Quienes se ven como administradores de los designios divinos, se atribuyen el derecho a manejar los pueblos a su antojo. Creen tener siempre la razón, toda la razón y nada más que la razón. Lo que les ayuda a mantener su agresividad dominadora. Esta tendencia es especialmente peligrosa, porque no admiten cambios a sus reglas. Cuando, realmente, son sólo parte del total. Respecto a otros, suelen ser peligrosos. De convicciones así, nacen las dictaduras. Las doctrinas espirituales, cuando no admiten alternativas a sus reglas, son variantes de dictaduras. Nada es bueno o malo por sí solo. Seguir la misma regla, puede exigir muy desiguales esfuerzos, a personas distintas. Comparativamente, en función de la percepción que de ellos tengamos, los conceptos adquieren su valor. Cambiando el momento y las circunstancias, el mismo hecho puede percibirse con sentimientos contrarios. No es sólo la calidad intrínseca, sino el momento en que lo percibamos, y la eficacia que estimemos en su ejecución. Las cosas son, siempre, algo más que lo percibido de ellas. Nada es tan simple, que podamos apreciar todas sus cualidades de un solo vistazo. Querer llevar toda la razón, no deja de ser un acto de egoísmo. Lo más probables es, que los demás tengan, también, una parte de razón. Nadie puede ser perfecto en su simplicidad, aunque tienda hacia ello. Pretender que sean los demás quienes están equivocados, sin cuestionar nuestras afirmaciones, no deja de ser adjudicar a otros una perfección; la perfección en el error total. Probablemente no sea así, nadie es tan perfecto. Ni en lo bueno, ni en lo malo. Ninguna acción es tan simple, que pueda tener un resultado único. Lo bueno y lo malo nunca son simples. Porque son apreciaciones que varían, según la mente que las estudie y la intención con que se juzguen. Las claves genéticas de los seres vivos, evidencian que cada especie animal no es más que la expresión diferenciada de un mismo lenguaje celular. Las posibilidades de combinaciones entre genes, son casi infinitas, y esto es lo que ha venido sucediendo, desde el principio de la vida en nuestro planeta: una mutación constante, que no cesa. Hasta hace poco, era en parte natural y en parte inducida, pero empieza a ser dirigida, primordialmente, por el conocimiento humano. Lo que no deja de ser natural, puesto que los humanos somos parte integrante de la Naturaleza. Este es un campo más que la ciencia humana ha ocupado, convirtiendo, en orientaciones científicas, las antiguas reglas religiosas de selección natural. Cuando el Hombre comienza a sentirse parte de la Naturaleza, se convierte en su creador máximo. Las religiones que surgieron, o se convirtieron, en religión de un pueblo, lo colocan por encima de todos los demás. En el Judaísmo, el Sintoísmo, o el Taoísmo, cuando los símbolos supremos se transforman o devalúan, tienden a ensanchar sus límites, convirtiéndose en religiones con aspiraciones universales. Con lo que amalgaman diversas tendencias en una sola, pasando a convertirse en nueva doctrina. Emilio del Barco. 14/10/10. emiliodelbarco@hotmail.com