seguidas por los políticos colombianos desde entonces hasta nuestros días;
por otro, la existencia de una población políticamente disponible, suscep­
tible de ser movilizada y organizada de acuerdo con criterios más
modernos.

Esta presencia de población disponible en las zonas marginales de


las ciudades y de las zonas rurales más débilmente integradas al Imperio
español primero y la naciente república posteriormente (territorios
poblados en la segunda mitad del siglo XVIII) explica la rapidez con que
el discurso republicano fue recibido en esas áreas. Esto aparece
ejemplificado por la actitud de los bogas del Magdalena ante el viajero
sueco, Cari Gosselman, considerado inferior a ellos por ser súbdito de un
monarca12.

10 Ibídem.
11 Zambrano, Fabio., “Contradicciones del sistema político colombiano", en Análisis
Conflicto social y violencia en Colombia, Documentos Ocasionales No. 50. C1NEP. 1988.
12 Gosselman, Cari., Viaje por Colombia, Banco de la República. Bogotá, 1981.
Reflexione* ubre le* relacione* entre identidad nacional. bip*nidi*mo e lgte*ia católica 219

Mariano Ospina Rodríguez: la religión


católica como criterio político

Esta problemática entre solidaridades tradicionales y modernos que


se reflejan en el problema ya señalado de la representación del pueblo y
en la crítica al supuesto jacobinismo liberal, aparece con mayor claridad
en la coyuntura política de mediados del siglo XIX, especialmente con
relación a la movilización popular del 7 de marzo de 1849, fuertemente
criticada por los conservadores José Eusebio Caro y Mariano Ospina
Rodríguez13. De sus críticas se deduce obviamente que la organización de
las sociedades democráticas por parte de la nueva generación liberal
(primero, desde la oposición y luego, desde el gobierno, a partir de 1849)
refleja una concepción más moderna de la política, lo mismo que la
existencia de poblaciones política y socialmente disponibles en el campo
y la ciudad. Esto explica el éxito de las sociedades democráticas entre los
artesanos de Bogotá, los pobladores urbanos de Cali enfrentados a la
expansión de los terratenientes y las regiones pobladas en la colonia tardía,
lo mismo que la ulterior división liberal entre gólgotasy draconianos. El
temor de la élite liberal de verse desbordada por la movilización popular
se hará evidente en esa división, que conducirá luego al golpe de Meló en
1854, uno de cuyos resultados será la desconfianza frente a las sociedades
democráticas (“£/ miedo al pueblo"} que va a caracterizar al Olimpo
Radical1415.

El brillante análisis que hace Mariano Ospina Rodríguez sobre los


partidos políticos en 1849,s es una versión conservadora de la historia
política transcurrida hasta entonces, pero ofrece muchas luces sobre las
adscripciones partidarias de tipo tradicional: la pertenencia a los partidos
ha sido muy fluida, sus jefes han cambiado de posición y su origen no

13 González, Fémán “El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución


Francesa", Anuario de Historia Social y de la Cultura. Reproducido en éste volumen.
14 Es muy reveladora la respuesta de Felipe Pérez en 1868 a la propuesta de revivir las
sociedades democráticas, Fondo Victoriano de Jesús Paredes, Archivo de la Academia
Colombiana de Historia, citado por F. Zambra no, “El miedo al pueblo. Contradicciones
del sistema político colombiano (II)” en Análisis 2. Conflicto social y violencia en
Colombia. Documentos Ocasionales. No. 53, CINEP. 1989-
15 Ospina Rodríguez, Mariano., "Los partidos políticosen la Nueva Granada", La Civilización,
Bogotá, 23 de agosto de 1849, publicado por la Universidad Nacional de Colombia en su
antología de Ospina, Escritos sobre economía y política, Bogotá, 1969-
220 fcmán E. González G.

coincide con las anteriores divisiones entre criollos y españoles, realistas


y patriotas, federalistas y centralistas, bolivarianos y santanderistas. Con la
muerte de Bolívar, desapareció su partido con lo que el Partido Liberal
gobernó sin ninguna oposición (excepto una pequeñavfacción que intentó
un golpe de estado acaudillado por Sarda, que no fue seguido por "los
hombres hábilesy lagran mase? del antiguo grupo bolivariano), pero con
su intolerancia frente a los antiguos realistas y bolivarianos fue creando una
división interna entre tolerantes y exclusivistas. El círculo intolerante y
absolutista quería excluir del país a la mayoría del país (la mitad había sido
realista y de la mitad patriota, más de la mitad había seguido a Bolívar) y
el presidente (Santander) quiso imponer a "un sucesor a todas luces
inadecuado” (Obando).

Según Ospina, no son las cuestiones políticas sino las sociales las
que dividen a los colombianos: es exacto decir que en la lucha política
aparecen dos bandos enfrentados pero no se puede afirmar que todos los
capaces de tomar partido están enrolados en alguno de estos dos bandos,
“ cuyos principios conocen y profesan”. La mayoría solo alcanza a captar
que unos desean que quieren que gobiernen los conservadores y otros los
liberales rojos: "es decir, que la cuestión es únicamente sobre quiénes
ocupan los puestos públicos, quiénes perciben los sueldo?. Ambos hablan
de las mismas cosas (democracia, constitución, progreso) pero sin diferen­
cias de fondo. La conclusión de Ospina es que no existen realmente dos
partidos con opiniones contrapuestas, porque "la masa de la población...
no conoce los principios que realmente dividen los partidos que luchan”

Lo que la población quiere es evitar las guerras civiles para trabajar


en paz y vota en ese sentido: por eso, se ven muchos cambios de los
electores que un día votan por los conservadores y otro por los rojos,
"porque no reconociendo losprincipios que realy efectivamente dividen a
los dospartidos, no atinan ajuzgar entre ello?. Hay pueblos, dice Ospina,
que parecen “ liberales rojo? por sus votos en las elecciones y su conducta
en las revueltas, pero es una pura apariencia: "Todo está reducido a que
en el pueblo hay una persona influyente por su mayor riqueza o instruc­
ción, que es pariente de alguno de los prohombres del partido, o que tiene
un pleito que le defiende un abogado rojo, o que la parte contraria es un
conservador, o cosa semejante, y por ello vota y obra con los rojos; pero ni

16 Ospina, Op.cit., p. 169.


Reflexiones sobre les relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e Iglesia católica 221

él, ni mucho menos sus clientes, conocen los principios del partido que
sostienen, ni los del opuesto"17.

En otras palabras, no hay adhesión racial a principios abstractos y


modemospino solidaridades tradicionales entre una persona influyente en
la población y sus respectivos clientes y entre esa personalidad local y uno
de los prohombres del partido^or parentesco o relación laboral (o al revés,
una enemistad con un prohombre del partido opuesto). Pero esas
solidaridades primarias y tradicionale^se expresan nacionalmente a través
de su relación con los Partidos Liberal y Conservador, que articulan así esos
pueblos de solidaridad tradicional con la comunidad imaginada de la
nación, que se identificaría con una solidaridad de tipo moderno. Este tipo
de articulación política va a ser particularmente importante en Colombia,
dada la desintegración geográfica y económica del país, la diversidad y
división de las élites regionales y las dificultades para la integración al
mercado internacional.

Es importante el recurso a la religión católica como instrumento de


movilización en pro del conservatismo que plantea Mariano Ospina
Rodríguez, que busca de alguna manera la exclusión del adversario de
la pertenencia a la nación a través del criterio de la ortodoxia religiosa.
En ese sentido, hay que recordar el peso que se otorga a la religión
católica en la reforma constitucional de 1842 y la reforma educativa de
1843, en las cuales Ospina jugó un importante papel para la reconstruc­
ción conservatizante del país después de la llamada Guerra de los
Supremos. Este peso de lo religioso va a convertir la posición frente a la
Iglesia en frontera entre los partidos: Ezequiel Rojas y Manuel Murillo
Toro insistirán en que no se use la religión como instrumento de gobierno
y en que no se admita a los jesuítas en la educación. En buena parte, las
reformas liberales de mediados del siglo en materia religiosa se encami­
naban a tratar de neutralizar el alineamiento del clero con el partido
conservador18.
* -—.
En una carta a José Eusebio Caro, Ospina se queja del poco
entusiasmo y del egoísmo de los conservadores en la lucha contra el

17 Ospina, Op.cit., p. 170,


18 González, Fernán, “Iglesia y Estado en Colombia durante el siglo XIX, 1820-1860"
Documentos Ocasionales No. 30. CINEP. 1985.
222 Ixiniln lí. González <*.,

liberalismo: “La única bandería conservadora que tiene vida, y muestra


resolución y vigor, es Id que obra por sentimientos religiosos. El rojismo no
tiene más enemigo que le baga frente en la Nueva Granada que el
catolicismo". Esto no significa, sigue Ospina, que el cle/o juegue un papel
notable en la resistencia a la opresión: “es el sentimiento sincero de los
pueblos católicos que ve en la inmoralidad, en la corrupción, en la
perversidad de las doctrinas y de la conducta del rojismo un monstruo...
El catolicismo se presenta hoy como el baluarte que defiende la sociedad
contra los proyectos atroces de los bandoleros queproclaman el socialismo
y lo es realmente. Elpueblo confunde en una idea compleja la religión, la
justicia y la libertad, y esta idea expresa el catolicismo".

Más adelante, insiste Ospina en que “las mujeres y los pueblos no


obran sino a impulsos del sentimiento o de la pasión"-, si “el cálculo del
interés "o “la convicción del debe?' no toma la forma de pasión, es incapaz
de moverlos. Como “el catolicismo es boy aquí una pasión en las mujeres
yen elpueblo",... sólo en las mujeres y en el pueblo se encuentra energía".
La derrota conservadora en 1851 se debió a que los jetes “no estaban
animados de la pasión que animaba a las masa?1', solo Pasto resistió
“ cuando salieron de allí losjefes extraños, porque entoncesjefes y soldados
obraron impulsados del mismo móvil. Un general y un coronel volterianos
se desconciertan y se amilanan al oír a sus soldados gritar entusiasmados,
¡viva la religión! ¡viva la libertad!, y esto es natural, porque él se juzga
rodeado de sus enemigo?"9.

La Iglesia católica y la identidad nacional

Pero los esfuerzos de Ospina para hacer identificar fe católica con


pertenencia al conservatismo y por excluir a los liberales de la nación con
base en el criterio de la ortodoxia religiosa, no lograron plenamente su
objetivo por varios razones . Una de ellas era que la presencia de la Iglesia
no tenía igual peso en todas las regiones del país.

La presencia de la Iglesia se presenta de manera muy diferenciada


en las diversas regiones desde los comienzos de la evangelización, que se
centró primordialmente en las regiones plenamente integradas al imperio19

19 Caro, José Eusebio., Epistolario., Biblioteca de Autores Colombianas, Ministerio de


Educación Nacional, Bogotá, 1953. p. 350-352.

j
lUflcxioae» tobro Im rdactona entre identidad inóooal, bipmidiwno e Iglwit cMólici W

español y en las zonas mejor controladas por las autoridades coloniales y


la clase dominante criolla, que solían coincidir con las regiones prehispánicas
de mayor densidad demográfica y de mayor jerarquización social, donde
existían bases poblacionales y sociales para la encomienda y la mita
inicialmente, para las haciendas y resguardos posteriormente. O sea, que
el mayor peso de la Iglesia se va a concentrar en los altiplanos de
Cundinamarca, Boyacá y Nariño, cuyas sociedades permanecen muy
jerarquizadas y con fuerte control del clero rural. Lo mismo que en los
centros urbanos fundados tempranamente y sus alrededores.

En cambio, la Iglesia está casi ausente del todo de las zonas


indígenas menos controladas y en las zonas de colonización tardía (desde
mediados del siglo XVIII y todo el XIX, con la notable excepción de la
colonización antioqueña, donde la presencia del clero es notable), sobre
todo en la llamada tierra caliente o zonas de vertiente. La población de
estas zonas es catalogada como montarazy enemiga de la sociedad, pues
pretendía escapar al control social característico de la zona centroandina
y vivir sin Dios ni ley, como se decía entonces. Los informes de los virreyes
ilustrados abundan en ese tipo de descripciones, lo mismo que en las
quejas contra el poco celo de los misioneros, que preferían quedarse
abrigados en sus conventos y en sus parroquias urbanas o de poblaciones
ya organizadas20.

Esta desigual presencia de la Iglesia fue señalada agudamente por


Virginia Gutiérrez de Pineda en sus estudios históricos sobre la familia
colombiana, que describen los problemas de esta presencia en Chocó, el
Litoral Costeño, el Magdalena Medio, la región de Valledupar, la región
central de Santander y la vertiente de Cundinamarca (Tocaima, Anapoima,
Melgar) y Tolima (Cunday). En esta última, la población estaba dispersa
en las selvas, donde la cohesión social era mínima y la educación religiosa
casi inexistente. A propósito de Melgar, doña Virginia anota un rasgo \
interesante: la acción de la Iglesia es muy amplia sobre los aborígenes '
M reducidos apoblado y a son de campana", pero los españoles y mestizos
rehuían someterse al control de la Iglesia "para no ser catalogados dentro
de los grupos étnicos de status inferior. El cura párroco Roque Jacinto de
los Reyes atestiguaba en 1802 que, mientras en Cunday los blancos no se

20 Véase por ejemplo la Relación de mando del arzobispo-virrey Caballero y Góngora.


224 Fernán E. González G.

avergonzaban de entrar a la Iglesia para rezar y ser instruidos en la doctrina


cristiana, los de Melgar se niegan a hacerlo y reciben la orden de hacerlo
por “afrenta y be jamen” (sic), diciendo que "no son indios para que los
sugete (sic) a semejante incomodidad'-, tienen "por orgullo alejarse de la
religión y llevar un género de vida disipada", según el sacerdote. Concluye
doña Virginia, que esto constituía "prueba de su categoría étnica y social*,
que les daba "el aparente derecho a desobedecerá las normas de compor­
tamiento de su religión y evadir el control que ejercen sus ministro?2'.

El contraste entre indios controlados en los poblados (."puestos a son


de campand') y la población blanca o mestiza que está en los alrededores,
aparece ilustrado por los casos de Coello y El Espinal, según los informes
de los curas. Concluye la autora que "el problema moral y de asimilación
religiosa lo constituyen individuos sin tierras, que se asientan en las zonas
anexas a las de los propietarios y que en razón de su pobreza, roban las
haciendas de ganado de cerdo y vacunos, y viven normas libres en su
constitución familia?12.

La mayoría de la documentación de archivo consultada por Virginia


Gutiérrez es de principios del siglo XIX (pero antes de la Independencia),
pero sus hallazgos son corroborados casi al detalle por Basilio Vicente de
Oviedo, en su libro Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada,
que estuvo terminado en 1761, pero que recoge las experiencias del autor
como cura desde 1725 en un magistral catálogo del estado de las
parroquias del Nuevo Reino. Para Oviedo, las mejores parroquias son los
pueblos de indios, de tierra fría, las poblaciones españolas tempranamente
fundadas, con acceso al camino real y las peores, las poblaciones mestizas
de tierra caliente recientemente fundadas. Las agregaciones de vecinos
pobres de todos los sitios y razas (“de toda gente”) en tierra caliente son
poblaciones con iglesias de techo pajizo, de poquísimo ornato, malos
caminos, pocos bautismos y matrimonios. Como ejemplo de ésto pone a
Caparrapí, Guachipay, Yacopí, Sasaima, Villeta, Anolaima, Ambalema,
Venadillo, Colombeima, Melgar, Calandaima, Tena, Anapoima: en todas
estas poblaciones se asocian las iglesias sumamente desdichadas (de
palos, techo, pajizo, sin ornato) con los pueblos poblados por "agregados21 22

21 Gutiérrez de Pineda, Virginia., La familia en Colombia, Volumen I. Trasfondo histórico.,


Facultad de Sociología. Universidad Nacional. Ilogotá. 1963. sobre todo el capítulo 17,
especialmente las páginas 340-343
22 Ibídem.
Reflexiona toba h» ideciona entre identidad Mcionel. bipertidiuno e lylaie católica 223

de todas gente?, donde la población indígena había disminuido


sustancialmente. Estos son los curatos que Oviedo cataloga como de
25. También señala Oviedo que los indios de
tercer, cuarto o quinto orden23
24
tierra caliente como coyaimas y natagaimas son muy altivos, remisos para
la doctrina y dados a la embriaguez (pero sus iglesias son buenas y
competentemente ornamentadas)24.

