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Daniel Vargas Falcón

20151718

vargas.daniel@pucp.pe

En este ensayo voy a analizar la persistencia de la esperanza a través del espectro


dicotómico que implica la decadencia de la modernidad en el poema Buenos Aires de
Jorge Luis Borges. En tal poema sostengo, en primer lugar, que la imagen de ciudad
representa la modernidad, y que consecuentemente, como se demuestra a lo largo del
poema se manifiesta decepción ante esta. En segundo lugar, si bien se presenta a la
decepción como ya dada por el sujeto/ yo poético, se sostiene la espera de algo. Se
concibe esperanza ante el espanto a la pérdida absoluta.

BUENOS AIRES

Y la ciudad, ahora, es como un plano


De mis humillaciones y fracasos;
Desde esa puerta he visto los ocasos
Y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana; aquí mis pasos
Urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
El fruto que le debe la mañana;
Aquí mi sombra en la no menos vana
Sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.

En los primeros versos se puede observar cómo el yo poético reconoce en la ciudad un


recuerdo que degrada su imagen misma. Entonces, la imagen de la ciudad es constituida
como materia que mantiene presente a detalle aquello que, se asume, es preferible
olvidar para el yo poético: humillaciones y fracasos. Desde esta perspectiva, cuando se
menciona que “la ciudad es como un plano/ de mis humillaciones y fracasos”, se dice
que la ciudad contiene, inamoviblemente, algo que no necesariamente el yo poético
quiere desaparecer u olvidar, sino que la incomodidad reside en el hecho de que en cada
detalle de la ciudad se retraten tales humillaciones y fracasos. Sin embargo, en el tercer
verso se hace mención de una puerta desde la que el yo poético vio ocasos, entendiendo
a los ocasos como esperanza. Es decir, en algún momento pudo reconocer esperanza en
la ciudad, pero solo esperanza es lo que se asume en el plano del poema, ya que cuando
se reconoce al ocaso como esperanza, se construye como algo que se admira, pero no se
palpa; en otras palabras, como toda esperanza, se ve lejana, solo se constituye como una
probabilidad, pero no como una realidad. Consecuentemente, en el verso cuatro se
construye la idea de esa esperanza vana que tuvo en algún momento por la ciudad. La
rendición del yo poético da pie a la decepción de un futuro. Con la esperanza perdida, se
modela la idea de un futuro perdido. La incertidumbre deja de ser para darle espacio a
un futuro tan agónico como el presente.

A continuación, en el verso cinco, el yo poético duda de aquel buen pasado que hizo
alguna vez grande a la ciudad; asimismo se reconoce a ese pasado añorado (y del cual
ahora se duda) y al presente como dos polos distintos. A partir de la imagen construida
en este verso, se puede observar la decadencia en todo el sentido temporal, pues el
carácter de decepción es tan abrumador que reduce tanto el tiempo presente y el pasado,
formando de esta manera la decepción desde todas las percepciones temporales que se
pueden tener. Luego, en los dos siguientes versos, la voz poética comenta lo que le ha
sucedido con respecto a su devenir decadentista de la ciudad. Se dice que tal devenir no
es sino uno de los “comunes casos de toda suerte humana”. Es decir, tal óptica del
mundo es natural para con la condición humana. Se puede decir, entonces, que para la
voz poética la decepción es el final de toda esperanza, una decepción en donde la voz ya
se encuentra desorientada, donde “sus pasos ya urden su incalculable laberinto”.

Entonces, se observa el carácter que hace presente Bauman con respecto a la


modernidad que se ve representada por la ciudad: “el gradual colapso y la lenta
decadencia de la ilusión moderna temprana”(Bauman, 2015). Es decir, es
fundamentalmente factible reconocer la decadencia en la modernidad actual y, como se
observa en el poema, el conocer a la ciudad/modernidad implica hacer consciencia de la
decadencia. En consecuencia, el derrotismo está marcado en cada rincón de la ciudad.
Asimismo, en el verso nueve, se manifiesta que aún hay una esperanza casi involuntaria,
que prácticamente solo existe por inercia, ya que con el carácter de “cenicienta” espera;
es decir, ante la espera se ha hundido en un sueño profundo. El cansancio de esperar
lleva a la voz a la decepción, y así como Godot, se espera algo que saben que es muy
probable que nunca llegue. Pero ¿a que llegue qué? La voz espera a que llegue ese
“fruto que le debe mañana”, siendo ya tarde. En otras palabras, si bien la decepción
altera de raíz la espera, en este verso se resalta ese hecho de que la espera que implica
una esperanza se mantiene aún presente, pero de manera inerte, pues fue necesitado para
antes; sin embargo, no llegó, aún no llega. Después, en el verso once, la voz poética se
refiere a un aquí (una dimensión espacio-temporal) en que no queda sino solo su
sombra; es decir, tan solo vestigios de su existencia. Se hace presente esta imagen para
decir que hasta ese vestigio suyo que es la sombra acabará por perderse también, y
otorgarle un valor totalmente obsoleto al sujeto, a su existencia.

Finalmente, es en los últimos dos versos en que se concentra la energía del poema, pues
es en estos en que se explica, casi a manera de conclusión, la visión con que el yo
poético desarrolla el hecho de entender a la ciudad como una causa perdida, pero seguir
esperando. Dicho de otra manera, el juicio valorativo se acrecienta cuando el vínculo
que el sujeto mantiene con la ciudad es establecido mediante el espanto y no el amor.
No es vano mencionar esto, pues la construcción de esta afirmación dicotómica deriva
del hecho de que lo que mantiene presente ese vínculo sujeto-ciudad es el espanto, el
temor a la pérdida total. Debido a ello, es que a pesar de que, si bien se hace presente la
decepción a lo largo de todo el poema, lo que sostiene la aún presencia del sujeto en la
ciudad, la cenicienta espera, su estancia en ese incalculable laberinto es en realidad se
mantiene en la ciudad, afirmando su amor por esta.

En conclusión, la modernidad que representa la ciudad explica “el culto a la liberación


(lo efímero), aparecen nuevas formas de valorización de lo que permanece” (Lipovetsky
78:2014). Siendo de esta manera “el culto a la liberación”, la decepción, la pérdida de
esa esperanza que algún momento se tuvo en la ciudad. Y si bien, se podría
simplemente dejar todo por dado y rendirse de manera total abandonando la espera, el
sujeto/ yo poético prevalece. Se puede decir entonces que, el sujeto prevalece ante la
pérdida absoluta como resistencia a la probabilidad de carencia de todo. De otro modo,
se representa algo que innegablemente se puede reescribir como la visión, que aunque
todo esté dado por perdido, de soñar con la posibilidad de que no sea así, algo que no
permite la rendición total, algo que suelen denominar como fe.

BIBLIOGRAFÍA

Bauman, Z. (2015). Modernidad líquida. Fondo de cultura económica.

Lipovetsky, G., Charles, S., & Moya, A. P. (2006). Los tiempos hipermodernos.
Barcelona: Anagrama.

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