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SOFI272 La Divina Liturgia

CUARTA CLASE
EL MISTERIO DE LA DIVINA PALABRA

1. Prólogo

Hemos visto la reverencia con la que el Santo Evangelio es llevado en la procesión de la Entrada
menor y expuesto en la reunión eucarística, la cual lo recibe como icono de Cristo resucitado. Y si la
veneración de los santos Dones concluye con la santa Comunión, de la misma manera la veneración
del Evangelio tiene que ser culminada con la comunión de los textos sagrados que nos trasmiten el
conocimiento divino "una sabiduría no de este siglo ni de los príncipes de este siglo, los cuales son
destruidos, sino [...] la sabiduría de Dios en misterio" (1Cor 2: 6-7). Por eso el diácono antes de la
lectura del "Apóstol" exclama advirtiéndonos: ¡Estemos atentos! ¡Sabiduría! ¡Estemos atentos!

2. La santa Escritura en la Liturgia


"El día que se llama del sol [el domingo], se celebra una reunión de todos los que viven en las
ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas,
mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y
nos invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras
oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que preside,
según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama:
Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción
de gracias y su envío a los ausentes por medio de los diáconos." (San Ireneo, mediados del Siglo
II).

Escrito apologético de san Irineo en el que defiende ante el emperador Antonio Pío la práctica de los
cristianos. Esta apología que se remonta al Siglo II (todavía antes de la formación de la recopilación
definitiva del Nuevo Testamento) confirma de un modo automático que la lectura evangélica (los
recuerdos de los Apóstoles) es una parte inseparable de la reunión eucarística. La relación estrecha
está muy clara entre la lectura de las santas Escrituras y la homilía de un lado y la ofrenda de los
dones eucarísticos del otro lado. Es gran error considerar que "la liturgia de los fieles" —es decir, la
parte que concierne a la ofrenda eucarística y a la comunión— es independiente y válida en sí,
porque si separamos los sacramentos de la Palabra del Señor, los separamos de Él mismo; de la
misma manera, cuando separamos la lectura bíblica de su contexto litúrgico, la deducimos a una
mera doctrina olvidándonos de que Jesús, la Palabra divina, se nos interpreta en y por el misterio
eucarístico. Esta unión muestra la Biblia como el libro de la Iglesia y la base de la formación de los
que se han destinado a ser partícipes del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Si bien los catecúmenos (los
que están en preparación para el santo Bautizo) podían participar solo hasta la divina Palabra, esto
es en pro de su formación para luego y en su momento llegar a la plena comunión.

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3. El proquímeno

En la entrada subimos al Altar con el santo Evangelio, la Iglesia se sumerge con alegría y paz y canta
el himno "tres veces santo"; el Presbítero aun sube más y se traslada hacia la cátedra "excelsa":

Diácono: Ordena, oh reverendo padre.


Sacerdote: ¡Bendito es el que viene en el Nombre del Señor!
Diácono: Bendice, oh reverendo padre, la excelsa Cátedra.
Sacerdote: Bendito eres en el Trono de gloria de tu Reino, Tú que estás sentado
sobre los querubines, perpetuamente: ahora y siempre, y por los
siglos de los siglos. Amén.

Cuando el obispo celebra, se sienta en el Trono y da la bendición para anunciar la palabra y desde
estas altura el diácono nos llama: "¡Estemos atentos!", para las lecturas de las santas Escrituras.

El lector (o el coro) antes de la lectura del Apóstol entona el Proquímeno. Es un vocablo griego
προκείμενο que significa "lo que precede el texto". El proquímeno consiste en dos o tres versos de
algún salmo que se cantan antifonalmente. Antiguamente se leía un salmo completo antes del
Apóstol. De los libros del Antiguo Testamento, los salmos han gozado de un lugar muy especial en la
oración de la Iglesia primitiva; la cima de la profecía y de la oración en el Antiguo Testamento de tal
modo que inspiran a considerar sus textos como las palabras y la oración de Jesús mismo.

La oración del Proquímeno es el clamor introductorio, la apertura de la mente y del corazón a la


escucha y al entendimiento de la Palabra divina.

4. El Apóstol

Es la lectura de un fragmento de las Epístolas (Cartas) o del libro Hechos de los Apóstoles. La elección
obedece a un ciclo anual definido en el libro "Apostolario" que ordena las lecturas diarias conforme a
las temporadas y las fiestas celebradas, de un modo que las cartas todas se leen una vez al año en
caso de celebración diaria. El Apostolario inicia sus lecturas con Pascua y el libro escogido para la
temporada pascual hasta pentecostés es Hechos de los Apóstoles ya que este describe la prédica de
la Iglesia primitiva sobre el Resucitado de entre los muertos y la acción del Espíritu Santo en los
fieles. Pasando Pentecostés, empieza la lectura de las epístolas de San Pablo y luego las epístolas
llamadas "católicas", conforme al mismo orden de la compilación conocida.