No tenía Oviedo muy buena opinión del curato del Socorro, a pesar
de sus cuantiosas rentas: los indios que quedaban fueron trasladados a
Guane, pero tenía un crecido vecindario aunque "con mucha gente baldía
y mal acostumbrada. La iglesia del Socorro era “poco omamentadó y su
curato era “laplaga de los curatos de tierra caliente”, “a quienes les hacen
manifiestas ventajas en ornatos los pueblos de indios de la jurisdicción de
Santaféy Tunja, y mucho más los de ésta que los de aquella”25. Contrasta
esta situación con la de San Gil, de “gente honrada y dócil', con iglesia bien
ornamentada. En cambio, la situación de Charalá, Simacota y Oiba se
asemeja a la del Socorro: se hace énfasis en el carácter mestizo y belicoso
de la población, que son “gente tosca, montaraz y sin culturó' (Simacota),
“agreste, inculta, soberbia, inquietó (Oiba), “pobrepero inquieta, atrevi­
da y montaraz, burdos, toscos y palurdo? (Charalá)2627 .

El contraste entre indios y mestizos aparece también en Vélez, según


Oviedo: “en lo que toca a contribuirpara adornos de la iglesia y misas, son
muy devotos todos los indios de este Nuevo Reino, y no les duele trabajar y
contribuirpara su iglesia. Lo que sucede muy al contrario con los mestizos,
que llaman blancos, puestos éstos no hay por lo común cosa que más
repugna que es el que les pidan para adornos de las iglesia?'. En el caso
concreto de Vélez, alegan que son muchas contribuciones siendo que
contribuyen más los indios, “con ser sumamente pobre?11.

Pero, además de la diversidad regional de la presencia de la Iglesia,


hay que tener en cuenta que no existían mecanismos de centralización del \
clero y de la jerarquía en el nivel nacional (la conferencia episcopal como I

23 Oviedo, Basilio Vicente, de., Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada,
Biblioteca de Historia Nacional, Bogotá, 1930, p 255
24 Oviedo, Op.cit., p. 247-248.
25 Oviedo, Op.cit., p. 174-176.
26 Oviedo, Op.cit., p. 176-180.
27 Oviedo, Op.cit., p. 164.
226 b'emdn González G.

: elemento coordinador de los obispos es de reciente data), por lo que su


funcionamiento no es tan homogéneo como pudiera pensarse a la luz de
< la experiencia actual. Así, la Iglesia se mueve en el nivel local y universal,
pero río como un bloque o entidad nacional: esto se»evidenciará en casos
como el apoyo del obispo de Popayán, monseñor Torres, a la rebelión de
Mosquera en 1861 y el de los sacerdotes Alaix y Sandoval al golpe de Meló
en 1854, para no hablar del apoyo de los curas rojos como Juan
Nepomuceno Azuero a las medidas anticlericales de la república liberal de
mediados de siglo. Pero, incluso frente al liberalismo, la actitud variará
desde el espíritu conciliador del Arzobispo Arbeláez (Bogotá) frente a la
reforma educativa de los radicales en 1870 hasta la actitud intransigente de
los obispos Canuto Restrepo (Pasto) y Carlos Bermúdez (Popayán), que
influirá no poco en la guerra civil de 1876-1877. Para algunos conservado­
res, la actitud conciliadora del arzobispo Arbeláez será una de las causas
de la derrota conservadora en dicha guerra, porque impidió que todos los
conservadores cerraran filas en contra del gobierno liberal. (Se dice que
en dicha guerra, un prestante jefe conservador lé propuso al arzobispo
Arbeláez que se pusiera al frente de la guerrilla Guasca). El enfrentamiento
entre las dos posiciones estuvo a punto de producir un rompimiento
interno de la Iglesia colombiana en el concilio provincial de 187328.

Al final del siglo XIX y principios del XX, el espíritu de cruzada


antiliberal del obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, contrastará con la
propuesta de no usar la bandera religiosa como frontera política, formu­
lada por el conservador Carlos Martínez Silva, el liberal Rafael Uribe Uribe
y el presbítero Baltasar Vélez29. Más cercanos a nuestros días, la intransi­
gencia antiliberal de los monseñores Miguel Angel Builes y Juan Manuel
González Arbeláez aparecerá contrastada con la actitud más tolerante del
arzobispo de Manizales, Luis Concha Córdoba, en las décadas de los
cuarenta y cincuenta30.

28 González, Fernán., “Iglesia y Estado desde la Convención de Rionegro hasta el Olimpo


Radical, 1863*1878", en Anuario de Colombia de Historia Social y de la Cultura., No. 15,
Bogotá, 1987.
29 González, Fernán., Partidos políticos y poder eclesiásticos. Reseña histórica 1810-1930.,
CINEP, Bogotá, 1977.
30 González, Fernán., “Iglesia católica y el Estado colombiano (1886-1930)” e “Iglesia católica
y el Estado colombiano (1930-1985) en Nueva Historia de Colombia, tomo II, Ed. Planeta
Colombiana, 1989-
Reflexiones sobre les relaciones entre identidad nacional, bipaitidismo e Iglesia católica 227

El bipartidismo como expresión


de diversos conflictos

El fracaso del intento de definir lo auténticamente nacional con base


en el criterio de ortodoxia católica expresado políticamente (que suponía
la exclusión de los liberales de la nación, como el otro o el diverso).f Lo
mismo que el del intento liberal de definirlo en términos de la auténtica
democracia y del progreso (que excluiría de la nación a los godos y j
reaccionarios) condujo a la imposibilidad de pensar una nación homogé- !
nea por encima de las divisiones partidistas: no podía existir así un terreno !
común en que pudieran encontrarse los adversarios, puesto que cada uno
se definía por la exclusión del otro.

Esto hace que la integración política del país se logre mediante la


configuración de dos especies de subculturas políticas, dos comunidades
imaginadas de sentimiento y de sentido, que se contraponen y excluyen
mutuamente pero que articulan a la sociedad desde arriba vinculando a los
grupos sociales y a las regiones con la nación y el Estado, pues penetran
la cultural social y política de arriba hasta abajo, por medio de las
adscripciones de la mayoría de la población a dichas agrupaciones con las
cuales de alguna manera se identifica. Esa identificación da al pueblo cierto
sentido de pertenencia, sea a través de mecanismos adscriptivos de tipo
clientelista o de adhesiones más modernas3'.

Esta configuración política y cultural permitió la articulación de los


poderes locales y regionales con la nación3132 al hacer que el enfrentamiento
entre el partido liberal y conservador sirviera de punto de referencia para
la expresión de conflictos de diversa índole: choques al interior de las
familias, luchas entre familias y entre clanes familiares, rivalidades
generacionales, conflictos entre poblaciones y problemas sociales y
raciales, se entrecruzan en las luchas políticas al interior de las élites. '

Así, los relatos de la tradición oral nortecaucana cuentan los


enfrentamientos del negro Lujuria con Julio Arboleda, el mayor esclavista

31 González, Fernán., ‘ Precariedad del Estado y fragmentación del poder", en Análisis3


Conflicto social y violencia en Colombia. Documentos ocasionales No. 56. CINF.P, 1989-
32 González, Fernán.. “Aproximación a la configuración política de Colombia" en Un país en
construcción II., Controversia No. 154-154, CINEP, 1989.
221 VcmAn I-. González G.

del Cauca, a quien vió dar muerte a un niño esclavo. En venganza, Lujuria
organizó una cuadrilla que asaltaba las propiedades de Arboleda y, con el
producto de los asaltos, adquiría palas y machetes para que los cimarrones
pudieran cultivar en las tierras boscosas del mismo Arboleda. El folclor
popular leyó estos conflictos en clave bipartidista :

“que muera la cinta azul


que viva la colorada
que si no llega Lujuria
don Julio no deja nada"33

Lo mismo ocurrió con los conflictos de los resguardos indígenas de


Pitayó y Ambaló con el mismo Julio Arboleda, que estaba destruyendo los
bosques de los resguardos para conseguir combustible para la explotación
de una salina. Los indígenas resolvieron alinearse con el general Mosquera,
adversario político de Arboleda, al cual proporcionan soldados para las
guerras civiles. En premio, los indígenas obtienen la devolución de sus
tierras usurpadas. Años más tarde, el sucesor Mosquera, general Julián
Trujillo, se niega a poner en vigor una ley del gobierno central que
nuevamente ordenaba la extinción de los resguardos34. En 1879, el
gobierno del Estado soberano del Cauca expidió una legislación favorable
a los indígenas35.

Hacia 1885, Alfonso Arboleda, sobrino de Julio, acaba con las


buenas relaciones que su padre (Sergio) había procurado mantener con los
colonos de su hacienda Quintero (Santander de Quilichao y Caloto, en el
Cauca). Según el relato de la Unión Sindical del Cauca, transcrito por Mateo
Mina36, el motivo del conflicto fue la {distinta adscripción política; ‘\mientras
él era un conservador de pura cepa, los colonos integraban las filas del
liberalismo, porpuro instinto natural, ya que desde esa posición... podían
admirar la libertad que no hacía mucho habían obtenido en las nuevas
leyes de la República".

33 De Roux, Gustavo I., “Fantasía y realidad de la literatura oral del negro" en Magazín
dominical, No. 331. El Espectador, agosto 13 de 1989.
34 García, Antonio., “Legislación indigenista y política del Estado", en Indigenismo II,
Enfoques colombianos No. 11, Fundación Fnedriech Naumann, Bogotá, 1978., p. 50-51 y
Bonilla, Víctor Daniel., “¿Qué política buscan los indígenas?", Ibídem, p. 148-150.
35 Ibídem.
36 Mina, Mateo.,Michael Tausing. Esclavitud y Libertad en el Valle del río Cauca, La Mosca,
Bogotá, 1975. p. 51-59.
Reflexiona sobre lu relaciona entre identidad nacional, bipanidismo e Iglesia católica 229

Según el mismo relato, las autoridades locales de la policía hacían


causa común con los propietarios en sus arbitrariedades contra los
colonos.

En otras regiones del país, los conflictos entre localidades vecinas se


expresan también a través del bipartidismo: el Oriente antioqueño se
constituyó como región a partir de la confrontación entre localidades,
principalmente entre Rionegro (liberal) y Marinilla (conservadora), que
son muy cercanas geográficamente pero muy diferentes en el quehacer
económico. Rionegro se especializa en la minería de aluvión y en el
comercio hacia el exterior mientras que Marinilla se caracteriza por la
agricultura campesina: también se diferencian por el factor étnico, pues
Rionegro tiende al mulataje y Marinilla al mestizaje. Los marinillos son “ más
apegados a la herencia hispánica, a lasprácticas sociales discriminatorias,
a los supuestos ancestros de blancura, al despreciopor lo que llamaban los
“oficios vile¿', como el comercio y la arriería, actividades éstas que tenían
como sitio principal la Villa de San Nicolás de Rionegro: estas prácticas
socioculturales diferenciadas fueron conformando a través de los procesos
de socialización mentalidades distintas y sentidos comunes opuestos, lo
que coadyuvó al fortalecimiento de identidades y diferenciaciones del
orden local que aún perviven en la región del Oriente antioqueño57.

En esas rivalidades regionales, conviene recordar que la movilización


liberal de mediados de siglo va a mostrarse particularmente exitosa en las
regiones de poblamiento tardío de Cundinamarca, Tolima y Santander
central, que son precisamente las áreas en que la población mestiza y
aluvional se resiste desde el siglo XVIII a aceptar el control moral y social
del cura católica, y buscar escapar de las haciendas y poblaciones del
altiplano rechazando el status social del indígena.
4.
Esto implicaría que el surgimiento de solidaridades más modernas,
como las de sociedades democráticas de los artesanos de Bogotá amena­
zados por la apertura al comercio internacional y de los pobladores
urbanos de Cali despojados de lostejidos comunales, lo mismo las que se
forman en las nuevas poblaciones para respaldar al gobierno liberal,37 *

37 Uribe de Hincapié, María Teresa y otros. “Determinantes sociales y culturales de la


planeación en la región del Rionegro y Nare.. en La economía antioqueña en 1988 -
Debates de coyuntura regional, 7, Fescol, Departamento de Economía - IJ. de Antioquia,
1989, p. 84-87.
230 lemán E. González G.

implican en cierta manera ruptura o algún debilitamiento de las comuni­


dades basadas en las solidaridades tradicionales, aunque el motivo de su
lucha sea la defensa de situaciones tradicionales.

De todos modos, los partidos tradicionales se constituyen como
intermediarios entre lo tradicional y lo moderno al formarse como
federaciones nacionales de instancias regionales y locales de poder, que
recogen y expresan enfrentamientos de grupos sociales de diversa índole.
Solo que esta mediación de los partidos se convirtió en un enorme
obstáculo para la construcción de un Estado moderno por encima de los
intereses privados, porque el Estado coincide con la hegemonía de uno de
los dos partidos o con la cohabitación de ambos en el poder, lo que ha
dificultado la creación de una burocracia modernizante ligada al Estado38.
De todo esto resulta la precariedad de la presencia estatal en la sociedad
colombiana, al no haberse establecido de manera plena una clara frontera
entre el sector público y los intereses privados tanto políticos como
económicos.

Esto se evidencia en la actual crisis que afronta el país, porque los


profundos cambios sociales que el país ha experimentado en las décadas
recientes (urbanización acelerada, rápida secularización, enorme aumento
de la cobertura educativa, baja demográfica, revolución de expectativas,
presencia de la mujer en el mundo académico y profesional, mayor
apertura a las corrientes mundiales de pensamiento) han venido debilitan-
K do las identidades colectivas de gran parte de la población con la Iglesia
católica y los partidos tradicionales, incluido el Comunista, que se
muestran paulatinamente cada vez menos capaces de expresar y regular
las tensiones crecientes de la sociedad. Pero tampoco surgen nuevas
formas de institucionalización que reemplacen a los partidos en esa
función, lo que hace que las luchas sociales se desinstitucionalicen y se
muestren carentes de expresión política . Toda esta situación origina una
crisis creciente de legitimidad de la esfera política, cuya brecha con
relación a la esfera de la sociedad se hace cada día mayor.

38 Pecaut, Daniel. Orden y violencia Colombia, 1930-1958. siglo XXI, Hogotá, 1987- Passim
y Crónica de dos décadas de política colombiana, 1968-1988. Siglo XXL liogotá, 1988.
Capítulo 10

Relaciones entre identidad


nacional, bipartidismo e
Iglesia católica,
1820-1886.

Fue publicado en las Memorias del Vil Congreso de Historia de Colombia, realizado en
Bucaramanga en 1992.
Introducción

La temprana aparición de un sistema político bipartidista y su


permanencia hasta hoy son dos rasgos que caracterizan a la historia
política de Colombia. Sin embargo, el papel de los dos partidos tradi­
cionales, cuya posición frente a la Iglesia católica tiene una importancia
preponderante, apenas es tenido en cuenta en los análisis que normal­
mente se hacen sobre la identidad nacional colombiana. Con frecuencia,
se señala al bipartidismo como la causa de casi todos los vicios de la vida
política, pero sin estudiar a fondo el papel que había venido desempe­
ñando en la formación de la nación.

Solo muy recientemente, precisamente cuando empieza a dejar de


copar el escenario político del país, se lo empieza a tener en cuenta como
factor de la crisis de legitimidad que se achaca a las instituciones nacio­
nales al mostrar los problemas que encuentra para expresar políti­
camente los cambios recientes de la sociedad colombiana. En ese sentido,
el desarrollo de la Constituyente y de la Constitución de 1991 son
impensables sin una conciencia, cada vez más generalizada, sobre la crisis
de legitimidad de las formas de acción política en Colombia. Por ello, la
crisis de legitimidad del Estado y la del régimen bipartidista, que
normalmente tienden a confundirse o asociarse, han sido frecuentemente
presentadas como unas de las causas que explican la explosión de
violencias que se entrecruzan en la reciente coyuntura del país.
234 IctTuín lí. González G.

Para precisar mejor lo expresado sobre los diagnósticos de la crisis,


se tratará de ver el problema desde una perspectiva de más larga duración
que retoma el análisis desde el momento de los orígenes del sistema
bipartidista en la primera mitad del siglo XIX, cuando.quedan "congela­
dos" los rasgos característicos de los partidos. O sea, se busca comparar
el momento actual, cuando el sistema bipartidista empieza a dejar de
expresar a la sociedad, con el pasado, cuando el bipartidismo copaba
todo el escenario político y social.

La búsqueda de legitimidad

Apenas lograda la Independencia, las elites neogranadinas se ven


enfrentadas al problema de establecerle una nueva legitimidad al
naciente Estado ya que el rompimiento con España solo dejaba abierta
una alternativa: la soberanía del pueblo y el modelo republicano de
organización política. Pero el problema de recurrir al pueblo como fuente
de legitimación política era que no existía un pueblo en el sentido
moderno de la palabra’. El nuevo pacto social suponía la existencia de
individuos, de ciudadanos, de actores individuales y libres, que se
asociaban voluntariamente. Pero la realidad social se movía en torno a
los pueblos, actores colectivos, propios de la sociedad tradicional de la
Colonia. Por eso, cuando la Constitución de Tunja proclamaba en 1811
el sistema republicano, la legitimidad aparece referida a "los representan­
tes de los pueblos de la provincia de Tunja". Estos pueblos son las
diferentes comunidades de esa provincia, basados en lazos tradicionales
de sociabilidad, que son la antítesis de la sociabilidad de tipo moderno.
Lo mismo ocurre con las constituciones de Cundinamarca, Antioquia,
Cartagena y Mariquita1 2.

Esta situación explica el que los partidos tradicionales se vayan


formando gradualmente a lo largo del siglo XIX como una respuesta a la
fragmentación del poder y la falta de legitimidad de los nuevos gobiernos
republicanos, una vez desaparece el vínculo unificador y legitimador de

1 Zambrano, Fabio., "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político cólombiano’ÍII),
en: Documentos Ocasionales. Bogotá: C1NEP. No. 53. 19H9.
2 Zambrano, Fabio., Ibídem.
Relaciones entre identidad nacional.bipanidiimoe Iglesia católica, 1820-1886 23$

la Corona española5. Esa formación gradual de los partidos empieza con


la creación de la burocracia republicana incipiente bajo los dos gobiernos
del general Santander, que busca respaldo regional en los caudillos
provinciales en ascenso (Obando es un buen ejemplo) y en los grupos
sociales secundarios dentro de las oligarquías regionales, dejando de lado
a las familias principales de ellas, (como los Mosquera) que podrían
representarle alguna competencia (lo mismo que a los caudillos militares
de origen venezolano). Esta combinación permitía articular los poderes
del orden central con los poderes locales y regionales, cuyo origen
arrancaba de los tiempos coloniales, pero sin que estos últimos pudieran
desafiar al poder central34.

Dentro de ese proceso, las figuras de Bolívar y Santander han sido


tradicionalmente contrapuestas para explicar el origen de los dos partidos
tradicionales. Esta asociación con el bipartidismo ha distorsionado
profundamente el análisis de sus ideas al hacer que Bolívar y Santander
aparezcan coloreados según los intereses políticos del autor de tumo,
para convertirlos en la frontera divisoria entre el liberalismo y el
conservatismo. De ahí que podamos encontrarnos en los textos de
Historia Patria con un Bolívar conservador, donde se destacan sus
aspectos autoritarios, generalmente fuera del contexto social y político
donde se enmarcan, frente a un Santander liberal, respetuoso de la
legalidad hasta el extremo y defensor del civilismo neogranadino frente
al militarismo venezolano.

Por otra parte, la asociación de estos dos ''padres-fundadores” de


nuestra nacionalidad con el bipartidismo ha ayudado a impedir la
conformación de la identidad nacional en torno a un héroe común a toda
la nación y contribuido a la formación de los dos partidos como especies
de subculturas políticas contrapuestas, mutuamente excluyentes a la vez
que complementarias. Hay que subrayar que la lectura bipartidista de los
dos proceres ignora muchos aspectos del origen histórico de nuestros
partidos y pas^ por alto el hecho de que muchos de los primeros
conservadores como José Ignacio Márquez y Mariano Ospina Rodríguez
fueron antibolivarianos. Es más, Ospina, cofundador del Partido Conser­

3 González, Fernán., 'Aproximación a la configuración política de Colombia”, Un país en


construcción., vol II., Estado, Instituciones y Cultura política.,En: Controversia . Bogotá:
Cinep. No. 153-154, 1989.
4 González, Fernán., Ibídem.
236 lemán I-. González G.

vador, participó en la conjuración septembrina contra Bolívar. Sin


embargo, en los primeros enfrentamientos entre santanderistas y
bolivarianos aparecen ya distintos estilos de actividad política.

El pensamiento político de Bolívar y Santander: la crisis


de identidad y el problema racial frente a las instituciones
liberales

Así, el pesimismo de Bolívar y su experiencia política concreta lo


hacen desconfiar de las formas de la democracia representativa entonces
en boga: no cree ni en la representa tivi dad ni en el supuesto interés
patriótico de los legisladores electos, que son la clase política en
formación, en unas naciones igualmente en formación. Y teme que la
apelación frecuente a las masas populares termine por producir el caos
social y racial, la Pardocracia, el dominio de la sociedad por negros,
mulatos y mestizos, que no se contentarían con la igualdad legal sino que
buscarían luego el exterminio de las clases privilegiadas5. Bolívar
consideraba que la influencia de la civilización producía indigestión en
nuestros espíritus, que no tenían suficiente fuerza "para masticar el
alimento nutritivo de la libertad"6.
En este pesimismo influye la sensibilidad extrema de Bolívar frente
al problema de la desigualdad racial, que requiere "un pulso infinitamente
firme y un tacto infinitamente delicado" para evitar que "esta sociedad
heterogénea" se disloque "con la más ligera alteración"7. Esta sensibilidad
frente al problema racial y su desconfianza frente a la implantación plena
de las ideas liberales en nuestra sociedad, están ligados con la conciencia
de desarraigo y la crisis de identidad del criollo americano que era Bolívar.
El se percibía en medio de dos mundos, a ninguno de los cuales se siente
totalmente perteneciente.

Para él, la situación de la América independiente se podía comparar


con la de la desmembración del Imperio Romano, cuando se formaron

5 Bolívar,Simón., Carta a Santander., Lima,7 de abril de 1825. En: Lecu na. Vicente... Cartas del
Libertador, IV, p.707.
6 Bolívar,Simón..Carta a .sir Robert Whíte. Bogotá, 7 de febrero de 1828., En: De Guzmán,
Igrucio.ElpensamientodelLibertador, Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1953.
Tomo II, p.58-59.
7 Bolívar, Simón., Discurso de instalación del Congreso de Angostura. 15 de febrero de 1819-,
En: De Guzmán, Op.cit., T.II.p.10.
Relaciones entre identidad nacional, b i partidismo e Iglesia católica. 1820-1886 237

sistemas políticos conformes a los intereses de cada región, o según la


ambición particular de algunos jefes, familias o corporaciones. Pero con
una diferencia: en Europa, la caída de Roma produjo el restablecimiento
de las "antiguas naciones" (que Bolívar consideraba preexistentes),
aunque se hubieran introducido algunos cambios. En cambio, en nuestro
caso "apenas conservamos vestigios de lo que antes éramos: "no somos
ni indios ni europeos sino una especie intermedia entre los legítimos
propietarios del país y los usurpadores españoles". Por eso, nos
encontramos "en el caso más extraño y complicado": "somos americanos
por nacimiento pero nuestros derechos son los de Europa". Por lo tanto,
tenemos que disputarles estos derechos a los naturales del país y
mantenernos en él contra la invasión de los invasores españoles89.

Para Santander, en cambio, son las reformas propuestas por Bolívar


las que fomentan la rebelión y la anarquía, usando la amenaza de la
pardocracia como un truco para hacerse conferir el mando absoluto.
Santander critica la apelación al pueblo que hacía Bolívar: el apoyo que
buscaba en las actas de la dictadura evidenciaba que el presidente"llamaba
voluntad nacional la expresión tumultuaria y poco libre de algunas
poblaciones, y lleno de la idea de que el pueblo es el soberano, que goza
de infalibilidad y de un poder omnipotente, daba a estos principios todo
el ensanche que convenía a sus miras, y trastornaba en un momento
todas las más sabias máximas del orden social'0.

Las críticas a las llamadas actas de la dictadura aparecen frecuen­


temente en los escritos de Santander: en su carta a Bolívar, del 18 de
octubre de 1826, celebra el que éste haya desaprobado las actas de
Guayaquil. Además, sostiene que la única solución a los problemas está
en sostener las instituciones, "por más defectuosas que sean":

"Con la facilidad con que ahora se han juntado algunas municipa­


lidades y pueblos a decidir que se deben hacer reformas, que se adopte
el Código Boliviano, que se cree un dictador, que se convoque la Gran
Convención, etc, se juntarán mañana para destruir lo que ahora han
hecho, disolver cualquier unión, faltar a cualquier pacto, deponerlo a Ud.
del mando, desterrarlo u otra cosa semejante".

8 Bolívar, Simón., "Carla de Jamaica", en Obras Completas., Compiladas por Vicente Lecuna.
La Habana: Lex, 1950. Vol I (1799-1821), p.160.
9 Santander, Francisco de Paula. Mis desaven ienc¡as con el libertador Simón Bolívar. Bogotá:
Facsímiles, 1982.
23S l emán E. González G.

"El mismo derecho que ahora alegan para emitir opiniones


extravagantes y tomar resoluciones irregulares y absurdas, alegarán
después para repetir la misma escena, porque si ahora la soberanía reside
en la municipalidad y en el pueblo de un lugar para tomar |^s resoluciones
que pertenecen a toda la Nación, no veo razón para que no tengan
siempre la misma residencia. El resultado es, por consiguiente, perpetua
desconfianza nacional, y perpetua anarquía que es el padre y la madre
de los tiranos y usurpadores"

"Convengo con ud. en que a Colombia no la salva ni el Código


Boliviano, ni la federación, ni el imperio, y añado que lo que la puede
salvar ahora es sostener vigorosamente las instituciones, por defectuosas
que sean. Este sostenimiento produce un gran bien, el que no vuelvan
las municipalidades a usurparse la representación de los pueblos y turbar
el orden establecido...."

"La cuestión racionalmente no es sobre si nuestra Constitución es


buena o es mala, si nos convenga o no la federación con la Constitución
norteamericana, o con el Código Boliviano. De lo que se trata es de las
fórmulas para hecer cualquier reforma; las reuniones populares que han
hablado dicen: que es llegado el tiempo de acelerar la reunión de la
Convención, sin atenerse a la fórmula y tiempo pactado por la Nación,
el gobierno y los departamentos fieles a la ley fundamental responden:
que no se pueden transpasar las fórmulas, porque desde que se
transpasan tiene un origen vicioso toda reforma que debe dar estímulo
y fomentar nuevas insurrecciones..." IO.

A pesar de su apelación al pueblo en las actas, Santander acusaba


r a Bolívar de valerse del miedo a la anarquía y a la reconquista española
"para inspirar horror al poder del pueblo y esparcir temores sobre una
guerra de castas, o de localidades, y a la par de sus exageraciones acerca
de un riesgo inminente de que los colombianos fuesen víctima de la
anarquía, la fomentaba bajo cuerda". Hablar de soberanía popular pero
callar sobre las libertades individuales, amenazar con la anarquía y hacer
"conmover los pueblos y las tropas", asustar a la gente con su retiro de
Colombia y hacerse conferir la dictadura, eran los medios que Bolívar

10 Santander, Francisco de P.. Cana a bolívar, del 18 de octubre de 1826, publicada en


Antología Política. Francisco de P. Santandery Vicente AmeroHogotá: Cólcultura, 1981.
p.6-7.
Relacione» entre identidad nacional. bipartidinnoe Igle» ¡acatólica. 1820-1886 239

empleaba "para arrancar al pueblo sencillo las innumerables actas y


representaciones... que al fin han dado en tierra con la libertad, las leyes,
el honor y la dicha de Colombia"11.

Su diagnóstico sobre las amenazas del caos social y de la anarquía


conduce a Bolívar a proponer un Estado fuerte que cree una nación
inexistente sobre la base social de los caudillos populares surgidos del
ejército libertador junto con la aristocracia sobreviviente de la revolución,
de modo que se produzca un equilibrio entre las fuerzas nuevas y las
antiguas. Así, el prestigio popular de los caudillos sopesaría la presencia
de las elites tradicionales que tendían lógicamente a dominar los cuerpos
legislativos en las democracias censatarias de la época, gracias a su peso
en la sociedad. Además, permitiría expresar de algún modo al pueblo que
era el ejército.

Pero Bolívar no se hacía muchas ilusiones sobre el "fair play" de la


vida política concreta: no la concibe como el libre juego de individuos
autónomos sino como el resultado de lazos anteriores de dependencia,
que sujetan al pueblo a la manipulación de los poderosos. Esto explica
el éxito electoral de los políticos inescrupulosos: Bolívar descubre pronto
que los congresos no siempre representan a los pueblos, sino que
responden a la hábil manipulación de una maquinaria política montada
sobre la dependencia de la mayoría con respecto al gamonal de tumo.
Por eso, concluye que el autocratismo de los militares no es el único
despotismo posible: hay también "un despotismo deliberante" que
conduce primero a la anarquía y luego al déspota militar.

Hay una experiencia que impacta y marca de modo fundamental


su pensamiento político: el fracaso de la primera revolución venezolana,
que lo lleva al profundo convencimiento de que es imposible aplicar
literalmente las ideas del liberalismo europeo a la realidad americana y'
de que es necesario el apoyo de las. masas y de sus caudillos para triunfar
en la lucha emancipadora. Por eso, en el Manifiesto de Cartagena (1812)
aparece una crítica feroz contra el federalismo venezolano, que produjo
la guerra civil entre facciones y ciudades, el caos burocrático y monetario,
las elecciones manipuladas, la debilidad del ejecutivo y la total ineficiencia
militar. Todo lo cual dió por resultado el triunfo realista.

11 Santander, Francisco de P., Mis desavenencias... p.51.


240 lemán I-. González G.

Bolívar concluye de esa experiencia que, aunque el sistema federal


sea en sí el más perfecto, para nuestros nacientes estados es el más
dañino ya que sus ciudadanos carecen de las necesarias virtudes
republicanas. De ahí saca uno de los principios básico^ de su vida política:
el gobierno debe adaptarse a las circunstancias de tiempos, naciones y al
carácter de los hombres que debe gobernar. Los códigos adoptados en
Venezuela no enseñaban la ciencia práctica del gobierno sino que
reflejaban los principios de "visionarios de repúblicas aéreas" que
procuraban alcanzar la perfección política presuponiendo la perfectibilidad
del género humano12*.

En la Carta de Jamaica (1815), Bolívar culpa de la incapacidad


política de los hispanoamericanos a la tradición española, severamente
enjuiciada por él: era difícil elevarnos del "grado más bajo de servidum­
bre" al goce pleno de la libertad. España excluyó a los americanos de
cualquier participación en el gobierno y en la administración pública, con
lo cual la Independencia nos tomó sin preparación alguna: por esto, los
nuevos gobernantes carecían tanto de experiencia administrativa como
de .legitimidad o prestigio personal a los ojos del pueblo. Todo esto
repercutió en el fracaso del federalismo en Venezuela y Nueva Granada,
que lleva a Bolívar a concluir que "las instituciones perfectamente
representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces
actuales". Como remedio, propone la unión de Venezuela y Nueva
Granada bajo un gobierno semejante al inglés: pero en vez de rey, habría
"un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio y jamás hereditario,
si se quiere repúblicd'-, además, un Senado hereditario, intermediario
entre el pueblo y el gobierno, al estilo de la Cámara de los Lores, y una
Cámara electiva de representantes, al estilo de la Cámara de los
Comunes’3.

Esto demuestra que las ideas centrales de Bolívar están ya definidas


desde 1815, estando lejos de ser producto de una decadencia senil
después de Ayacucho (1824). En su discurso de instalación del Congreso
de Angostura (1819), Bolívar retoma muchas de las ideas anteriores,
profundizando en algunas propuestas: insiste siempre en nuestra incapa­
cidad política y administrativa por falta de experiencia. De ahí deduce la

12 Ikílivar.,Simón.,£scnZO5Po//7ícas Madrid: Alianza Editorial. 1969, p 47-57.


13 Bolívar, Simón. Op.cit.,p.61 -ti4.
Relacionaentrcideniidad nacional, bipartidiimoc Iglesia católica. 1820-1886 241

ignorancia de las masas que las hace fácilmente manipulables, con lo que
se convierten en instrumento de su propia destrucción. En ese discurso,14*
Bolívar repite que es imposible aplicar en nuestra situación un sistema
de gobierno "tan débil y complicado” como el federal: en vez de consultar
la experiencia norteamericana,se deberían tener en cuenta la situación
física del país, su población, riquezas, género de vida de sus habitantes,
su religión, inclinaciones y costumbres. La primera constitución venezo­
lana respondió al afán autonomista de las provincias y ciudades; los
constituyentes se dejaron deslumbrar por la felicidad del pueblo norte­
americano y pensaron que ella se debía a la constitución federal y no al
carácter de sus ciudadanos. Esta es otra idea central del pen-samiento
político bolivariano: las leyes por sí mismas no producen la felicidad
humana si no cambia el carácter de las personas regidas por ella.