5. La preparación a la lectura evangélica

5.1. La incensación

Un gesto litúrgico que nos coloca con su aroma y humo en la devoción y la dulzura pero también en
el temor salvífico ante "los recuerdos de los Apóstoles", como describe san Irineo la lectura
evangélica. Al principio, la Iglesia no aceptaba este gesto cultual porque insinuaba prácticas de las
religiones paganas, además en el tiempo de la persecución se les exigía a los cristianos quemar
incienso ante la estatua del emperador y adorarlo como dios; sin embargo con el tiempo la Iglesia
lo adoptó como gesto propio que sirve armónicamente para la expresión de la experiencia litúrgica.

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El incienso en la Iglesia

El sacerdote, en las vísperas, maitines y en la Divina


Liturgia, inciensa el Altar, los iconos y los fieles.
¿Qué papel tiene el incienso en la adoración?

 Este olor aromático que acompaña el humo


siempre ha sido estímulo para sentir la presencia
de Dios; apenas exhala su perfume, el alma se
alegra y los sentidos se concentran en la divina
Presencia. Por eso nos inclinamos al incensar.

 “Valga ante Ti mi oración como el incienso”, canta el salmo 140 en las vísperas. En el
humo elevado, ofrecemos nuestras comunes oraciones ante Dios; dice San Juan de
Cronstad (+1908): “Cuando incensamos alrededor del Altar, ante los iconos y al pueblo,
juntamos los ruegos de todos como si fueran una sola voz alzada con el incienso por los
Ángeles junto con las intercesiones y oraciones de la Purísima Virgen María.”

 Al incensar ante los iconos de los santos, la Iglesia alaba al Espíritu Santo que en ellos ha
obrado y los ha santificado. Así también el sacerdote inciensa a cada uno de nosotros
como un lugar destinado a recibir al Espíritu Santo: “¿no sabéis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo” (1Cor.6:19).

El incienso, sencillamente, es alegría para los fieles, causa de gozo espiritual y aroma de la
virtud, la devoción y la dulzura de la casa de Dios, ante las cuales gemimos por nuestros
amargos pecados y glorificamos la misericordia de Dios.

Originalmente la incensación es llevada a cabo mientras el coro canta el "Aleluya", por razones de
abreviación se efectúa al final de la lectura de la Epístola o durante el canto por última vez del
himno Trisagio.

5.2. ¡Aleluia!

Una de las pronunciaciones hebreas que conservan su origen sin ninguna traducción a las otras
idiomas, tal como es el caso de la expresión "Amén". Aunque pudiéramos traducirla como
"celebrad al Señor", esta traducción no podría expresar el sentido pleno, porque la pronunciación
en sí llevaba entre sus sílabas ondas de alegría y alabanza por la manifestación del Señor, es una
reacción a su venida, invitación al canto por un regocijo espontáneo. El hombre extasiado por la
presencia de Dios exclama maravillado. El "Aleluya" precede la lectura evangélica porque la
manifestación de Cristo a la Iglesia cuyos ojos abriría, precede la escucha de la palabra divina. La
melodía larga y melismática sostenida en los vocales de (A- LE- LU- I -A) —al menos como se
cantaba originalmente— expresa más allá de un texto descriptivo la alegría y la alabanza por la
Presencia divina. Este estilo de canto es antiguo y trasmite la experiencia litúrgica como comunión
verdadera con el Ser trascendental, introducción a la realidad sobre mundana del Reino de Dios.


Ejemplo del canto de "Aleluya" antes del Evangelio: http://www.youtube.com/watch?v=hpPJ3XoDsjE

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5.3. La oración antes de la lectura evangélica
"Oh Soberano que amas a la humanidad, haz brillar en nuestros corazones la luz pura
de tu conocimiento, y abre los ojos de nuestro entendimiento a la comprensión de tus
predicaciones evangélicas; inculca en nosotros el temor de tus bienaventurados
mandamientos a fin de que, habiendo pisoteado todos los deseos carnales, vayamos
en busca de un modo de vida espiritual, pensando y obrando cuanto es de tu agrado.
Pues eres la iluminación de nuestra alma y cuerpo, oh Cristo Dios, y a Ti rendimos
gloria junto con tu Padre que es sin principio y tu Santísimo Espíritu bueno y
vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén."