Esta conclusión es reforzada por el análisis de la historia de Atenas,


Esparta, Tebas y Roma: Atenas ofrece el ejemplo más melancólico del
fracaso de la democracia absoluta, lo que demuestra "cuán difícil es regir
por simples leyes a los hombres”. Su caso contrasta con la estabilidad
conseguida por Esparta con una constitución aparentemente quimérica.
El éxito de Tebas solo cuando estuvo bajo el mando de Pelópidas y
Epaminondas permite a Bolívar reafirmar una de sus ideas favoritas: "a
veces son los hombres, no los principios, los que forman los Gobiernos.
Los códigos, los sistemas, los estatutos por sabios que sean, son obras
muertas que poco influyen en las sociedades-, ¡hombres virtuosos, hom­
bres patriotas, hombres ilustrados constituyen las repúblicas!" ’5.

Lo mismo deduce de los ejemplos de Roma e Inglaterra: por ello,


vuelve a proponer el modelo inglés de constitución, adaptándola a la
situación republicana. Los sucesores de los proceres en el Senado
hereditario deberán recibir una educación especial, que los hará mejores
que los representantes elegidos ("naturaleza perfeccionada por el arte").
Este Senado debe ser independiente tanto del gobierno como del pueblo:
su selección no.debe dejarse "al azar de las elecciones".

El papel del monarca constitucional, cuya autoridad está sujeta al


triple control de su propio gabinete y de las Cámaras tanto de los Lores
como de los Comunes, es adaptada al mundo republicano mediante la

14 Bolívar, Simón. Op.ci(.,p. 93-123


15 Bolívar, Simón. Op.cit.,p.l06.
242 I cmAn li. CxmzAlvz G.

creación de un ejecutivo fuerte, pero de carácter electivo. Con ese


ejecutivo fuerte, no desea Bolívar autorizar la tiranía de un déspota sino
precisamente "impedir que el despotismo deliberante" produzca una
serie de vicisitudes despóticas en que la anarquía resultante sea
reemplazada alternativamente por la oligarquía y la monocracia. Sin ese
ejecutivo, habría que contar "con una sociedad díscola, tumultuaria y
anárquica"

Frente a las teorías abstractas que pregonan "la perniciosa idea de


una libertad ilimitada", Bolívar propone "la libertad social" como término
medio entre libertad absoluta y poder absoluto: la fuerza pública debe
mantenerse dentro de los límites de la razón y la voluntad general dentro
de los límites señalados por un poder justo. Para él, es claro que "la
libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos adonde han
ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas": la agitación electoral
y partidista de ideólogos abstractos conduce a la anarquía y ésta a la
tiranía. No importaría, dice Bolívar, que el sistema político se relajara por
debilidad si esto no arrastrara consigo "la disolución del Cuerpo Social y
la ruina de los asociados".

El papel del Estado es concebido por Bolívar como instrumento


corrector de las desigualdades existentes de hecho en la sociedad más
libremente establecida: al revés de Rousseau, Bolívar opina que la
naturaleza hizo desiguales a los hombres y que la Sociedad por medio del
Estado le dan "una igualdad ficticia "(o sea, creada por el hombre), que
es la igualdad política y social, por medio de la educación, la industria,
los servicios y las virtudes16.

Además, según Bolívar, debe mantenerse el equilibrio no solo


entre las diferentes partes del gobierno y de la administración, sino tam­
bién "entre las diferentes fracciones que componen nuestra sociedad".

De esta concepción del Estado se sigue la principal innovación


constitucional propuesta por Bolívar en Angostura: la creación de una
cuarta rama del poder, el Poder Moral, necesaria para dar bases de luz y
de virtud a la república.En Venezuela, leyes y magistrados carecen de
legitimidad, aceptación y respeto público, lo que hace que la sociedad

16 Bolívar, Simón. Op.cic.,p.ll8.


Relaciones entre identidad nacional, bipartidísimo e Iglesia católica. 1820-1886 243

sea "una confusión, un caos","un conflicto singular de hombre a hombre".


Para librarla del caos, hay que unificar en un todo la masa del pueblo, la
composición del gobierno, la legislación y el espíritu nacional, que debe
inclinarse hacia dos puntos capitales: "moderar la voluntad general y
limitar la autoridad pública". De ahí importancia de la educación popular
y de la vigilancia de la moral pública: el Poder Moral, a imitación del
Areópago de Atenas y de los Censores de Roma, debería encargarse de
la educación infantil, de las buenas costumbres y de la moral republicana,
para purificar a la nación de la corrupción pública. El Poder Moral se
encargaría así de censurar públicamente las faltas contra la patria
(ingratitud, egoísmo, ocio, negligencia) y la administración pública, lo
mismo que de premiar las virtudes.

La propuesta electoral de Bolívar en Angostura se inscribe en la


democracia censataria, usual en ese tiempo, que restringía el voto
limitándolo solo a los propietarios, profesionales y alfabetos: con estas
restricciones, afirma Bolívar, se pone "el primer dique a la licencia
popular, evitando la concurrencia tumultuaria y ciega que en todos los
tiempos ha imprimido el desacierto en las elecciones". Y, consiguien­
temente, el desacierto de los magistrados y del gobierno17.

En muchos apartes del discurso en Angostura, el Libertador hace


un llamado al realismo de los congresistas pidiéndoles moderar sus
pretensiones y no aspirar presuntuosamente a lo imposible. Considera
muy laudable aspirar a instituciones perfectas, pero teniendo en cuenta
nuestras posibilidades concretas: quién ha dicho a los hombres que
poseen ya toda la sabiduría, que ya practican toda la virtud, que exigen
imperiosamente la liga del Poder con la justicia? ¡Angeles, no hombres
pueden únicamente existir libres, tranquilos y dichosos, ejerciendo todos
la Potestad soberana!". Según Bolívar, los gritos de los hombres en las
batallas y tumultos políticos claman al cielo contra los legisladores
"inconsiderados y ciegos", que han pensado que es posible "hacer
impunemente ensayos de quiméricas instituciones". Por ello, pide no
aspirar a lo imposible, "no sea que por elevarnos sobre la región de la
Libertad, descendamos a la región de la tiranía", pues "de la libertad
absoluta se desciende siempre al poder absoluto"18.

17 Bolívar, Simón. Op.cit., p.118.


18 Bolívar.,Simón. Op.cit.,p..l 14-115.
244 l-'cmán lí. González G.

Por supuesto, las innovaciones propuestas por el Libertador no


fueron acogidas por los congresistas: su propuesta de Senado hereditario
fue severamente criticada como intento de crear un nueva nobleza y se
consideró impracticable su idea del Poder Moral. Tal vez por esta poca
acogida, Bolívar no presentó ninguna propuesta al Congreso de Cúcuta
(1821), que aprobó una constitución unitaria y centralista, con la clásica
división de 3 poderes y dos cámaras legislativas igualmente electivas. El
ejecutivo, ejercido por un presidente con un período de 4 años, reelegible
solo una vez, quedaba debilitado al quedar sujetos los nombramientos de
sus funcionarios a la aprobación del legislativo.
Por ello, fue notorio el divorcio moral y político de Bolívar con
respecto a esa constitución, lo mismo que su amarga decepción frente a
la clase política reunida en ese Congreso. Así lo manifiesta a Santander,
desde el cuartel general de San Carlos, el 13 de junio de 1821:"Esos
señores piensan que la voluntad del pueblo es la de ellos, sin saber que
el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha
conquistado este pueblo de mano de los tiranos; porque además es el
pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo
demás es gente que vegeta con más o menos malignidad o con más o
menos patriotismo, pero sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudada­
nos pasivo?. El recuerdo del fracaso de la primera república de Venezuela
hace decir a Bolívar que es necesario desarrollar "esta política", "que
ciertamente no es la de Rousseau",..."para que no nos vuelvan a perder
esos señore?. Ellos desconocen el país: piensan que toda Colombia es
como el Nuevo Reino de Granada (centrooriente de la actual Colombia),
que todo el país "está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas
de Bogotá, Tunja y Pamplond', sin mirar al resto del país, cuya organi­
zación social es diferente. Alude otra vez al peligro de la guerra racial y
social, que puede producir la población suelta, no sujeta a los controles
tradicionales de la sociedad colonial ni inserta en los lazos tradicionales
de cohesión social: "No han echado sus miradas sobre los Caribes del
Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo,
sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos del Patía, sobre los
indómitos pastusos, sobre los guajibos del Casanare y sobre todas las
hordas salvajes de Africa y América que, como gamos, recorren las
soledades de Colombid'.
En forma interrogativa, expone Bolívar sus inquietudes sobre el
resultado de las ideas de estos legisladores en el marco de la sociedad
de entonces:",; No le parece a Ud., mi querido Santander, que esos
Relaciones enve identidad nacional, bipartidimoe Iglesia católica. 1820-1886 24S

legisladores más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambicio­


sos, nos van a conducirá la anarquía, y después a la tiranía, y siempre
a la ruina? Yo lo creo así, y estoy cierto de ello. De suerte, que si no son
los llaneros los que completan nuestro exterminio, serán los suaves
filósofos de la legitimada Colombia. Los que se creen Licurgos, Numas,
Franklines, y Camilos Torres y Roscios, y Uztaris y Robiras, y otros
númenes que el cielo envió a la tierra para que acelerasen su marcha hacia
la eternidad, no para darles repúblicas como las griegas, romanas y
americana, sino para amontonar escombros de fábricas monstruosas y
para edificar sobre una base gótica un edificio griego al borde de un
cráter"19.

Todo este estilo de pensamiento se refleja en el miedo constante


de Bolívar al desorden y anarquía sociales, que designaba con matices
raciales como "pardocracia". De ahí, su prevención continua contra los
que consideraba los peligros de la libertad indefinida y de la democracia
absoluta, que lo llevó a proponer en la Constitución Boliviana la
presidencia hereditaria, por miedo al azar que representaban las frecuen­
tes elecciones. La discusión sobre esta constitución, desde los tiempos de
Bolívar hasta hoy, se ha centrado en lo referente al poder ejecutivo,
dejando de lado aspectos como el de la abolición de la esclavitud y el de
la ampliación de la participación electoral. Bolívar mismo consideraba la
presidencia vitalicia como el sol que da vida a todo el universo de esta
constitución: en los sistemas sin jerarquía hace falta un punto fijo
alrededor del cual giren magistrados y ciudadanos. Ese presidente
vitalicio, tomado de la república de Haití, considerada la más democrática
del mundo, participa de las funciones del presidente de los Estados
Unidos, pero "con restricciones más favorables al pueblo". Pero con una
diferencia: para evitar los problemas que en Haití generaba la sucesión
presidencial, que la ponían en situación de "insurrección permanente",
Bolívar propone un medio más seguro de sucesión. El presidente
nombraría al vicepresidente como jefe de gobierno y sucesor, con lo cual
"se evitan las elecciones, que producen el grande azote de las repúblicas,
la anarquía, que es el lujo de la tiranía y el peligro más inmediato y más
terrible de los gobiernos populares."20

19 Bolívar. Simón. Carta a Santander del 13 de junio de 1821. en Bolívar: Doctrina del
Libertador., Caracas: Biblioteca Ayacucho . 1979. p.157-158. Los subrayados son míos.
20 Bolívar. Simón. Escritos Políticos.[t.A U-lAi), especialmente la p.133. Los subrayados son
míos.
246 lemán lí. G<«izálcz G.

Para Santander, estas propuestas son "novedades peligrosas". Así,


Santander afirma que la "innecesaria prolongación" de la residencia de
Bolívar en Lima trastornó su cabeza, por los honores casi divinos que se
le tributaban, junto con los desmedidos elogios de lo$ colombianos y los
. Después de haber lo­
"pérfidos consejos de algunos traidores patriotas"2122
grado hacer "pasear triunfante la bandera de la libertad desde el Orinoco
hasta el Potosí, se dedicó a la política e introduciendo novedades
peligrosas..."u. Esas novedades residían, para Santander, en la presiden­
cia vitalicia, sin responsabilidad política y con derecho a nombrar o
destituir a su sucesor, más propia de una constitución monárquica, pues
tenía "una autoridad extensa sobre todos los ramos de la administración".
Además, el cuerpo legislativo "introducía una novedad que había
escapádose a la sabiduría de naciones experimentadas, y que participan­
do del sistema censorio y tribunicio de Atenas y Roma, junto con otras
funciones de las Constituciones modernas, formaban un monstruo que
debía alterar el orden público". Lo mismo que "un poder electoral casi
democrático en cuanto al número, a quien se atribuían facultades que
solo podían servir para embrollar la administración e impedir que el
pueblo deslumbrado con ellas no percibiese la pérdida efectiva de sus
derechos". Todas estas novedades eran señaladas por "los hombres
reflexivos", que consideraban "que un sistema tan complicado y absurdo
debía mantener al Estado en continua agitación y engendrar el espíritu
de insurrección como el único remedio de contener al Presidente o de
arrojarlo del puesto"23. De hecho, Santander explica así la conjuración
septembrina contra Bolívar, realizada por "un puñado de jóvenes,
auxiliados por algunos militares", pues "las reformas de Bolívar no podían
menos que derramar el descontento y fermentar las semillas de la
insurrección"24.

A la discusión sobre esta constitución, se suman el que Bolívar


pensara en Sucre como sucesor y el que Paéz se rebelara en Venezuela.

21 Santander, Francisco de Paula., Mis desaveniencias con el Libertador Simón Bolívar.,


Bogotá: Facsiinilar de Editorial Incunables. Bogotá, 1982 p.35.
22 Santander, Francisco de P., Santander ante la Historia, o sea, Apuntamientos para las
Memorias sobre Colombia y la Nueva Granada por el general Santander., Bogotá:
Facsiinilar de Editorial Incunables, 1983- Tomada de la edición de la Imprenta de Walder,
París, 1869, p.56.
23 Santander, Francisco de Paula., Mis desaveniencias con el Libertador Simón Bolívar.,
Bogotá: Facsiinilar de Editorial Incunables, Bogotá, 1982. p.37.
24 Santander, Francisco de P.,Op.cit., p.96.
Relaciones adre identidad nacional, bipanidiamoe Iglesia católica. 1820-1886 247

para dar al traste con los proyectos constitucionales e integracionistas de


Bolívar. La actitud de simpatía de Bolívar por Páez, a quien consideraba
víctima de la ingratitud de los elementos civiles del gobierno, llevará a
la ruptura definitiva entre Bolívar y Santander. Bolívar consideraba
necesario apoyarse en los caudillos venezolanos para conservar la unidad
colombiana a cualquier costo, acostumbrado a considerarlos como su
base natural de poder. En cambio, subestima la fuerza de los abogados,
burócratas y políticos civiles que rodean a Santander: en el fondo, no
parece captar las diferencias entre la sociedad del centrooriente
neogranadino y la de su nativa Venezuela. No parece captar la importan­
cia de esa clase media de abogados y funcionarios urbanos, heredada de
la burocracia virreinal y de la Real Audiencia, que se mostrará capaz de
entenderse con los caudillos de la guerra con tal de imponer su proyecto
político, de raigambre más liberal que el de Bolívar. Por su parte, el poco
tacto político de este grupo frente al poder personalista de un caudillo
como Páez, cuyo sentido político era incapaz de percibir, dada la
formación legalista y formal de esta burocracia, fue la ocasión del
enfrentamiento. Este conflicto convirtió a Páez en el símbolo de la unidad
nacional de Venezuela, oprimida por el supuesto despotismo de la
burocracia neogranadina.

Por otro lado, Bolívar era considerado por militares y civiles de


Venezuela como el intermediario natural de sus quejas e intereses frente
al gobierno de Bogotá. Incluso, los opositores neogranadinos a la
administración de Santander también esperaban que Bolívar, una vez
asumiera de veras el mando, rectificara las políticas con las que ellos
estaban en desacuerdo. Los antisantanderistas tendían normalmente a
apoyarse en Bolívar, aunque no compartieran tampoco todas sus ideas.
Por su parte, Bolívar alentaba estas esperanzas de la oposición a
Santander, pero sin romper con él, convirtiéndose en gobierno y
oposición al mismo tiempo. Pero tampoco la posición de Santander frente
a Bolívar era menos ambigua, como señala Acevedo Díaz: "Como
vicepresidente mostraba lealtad al Libertador y lo invitaba a asumir el
mando; y como publicista, aunque sin su firma, pero en un estilo que
todos reconocían como suyo, combatía cualquier forma de gobierno
autoritario, como el que se rumoraba era recomendado por Bolívar"25 Esto

25 Accvedo Díaz..,Mario.,"Ik>lívar y la Convención de Ocaña", publicado como apéndice del


Diario de Bucara manga, en la edición del Hondo cultural cafetero, antes citada. P. 185.
24» l'emin E. González (i.

se hacía en la Gaceta oficial y en los periódicos de los amigos de


Santander, que se encargaban de echarle más leña al fuego.
De hecho, había diferencias estructurales de fondo entre las
repúblicas que componían la Gran Colombia, que no* eran percibidas por
los protagonistas de los enfrentamientos. En la Nueva Granada y el
Ecuador, la estructura social había permanecido casi intacta, ya que no
se produjo la guerra social y racial que caracterizó a Venezuela; además,
en la Nueva Granada la población campesina suelta de los lazos
tradicionales existía en menor proporción que en Venezuela. Por eso,
Bolívar se sorprende al encontrarse con la sociedad de Popayán,
jerárquica y patriarcal, bajo la hegemonía de los Mosquera y Arboleda,
en los que buscará apoyo para sus proyectos políticos. La generalización
de esta experiencia llevó probablemente a que Bolívar subestimara los
cambios introducidos por la independencia en la sociedad neogranadina,
haciéndolo pensar que la estructura colonial seguía casi intacta. Talvez
no percibió cuán diferentes eran los pobladores de Popayán de los del
centrooriente de la Nueva Granada (Bogotá, Tunja, Pamplona y las
poblaciones urbanas del actual Santander), a los que Bolívar criticaba por
desconocer el resto del país pero que tenían una visión más urbana y
"democrática" de la vida.
En cambio, en Venezuela la guerra de Independencia sirvió de
canal de ascenso social, lo que permitió la movilización social de la
población campesina independiente de las haciendas a través del influjo
de los caudillos que surgen en la guerra. Es importante señalar, para
entender la actitud de Bolívar frente a Páez, que el Libertador no movilizó
directamente a esas poblaciones sino que lo hizo a través de los canales
de poder de los caudillos. El éxito militar de Bolívar en Boyacá se logra
cuando él logra coaligar bajo su mando a los diversos caudillos
venezolanos, junto con un contingente neogranadino organizado por
Santander y un pequeño cuerpo de ejército más profesional formado con
base en los veteranos ingleses. Esto permite a Bolívar obligar a estos jefes
a superar sus ámbitos regionales de poder y a combatir más allá de ellos.
El triunfo de Boyacá fortalece aún más su poder y consolida su
influencia sobre el Congreso de Angostura (que ha aprovechado su
ausencia para rebelarse contra el vicepresidente Zea), porque le permite
contar con un ejército veterano victorioso, reforzado ahora con un fuerte
contingente de tropas neogranadinas y por el apoyo económico de las
regiones recién liberadas. Era difícil que los caudillos venezolanos
Relaciones entre identidad nacional, bipanidiimo e Iglesia católica, 1820-1886 249

pudieran entonces resistirle con sus pequeños contingentes y su reducido


ámbito regional o local de poder26.

La decepción de Bolívar frente a la clase política se fue profun­


dizando con los años, cuando se va haciendo evidente la derrota de sus
ideas. El comentario de Bolívar sobre las elecciones para la Convención
de Ocaña es muy diciente sobre la percepción que tenía del contraste
entre el pueblo teóricamente libre que debía legitimar con su voto a la
naciente república y el pueblo real, sujeto a toda suerte de servidumbres
e inmerso en una serie de solidaridades tradicionales. En sus amargos
comentarios a Perú de Lacroix, Bolívar afirma que el triunfo de los
santanderistas en esos comicios probaba "el espíritu de esclavitud en que
se hallaba el pueblo", lo mismo que el hecho de que el pueblo no solo
estaba "bajo el yugo de los alcaldes y curas de las parroquias, sino también
bajo el de los tres o cuatro magnates que hay en ellas". En las ciudades
ocurría lo mismo, con la diferencia de que en ellas los amos eran más
numerosos al aumentar "los clérigos y los doctores". La desigualdad social
y económica hace imposible el ejercicio de la igualdad legal: "la libertad
y las garantías son solo para aquellos hombres y para los ricos, y nunca
para lospueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios; que
esclavos eran bajo la constitución de Cúcuta y esclavos quedarán bajo la
constitución más liberal".

Bolívar denuncia allí que en Colombia "hay una aristocracia de


rango, de empleos y de riqueza,...por su influjo, por sus pretensiones y
peso sobre el pueblo": de ella hacen parte "los clérigos, los doctores, los
abogados, los militares y los demagogos", que, "cuando hablan de libertad
y de garantías es para ellos, solo para lo que quieren y no para el pueblo,
que según ellos, debe continuar bajo su opresión". Ellos quieren la
igualdad para ascender socialmente y "ser iguales con los más caracteri­
zados, pero no para nivelarse con los individuos de las clases inferiores
de la sociedad, a los que siempre siguen considerando como sus siervos,
a pesar de sus ajardes de demagogia y liberalismo"27.

En cambio, se palpa la satisfacción de Santander frente a los


resultados de las elecciones para la Convención de Ocaña, plasmada en

26 Lynch.John.,"Bolívar and thc Caudillos". Híspante American HistorlcalReview.;vo!63, No.


I,(feb.l983)
27 Peni de La Croix. Louis., DiariodeBucaramanpa.U<w*¿: Hondo Cultural Cafetero, 1978.
2S0 lemán T. < ¡«mzákv. <!.

una carta a Vicente Azuero: los bolivarianos abrigan desconfianza frente


a los resultados que están obteniendo en las urnas y temen la derrota de
su protector, al que quieren sostener de todos modos. El resultado
posible es "una guerra interior, en que ganen los que n&da tienen, que
siempre son muchos, y perdamos los que tenemos, que somos pocos. No
dudo que a la larga triunfará la buena causa; mas, entre tanto, ¿ cuánto
no habrá experimentado el país? ". Opina que es mejor no "atacar de
frente a los contrarios" y tener como armas "la moderación y la calma",
para dar más fuerza a nuestras opiniones, que deben aparecer "despo­
jadas de todo espíritu de partido"2".

En varias ocasiones, Santander se quejaba de la campaña de


desprestigio que Bolívar hacía en contra de los políticos opuestos a sus
ideas y del gobierne» constitucional, que se asemejaba a la que hacían los
que justificaban la usurpación de Napoleón contra el directorio de
Francia: "A todos los funcionarios públicos los calificaba de ignorantes;
los diputados en el Congreso eran a sus ojos necios los unos, locos los
otros y los que menos, enemigos de la independencia. La Constitución
era un código de necedades; las leyes, la ignominia de Colombia; los
empleados en la hacienda, defraudadores; los jueces, venales; los
republicanos, ideólogos; los censores de la boliviana, pigmeos; solo los
militares, que se habían declarado en favor de sus proyectos eran
virtuosos e incorruptibles...No había vicio de que el gobierno no estuviera
inficionado: todos los males que la naturaleza de las sociedades, la
infancia de un Estado, la guerra, la ignorancia u otras causas necesarias
producen, eran atribuidos a la Constitución, a las leyes y al gobierno. La
reforma se predicaba como indispensable. Bolívar y su Constitución eran
las únicas áncoras de salvación..."28
29.

El hecho de que la mayoría de los bolivaristas se concentraran en


el sector militar y no entre "los hombres de luces" es señalado por
Santander en el análisis que hace de los seguidores del presidente: a su
partido pertenece "un número considerable de militares que, o por la
costumbre de obedecerle, por afecto particular, por ambición, por
ignorancia o por disgusto con el gobierno constitucional, han abrazado

28 Santander, Francisco de P, Carta a Vicente Azuero, del 18 de encrode 1828., En: Antología
Política. Francisco de Paula Santandery Vicente Azuero., Colcultura, llogotá. 1981.,p.34.
29 Santander, Francisco de Paula., Mis desavenencias con el Libertador Simón Bolívar.,
liogotá: Facsimilar de Editorial Incunables, Hogotá, 1982. p.49-50..
Relacione* entreidentidad nacional, bipartidiamoe Iglesiacatólica. 1820-1886 231

sus proyectos"; también, son partidarios suyos "algunos pocos hombres


de luces, que de buena fe lo creen el llamado a hacer la felicidad de
Colombia, o que tienen aspiraciones excedentes a su mérito, o que temen
su indignación en caso de no recomendar sus ideas”. Por su parte, "el
pueblo de la ínfima plebe lo estima por hábito, porque desde tiempo atrás
se le ha estado diciendo", pero nunca ha abrazado "la causa del
absolutismo". También pertenecen a su partido "los que han detestado
la libertad en América" y los que han tenido algún motivo de descontento
contra el gobierno constitucional*’. Entre ellos se cuentan, obviamente,
los enemigos personales de Santander "porque no les había concedido
el empleo que solicitaron, o porque no recibieron el dinero que pidieron,
o porque no les dió parte en la comisión del empréstito, o, en fin, porque
reprobó su conducta turbulenta o ilegal en las reuniones populares de
que hemos hablado"30 31. En cambio, "no hay hombre que tenga alguna
tintura de libertad y que esté libre de aspiraciones desmedidas, que no
deteste sus ideas políticas"; en el clero, "hay un número considerable de
individuos que miran con desconfianza sus liberalidades, y otro que,
amando la libertad política y civil, quisiera que el estado eclesiástico se
nivelara a los progresos del siglo. Los regulares son los que más participan
de estos buenos deseos"32.

Sociabilidades tradicionales y modernas

Los planteamientos de Bolívar apuntaban, más allá de los naturales


resquemores de derrotado en la lid electoral, al hecho de que la igualdad
formal entre los ciudadanos modernos otorgada por la república ocultaba
toda una serie de dependencias y solidaridades propias de una sociedad
tradicional. Además, los comentarios de Santander hacen traslucir el hecho
de que el grupo santanderista poseía mejor organización electoral, gracias
a una incipiente maquinaria política construida en torno a la burocracia
santanderista y a sus agentes en las provincias y a un mejor uso del
reglamento electoral. Sin olvidar el hecho de que el santanderismo podía
sacar ventajas de los sentimientos nacionalistas y civilistas que despertaba
la prepotencia de algunos militares venezolanos y neogranadinos, que
fungían como agentes políticos y electorales del Libertador.

30 Santander, Francisco de Paula., Mis desaven ¡encías..., Ib id. p.116-117.


31 Santander, Francisco de Paula., Misdesaveniencias... Ibid.p.50.
32 Santander, Francisco de Paula., Misdesaveniencias. .. (bid.p.. 116-117.
2)2 lemán li. González G.

El apoyo de Bolívar en los militares venezolanos es duramente


criticado por Santander en varias ocasiones: " El ha sabido valerse
mañosamente, para sacar ventajas de las disensiones políticas de
Colombia, de la rivalidad entre venezolanos y granadinos. A la oposición
que Santander hacía a sus proyectos destructores de la libertad, le dió el
carácter de rivalidad a su persona y de odio a los venezolanos, y por este
medio empeñó a los militares de Venezuela en su favor en aquella lid.
El respeto que el pueblo granadino ha tenido siempre al espíritu belicoso
del pueblo venezolano, coadyuvó a entibiar y apagar el entusiasmo con
que se empezó a sostener la Constitución. En el departamento o provincia
en que el gobierno constitucional había colocado a un militar de
Venezuela al frente del gobierno o del ejército, fue fácil a Bolívar
encontrar apoyo, y enemigos del que desempeñaba el poder ejecutivo”33.

Todas estas anotaciones apuntan a señalar que el grupo de los


partidarios de Santander tenía una concepción más pragmática del
quehacer político, al apoyarse en las fuerzas políticas realmente existen­
tes, en las nuevas sociabilidades políticas creadas en las regiones en torno
a la burocracia del primer gobierno santanderista y en cierta incipiente
movilización popular de sentido más moderno, o sea, en una mezcla
bastante aceptable de lo "moderno” con lo "tradicional", en términos de
sociabilidad política34

Pero precisamente la existencia de los lazos personales de


dependencia, propios de una sociedad tradicional, impidió que se
cumplieran las profecías apocalípticas de Bolívar sobre el caos social y
político que producirían las instituciones totalmente representativas en
el marco de una sociedad tan desigual como la nuestra. Como señala
Fran^ois-Xavier Guerra35, la intensidad de los lazos de solidaridad
tradicional, no contractuales, evitaba todo peligro de anarquía social en
los albores de la vida republicana en Hispanoamérica porque las elites
modernizantes continuaban siendo las autoridades reconocidas en la
sociedad tradicional. Esta elites modernizantes e ilustradas se imponían

33 Santander, Francisco de Paula., Mis desavenencias ...Ibid. p.l 13


34 González, Fernán., "Reflexiones;sobre las reflexiones entre identidad nacional, bipartidismo
e Iglesia católica", En; Memorias de! simposio Identidad étnica. Identidad regional.
Identidad Nacional., V Congreso de Antropología. Uogotá.COLClENCIAS y FAES.bogotá,
IV y»), reproducido en éste volumen.
35 Guerra,Francois-Xavier.,"Le peuple souverain : fondaments el logiques de
fiction"( mecanografiado)
Relacione*entre identidad nacional, bipanidiimoe Iglesia católica. 1820-1886 253

en las elecciones modernas, gracias al voto de los pueblos, actores


colectivos basados en los lazos primarios de la sociedad tradicional,
dominada por parentescos y clientelas en la ciudad y, en el campo, por
hacendados y sus diversos tipos de dependientes, etc. Esto permite que
estas elites, tradicionales pero modernizantes, desempeñen un papel
intermediario para la difusión del nuevo discurso en el seno de la
sociedad tradicional.

Este historiador francés ha estudiado, especialmente para el caso


de México, la combinación de las formas de sociabilidad política
tradicional con las modernas. Según Guerra, a partir de la Revolución
Francesa, se produce una mutación que hace pasar el referente esencial
de la sociedad del grupo al individuo: "esto ocurre tanto en la forma de
asociarse de los hombres, como en las instituciones, en los valores y en
los comportamientos". La Nación se concibe a partir de entonces como
una asociación de individuos, de ciudadanos, que se asocian voluntaria­
mente para conformarla. Y van desaparenciendo -legalmente, pero no en
la realidad- los actores colectivos, que son sociedades de grupos, ligadas
por vínculos no voluntarios: vínculos de vecindad, de parentesco, de
pertenencia, de clientela. Estos vínculos no son igualitarios, sino jerárqui­
cos, y sus valores insisten en lo colectivo, lo comunitario. La sociabilidad
moderna se basa en organizaciones totalmente diferentes: una logia
masónica, un club revolucionario, una sociedad patriótica, una tertulia
literaria o científica, se forman a partir de individuos iguales y libres, con
vínculos voluntarios y libres, con valores en los que predomina la
igualdad y la libertad. "La libertad se concibe aquí como adhesión a la ley
general, a la voluntad del grupo, mientras que los grupos antiguos
piensan en la costumbre como autoridad suprema, mucho más que en la
ley como razón o voluntad general"*.

Esta contradicción entre unas elites agrupadas con sociabilidades


modernas y una sociedad que permanece siendo tradicional permite
también explicar*según Guerra, otra paradoja permanente de los países
iberoamericanos: el contraste entre el carácter avanzado de los textos
constitucionales y de las referencias ideológicas de la vida política y el
arcaísmo tan pronunciado de las sociedades, que las elites gobiernan

36 Guerra. Erancois-Xavier., "Lugares, formas y ritmos de la política moderna*., en Boletín de


la Academia Nacional de Historia. Caracas: Academia Nacional de Historia. No. 285, Tomo
LXXii,(enero-marzo 1982).
254 lemán I-:. Gtmzáicz <¡.

siguiendo los valores y costumbres de las comunidades tradicionales, en


vez de inspirarse en los principios de las sociedades avanzadas57.