La comprensión y la asimilación de la divina palabra, tal como es la consagración de los Dones, no


dependen solamente de nuestra voluntad. La condición principal para el "entendimiento" es que
"los ojos de nuestro entendimiento" sean abiertos místicamente y que el Espíritu Santo descienda
sobre nosotros.

6. La lectura evangélica

El diácono exclama: "¡Sabiduría!, levantémonos y escuchemos el santo Evangelio." Levantamos


nuestra mente encima de lo terrenal para entender la sabiduría divina. La postura presta del cuerpo
(levantémonos, estemos de pie) es la primera señal de celo y devoción, es la postura del que implora
y del siervo atento al servicio de su amo.

"¡La paz sea con ustedes!" Es por primera vez desde el inicio del peregrinaje litúrgico que el
sacerdote se voltea y enfrenta al pueblo. Hasta ahora es el guía que dirige la Iglesia en su asenso; el
movimiento llega a la meta, entonces se dirige al pueblo: "¡La paz sea con ustedes!" La paz es el
nombre de Cristo, más bien, es Cristo. Este saludo de paz precede cada parte de la Liturgia: antes del
Evangelio, antes del ósculo de Paz, antes de la comunión, para recordarnos cada vez que Cristo está
entre nosotros preside nuestra Liturgia divina porque Él es "el que ofrece y es ofrecido, el que recibe
y es ofrecido". El presbítero representa el sacerdocio de Cristo, es decir, lo hace presente.

Tal como en el caso de la epístola, la elección de la lectura evangélica obedece a un ciclo anual
definido en el libro "Evangeliario" o "el Evangelio litúrgico" que ordena las lecturas diarias conforme
las temporadas y las fiestas celebradas. Principalmente el Evangeliario sigue el siguiente orden:

1. Lecturas del Evangelio según San Juan (temporada pascual): cubren los cincuenta días desde
el Domingo de Pascua hasta el Domingo de Pentecostés inclusive.

2. Lecturas del Evangelio según San Mateo: que es leído entre el Domingo de Pentecostés y el
domingo anterior a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), exclusive.

3. Lecturas del Evangelio según San Lucas: que es leído entre el domingo posterior a la fiesta de
la Exaltación de la Santa Cruz y el domingo de la abstinencia de la carne, exclusive. A partir
del duodécimo domingo de San Lucas las lecturas entre semana (lunes a viernes) serán del
Evangelio según San Marcos. Las lecturas que pertenecen a las dos semanas de la
abstinencia, de la carne y del queso, son variadas conforme el mensaje cuaresmal lo implica.

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4. Lecturas del Evangelio según San Marcos: que es leído generalmente en los sábados y
domingos de la Cuaresma, tomando en cuenta que la Liturgia no se celebra entre semana
durante esta temporada, por lo que no hay lecturas disponibles.

5. Lecturas para la Semana Santa: obvio que son relativas a los acontecimientos salvíficos de la
Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Esta parte concluye el ciclo movible, cuya
base inicial es la fiesta de Pascua.

6. Lecturas para las fiestas fijas: forman un ciclo anual fijo que empieza el 1ero. de septiembre
y termina el 31 de agosto. Los dos ciclos, fijo y movible, se intercalan conforme las rúbricas
litúrgicas lo especifican.

7. La homilía

como hemos visto en el testimonio de san Justino, la homilía es un elemento inseparable y principal
de la Divina Liturgia y su lugar natural es enseguida después del Evangelio: "[...]se leen los recuerdos de
los Apóstoles o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza
nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos ejemplos."

La enseñanza de la homilía actualiza ahora y hoy el mensaje de la salvación y da testimonio del


Espíritu Santo vivificador que está presente en la Iglesia guiándola "en toda la verdad" (Jn 16:114).

Por razones pastorales y con el permiso del obispo la homilía se traslada a otro espacio de la Liturgia,
como antes de la comunión o al final de la Liturgia, pero siempre su función está en base de las
lecturas bíblicas.

Al final de la homilía, la comunidad responde "Amén", confirmando su recepción de la palabra divina


y uniéndose en u mismo espíritu con el Predicador.

8. Conclusión

Con la comunión de la divina Palabra termina la primera parte de la Liturgia, conocida como "la
liturgia de los catecúmenos" . Antiguamente los catecúmenos salían en este momento de la Iglesia
conforme a la petición del diácono: "¡Todos los catecúmenos, salid. Salid, catecúmenos. Que ningún
catecúmeno permanezca!", e inicia la "Liturgia de los fieles".

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