El caso del general José María Obando ilustra claramente la manera


como la nueva burocracia santanderista se insertaba en las redes
tradicionales de solidaridad. Obando había heredado de su padre
adoptivo, el español Juan Luis Obando, una extensa clientela en la región
del Patía, donde poseía haciendas y había desempeñado puestos
públicos. Esto permitió al futuro general convertirse en el líder natural de
las guerrillas realistas que pondrían en jaque a las tropas patriotas desde
1819 hasta 1822 y que se pasarían luego al bando republicano, debido
precisamente a su influjo. Después de la sangrienta conquista de Pasto
por los patriotas, Obando se convierte en la persona indicada para atraer
a su población a la causa republicana: nombrado comandante militar de
Pasto en 1825, se dedica a ganarse la confianza de los propietarios casi
arruinados por las medidas de Bolívar y Sucre, logrando que se les
devuelvan muchas de sus casas y haciendas. En 1826, la población pide
que sea nombrado gobernador,lo que lo convierte en el natural interme­
diario de poder entre el centro y el sur de la Gran Colombia58.

El excelente estudio de Francisco Zuluaga muestra cómo el


caudillismo de Obando se basa en dos tipos de adhesiones: la dependen­
cia tradicional del cliente frente al patrón y la simpatía de la población
frente al gobernante que interpreta sus anhelos. La relación de estos
nuevos caudillos regionales con el poder central explica, según Zuluaga,
su lealtad a Santander, que era considerado como el potencial coordina­
dor de los líderes emergentes de las regiones, frente al poder de las
oligarquías tradicionales de las regiones. Estos nuevos líderes, salidos de
las filas secundarias de la oligarquía, se sentían lógicamente amenazados
por un eventual régimen centralista que se aliara con esas oligarquías
principales para poner en peligro su ámbito de poder regional59.

37 Guerra, Franvois-Xavier. "Le peuple souverain: fondements et logiqucsd’une fiction. Pays


hispa ñiques au XIX diñe sidcle"., mecanografiado, s.f.
38 González, Fernán. "La Guerra de los Supremos", en Gran Enciclopedia de Colombia.
Temática., Tomo II. Historia. Desde la Nueva Granada hasta la Constituyente de
1991 Bogotá: Círculo de Lectores, Bogotá, 1991.
39 Zuluaga, Francisco., José María Obando. De soldado realista a caudillo republicano.,
Bogotá. Banco Popular, 1985.
Relaciones entre identidad nacional, bipartidismoe Iglesia católica. 1820-1886 255

La nueva burocracia santanderista, más moderna, terminaba así


coaligada con las clases en ascenso de las sociedades tradicionales. Esta
combinación entre sociabilidades antiguas y modernas aparece tempra­
namente, pues desde 1819, se intenta ya cierta movilización popular en
sentido moderno: en 1822, el vicepresidente Santander intenta vincular
a los artesanos a la Sociedad popular fundada en ese año. Pero ese intento
va a ser tachado de jacobinista por cierta prensa de Bogotá, que prevenía
contra la amenaza de la iniciación de "la taciturna y calculada ferocidad
de los jacobinos". Un articulista se pregunta:"¿Quién no ve que las
impresiones que semejantes discursos dejan en el ánimo del vulgo, le
hacen odioso al freno de la autoridad, y casi le provocan a la sedición y
al pillaje?".

Los comentarios sobre las reuniones de la Sociedad Popular ponen


en duda la representatividad de los asistentes a las reuniones y sus
capacidades para juzgar y decidir en nombre de la sociedad y del pueblo:

"Y esta corta porción de particulares ha de tomar la voz del pueblo,


y decir que éste pide, quiere, desea, aprueba o reprueba ésto o aquello?
¿ De qué pueblo hablan? ¿Del auditorio que los rodea, compuesto por la
mayor parte de artesanos y jornaleros, y hasta de mujeres? ¿ Son estos
jueces idóneos para dar su voto sobre materias de gobierno? Y cuando
lo fuesen,¿ hay ley que los autorice para decidir tumultuariamente con
aplausos y palmadas, y acaso sin saber a punto fijo de qué se trata,
cuestiones de las cuales depende tal vez la salud del Estado?"40.

Como se ve, el miedo al pueblo tiene una larga historia en el país.


Las correrías de Santander en sus intentos de cierta movilización popular
son descritas en 1828 por un diplomático inglés en los siguientes
términos: "...busca la compañía del simple populacho del país, adoptando
sus vestidos y sus costumbres y estimulando con su presencia los
sentimientos más violentos y facciosos..."41.

Por otra parte, esta movilización supone la existencia de una


población disponible, susceptible de ser movilizada en esos términos,

40 Citado por Eabio Zambrano en "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político
coloinbiano".En: Documentos Ocasionales liogotá; Cinep. No.53,1989.
41 Citado por Malcom Deas, en "Algunas notas sobre el caciquismoen Colombia”. En: Revista
de Occidente.(oct. 1973) Tomo XLIII.
256 l-'cmán lí González G.

libre de los lazos primarios de la sociedad tradicional, con cierta ausencia


de control por parte de la hacienda, del gobierno español y de los curas
católicos. Esta población disponible en áreas poco controladas es
resultado de la colonización de las "tierras calientes",en las vertientes
cordilleranas y los valles interandinos, por una población mestiza que
empieza el descenso desde los altiplanos andinos, desde la segunda
mitad del siglo XVIII. La población de las tierras calientes es catalogada
como "montaraz" y enemiga de la sociedad, pues pretendía escapar al
control social y religioso, característico de la zona andina, y "vivir sin Dios
ni ley". Los informes de visitadores como Moreno y Escandón y de los
virreyes ilustrados abundan en ese tipo de descripciones.

La presencia de esta población disponible en las zonas de frontera,


en las zonas marginales de las ciudades y de las zonas rurales más
débilmente integradas al Imperio español primero y a la naciente
república después, explica la rapidez con que el discurso republicano fue
recibido en esas áreas. Esto aparece ejemplificado por la actitud de los
bogas del río Magdalena ante el sorprendido viajero sueco, conde Cari
Gosselman, considerado inferior a ellos por el hecho de ser súbdito de
un monarca42 Este viaje se realizó en 1826, lo que indica la rapidez con
que se propagaban las nuevas ideas dentro de esta población relativa­
mente marginal.

La coexistencia de lazos tradicionales y modernos de sociabilidad


política y el contraste entre modernidad ideológica y sociedad arcaica
serán características importantes de la vida política colombiana, desde los
orígenes de la república hasta nuestros días.

Por otra parte, este carácter tradicional de la sociedad explica, en


buena parte, el peso de la Iglesia católica en el conjunto de la sociedad
colombiana, aunque la importancia de su inñu jo varía profundamente de
acuerdo al tipo de poblamiento y de cohesión social de cada región,
desde los tiempos coloniales43. Este peso institucional y social de la
Iglesia tendrá profundas repercusiones políticas, ya que la posición con

42 Gosselinann, Cari. Viaje por Colombia. Bogotá: Banco de la República. 19H1.


43 González, Fernán., "Reflexiones sobre las tvlacionesentre identidad nacional, bipartidisino
e Iglesia católica”. Kn: Memorias del simposio Identidad étnica. Identidad regional.
Identidad nacional. V Congreso de Antropología. Bogotá: COLCIFNCIAS y FAES.
Bogotá,1990.
Rdacionei entre identidad nacionaJ, bipertidrámo e Iglesia católica, 1820- 1886 257

respecto a la situación de la Iglesia en la sociedad y el Estado se va a


convertir en uno de los puntos de diferenciación ideológica entre
liberales y conservadores. Pero este hecho va a reforzar las características
excluyentes e intolerantes de la pertenencia a los partidos y de la
confrontación política en términos de lucha amigo/enemigo, que excluye
compromisos y componendas entre ¡os adversarios.

El peso social y político de la Iglesia católica se va a manifestar


claramente en el intento de reorganización conservadora de la república,
cuando desaparece Santander del escenario político. La ruptura de la
coalición santanderista, que había gobernado el país, desde la muerte de
Bolívar, con su peculiar alianza entre burócratas y caudillos, produce el
triunfo electoral de José Ignacio de Márquez. La ruptura de la coalición
se manifiesta en la rebelión de los caudillos regionales santanderistas
contra el gobierno de Márquez en la llamada "Guerra de los Supremos"
(1839-1841).

La falta de un mando coordinado de los caudillos en el nivel


nacional, la organización de un ejército nacional por los generales Tomás
Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán (aprovechando los
veteranos de la Independencia, lo que significa el refuerzo de los antiguos
partidarios de Bolívar en favor del gobierno de Márquez) y el apoyo de
la jerarquía católica, serán decisivos para la derrota de los rebeldes. La
rearticulación de los ministeriales o protoconservadores después de la
guerra va a producir una nueva coalición de grupos regionales en torno
a un proyecto nacional expresado en la reforma constitucional de 1843
y en la reforma educativa de 1842, impulsadas por Mariano Ospina
Rodríguez, que busca apoyo para sus ideas conservadoras en la jerarquía
católica, los jesuítas, los curas rurales, las masas campesinas y en las
mujeres (que según él, eran las mejores conservadoras).

Esta reorganización conservadora del Estado acepta cierto grado de


vinculación económica al mercado mundial e impulsa algunas reformas
educativas que buscaban mayor estímulo a la producción. Pero se
muestra muy reacia frente a las ideas educativas del utilitarismo de
Bentham, al que se considera responsable de la anterior guerra civil, y
a la implantación de las instituciones calcadas en las ideas de la
Revolución Francesa, que consideraban poco adecuadas para la realidad
concreta de nuestro país. En su propuesta de nueva constitución en 1842,
insiste Ospina en aprovechar que todavía estaban frescos "los efectos de
25Í Hernán lí González G.

las tendencias jacobina?*. Por eso, la reforma educativa de Mariano


Ospina Rodríguez insistirá en una formación tecnológica, muy encamina­
da a mejorar nuestra economía, pero con bastante control de la Iglesia
católica. En este contexto, se produce la venida de los jesuítas al país, lo
que explica las controversias que se producen alrededor de ellos. El
proyecto de Ospina intenta una modernización de las estructuras
económicas pero sin tocar la estructura de la sociedad. \

La apelación al pueblo en la
Revolución liberal

La respuesta liberal consistió en un intento de movilizar a los


artesanos de Bogotá y otras ciudades, a los pobladores pobres de
ciudades como Cali, a los sectores campesinos de las regiones vinculadas
a la nación por la colonización espontánea que se inicia desde la segunda
mitad del siglo XVIII y a los habitantes de las ciudades secundarias que
buscaban desplazar de su preponderancia a las antiguas ciudades
principales de la época colonial. Lo mismo que a ciertos sectores medios
en búsqueda de ascenso social, salidos de los nuevos colegios republi­
canos, que van a configurar una nueva generación de intelectuales,
profesionales y burócratas.4'

En ese contexto se produce una agria polémica sobre el uso de la


religión como instrumento de gobierno y sobre la presencia de los jesuítas
en el campo educativo. Tanto el primer programa del liberalismo,
redactado por Ezequiel Rojas, como los artículos periodísticos de Manuel
Murillo Toro, insistirán en estos puntos/' La lucha política se mezcla con
la religiosa: para contrarrestar el peso de la jerarquía católica en favor del
Partido Conservador, se busca primero descentralizar el patronato
eclesiástico mediante la elección de curas párrocos por los padres de
familia de las parroquias y luego separar a la Iglesia del Estado. En este
momento, se expulsa a los jesuítas y se destierra al arzobispo Mosquera.
Pero estas medidas resultarán contraproducentes: en vez de romper la44 *

44 Ospina Rodríguez, Mariano., Carta a Rufino Cuervo. 18 de inayo de 1B42. En: Epistolario
de Rufino Cuervo, Bogotá, Imprenta Nacional, 1920, tomo 11. p..275-278.
45 González, Hernán., "Aproximación a la configuración política de Colombia".Óp.cit..
46 Molina. Gerardo., Las ¡deas liberales en Colombia., Bogotá: Tercer Mundo,1970, Tomo I. p..
17-18.
Relacione*entre identidad nacional, bipanidiamo e Iglesia católica, IS2O-1SS6 259

alianza de la Iglesia con el conservatismo, la profundizan más convirtien­


do a éste en el defensor de los intereses eclesiásticos.47

El resultado de estos enfrentamientos será la polarización del país


en dos especies de subculturas políticas contrapuestas entre sí: una de
ellas recurre a la religión católica como fuerza legitimante y cohesionadora
de la sociedad mientras que la otra aducirá el recurso a la legitimación
popular como fuente de su poder. Pero este recurso al pueblo estará
siempre matizado por cierta reticencia frente a la movilización popular
por temor a desencadenar una reacción revolucionaria que escape al
control de las elites.48

Además, este recurso al pueblo tenía que basarse en ciertas formas


más modernas de sociabilidad política, de tipo más voluntario, que
despertaban mucha resistencia en los sectores sociales que iban más
tarde a identificarse con el Partido Conservador. Estos sectores tachaban
de jacobinismos estos intentos de movilización popular, que veían como
amenaza al orden social establecido, porque podían descomponer "el
edificio social"49.

En esta utilización del mito antijacobino contra la movilización


popular en favor del Partido Liberal se destacaron los fundadores
ideológicos del Partido Conservador, Mariano Ospina Rodríguez y José
Eusebio Caro. Ospina parte de la crítica de las revoluciones de Francia,
que contrasta con Norteamérica. En la Nueva Granada, sostiene Ospina,
la lectura exclusiva de autores franceses volterianos y materialistas
produjo el efecto de difundir doctrinas anticristianas entre los gobernan­
tes, lo que produjo la pérdida de credibilidad popular en los dirigentes.
También produjo la aparición de una escuela jacobina, hostil a la religión
católica, que es calificada por ella como superstición, fanatismo y
oscurantismo. Para llevar a cabo sus designios, sostiene Ospina, esta secta

47 Horgan, Tenante.. El Arzobispo Mosquera Refonnistaaypra^nático, Hogotá: Kelly,1977,


p.94-104.
48 Zambrano. habió "Contradicciones del sistema políticocolombiano’.en/lna/isú. Conflicto
Social y Violencia en Colombia.. Documentos Ocasionales» So. CINEP, Hogotá. 1988 y
Zambra no. habió. "El miedo al pueblo. Contradicciones del sistema político colombiano.
(II), en Documentos Ocasionales Hogotá: Cineo, No. 53. 1989
49 González, Fernán. "El mito antijacobino como clave de lectura conservadora de la
Revolución francesa". En: AnuarioColombianode Historia Socialy de la Cultura.
Universidad Nacional de Hogotá, No. 16-17,1988-1989.
260 lemán E. González G.

busca corromper y desmoralizar al pueblo con doctrinas ateas y


materialistas, aprovechándose de la ignorancia de las masas. Estas,
organizadas en clubes revolucionarios, son organizadas para convertirse
en instrumento ciego de los designios de la secta jacobina. Esta las hace
ejecutar crímenes convenientes para su causa, por medio de pandillas de
malvados, reclutados y organizados para ese efecto, a quienes denomi­
nan "elpueblo soberano? *•

José Eusebio Caro hizo un ataque despiadado a la apelación de los


liberales al pueblo, en sus comentarios a los sucesos del 7 de marzo de
1849, cuando fue electo presidente José Hilario López. Caro presenta a
las sociedades democráticas como juguete de los demagogos y fuerza de
choque de los partidarios de las vías de hecho, reclutadas -según él- entre
los desocupados de la capital y los fugitivos de las provincias, reforzados
con otros sediciosos traídos de provincias vecinas. Las sociedades
democráticas no son, dice Caro, sino un remedo de los clubes franceses,
que no tuvieron aquí mucho respaldo popular por el buen sentido de la
mayoría de los artesanos y obreros. Pero terminaron por imponerse
porque la contraparte les dejó el campo libre.

Según Caro, estas sociedades tuvieron un doble origen: por un


lado, los artesanos proteccionistas, hostiles naturalmente a "la causa roja",
porque los liberales eran partidarios del librecambio; por otra, los
demagogos que querían crear una fuerza de choque en la capital. Por esto
último, el Partido Liberal se dedicó a organizar a las masas, aunque esto
contradecía sus doctrinas económicas leseferistas, persuadiéndolas de
que eran "el pueblo soberano", el dispensador del poder y de los puestos
públicos. Estas sociedades democráticas eran, en frase de Caro, "una tosca
miniatura del club de los jacobinos después de la Gironda".

Es interesante el análisis de Caro, porque va a representar el punto


de vista del Partido Conservador con respecto a la movilización liberal del
pueblo. Según Caro, los oradores y periodistas del partido "rojo" se
dedicaron a persuadir "a la porción de artesanos, obreros y vagos",
afiliados a las sociedades democráticas, de que eran "el pueblo soberano,
es decir, la Nación". Se afirmaba así que "la pandilla organizada en Bogotá"
tenía derecho a asesinar a sus representantes, los congresistas, si

50 Citado en González, Fernán., Ibfclem.


Relaciona entre identidad nacional.biptnidiimoe Iglaia católica, 1820-1886 261

contrariaban su voluntad, pues ellos carecían de voluntad propia. El


engaño se basaba, sostenía Caro, en el sofisma trivial basado en el doble
significado de la palabra pueblo. Esta palabra significaba, por un lado, la
Nación entera, el conjunto de los miembros de un Estado; en este sentido,
sí se puede afirmar que el pueblo es soberano, que su voluntad debe ser
acatada y que los congresistas son sus representantes. Por otro lado,
pueblo significa también la parte más ignorante y pobre de una población;
en ese sentido, el pueblo no es el soberano sino una parte mínima de él,
pero la parte menos capaz de juzgar y discernir. Por eso, no se podía
cuestionar que las sociedades democráticas fueran pueblo: eran "una
reducida porción del pueblo de Bogotá, pero no el pueblo soberano".51

Esta crítica conservadora al jacobinismo está acompañada por un


perspicaz análisis, hecho por Ospina Rodríguez, de la manera como se
articulaban lealtades basadas en los lazos tradicionales de solidaridad con
el enfrentamiento, supuestamente moderno, de los partidos. En 1849,
Ospina escribe una versión conservadora del origen de los partidos
tradicionales para concluir que no son la cuestiones estrictamente
políticas sino las sociales las que dividen a los colombianos. No se puede
afirmar que la pertenencia a los partidos sea por adhesión a unos
principios que los miembros de cada partido conocen y profesan, pues
la mayoría se divide solo por la cuestión de la pertenencia a la burocracia:
''"La cuestión es únicamente sobre quiénes ocupan los puestos públicos,
quiénes perciben los sueldos". \

Ambos partidos hablan de las mismas cosas (democracia, constitu­


ción, progreso), sin diferencias de fondo. Ospina concluye entonces que
no existen realmente dos partidos con opiniones contrapuestas, porque
"la masa de la población... no conoce los principios que realmente
dividen los partidos que luchan". Los electores votan un día por lo$
conservadores y al otro por los liberales, "porque no reconociendo los
principios que real y efectivamente dividen a los dos partidos, no atinan
a juzgar entre ellos". Hay pueblos, dice Ospina, que parecen "liberales
rojos" por sus votos en las elecciones y su conducta en las revueltas, pero
es una pura apariencia: "Todo está reducido a que en el pueblo hay una

51 Caro José Ensebio., "El 7 de marzo de 1849", En: La Civilización.,»19-27, publicados entre
el 13 de diciembre de 1849 y eí 7 de febrero de 1850. Recopilados por Simón Aljure En:
Escritos bistórico-políticos dejóse Ensebio Caro., bog<xá: Fondo Cultural Cafetero, 1981.
VA lemán I*. lúmzálcz <».

persona influyente por su mayor riqueza o instrucción, que es pariente


de alguno de los prohombres del partido, o que tiene un pleito que le
defiende un abogado rojo, o que la parte contraria es un conservador, o
cosa semejante, y por ello vota y obra con los rojos; pero ni él, ni mucho
menos sus clientes, conocen los principios que sostiene, ni los del
opuesto”/2

— En otras palabras, no hay una política moderna con base en la


adhesión de individuos libres y aislados a principios abstractos y
"modernos” sino solidaridades tradicionales entre actores colectivos -los
pueblos- por su relación de clientela con una persona influyente a nivel
local, que a su vez está ligada (por parentesco o relación laboral) con un
dirigente del partido en el nivel regional (uno de los "prohombres”). O,
al revés, por una enemistad con uno de los del partido opuesto. Pero esas
solidaridades primarias y tradicionales se expresan, en el nivel nacional,
a través de las relaciones de las personalidades locales con los Partidos
Liberal y Conservador. Es decir, que una base social arcaica respalda una
política aparentemente moderna.

Así, la pertenencia al sistema bipartidista es el vehículo de


articulación de estas solidaridades tradicionales de las comunidades-
pueblos con "la comunidad imaginada" de la Nación abstracta, que se
identificaría con una solidaridad de tipo "moderno". Este tipo de
articulación política va a ser muy importante en Colombia, dada la
desintegración geográfica y económica del país, dadas las dificultades de
su tardía vinculación al mercado mundial. Esta hará prácticamente
imposible la hegemonía económica de una ciudad o región sobre el
conjunto del país y la configuración de un mercado de carácter realmente
nacional, cuya contraparte fue la formación de la llamada "economía de
archipiélagos". Esto se expresa, en términos políticos, en la diversidad y
desintegración de las elites regionales, que producen una gran
fragmentación del poder en todos los niveles.

Lo ocurrido durante este período formativo de los partidos (1819-


1850) permite identificar algunas de las tendencias que van a caracterizar
la historia ulterior de los dos partidos tradicionales, que se mueven de

52 Ospina Rodríguez, Mariano., "Los partidos políticos en la Nueva Granada". En: La


Civilización, Bogotá, 23 de agosto de 1849. Reeditado por la Universidad Nacional de
Bogotá En: Escritos sobre economía y política, Bogotá, 1989.
Relaciones entre identidad nacional, bipartidismo e Iglesia católica, 1820-1886 263

manera simultánea y complementaria en tres dimensiones (nación,


región y localidad), desigualmente articuladas entre sí. Ninguna de estas
dimensiones se presenta como internamente homogénea, sino que ellas
están cruzadas por grupos y facciones en mutua competencia.

La articulación de esos grupos en competencia dentro de cada


dimensión se lleva a cabo por los partidos tradicionales, que se
convierten en una federación de diferentes grupos en diferentes dimen­
siones del poder. Esto los hace capaces de canalizar todos los tipos de
conflicto que cruzan el siglo XIX, en _una mezcla inextricable de
sociabilidades tradicionales y .modernas, de actores individuales y
colectivos.[Por ejemplo, los indios de los resguardos de Jambaló y Pitayó,
cuyas tierras son amenazadas por el conservador Julio Arboleda, aportan
soldados al rival de éste, Tomás Cipriano de Mosquera (que, además, era
tío pero enemigo personal de Arboleda). | Por su parte, los esclavos
fugitivos y libertos de La Bolsa (en tierras del mismo Arboleda) van a leer
sus conflictos con su antiguo amo con la clave del enfrentamiento liberal-
conservador/5 Lo mismo ocurre con las luchas dentro de las familias o de
grupos de ellas (Arboleda contra Mosquera, Obando contra Mosquera) y
con los enfrentamientos entre regiones y localidades (Quilichao y Caloto,
Rionegro y Marinilla). Las luchas por el relevo generacional aparecen muy
claras con la generación de jóvenes liberales de mediados de siglo; en
este momento, son también visibles las tensiones basadas en los aspectos
más claramente socioeconómicos, con las organizaciones de artesanos de
Bogotá y otras ciudades y de los pobladores urbanos de Cali, que se
adscriben así en las filas liberales. Esta combinación de solidaridades y
rupturas de orden tradicional y moderno, de tipo primario y secundario,
va a estar relacionada con la nación a través de los jefes políticos
articulados bajo el bipartidismo.

Pero esta combinación plantea una contradicción interna entre


la supuesta homogeneidad del pueblo moderno, compuesto por
ciudadanos teóricamente iguales entre sí y agrupados voluntariamen­
te, y la heterogeneidad de los pueblos realmente existentes, desigua­
les entre sí y ligados internamente por lazos de solidaridad primaria
y tradicional.

53 González, Fernán, "Reflexiones sobre las relaciones...", Op.cit.


264 I cmán I;. Gorválcx G.

Según Norbert Lechner, la contradicción entre pueblo moderno y


pueblos tradicionales es una de las dificultades esenciales de la política
moderna, pues implica conciliar la pluralidad de voluntades individuales,
ilimitadas en principio, con una voluntad colectiva que necesariamente
establece límites. Esta articulación entre pluralidad y colectividad es la
pretensión de la democracia moderna, pero hay una gran distancia entre
esa pretensión teórica y su institucionalización concreta.< Pero Lechner
avanza más, al plantear que "la multiplicidad de "pueblos" realmente
existentes, o sea, la heterogeneidad de la sociedad, contradice la
homogeneidad que presupone al nivel conceptual la soberanía popular".
El problema reside, para Lechner, en que la idea de "Soberanía Popular"
evoca un "pueblo" ya existente, cuando, en realidad, esta identidad debe
ser creada. En otras palabras, dice Lechner, la democracia (como principio
de legitimidad) presupone una identidad que la democracia (como
principio de organización) nunca puede producir como algo permanente
y definitivo.54

Hacia una democracia sin pueblo

El problema de la legitimación de la vida política del siglo XIX se


agravó cuando los mismos liberales terminaron con contagiarse del
"miedo al pueblo", arrepintiéndose de haber intentado movilizarlo,
porque esto condujo a la revolución de Meló del 17 de abril de 1854. Esta
revolución fue vencida fácilmente por la coalición de caudillos militares
de los dos partidos, apoyados en sus huestes reclutadas con base en las
adscripciones personales y las solidaridades primarias, propias de una
sociedad tradicional. Este "miedo al pueblo" se hará evidente en la
negativa de los prohombres del Olimpo Radical a seguirse apoyando en
las sociedades democráticas, que expresaban un tipo más moderno de
sociabilidad política. Esta reticencia a la organización popular está
claramente expresada en la carta de Felipe Pérez al general Julián Trujillo,
fechada en Tunja el 7 de marzo de 1868, que responde a una propuesta
de organizar políticamente al pueblo:

54 Lechner, Norlxrrt., "IXmcx'racia y Modernidad Esc desencanto llamado moderno*, En:


Revista foro. Ilogotá: Fundación Foro Nacional por Colombia. No. 10. (sep.1989).
Reí aciones enere identidad nacional, b i partidismos Iglesia católica. 1820-1886 26$

"En cuanto a vuestra base segunda, que trata de la organización en


el capital de un núcleo electivo, nombrado por los núcleos políticos de
los Estados, tengo la pena de apartarme enteramente de vuestro
respetable parecer. Núcleos de esa especie nos condujeron al 17 de abril
de 1853- Núcleos de esa especie, que, en el momento de su aparecimiento
provocaron la aparición de otros creados y sostenidos por los partidos
políticos opuestos, han producido en nuestra vida intestina desavenen­
cias y alarmas terribles, que han degenerado en escándalos sangrientos,
y hecho imposible la quietud y la armonía hasta entre los habitantes de
la última aldea. Para mantener la unidad, y por consiguiente la fuerza en
el Partido Liberal, los republicanos no necesitamos más que una fidelidad
ciega a los principios"?5

Esta reticencia del llamado Olimpo Radical con respecto a la


movilización popular explica muchas de las características elitistas de los
gobiernos radicales, que siguen a la caída de Mosquera (1867-1880). El
grupo radical, liderado por Manuel Murillo Toro, trató de compensar la
debilidad institucional del Estado impuesta por la Constitución extrema­
damente federalista de Rionegro (1863) y la debilidad política por falta
del recurso a la organización popular mediante una maquinaria política
que coaligaba a sus seguidores en las regiones y les permitía el control
del Congreso y de la Corte Suprema federal. Además, la concentración
del origen de la mayoría de sus líderes, casi todos oriundos del
centrooriente del país (Cundinamarca, Boyacá y Santander) acentuaba el
carácter cerrado del régimen y provocaba resquemores en otras regiones,
como el Gran Cauca, el Gran Bolívar y Panamá. La debilidad del régimen
radical, denominado "el Olimpo" por sus contradictores, era todavía
mayor porque los liberales mosqueristas controlaban el Cauca y los
conservadores, a Antioquia y el Tolima grande. El desencanto de la
juventud liberal y de los sectores intelectuales del Partido Liberal contra
las prácticas antidemocráticas en la selección de los candidatos presiden­
ciales y contra el carácter cerrado del régimen se expresa en su
caracterización del Radicalismo como "Oligarquía".

El frágil equilibrio se rompe cuando aparece un candidato de los


Estados periféricos (Costa Atlántica y Gran Cauca), que desafía el dominio

55 Citado por Fabio Zambrano. en "Dcxiimentos sobre six'iabilidad política en la Nueva


Granada a mediados del siglo XIX". en Anuario Colombiano de Historia Social y de la
Cultura., Bogotá. Universidad Nacional de Colombia, No. 15. 19H7.
266 lunvin I'. lum/álcz G.

de la vieja guardia del radicalismo. El bloqueo a Núñez por parte de los


radicales, que utilizaron tanto la tuerza de la Guardia Colombiana como
el fraude electoral, evidenció la crisis interna del Olimpo Radical. Pero
otro factor que rompe el equilibrio existente es U pugna religioso-
política, desencadenada a propósito de la reforma educativa, de carácter
modernizante y laico, en 1870. El conservatismo del Cauca trata de utilizar
el pretexto religioso para conquistar el poder en ese estado, pero los
mosqueristas usan igualmente el conflicto religioso para unificar en torno
suyo al liberalismo. La consiguiente guerra de 1876 terminó con el
dominio conservador en Antioquia y Tolima, pero también significó el fin
de los gobiernos radicales al llevar al solio presidencial al general caucano
Julián Trujillo, que abriría el camino a la presidencia de Rafael Núñez.%

Con Núñez se inicia la llamada Regeneración, que significa el


abandono del régimen federal y el regreso al régimen centralista, que se
expresarían en el regreso de la soberanía de los Estados federales a la
Nación, en el fortalecimiento del ejecutivo nacional, en una mayor
centralización de impuestos y gastos públicos, en un ejército de carácter
nacional. Se recurre a la Iglesia católica como elemento esencial de la
cohesión nacional y se le da el control del aparato educativo en materias
religiosas e ideológicas. Esto se reflejó en el concordato de 1887, que
dejaba en manos de la Iglesia católica el control de la institución educativa
y de la familiar, lo que marcó en algún sentido la vida institucional de
Colombia con el sello de la lucha contra la modernidad, al menos en los
aspectos científicos, ideológicos y sociales.

El aspecto del carácter antimoderno de la institución educativa y su


influjo en la configuración y el refuerzo de ciertos rasgos de intolerancia
en la mentalidad colectiva de los colombianos ha sido analizado por Fabio
López de la Roche en varios artículos.''Jorge Orlando Meló señala que

56 Park, William. Rafael Núñez and the Politics of Colombian Regionalism, 1863-1883
Louisiana l Jniversity Press, liatón Rouge, 1985. Cfr. también González, Eemán., "Problemas
políticos y regionales de los gobiernos del Olimpo Radical. Antecedentes de la Regeneración",
en Memorias del VICongreso de Historia. Ibagué:! Iniversidad del Tolima.1992.
57 López de la Rrx'he, Eabio.,"Modernidad y cultura de la intolerancia", en Análisis. Conflicto
Socialy Violencia en Colombia. Documento ocasional» 50. CINEP. Bogotá, septiembre de
1988. López de la Rcxhe, Eabio. "Modernidad y Cultura de la Intolerancia". En. Documentos
Ocasionales. Bogotá: Cinep, No. 50 (sep.!988)y "Colombia El camino tortuoso de la
identidad". En: Documentos Ocasionales. Bogotá: Cinep No. 53. (May. 1989) Cfr. también
"Cultura política de tas clases dirigentes en Colombia"., Y.n . Ensayos sobre cultura política
colombiana., En:Controversia Bogotá: Cinep. No. 162-163,1991.
RdacKNiacnireidcniidadMcianal.bipartidisinoelgiaiacatólica. 1820-1886 267

el modelo ''regenerador" debería más bien ser caracterizado como una


modernización tradicionalista, ya que aceptaba aspectos del desarrollo
capitalista (apertura al comercio mundial, necesidad del crecimiento
económico y del conocimiento tecnológico, necesario aumento de la
escolaridad, etc ), aunque su rechazo a aspectos centrales del pensamien­
to científico moderno significó el aislamiento intelectual del país.58

La concepción política de Miguel Antonio Caro, que inspira en


muchos aspectos la constitución de 1886, ha sido caracterizada como una
especie de híbrido entre la escolástica y el lenguaje propio del pensa­
miento demoliberal. La Constitución retoma el fundamento escolástico
del origen divino del poder, depositado por Dios en la comunidad, de
donde pasa al Estado, quien se constituye así en voluntad soberana. Esta
concepción favorece las formas de democracia restringida, pues la
comunidad no es la depositaria del poder, ni su origen último sino la
intermediaria entre la divinidad y el Estado. La responsabilidad última del
Estado no es frente a la comunidad, sino frente a la autoridad divina. Esto
excluye "la posibilidad del concepto, considerado erróneo, de una
soberanía popular absolutamente autónoma y carente de obligaciones
frente a la potestad espiritual [de la Iglesia] y a la potestad temporal del
Estado".59

Es curioso el retorno a este lenguaje porque Guerra hace notar


que es propio de los primeros momento de vida republicana, cuando
la minoría modernizante prefería hablar de nación y no del Pueblo,
precisamente para evocar los lazos tradicionales de solidaridad: "En una
sociedad toda penetrada de "holismo", la palabra Nación hacía referen­
cia a la unidad de tipo tradicional tal como aparecía en la imagen
omnipresente del cuerpo político. La imagen orgánica del cuerpo para
hablar de la sociedad, con sus miembros, diversos, pero gobernados
todos por la cabeza, es un lenguaje extremadamente corriente en la
época".60

58 Meló, Jorge Orlando. "Algunas consideraciones globales sobre "modernidad" y


"modernización" en el caso colombiano", En: Análisis Político,Instituto de Estudios
Político y Relaciones Internacionales. No. 10 (may.Ago.1990).
59 Galvis Ortíz,Ligia., Filosofía de la Constitución colombiana de 1886., Bogotá: Lucia de
Esguerra, 1986.
60 Guerra, Fran^ois-Xavier, "Acteurs sociaux et actcurs politiques". mimeografíado, s.f.
268 Hernán lí González G.

Es también un lenguaje muy usado por Miguel Antonio Caro y el


arzobispo jesuíta Telésforo Paúl (hermano del delegatario Felipe Fermín),
que trabajaron conjuntamente en la redacción de la Constitución de 1886.
El sentido de esta referencia abstracta es el de querer pasar por encima
de las diferencias entre las Regiones-Estados para pensar en una unidad
indiferenciada. Pero también tiene otro sentido político, como muestra
Fabio Zambrano: la idea de pertenencia a una nación es un medio para
crear congruencia entre la unidad cultural y la política y para buscar
"eliminar la distinción entre los detentadores del poder político y sus
gobernados, entre dirigentes y dirigidos, convirtiéndose en un elemento
fundamental para la legitimación del sistema político y el ejercicio de la
autoridad del Estado. Esto se hace aún más necesario en sociedades
donde la desigualdad es predominante y, por lo tanto, la idea de
pertenencia a una nación se convierte en un medio de cubrir esas
desigualdades".61

Sin embargo, el proyecto centralista de Caro y Núñez se encontró


con la resistencia de los gamonales regionales y locales, liberales y
conservadores, que se expresaban en algunas fonnas de federalismo
moderado, como la propuesta por el conservador Sergio Arboleda. Esta
resistencia impidió el desmantelamiento total de los Estados Soberanos,
que pasaron íntegros a denominarse departamentos, con un gobernador
designado por el presidente de la nación. El centralismo pensado se
encontró con la realidad política de Colombia: los partidos seguían siendo
una federación de caciques, con bastante capacidad de entrabar las
reformas pensadas desde el centro.62

El resultado fue que, en el nivel real, la fragmentación del poder


siguió existiendo bajo formalidades e instituciones centralizantes, pero el
fortalecimiento del ejecutivo modificó el tipo de mediación política entre
el centro y la periferia. Los poderes políticos del orden regional y local
debieron adaptarse a la nueva situación del gasto público para sacar
ventajas electorales de su acceso privilegiado a la burocracia del orden
nacional. Esto los convirtió en necesarios intermediarios entre las
diferentes instancias del poder, moderando, en la práctica, el excesivo

61 Zambrano, Fabio., "La invención de la Nación. Contradicciones del .sistema político


cok .ubiano. (TU)"., En: Documentos Ocasionales. bogotá: Cinep, No. 56, (nov.1989).
62 Deas, Malcolm, Op.cit.
Rd ación es entre identidad nacional, bipartidtimo e Iglesia católica, 1820-1U6 269

centralismo y presidencialismo de la carta constitucional. Así, aunque


pueda sonar paradójico, en muchas ocasiones y lugares, la centralización
terminó por fortalecer a los poderes locales y regionales, en vez de
debilitarlos.63

Por otra parte, el miedo a la organización popular, debido a los


recuerdos sobre la participación de las sociedades de artesanos en el
golpe de Meló, se expresó en la prohibición de "las juntas políticas
populares de carácter permanente", que se prestó para prohibir sindica­
tos y otras asociaciones/*4 pero que podría también aplicarse a los
partidos políticos.

Pero este intento de imponer una sociedad controlada fue poco


exitoso, tanto en las zonas marginales de las ciudades como las zonas
rurales que seguían en proceso gradual de incorporación al conjunto de
la nación. En la segunda mitad del siglo XIX, se reactiva el proceso de
colonización de vertiente: la colonización antioqueña, en olas sucesivas,
unifica el centro del país al romper el Quindío comunicando los actuales
departamentos de Cundinamarca, Tolima, Valle, Risaralda, Quindío,
Caldas y Antioquia. La presencia boyacense es notoria en las tierras
calientes de Cundinamarca y Boyacá, lo mismo que en el descenso a los
Llanos. Los santandereanos siguen bajando al Magdalena Medio y se
internan en el Carare y Catatumbo.6S

En esas áreas, sobre todo en las colonizadas más tardíamente, se


establece una "cultura de frontera", donde proliferan toda suerte de
pobladores marginales, escapados de las guerras civiles, aventureros. En
ese medio, van a aparecer una serie de asociaciones de teósofos y
espiritualistas, de ideas semianarquistas, libertarias y proclives a cierta
especie de socialismo utópico. Estos grupos se van a identificar con las
tendencias extremas de liberalismo o se van a distanciar del bipartidismo.

63 González, Fernán., "Clientelismo y Administnición pública", en Enfoques Colombianos,


Bogotá: No.14, 1980.
64 Meló, Jorge Orlando. "La Constitución de 1886" en Nueva Historia de Colombia., Bogotá:
Planeta, 1989. Tomo I.
65 Zambrano, Fabio., "La <xupación del territorio y conflictos sociales en Colombia’.y
González. José Jairo., "Caminos de Oriente. Aspectos de la colonización contemporánea del
Oriente Colombiano". En: Un país en construcción. Poblamiento, problema agrario y
conflictos sociales., Controversia. Bogotá: Cinep. No. 151-152.(1989).
270 lemán E. González G.

Obviamente, escapan a todo intento de control por parte de la Iglesia


católica. Estas poblaciones van a ser muy importantes en las luchas
sociales del siglo XX.

Bipartidismo y violencia

El recorrido por la historia política del siglo XIX muestra al


bipartidismo como el elemento articulador y canalizador de todas la
solidaridades y rupturas que se presentan en la sociedad de ese entonces,
lo que le permite servir de puente entre las solidaridades primordiales y
primarias, de orden prepolítico y privado, y las solidaridades más
propiamente políticas, de tipo secundario y moderno, implicadas en la
pertenencia a la "comunidad imaginada" de orden nacional. Se pertenece
a la nación a través de la pertenencia a los partidos, a los cuales se
pertenece por medio de la identificación con los grupos primarios. Así se
configuran los partidos como federaciones contrapuestas de diferentes
instancias de poder, que mezclan en proporción variable estilos y lógicas
diferentes del quehacer político.

En pocas palabras, combinan motivaciones políticas con prepolíticas


y solidaridades modernas con tradicionales: la adscripción de lealtades
personales y familiares a hacendados y antiguos amos (y, por el contrario,
los enfrentamientos con ellos) se mezclan con solidaridades modernas,
de adscripciones más voluntarias, como las de la masonería y las
sociedades democráticas. Por eso, las guerras civiles encubren confron­
taciones de variada índole quedando así las múltiples violencias bajo
cierto control, así sea de naturaleza muy laxa. Además, las guerras civiles
desempeñan la función de fijar las adhesiones de los partidos con base
en los llamados "odios heredados", pues cada enfrentamiento armado es
una oportunidad de ejercer "la venganza de sangre" por las víctimas de
la contienda anterior. Se refuerzan así las solidaridades primarias de la
sociedad tradicional (vecindario, parentesco, clientela, etc.) por esos
"odios heredados" y la ligazón de esas solidaridades con el sistema
bipartidista.

Este tipo de combinación de solidaridades premodernas y moder­


nas, vehiculado por el bipartidismo, explica el hecho de que nunca se
hayan logrado implantar plenamente instituciones impersonales pro­
pias de un Estado moderno y que tampoco se haya constituido
RelBciooacMrekfentictod nación»!.bipaniditmoelgleiiicMólic*. 1820-1886 271

plenamente un espacio público donde se dirimieran los conflictos. Esta


carencia de un espacio de lo público estatal es la contraparte de la
tendencia o proclividad a la resolución de los conflictos por la vía
privada, que implica el no monopolio pleno de la fuerza legítima por
parte del Estado. Lo que plantea nuevamente la pregunta sobre el por
qué nuestra sociedad se muestra tan renuente a verse expresada en y
por el Estado.

Como contraparte de esto, hay que señalar que este estilo de vida
política constituyó la manera de hacer presente de alguna manera al
Estado en la sociedad durante el siglo XIX y primera mitad del XX.
Igualmente, fue el modo, así fuera limitado y parcial, de canalizar y
controlar los conflictos, y de mantener las múltiples violencias en un nivel
bajo. Por ello, la violencia queda fuera de control cuando, por diversas
razones, se presenta una desarticulación de los niveles del poder, de los
actores colectivos y de sus respectivas lógicas, con lo que cada uno de
esos ámbitos de poder recupera su autonomía y vuelve a su propia
dinámica y a su lógica. Esta situación conduce a la solución privada de
los conflictos, con lo que se regresa a funcionar casi exclusivamente
dentro de las solidaridades de tipo primario (lazos de sangre, vecindario,
etnia), diluyéndose el nivel de lo público y debilitándose más el
monopolio estatal de la fuerza legítima.

Los casos más típicos de esta situación aparecen en la segunda


etapa de la Guerra de los Mil Días (cuando se pasas de las batallas
formales a las guerras de escaramuzas y guerrillas) y en la subsiguiente
postguerra, lo mismo que en la violencia de los años cincuenta y en la
etapa más reciente de la de los ochenta y noventa. Precisamente, estas
dos últimas crisis se producen en dos momentos claves de este siglo: la
violencia de los años cincuenta y la actual, precedidas ambas por dos
importantes intentos de modernización social y política, que parecieron
desajustar la articulación "normal" de niveles y lógicas. Ellas fueron la
Revolución en marcha de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y el
Frente Nacional, sobre todo durante la presidencia de Carlos Lleras
Restrepo (1966-1970). En ambos momentos, la movilización popular,
convocada para apoyar los propósitos reformistas del ejecutivo, termina
por radicalizarse y escapar al control oficial de los dos partidos
tradicionales, cuando se hacen patentes las limitaciones de las reformas
oficiales. En el último caso, la Asociación Nacional de Usuarios Campe­
sinos, ANUC, formada para apoyar la reforma agraria del gobierno,
272 l'cvnán E. GonzJIcz G.

termina por radicalizarse, en parte por los límites de la reforma agraria


oficial y en parte por el influjo de los numerosos grupos de izquierda que
por ese entonces empezaban a aparecer en el escenario político y social
del país. ,

Esto evidenciaba a la claras los cambios profundos y acelerados que


estaba experimentando la sociedad colombiana, que debilitaban las
identidades colectivas de buena parte de la población con los partidos
tradicionales (incluido el comunista) y con la Iglesia católica. La
urbanización y secularización, la mayor apertura a las corrientes del
pensamiento mundial, el crecimiento acelerado de la cobertura del
sistema educativo, la creciente profesionalización de las clases medias y
la presencia de la mujer en el mundo académico y laboral, se combinan
para producir un cambio radical en el ambiente social y cultural del país.

Se produce, en términos de Danieí Pecaut, una especie de


modernidad por vía negativa: hay un colapso de las instituciones de
control social, empezando por la Iglesia católica. Esto produce cierta
degradación de las relaciones sociales, sin que aparezcan los aspectos
positivos de la modernización, como serían nuevos modos de integración
social, ni de interacción de los grupos sociales. Los elementos que
parecen modernos (individualismo, tendencia a la transacción y al cálculo
racional) no surgen ligados a la creación de un nuevo imaginario político
democrático y pluralista, sino en sus aspectos negativos. Así, el individua­
lismo surge como resultado de la desagregación social; la transacción,
como una manera de convivir con la descomposición de los modos
habituales de regulación social; y, el cálculo racional, como modo de
adoptar el utilitarismo como estrategia de supervivencia66

En palabras de Jorge Orlando Meló, los cambios sociales, culturales


y económicos de estos años contribuyeron a romper las redes de
solidaridad tradicional y los mecanismos correspondientes de sujección
individual, sin construir nuevos mecanismos de convivencia, ni tampoco
nuevas formas de legitimidad social.67

66 Pecaut, Daniel., "Modernidad, modernización y cultura", en G4CE7X, Instituto Colombiano


de Cultura. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. No. 8, (Ago.Scp.1990)
67 Meló, Jorge Orlando., "Algunas consideraciones globales...", Op.cit.
Relaciona entre identidad nacional, bipartidismoe Iglesia católica. 1820-1886 273

En este contexto de profundos cambios sociales y culturales, el


impacto de las revoluciones del Tercer Mundo, sobre todo la de Cuba,
es muy fuerte dentro de las nueva capas medias y de la juventud
estudiantil, cuyas perspectivas de ingresar rápidamente al aparato
productivo y al sistema político no son muy claras. Pero los grupos de
izquierda de carácter democrático tampoco se muestran capaces de
conformar una alternativa política capaz de articular a los descontentos
del bipartidismo que empiezan a proliferar entre intelectuales, sectores
medio y grupos populares. A esto se añade la respuesta represiva de los
organismos del Estado, que tienden a considerar subversivas o criminales
muchas formas de protesta. Todo esto hace percibir el sistema político
como cerrado y como agotadas las vías democráticas para cambiar o
reformar el sistema.

Así, el Estado colombiano se encuentra sin los adecuados canales


de relación con la sociedad nacional existente de hecho, aunque el
balance de los resultados electorales de estos últimos años demuestra
que, por la razón que sea, buena parte de la población colombiana sigue
respondiendo a motivaciones políticas de carácter tradicional. Esto
apuntaría a señalar que, aunque es cierto que la clase política colombiana
está atravesando por uno de los momentos más dramáticos de su historia,
estamos lejos de estar asistiendo a la crisis definitiva de los dos partidos
tradicionales, aunque su debilitamiento es innegable.
La impresión de esta obra se terminó
en el mes de marzo de 1997
en los talleres gráficos de

EDICIONES ANTROPOS LTDA.

Can era 100B No. 74B-03


Tels.: 228 2784 - 431 4075
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PARA. LEER LA POLITICA es una invita­
ción a acercarse a la política desde la historia,
pero desde una historia política renovada con
aportes de la historia económica y social, y
conceptos tomados de la antropología y so­
ciología. Esta mirada permite superar la visión
de la historia tradicional con sus listas de pro­
ceres y presidentes, guerras civiles y reformas
constitucionales, que pueden leerse ahora
enmarcadas en una visión de largo plazo,
como parte del proceso de construcción de la
nación y el Estado en Colombia. Por eso, se
da particular importancia el papel que juega
el bipartidismo en esa historia tanto en sus
momentos de triunfo como en su actual crisis.
4
El Tomo II se mueve en la misma línea del
anterior buscando un nuevo estilo de acerca­
miento a la historia, privilegiando el énfasis
sobre las bases sociales y culturales de la actividad política. Así,
se trata de ir más allá de la lectura de los personajes desde la
visión estereotipada que servía para justificar la adhesión a una
u otra de nuestras colectividades políticas tradicionales, y I
los desde el ángulo de la construccción de identidad y sentí
de pertenencia. Las Juchas entre Bolívar y Santander, las guerras
de caudillos, la lectura conservadora de la Revolución France­
sa, los conflictos internos del Olimpo Radical, pueden verse desde
la perspectiva de las relaciones entre bipartidismo, Iglesia y cons­
trucción de la identidad nacional.

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